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BOY LOVE BOY por Nanami Jae

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Notas del capitulo:

Y me encantan esos hoyuelos que se le forman al reír, aunque… no lo haga para mí. 

Capítulo: Lágrimas de un quinceañero

 

 

By: Adrián.

No le detuve, sólo le vi marchar. De nuevo huía de mí. De mis besos. Apreté mis puños con fuerza. A ese Lobo feroz de los cuentos nunca le había costado tanto trabajo hacer suya a Caperucita. Pero mi caso era diferente. Y es porque este Lobo feroz decidió dejar de ser una bestia devoradora y esperar a que su presa viniera a él por cuenta propia.

Pero eso jamás pasará, ¿cierto? Pues Caperucito volvió a escapárseme de mis manos por enésima vez. Y con tanta facilidad…, sin oponer resistencia alguna para quedarse.

¿De qué manera retenerlo por una eternidad entre mis brazos?

Siempre es el mismo final: él huyendo y yo luchando contra mis monstruos impulsos para no detenerle y hacerle mío a la fuerza. Quizá es porque desde el primer momento, lo quise demasiado como para siempre permitirle marcharse ileso, y con mi corazón entre sus descuidadas manos.

Sí, lo quiero demasiado. Más allá de lo sano y de lo permitido. Y él se aprovecha, sabiéndose amado por mí.

Pero estaba harto, y esto no lo dejaría pasar por alto. Debía ponerle un ultimátum. Debía darle una lección.

Me monté a la moto, y apreté las manillas hasta escucharlas rechinar bajo la fricción de mis guantes de conducir, dirigiendo mi potente mirar hacia la dirección de la casa de Caperucito, hacia donde había huido. No era momento de volver al apartamento. Debía alcanzarle. No me importaría irrumpir en su hogar para hablar con él y hacerle ver ciertas cosas, dejarlas en claro, decirle que no todo le pasaré por alto.

Esta situación definitivamente no podía dejarse para después.

De esa manera, me planteé seriamente durante varios segundos en darle dicha visitadita, pero de pronto, instintivamente me llevé una mano al costado. Sentía mi reciente herida escocerme con más intensidad.

 Joder, lo había olvidado…

 Así pues, saqué el celular de mi bolsillo, y marqué el número de ella.

—Hola Sonia, soy el Lobo. ¿Estás en casa?

Ella me respondió malhumorada:

— ¡Lobo! ¿Dónde demonio has estado? Hoy fui a buscarte a Blue Rose, pues se supone que te tocaba presentar show, pero sólo me encontré a otro chico sustituyéndote en el escenario.

—Es Thomas. Se lo he pedido —dibujé un leve visaje de dolor al sentir las punzadas de mi herida intensificándose más.

—Pues Don Fernando está muy molesto, estuvo interrogándome sobre ti. Lo tienes histérico.

—No le dijiste nada, ¿cierto?

— ¿Por quién me tomas? Claro que no. Aunque me mandara a torturar, no conseguiría información alguna de mi parte.

—Bien. Dejando eso a un lado, quiero que me cheques unas heridas.

— ¿De nuevo te has peleado? —exclamó—. Aunque no sé porqué sigo sorprendiéndome, si tú nunca aprenderás.

—No es nada grave. Estaré en tu casa en cinco minutos, ¿está bien?

—Sí, aquí te espero.

—Vale, nos vemos allá —colgué la llamada y arranqué en mi moto, dejando atrás el parque, a ese columpio, y a esos besos…

 

 

*~~~*~~~*~~~*

 

 

Estacioné mi monstruo de acero de dos ruedas, y me dirigí a toda prisa a esa pequeña casa. La noche estaba congelando mis manos, así que me las froté para conseguir calor antes de accionar el timbre.

 Sonia atendió al instante a mi llamado y abrió la puerta de par en par.

—Pasa y quítate la chaqueta, ya tengo todo listo —dijo frotándose las manos.

