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BOY LOVE BOY por Nanami Jae

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Notas del capitulo:

¡Ay dios mío! ¡Ay dios mío!


Estaba a punto de cometer el peor error de mi vida.


Pero quería condenarme…

Capítulo 15: El columpio

(Segunda Parte)

 

 

— No te apartes de mí —me musitó Adrián.

Tembloroso, asentí con la cabeza.

El pelinegro lanzó una mirada penetrante a los pandilleros.

— ¡En serio que lamento interrumpir tu cacería, Lobo! —jocoso, mencionó aquel rubicundo que encabezaba la comitiva, y que era el más fornido y viejo en comparación de los cinco chicos que aguardaban detrás de él. Se detuvo a unos cuantos pasos cerca de Adrián, haciéndole frente con actitud retadora—. Pero has de entender que necesito arreglar ciertos asuntos contigo, Alfa, y con suma urgencia.

Aquel tipo fanfarrón que fácilmente podía llegar a los cuarenta años, llevaba la piel marcada por heridas que ya parecían añejas. Y su cara, que estaba curtida, tenía leves rasgos simiescos. Su nariz era aguileña y tenía el labio deforme, defecto posible por su vida de pandillero. Sus hombros eran anchos y su mano empuñada dejaba ver las callosidades de sus nudillos.

Me quedé quieto, refugiándome detrás de Adrián como todo un crío asustado.

— ¿Qué busca el líder de la pandilla Los Locos conmigo? —Adrián elevó el mentón.

— ¡Pero bueno, no seas maleducado! ¿Por qué primero no me presentas a tu amiguito?—soltó una risotada deliberadamente, refiriéndose a mí—. Será que… ¿es tu nuevo Charlie?

— ¿Charlie? —Dubitativo, pasé a mirar a Adrián—. ¿Quién es Charlie?

Él rostro inalterable y endurecido del Lobo cambió drásticamente de expresión ante la mención de tal nombre. Más allá de un sentimiento de ira, logré percibir algo más en sus ojos, que ausentes y vacíos, me pareció encontrarlos perdidos en un tiempo muy lejano, invocando recuerdos. En su faz, se acentuaba levemente un semblante doliente, como a quien le tocan una vieja y profunda herida proveniente del corazón.

Era un profundo sufrimiento… enmascarado de coraje.

Sí, definitivamente la “ira” de Adrián, era sólo un encubrimiento de un profundo y silencioso pesar.

 

“Charlie”

 

¿Podría un simple nombre, causar tanto dolor en alguien?

 ¿Un “Charlie” podía romper a un chico tan estoico como lo era Adrián?

—Tu sucia boca no debería mencionarle siquiera —sombrío, intervino el Lobo, rechinando los dientes.

Aquello, había sido claramente una advertencia a considerar. Pero, a pesar de estar molesto, Adrián supo conservar la calma y me aferró a su mano, respirando hondamente.

El líder de Los Locos se soltó a reír escandalosamente.

—Me pregunto… —se acarició la espesa barba—, cuánto sufrirías esta vez, si a este chico…—noté cómo sus ojos pasaban a mirarme de nuevo—…le llegara a pasar lo mismo que a Charlie…Sería una desgracia, ¿no crees?

Si la mención de Charlie había logrado trastocarlo, esto último fue la gota que derramó el vaso. Los ojos umbríos de Adrián se incendiaron en furia pura. Un sentimiento venenoso, total y radical, tensó e hizo vibrar cada parte de su cuerpo, encendiéndolo a llamas vivas. Dio un paso determinante hacia  adelante, con el lomo ya erizado al igual que un lobo. Sin decir palabra alguna, apretó su navaja dentro de su puño, y se escucharon sus nudillos crujir. Su mirada era letal, y seguía reflejándose en ella, el fantasma cruel de su pasado. Era la mirada de un asesino. De una bestia. Estaba tan colerizado, que hasta parecía echar fuego por la boca, y logré percibí que sus piernas se movieron un centímetro, excitadas, haciendo el amago de atacar.

— ¡Anda, golpéame! ¿Qué es lo que te detiene? —El hombre extendió los brazos, totalmente confiado y mofándose libremente—. ¿Es por la desventaja numérica en la que te encuentras? ¡Pero un momento, que eso jamás te ha detenido, según lo que se dice de ti! Nunca te importó tu bienestar físico. ¿Entonces ahora por qué te frenas?

Adrián escupió en el suelo con desdén.

—Deja de parlotear y lleguemos a un acuerdo —demandó.

El hombre engrandeció los ojos.

— ¿Qué dices? ¿Acuerdo? ¿Desde cuándo el Lobo quiere resolver los problemas diplomáticamente? ¡Un verdadero pandillero no elegiría esos términos! ¿Será que ese chico detrás de ti, es el que te detiene a dejarte llevar por tus instintos violentos de peleador callejero a los que siempre has sucumbido? ¿Temes que contemple la bestia sanguinaria que puedes llegar a ser?

Adrián no respondió, sólo le dedicó una mirada penetrante que le prometió sangre y muerte. Su contrincante palideció de pronto ante ella y acalló abruptamente su risa, adaptando una posición defensiva y precavida. Aquello, era el “efecto Adrián”. Su mirada podía llegar a ser escalofriante y su arma más confiable e intimidante.

 —Los enemigos silenciosos, suelen ser los más peligrosos —señaló reflexivamente el rubicundo pandillero—. Tú no adviertes, simplemente atacas, sea hoy o mañana. Y ya has marcado esa presa como tuya, como para permitirme ponerle las manos encima, ¿cierto? —frunció el ceño, tragando saliva.

—Me parece perfecto que lo entiendas —gruñó Adrián, aún clavándole la mirada.

—Pero tranquilízate, que ni siquiera conozco al chico que te acompaña como para tener interés en él —volvió a pasar saliva—. Él en definitiva, no es el asunto que me trae aquí. A menos que, esté de alguna manera involucrado con el asunto de mi hermano Julio.

— ¿Julio? —Adrián apretó los dientes—. Debo decirte que tu querido hermanito no sabe comportarse, por lo que tuve que enseñarle modales.

Al escuchar las palabras del motociclista, el líder de Los Locos suprimió con fuerza su puño y explotó:

—Es por eso que estoy aquí, para responder en nombre de mi hermano y dejarte en claro que soy yo, ¡el único quien va a educarlo! ¡No tú, ni nadie más! Dime Alfa, ¿cómo vamos arreglarnos? ¡Porque está más que claro que no podemos dejar las cosas así! ¡Y te juro que si ese chico que resguardas detrás de ti, tuvo que ven en algo…!

— ¿Eh? —titubeé nervioso, ya que al fin y al cabo, aunque de manera indirecta, tuve que ver con todo esto, y llevaba puesto el uniforme del club de futbol al que pertenecía su hermano, y eso podría ser una pista irrefutable para que el pandillero sospechara de mí.

 Temí por mi seguridad. Pero Adrián se apresuró en encararlo en mi lugar:

—Te lo advertí hace un momento, a él no lo tocarás —señaló, circunspecto.

— ¡Pero si él estuvo implicado en…!

—No es necesario que busques ajustar cuentas con un tercero. Yo daré la cara por este chico, de la misma manera que tú responderás en el nombre de tu hermano. Fui yo quien inició todo esto. Fueron mis nudillos quienes hicieron papilla la nariz de tu hermano —Intervino con mordacidad el Lobo—. Yo dejaré en paz a Julio, y tú al chico que me acompaña. Esto será entre tú y yo a partir de este momento.

El hombre chasqueó los dedos.

—Sé que te agrada la idea de que así sea —continuó el Lobo—, porque es sabido por todo el mundo, que todo este tiempo has estado esperando enfrentarte a un duelo conmigo. ¡Pues bien! Esta es tu oportunidad. Aceptaré cualquier término que impongas, pero antes, dejarás marchar a este chico, tenga o no, que ver con todo esto —y me señaló Adrián—. Gane o pierda, la deuda quedará saldada después de nuestro encuentro. Y te prometo, que la Manada no tomará represarías futuras contra ti, ni tu hermano, ni contra ningún adepto de tu pandilla. Pero antes, como ya lo mencioné, debes dejar marchar  al chico. Y ahora mismo.

— ¿Qué dices? ¿Pretendes que deje ir a tu acompañante para que se apresure en alertar a los tuyos? No lo creo… —sonrió de medio lado—. ¡Eddy, Lucas, encárguense del chico! —ordenó a dos de sus hombres.

Adrián sacó a relucir su navaja plateada ante la luz de la luna, y amenazó a Lucas y Eddy con su punta filosa, rozando sus cuellos antes que lograran acercarse a mí.

—Que tus perros no se le acerquen… —enrabietado,  le advirtió al rubicundo, apretando la quijada—, que les abriré la garganta en este momento, sin pensármelo.

—Tranquilízate Lobo —puso las manos en alto, como gesto inofensivo—. Estás malinterpretándome. Mis chicos sólo se asegurarán de que el chaval no interfiera de ningún modo en este enfrentamiento que es solo nuestro. ¡Entiende que por ese motivo no puedo dejarlo ir! Y es bajo esta única circunstancia en la que estoy dispuesto a pactar contigo: No le tocaremos ni un cabello a tu presa, pero se ha quedar aquí, bajo la vigilancia de Lucas y Eddy.

Adrián miró a los pandilleros, que ahora nos rodeaban y nos rebasaban en número, y supo, que no estaba en posición de debatir.

—Ningún cabello —quiso confirmar—. Y la promesa de que la Manada no interferirá en este asunto, sigue en pie.

— ¡Ningún cabello le será tocado! —le rectificó—.Como tú dijiste: el problema es entre tú y yo. Y lo resolveremos… a mano limpia —el hombre sacó una navaja y la arrojó al suelo—. Líder contra líder, ninguno de mis subordinados interferirá. Es una promesa. Esto es un asunto personal como para dejar que interfieran terceros. ¿Te parece bien el acuerdo?

 Adrián me soltó de la muñeca. Aquella acción me hizo sentir desolado, vulnerable, ¡devastado!

 La tranquilidad me abandonó y  el aire comenzó a faltarme.

—Acepto los términos —bastante confiado, Adrián maniobró en su mano su navaja, presumiendo su habilidad para controlarla, y la arrojó fuera de su alcance, para después chasquearse los dedos.

—Adrián no lo hagas… —angustiado, intenté interferir, pero uno de los chicos que ya me vigilaba, me empujó para atrás.

—Quieto, quieto —me achuchó—. Te quedas aquí sin intentar nada. Dejemos que los adultos resuelvan sus problemas.

—Ángel, obedéceme esta vez y no hagas nada imprudente —me advirtió Adrián, mirando a su oponente y a mí simultáneamente—. Sólo quédate quieto mientras termino con esto.

El hombre rubicundo chocó sus puños entre sí y tiró puñetazos al aire, fanfarroneando de agilidad y fuerza.

—Veamos si tu juventud le gana a mi experiencia, Lobo —bastante entusiasmado, el líder de Los Locos adoptó una posición de ataque.

—Y quién dice que además de juventud, ¿no poseo experiencia? —respondió el pelinegro, flexionándose el cuello y deshaciéndose de su chaqueta de cuero para sólo conservar una delgada camisa de resaque que hizo relucir sus brazos bien trabajados y fibrosos.

—Vaya… ¿no crees que eres demasiado creído para ser un crío? —interpeló el rubicundo.

— ¿Crío? —sonrió con tono mordaz el pelinegro—. ¡Soy todo un hombre!

—Veremos qué tanto lo eres… y si como ladras muerdes, Lobo.

Su contrincante le ganaba en peso, altura y edad, sin embargo, el Lobo no parecía ni un poco preocupado por lo que pudiera llegar a pasarle.

 Parecía ser yo el único angustiado por su bienestar.

—Por favor, deténganse… —supliqué, pero quienes me vigilaban me mandaron inmediatamente a callar, y me sostuvieron de los brazos cuando intenté interferir.

Sin mas, me mantuve quieto en mi sitio, decidiendo confiar en las habilidades de Adrián. También lo hice para que mis estúpidas e imprudentes acciones no le causaran más problemas de los ya provocados.

