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BOY LOVE BOY por Nanami Jae

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Notas del capitulo:

Y deseaba con el corazón, 

que aquello de sonreírnos sin motivo aparente, 

no terminara nunca…

 

 

Era una tarde fresca…

—¡¡Ángel, Lolo ya está aquí!!

Sentado en el borde de la cama me abrochaba las agujetas de mi calzado deportivo, cuando escuché a mamá gritarme desde la sala. Miré el reloj en mi buró que marcaba “las cuatro y cinco”, y atolondrado agilicé mis movimientos.

 Me puse de pie luego de haberme calzado, tomé mi macuto y subí el cierre de mi chamarra deportiva hasta la punta de mi mentón. Bajé la mirada hasta mis pálidas piernas descubiertas por el short blanco, y haciendo una mueca amarga por lo patéticas que lucían, salí refunfuñando de la habitación.

Eufórico, bajaba las escaleras cuando me encontré a Lolo de pie en el recibidor con un balón bajo el brazo.

—Sí señora, será un partido amistoso y cuando concluya, el entrenador anunciará al nuevo capitán del equipo, que esperemos y sea su hijo Ángel —le explicaba pacientemente mi mejor amigo a mi ansiosa madre.

—Si no tuviera una pila gigantesca de ropa esperando ser cosida, con gusto iríamos Eli y yo a apoyarlos —añadió ella.

—Te equivocas madre —comentó mi hermanita desde el sofá—, yo no perdería mi tiempo en ir a ver como un grupo de retrasados corren detrás de un balón, cuando puedo pasarme todo el día frente al televisor mirando esta hermosa película protagonizada por el bombón de Brad Pitt.

No me sorprendió para nada el comentario ácido de mi hermana. Pero a comparación de Eli, mamá sí lucia bastante deprimida por no poder asistir.

—No te perderás de mucho madre —llegué hasta ella y me coloqué a la derecha Lolo, golpeando violentamente su hombro como saludo. Él me maldijo a baja voz mientras adolorido se sobaba—. Además, el partido más importante será hasta mañana, ¿verdad Lolo?

—Así es, señora Laura —respondió mi mejor amigo, pellizcándome el brazo como respuesta a mi golpe.

—Bien. Cuídense por favor —nos pidió ella y se acercó a nosotros—. ¿Llevan su pomada para torceduras? ¿Vendas? ¿Comprensas frías? ¿Agua embotellada? ¿Los sándwich que les preparé como refrigerio?

Asentimos con la cabeza, y no tuvimos otra alternativa más que apretar los ojos y quedarnos quietos cuando mamá nos besó la frente y nos dio la bendición, persignándonos con su mano y cuchicheando una letanía de protección. Aguardé pacientemente a que concluyera de rociarnos agua bendita, pero no pude evitar que mis piernas danzaran de lo inquietas que se encontraban. Como muchos jóvenes, estaba ansioso por comerme al mundo de un sólo bocado. Aunque… al final terminaba siendo un cobarde como para intentarlo siquiera, ya que la falta de fe en mi mismo, siempre me enfriaba los ánimos.

Ya en la calle, Lolo bajó su balón parchado al suelo y comenzamos a patearlo por el camino hacia el club deportivo, hablando exaltadamente sobre futbol y por el gran día que nos aguardaba.

 

Sobre Adrián… llevo días sin verlo. Pero eso no significa que me encuentre tranquilo, ya que sé de antemano que aparecerá, en el lugar menos esperado y en el momento menos indicado. Para arrebatarme la paz.

 

 

 

 

Capítulo: El nuevo capitán del equipo

 

 

 

 

Esperaba tanto de ese día, que hasta llevaba planchado mi uniforme y bien practicado un emotivo discurso. Mi mente estaba demasiado ocupada como para prestarle atención a situaciones ajenas al futbol. Pero Adrián, de alguna manera se las valía de artimañas para lograr entrar por una grieta e invadir mis pensamientos. Y si soy sincero, he de admitir que no he logrado dormir durante las noches pasadas, desde ese preciso momento en que Carla me dijo que el Lobo terminó con ella. Y todavía soy incapaz de creer tal cosa. Aún me encuentro en proceso de asimilación. Me comporto incrédulo.

Pero por mi bienestar emocional, decidí hacer todo aquello a un lado. Así que, espantando cualquier tipo de introspectiva con un frenético sacudimiento de cabeza, me esforcé por no pensar en el Lobo. ¡Me obligué a no hacerlo! y así enfocarme en que me esperaba un gran día: Jugaríamos un partido amistoso con los chicos de la colonia rival, y la mejor parte, ¡me convertiría en el capitán de los halcones blancos!

Me abracé de Lolo por la calle y entonamos porras improvisadas para nuestro esquipo, poseídos por el efusivo espíritu deportivo.

 

Y de esa manera, logré escapar con éxito de todo lo referente al Lobo…

Bueno, eso hasta que mi mente decidiera invocarle de nuevo.

 

 

*~~~*~~~*~~~*

 

 

En cuanto llegamos al club deportivo, el entrenador nos puso inmediatamente a trotar y luego hacer flexiones.

—¡En una hora y media iniciará el partido, pero yo tengo la intención de hacerlos sudar antes! ¡Así que vamos, a calentar holgazanes! —hizo sonar el silbato.

 Después de dar un extenuante rondín a la cancha, sentado en el suelo, hacía mis estiramientos de piernas cuando miré hacia las gradas que se exponían frente a mí, mismas, que se encontraban completamente vacías y en silencio, plenamente abandonadas. Y tendían a permanecer así.

Digamos que nunca hubo mucho público en nuestros anteriores partidos. Sólo las familias de los jugadores eran los que regularmente asistían. Y cuando anotábamos un gol, el llanto de un bebé pidiendo el pecho de su madre, o el sonido de algún padre obeso lanzando un eructo incentivado por el gas de su soda, era la única aclamación que se escuchaba desde la tribuna. Aún así, nuestros compañeros y yo seguíamos albergando esperanzas de que un día nuestro equipo contara con un público de verdad; de apasionantes y festivos espectadores.

 Pero ese día, todavía parecía muy lejano, ya que no éramos tan populares como deseábamos serlo.

Apartando la mirada de las gradas abandonadas, decidí auxiliar a Lolo con sus estiramientos, porque al parecer, nunca será capaz de hacer absolutamente nada sin mi ayuda. ¡Es tan dependiente de mí!

Lo sostuve de los tobillos mientras él intentaba tocarse la punta de los pies.

—¿Sabías que es probable que en las próximas vacaciones decembrinas trabaje de repartidor de pizza? ¿No te parece cool? —comentó emocionado el chico punk.

—¿Cool? ¿Estás feliz porque serás un repartidor de comida rápida?

—Crees que si no me encantara ese trabajo, ¿llevaría esto debajo de la camisa deportiva? —y se descubrió un poco, mostrando su playera interior que decía: Yo/corazón/pizza. Y tenía dibujada una rebanada, con el queso derritiéndose de los bordes.

Era verdad, no existe una persona que amé la pizza más que Lolo.

—Felicidades, trabajarás con pizzas. Apestarás a Pizza —sonreí.

—Gracias, sé que en tu interior me envidias —respondió petulante.

—¡Já! ¡Y no sabes cuánto! —solté una carcajada repleta de sarcasmo.

—¿Y tú qué harás en las vacaciones? —me preguntó.

—Lolo, todavía falta mucho para las vacaciones decembrinas, apenas acaba de entrar noviembre para que ya lo estés pensando. Pero… lo más seguro es que trabaje en los encargos de ropa de mamá y cuide a Elizabeth —hice un gesto de cansancio y de hastío.

De esa manera nos enroscábamos en conversaciones triviales y bobaliconas que ya nos caracterizaban, cuando un extraño impulso me hizo voltear hacia mi derecha; fue como el sentido arácnido de Spiderman, que detecta y lo previene del peligro. Giré el rostro y mi mente fue víctima de una visión, de una alucinación. Mi corazón se detuvo un momento y mis manos, petrificadas, abandonaron lo que hacían. Era la silueta de Adrián, a lo lejos, con poca nitidez, caminando hacia mí, con ese andar despreocupado y esa sonrisa pretenciosa y burlesca curvando sus labios.

Alarmado, sacudí la cabeza para espantar ese espejismo, esa quimera. Pero el Lobo “imaginario” en vez de desaparecer, siguió aproximándose más, peligrosamente, tomando forma y color.  

—Qué demonios me sucede… —me tallé la cara intentando reaccionar y luego volví a mirar. Pero a cada paso, la ilusión óptica, iba materializándose, haciéndose real…

Lolo, que estaba cerca de mí, echó una mirada hacia donde yo volteaba, y repentinamente se quedó boquiabierto, para después sonreír y exclamar desde su posición:

—¡Adrián! ¡Wow! ¡Qué agradable sorpresa! —y agitó su mano, saludándole con un excesivo entusiasmo que se comparaba con las jovencitas de hoy en día: fanáticas y descerebradas.

Volteé hacia Lolo, pasmado.

—¿Qué? ¿Tú también logras verlo? Eso significa que…

Y me puse de pie, escandalizado, sacudiéndome la tierra del short.

La “alucinación” se plantó frente a mí, confirmando así su presencia.

—Qué tal, Caperucito… —levantó ligeramente su mano a modo de saludo.

Balbuceante, lleve mi dedo índice hacia al pecho del espejismo y comencé a picar repetitivamente la firmeza de sus pectorales, deseoso por corroborar que sólo se trataba de una obra creada por mi retorcida imaginación; pero el firme tacto en mi dedo era lo demasiado convincente como para serlo. Y el leve palpitar de su corazón.

—Logro sentirte perfectamente —comenté escandalizado—. Como si fueras… real. De carne y hueso —dije tras una larga pausa.

—¿Será porque lo soy? —ironizó Adrián.

Avergonzado, alejé mi dedo de su pecho al percatarme al fin de mi imprudencia. ¡Era él de verdad! Aunque su atractivo era tan sorprendente, que seguía interpretándose como una exquisita alucinación.

—Qué haces aquí… —tartamudeé ruborizado.

—¿En verdad te sigue sorprendiendo que me aparezca tan repentinamente? Bien, me agrada que nunca pierdas tu capacidad de asombro —sonrió.

—Calla y dime qué asuntos te traen aquí —me crucé de brazos y se lo reproché con actitud infantil —Será que… ¿has venido a ver el partido?

« ¿A verme jugar? »

Aunque no lo pareciera, dentro de mí, mi corazón estaba haciendo un fiesta, como si celebrara el poder verlo y tenerlo cerca.

—Estoy aquí porque… —rascándose el cabello, Adrián volteó hacia el entrenador, -que en ese momento repartía violentos coscorrones-, y le hizo una seña, junto con un “hey”.

El hombre lo divisó al instante y sus labios dibujaron una luminosa sonrisa.

—¡Ah, muchacho! ¡Ya estás aquí! ¡Bienvenido! —exclamó, abandonando lo que hacía y acercándose hacia nosotros a pasos agigantados.

Adrián lo recibió con un amistoso abrazo.