La miré mientras yo cruzaba el umbral y seguía sus pasos: llevaba sus típicas ropas góticas que siempre la han caracterizado y que la hacían lucir excéntrica.

Ya dentro, me quité la chaqueta y me senté en la silla plegable recargándome cómodamente en su respaldo mientras Sonia se lavaba a conciencia las manos en el grifo, para posteriormente ponerse unos guantes de látex que suelen usar los cirujanos. Ella se inclinó hacia mí y destapó cuidadosamente las gasas absorbentes con las que Ángel había cubierto mi herida, y analizó minuciosamente el estado de esta.

—Pues a lo que veo… tu herida ya está adecuadamente lavada y cubierta. Sanará favorablemente si le sigues dando los cuidados necesarios —comentó satisfecha—. No tengo nada más que hacer al respecto, salvo proporcionarte analgésicos para amortiguar el dolor. Dime, ¿cómo es que has podido sobrellevar el ardor con tanta indiferencia? —suspiró, reprendiéndome mientras me daba dicho analgésico y un vaso con agua.

—No lo creí tan necesario, sólo quería asegurarme de que todo estuviera en orden y que no se infectara —me eché la pastilla a la boca.

— ¿No lo creíste necesario? Sigues asombrándome y enfureciéndome con tu actitud de insufrible. Pero bueno, eres un pandillero, quizá llevar una vida así de violenta, hace que te acostumbres al dolor; haciéndolo parte de ti, de tu rutina —se quitó los guantes y se recargó en el borde de la mesa de madera.

—Te equivocas si crees que soy inmune al dolor. Nadie lo es. La diferencia es la manera en que cada quien enfrenta las adversidades. Debemos aprender a ser valientes si queremos salir adelante. La vida te obliga a serlo. O luchas, o mueres.

—Sé perfectamente que no eres inmune al dolor —soltó un suspiro—, sólo sigo admirándome con que tranquilidad lo manejas.

«No del todo». Admití en el interior «Tranquilidad es lo menos que puedo conseguir ahora. Siento cómo va haciéndose añicos».

Sin decir nada más, saqué mi cajetilla de cigarros, sintiendo una repentina necesidad de contrarrestar ese sabor a caramelo que Caperucito había dejado invadiendo mi boca; aunque después buscara nuevamente empaparme de ellos.

Pero me percaté que no me quedaba ningún cigarrillo, por lo que gruñí ferozmente, y lo bastante alterado y violento, solté una vulgar grosería en voz alta, aplastando la cajetilla dentro de mi puño, para después lanzarla lejos.

 

— ¿Te pasa algo? —ella me miró alarmada.

 

Suprimí los dientes y me tragué la rabia. Y cuando la sentí raspar mi garganta, no hice más que intentar tranquilizarme y así mermar mi mal carácter.

No permitiría que Ángel lograra hacerme perder los estribos tan fácilmente.

No se saldría con la suya. No por ahora.

 

Notoriamente más tranquilo, volví a mi postura relajada y dejé escapar un suspiro desalentador.

 

— ¿En serio estás bien? —ella volvió a insistir.

 

Con el rostro hacia el techo, perdí mi mirada en la nada:

—Es sólo que… su huida me ha dejado desconcertado —confesé, con tono grave.

 

— ¿Qué dices? —Exclamó incrédula—. ¿Qué chica, en sus cinco sentidos, huiría de un bombón como tú? ¡Imposible!

Yo continué hablando sin atender su comentario:

—Ten por seguro, que lo hubiera detenido y atrapado entre mis brazos para no volver a soltarle de nuevo. Sí, lo hubiera hecho, si tan sólo no lo hubiera visto correr lejos de mí, tan aterrado, y en su mirar, el reflejo de su gran necesidad por tenerme alejado y mantenerse a salvo.