El Lobo se puso en guardia, tomando la postura de un boxeador profesional. Separó levemente las piernas y flexionó medianamente las rodillas. La punta de su pie derecho la colocó al frente, en paralelo con el talón de su pie izquierdo, sosteniendo sus plantas firmemente en el asfalto. Relajó y encogió sus hombros, con el torso tirando levemente hacia adelante, y con el mentón abajo. Su puño derecho cubrió su rostro desde la altura de sus pómulos, y su puño izquierdo, se colocó partiendo desde la altura de su barbilla, logrando que de esa manera, el largo de sus brazos protegiera parte de su rostro y puntos vitales de su caja torácica. Su cara tenía un semblante serio, y en sus ojos se reflejaba la astucia de un lobo que estaba a punto de enfrentarse a un cazador.

Después de posicionarse uno frente al otro intercambiando miradas, la contienda por fin inició…

Adrián asestó el primer golpe que sorprendió la mejilla del rival. Al parecer, el Lobo tenía planeado acabar con la pelea lo más rápido posible. El hermano de Julio ignoró el daño en su rostro, y lanzó un puñetazo recto como respuesta, pero los ojos del Lobo predijeron tal movimiento y lo bloqueó sin problema alguno. El rubicundo gruñó ante el hecho.

Mi corazón iba a mil, jamás había estado tan angustiado. Pero a diferencia mía, el Lobo se encontraba tranquilo y relajado. Comenzó a atacar y cubrirse de la ofensiva de su rival con inteligencia e instinto. Ejecutó movimientos de cadera, girando levemente su cuerpo, dándole así potencia a sus golpes. Lanzó toda una combinación de puñetazos y patadas impresionantes y ágiles, tan rápidas como rayos que me constó seguirlas con la mirada.

— ¡Paren ya! —sollocé al ver cómo ambos se lastimaban sin miramientos y de cómo los nudillos del Lobo comenzaban a sangrarle—. ¡Por favor…!

Era una pelea sucia entre dos pandilleros, sin réferi, sin restricciones, ni reglas. En donde todo estaba permitido. Un espectáculo cruel de boxeo que mis ojos no soportaban ver.

Durante la pelea, en medio de esa violencia desatada, tuve la ligera impresión que Adrián me miraba continuamente, que en instantes estaba más al pendiente de mí, que del mismo oponente que tenía en frente. ¡Estaba cuidándome! Se aseguraba que los hombres que me tenían retenido, realmente cumplieran con su parte y no me tocaran ni un cabello.

 ¡Pero no era prudente desviar la mirada de su atacante! ¡Era él quien se encontraba en constante riesgo y no yo!

Sin que sus ojos dejaran de vigilarme ni un segundo, con un golpe elevado, Adrián impactó el mentón del rubicundo, que lo hizo retroceder tres pasos, haciéndole perder el equilibrio. Aprovechó aquel destanteo de su contrincante para abalanzarse sobre él, y lo tomó de la cabeza, zampándola  sobre la pared. Pero el hombre se recuperó y logró escabullirse de entre las piernas de Adrián.

Adrián lo siguió, a esa presa que comenzaba a huir; a sentirse incapaz de enfrentarlo.

Logré sentir un ápice de tranquilidad al saber que Adrián iba ganando el encuentro. Eso hasta que…

 Para complicar las cosas, uno de los chicos que me retenían, comenzó a sentirse curioso sobre lo que podría llevar dentro de las bolsas de mi macuto deportivo. O tal vez, sólo buscaban distraer a Adrián y evitar su victoria.

— ¿Puedo echar un vistazo, niñito? —Lucas me sonrió, malintencionadamente—. Necesito plata, y tú podrías prestarme.

Sentí cómo el Lobo pasó a mirarme, y tal distracción, le costó un repentino y potente golpe que le tomó desprevenido y que impactó su mejilla, haciéndolo caer al suelo.

—Adrián…  —mis labios temblaron.

—  ¿Por qué te desvías? ¡¿Soy lo demasiado insignificante para no merecer tu atención?! —sulfuró su contrincante.

Lucas forcejeó conmigo para que le diera mi macuto, por lo que Adrián continuó ignorando a su adversario, centrando su mirada en mí. Como consecuencia, le sorprendió una patada que impactó esta vez su quijada. Y se escuchó un ruido sordo.

 Fue tan potente el daño recibido, que le volteó completamente la cara y le alborotó el cabello.

— ¡Nooo! —grité escandalosamente al mirar aquel líquido escurriendo sobre su piel.

El rostro del Lobo goteaba sangre. Sí, ese perfecto y varonil rostro que siempre envidié, se encontraba atravesado por una herida.

— ¡Qué pasa Alfa! ¡Pareces muy distraído hoy! ¡Estás decepcionándome! —Sonrió el hombre—. ¿No vas a levantarte?

Como respuesta, Lobo se sobó la quijada, y sombrío, dejó ver una sonrisa malintencionada, diciendo:

—Golpeas como una puta niña. Te enseñaré cómo se hace. ¡Y también a ese jodido adefesio si no deja de molestar a Ángel! ¡Le mutilaré los brazos!

Lucas no se detuvo pese a la advertencia, y me tomó de la muñeca, para después someterme y arrebatarme el macuto.

Aquello fue suficiente motivo para que el Lobo se pusiera de pie y se dirigiera hacia nosotros, hecho una furia.

— ¡Adónde vas! ¡La pelea es conmigo! —el líder de Los Locos lo detuvo y le bloqueó el paso.

El Lobo se volvió hacia el líder.

— ¿Eso quieres? ¿Qué termine primero contigo? ¡Bien! —Más furioso que antes, con su puño derecho, Adrián le zampó un puñetazo en el diafragma que sofocó al rubicundo, dejándolo sin aire por varios segundos. Pero este se vio obligado a recuperarse al instante, e intentó contraatacar, sin embargo el Lobo no le dio oportunidad, y se pegó al cuerpo del hombre sin romper su guardia, impactando golpes de ganchos repetitivamente  a sus costillas derechas. Y ahí, le puso la pierna entre las suyas, derribándolo al suelo. Se montó sobre él y continuó con su incesante lluvia de puños sobre el rostro de este.

—Agh da… —gimió inarticuladamente el líder de Los Locos, mientras su rostro era golpeado con brutalidad.

A punto de que su contendiente perdiera el conocimiento, uno de los pandilleros perdió los estribos y se dirigió hacia Adrián, interfiriendo en un enfrentamiento que hasta ese momento había sido sólo de dos, rompiendo así, el acuerdo al que se había llegado.

— ¡Adria…!  —Intenté a advertirle, pero uno de mis custodios me alcanzó a cubrir la boca, y lo único que hice aparte de regocijarme desesperadamente, fue ver cómo aquel chico sorprendió al Lobo con un codazo en la cabeza.

 

 

 

 

 

 

 

 

Lancé un grito ahogado, retorciéndome entre los brazos de los que me retenían.

Adrián quedó destanteado por unos segundos por el impacto y se apartó como pudo del cuerpo ahí tendido que estaba fuera de combate. Tambaleándose, se puso como pudo de pie, dispuesto a enfrentarse a su nuevo agresor. Pero aquel pandillero, no fue contrincante de su altura, puesto que sucumbió en cuanto los nudillos de Adrián le reventaron el labio con un golpe de revés. Pero, mientras que Adrián se ocupaba de aquel entrometido chico, el hermano de Julio se levantó repentinamente del suelo, y escupiendo sangre, sacó una navaja que llevaba oculta entre sus ropas.

Desesperado, intenté zafarme de las manos que me retenían, protestando.

 ¡De esa manera, Adrián no podría salir ileso de todo esto!

— ¡Eres hombre muerto, Lobo! —le gritó con su rostro hinchado de golpes e intentó alcanzar su estómago con el filo de su arma.

— ¡No…! —ahogué un grito sobre los dedos de quien me cubría la boca.

Adrián retrocedió inmediatamente, pero no alcanzó a evitar el mortal ataque…

Con lágrimas en los ojos, vi cómo la navaja rasgaba su playera y rasgaba su costado derecho, atravesando su piel.

 

 

 

 

 

 

Sangre goteaba del filo del arma y salpicaba el asfalto. Aquello obligó a Adrián a doblarse por la cintura, para después colapsar, y caer de rodillas al suelo, sosteniéndose con una mano en el asfalto, y la otra, cubriéndose la herida.

 — ¡Adrián! —lancé un grito que casi me desgarró la garganta.

Y entonces noté, que algo se rompía dentro de mí…

Y mis rodillas, no me sostuvieron más.

Colapsé.

Los hombres, carcajeándose como hienas, rodearon al Lobo, dispuestos a terminar el trabajito…

—Esto te pasa por hacerle siempre de Lobo solitario. Digo, ¿qué Alfa abandona a su manada? Ahora, ellos no podrán venir en tu ayuda, y gracias a ello, podremos acabarlos: deshaciéndonos primero de su cabecilla…

— ¡No, no, no, por favor, déjenlo! —sucumbí en una crisis de pánico.

Sentí que me desmayaba.

Y cuando lo creí todo perdido, un convoy de motocicletas apareció doblando la esquina, alumbrado la privada con sus faroles delanteros e inquietando el silencio con el rugido salvaje de sus motores.

— ¡Es la manada! —Exclamó Eddy.

El líder chasqueó la lengua. Si pretendía alcanzar a salvarse y huir, debía hacerlo ya.

— ¡Retirada! —sin mas, ordenó a todos sus hombres y se echó a correr, arrojando al suelo la navaja utilizada, sin contar siquiera con un segundo más, para lograr su cometido y acabar con Adrián.

Eddy y Lucas me arrojaron bruscamente al suelo antes de correr en zigzag al igual que todos los demás, mientras que las figuras montadas en las motocicletas los perseguían como si fueran ratas. Intenté hablar con uno de los chicos de la Manada y explicarles que Adrián, su Alfa, estaba gravemente herido para que acudieran inmediatamente en su ayuda, pero apenas si mi mente podía reaccionar, o mi voz. Y antes de que pudiera moverme, y poder  detenerlos, los vi desaparecer al final de la calle, intentando darles cacería a aquellos que cobardemente se escabullían entre las sombras de la noche.

 Pensé inmediatamente en que el tal Machete fue quien había dado aviso a la Manada para que vinieran. ¿Pero no había sido ya demasiado tarde?

Me quedé en mi sitio, sin que mi cuerpo y mi mente reaccionaran durante varios segundos.

Adrián seguía hincado en el asfalto.

 Como un reflector, la luz plateada de la luna caía sobre su cabeza en aquel escenario dramático.

 En silencio, yacía él, con su cabeza inclinada al suelo y sus cabellos, caían sobre su cara, como cascadas de sombras.

—Adrián… —reaccioné al fin, y me puse de pie con trabajos.

—Estoy muriéndome Caperucito… —lo escuché murmurar, cubriéndose con la mano la herida de su costado.

Mis piernas se sentían entumecidas, pero las obligué a caminar. Llegué hasta él, tambaleante, y me arrodillé en el suelo, lastimándome las rodillas en el proceso, con los ojos atiborrados de lágrimas.

— ¡No digas eso! —Grité—. Yo…

 « ¡No quiero que mueras!»

Pensé en que si Adrián me abandonaba para siempre como mi padre lo había hecho, no sería capaz de soportarlo. No esta vez. Tan sólo la idea me resultaba insoportable, impensable.

Entonces… mientras que junto a él, lloraba y gimoteaba como un bebé, vi una sonrisa asomándose entre sus labios ensangrentados.

—Sólo… bromeaba —apartó lentamente sus manos del costado y me mostró la herida—. La navaja solo me ha rozado. ¿No te he dicho que tengo contactos allá arriba que me protegen? Así que, —me contempló— no llores Caperucito, que no te ves nada lindo.

— ¿Eso significa que no morirás? —sorbí los mocos con la nariz, inconsolable.

Me respondió con una sonrisa desquebrajada, y de la comisura de sus labios se derramó un hilito de sangre.