—Ustedes… abdñjfke —balbuceé palabras inexistentes— ¿se conocen? —les pregunté mirándolos simultáneamente, lo bastante absorto y confundido ante la escena—. Podrían explicarme… ¿qué diablos sucede aquí?

En eso…

—¡Escuchen! —gritó el entrenador dirigiéndose a todos y tomando al Lobo del hombro—. ¡Este joven se llama Adrián Villalobos y a partir de hoy será miembro del equipo! ¡Ya es un titular como todos ustedes! Así que... ¡Denle una cálida bienvenida!

—¿Queeeeeeee? —estallé y comencé a sentir una ligera indisposición, un leve mareo, hasta que colapsé ahí mismo, por lo que Lolo se apresuró en sostenerme entre sus brazos.

¡Y cómo no ponerme mal ante semejante noticia!

—¿Te encuentras bien? —preguntó extrañado mi amigo.

—Estoy muuuy lejos de estarlo —puse cara de un enfermo delirante.

—Será que… ¿estarás embarazado? —exclamó alarmado el punk y se cubrió la boca.

¿Eh? ¿Alguien podría explicarle que eso es imposible porque el hombre no cuenta con la virtud de dar vida? ¿Y que en dado caso se debe pasar antes por cierto ritual nupcial para quedar preñado?

No tuve cabeza ni para darle un zape a mi mejor amigo ante su pregunta tan absurda. Y mientras yo sufría los síntomas fatales que causó la impresión al enterarme de que Adrián se había unido al grupo, curiosos, los jugadores abandonaron sus actividades físicas, y alargando sus cuellos, lo escrutaron a distancia, indecisos sobre si debían acercarse o no al chico nuevo que tenía cara de pocos amigos y facha de vándalo. Se encontraban excitados y aterrados a la vez…

—Dejaré las presentaciones para más tarde, antes iré al vestidor a ponerme el uniforme —les indicó el Lobo a todos y se abrió paso, alejándose. Llevaba una mochila rechoncha cargándola de un asa.

Me solté de Lolo y me acerqué al Lobo, balbuceante.

—Pero… pero… pero… —seguí sus pasos desconcertado, intentando en vano de procesar la situación.

Adrián se adentró en los vestidores.

—¡Explícame por qué haces esto! —acalorado le exigí—. Tú… ¿parte del equipo?—emití una risita —Eso es absurdo.

El Lobo se apresuró en ocupar uno de los cubículos vacíos y yo le perseguí e incluso hasta ese lugar…

—Oye, ¿podrías darme privacidad? —entornó la puerta frente a mis narices—. Necesito  cambiarme. Per-ver-tido —tocó la punta de mi nariz, para al instante alejar su mano de mi cara.

—¡Dime tus sucios motivos! —insistí y retuve la puerta para que no la cerrara.

—¿Será porque me encanta el futbol? —irónico, se mofó expresamente y, con actitud casual, recargó su cuerpo en uno de los paneles laterales del cubículo.

—¿En serio te apasiona este deporte? —inquirí asombrado—. ¡A mí también! ¡Y desde pequeño!

Adrián viró los ojos y chasqueó la lengua, molesto por mi ingenuidad.

—¡Es más que obvio el porqué estoy aquí! ¡Y no es porque me guste el futbol! ¡Pero tú siempre te harás el idiota! —y me cerró la puerta violentamente, poniéndole seguro por dentro.

Hice un puchero. Y estuve a punto de tocar, de tumbar la puerta, y exigirle que fuera más claro, cuando escuché a lo lejos el histérico llamado del entrenador, que me gritaba para que me pusiera a practicar en ese mismo instante si no quería perder la cabeza.

Me gusta mi cabeza, y mucho, por lo que me alejé corriendo y dejé el asunto de Adrián para más tarde.

 

*~~~*~~~*~~~*

 

Continuaba haciendo mis ejercicios, cuando para mi desgracia, en ese momento Julio y sus dos secuaces se acercaron hasta donde Lolo y yo nos encontrábamos practicando tranquilamente; o fingiendo practicar, porque mordisqueábamos a escondidillas los sándwiches que nos preparó mamá.

—Oh, miren muchachos, este es el chico que pretende ser nuestro capitán —soltó una carcajada, y los chicos también rieron detrás de él—. ¡No creo que lo logre! Pero, si en un caso remoto llegara a pasar, ¡yo no obedeceré ningún mandato de este idiota! ¡No lo aceptaré como mi superior!

—¡Ni nosotros! —corearon los otros.

No hice más que exhalar un bufido desalentador.

—Espero te haya quedado claro y que no lo intentes, ¡niñita pecosa! —dicho esto, se despejaron, manteniendo una sonrisa burlesca y cruel en el rostro, y comenzaron a prepararse para el calentamiento físico.

Agaché la cabeza y los cabellos se vinieron a mi rostro. Maldije debajo.

—Me pregunto si el resto de mis compañeros piensa lo mismo —musité—. ¿Y si en verdad tiene razón? ¿Y si no soy apto para el puesto? —miré con incertidumbre a Lolo.

—No te preocupes —me tomo del hombro—. Lo único que tienes que hacer, es seguir esforzándote y demostrarle al entrenador, y a todos, que definitivamente tú serás más apto para ese puesto, que como lo fue el pesado de Julio durante su reinado del mal.

—Le odio —dije, mientras miraba al susodicho imitar tácticas de box al aire.

Pero en ese momento, otro blanco robó toda mi atención, haciéndome olvidar por un instante el trago amargo que me hizo pasar Julio:

Era Adrián, saliendo de los vestidores, con actitud fresca y petulante, modelando ya el uniforme del equipo. Llevaba también el calzado adecuado y todos los accesorios de protección.

Instintivamente, mis ojos lo analizaron. El traje era un poco pequeño para él, por lo que se le ajustó, quedándole más apretado de lo que debía. Las mangas cortas de la camisa sobresaltaron sus envidiables bíceps y la tela que pegada a su cuerpo, recalcó su pectoral y bien trabajado abdomen. Y sobre cómo le quedaba el short, pues… he de admitir que tenía muy buenas piernas, muy carnudas y unos chamorros de ensueño. Y sí, ¡trasero! ¡Un buen y firme trasero!  

Carraspeé la garganta cuando terminé de analizarlo con la mirada. Y me sentí tímido y avergonzado. Pero era evidente que yo no era el único en percatarme que el uniforme sobresaltaba los buenos dotes que siempre ha poseído.

Sí, ¡Adrián era un chico!, pero de alguna extraña manera, nadie en la cancha era capaz de apartar la mirada de él. Pudorosos, se hacían los desapercibidos, pero era más que notorio que cada uno de los jóvenes del club se deleitaba con sus atributos y lo miraban a hurtadillas, avergonzados y perturbados por las sensaciones pecaminosas que este les provocaba. Y aunque pelearan arduamente en el interior contra sus instintos para no sentirse así, les era inevitable.

Era como si el Lobo, pusiera a duda la hombría de todos.

Y cuando el guardameta fue lo suficientemente valiente como para atreverse a acercarse al chico nuevo y sacarle plática, todos los demás no tardaron ni medio segundo en hacerlo, y lo rodearon, como abejas en un panal.

¿Son capaces de escuchar todo ese ajetreo? Es Adrián causando sensación.

El Lobo habló con todos fluida y amistosamente. Pero… ¿y esa sonrisa qué significaba exactamente? ¿No se daba cuenta que no estaba rodeado de chicas y que era a los miembros del equipo a los que coqueteaba?

Refunfuñaba desde mi sitio, cuando un chico se acercó y le tocó el trasero. Adrián no reaccionó de ninguna manera, ni protestó, sólo siguió hablando exaltadamente con el resto.

—¡Vaya! —exclamó Lolo—. ¿Está permitido hacer eso? Si lo intento, ¿crees que el Lobo me parta la cara de un puñetazo? Aunque… me arriesgaría por una oportunidad.

—¿Estás hablando en serio? —lo sentencié con la mirada.

—Vale, olvídalo —Lolo se encogió de hombros, inflando graciosamente las mejillas.

Me froté la frente y continué presenciando tal escena. Mis compañeros, prácticamente se encontraban encima del Lobo, devorándole. Y mientras sentía cómo el estrés se adueñaba de mi cuerpo con tan sólo pensar que tendría que ver lo mismo todos los días, Adrián logró deshacerse de los chicos y caminó hacia Lolo y a mí.

Lo que me faltaba, que viniera a molestarnos a nosotros.

—Parece que les he caído bien a todos —nos comunicó en cuanto llegó a nuestra altura.

Intenté ignorarlo, pero mis ojos terminaron por echarle una miradita discreta, y me crispé de coraje al darme cuenta del cigarrillo que colgaba y bailaba en sus labios mientras hablaba. No estaba encendido, pero era lo de menos. ¡Era un mal ejemplo para los jóvenes que practicaban deporte, y parecía que él presumía con orgullo su tabaco!

—¡Deja eso! ¡Aquí somos chicos sanos! —le reprendí, entre dientes.

Adrián entornó los ojos antes de decidirse a obedecerme.

—No, no son tan sanos como crees. Hace un momento me acaban de arrebatar la cajetilla completa. Pero lo que tú quieres, es que yo sea el único sacrificado —señaló y tirando el cigarro al suelo, lo aplastó y lo retorció bajo sus taquetes.

—Tampoco contamines nuestra cancha —gruñí, absteniéndome de tomarlo de la oreja y jalonearlo—.Por eso existen los cubos de basura, ¿sabías?

Adrián hacía una mueca socarrona ante mi reprenda, cuando el entrenador lo sorprendió de pronto, arrojándole un balón que el pelinegro atrapó ágilmente con las manos antes de que alcanzara a rozar su cara.

—¡Tus reflejos son buenos! —con las manos en las caderas, señaló el hombre, bastante impresionado y satisfecho de su efectiva actuación.

—Crecí en un barrio donde tenía que estar siempre alerta —torció la boca el Lobo mientras se pasaba el balón de un lado a otro entre sus ansiosas manos—. Y dormir con un ojo cerrado, y otro abierto.

—Me pareció excelente tu rápida reacción, muchacho. Ahora veamos qué tan bueno eres con el balón. ¿Por qué no me muestras un poco…? —le impulsó el instructor—.Necesito saber cuáles son tus cualidades más sobresalientes para decidir si serás defensa o delantero para el partido de hoy.

 —Un momento… —me sobresalté indignado, inmiscuyéndome descaradamente en su conversación—. ¿Significa que le permitió ser parte del equipo, enfilándolo a los titulares, sin antes practicarle una prueba física y de habilidades? Y más alarmante aún, ¿le dejará jugar hoy, pese a lo ya mencionado?

—¡Es simpático! —se disculpó el entrenador—. Y luce intimidante. Seguro que eso causa una reacción en los rivales. Su agresividad puede servirnos —sonrió maliciosamente para sí mismo.

—¿Es en serio? ¡Ya era demasiado para mí el saber, que no lo dejaría usar la casaca verde de practicante en prueba durante los meses requeridos, antes de que fuera titular o de que participara en un partido oficial! Porque si mal no recuerdo, fue el proceso por el que pasamos todos, sin excepción, antes de lograr ser un jugador fijo, y que por cierto, lo marca el reglamento que cuelga de la pared de su oficina.