Ella balbuceó, asombrada al escucharme:

 

—Acaso, a quien estás refiriéndote, ¿es a ese chico pecoso? Se trata de él, ¿cierto?

Volteé hacia ella y la miré, con gravedad, y después de apretujar mi quijada, añadí:

—Lo quiero, Sonia. Es la primera vez que voy en serio.

Descolocada, parpadeo varias veces antes de hacer un comentario.

Yo solté una risita irónica.

—Lo sé, te tomó por sorpresa que esta confesión viniera de la boca de un mujeriego. Al fin y al cabo, él no es mujer.

—Te equivocas —aún exaltada confesó—, me toma por sorpresa considerando la otra cuestión, ya que se supone que tú… —se interrumpió así misma, quizá no creyendo prudente mencionar aquello tan a la ligera—. Dime, ¿qué pasará con tus planes, con lo que debes resolver, por aquello que has esperado por años?

Serio, me puse de pie y me abrigué con mi chaqueta cuidadosamente para no rozar mi herida.

—Él está haciendo que tire todos mis planes a la borda —admití y me acomodé las solapas de la chaqueta mientras ella se cubría la boca con las manos, asombrada—. E incluso está logrando que olvide el pasado. Ese pasado… Está haciendo que tome otra dirección. Una dirección que me lleva a él.

—Pero… ¿y Charlie? ¿Lo estás diciendo en serio? —debatió.

—Lo digo en serio —afirmé tragando saliva—. Ángel se ha convertido en mi nuevo propósito de vida.

Dentro de mí, sentí el impacto de una bala atravesándome el pecho. No es que me fuera fácil dejar de lado el asunto de Charlie…renunciar a él.

—Entiendo —ella se mordió los labios—. Pero  hay algo que no me ha quedado muy claro de todo esto: has dicho hace unos momentos que Ángel ha huido de ti, y tú lo has dejado marchar, entonces…

Me acerqué a ella, con pasos sonoros y una mirada irónica en la boca.

—No me malinterpretes, Sonia. Que lo haya dejado marchar a casa, no significa que renuncié a él. No soy tan buena persona —sombrío añadí—. Antes de darme por vencido a esta causa que parece imposible, echaré mi última moneda al aire…

—Espero que puedan estar juntos muy pronto.

—Yo también lo espero —me incliné y le besé la mejilla—. Gracias por revisar mi herida, y por escucharme.

Ella me dirigió una sonrisa:

—Debo decirte que Ángel me parece un chico encantador, y tiene unas hermosas pecas. Unas pecas iguales a las de tu madre, ¿cierto?

—Así es —asentí, dibujando una sonrisa tenue—. Y también debo aceptar, que me encantan esos hoyuelos que se le forman al reír, aunque… no lo haga para mí.

 

(Youtube: Radiohead Creep Subtitulada Español Inglés)

 

 

 

*~~~*~~~*~~~*

 

Iba montado en mi moto por las calles en dirección a mi departamento, cuando sonó mi celular desde el bolsillo que está pegado a mi muslo, lo saqué y miré la pantalla sin descuidar del todo el tráfico delante de mí.

—Don Fernando —confirmé al reconocer el número. Resoplando, volví a guardar el celular en el bolsillo, ignorando así la llamada. Ya me comunicaría con él después.

Un par de metros más adelante, el celular volvió a sonar, por lo que repetí el proceso anterior, pero esta vez se trataba de una llamada de Enano.

« ¿Por qué justamente hoy todos se empeñaban en joderme la vida?».

Maldiciendo, me llevé el dispositivo al oído, equilibrando con una sola mano las manillas de la moto:

—Y bien Enano, dime qué ha pasado —torcí la boca.

—Escucha, Machete se nos ha escapado. ¡Ese chico es listo! Y ahora no tenemos ni puta idea de dónde ha ido. Calavera y yo lo buscamos alrededor del barrio, pero no encontramos rastros de ese adolescente del demonio por ningún lado. Sé que ahora, menos que nunca, debe andar por ahí sólo con la pandilla de Los Locos al acecho…

—Suspendan la búsqueda, sé exactamente donde está. Deberé encargarme yo de este asunto —y colgué la llamada, malhumorado.