—Al menos no esta noche —amplió más esa sonrisa, acompañada de un leve visaje de dolor.

Y entonces, solté el llanto, un llanto de alivio. Pero esta vez, berrando incontrolablemente.  

—Te he dicho que estoy bien, ¿entonces por qué lloras con más ganas? —siguió dibujando una sonrisa.

— ¡Lloro porque eres un idiota! —hipé y me restregué los ojos con mi brazo.

Adrián se puso serio repentinamente.

—El idiota que te quiere —me tomó del mentón y con su mano libre me secó las lágrimas en mis mejillas, y mis mocos también.

Mi mentón tembló.

Me sonrió cálidamente y repentinamente me atrapó entre sus brazos, apretándome fuertemente contra su pecho, lo que me hizo lanzar un quejido sorpresivo. Me quedé paralizado y encogido de hombros, con todavía unas cuantas lágrimas deslizándose sobre mi rostro. Mis manos quisieron aferrarse a su espalda, y responder así a su abrazo, pero no reaccionaron y se quedaron abstraídas y suspendidas en el aire, sin desempeñar función alguna, buscando un punto de apoyo.

Al final, me aferré pausadamente a su espalda. Adrián estaba herido por su reciente duelo, y lo apreté contra mí, como un intento de reconfortarle, de curarle; con una desesperada intención de hacerle saber que estaba ahí, con él.

Permanecí con los hombros contraídos y sin protestar. Pude haberme apartado al instante de él, pero simplemente no me apeteció hacerlo. Necesitaba permanecer un momento más así, acorrucado con él. Sentirle, luego de haberle sentido perdido.

—Tenerte entre mis brazos, me está haciendo sentir mejor —murmuró.

— ¿Cómo puede ser eso posible? —respondí con un hilito de voz.

—Yo tampoco me lo explico. Pero… me haces sentir bien. Eres como un tipo de anestesia.

Tragué saliva.

Después de aquello, Adrián calló abruptamente, y nos siguió un silencio absoluto.

Un momento, ¿acaso estaba durmiéndose sobre mi hombro?

Me quedé quieto.

—Oye  —quise corroborarlo.

—Hmmm  —él respondió contra apenas.

—Dijiste que alguien arriba te estaba cuidando —hablé con la voz quebrada, aun con los ojos rojos e hinchados.

—Sí  —respondió, y dejó caer su mentón sobre mi hombro, envolviéndome y apretándome más con sus musculosas y firmes extremidades.

—Y… ¿a quién debo agradecérselo? —balbuceé.

—Charlie  —musitó adormilado y delirante entre mis brazos, como quien habla entre sueños, en medio del delirio.

— ¿Charlie? —hablé quedito, como si temiera despertarlo del todo.

—Sí  —ronroneó.

Miré pues, el infinito, y busqué la estrella más brillante:

—Gracias, Charlie  —le susurré como un secreto, a aquel puntito plateado y parpadeante.

 

 

 

 

 

*~~~*~~~*~~~*

 

 

Permanecí quieto y sereno atrapado dentro de los brazos de Adrián contemplando esa estrella parpadeante, hasta que sentí la sangre de su herida humedeciendo mi abrigo. Me aparté de sus brazos y noté claramente que la herida comenzaba a sangrarle considerablemente.

Limpiándome los últimos vestigios de lágrimas, me quité el macuto deportivo que atravesaba mi espalda y lo dejé caer al suelo.

Adrián se tocó el costado derecho, con extremo cuidado, y noté que le dolía al respirar.

Con la yema de mis dedos, rocé levemente la parte dañada y me atreví a mirar a través de la tela desgarrada. Con la preocupación dibujada en mi rostro, me tomé mi tiempo para serenarme antes de hablar.

—Adrián, gracias a Dios, la herida es superficial, la navaja sólo te rozó, como ya me lo has confirmado anteriormente. Pero aún así, necesitas atenderte inmediatamente.

Presuroso, abrí mi macuto deportivo y rebusqué dentro, con desesperación.

—Qué haces…

—Tú no te muevas —le reprendí con las mejillas infladas, y atolondradamente me apresuré en sacar el botiquín de emergencias de mi macuto y que siempre suelo cargar. Saqué un puñado de gasas absorbentes, algodón, y un botecito con agua oxigenada mientras Adrián se quitaba la camisa de resaque que había quedado reducida a jirones, y la arrojó al suelo, desechándola.

Con un esfuerzo sobrehumano intenté ignorar el hecho de que estaba semidesnudo para no perder de vista el objetivo.

—No cuento con el material para hacerte puntos de sutura, por lo que tendrás que conformarte con comprensas frías y gasas por ahora —le dije, arremangándome las mangas del abrigo—. Te lavaré y cubriré la herida. Pero prométeme que te atenderás de inmediato si es necesario. Y agradece a que siempre cargue mi kit de curación cuando voy a los partidos, es por eso que ahora tengo los materiales necesarios para atender tu herida.

Volví a mi macuto, buscando otro elemento faltante. Respiré aliviado. Afortunadamente había rellenado mi botella de agua en los bebederos del club antes de que Adrián me raptara, por lo que, pude contar con la suficiente para enjuagarme las manos y así atender de manera más higiénica su herida, misma que froté repetidamente con un algodón humedecido de agua oxigenada.

 Ya después de desinfectarle perfectamente la zona afectada, tomé un puñado de gasas absorbentes y comencé a cubrir todo el largo de su herida con ellas.

Cuando hube terminado, le miré el rostro, también lastimado.

—Ya no cuento con más gasas —resoplé y me removí el mechón de cabello que me cubría el rostro y bloqueaba mi campo de visión.

— ¿Y qué harás con estas heridas? —apuntó a su mejilla y quijada.

—Tú quédate quieto —fruncí los labios mientras ideaba una solución—, ¡que ya me encargo yo!

Rebusqué en mi botiquín y saqué las banditas rositas con estampados de “Hello Kitty”. Sé lo que le pasó por la mente al Lobo, que no eran muy apropiadas para alguien tan temible como él, pero eran los únicos curitas adhesivos de los que por ahora disponía (Eli los había elegido), así que al final tuvo que resignarse a llevarlos.

Primeramente le lancé una mirada apreciativa a sus abiertas faciales. Su mejilla seguía goteando sangre de cuando en cuando. Nuevamente preparé algodón y lo humedecí con el agua oxigenada, y exprimiéndolo un poco entre mis dedos, retuve aire, y me acerqué peligrosamente a Adrián, sin pensármelo, y presioné el algodón sobre su rostro.

Mi corazón palpitó inmoderadamente al roce de mis yemas sobre su mejilla. Dios, lo tenía tan íntimamente cerca, que la sensación me fue abrumadora, alarmante. Teniéndolo así, cara a cara, tuve la excusa perfecta para admirar la perfección de los trazos de su fisionomía.

Jamás lo tuve tan de cerca por tanto tiempo, y su aliento, me hacía estremecer.

Atento y en silencio absoluto, él me miraba mientras intentaba curarlo. Completamente tensa, mi mano comenzó a vacilar y a temblar sobre su piel. Vi como una sonrisa ensanchaba los labios de Adrián ante el hecho, mientras yo trataba su herida con sutileza y torpeza a la vez.  

Y no sólo eso, parecía divertirle mi faceta concentrada y seria, y profesional.

—Pareces una persona diferente —dijo burlesco.

No respondí y me esforcé por seguir concentrado en mi labor de enfermero.

—Hasta diría que luces preocupado por mí.

Hice un mohín.

—Por favor Adrián, evita hablarme y… mirarme demasiado.

« ¿No ves que me pones los nervios de punta y haces imposible que me concentre?»

Y cuando creí que iba a quedarse quieto y dejarme en paz, ocurrió absolutamente lo contrario:

—Uno, dos, tres…

— ¿Y ahora qué haces? —bufé, mientras repetía el procedimiento de remojar el algodón y aplicárselo sobre su herida.

—Contándote las pecas, claro está.

—Debí suponerlo —torcí el labio.

—Cuatro, cinco, seis…

—Este ya se ha empapado completamente de sangre —exclamé—. Tomaré un algodón limpio.

—Siete, ocho…, y nueve con esa que está junto a la nariz.

—Adrián, te lo suplico —viré los ojos.

—Diez, once, doce…

— ¡No te muevas que te he lastimado! —Le reprendí e hice el amago de darle un manotazo.

—Tan sólo intentaba pellizcarte esa peca —aclaró y siguió contando—: Trece, catorce, quince…

—Ya está listo —cubrí pues, la herida de su mejilla con la bandita de Hello kitty—. Ahora toca curarte el mentón…

—Dieciséis, diecisiete, dieciocho…

Mi mano rozó accidentalmente su labio, y mis dedos temblaron.

¿Qué? ¿Su boca también había sufrido un daño tan severo?

—Diecinueve, veinte, veintiuno…

— ¡Basta! ¡Deja de ser un crío de una vez, qué esto es difícil para mí! —Me quebré de pronto—. ¿Crees que es divertido para mí contemplar lo lastimado que está tu rostro mientras jugueteas con mis pecas como si no te importara nada?

Adrián interrumpió su conteo.

—Caperucito…

— ¡Pero claro, los pandilleros como tú tienen que montar su shows sanguinarios, hacerse los machitos, sin importarles la angustia que pueden provocar a otros, ¿cierto?! ¡Insensible! ¡Eso eres! ¡Y una bestia!

Él sonrió mientras despotricaba, y eso, me hizo enfurecer aún más de lo que ya estaba.

 ¡Joder! ¿Cómo podía continuar sonriendo aún en su estado? ¿Aún viéndome afectado de tal manera? ¿Qué rayos le parecía cómico en todo esto?

¿No se daba cuenta que… me dolían sus heridas, como si fuesen mías?

Hice un puchero, suprimiendo mis lágrimas. ¡Lo odiaba con todas mis fuerzas!

 Él me tomó del mentón.

—No tienes porqué sentir lástima por mí —dijo.

— ¡No es lásti…!

Él me interrumpió:

—Escucha Caperucito: de esta manera, siempre ha sido mi vida, desde que tengo uso de razón, ¿entiendes? Esto es rutina para mí. Lamento que hayas sido testigo de ello. Hubiera sido mejor que siguieras creyendo que vivía de maravilla, pero no es así, y he sabido aceptar mi destino. Siempre habrá enemigos que intentarán dar cacería a este Lobo, y tarde o temprano, he de pagar las consecuencia de los pecados que he cometido.

— ¿Ah? —Le dediqué una mirada desconcertante a sus fríos ojos inyectados de noche.

¿Qué demonios estaba diciéndome? ¿Pecados?

Además, ¿estaba negándome el derecho de preocuparme por él? ¿Quién se creía para prohibirme tal cosa? ¡Si decido preocuparme o no por él, es asunto muy mío!

Él, sin embargo, decidió sonreír para aminorar la situación, para revertir el efecto amargo que me causó sus duras palabras. Siempre lo hace, ¡como si una simple sonrisa lo remediara todo!

 Tal vez… sí.

—Anda, termina tu trabajo que se me infectará —dijo—. Deja los reclamos para después.

—De acuerdo —con los ojos cristalizados, asentí, aunque seguí pensado en ello.

—Y bien, ¿me curarás la boca? —preguntó, con tono jocoso.

— ¿Eh? —su pregunta me sacó de mis introspectivas de la forma más abrupta.

—O te da asco verla ensangrentada —se relamió la sangre.

« ¿Qué tontería estaba diciendo? Su boca era lo suficiente bonita y tentadora, como para que me causara asco».

—No me da asco… —admití, ruborizado, e hice un esfuerzo titánico para desprenderme de su absorbente e insinuante mirada.

— Si no te da asco, ¿entonces serías capaz de besarla aunque se encuentre así de desastrosa?

— ¿Qué dices? —me escandalicé y se me resbaló de las manos la botella de agua oxigenada que sostenía.

Adrián acercó lentamente su boca a la mía:

—He oído que los besos son un buen remedio. ¿Los curarás entonces?

Absorbí su aliento a tabaco. ¡El asqueroso tabaco!