—Vino hace dos días pidiéndome entrar al equipo y… ¡simplemente no pude decirle que no!  Él es un caso especial, ¿entiendes?

Al escuchar todo aquello, presioné mi puño. ¡Sólo por su apariencia y su carisma lo aceptó! Yo -como la mayoría-, tuve que practicar muy duro para conseguir mi posición, ¿y él con sólo llegar y decir “hola, soy Adrián y quiero unirme” lo logra? ¿Por qué todo tiene que salirle a pedir de boca?

Mientras que humo salía de mi cabeza, Lolo sólo me miraba en silencio.

—Seguro es bueno —intentó tranquilizarme el entrenador y me hizo mirar el horizonte, que él observaba con cierta esperanza—. Este chaval me da buena espina. Vislumbro que hará algo grande por el equipo. Digamos que es una corazonada.

Suprimí los labios. En sí, era aquello lo que más me preocupaba. Porque, lo que verdaderamente me aterraba, era que Adrián fuera un prodigio en el futbol, que sobresaliera en lo que más me gusta hacer y creo hacer mejor, y que así, yo tuviera que vivir bajo la sombra de su éxito para siempre. Además, quería ser yo el único que fuera bueno en ese deporte, para sentirme especial. Al menos en ese aspecto.

—¿Por qué no inicias con mostrarme las jugadas básicas? —le pidió desesperadamente el instructor al pelinegro, y me mandó a callar a mí.

—¡Bien! ¡Aquí voy! ¿Están listos? ¡Prepárense para quedar boquiabiertos! —anunció el Lobo, y bajó el balón a sus pies, determinante.

Tragué saliva y Lolo también. El del silbato se cruzó de brazos, albergando grandes expectativas, en espera de una impresionante actuación, de dominadas espectaculares, de chilenitas y palomitas que sólo realizan los grandes del deporte del futbol. Ya se veía mandándolo a las ligas europeas y beneficiándose de eso.

Acortando nuestra espera, por fin, el grandioso Lobo hizo su ejecución frente a nuestras inquietantes miradas.

Y  fue cuando… me solté a reír ante su actuación, incrédulo. ¡Adrián era pésimo! ¡Ni siquiera sabía patear el balón! ¿Acaso estaba soñando, o era un intento de broma? ¡Por fin había encontrado algo en lo que el súper Lobo no destacaba! ¡Descubriendo así que no era perfecto! Su actuación fue tan mala, ¡que ni yo me vi así en mi peor momento! Digamos que las piernas del Lobo no supieron qué hacer con el balón. Fue toda una comedia presenciar cómo inútilmente intentaba encontrar la bola, misma que se le escabullía de sus piernas. ¡Sus pies se encontraban terriblemente descoordinados! ¡Padecían de severos problemas en sus cualidades motoras!

Después de tanto esfuerzo en vano y de ridiculizarse a sí mismo, Adrián se decidió por tomar el balón con las manos, e  intentar desinflarlo. Si fuera un hombre Lobo, créanme que ya lo hubiera logrado con sus garras.

—¡Tu trasero se quedará en la banca! —me ataqué de risa, abrazándome el estómago.

—Te equivocas Rojas, porque entrará al partido —señaló a un lado de mí, el entrenador.

—¡Já! —se burló Adrián en mi cara.

—¿Y por qué? —me puse serio de golpe—. ¿Qué no acaba de ver? ¡No encontraba el balón! ¿Y aún así?

Por unos instantes, el hombre no supo responder.

—Es… miembro del equipo, sólo por eso —respondió tardío—. Y porque así lo he decidido.

Y de nuevo, el carisma y su atractivo le traían beneficios al Lobo. O quizá el temor que provocaba, porque no cualquiera se atreve a decirle que no a alguien como Adrián.

—¡No es justo! —discrepé—.Y para colmo, ¡su camisa lleva el diez en la espalda, número que usan los jugadores más destacados! ¡Mi padre era el diez!

—El Lobo jugará, y de defensa. Y no se cambiará de camisa. He dicho —dictaminó el entrenador cuando se marchaba para continuar supervisando el entrenamiento del resto de los chicos.

Y esa, queridos amigos, es una de las pruebas de que lo tan absurdo que puede llegar a ser el universo, y de lo tanto que conspira a favor de Adrián…

 —¡Lobo! ¿Por qué siempre cuentas con privilegios de este tipo?—me apresuré en acercarme a él y mostrarle mi inconformidad—. ¿Qué magia usas en las personas? ¿Qué efecto logras en los demás para que no puedan negarte nada? ¡Si yo hubiera fallado de esa manera, me hubiera sacado de una patada en el trasero del club! ¡Digo, a cualquiera de nosotros!

—No sé por qué te afecta tanto —hizo una mueca.

—¡Debe de afectarme! ¡Es injusto!

—Lo que no entiendes —descansó su mano sobre mi hombro derecho—, es que estoy aquí, no como tu enemigo, sino como tu aliado, Caperucito.

 

 

*~~~*~~~*~~~*

 

 

Adrián sudaba, pero su rostro apenas delataba agotamiento. En concentración total, se encontraba accionando vigorosamente sus ejercicios físicos. Ahora mismo lo miraba hacer lagartijas. Tenía tres o cuatro chicos cerca, intentando imitarle. El Lobo preparaba su cuerpo para el partido, mismo que ya estaba a minutos de iniciarse. El equipo rival “los diablos” ya había arribado al club y sus uniformes llevaban un horrendo color rojo. Y se paseaban por toda la sede deportiva con el mentón en alto. Se comportaban inflexibles con nosotros, pese a que sólo sería un partido amistoso al que nos enfrentaríamos.

El Lobo parecía excitado por afrontarlos y quizá por eso es que su calentamiento era un tanto excesivo. Pero como yo sabía que era pésimo para la pelota, no permitiría de ninguna manera que Adrián dañara el resultado del partido, por lo que corrí hacia donde estaba el entrenador para implorarle por última vez, de que lo dejara fuera.

—Bien sabe que Adrián no es buen jugador. ¡No deje que juegue! —exigí.

—¿Y decepcionar a su porra? ¡Nunca! —soltó una carcajada.

—¿Porra? —levanté una ceja, claramente confundido.

El entrenador me tomó de la cabeza y me la giró en dirección a las gradas.

 Y de esa manera fui testigo por primera vez, de algo que había esperado con ansía y que creí que nunca pasaría:

¡¡Decenas de espectadores en las bancas apoyando a nuestro equipo!!

 Escuchar tanta algarabía me sorprendió.

—Adrián es muy popular, y en cuanto se esparció el rumor de que jugaría, han venido chicas candentes en minifalda a ver el partido —explicaba maravillado el entrenador y aspiraba con orgullo el panorama—. ¡Y no debemos decepcionar a sus fanáticas! Además de que ya ha puesto tenso al rival.

Al ver tantas personas en espera de la presencia de Adrián en la cancha, me di cuenta que era inevitable: el Lobo jugaría.

—¡Nunca había visto tanto ambiente! —emocionados, exclamaban mis compañeros y se regocijaban de la emoción.

Se escuchaban hasta tambores.

—Ahora sí estoy nervioso —farfulló Lolo frotándose las manos.

Quien debería estar nervioso, era quien no sabía jugar. Pero Adrián, parecía de lo más tranquilo y relajado.

—¡Eres como una celebridad! ¡Mira cuántos admiradores tienes! —los del equipo halagaban a Adrián y lo abrazaban emocionados—. ¡Eres nuestro gallo!

Apartándose de ellos y abriéndose paso, caminó hacia mí…

Resoplé en cuanto se detuvo a mi lado. Callé, pero el silencio entre los dos siempre me era inquietante y difícil de soportar, por lo que decidí romperlo.

—¿No estás preocupado de hacer el ridículo frente a tanta gente? —pregunté.

—¡Es verdad! ¿Ahora qué voy a hacer? ¿Me ayudarás?

—Maldito, sólo estás fingiendo, porque en verdad no estás preocupado. Ni un poco —inflé las mejillas. Creo que comenzaba a conocerlo bastante bien.

—Es verdad, no me importa —torció la boca.

—Pero dime, ¿en verdad no sabes jugar ni un poco futbol? —le miré de soslayo.

—Sé jugarlo, Caperucito —respondió despreocupado—.Sólo tengo que botar el balón y arrojarlo dentro de un cesto, ¿cierto?

—¡¿Qué?! —dramaticé.

—No hablo en serio —sonrió irónico.

—¿Quieres morir? —le amenacé irritado.

—No te preocupes, creo saber cómo se juega…

—¿Crees saber? —volví a exaltarme—. ¿Nunca has jugado futbol?

—Es mi primera vez en un partido oficial —comentó divertido.

—Entonces…

—Me gusta improvisar —sacudió los hombros, con un gesto indolente y despreocupado.

Lo miré parpadeante. A veces, ¡me gustaría tomar las cosas tan a la ligera como él lo hacía! Pero yo no era capaz de mandar todo a la mierda con tanta facilidad.

 

Minutos después, enfilados entramos por fin a la cancha, para después explayarnos cada uno a su posición. Una coreada porra sonó fuerte y resonante desde las gradas en cuanto Adrián pisó el glorioso suelo enterregado de la explanada. Las voces lo aclamaban y le tomaban fotografías.

Lo miré con envidia desde mi colocación, él sonreía coquetamente a las cámaras de los celulares. Y si debo ser sincero, lucía muy apuesto con el uniforme.

Pero en lo único primordial que podía pensar era en lo que sucedería cuando todos se enteraran de que el Lobo no sabe jugar futbol.

¿Se decepcionarían de él?

De pronto, se escuchó el silbatazo de inicio despabilándome de mis pensamientos, y dejé de mirar al Lobo para concentrarme al cien en el partido.

 

 

 

*~~~*~~~*~~~*

 

 

 

 El balón ya era propiedad de los rivales a los primeros segundos. El joven que lo llevaba entre sus pies, estaba a un metro de mí y sin perder tiempo, corrí hacia él intentando arrebatárselo, pero Lolo, que estaba más cerca, logró apoderarse efectivamente del balón antes de que yo pudiera hacerlo. Pero en ese momento, mi amigo ya estaba rodeado de rivales y yo despejado. Así que…

—¡Ahí te va! —gritó Lolo hacia mi dirección y pateó la pelota con un tiro elevado hacia mí.

Creyendo que el pase era dirigido a mí, me aligeré en tomarlo, pero cuando intenté atrapar y controlar el balón con el pecho, Adrián se apareció repentinamente en mi camino y se abalanzó sobre él, interceptándolo con la cabeza y tumbándome en el trayecto.

El partido se detuvo en cuanto caí al suelo y lanzaba un grito de dolor.

—¿Estás bien? —el Lobo se apresuró en llegar hasta mí y acuclillarse.

—¡Acaba de sonar el silbatazo y tú ya estás arruinándome! —con una mueca de dolor en el rostro, le contesté mientras me sobaba el tobillo con insistencia, mismo que se me torció mientras caía.