«Sí, definitivamente hoy todos quieren joderme».

Manejé un tramo corto antes de llegar a mi departamento. Al llegar, metí la moto en el garaje que me presta el dueño del edificio. Después de dejarla estacionada dentro, caminé a paso lento por la banqueta cuando noté la presencia de Machete, que me esperaba sentado en la entrada de los apartamentos, bajo un fuerte viento invernal que sacudía con fiereza su cabellera oscura y rebelde.

Verlo allí sólo me confirmó lo que ya suponía: él estaría esperándome aquí. Era obvio que no dejara pasar por alto la situación de Ángel.

Así pues, pasé de él, sin decir nada y me adentré al lugar, ignorándole.

—Oye, Lobo —me llamó, titiritando de frío.

Lo miré de reojo, pero no me detuve.

Él se puso de pie inmediatamente y me siguió con pasos apresurados. Ya esperaba que lo hiciera, infortunadamente. Era un quinceañero lo bastante caprichudo.

—Estabas con él, ¿cierto? Con ese pecoso —señaló rabioso, empuñando las manos y con el rostro colorado del coraje.

Sin decir nada, subí más de una docena de escaleras hasta llegar al quinto piso. Ya frente a mi cuarto, abrí tranquilamente la puerta y accedí, aún sin responder a la desesperada pregunta que tuvo que repetirme molestamente durante todo el transcurso: ¿Estabas con él?

Crucé el umbral de la entrada y él me siguió e incluso hasta adentro, bastante molesto y excitado.

Decidido, bloqueó mi camino, plantándose frente a mí cuando disponía dirigirme al sillón.

—Cada día, te alejas más de la Manada. De todos nosotros. ¡De mí!

—Les advertí desde un principio: Tarde o temprano me alejaría de la Manada. Ese día va a llegar Machete, y debes estar prepararlo para aceptarlo. No debes depender de mí por siempre. Mi partida la anuncié incluso antes de que fueras parte de todo esto. Nos protegemos y arriesgamos la vida por los miembros, pero ese pacto no será eterno. Llegarán los días en que todos deberemos tomar nuestros propios caminos y enfrentar por sí mismos nuestras propias adversidades.

— ¡Ya veo que quieres estar solo! ¡Qué estás alejándonos de ti! ¡Pero a diferencia de todos nosotros, a ese pecoso lo estás acercando! ¡Invitándolo a tu vida!

—Eso es algo que no te concierne, Machete.

—No necesitas responderme, porque sé perfectamente que estás considerando mantenerlo a tu lado —me tomó del antebrazo—. ¡Dime el por qué!

—Déjalo ya —me zafé con brusquedad de su agarre.

—Te he visto cómo le miras. Jamás habías mirado así a nadie. No después de lo de Charlie, según dicen los otros miembros.

—Que lo dejes —le advertí, serio.

— ¡Tú y ese chico se traen algo raro! ¡Lo sé, porque hoy que los contemplé juntos pude notarlo! —Demandó—. Será que… ese desagradable pecoso…

Se interrumpió así mismo, devastado. No quería decirlo. No quería pensarlo siquiera.

—Termina la oración —Lo reté.

Él balbuceó, sin lograr articular palabra alguna.

— ¿Y bien? —elevé la barbilla.

A Machete se le quebró la voz:

— ¿Te gusta? ¿Lo quieres? ¿Es eso?

Yo, con la misma serenidad, me abstuve de decir algo. Lo aparté de mi camino y  rodeado de la penumbra, me dirigí a la cama, quitándome la chaqueta con cuidado para no hacer sangrar mi reciente herida, y me senté en el borde del colchón, inclinando la cabeza al suelo, hacia mis botas de militar.