—Vamos, deja de jugar… —hice un puchero y lo bloqueé con la mano—. ¿No ves que tus bromas logran asustarme y ponerme tenso?—protesté y desvié la mirada,  intentando evadir el hecho de que realmente me sentía totalmente tentado a su boca, que me atraía como un imán.

—Vale, dejaré de molestarte —se rindió el Lobo y se alejó de mis labios.

—Te lo agradezco —respondí.

Ambos resoplamos al mismo tiempo. No sé si por decepción.

Me dispuse pues, a seguir curando sus heridas, cuando repentinamente, por encima de ese silencio nocturno que nos envolvía…, resonó un sonido sibilante, y dicha tonada me pareció un tanto conocida, hasta que hice cabeza y averigüé que  pertenecía al soundtrack de la película de “Kill Bill”.

— ¿Escuchas eso?—le pregunté a Adrián y miré a todas partes, escandalizado.

—Sí, es “la clave morse” que le impuse a la Manada. Ya sea aullando o chiflando esta melodía, podemos comunicarnos o mandar señales secretas a cualquier integrante de la Manada. Es también el medio que usan los Lobos para llamar a su Alfa, o sea a mí, es como una invocación, o sirve para pedir ayuda, o como en este caso: para testificarle a otro de tus compañeros de tu presencia.

—Oh, vaya —exclamé asombrado.

— Así que ya lo sabes, cuando te encuentres en problemas, puedes silbar o aullar, y entonces vendrá la ayuda. Se reunirá la "hermandad lobuna" para tu disposición —me sonrió—. Ahora, ¿quieres ver el silbido en acción? Presta atención—: Entonces, Adrián imitó el sonido y le regresó así el llamado a su camarada, con esa tonada sibilante que me pareció un tanto melancólica.

 Tuve que esperar unos segundos después de eso para que una figura amorfa apareciera en la esquina de la calle. Posteriormente, un farol nos bañó de su brillo y nos cegó. Me cubrí los ojos con el brazo cuando la luz blanquecina lastimó mis pupilas. Forzando mis ojos, logré ver borrosamente que se trataba de una moto que se dirigía a toda velocidad hacia nosotros.

Era la moto de Adrián.

Y estaba siendo manejada por un joven de postura muy gallarda…

 

 

*~~~*~~~*~~~*

 

 

 De la moto se bajó un hombre desaliñado y de complexión delgada que llevaba el rostro oculto bajo el visor polarizado de un casco, y que, al ver al Lobo, corrió desesperadamente hacia él.

En cuanto llegó jadeante a nuestra altura, aquel desconocido me apartó violentamente lejos de Adrián -ocasionando que me estampara contra el asfalto-, para después exclamar:

— ¡¿Estás bien, Alfa?! —sonó una inaudible exclamación bajo aquel casco que parecía quedarle un poco grande; y cargaba un casco extra en su mano derecha, el cual reconocí como el que había usado Adrián anteriormente.

El Lobo le sonrió irónicamente al recién llegado.

—Llegas tarde, Machete. ¿No te dije que dejaras el porno para después?

— ¿Machete? —atónito, volteé y volví a mirar a aquella delgada silueta de pie frente a mí, pero esta vez, lo escruté con más detenimiento y curiosidad.

 La persona misteriosa llevaba puesta una camisa negra de manga corta con el estampado característico de los Rolling Stones al frente, unos tejanos descoloridos y remendados, unas botas negras, y amarrada a la muñeca derecha, una pulsera artesanal.

Anteriormente ya había escuchado a Adrián mencionarlo en varias de sus conversaciones, y debo admitir que por un demandante alias como lo era «Machete», intuí que terminaría siendo un tipo rudo e intimidante, con una marca que le atravesara la cara; o tuerto, con el ojo de vidrio. ¡Pero cuál fue mi sorpresa, que al quitarse el casco, me encontré con el rostro de apenas un jovencito, muy apuesto, y libre de deformidad! ¡Terminó siendo apenas un polluelo! ¡Parecía e incluso más joven que yo! ¡De quince o dieciséis años aproximadamente! Aunque a simple vista, parecíamos tener la misma estatura.

Me quedé asombrado.

El rostro del joven era atractivo e imberbe. Tenía leves rasgos asiáticos, sobre todo esos ojos un tanto estirados. Tenía una nariz respingona, y una mirada inquieta y curiosa. Llevaba un piercing plateado en su oído izquierdo que parecía ser el par del que usaba Adrián, mientras que su cabello era negro, entre quebradizo y ondulado. Y también pude percibir, que un humor tétrico e impúdico se dejaba entrever en la curvatura de sus labios y en cada una de las facciones de su rostro.

Era el rostro de un pillo, de un desvergonzado.

— ¡Estás herido, Lobo! —exclamó el chico, distorsionando sus facciones pícaras a tormentosas cuando se hubo percatado de la sangre seca.

 —No te alarmes que no ha sido nada grave, además ya he sido atendido por excelentes manos —le explicó Adrián, dedicándome una sonrisa.

— ¿Seguro estás bien, Lobo? —su rostro siguió detonando preocupación.

—Te he dicho que sí —le gruñó.

— ¿Fue el líder de Los Locos, cierto? —Presionó con fuerza su puño—. ¡Iré a buscarlo y me la pagará caro!

—Nada de eso —Adrián se puso serio—. Primero aprenderás a cambiarte los pañales antes de participar en las actividades de la Manada. Y de él y su pandilla, ya nos encargaremos nosotros.

— ¡Pero…! —el chico intentó debatir.

Como pudo, Adrián se fue incorporando lentamente, sosteniéndose de la pared con una mano.

Machete hizo el amago de ayudarlo, pero Adrián lo frenó con un ademán y se levantó eficientemente por sus propios méritos.

—Si no me necesitabas para nada, ¿para qué me mandaste a venir entonces? —apretando las encías, demandó el quinceañero, enrabietado.

¡Vaya, Machete era lindo, pero tenía un carácter de los mil demonios!

Aún así, Adrián le respondió serenamente:

—Lo que necesitaba era que me devolvieras mi motocicleta —aclaró.

Machete se enfureció más ante tal confesión.

— ¿Tu motocicleta? ¿Estás diciendo que sólo necesitabas esa chatarra inanimada y no… a mí? —lo último lo dijo con suma afección.

—No lo tomes personal. Ocupaba un trasporte, ya que al percatarme que la pandilla de Los Locos estuvo siguiéndome desde el club deportivo, planeé ir en busca del líder hasta su madriguera y ajustar cuentas, pero al final, fue él quien se me adelantó y se apareció frente a mí, tomándome desprevenido y en una situación desventajada. Tal y como le convenía.

Entonces Machete explotó. Ese chico era un volcán de emociones.

— ¿Ibas a ir tu solo a buscarles sin considerar llevarme contigo? ¿Poniéndote en riesgo? ¿No estoy yo aquí?—se golpeó el pecho y se mordió sus labios con saña—. ¿Para qué sirvo entonces? ¿Cuál es mi propósito?

Sin perder aún la calma, el Alfa le respondió:

—Comprende que no dejaré que te involucres en peleas. Y ya discutiremos sobre ello en otro momento. Ahora debo… —y Adrián me miró.

Aquel refunfuñón jovencito, que hasta ese momento no había reparado en mi presencia, por fin posó sus inquietos ojos sobre mi pobre alma.

—Oye, es verdad. Te había olvidado. ¿Podrías decirme quién demonios eres? —Me exigió, con una mueca de fastidio en el rostro—. ¿Y qué haces aquí?

—Verás…yo…  —balbuceé y no supe qué decirle.

Alguien más joven que yo, ¡lograba intimidarme y hacerme sentir pequeño!

— Un momento… ¿no serás tú, el tal Rojas que metió en problemas al Lobo con la pandilla de Los Locos? —Me señaló con acritud y se puso la mano en la cadera.

Sentí cómo se me oprimió el pecho al escucharle decir eso:

¿Había sido yo realmente el principal culpable de todo este infortunado acontecimiento?

Y se me revolvió el estómago.

—Verás… —intenté responder, pero sentí un repentino declive en mi voz, por lo que con algo de preocupación me llevé las dos manos a la garganta.

— ¡Machete! —Lo reprendió duramente Adrián—. Lo único que tienes que saber sobre él, es que está conmigo, ¿entiendes? Y por ese simple motivo, le dejarás en paz.

Machete apretó los puños y me fulminó con la mirada, señalándome con el dedo índice:

—Seas culpable o no de todo este embrollo, debes saber que no me agradas, y que a partir de este momento, te tengo sentenciado  —me gruñó.

— ¿Pero yo qué te he hecho…? —Balbuceé, tembloroso.

— ¡Qué le dejes en paz! —Adrián empuñó la mano, y le dio un zape al chico.

— ¡Ah, dolió…! —Machete se quejó y me miró con un profundo odio injustificado, y doblemente intensificado; sobándose a la vez la parte de la cabeza donde había recibido el zape.

Aún con la mano empuñada, Adrián se alejó de nosotros y caminó lentamente hacia donde había quedado olvidada su navaja y la recogió del suelo. También cogió su chaqueta y sacudiéndole el polvo acumulado, se abrigó con ella sin llevar debajo camisa alguna, puesto que la suya terminó lo demasiado estropeada -reducida a jirones-, como para poder usarse de nuevo.

— Ven aquí y súbete, Ángel. Te llevaré a casa —me ordenó mientras él se montaba en la moto.

— ¿Eh? —eso me pilló por sorpresa.

—Aguarda… ¿y por qué llevarás a este extraño a casa? ¿No sabe andar por sí mismo? —Le reclamó Machete, enfatizando con las manos.

Sintiéndome un estorbo, asentí en acuerdo con el chico malhumorado:

— Él tiene razón —le señalé apesadumbrado a Adrián—, mi casa está a sólo unas cuantas cuadras de aquí. No creo que sea necesario. Puedo caminar, y es un barrio conocido. No quisiera causar más molestias por esta noche…

Con aire severo, el Lobo nos miró a ambos, simultáneamente.

—Se hará como he dicho y punto. ¿A ambos les ha quedado claro?

— ¡Pero no estás en condiciones de manejar! —Debatió el joven.

—Estoy bien. Llevarle a casa no va a matarme, ¿entendiste, Machete? —se refirió a él, con voz grave.

Resoplé y analicé detenidamente a Adrián: habíamos logrado sacarlo de sus casillas, por lo que supe perfectamente que seguir resistiéndome complicaría más la situación. Así que, sin otra alternativa, decidí ceder a lo que pedía:

—Si crees conveniente llevarme a casa, no me resistiré más… —me encogí de hombros, y tímido, jugué con mis pulgares.

Era mejor no aponerme a su decisión. Por desobedecerle anteriormente, es porque se desencadenó toda esta problemática. Por mi imprudencia.

Machete se limitó a presionar los puños, inconforme, pero resignado.

Adrián por fin templó su mal carácter, y me sonrió cuando me acerqué a su moto como todo un niño bueno y obediente.

— ¿Está bien si te dejo en el parque que está cerca de tu casa? —me preguntó sutilmente.

—Sí, está bien —hice un mohín, con las mejillas ruborizadas. De alguna manera, el Lobo me hacía sentir como un niño mimado.

Adrián se recorrió pues, haciéndome espacio en el asiento mientras acomodaba las velocidades. Y luego de encender el motor, se volvió hacia mí.

—Anda sube y sostente de mí —me indicó.

Respirando profundamente, me acomodé mi estorboso bolso deportivo a la espalda, y me monté de manera torpe, por lo que no pude evitar sostenerme de su fibroso brazo para equilibrarme. Cuando me hube ya acomodado, mis pálidas y delgadas piernas desnudas por el short deportivo hicieron roce con la mezclilla de los vaqueros de Adrián, irritándome y poniéndome roja la piel al instante en que se frotaron.

Hacía un mohín sintiéndome avergonzado por lo delicadas y afeminadas que eran mis piernas, carentes de vello varonil y de músculo, cuando de pronto…

— ¿Por qué tu piel es tan delicada? —Adrián le dio dos sonoras palmadas a mi muslo.