—Pero fuiste tú el imprudente que se puso en mi camino. El pase era para mí —señaló el pelinegro.

—¿De qué hablas? —rechiné los dientes—. Era para mí.

—Temo decir que… el pase era para Adrián —comentó Lolo, que llegaba a mí lado, todo jadeante.

—Pero… ¡por qué le pasas el balón a él y no a tu mejor amigo! —exclamé indignado.

Lolo fingió toser.

—Sus admiradoras me lo pidieron desde la tribuna, ¿y cómo ignorarlas? —contestó apenado—. No pude con tanta presión.

—¡Eres el colmo! —enrabietado, le lancé rayos con la mirada al chico punk.

El árbitro se acercó corriendo en ese momento.

—¿Todo bien? ¿Puede seguir jugando o necesita asistencia médica?

—¡Seguiré jugando! —enfaticé y luego pasé a mirar al Lobo—, ¡y tú no lo impedirás!

Ignorando mis ataques de ira contra él, el pelinegro se cernió sobre mí y me ofreció una pomada que llevaba entre las manos.

—Cógela —me la ofreció—. No huele muy bien, pero es excelente para las torceduras. La traía por si me pasaba un desafortunado accidente como el que te acaba de pasar…

—¡Nada malo te pasará a ti, Adrián! ¡Porque tienes un pacto con el diablo! —gruñí y le arrebaté la pomada para dársela a Lolo y que él me la untara antes de que el Lobo decidiera hacerlo por su cuenta. Al fin de cuentas, mi mejor amigo era quien siempre atendía mis luxaciones que comúnmente sufría durante los partidos.

Después de un suave y cuidadoso masaje -y de un Adrián celoso-, logré levantarme y probar mi tobillo lastimado moviéndolo en círculos, descubriendo así, que afortunadamente mi lesión no había sido tan grave como aparentaba y que resistiría, por lo que el árbitro me permitió continuar en el juego luego de corroborar por él mismo mi buen estado.  

Y el partido volvió a reanudarse en cuanto regresé a mi posición inicial.

Lento por mi reciente incidente, no corrí mucho durante los primeros minutos, pero conforme pasaba el tiempo fui recuperando mi velocidad normal, (que en realidad siempre ha estado por debajo del promedio).

Mientras tanto, el ánimo general en las gradas era efusivo. Y Adrián era lo que causaba esa oleada de frenesí y locura desenfrenada en la fanaticada, que se jalaban y se arrancaban los cabellos cuando les sonreía, o bien, cuando el chico guapo se ejercitaba. Sus músculos entraban en acción, y un centenar de suspiros se desataba.

Sí, el Lobo causa comportamientos extraños en las personas y que dan miedo. Desata pasiones. La cancha se había convertido en su escenario donde podía modelar y lucirse como si fuera una estrella de rock.

Volteé a verlo. Se encontraba  de pie, tomando a bocanadas el aire que había perdido de tanto correr, y su perfecto rostro comenzaba  a sudar y a reflejar agotamiento. Adrián sabía cómo lucirse, pero me dio la impresión de que deseaba pasar lo más desapercibido posible. Y aferrado en su zona de defensa, evitaba ir en busca de la gloria. De un gol.

—¡Lobo! —en ese momento, le gritó un compañero, advirtiéndole el peligroso acercamiento del enemigo a la portería.

Pero él permaneció en su posición, tan fresco y tan relajado.

—¡Arrebátale el balón! —le grité.

En vez de ello, el Lobo le metió campantemente la punta del pie al rival, justo cuando pasaba a un lado de él, y lo hizo tropezar. El chico no metió las manos y su rostro se estampó en la tierra, sumiéndose en ella.

Mi boca dibujó una mueca que se dividía entre una expresión de coraje y una leve sonrisa burlona. No sabía si maldecir o soltarme a reír ante el hecho. Y terminé, por esbozar una carcajada frustrada, junto con un frustrante jalón de cabellos. ¡Nos marcarían penal!

¿Alguien podría decirle por favor, que existe otro tipo de proceder para detener a un jugador rival sin necesidad de lastimarlo?

El árbitro lanzó un pitido al aire y se plantó frente Adrián, mismo que mostró una actitud sarcástica ante la tarjeta amarilla que le sacó, siendo sus únicas reacciones, el bostezar y rascarse el cabello ante su amonestación. ¡Estaba aburrido! ¡Y le valía!

—¡Arbitro vendido! —creyendo injusto el castigo, gritó una ancianita simpatizante del Lobo desde las gradas, y sus muelas salieron volando cuando protestaba. Estaba cerca de donde cayeron, así que amablemente corrí y junté su babeada dentadura postiza, y se la regresé absteniéndome de vomitar en el trayecto. Pero el ser arrugado y violento, ¡me lo agradeció a bastonazos!

Sí, ¡eso pasa cuando intentas ayudar! ¡O cuando eres Ángel Rojas!

Después de cobrar el infartante tiro libre, y que losdiablos terminaran fallando por la excelente atajada de nuestro portero, sonó el silbatazo de medio tiempo.

Todos los jugadores corrimos a las bancas, nos hidratamos, devoramos nuestros refrigerios, y descansamos durante quince minutos. Renovados, después volvimos a la cancha para concluir el juego, que seguía cero a cero en el marcador.

Los minutos transcurrieron de pase en pase de balón y de ataques poco efectivos a las respectivas porterías, sin nada destacable que mencionar.

Quizá Adrián no estaba teniendo mucha actividad durante el partido, principalmente por su misteriosa y muy notoria falta de interés, pero aún así, estaba cumpliendo favorablemente con su función, que consistía en custodiar a nuestro guardameta; de mantener alejado a los rivales de nuestra portería. Y su apariencia de malo funcionaba perfectamente, ya que los diablos, ni porque eran diablos, se atrevían a cruzar la línea que custodiaba el Lobo, y retrocedían con una sola de sus miradas de advertencia, mermando así, radicalmente los ataques hacia los halcones blancos.

 Y aunque Adrián pocas veces poseía el balón, él lograba sobresalir de algún modo, y brillar, más que cualquiera de nosotros, pese a que no se lo propusiera.

Julio es quien se puso las pilas a los últimos minutos del partido. Intentó llevarse el balón sin ayuda hasta la portería contraria, con un intento exasperado de anotar gol y lucirse ante todos. Pero vio perturbados sus sueños cuando distraído me aparecí en su camino, ahí, de pie, abstrayéndole el paso, cuando él ya había lanzado anticipadamente un cañonazo a la red…

—¡Apártate! —me gritó, pero estaba bastante entretenido espantando mosquitos, que no me percaté de su advertencia…

El balón pegó en mi cabeza, golpe que de alguna manera la desvió hacia la portería y…

—¡¡Goool!! —gritaron.

—Qué demonios… —exclamó Julio con el mentón desencajado, absorto ante la extraña, pero afortunada manera en que sucedieron los hechos.

Aturdido y medio lelo por el impacto, todo desorientado y sin saber exactamente qué sucedía, decidí imitar a todos mis compañeros, y corrí eufórico por toda la cancha con los brazos abiertos hacia el público.

Gol era lo que aclamaban en las gradas y estaba tan entonadito que me sentí tan conmovido, hasta el borde de las lágrimas.

Celebraba a brincos, cuando de pronto, desde las alturas, un sostén sudoroso aterrizó justo en mi cara, como un paracaídas. Lo sostuve entre mis manos y… ¡era enorme! ¿Podría una chica tener unos pechos tan gigantescos? ¡Imposible!

Intenté buscarle forma y la explicación al mecanismo de ese extraño artefacto que las mujeres usan bajo la ropa, cuando…

—¡No es para ti niño pecoso! —desde la primera fila de la tribuna, reclamó una señora obesa—. ¡Es para ese chico de cabellos oscuros con el número diez en la espalda!

Ahora entendía el tamaño del sostén, lo que no comprendía era porqué celebraban al Lobo, si prácticamente Julio y mi cabeza habían anotado el gol. Quizá fue accidentalmente, ¡pero mi cabeza había ayudado a lograr el cometido!

Pero todos prestaban su atención en Adrián y ¡hasta le aplaudían! Extrañado ante tal hecho, volteé hacia él y por fin logré comprender la euforia: El Lobo se había quitado la camisa y semidesnudo bailaba, moviendo la cadera y la pelvis. Era por esa razón, que docenas de flash de celulares parpadearon en las gradas. A todos les encantaba apreciar su pecho y abdomen marcado junto a sus brazos trabajados, escurriéndose en sudor.

Era él, la estrella del partido. Al que todos amaban.

—Toma, te lo mandan —arrojé el sujetador a los pies del Lobo y molesto me alejé, sobándome la parte en mi cabeza en donde había hecho impacto el balonazo, temeroso de que quedara secuelas permanentes.

A los pocos minutos, terminó el partido. Y el marcador quedó en un conciso y favorable resultado de 1 a 0. Pero para mí, el partido no sólo había concluido en 1 a 0, sino que también con un tobillo lastimado, un gigantesco chichón en la cabeza y con la moral totalmente destruida, tendida por los suelos.

Senté en la banca lo poco que quedaba de mí, y me atasqué de agua, mientras miraba cómo el Lobo firmaba autógrafos -que en verdad eran puros garabatos-, en bubis y camisetas al público que se arremolinó sobre él. Eso, hasta que el entrenador paró esa locura y espantó a la gente, llevándose a Adrián lejos de tan febril caos.

—Puede que te falte algo de práctica, muchacho —le dio entusiasmadas palmadas en la espalda—. ¡Pero mira qué tan popular eres y lo popular que harás al equipo! ¡Sabía que no me había equivocado contigo! —y se atascó de felicidad—. ¡Definitivamente voy a adoptarte como mi hijo y te heredaré mis gatos cuando muera!

Adrián respondió con un deje serio y poco entusiasta.

Ceñudo, escudriñaba al entrenador apapachar paternalmente al Lobo, cuando el hombre dirigió sus ojos a mí, presintiendo mi mirada.

—¡Oye tú! —me señaló con el dedo—. ¿Qué diablos haces ahí sentado? ¡Digo, por qué el resto de mi equipo está descansando! ¡Pónganse a practicar en este momento! ¡No se irán hasta que anochezca, o hasta que hayan practicado lo suficiente para el partido de mañana!

—¡Pero acabamos de terminar de jugar y estamos exhaustos! —debatió uno a mi costado, que estaba tirado en el suelo, a mitad de camino, medio muerto.

—¡Un juego lamentable por cierto! ¡Es por eso que practicarán sus jugadas y fortalecerán su rendimiento físico que es un asco! —hizo sonar el silbatazo y no tuvimos otra alternativa que ponernos las pilas.

Vaya, y yo que creí por un momento, que el día estaba por concluir. Pero al parecer, estaba comenzando.

 

 

 

*~~~~*~~~*~~~*

 

 

 

 

Sentado en el suelo junto a mi mejor amigo, me hacía el tonto, fingiendo ejecutar un estiramiento de piernas, mientras que Adrián estaba en medio de la cancha, jugando a las bofetadas con unos compañeros.

Agaché la cabeza y oprimí los labios.

—¿Sabes que veo en ti? —Lolo me miró atentamente, indagando dentro de mí.