Machete, insistente se puso frente a mí una vez más.

—Él no es una chica, pero de alguna manera él… él… él… ¡te gusta, lo sé! —demandó con las venas saltadas de coraje.

Solté un suspiró y elevé el rostro hacia ese malcriado, encarándolo.

—Si ya lo sabes, ¿entonces por qué insistes en que te lo confirme? —Inquirí al fin, harto de la situación.

Machete se quedó atónito e inmovible durante varios segundos -le temblaba el mentón-, para después explotar de nuevo.

— ¡Pero si es un crío! —Protestó mientras una lágrima recorría su mejilla—. ¿Qué es lo que has visto en él?

— Un momento, que tú también sigues siendo un crío —aclaré—. Un crío que se cree hombre, pero que todavía no lo es, y que quizá no llegue a serlo si continua así.

Ya inundado por el llanto, Machete me miró desafiante bajo esa oscuridad que nos envolvía, y después de apretar con fuerza los nudillos, se sentó a mi lado derecho de la cama, determinante. Respirando violentamente, tomó mi mano derecha que descansaba sobre mi rodilla y la levantó. Arrugué la frente sin saber qué pretendía. Entonces entre las sombras, el chico guió a mi mano con la suya hasta su pantalón, y la hizo descansar sobre su entrepierna, que vibró y se estremeció al momento en que mis dedos hicieron contacto.

 Sentí en mi mano, lo largo de su joven miembro apenas desarrollado que se encontraba atrapado bajo sus vaqueros. Él tragó saliva sin animarse a mirarme a la cara.

Mas que estar ansioso, Machete se estaba muriendo de miedo.

Debo confesar que aquello me sacó por sorpresa. Machete llevaba tiempo encaprichado conmigo (no puedo llamarlo de otra manera), quizá desde el primer momento que se cruzó en mi camino, pero jamás creí que se decidiría. Quizá hoy lo hizo porque se vio amenazado por la aparición de Ángel. O porque no podía soportarlo más. O por ambas cosas.

Siempre temí, por él, que llegara este momento. Le sería amargo. Pero debí predecir que sucedería tarde o temprano, porque no importaba cuánto dudara en hacerlo, ya que, a diferencia de Ángel, Machete siempre ha sido un chico determinado.

El quinceañero cerró los ojos, dejándose llevar extasiado al sentir el peso y la presión que le proporcionaban mis dedos morenos sobre su miembro. Pero antes de que él pudiera saborear la sensación en plenitud, no hice más que alejar mi mano de él, con diferencia y frialdad.

—Por qué… —apretando los dientes, me lo reprochó, con sus ojos todavía húmedos.

No respondí nada.

Pese a que se encontraba devastado ante el hecho, hizo otro intento y se quitó su camisa de los Rolling Stones, creyendo ingenuamente que de esa manera podría hacerme cambiar de opinión.

Noté que su cuerpo era muy delgado y que su pezón izquierdo estaba atravesado por un piercing. Desesperado se bajó la bragueta y noté que además del arete, su prenda íntima también iba catalogada a la moda gay.

Su mensaje era claro. Más allá del deseo, sus acciones eran una lucha desesperada por no perderme.

Estuvo a punto de jugar con su propio cuerpo para incitarme, cuando yo le detuve, arrojándole su camisa sobre su pecho para que se la pusiera de nuevo, misma que cayó sobre su regazo.

—Hazme el favor de vestirte —le ordené duramente— que no voy a cogerte.

Más allá de la furia, su rostro detonó desconcierto y pesar. Parecía querer ahogarse con sus propias lágrimas.