Mi cara se ruborizó completamente. ¡Era un descarado de lo peor!

—No vuelvas a tocar mis piernas —le advertí entre dientes, con la piel erizada.

 Volviendo sus inquietas manos a los manubrios de la moto, Adrián resopló ante mi reclamo y luego se volvió hacia Machete, que cruzado de brazos, nos miraba furioso desde su posición.

—También sube tú. No creerás que te dejaré aquí abandonado —le dijo.

— ¿Y si me niego? —Altanero, respondió.

—He dicho que subas —demandó con ojos filosos—. Ahora.

Bufando, el chico no tuvo de otra que acatar su orden, pero de mala gana.

Me pegué más a Adrián para darle espacio al chico que se apresuró en cubrirse el rostro con aquel casco que llevaba puesto en un principio. Y sin alternativa, se sentó detrás de mí, protestando como un niño pequeño.

Repentinamente, Machete estiró la mano y le ofreció a su Alfa el casco extra que había estado cargando en mano:

 —Tómalo, he pensado en ti y te lo he traído pese a que no me lo has pedido —dijo, con una mueca que le torcía la boca.

Adrián se lo recibió, pero sin que yo lo esperara, me lo ofreció a mí casi al instante, acción que me dejó sin palabras.

—Úsalo tú, Ángel —lo abandonó entre mis petrificadas manos.

— ¿Qué? —Balbuceé, sintiendo la presión visual de Machete advirtiéndome que no lo pensara siquiera.

—Que puedes usar mi casco —repitió Adrián—. Deberás protegerte siempre que viajes en mi moto. Es una regla que deberás cumplir a partir de hoy.

—No lo necesi…  —intenté rehusarme, pero me retracté al instante y dejé la oración a medias, ya que, si no aceptaba usar el casco, Adrián sería quien se molestaría, y prefería molestar a un cachorro (Machete) que al mismísimo león (Adrián).

 Así que, sin mas alternativa, me puse el dichoso casco -que había provocado tanto drama-, ante la desaprobación de Machete, ocasionando que se hiciera más tensa la relación entre ambos.

— ¿Listos? —Preguntó Adrián, antes de acelerar.

Machete y yo asentimos con una mueca de fastidio.

Y sin más demora, el Lobo arrancó lejos de esa callejuela oscura.

 

 

*~~~*~~~*~~~*

 

El tramo que recorríamos en moto hasta el parque era en realidad demasiado corto. Aún así, ¡se me estaba haciendo interminable! Ya que, no me era ni un poco agradable encontrarme atrapado en medio de Adrián y Machete. Y como el quinceañero no me tragaba ni un poquito, en vez de sostenerse de mí, decidió mejor arriesgarse y aferrarse de la parte trasera de la moto antes que hacer el más mínimo contacto conmigo. Consideré como una excelente idea el que se mantuviera alejado de mí, aunque por mi parte, me vi obligado a aferrarme de los hombros de Adrián para logar mantenerme firme y seguro, y el contacto físico con él seguía provocándome sensaciones inexplicables de estremecimiento. Me alteraba incluso mucho más que antes.

Durante el recorrido, me mantuve con una postura tensa, mientras percibía sobre mi nuca, la potente mirada de Machete fulminándome. Incluso tuve la escalofriante sensación de que el joven ideaba en su cabeza mil maneras sangrientas para deshacerse de mí si no me decidía a quitar mis manos de los hombros de Adrián. ¿Pero acaso tenía opción? Tragué saliva. Sentía cómo su mirada me helaba. Me albergaba una sensación indescriptible de peligro, como una certera convicción de que iba a ser asesinado por él.

Y cuando creí que mi situación no podía empeorar más, a sólo media cuadra de llegar al parque, dos motociclistas aparecieron detrás de nosotros, pisándonos los talones…

Percatándome del hecho, decidí darle aviso inmediato a Adrián, mientras me sostenía fuertemente de él, nervioso.

—Creo que están siguiéndonos —le dije alterado, creyendo en la posibilidad de que se tratara de Los Locos buscando revancha.

Ante mi dato proporcionado, Adrián miró discretamente hacia atrás por el espejo retrovisor. Entonces me percaté sobre el reflejo de este, que el Lobo dibujó una sonrisa.

—Ya veo… despreocúpate, que sólo son Enano y Calavera —volteando hacia atrás, con la mano derecha en alto, Adrián les hizo la seña grosera de que se metieran el dedo, y los chicos de las motocicletas le respondieron con el mismo ademán ofensivo entre carcajadas. Entonces, repentinamente motivado al ver que sus hombres se habían unido a nosotros custodiando de esa manera nuestras laterales, Adrián utilizó los frenos traseros y giró el escape para acelerar, ocasionando que de esa manera, la parte delantera de la moto se elevara en el aire. Pero sólo fue levemente. Haciendo un segundo intento, esta vez “reparó” la moto en su totalidad, elevando la llanta frontal e inclinando el peso hacia atrás, dejándonos así en una posición casi vertical. Contuve la respiración, Adrián había logrado y de manera excepcional, tal riesgosa maniobra que hasta ese entonces sólo había visto ejecutada en programas de motociclismo extremo, y él lo hizo sin perder el equilibrio, aplicando la fuerza necesaria y una notoria pericia. Y pese a que Adrián parecía ser un piloto capacitado y de fiar, no pude evitar espantarme y eché un grito que se perdió dentro del casco que llevaba puesto, y sentí recorrer la adrenalina por mi cuerpo, eso hasta que bajó la llanta que estaba en el aire, -sufriendo un leve sacudimiento cuando pegó contra el asfalto-, y que nos volvió a la posición normal.

 

— ¡Idiota no vuelvas a hacer eso! —aún temblando, le di un manotazo a su espalda ante tal maniobra, que supongo la accionó a modo de bienvenida para sus camaradas, y como un intento de lucirse y llamar la atención.

Regularizaba mi espiración, mientras que, al contrario de mí, el Lobo y Machete celebraron tal acto imprudente con gritos de júbilo, imitando aullidos lobunos como el par de lunáticos que son.

Auuuu… Auuuu…

Los hombres de las otras motocicletas, respondieron al llamado:

Auuuu… Auuuu…

Y dieron derrapones con giros al filo del asfalto.

¡Eran unos dementes! ¡Y yo, que me encontraba atrapado entre ellos, sin lograr escapar!

¡Era yo el jovencito que no encajaba, el que discrepaba de la Manada!

Adrián se volvió hacia mí:

—Los aullidos los usamos comúnmente cuando celebramos algo, o estamos eufóricos, o bien cuando partimos a la batalla. También para manifestar dolor, o una pérdida.

Hice una mueca y añadí:

—Creí que los aullidos eran para manifestar su retraso mental.

Adrián soltó una risita.

—Supongo que también.

Resoplé, dejando un hálito en el vidrio polarizado del casco y observé a mí alrededor. Todas esas personas que pasaban por las aceras se giraron hacia nosotros, escandalizados ante las lobunas exclamaciones de júbilo de aquellos que consideraban unos motociclistas psicópatas, y que envueltos en chaquetas de cuero y con su piel adornada de tatuajes y perforaciones, ondeaban en el aire sus bates y sus botellas de vino, con Adrián liderando a dicha comitiva de vándalos drogadictos.

Éramos nosotros, quienes llegábamos para romper el silencio de la colonia y a desquebrajar la tranquilidad que en ella gobernaba. “Un riesgo inminente” es como nos consideraron los lugareños:

¡Here they come, the beautiful ones…! 

(La oración en inglés es una alusión que Ángel hace a la canción que le enseñó Lolo: Beautiful ones —Suede)

Lamentándome de la situación, golpeé mi frente repetitivamente en la espalda de Adrián:

«Dios, ¿pero cómo es que terminé involucrándome con un grupo de maleantes lunáticos? Primero Adrián, ¡luego sus amigos! ¡Estaba desviándome del buen sendero!». Porque sí, de alguna manera, en ese momento, me sentí parte de ellos, un miembro más de la Manada.

Después de un par de aullidos más al aire y de ejecutar imprudentes derrapadas, Adrián, al igual que Enano y Calavera, estacionaron sus motocicletas en el parque de mi vecindario.

— ¡Bien, hemos llegado! —anunció el Lobo.

Las familias que todavía estaban disfrutando de los columpios y las resbaladillas, huyeron despavoridas al vernos. Las comprendía… ¡Yo también hubiera huido al instante con semejante gremio de maleantes! De hecho, me pregunté si me vería muy ridículo si repentinamente yo también saliera corriendo. Supongo que todavía no era demasiado tarde para mí. Podría escapar de Adrián y sus amigos y así enmendar mi camino.

Pero no escapé. No quería enmendarme. Algo en mí, buscaba la perdición. La perdición que me ofrecía el Lobo.

— ¡Y bien, bajen sus traseros de mi moto! —Sonriente, ordenó Adrián y le volvió a dar un par de palmaditas a mis piernas desnudas pese a que le advertí que no volviera a tocarlas.

Farfullándole maldiciones, le obedecí al instante, pero como todavía me faltaba algo de práctica, me bajé de la moto casi de la misma manera entorpecida a como me había subido. Por otra parte, Machete echó un brinco habilidoso, restregándome en la cara el cómo se debe bajar correctamente de una moto.

«Vale. Pero yo no tengo tanta experiencia». Le dije en mi interior mientras me estiraba la tela del short que se me había subido y dejado demasiado rabón.

Ya con mis pies bien cimentados en suelo seguro, me quité el casco y me limpié la frente húmeda: había sudado considerablemente dentro de él. Suspiraba aliviadamente del aire puro, cuando de pronto Machete se acercó y me arrebató violentamente el casco de las manos.

— ¡El casco le pertenece al Alfa! —me gruñó.

—Eh… ¿gracias? —tartamudeé cuando le contemplé alejándose de mí lo bastante fastidiado, dando tumbos.

 En ese momento, Adrián se desmontó de la motocicleta, y cuando la hubo retenido con la pata de apoyo, se dirigió hasta donde me encontraba con las manos dentro de los bolsillos.

—Oye, traes el macuto abierto —sacó una mano y me apretó la mejilla—. ¿No se te habrá tirado algo durante el camino?

— ¿Qué? —sobresaltado, inmediatamente me desmonté mi bolso deportivo de la espalda y lo dejé en el suelo. Me puse de cuclillas y hurgué desesperadamente dentro de él para asegurarme de que no me faltara nada.

—No tienes remedio. Eres muy descuidado, Caperucito. Pero bueno, espero que encuentres todas tus cosas —Alentándome, Adrián me acarició la espalda y luego se alejó, dirigiéndose hacia una cómoda banca de aquel solitario parque para intentar reposar un poco. Al fin y al cabo, estaba herido por su reciento duelo, por lo que necesitaba reposar para recuperarse.

Miré de reojo que eligió un asiento que se encontraba rodeado de setos bajos y que estaba situado frente a un trío de columpios, que melancólicos, se balanceaban con el impulso de un aire que ya se sentía invernal. Sin mas, el Lobo se dejó caer en la banca, entreabriendo las piernas, y se recargó en el respaldo, echando el rostro hacia atrás. Soltando un suspiro, cerró los ojos, ignorándome descaradamente y cediendo a ese viento que deshojaba a los árboles y le despeinaba la cabellera; así esperó a que Calavera y Enano atrancaran sus motos y fueran hasta donde él aguardaba.

En ese momento, Machete me atrapó mirando a Adrián, por lo que avergonzado me hice el desapercibido, y frunciendo los labios volví a sumergir mi cabeza dentro en mi macuto, continuando con mi inventario de objetos extraviados. Me ocupaba exhaustivamente de ello, cuando sentí dos escalofriantes presencias detrás de mí.

— ¡Bu! —alguien me asustó repentinamente.  

Me sobresalté, pero me esforcé por no gritar como una niñita.

— ¡Qué rayos! —Con la mano en el corazón miré sobre mi hombro, intentado averiguar quién había sido el chistosito.