Me removí en mi lugar, inquieto.

—¿Hmm? ¿Qué ves…? —elevé una ceja.

Con actitud de sabio, el chico punk levantó su dedo índice y explicó:

—Estás feliz que Adrián haya terminado con Carla, y el hecho de que esté aquí, en estos momentos, pero tienes una extraña manera de demostrarlo. Lo exteriorizas en forma de “enojo”.

—¿Ah sí, eso crees? —me hice el desentendido y lancé un bufido—. ¿Y… qué más ves en mí, según tú? —balbuceé y tragué saliva, ansioso por saber lo tan supuestamente obvio que suelo ser para mi amigo.

Lolo levantó el dedo índice una vez más, hablando con tono retórico.

—El hecho de que se la pasen peleando todo el tiempo demuestra claramente la fuerte tensión sexual que existe entre ustedes dos. Ambos ya están muy tensos, y van a llegar al punto en que uno va a explotar, y entonces…

 —Basta de suposiciones absurdas… —me puse de pie, repentinamente escandalizado.

—Entiendo, pararé. Sólo los valientes son capaces de escuchar la verdad —también se puso de pie, rascándose el cabello teñido de rojo—. Iré al baño a hacer pis…

—El baño es por acá, y no en el arbusto —señalé, achicando los ojos.

—¡Je! Por eso digo, que usaré el baño —cambió de dirección y se alejó corriendo.

Murmuraba maldiciones, cuando Adrián se acercó a mí.

—¿Qué haces? —preguntó.

—Nada —respondí secamente.

En eso, un amigo que hace mucho tiempo no veía, pasó junto a las gradas paseando a su mascota, y me sonrió, por lo que inmediatamente me acerqué para saludarlo.

El Lobo me siguió hasta allí, como si fuera algún tipo de guardaespaldas, y a sólo unos pasos de distancia, cruzado de brazos, se limitó a escuchar nuestra conversación, estudiando concienzudamente cada una de nuestras palabras, o qué tan cerca estábamos.

—Hola Rojas.

—Hola López.

—¿Practicando fut?

—Sí, algo así —respondí con una sonrisa algo incómoda. ¡Adrián me ponía tenso! ¡Sentía su mirada clavada en mi nuca!

— ¿Ya viste a mi perro? —López le quitó la cadena dejándole sólo con el collarín—. Su nombre es Manchas. Lo he sacado para que corra un poco. Es muy amigable.

— ¡Hola manchas! ¡Qué bonito estás! ¡Y lo sabes! —me incliné y le hice cariñitos.

Manchas echó un sorpresivo brinco y me lamió la cara. Cerré los ojos y fruncí los labios mientras reía como un estúpido loco.

—¡Vaya! —me limpié la cara mientras el perro, sentado y moviendo la cola, me miraba atentamente—. Nunca tuve carisma para las mascotas. Todas las que tuve me ignoraban y terminaban escapando, o suicidándose.

—A mí perro le agradas. Pero bueno, debo… seguir con mi… ejercicio ¡Nos vemos luego! —López se despidió repentinamente y me sonrió nerviosamente (por culpa de Adrián) mientras se alejaba trotando, todo aterrado…

 Pero sin darme cuenta, el perro se retuvo conmigo un momento.

El Lobo comenzó a reírse con disimulo.

— ¿Me puedes contar el chiste? —le miré.

—Le agradas tanto al chucho, que ahora mismo le está haciendo el amor a tu pierna.

—¡Pero qué dices! Claro que n…

Se me subieron los colores al rostro cuando dirigí mis ojos al can y sentí el inapropiado sacudimiento. Efectivamente, estaba manifestándome una demostración de cariño “muy peculiar” que no podía aceptar. Lo aparté de mí y emprendí una carrera desesperada. Lujurioso, el cuadrúpedo me siguió sin ser saciado aún, mientras yo gritaba y corría en círculos. Tropecé, (ya algo muy común en un chico como yo con piernas torpes) y caí de rodillas, con ambas manos al suelo; posición perfecta para que el perro embistiera mi trasero totalmente expuesto unas cuantas veces más con locura desenfrenada. No sé qué pensamiento enfermo le pasó a Adrián por la cabeza, pero desmoralizado y extrañamente molesto, ahuyentó al perro lejos de mi trasero, que en sus cuatro patas alcanzó velozmente a su dueño.

—¿Eres así de fácil Caperucito? —replicó y se alejó de mí, con humo saliendo de su cabeza.

— ¿Y ahora qué hice? —me puse de pie, sin comprenderle—. ¡Yo soy la víctima aquí! 

Él siguió su camino hacia el centro de la cancha, sin escucharme.

Cabreado, me sacudí el polvo de las piernas y caminé hacia el lado contrario a él. Cogí un balón y fingí seguir con la práctica mientras refunfuñaba para mí mismo preguntándome ¡cuál había sido su maldito problema!

—Y dice, ¡que el crío inmaduro soy yo! —protesté a voz alta.

Intentaba dominar la pelota, cuando no pude resistirme más y mis ojos color miel rastrearon la cancha en busca de Adrián. ¡Bingo! Él estaba sentado en el suelo, apartado de los demás y haciendo flexiones. Le sacaba la lengua y le hacía muecas sin que se diera cuenta, cuando Julio, el pesado de Julio se le acercó y se sentó a su lado, imitando sus movimientos. Así fue, el cómo mis dos enemigos, comenzaron una ocasional charla que no alcanzaba a oír desde donde me encontraba y que por alguna extraña razón, sentí la curiosidad de saber de qué trataba. Tal vez planeaban unir fuerzas contra mí, que al fin y al cabo, ambos ya se encargaban de hacerme la vida imposible.

—Adrián… Julio… ¿Amigos? ¿Mis dos pesadillas juntas? ¡Eso apesta! —hice una mueca de fastidio y protesta, pero decidiendo no tomarle la importancia debida, me dispuse a seguir intentado dominar el balón. Pero cuando apenas comenzaba a concentrarme en lo que hacía, logré percatarme que repentinamente, Adrián y Julio se ponían de pie violentamente. Por consiguiente, el Lobo lo empujó bruscamente y comenzaron a discutir, mientras los demás jugadores abandonaban sus actividades y se acercaban, intentando averiguar lo que sucedía.

—¿Adrián? —dejé el balón y me dirigí hacia él.

Había recorrido la mitad de camino, cuando Adrián le dio un fuerte golpe justo en la cara a Julio que lo desequilibró completamente y lo tiró al suelo. Casi inconsciente, julio se palpó la cara, manchándose los dedos de la espesa sangre que le escurría de la nariz. Se miró la mano salpicada con gesto horrorizado, transformándolo después en ira pura.

—¡Me has roto la nariz! —echó el grito al cielo, histérico.

Y así había sido, el tabique lo tenía gravemente desviado. Un poco más de fuerza accionada en los nudillos, y Adrián hubiera destrozado completamente su nariz, dividiéndola en fragmentos y desapareciéndosela de su faz —¡No sabes con quién te has metido! ¡No tienes idea de quién es mi hermano! —chilló.

—Claro que lo conozco —respondió con tono burlesco el motociclista—, es aquel que cuando me ve pasar por la calle, agacha la cabeza como el perro asustado y sumiso que es —concluyó con tono mordaz.

—¡Le diré lo que has dicho y lo lamentaras! ¡Lamentarás todo esto! —gateó antes de ponerse de pie atolondradamente, con la sangre escurriéndole de las fosas nasales.

—Vamos, corre por tu hermano ya que tú mismo no puedes hacerme frente. Sirve que a él también le hago una cirugía facial —se puso las manos en la cadera, tan tranquilo e incitándole.

—¡Me la pagarás Lobo! ¡Lo juro! —con la mano en la cara, tomó sus cosas y se alejó corriendo.

Apresuré mis pasos y corrí, pero me detuve en seco cuando me topé con los ojos furiosos de Adrián.

Su ceño fruncido y sus dientes oprimidos, fueron como una clara advertencia para todos:

“No se acerquen, Lobo que muerde”.

Pero yo era un Caperucito lo demasiado imprudente y masoquista, como para acercarme de todas maneras.

Me coloqué frente a él, a sólo unos poco pasos de distancia, lo más cerca que cualquiera se atrevió a llegar después de ver al Lobo romper una nariz con una facilidad impresionante. Le sostuve la mirada. Adrián continuaba muy exaltado, pero sus facciones inmediatamente se suavizaron al igual que su puño, cuando pasaron a mirarme, y con un ademán de mano me hizo saber que todo estaba bien. Estuve a punto de ir hasta allí y reprenderle, cuando Adrián respiró profundamente, se limpió el sudor de la frente, y se alejó de mí, (evitándome); dirigiéndose hacia donde estaba el entrenador.

Le miré e inflé las mejillas, convirtiéndolas en mofletes. Parecía estar explicándole cómo inició el problema con Julio. El entrenador suspiró sutilmente mientras lo escuchaba atentamente, y pude percibir a sus labios susurrándole: “no pasa nada, ese chico siempre ha sido un problema”.

En sí, el hombre del silbato parecía bastante aliviado de que Adrián haya logrado hacer algo al respecto con ese chico que hasta a él, le hizo la vida una pesadilla.

—¿Qué ha sucedido aquí? —se acercó Lolo, que todo desorientado volvía del baño.

—Nada, sólo que Adrián ya está causando problemas en su primer día —me crucé de brazos, quejumbroso—. Sólo eso.

—Qué hizo exactamente —elevó una ceja—, para que todos estén tan exaltados y estupefactos, murmurando por lo bajo como viejas verduleras.

— Le ha roto la nariz a nuestro capitán —solté de topetazo.

—¿A Julio? —se cubrió la boca.

— A quién más —viré los ojos.

Lolo lanzó un grito de júbilo al cielo, celebrándolo con brincos:

—¡Ya era hora de que alguien enfrentara a ese bravucón!  Ángel… —me tomó repentinamente de los hombros—, ¿me dejas ser fan del Lobo? ¿Qué dices? —me sacudió insistentemente.

—¿Eh? —me exalté— No tienes por qué pedirme permiso a mí para unirte a la interminable fila de los descerebrados fans del Lobo. Además, ese tipo de actos violentos no tienen que ser celebrados ni aplaudidos, aunque…—hice énfasis—, la víctima haya sido el odioso de Julio.

En eso, el entrenador apareció repentinamente frente a nosotros, e hizo sonar su ruidoso silbato colgado de su cuello, como un intento bastante efectivo de reventarnos los tímpanos.

—Dejen de chismear comadritas y muevan ese trasero. ¡A darle vueltas al campo! ¡Ya, ya, ya! ¡Después del patético partido de esta tarde, he decidido hacer algo al respecto sobre su pésimo rendimiento físico! ¡El partido de mañana sí contará! ¡Y castraré a quién cometa la más mínima equivocación!

Alarmados, Lolo y yo comenzamos a correr junto con los demás como un séquito militar, menos Adrián, claro está, que campante se dirigió a una sombra a recostarse, haciendo caso omiso a las órdenes del entrenador. Maldije el hecho de que él pudiera deslindarse de responsabilidades y de que haya salido sin cargos por la reciente riña. ¿No se merecía una sanción acaso? ¿La expulsión? ¿O al menos una reprenda? No importa cómo hayan ocurrido las cosas, ¡había destrozado la nariz de un jugador!