Desconsolado, se puso de pie y suprimió un sollozo. Luego, corrió hacia mi closet, sacó de ahí una caja de cartón oculta, y rebuscó dentro la botella de alcohol que tenía guardada. Suspiré de nueva cuenta y poniéndome de pie, lo seguí. Machete tomó la botella que me había regalado don Fernando en una ocasión. Sin considerar mi aprobación, le quitó la tapa, cogió la botella de la boquilla y se echó un gran trago, empapándose el cuello y parte de su pecho.

—Oye, no lo hagas —intenté tomarle del hombro, pero él me alejó bruscamente.

 —A ese pecoso ya te lo has follado, ¿cierto?—Gruñó y le dio un segundo sorbo, mientras que inevitablemente de sus ojos se le escapaban más lágrimas.

—Maldición —me llevé las manos a la cadera y apoyé el peso de mi cuerpo en una sola pierna, sobándome la quijada, ya estresado.

Él comenzó a gimotear, embebiéndose casi toda la botella. Ya no intenté detenerlo, sólo contemplé cómo buscaba desesperadamente consuelo en la bebida, el cómo aminorar aunque sea un ápice, el dolor que le causó mi rechazo.

Después de unos minutos, luego de haberse ahogado en alcohol y lágrimas, terminó tendido en mi cama, repentina y profundamente dormido. Me senté en un banco junto a él, observando su respiración irregular, esos sollozos que seguían sin clamarse aun sumido en sueños.

Era tan parecido a mí…

En medio de sus ensoñaciones comenzó a hacer burbujitas de saliva –glú, glú glú- durante un largo rato. Luego, concluyó con repentinos sollozos entremezclados de maldiciones que iban dirigidas a mí. Me deseó e incluso la muerte, y de manera ferviente.

Encajando los codos en mis muslos y como un gesto de frustración, me froté el rostro con las manos y me lamenté:

—Y ahora, ¿qué se supone que voy a hacer contigo?

 

Quince minutos después…

Creyendo que se había estabilizado y que no despertaría hasta el día siguiente, me levanté y me abrigué de nuevo para salir. Tenía muchos asuntos que atender como para hacerle de niñero y quedarme a cuidar a Machete durante toda la noche. Eran asuntos, que no podían esperar.

Metí una nueva cajetilla de cigarrillos al bolsillo de mi pantalón, y cuando abría la puerta para salir, escuché la cama crujir detrás de mí.

— ¿Vas con el pecoso de nuevo? ¿Te tiene tan desesperado que no puedes esperar a otro día?

Alcancé a escuchar su reproche desde el marco de la entrada, y sus destanteados pasos aproximándose. Me volví hacia él. Me sorprendió que pudiera mantenerse de pie luego de tomar tanto alcohol.

— ¡Dime por qué, Alfa! ¡Qué tiene él que yo no! ¡Es asquerosamente pecoso! ¿Qué no lo has visto bien? ¡Y él no ha pasado tanto tiempo a tu lado como yo lo he estado! ¡No ha arriesgado su trasero como yo lo he hecho! ¡Moriría por ti sin pensármelo, lo sabes! ¡En cambio, dime qué ha hecho él por ti, sólo meterte en problemas con la pandilla Los Locos!

—No se trata de quién lo merezca más, ¿entiendes? Irremediablemente lo quiero a él. No lo he decidido yo. Entiende que el corazón nunca pide tu opinión. Y lo mismo ha pasado contigo, porque estoy seguro, que si pudieras decidir no estar enamorado de mí, definitivamente desistirías de quererme.

— ¡No es verdad! ¡Te quiero, porque así lo he decidido! ¡Es una decisión que he tomado a voluntad propia y con todos mis sentidos en orden!

—Claro que no.

Él se estrujó el pecho con su puño:

—Ya que lo dices, pensándolo detenidamente, después del dolor que me ha caudado este rechazo tuyo, quizá tengas razón, ¡hubiera elegido no quererte si tuviera la opción!, tan sólo para evitar el dolor tan desgarrador que me causa tu desamor, ¡Imbécil! ¡Pero estoy sentenciado! —Y caminó hacia la puerta devastado, pasándome a mí de filo—. ¡Soy yo el que se va! ¡Me largo de aquí! ¡No volverás a verme! ¡Desapareceré! ¿Oíste? Jamás volverás a saber de mí…

Le bloqueé el camino con el brazo mientras me sobaba la frente con frustración.