—Enano —farfullé al reconocerlo—. Era aquel hombre corpulento y de gran estatura que ya había conocido anteriormente.

Al lado de Enano había otro chico que no reconocí, pero que llevaba un arma punzocortante en la mano y puesto un cubre bocas oscuro que dejaba en incógnito la mitad de su cara. Ese debía ser Calavera.

— ¿Y tú quién eres? —me preguntó Calavera, amenazándome con su utensilio de cocina oxidado.

Me puse pálido.

— ¡A qué es lindo! —Exclamó Enano y le incentivó a que guardara su cuchillo—. ¡Es la segunda vez que lo veo acompañando al Alfa! ¿Será su nueva mascota? ¿Nos permitirá jugar con él un rato?

—Sí, es lindo. Y me encantaría juguetear con él —Calavera guardó su arma y se sobó la quijada, analítico.

Curiosos, Enano y Calavera me rodearon y me atraparon dentro de un círculo, sin oportunidad de permitirme huir. Comenzaron a observarme de cerca, a tocarme, a olfatearme el cabello. Tenían esa expresión en sus rostros de quienes ven videos de gatitos lindos en youtube, ¡sólo que yo no era un gatito! ¿O sí?

—Tu cabello huele extraño, ¿usas champú para bebés?—olfateó Calavera, bajándose el cubre bocas hasta el cuello, por lo que pude ver su tatuaje que llevaba oculto: una dentadura esquelética que se dibujaba en todo su mentón y boca. Y después de observarle detenidamente durante varios segundos, podría afirmar que es “apuesto”, pero creo que la impresión que más logró causar en mí es de “miedo”.

—Qué piel tan suavecita, la froto y un aroma a cacao invade el ambiente—añadió Enano, llevándose el dorso de mi mano a sus fosas nasales—. Me recuerda a mi novia.

Machete, quién se había mostrado desinteresando hasta ese momento, sin mas se acercó a contemplarme detenidamente, y después de un largo escrutinio, cruzándose de brazos, concluyó:

— ¿Cómo puede causarles tanto interés? ¡Está pecoso! —se metió el dedo a la boca, haciendo una mueca de asco—. Sin contar que lleva los labios pintados. ¿Quién hace eso además de las chicas o los maricas?

— ¿Pintados? —Extrañado, me lleve la mano a la boca, y sentí pegajosos mis labios. Avergonzado me los relamí un poco, y me supieron a cereza—. ¡Ah! —exclamé perspicaz—. ¡El caramelo que me estaba comiendo hace rato es el que me ha pintado la boca!

— ¿Caramelo? ¡Dame uno de esos! —Demandó Machete y estiró su mano hacia mí—. De ya, pecoso.

—Yo también quiero uno —Enano se frotó las manos.

—Y yo. ¿Dónde los llevas escondidos? —preguntó Calavera.

Y los tres comenzaron a hurgar entre los bolsillos de mi ropa.

—Apártense… —forcejé, intentando alejar sus manos curiosas de mi cuerpo, que intentaban desnudarme.

— ¡Enano, Calavera, Machete! ¿Qué es lo que hacen? —Vociferó Adrián recostado desde la banca—. ¡Déjenlo en paz de una vez que no es un juguete! ¡Y vengan acá, que debemos hablar sobre la pandilla de Los Locos!

Calavera me tomó del mentón con delicadeza:

—Tuviste suerte de que el Alfa te haya reclamado como suyo —Y me soltó.

No entendí aquello, pero no le tomé importancia. Volví a respirar, y bastante aliviado, luego de que los tres chicos, ante la orden de su Alfa, me devolvieron mi espacio personal y se alejaron, resignados y farfullando.

Sin embargo Machete me sonrió triunfante, con la bolsa de caramelos en la mano que me había alcanzado a robar en el último segundo. Magnánimo, se echó un puñado de distintos sabores a la boca, burlándose de mí.

Lo miré con recelo.

 ¡Ese chico definitivamente ya tenía algo personal contra mí, al igual que yo con él, y no tenía idea de por qué!

Era, como si estuviéramos compitiendo por algo. Como si fuéramos rivales…

Campante, Machete caminó hasta la banca y le ofreció su caramelo ya lamido a Adrián, mismo que seguía en estado letárgico, con los ojos cerrados hacia el cielo.

— ¿Quieres? Este es de sabor naranja —se sacó uno de la boca. Pero el Lobo se mostró desinteresado ante su ofrecimiento, y entonces el rostro de Machete adoptó una expresión infantil y molesta que por un momento me hizo recordar a… mí.

Al parecer, ese chico y yo nos parecíamos un poco. Más de lo que quería admitir.

Con actitud resentida, Machete volvió a meterse el caramelo a la boca, farfullando maldiciones y agrietando con sus filosos dientes el caramelo que se escuchó partirse dentro de su cavidad.

Machete se comportaba como un perro rabioso, y lucia muy intimidante, pero a la hora de tratar con Adrián, su actitud cambiaba drásticamente y se volvía un cachorrito sumiso que bajaba las orejas y agitaba la cola desesperado a que le acariciaran el lomo.

Aprovechando la indiferencia que mostró Adrián hacia el asunto que era Machete, Enano y Calavera retomaron el asunto que le estaban comunicando a su líder sobre el tema de Los Locos y de las medidas que tomarían contra ellos. Sintiéndose rechazado, Machete se cruzó de brazos y fingió no escuchar los detalles de tal conversación, pero tuve la impresión de que realmente estaba poniendo atención. Y aunque yo también sentía mucha curiosidad del contraataque que estaban planeando ejecutar, no me uní al círculo y me digné en permanecer en mi sitio, ya que después de todo no era un miembro de la Manada, por lo que tales asuntos no me concernían. Además, ¿cómo iba a osar acercarme al Lobo si Machete estaba prohibiéndomelo constantemente con la mirada? Parecía todo un centinela que cuidaba… lo que consideraba suyo.

Mordiendo con saña mi labio inferior, continué pues, con actitud violenta, -como si estuviera molesto por ello-, hurgando dentro de las bolsitas de mi macuto para asegurarme de no haber perdido nada de valor. Y es cuando sentí aquel objeto enredándose y aferrándose entre mis dedos…

Engrandecí los ojos cuando lo saqué a la superficie y lo coloqué a la altura de mis ojos.

« ¿Eh? ¿Pero qué hacía en mi macuto? ».

Era aquel crucifijo de piedra obsidiana que finalmente había decidido comprar esta mañana a la monjita; aquel rosario que había llevado hasta el club deportivo supuestamente sin alguna intención aparente.

 Sin parpadear, seguí mirándolo, intentando responderme a mí mismo de porqué yacía entre mis cosas, el porqué me rehusé en comprarlo. Tal vez lo hice porque en el interior, desde la primera vez que sostuve tal objeto religioso entre mis manos, tuve el propósito de obsequiárselo a Adrián.

No pensé en nadie más...

«Es el mejor regalo que puedes ofrecerle. Todos necesitamos de la protección de Dios, de un escudo, de un arma contra el mal. Un rosario es todo eso, y más».

Presioné con fuerza el rosario dentro de mi puño al recordar las palabras de la monjita. Después del incidente con la pandilla Los Locos, ahora más que nunca, sentí el ferviente deseo de obsequiárselo, para que en representación mía, el rosario cuidara de él, de ese idiota suicida que no piensa en sí mismo.

Mi corazón estaba apretujado. Por alguna extraña razón, no quería que le pasara nada al Lobo, que volviera a verse expuesto como hoy lo estuvo.

Decidido más que antes a darle el crucifijo por lo anteriormente mencionado, me levanté del suelo sacudiéndome las rodillas, respiré profundo, y caminé lentamente hacia Adrián, apretando el crucifijo contra mi pecho y balbuceando las palabras que le diría, practicándolas y memorizándolas.

Sentía que ese era el momento indicado para hacerlo.

Él permanecía recostado en la banca con los ojos cerrados, escuchando los consejos de Enano y Calavera, y asintiendo de vez en cuando a las ideas que estos le proporcionaban. Sin tomar en cuenta si interrumpía la charla, estiré mi mano, y se lo ofrecí, accionando un gesto tímido, pero…casi al instante apareció Machete, y aprovechando que Adrián seguía con los ojos cerrados -sumergido en su mundo de venganza-, me bloqueó el paso y con su mano sobre mi pecho, me empujó y me obligó a hacerme para atrás.

Tres, cuatro, cinco, seis, siete pasos di en retroceso, tropezándome a la vez. No entendía por qué el afán de Machete de tratarme así de mal. Desde el primer instante que me vio, ese chico me odió por algún desconocido motivo, y criticaba mis pecas con una aversión tan total, que le hacía torcer sus labios como un gesto de profundo asco cada vez que me miraba a la cara.

— ¿Qué es lo que quieres con el Alfa, pecoso? —me volvió a empujar—. Te ha traído a casa. ¿Por qué no te largas a ella y nos dejas en paz?

—Sólo intentaba… —apreté los labios.

Machete bajó su mirada a mis ya temblorosas e inquietas manos.

— ¿Pretendes obsequiarle un crucifijo? —Soltó una carcajada y se puso una mano a la cadera, irónico—. ¡Él no es creyente!

—Lo sé, pero…

Con un movimiento fugaz e impredecible para mí, Machete me arrebató el rosario de las manos sin que pudiera reaccionar a tiempo.

Con desdén, observó de cerca el objeto, para después exclamar:

—Lo haces para disculparte, ¿cierto? ¿Pero crees que esto… —lo sacudió con desdén en el aire—, va compensar todo lo que hoy ocasionaste? ¡Porque sé que fuiste tú el culpable de que hayan lastimado al Lobo! ¡Él pudo haberse cuidado solo, siempre lo hace, pero para mantenerte a salvo, se expuso, aceptando los términos desfavorables del enemigo, y sólo por tu miserable pellejo!

—Yo no quería… —mi mentón tembló y mis pupilas se cristalizaron.

 La culpa comenzaba a quemarme, a escocerme el pecho.

— ¡Pero lo ocasionaste! ¿Y si esa navaja hubiera alcanzado algún órgano vital del Alfa? ¿Y si este incidente hubiera sido mortífero para él? ¿Serías capaz de cargar con tal culpa, tal responsabilidad?

— ¿Eh…? —un escalofrío recorrió mi espinazo al pensar en esa devastadora posibilidad, y mis labios temblaron, balbuceantes.

— ¿Ahora entiendes que es basura tu crucifijo? —Exclamó y suprimió fuertemente el objeto religioso dentro de su puño, intentando dañarlo, desprenderlo de sus cuentas. Luego, sumamente frustrado, hizo el amago de arrojarlo al suelo, pero no lo hizo, sólo me sonrió irreverente, y se lo guardó sin mas en el bolsillo.

—El Alfa no es creyente, pero yo sí, así que me quedaré el crucifijo —sentenció.

Fruncí los labios al ver cómo este, yacía dentro de la bolsa de su pantalón. Hice el mago de intentar recuperarlo, pero él se puso en guardia, y no hice más que retractarme y encogerme de hombros, haciéndome pequeño.

Al final de cuentas, él tenía razón: Un crucifijo no remediaría mis errores. Todo era culpa mía. Si Adrián hubiera estado solo, hubiera podido defenderse por su cuenta, y no hubiera llegado a ningún término que lo peligrara solo para mantenerme a salvo.

 

Volteé y con el corazón desgarrado contemplé al Lobo que, aun con los ojos cerrados, ignoraba la tensa situación que se suscitaba entre Machete y yo, en donde básicamente peleábamos por su atención.

 

*~~~*~~~*~~~*

 

Pese al reciente enfrentamiento con Machete, seguí intentando hablar con el Lobo un par de veces más, pero ese chico altanero celó el más leve acercamiento que yo accionara. No dejó que me acercara ni siquiera un centímetro. Celosamente custodiaba al Lobo, y me espantaba como si fuera un mosco rondando, cuando yo intentaba de alguna manera hacer contacto con él, sólo con la esperanza de lograr disculparme por todas mis estupideces. ¡Era todo! ¡Mis intenciones de acercamiento no eran presuntuosas!, tal y como lo consideraba Machete. ¿Qué era lo que tanto le preocupaba al quinceañero?