Sin poder hacer nada al respecto, me concentré en regularizar mi respiración mientras trotaba, esforzándome por mantener el paso, el ritmo de los demás. Pero inmediatamente, los pulmones me causaron molestias y bajé la velocidad, por lo que casi al instante, mis compañeros me dejaron atrás.

Sólo Lolo permaneció a mi lado, fielmente. Él era buen corredor, pero siempre se limitaba a seguir mis pasos de tortuga para no abandonarme.

—Te ves muy agitado, deberías descansar —observó, preocupado.

—Qué dices, si apenas vamos a completar la tercera vuelta —jadeé.

Pero… pese a ser apenas la tercera vuelta, ya comenzaba a arderme el pecho y el aire se me escapaba paulatinamente.

—Recuerda las recomendaciones del Doctor, sé prudente —me reprendió—. Este día fue muy agotador para ti, es normal que tu cuerpo ya lo esté resintiendo y que te pida que pares.

—Estoy… bien —quejoso, me llevé la mano al pecho, que comenzaba a dolerme. Molestia que se presentó como leves punzadas durante el partido y que pude ignorar, pero que ahora, parecían intensificarse y querer ahogarme.

Un par de metros después, el entrenador notó mi situación, y me obligó a abandonar, mandándome a los bebederos a tomar agua, mismos que antes no servían, pero al parecer, alguien se tomó por fin la molestia de instalarlos.

Sin opción y todo sofocado, fui hacia los bebederos cuando miré a Adrián sentado en una banca junto a ellos. Paré en seco, y pretendí actuar de manera natural, como si no me estuviera ahogando, como si no estuviera pasando por una crisis respiratoria.

—Ya has ocasionado problemas en tu primer día. ¿Podrirás decirme qué fue todo eso que acaba de pasar? —le pedí explicaciones, con la voz entrecortada y con una mano en mi doliente y agitado pecho.

—Es un asunto que no te incumbe, Caperucito —se roció la cabellera y el rostro con la botella de agua, mientras cerraba los ojos y suspiraba extasiado por la frescura.

Me molesté bastante al escucharle y me planté frente a él, con una mano en la cadera.

—¿Cuándo vas a dejar de bromear, de juguetear, y te saldrás del equipo? No… perteneces aquí —señalé sin mirarle, con la voz aún sofocada—. Deja de causar problemas, esto no es un campo de batalla donde puedes ejercer tus actos violentos. Arruinas el ambiente pacifista del club. ¡Nosotros no andamos buscando pleitos! ¡Pero tú de una manera logras incitar a mis compañeros!

Él, sentado con las piernas entreabiertas, se limitó a secarse la frente mojada y a hidratarse. Abrió un ojo y me escudriñó con él.

 Mirarlo húmedo y con su rostro estilando agua, me hizo preguntarme si Adrián lucia de esa manera cada vez que salía de la ducha. Pero sacudí inmediatamente la cabeza espantando mis pensamientos y me esforcé por no salirme del tema.

Adrián me miró, serio.

—No quieres a un chico así en tu equipo, créeme Caperucito. Ese miserable se merecería que le rompiera la nariz y las costillas, y las piernas. Agradece que me contuviera y que lo dejara marcharse con el menor de los daños que en verdad quería causarle.

Templé mi enojo, dándole la razón. Sabía claramente que con su actitud, Julio siempre buscaba con creces, que alguien le rompiera la nariz, sólo que no se había topado con alguien que en verdad se atreviera a hacerlo. No hasta hoy. Adrián era la persona con la que menos debió meterse y ahora pagaba las consecuencias.

Encogí los hombros y fruncí los labios, ya que ese punto de vista, me hizo darme cuenta, de qué tan inmune fui a que Adrián me rompiera la nariz. Lo ataqué desde la primera vez que lo vi, y lo seguí atacando y retando ante la menor oportunidad, y él bien pudo romperme la nariz, y las costillas, y las piernas, y sin la menor dificultad.

Pero no lo hizo…

—Adrián… —repentinamente avergonzado, comencé a jugar con mis pulgares.

—¿Hmmm? —se frotaba la nuca sudorosa.

—Supongo que debo agradecerte por no romperme la nariz esa vez que nos conocimos. Y por todas esas tantas veces que pudiste hacerlo y que te di los motivos suficientes, pero que aún así, no lo… hiciste. ¿Por qué no? —.Le miré, involuntariamente conmovido.

El Lobo soltó una estruendosa carcajada.

—Tu nariz es muy bonita como para querer intentarlo. Pero si un día me das motivos… tus labios serán quienes pagarán los platos rotos. Así que, ten cuidado cuando me provoques, ¿eh?

Me ruboricé.

—Idio… —iba a llamarlo idiota, cuando la respiración se me cortó de pronto y sentí un leve mareo. Mi pecho ya estaba dándome graves dificultades y mis palpitaciones estaban demasiado agitadas. Eran como mil mariposas revoloteando, haciéndome daño.

Comencé a jadear y mis rodillas se debilitaron y se doblaron. Sentí como mi cuerpo, amenazaba con desmoronarse.

—¿Te sucede algo? —sólo bastó que yo vacilara levemente, para que el Lobo se pusiera de pie inmediatamente, y se dirigiera hacia mí con tanta premura y eficacia.

Sentí sus manos en mis caderas, sosteniéndome, equilibrándome. Me apoyé en su palpitante pecho, aferrándome a él como si mi vida dependiera de ello, e incliné la cabeza, intentando recuperar aire, esforzándome por regularizar mi respiración que se agitaba cada vez peor.

Intenté desesperadamente tomar aire a bocanadas, absorber todo el de mí alrededor. Adrián comenzó a inquietarse ante la dramática escena, y su rostro detonó preocupación.

—¿Estás bien?

Mantuvo sus manos en mis caderas, que me tomaban con sutileza y firmeza a la vez.

Pasaron los segundos. El viento sopló fuerte y me reconfortó.

—…sí, estoy bien —conseguí arrancarme una sonrisa, al sentir una mejora considerable.

Aliviado, levanté la cara y me encontré con su semblante serio. Bastante serio si debo recalcar.

—Caperucito, nunca me hagas esto de nuevo, ¿entendiste? —demandó con voz grave y autoritaria.

—¿Esto? —mi voz seguía entrecortada.

—Sí, ponerte mal —tragó saliva.

Sonreí tenuemente y le miré.

—No me regañes que me… asusta cuando te pones serio —me encogí de hombros y mordí la comisura de mis labios con actitud resentida y tímida.

El Lobo suspiró profundamente.

—Está bien, lo dejaré pasar esta vez —sonrió y dirigió su cariñosa mano a mi pecosa mejilla para intentar pellizcarla.

Ansioso que lo hiciera, cerré los ojos y presioné mis puños, dispuesto a dejarme mimar. Pero antes de que lograra tocarme el rostro, escuchamos los pasos de Lolo, acercándose a toda velocidad. Derrotado, Adrián retiró su mano cuando mi mejor amigo se plantaba frente a nosotros, todo jadeante.

—Ángel… estás más pálido que de costumbre, ¿te seguiste sintiendo mal? —me preguntó el chico punk en cuanto contempló mi patético y mórbido semblante.

—Estoy bien —le quité importancia con un ademán de mano.

—Sufrió una crisis asmática —respondió repentinamente el pelinegro con gravedad—. Ayúdalo a caminar y haz que repose en alguna banca bajo sombra. Hidrátalo también y abanícalo con algún objeto. Y si continúa sintiéndose mal, avísame inmediatamente.

Lolo asintió con obediencia.

—Por Dios Santo… Adrián es peor que mi madre —susurré sobándome la frente—. Ahora sólo falta que me haga comer vegetales.

—¡Hablas demasiado para ser un moribundo! —exclamó el pelinegro al escucharme—. Y tú Lolo, haz de una vez lo que te he dicho.

—¡Sí, sí!  —mi mejor amigo se apresuró en abrazarme, sirviéndome de apoyo.

Adrián carraspeó la garganta ante nuestra cercanía y se limitó en aceptar que Lolo tuviera contacto físico conmigo, pero a regañadientes.

Ya conmigo en brazos, mi mejor amigo se volvió hacia él y le dijo:

—Olvidé decir que todos los del equipo debemos reunirnos en cinco minutos junto a las gradas. El entrenador anunciará al nuevo capitán del equipo.

Al escuchar eso, el estómago se me regocijó de la emoción.

—¡Vamos! —apresuré a Lolo y comencé a caminar, renqueando, pero de manera apresurada. Debía ser el primero en estar ahí. Pero cuando vi al Lobo, de pie, sin intención de seguirnos, me detuve y me giré en su dirección.

Lo miré con las pupilas dilatadas antes de atreverme a hablar:

—No tardes…—tartamudeé—,…te espero…esperamos allá.

—En un momento los alcanzo Caperucito, antes iré a los vestidores a quitarme el uniforme, suponiendo que la práctica ha terminado por hoy. Necesito con urgencia usar mi chaqueta de cuero para sentirme yo mismo —sonrió levemente—.Se ha convertido como en mi segunda piel.

—Está bien —le di la espalda sin más, y seguí caminando a la par de Lolo, con una sonrisa en los labios y con los hoyuelos bien marcados en cada extremo de la boca.

Repentinamente, todo estaba yendo de maravilla entre Adrián y yo.

Y deseaba con el corazón, que aquello de sonreírnos sin motivo aparente, no acabara nunca…

 

 

*~~~*~~~*~~~*

 

 

 

Reunidos por el entrenador, todos los jugadores nos sentamos en el pasto y formamos un círculo.

—¡Bien chicos! —hizo sonar el silbato para callarnos de golpe—. ¡Es hora de anunciar al nuevo capitán de los halcones blancos!

Me erguí y tragué saliva desde mi asiento mientras Lolo colocaba su mano en mi espalda y me la frotaba como muestra de su apoyo. Las manos me sudaban exageradamente, pero era normal que mi cuerpo reaccionara de esa manera, ya que después de esperar por casi toda una vida, por fin había llegado mi hora de liderar y ser la cabecilla del equipo.

 

Seguro que desde el cielo, mi padre estará muy orgulloso de mí…

 

Me preparaba mentalmente para mi nombramiento, cuando mis ojos dieron con los de Adrián, que regresaba de los vestidores, llevando luciendo ya su típica chaqueta negra que lo caracterizaba. Él, se peinaba con los dedos su cabello de corte mohicano, y se lo hacía para atrás de manera galante.

Intercambiábamos miradas sugestivas y leves sonrisas cuando…

—El nuevo capitán del quipo los halcones blancos es… ¡Adrián Villalobos! —escuché exclamar al entrenador y concluir con un efusivo aplauso.

Primero, fue confusión e incredulidad. Después, fue un potente puñetazo justo en el corazón y un sabor amargo recorriendo y dañando mi garganta.