—No puedo dejarte ir en estas condiciones. ¿No te percatas de lo ebrio que te encuentras? Apenas y puedes mantenerte de pie. Somos una Manada, nos protegemos entre nosotros. Así que…

—Déjame ir, estás comenzado a hablar como si yo una vez te hubiera importado realmente y eso me lastima más…me hace albergas vanas esperanzas.

Él  de una manera logró hacerse paso. Lo atrapé pues, en mis brazos antes de que cruzara el umbral. Lo abracé. A él le sorprendió tal gesto, pues nunca tuve ese tipo de demostraciones con él, ni con ningún otro miembro de la Manada, por lo que debió sentirlo extraño e irreal. Se mantuvo quieto dentro de mis brazos, e inmóvil y parpadeante, pero respirando a bocanadas, intentado asegurarse de que esto no era una alucinación a causa de la embriagues que sufría. Pero sabía que la fricción de mis brazos sobre él sofocándole era una sensación lo demasiado realista. Y tal parece que le brindaron sosiego y bienestar.

Se creerá muy rudo y ya todo un hombre, pero conmigo, siempre será ese niño indefenso que necesita que lo mimen. No tiene remedio, y le comprendo, es todavía muy joven como para sufrir decepciones amorosas. Pero también es demasiado joven para amarme en serio y creerme el indicado. Yo a su edad amaba a la persona equivocada, y él también lo hace.

—Escucha Machete: siempre te necesitaré en mi vida. Quiero que seas consciente de ello y que nunca lo olvides. También  agradezco que estés a mi lado, que arriesgues tu vida por mí. Lamento no sentir lo mismo que tú. Tal vez no te quiera de una manera romántica, como lo quiero a él, pero te quiero a mi manera, Machete. Eres mi amigo, mi hermano menor. Y también sé que no eres una mala persona. Y sé, que al igual que yo, tarde o temprano, terminarás aceptando a ese pecoso que tanto dices odiar… porque sabes de antemano, que es importante para mí.

Machete se soltó a llorar como un bebé y se aferró a mi espalda.

— ¡Te equivocas! ¡Odio a ese pecoso y lo haré hasta que muera! ¡Sería capaz de matarlo! ¡Y lo haré! Lo mataré…

Pude haberle reprendido al escucharle decir eso, pero no lo hice, puesto que sé, que realmente jamás se atrevería. Machete no es un asesino, sólo es un chico desamparado que tiene miedo de perderme, y cree que Ángel es quien le arrebatará eso único que ha tenido en su vida: A mí.

 Así pues, dejé pasar algunos segundos para que se desahogara entre mis brazos, aguantando su arrebatada tirria. Y cuando lo sentí notablemente más tranquilo, le busqué la cara.

—Entonces te quedarás a dormir aquí esta noche, ¿has oído? Es una orden que te da tu Alfa.

—Vale… —sorbió la nariz.

— Pero sólo a dormir —sonreí, y le di leves palmaditas en la espalda—. Te portarás bien.

—Ya que… —gruñó malhumorado.

—Anda, regresa a la cama. Espérame aquí mientras vuelvo. No tardaré.

Con la mano empuñada, él se dedicó a mirarme mientras me marchaba. 

Notas finales:

Este capítulo no iba a escribirlo, me iba a pasar directamente con la situación de Ángel. Pero al final lo consideré y aquí está. Debo aclarar que Machete es un personaje que seguirá teniendo participación en la trama, pero no mucha, no profundizaré en él ni en su vida.

  Gracias por seguir aquí. El siguiente capítulo estará muy pronto.


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