Resoplando, me levanté la manga de mi abrigo y miré el reloj de mi muñequera. Para mi desgracia, se estaba haciendo demasiado tarde y debí de haber vuelto a casa desde hace un par de horas, sin embargo, fruncí los labios, aferrado a mi objetivo, ya que definitivamente no quería volver a la cama sin antes haber hablado con Adrián. Me negaba rotundamente a desistir. Así pues, volví a ese columpio y me senté sobre él, meciéndome lentamente, aguardando por una oportunidad. Pero Machete parecía no querer ceder, y cuidaba con astucia “su rancho”.

Minutos después…

Bufé desde el columpio mientras miraba cómo Adrián jugueteaba con Machete. ¡Rayos, ver aquello me puso de muy mal humor! Y por más que quise ignorar el hecho, simplemente no pude hacerlo. Estaba cabreadísimo. Tal vez era porque pese a que Adrián trataba de manera dura, y muy fríamente a ese chico, al fin de cuentas parecían ser muy unidos, muy íntimos, y eso logró molestarme de sobremanera, como el hecho de que Machete fuera más apuesto y simpático que yo. De hecho, cualquiera es más simpático y apuesto que yo. Y en sí, nunca he valido nada. Y ahora, hasta era culpable de las heridas que ardían en la piel de Adrián. ¿Podía llegar a ser más asqueroso?

Me aferré con fuerza del columpio con esos sentimientos de culpa dándole un sabor amargo a mi garganta. No había sentido tanto asco por mí, como en ese momento.

Miré al Lobo de nuevo, férreo. Sentía una necesidad desesperante de decirle “lo siento”. Con eso bastaría, ¿cierto? Pero la oportunidad seguía sin presentárseme. Miré de nueva cuenta mi reloj, y comencé a plantearme la idea de que era mejor volver a casa sin mas. Me froté la cara con las manos, frustrado ante mis estúpidos y desesperados deseos de hablar con Adrián.

« ¿Qué demonios estás haciendo?» Me dije. « ¡Sólo vuelve a casa, que ya después se presentará la ocasión!»

Así pues, con actitud resignada, me puse de pie y me colgué el macuto a la espalda. Accioné el primer paso, e instintivamente dirigí mis ojos miel hacia el Lobo, e hice el amago de despedirme de él, pero Machete enchuecó los labios, y gruñéndome, me miró insidiosamente, como sólo lo hace una novia celosa.

«Sólo lárgate», me demandó con la mirada.

Me mordí la lengua, y presioné con fuerza mi puño. Ni siquiera se dignó a brindarme el derecho de despedirme de él. Supongo que me lo merecía, ya que al fin y al cabo, fue por mi culpa que el bienestar de Adrián se viera expuesto esta noche.

Lancé un respingo al aire y me di la vuelta, tomando el rumbo hacia mi hogar con actitud apagada, y seguí avanzando, cuando repentinamente, presentí la electrizante mirada de Adrián sobre mí.

Sin embargo, no detuve mi marcha, y seguí hacia adelante.

Y repentinamente:

 —Ángel… —él me llamó—. ¿Adónde crees que vas?

Me detuve abruptamente cuando escuché a Adrián reprochando mi huida, y me giré hacia él, con las pupilas dilatadas y el corazón estremecido.

Rascándose el cabello, Adrián lanzó un bostezo y se dirigió esta vez a sus hombres:

—Dejemos pendiente el asunto. Hablaremos después. Ahora márchense, que yo me quedaré aquí un rato más. Debo atender ciertos asuntos que tengo pendientes con Ángel —les ordenó, y guiñó un ojo en mi dirección.

Me ruboricé.

— ¿Qué asuntos? —preguntó Enano.

—No tengo por qué darte explicaciones, ¿o sí? Ya les dije, váyanse ustedes y busquen a los demás —repitió el Lobo impacientado y malhumorado.

« ¿Acaso hace todo esto, porque pretende quedarse a solas conmigo…?». Mordiéndome los labios me lo pregunté, mientras miraba cómo espantaba a sus camaradas.

— Yo puedo quedarme contigo, Lobo —se ofreció Machete y me volteó a ver, con rivalidad.

Adrián se tocó la frente con frustración:

—Enano, llévate a Machete contigo. Él es menor de edad, por lo que debe irse a la cama temprano.

—Bien —Enano se frotó sus manos de gigante—, yo me encargo de este polluelo.

—No te acerques, Enano —le advirtió el quinceañero y se puso en guardia.

Pero Enano no le tenía miedo, y sólo acataba órdenes provenientes del Alfa, así que tomó a Machete de las piernas y lo cargó como su fuera un simple costal de papas aun sin contar con su consentimiento.

— ¡No! ¡Bájame! —el susodicho gritó y pataleó cuando Enano se lo llevaba a la fuerza en dirección a las motocicletas.

—Y yo me aseguraré de que Machete tome su lechita antes de dormir —dijo Calavera con tono insinuante, y se masajeó el bulto de su hombría que sobresalía de su pantalón.

— ¿Ya escuchaste? ¡Me violarán y será tu culpa! —Le gritó Machete al Lobo, arañando con desesperación la espalda de Enano mientras este se alejaba con pasos agigantados.

—Lo disfrutarás, ya lo verás Machete —se rió Enano, y sosteniéndolo con más fuerza, se despidió del Alfa con un ademán de mano.

— ¡No lo molesten tanto! —les gritó el Lobo cuando estos ya se habían montando en sus motos.

—Descuida, está en buenas manos —comentó Calavera con su cubre bocas ya puesto, antes de arrancar.

Adrián les hizo un ademán con la mano, y guiándose por esa señal, Enano y Calavera aceleraron y se marcharon por fin del parque.

Después de unos segundos, sólo se escuchaba el leve sonido de las motocicletas alejándose, y los forcejeos de Machete, dejándonos a Adrián y a mí, en un repentino e incómodo silencio.

Tragué saliva y encogido de hombros, volví a sentarme en el columpio, mirando a Adrián, que recostado en la banca, sacaba un cigarrillo y lo encendía.

—Dime… —Adrián me habló desde su posición—, ¿por qué luces tan apesadumbrado? Machete te ha molestado de nuevo con alguna otra tontería, ¿cierto?

Intenté contener mi odio cuando escuché que lo mencionaba, pero no pude más.

— ¡Qué le den! —apreté los dientes.

— ¡Vaya! ¡No sabía que tu boquita supiera hablar sucio! —Adrián se reincorporó, asombrado, con el cigarrillo entre los dientes.

—Sé que ustedes son muy unidos, pero… —apreté mi puño.

Adrián se puso de pie y camino hacia mí con una mano en la boca sosteniendo su cigarrillo.

—Machete suele tener mal carácter, y no es muy amistoso con los extraños, pero es un buen chico. Ahora puedes no verlo así, pero cuando lo conozcas mejor, seguro que te llevarás muy bien con él.

— ¡Nunca!

—Escucha —ecuánime, soltó una risita y tomó asiento en el columpio que estaba a mi derecha—. Si fue malo contigo, lo reprenderé, ¿vale? Sólo intento explicarte que no debes tomar a pecho cualquier cosa que te haya dicho, ni tampoco debes creer que habla en serio. Le gusta hacerse el malo, pero realmente es un pan de Dios.

Mi ira mermó, pero a cambio, ese sentimiento culpa volvió e invadió mi pecho.

—Pensándolo bien, no culpo a Machete, él tuvo razón en todo lo que me dijo, es por eso que sus palabras me dolieron, porque estaban impregnadas de verdad. ¡Yo tuve la culpa de que hayas terminado herido! —miré a Adrián con ojos cristalinos y tormentosos—. ¡Y si te hubiera pasado algo grave, yo…!

Callé de pronto, y me apresuré en encogerme de hombros, con aquel sentimiento culposo atenazándome, y que no me permitía mirarle a la cara.

Con un gesto grave y serio, Adrián se llevó lo poco que quedaba de su cigarrillo  a los labios, le dio una última bocanada de humo, para después lanzar la colilla muy lejos. Yo permanecí en mi columpio por varios segundos, balanceante y en silencio, con la mirada en el suelo, pretendiendo serenidad. Pero en mi interior, mi corazón iba a mil, aun afectado por su reciente duelo.

¿Con qué palabras mostrarle mi gratitud? ¿De qué manera disculparme, y compensarlo?

A escondidillas, le lancé una mirada y frunciendo los labios, presioné fuertemente entre mis manos, los suspensores metálicos que sostenían el columpio.

¿Qué era esta repentina e incontrolable sensación de llorar? ¿Y este nudo en la garganta que no me permitía hablar?

Una leve sonrisa se asomó de los labios de Adrián al percatarse que lo miraba. Avergonzado, inmediatamente desvié mis ojos, ya tarde, ya en vano, pues me había pillado en el acto.

Él se paró de su columpio, y vino hacia mí, con pasos lentos y elegantes.

Su expresión era serena, casi agradable.

Sentí su presencia en mi espalda y una sensación electrizante recorrió mi espinazo, arrancándome también un inesperado respingo. Callado, le dio impulso a mi columpio, deslizándolo suavemente una vez, para después detenerlo abruptamente cuando hubo regresado a sus manos. Entonces, con un movimiento fugaz, sus dedos capturaron mi rostro, y lo acunaron.

— ¿Ah? —me sobresalté ante su repentina acción.

Sentí sus manos, tan grandes, tan frías; aprisionando mis mejillas. Echó mi rostro hacia atrás, y nuestros rostros se encontraron. Lo miré a la inversa, con mi cara colgando en el aire, con mi rostro apuntando al cielo, sostenido por sus frías manos. Mis ojos se encontraban cristalizados, luchando para no llorar. Adrián se inclinó sobre mi cara, y sentí cómo sus cabellos rozaban mis pecosas mejillas.

— ¿Sigues sufriendo por mis heridas? ¿Te he logrado preocupar y conmover hasta el borde de las lágrimas? —musitó suavemente.

—He sido yo el culpable de todo esto…—pasé saliva.

—No tienes porqué sentirte mal. Debes saber que… enfrentaría dragones por ti, Caperucito.

— ¿Dragones? ¿Por mí? —La luz en mis ojos centelló—. ¿Así como lo hace un caballero por una princesa en las historias de amor que tanto me gustan?

Adrián asintió con la cabeza, afirmándolo. Y me ruboricé.

—Ahora, mírame —pidió el Lobo.

Contemplé pues su fisonomía.

Y ahí estaban esos labios, distanciados de los míos. Esos labios me sonrieron. Ya estaba olvidando a qué sabían. Y estaba necesitando sentirlos de nuevo, con desasosiego.

Esos labios se acercaron y me acecharon, susurrándome al oído una desesperada petición:

—Caperucito… ¿puedo besarte?

Me sentí estremecer, y el cómo cambiaba abruptamente el ritmo de mi respiración, con qué salvajismo se aceleraba.

Y sí, con lo aterrado que me encontraba ante tal repentina proposición, pude haber intentado retroceder, huir de Adrián como ya tenía costumbre. No había luchado arduamente contra mis imprudentes sentimientos por él, para que ahora, simplemente me dejara sucumbir por ellos, ¿cierto? Pero la realidad…, era que ya no contaba con más fuerza de voluntad. Esta, ya me había abandonado hace ya mucho tiempo. Y ahora, solo existía Adrián y esa boca bonita que él no dejaba de relamerse.

Sí, el Lobo puede con mi orgullo, con mis miedos, con mis inseguridades, con mis defensas. Él las traspasa fácilmente, como si no existieran. Y me hago vulnerable, con su boca cerca de la mía.

Pierdo todo tipo de fuerza ante él.

Le miré abatido, su boca seguía suplicándomelo, esperando mi permiso para actuar, para emboscarme.

 

¡Ay dios mío! ¡Ay dios mío!

Estaba a punto de cometer el peor error de mi vida.