La sonrisa de mi rostro desapareció súbitamente y los ojos con los que miraba al Lobo, se cristalizaron y le reflejaron un profundo reproche y algo parecido al odio. En cambio, las pupilas de él, emanaban sorpresa y desconcierto ante la repentina noticia.

El entrenador lo interceptó y le pasó el brazo por los hombros mientras todos mis compañeros se ponían de pie y celebraban a su nuevo capitán con gritos y chiflidos.

—Oh, rayos, ¿estás bien? —me preguntó Lolo cuando yo intentaba contener las lágrimas.

Absorto, me levanté, sin reaccionar aún, y comencé a caminar, inerte, lejos de todos y de todo... como un espíritu, un ánima deambulando en el mundo de los vivos.

Permanecí de pie, solo y apartado del bullicio.

 A lo lejos, todos lo celebraban.

Totalmente destrozado, contuve las lágrimas y suprimí los sollozos. Habían mandado a traer una nevera llena de cerveza en lata y brindaban por Adrián. Él sonreía. ¡Sonreía! Estrechaba animado las manos que le felicitaban y recibía eufóricamente los abrazos.

—Perdóname papá —murmuré—. Esta vez, tampoco lo logré. De nueva cuenta, ¡alguien me arrebató el puesto!

Lolo se acercó corriendo hacia mí. Llevaba una cerveza en la mano.

Frente a mi amigo, pretendí no estar tan roto como verdaderamente lo estaba, y me erguí, aparentando estabilidad.

—Tú no tomas —comenté con voz apagada y miré de reojo la bebida alcohólica.

—Lo sé, pero no supe cómo rechazarla cuando me la ofrecieron. Pero eso es lo de menos. Adrián dirigirá unas palabras al grupo… ¿por qué no te acercas y descubres lo que quiere decir? —me miró y abandonó la lata de cerveza.

Aquello, me pareció una ofensa de su parte.

—¡No!  —respondí agitado—. ¿Por qué debería oírlo fanfarronear que ganó un puesto que no se merecía y que realmente le importa un bledo?

—Sé que ha sido injusto pero…

—¡También eres fan del Lobo! Ve a escuchar su estúpido y superficial discurso. Es lo que quieres, ¿o no? ¿Entonces por qué sigues aquí conmigo perdiendo el tiempo?

—Iré, pero no porque esté de acuerdo ni por el hecho que sea su fan. Lo hago porque…

—¡Sólo ve y déjame en paz! —y me crucé de brazos.

—Hablaremos cuando estés más tranquilo —pasó saliva y se marchó.

Entonces miré la cerveza que había dejado junto a mí. Como un repentino impulso por buscar desesperadamente consuelo, la abrí y le di un gran sorbo. Pero… ¡sabía horrible y la escupí al instante, prometiéndome en el interior que sería la última vez que bebería algo tan desagradable! En eso, miré a lo lejos a Adrián, hablándole a su nuevo equipo como lo haría un malvado dictador a su pueblo. No pude soportar tal escena, y decidí marcharme a casa en ese mismo instante para no tener que soportar más esa situación.

 

Así pues, pasé a los vestidores a cambiarme rápidamente. La tarde moría y el frío comenzaba a manifestarse, por lo que saqué el abrigo y la bufanda de mi macuto para ponérmelos.

Ya listo, con ropa limpia y bien abrigado, me alejaba de la cancha sin que nadie notara mi ausencia, cuando…

—¡Ángel! ¡Ángel! —escuché a alguien llamándome con insistencia—. ¡Espérame!

 

No quería que me viera así. Estaba a punto de deshacerme.

Debía lucir tan patético y me encontraba poseído por sentimientos venenosos.

 

Pero sabía que estaba tratando con Adrián y que él no desistiría, no me dejaría en paz, por lo que me detuve en seco, y con la cara mirando el suelo, presioné con fuerza mis puños, al igual que mis encías.

—¿Cómo pudiste? —le reproché, con un hilo de voz que amenazaba con romperse.

 Adrián llegó corriendo y se detuvo detrás de mí.

—En verdad lo lamento. No me esperaba que me nombraran capitán. Me ha tomado por sorpresa. Y sabes lo mal que jugué en el partido amistoso. Mi actuación fue lamentable —sonrió escéptico—. Y soy nuevo aquí, es por eso que no lo entiendo.

—¡Te olvidas que eres el gran Adrián! —enfaticé con lengua viperina—. ¡Al que todo le va bien y el que me arrebata todo lo que creo importante para mí! —exclamé—. ¿Sabes cuánto me esforcé por ese puesto? ¿Cuánto lo añoré? ¿Por cuánto tiempo? ¿Y llegas tú y sin méritos te lo quedas? Dime, ¿lo crees justo? ¡No sabes lo que significaba para mí! Pero… ¡no sé por qué me sorprendo! ¡Supe, desde que te vi llegar, que todo terminaría mal! Y no me refiero sólo a tu arribo al club esta tarde, ¡sino desde ese preciso momento en que llegaste a mi vida!

Las lágrimas comenzaron a escapar de mis ojos, pero me apresuré en limpiármelas y en ocultar mi rostro de su inquisidora mirada, decidiendo así, evadirlo a toda costa. No quería que me viera llorar. No de nuevo… No le daría ese gusto.

Él puso su mano en mi hombro, meramente alarmado.

—Caperucito, lo lamento. No fue mi intención. Mi único propósito para entrar al club, era —dejó escapar un suspiro—…para estar contigo.

—¿Para estar conmigo? ¿Que no te das cuenta que cada vez que te entrometes en mi vida, me haces daño? Si no me crees, ¡esto que acaba de suceder afirma mis palabras!

—Yo no lo esperaba. Entiéndelo y escúchame —Adrián me atrapó del brazo y yo me hice el desentendido—. ¡Qué me escuches, joder!

—¡No quiero escucharte! —me zafé bruscamente, y tensé la mandíbula.

Pero el Lobo decidió lidiar con esta, su presa rejega.

—¡Me escucharás! —me tomó violentamente de los hombros y me sacudió.

Gracias a una desconocida fuerza descomunal emanando de mi interior, logré liberarme por segunda ocasión y acomodándome el macuto, comencé a caminar velozmente, en dirección a casa, huyendo de él, del club, ¡de todo!

Sin dignarme siquiera a mirarle, me apresuré en marcharme lejos de ahí. Pero como era de esperarse, Adrián me siguió detrás.

—¡Escúchame, carajo!

Lo vi dirigirse a mí mientras me gritaba. Le metí velocidad a mis pasos y me adentré en los árboles. Tenía una rabia tan intensa atorada en mi garganta, que apenas podía pasar saliva. Toda una amalgama de sentimientos lastimeros estrujaba mi frágil y bondadoso corazón, y lo oscurecían.

Sin detenerme, seguí la vereda que cruzaba la espesa arboleda. Y caminé sin volver atrás, desatendiendo a sus enfáticos llamados y a sus órdenes de que me detuviera.

Logré divisar a lo lejos la motocicleta del Lobo, escuchando a la vez, el leve murmullo del tráfico, señal que estaba a unos cuantos pasos de dejar lejos la arboleda, y próximo a llegar a la concurrente avenida de autos. Pero antes de que pudiera dar un paso más, Adrián logró alcanzarme, cogiéndome con fuerza de la muñeca, y obligándome a que me girara hacia él.

Frente a frente, le fulminé con la mirada, con mechones de cabello esparcidos en mi rostro.

—¡No tienes idea de cuánto te odio! —le grité con tanta rabia y golpeé su pecho.

Ante mi intensificada manifestación de odio, sorpresivamente el Lobo me atrapó de las caderas, rodeándola con su brazo izquierdo, y me atrajo a él con violencia, aferrándome a su endurecido cuerpo. Y con su otra mano libre, me tomó del rostro y presionó mis mejillas con fuerza.

El aire se me fue de pronto…

—Me haces… daño —me quejé, mientras él me estrujaba el rostro.

—¡Eres tú el que me hace daño! —exclamó—. Dices que estás muy enojado conmigo, ¿cierto? Pero debo informarte… ¡que soy yo el que realmente está furioso contigo! ¿Recuerdas a quien dije que le iba a cobrar los platos rotos si me hacías enfurecer? —y miró mis labios.

No, no podía. No debía. ¿No había hecho una promesa? ¿No era un hombre de palabra? 

Le miré y le advertí con los ojos dilatados que no se atreviera.  Le rogué.

 Pero él definitivamente iba a hacerlo, así que logré zafarme, e inmediatamente me di la vuelta, dándole la espalda, con el corazón saliéndose de mi pecho.

Intenté dar unos cuantos pasos para alejarme, pero él me atrapó del brazo, con una fuerte presión y colocándose frente a mí, me bloqueó el paso.

—Dime… ¿planeas huir de mí nuevamente? —me apremió del brazo—. ¿Te asusta no poder contenerte más? ¿Temes besarme?

—No sé de lo que hablas. Te… odio, y no confío en tus palabras. No creo en que yo… ¡realmente te guste! ¡Y nunca lo creeré!

—¿Mis sentimientos por ti son más claros que el agua y no los puedes ver? ¡Me declaré y no lo quisiste creer! Te lo demostré con un beso, ¿y no fue suficiente prueba para ti? Mandé a la mierda a Carla, ¡¿y sigues preguntándotelo?! ¡No hay peor ciego que el que no quiere ver! ¡Evades la realidad a toda costa creando pretextos infantiles! ¿De qué huyes exactamente Ángel? —apretó la manga de mi abrigo—. ¿Por qué te obligas a odiarme y a negarme? ¿A mí y a estos sentimientos que profeso por ti?

—Suéltame…

—Te diré el porqué. ¡Porque temes enamorarte de mí! ¡Temes perder la cabeza por este Lobo! Porque, por más que lo niegues, sabes que es posible. ¡Huyes de mis sentimientos, porque temes que ellos te atrapen!

Resoplé con aire desmoralizado.

—¿Te crees mucho no? ¡Crees que todo el mundo está enamorado de ti! Pero yo no estoy entre el resto, ¡engreído y arrogante de mierda! —golpeé su pecho endurecido de nueva cuenta.

—Me parece divertido que te sigas resistiendo. Pero eso no me hará resignarme, al contrario. Qué no ves, que entre más te resistas, ¿más ocasionas que desee poseerte?

Tensé los labios, sin saber que más agregar y por enésima vez, intenté escapar, pero Adrián volvió a jalar mi brazo llevándome hasta él, con ese terco afán por atraparme de las caderas. La rodeó con sus dos brazos, alcanzado a rozar mi trasero. Arraigado a su cuerpo, forcejeé y manoteé, golpeando repetitivamente su pecho con mis puños, pero me tenía bien sujeto con una fuerza descomunal de la que esta vez no logré liberarme.

—Vamos, deja de fingir. Sé que no te soy tan indiferente —vanidoso, sonrió de media boca—.Y toda esta violencia tuya, es sólo el reflejo de que estás molesto, pero contigo mismo, porque no eres capaz de odiarme como en realidad quisieras.

—¿Qué diablos dices? —me escandalicé—. ¡Ya te lo dije! ¡Yo no siento nada por ti! ¡Sólo te detesto! ¿Qué palabras debo usar para que lo comprendas?

Él sonrió con una sarcástica petulancia.

—¡Bien! Sigue utilizando ese pretexto que no te servirá eternamente para ocultar lo que en verdad sientes por mí.

—¿Quieres ver lo que realmente siento por ti? —y sin pensarlo, inconscientemente, poseído por un impuso irracional e idiota, le escupí, y mi saliva le salpicó el rostro.

Adrián se quedó paralizado y apartando su mano derecha de mi cuerpo, la llevó hasta su cara para limpiarse con ella de manera pausada. 

  —¡Y que esta experiencia te sirva Adrián! ¡Jamás podrás conquistarme! —grité, aunque en el interior, me encontraba arrepentido y perturbado ante mi propia acción— ¡Porque no soy homosexual! ¡Tan sólo la idea me repudia! ¡Aunque se trate de ti! ¡Al que todo el mundo desea! Y aunque creas que por tu apariencia y por tu gran… pene, puedes tener a quien quieras a tus pies, ¡de menos a mi no! ¡A mí no me tendrás nunca! —vociferé.

Adrián, que todavía se secaba el rostro, me tomó del hombro con violencia y me sacudió como si fuera un muñeco de trapo.

-¡¡Ya me hartaste!! —gruñó—. ¡Te aprovechas de que te quiero! ¡Y ha sido suficiente!

—Suéltame, que me largo a casa en este instante —le ordené airado.

—No te irás. Te demostraré que a ti también te voy a poseer como a todas las demás. Y ahora mismo —amenazó—. Estoy harto der ser respetuoso y esperarte, harto de hacer lo correcto, harto de conquistarte a la buena. ¡Al parecer no lo estoy haciendo bien! Ni siquiera sé hacerlo, ni tengo las ganas de seguir intentándolo. No puedes imaginarte ¡qué tan indignado me siento que no caigas a mis encantos como todo el mundo ha hecho! ¡Lastimas mi orgullo de conquistador! ¡Sentimiento que me obliga a pensar, si debo ser yo mismo y conseguirte a mi manera, a mi modo!

Mi alma tembló. ¿Realmente iba hacerlo? ¿Había llegado a su límite?

Jadeé y lo alejé con mi mano en su pecho.

Pero, sin que lo viera venir, con una fuerte arremetida, Adrián me lanzó al pasto…

 Y caí entre docenas de flores.

Sosteniendo y uniéndome las manos arriba de mi cabeza, me mantuvo preso e inmóvil bajo el peso de su cuerpo. Aprisionándome bajo su carne. Hincado sobre mí, sus rodillas bordearon cada extremo de mis caderas.

Y callamos de golpe nuestras bocas y cualquier maldición emanando de ellas. Nos quedamos quietos, letárgicos, con avivadas exclamaciones de aliento, afectados ante la extraña sensación que nos proporcionaba nuestros cuerpos allí, tumbados en la hierba, haciendo fricción, uno encima del otro, en constantes roces y con nuestras agitadas respiraciones chocando violentamente entre sí.

Confundido, parpadeé varias veces, sin saber exactamente lo que sucedía. Era de pensamiento tan puro, que al instante no fui consciente de la perversión del acto mismo, de lo que significaba que él me tuviera así, tendido en el suelo. Hasta que una parte de mí pudo verlo en el reflejo encendido de sus ojos, y sentirlo en cada centímetro de mi piel ya erizada y estremecida.

Ambos nos miramos, con las pupilas dilatadas. Sus iris reflejaban un fuego en su mirar que nunca había apreciado. Mientras mis ojos reflejaban desconcierto, los de él una profunda y vehemente avidez.

Y por más que me esforcé para no mostrarme afectado ante la situación y en la desventajada posición en la que me encontraba, mis reacciones corporales me traicionaron y delataron…

¡Pero en qué estaba pensando al creer que podía mantenerme sereno, sosegado! Ya que, mientras que mi cuerpo mantenga el más leve contacto con el de Adrián, jamás lograré la estabilidad emocional…

Encogiéndome de hombros me hice pequeño, con estupor en las mejillas, y con cada parte de mi ser vibrando…

 

Escucharle respirar tan cerca…

Llamándome.

 

 Escucharle tan agitado, a causa mía.

 

*

 

Con su aura cargada de celo…

 

*

 

Sí, él olía a celo. Mi piel detectó y absorbió ese aroma en cada poro.

 

—Estás temblando, Caperucito. ¿Tanto te asusto? ¿Tanto te afecta que me encuentre así?

Con una agitación desmesurada, tragué saliva, y mi rostro fue el reflejo de la angustia y temor puro. Seguía sin saber con claridad lo que el Lobo pretendía al tenerme en esa posición, ni lo que yo realmente quería esperar de él.

—Adrián, qué estás haciendo… —lo miré desconcertado.

Él me hizo callar con un siseo.

—Te diré un secreto, Caperucito —susurrante, acercó sus labios a mi oído—: En mi mente, ya te he hecho el amor mil veces…

 Engrandecí los ojos, abatido, afectado de sobremanera. 

—… y en mis sueños, lucias igual de perfecto, como en este momento lo estás.

Mis pecosas mejillas se ruborizaron aún más, mientras sus oscuros orbes me contemplaban con una incomprensible fascinación.

—Te ves tan hermoso, así, tendido en la hierba, debajo de mí. Con el miedo reflejado en tu mirar y con el temblor atacando escandalosamente tus labios. Eres un buen cuadro digno de admirar. Y admito, que luces bien vestido de pudor —murmuró con derretida voz—, pero lo que realmente deseo y pretendo, es desnudarte de él. Arrancarte a tirones la inocencia, como si fuera ropa.

—Deja de bromear —pasé saliva, sobresaltado.

—No bromeo. Nunca he bromeado. Sobre nada. Dime, ¿en estos momentos, un chico tan simplón como tú, sigue pensado en ponis?

Adrián se acercó a mi rostro, con un desesperado impulso por besarme…

 Escandalizado, cubrí inmediatamente sus ansiosos labios con mi blancuzca mano, sintiendo las perfectas curvas y los bordes de su carnosa boca marcándose en mi palma. Él apartó mis dedos con un movimiento casi brusco y se abrió camino de nueva cuenta hacia mis finos y rosados labios. Giré la cara y logré sentir, cómo su boca alcanzaba a rozar la mía mientras la evadía…

 Pero el tacto fue tan leve y tan fugaz, que apenas puede sentir un leve cosquilleo; casi inexistente como para llamarlo un beso.

Indignado y resentido, instintivamente liberé una de mis manos, y me apresuré en darle una bofetada, que le volteó y le marcó la mejilla, escuchándose un sonido sordo. El castigo por su atrevimiento, había sido más fuerte de lo que yo realmente pretendía, y aterrado, rogué para que la mitad de su rostro no se partiera en mil fragmentos.

Adrián me miró, serio, con su mejilla en llamas, más determinado que antes.

—Detente —titubeé—. ¡Apártate! ¡Apártate! —le pedí desesperado mientras pataleaba.

¿Acaso iba a sobrepasarse? ¡Estaba totalmente agitado, no podía quitármelo de encima! Mis fuerzas se encontraban mermadas. Él de alguna manera… me debilitaba. Su voz en mis oídos, sus manos sobre mi cuerpo, todo aquello me arrebataba cualquier tipo de fuerza, o de cordura.

—Si no quieres que te bese, no te obligaré. Pero…eso no significa que me detendré. No te dejaré marchar hasta que consiga lo que busco —gruñendo, acechó la curva de mi cuello.

Adrián me mordisqueó con suavidad el lóbulo caliente del oído, y su mano indagó bajo mi abrigo. Mi boca emitió un sonido parecido a un jadeo, y arqueé levemente la espalda mientras sus fríos dedos, acariciaban mi tibio y pálido vientre de chica con desmedido deseo.

Arrebatadamente, me sacudí.

Mis vellos se erizaron. Y cada parte de mí. Mi cuerpo comenzaba a experimentar extrañas sensaciones nunca antes exploradas y estaba asustándome su reacción. Era como si mi cuerpo… estuviera respondiendo de manera positiva ante los estímulos del Lobo.

—Déjame marchar, por favor… —imploré, delirante.

Pero el Lobo no tenía intenciones de liberar a su presa, y continuó desatendiendo a mis desesperadas súplicas. Estaba cabreado y decidido.

Sobresaltado, coloqué mis manos sobre su pecho intentado en vano de alejarlo cuando osada, su acuciante mano repentinamente descendió hasta mi muslo, rozándolo y masajeándolo con lascivia. Pero no permanecería ahí por mucho tiempo. Tenía la oscura intención de acercarse hacia un punto más peligroso. Aguardaba con el propósito de llegar a esa protuberancia que se marcaba y sobresalía de mi pantalón…y que me hacía un hombre.

Un espasmo sacudió mi cuerpo violentamente y mis entrañas se estremecieron, cuando sus morenos dedos se arrastraron lentos y decisivos hacia esa área íntima…; misma que ya sufría un desconocido cosquilleo y se sentía incipiente.

 Y terriblemente asustado, las lágrimas comenzaron a fluir, como cascadas.

Y estallé.

—¡Si vas a hacerlo, hazlo! —grité con el mentón tembloroso mientras mis ojos se inundaban en lágrimas—. ¡Si sexo era lo único que buscabas de mí desde un principio, no te detendré más! Pero después de que satisfagas tus bajos instintos, ¡no me vuelvas a buscar! ¡¿Oíste?! ¡¡Jamás!! ¡¡Te olvidarás de que existo!!

Adrián detuvo sus manos y su boca abruptamente, y me lanzó una mirada desconcertante, tensando la mandíbula hasta el punto de casi escucharla crujir.

—¡¡MALDICIÓN!! —impotente, golpeó fuertemente el suelo -con los nudillos ya sangrantes-,y se puso de pie, apartándose de mí.

Y como un Lobo, lanzó un desesperado y desconsolado aullido al cielo.

Yo me quedé ahí, tendido en la hierba, sin moverme, en estado de shock, en la misma posición en la que él me había dejado, palpitando inmoderadamente mientras miraba el crepúsculo del atardecer y al mismo tiempo, nada en particular.

—Escúchame Ángel… ¡¡no te aseguro que pueda protegerte de mí mismo para siempre!! —dicho esto, se alejó violentamente, pateando todo aquello que se le atravesaba en su camino, totalmente frustrado, hecho un toro enfurecido.

Finalmente, escuché que arrancó bruscamente en su moto.

 Y se marchó, como el alma que lleva el diablo…

Notas finales:

Si creen que Ángel llegó al límite con su rechazo esta vez, tan sólo esperen, que todavía falta más idiotez de su parte. (La idiotez suprema) Si creen que quieren matarlo por esto, en otro capítulo venidero, cuando menos se lo esperen, tendrán sus manos apretando su cuello. Je, je.

Gracias por leer, el capitulo que sigue será un tanto largo, por lo que imploro paciencia. En mi pag de Facebook daré un adelanto de este.

Saludos. Y recuerden, a todos aquellos que se toman su tiempo para escribir aunque sea un breve mensaje, en verdad, los tengo en mi corazón. 


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