Pero quería condenarme…

 

Así pues, no hubo necesidad de las palabras. Él lo supo. Vio reflejado en mí nítido mirar, esas ganas, esa desesperación de que lo hiciera, lo contempló en esos delatadores ojos míos, que no sabían fingir, que no sabían mentirle.

Luego de mi fútil y poco intencionado intento por escapar, ya con todas mis fuerzas derrotadas, entrecerré los ojos, dejándome seducir por su aliento a cigarrillo que tanto decía odiar, pero que en ese momento, amé el que apestara así.

 Mis labios, trémulos, aguardaron por los suyos, cuando por fin, fui capaz de sentir el sutil roce de su boca haciéndome cosquillas, y mi cuerpo accionó un espasmo involuntario. Cautivado por el tacto, con las mejillas ruborizadas, dejé caer los párpados, y mi boca recibió a su boca, que jadeantes, se amoldaron a la perfección.  

Sí, quizá nuestros labios ya se habían tocado con anterioridad, pero esta, era la primera vez que cedían rendidamente a voluntad, sin forcejeos ni brusquedades. En esta ocasión, nuestras bocas cayeron rendidas, y dispuestas. Adrián absorbió el dulce néctar de mi cavidad, y nos sumergimos en un constante intercambio de saliva combinada con aliento a tabaco y con vestigios de caramelo sabor cereza que dulcificó el beso. Mi escurridiza mano se paseó por su nuca y la sujetó con estremecimiento, mientras que, con los ojos cerrados, me deleitaba de su caliente lengua, que me envolvían en sus lentos y agonizantes movimientos húmedos y melosos. Y cuando menos nos dimos cuenta, nos vimos envueltos en un moldeo de lenguas, acompasadas y punzantes. Pero a cada lamida, el beso fue tomando ritmo e intensidad, convirtiéndose prontamente en desesperados y excesivos bocados. Mis tímidos y torpes labios, se apresuraron en intentar responder a sus desmedidos movimientos -aunque de manera candorosa-, y extasiado, me dejé llevar por ellos, a conciencia rendida. Sí, me quedé quietecito, sin oponer resistencia, mientras su lengua me pervertía la boca, y la llenaba de su esencia. Pero mis cohibidos e inexpertos movimientos no fueron suficientes para cubrir la demanda de la boca devoradora de Adrián. Esta me exigió más intensidad, y el sonido de nuestras jadeantes bocas, absorbiéndose y lamiéndose, era lo único que se escuchaba en ese parque abandonado por los niños.

Mi falta de pericia era notoria a cada ejecución, mis labios eran totalmente inhábiles a comparación de los del Lobo, así que, sintiéndome torpe e incapaz, aparté mi boca finalizando de manera abrupta el beso, y agitado, y con las mejillas ruborizadas, tomé desesperadas bocanadas de aire luego de sentirme liberado. En los primeros segundos, me encontré totalmente embrutecido, incapaz de llegar al raciocinio, de percatarme de lo que acababa de hacer. Las manos de Adrián liberaron mis mejillas y mi rostro volvió ser mío.

Con las manos temblándome, fui siendo consciente del beso y fue invadiéndome una extrema timidez y una felicidad absurda, y la clara convicción de que no sería capaz de mirarle a la cara de nuevo. Así que aproveché de que él estaba a mis espaldas, y lo evadí, dirigiendo la mirada hacia mis pies, que colgados al columpio, rasgaban el suelo.

Pero a diferencia mía, a Adrián le urgía mirarme y le molestaba que le diera la espalda, por lo que giró el columpio, entrelazando las cadenas entre sí, haciéndolo dar una media vuelta en su propio eje, y deteniéndolo frente a él.

No se percataba que ahora más que nunca, ¿no era capaz de contar con las fuerzas necesarias para verle a la cara?

Él se puso de cuclillas, y montó sus grandes manos sobre las mías, que aún se aferraban al columpio.

Todavía se relamía sus bonitos labios.

—Caperucito… —me susurró y me estremecí—. Mira, la luna nos observa… y está celosa de ti.

Giré tímidamente mi rostro hacia el cielo. Y efectivamente, ahí estaba el celeste, y parecía contemplarnos con curiosidad.

—La luna y todo el firmamento ha sido testigo, de este beso mutuo, de la total correspondencia y rendimiento de tus labios a mi boca.

Yo respiré agitadamente, afectado ante sus palabras y su tono poético. Me tomó repentinamente del mentón,  y noté cómo igual de afectado que yo, pasó saliva antes de continuar:

—Escucha: No soy un príncipe azul, pero, déjame crearte una historia de amor, perfecta, donde los protagonistas sólo seamos tú y yo. ¿Qué dices?

Involuntariamente cautivado, hice un puchero evitando llorar.

¿Nuestra propia historia de amor? ¿Adrián recordaba mis anhelos expresados esa noche en el gimnasio? Sera que… ¿por fin Cupido se había apiadado de mí? ¿Estaba compensándome tantos años de amor no correspondido brindándome este momento?

Sin lograr decir palabra alguna, me tallé los ojos ya cristalizados, cuando el Lobo me apartó la mano de la cara, atrapándome la muñeca con su puño, y se abalanzó por segunda vez a mi boca ya hinchada, tomándola desprevenida, y me besó con pericia, guiando a mis labios inexpertos, con suavidad y maestría.

Pretendía enseñarlos  a besar, a pecar…

En medio de ese exquisito beso, sentí las llagas en sus labios, e intenté con desesperación curarlos con mi boca, esperando que esta fungiera como sedante para alivianar su dolor. Y el sabor a hierro de su sangre, no me fue ni un poco desagradable, ni rompió la magia, ni logró que perdiera el valor significativo que ese segundo beso comenzaba a ser para ambos.

Y seguimos besándonos bajo ese cielo nítido, bajo ese cielo que nos miraba y se convertía en el más importante testigo y confidente de la danza de nuestras lenguas.

 Mis labios desaparecieron dentro de la boca de Adrián. Él los succionaba y los lamia. Los devoraba. Los desgastaba.

Después de unos segundos, los besos de Adrián pasaron a ser mordelones. No se lo reproché. Sólo me dejé llevar por el embrujo de su lengua. Y me supe perdido.

Al cabo de unos segundos:

 —Hmmm —intenté hablar en medio del tórrido beso, mientras él me hacía las cosas más escandalosas.

— ¿Sí? —Adrián liberó mi boca.

Sin lograr hacer contacto visual con él, musité:

—Debo irme, es tarde. —Avergonzado aparté a Adrián, y me puse de pie, y comencé a caminar sin saber claramente a qué dirección me dirigía.

Pero él se cruzó en mi camino y detuvo mi andar.

— ¿Qué haces? No puedo dejarte ir todavía —sonrió divertido, ya que sabía perfectamente de que estaba lo suficiente apenado como para intentar huir de él.

Me tomó de la cintura y me dejé atrapar. Sí, tal vez me encontraba muy avergonzado, pero de igual manera, no quería marcharme aun. Así que permanecí quieto. Se sentía bien estar entre sus brazos. Sin tan sólo hubiera dejado de forcejear cada vez que el me tomaba de la cintura, lo hubiera podido descubrir mucho antes.

Le miré, y dirigí sin pensarlo mi mano a su oído, y luego tomé su piercing platino entre mis titubeantes dedos, como jugueteando (no es que estuviera coqueteando).

Adrián sonrió creyéndolo así, y yo me ruboricé, para después hacer un mohín, molesto. ¡Es por estas cosas que no le soportaba! Meramente divertido, Adrián me arraigó a su cuerpo y acercó su rostro para besarme de nuevo, pero me hice el encaprichado, e inflando las mejillas hice el amago de apartarlo con la mano, pero él aun divertido, me cogió de la muñeca y atrapó mis labios.

—Eres lo más dulce que he probado —dijo en un intervalo que se dieron nuestras bocas.

Y mientras más lo besaba, más me perdía, y a la vez me daba más cuenta de que esto estaba mal. Así que, concluí abruptamente el beso y deshice torpemente la unión de nuestros labios.

— ¿Qué pasa? —aun jadeante, me tomó de las mejillas.

—Esto no está bien. Debemos parar —le dediqué una mirada asustadiza e impregnada de remordimiento mientras comenzaba a sentar cabeza y recapacitaba nuestros actos.

Sentí cómo su boca me envolvía de nuevo en un beso apasionado. Desesperado. Cerré desfallecido los ojos y me perdí en su beso y lengüeteo, cuando logré escuchar una vocecita a lo lejos:

— ¡Mira mamá, dos hombres se están besando…!

Abrí los ojos de golpe, y pálido, alejé mis labios. Adrián sonrió mientras que avergonzado, yo me abrazaba de él y ocultaba mi rostro en su pecho, dentro de su chaqueta.

— ¡Hijo no mires! —La señora le cubrió los ojos al niño para después gritarnos mientras se marchaba—: ¡Pervertidos! ¡Exhibicionistas! ¡Enfermos! ¡Anormales! ¡Se irán al infierno!

Apreté los ojos escuchándola marcharse. Me mantuve unos segundos así, refugiado en el pecho de Adrián, hasta que pude mostrar mi rostro de nuevo. Un rostro que detonaba preocupación.

Insaciable, Adrián acercó de nuevo su boca, pero yo… la evadí y giré el rostro.

—Qué sucede —sonrió y me dio un beso de labios sellados en la mejilla—. Si ya se han marchado.

Y volvió a acercarse a mi boca.

Cuando lo evadí por segunda vez, Adrián puso una ligera expresión de desencanto.

— ¿Sucede algo? —me susurró, serio.

—La conozco —tragué saliva, con el pecho estremecido.

— ¿A esa desagradable mujer?

Asentí, invadido de un involuntario temblor. Estaba hasta pálido.

—Se llama Carolina, y es una de las clientas más frecuentes de mamá. Le lleva pantalones y cortinas para que las remiende.

—Tranquilízate —me acarició la mejilla—. Ella no supo quiénes éramos. Estabas de espaldas y las sombras de las ramas del árbol nos ha dado intimidad, anonimato.

Volví a sumir mi rostro dentro de la chaqueta de Adrián, y meneé mi cabeza, asustadizo como un conejito.

—Seguro que mi ropa y mi silueta han sido suficientes para identificarme.

Adrián me rodeó entre sus brazos, y suspirando, recargó su mentón sobre mi cabello.

—Confía en mí, no te ha reconocido. Además, si lo hizo… ¿qué importa?

Al escucharle decir eso, me aparté de él con violencia y me desenredé de sus brazos.

— ¿Has dicho “qué importa”? —bufando le reclamé—. ¿Y qué si  mi mamá se entera? ¡Esto la destrozaría! ¡A toda mi familia!

Adrián intentó tranquilizarme, pero no le cedí la palabra:

—A ti puede no afectarte, pues no tienes a quién ajustarle cuentas, ¡pero yo sí! Yo no soy como tú, “a quien no le importa las consecuencias, por que estas no le asustan”.

El Lobo me atrapó de la cintura y me atrajo a él.

—Estás llevándolo muy lejos. Ya te he dicho que no te ha reconocido.

Un poco más tranquilo, me sostuve de sus hombros, y con tono sombrío, añadí:

—No podemos arriesgarnos de nuevo.

— ¿Qué quieres decir con eso? —apretó la quijada, y me miró con ojos filosos.

—Escucha: Esto que hacemos…está mal —mis ojos evadieron su cara—. ¿No te das cuenta que la cliente de mi madre tiene razón?

Él me tomó de la quijada con decisión y apremio y me obligó a que lo mirara.

—Si está bien o mal, ¡eso lo decidimos nosotros!

—Lo siento —me deshice de su mano en mi rostro, y retrocedí—. Yo no puedo continuar con esto.

—Adónde vas —estiró su brazo y me atrapó de la muñeca, asiéndome del abrigo para que no me marchara.

—Sólo déjame ir. Al menos esta vez.

Se lo imploré,

y él cedió a mi súplica.

Tomé mi macuto y corrí, sin voltear atrás.

 


 

 

Notas finales:

A partir de este punto, la historia de Boy Love Boy, entra en una nueva etapa.

Saludos, disculpa la tardanza y gracias por seguir aquí.


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