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BOY LOVE BOY por Nanami Jae

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Notas del capitulo:

Adrián robaba algo de mí en cada roce de labios.


Algo, que ya no me devolvía:


Un trocito de mi alma.

 

*~Capítulo 17: Una nueva promesa~*

 

 

¿Cómo pude haberle permitido besarme?

 ¡Yo definitivamente no soy gay, yo definitivamente no lo quiero!

Reprendiéndome con esas introspectivas, corrí con desesperación a casa bastante alterado y me llevé las manos a la cara y me la froté: aún sentía mi rostro caliente, y mis labios continuaban húmedos de su esencia, de su saliva impregnada de nicotina que había envenenado ya toda mi cavidad y el largo de mi garganta.

Con las piernas y las manos temblándome escandalosamente, giré las llaves en la ranura de la puerta, y entré por fin a casa, que seguía con las luces encendidas.

—Siento llegar tarde —me anuncié, de pie en la entrada.

Mamá, que me esperaba sentada en el sofá leyendo su libro de oraciones religiosas, volteó a verme sobre su hombro, y no parecía molesta pese a que debería de estarlo.

—Ya hablaremos después sobre tu hora de llegada… —sonriéndome se puso de pie y abandonó su libro sobre la mesilla de la sala. Vino hacia mí, y me tomó de las mejillas—: ¡A qué no adivinas! El entrenador del club me llamó por teléfono y me pidió encarecidamente que te avisara que… ¡serás capitán de prueba por un mes! ¡Muchas felicidades cariño! ¡Lo has logrado después de tanto esfuerzo! ¡Tú padre hubiera estado muy orgulloso de ti!—Y emocionada, me arrojó a sus brazos, apretujándome con fuerza.

Apenas si reaccioné. Inmóvil en los brazos de mi madre, comencé a lagrimear, sin que me lo propusiera y sin ser capaz de detenerlo, pero no a causa de esa noticia. Sí, había deseado mucho el puesto de capitán, pero aquello, extrañamente no tuvo el efecto positivo esperado en mí. Mucho menos en ese momento, en donde no dejaba de pensar en los besos de Adrián, y en lo incorrecto y peligroso que eso significaba. Aquello era lo único que albergaba y alteraba mi mente mientras mi madre me felicitaba.

— ¿Qué pasa cariño? —Mamá me besó la frente apartándome mis mechones castaños de la cara—. ¡Creí que esa noticia te iba hacer brincar de la felicidad! ¡Es lo que siempre has soñado!

Sollozante, desvié la mirada sin responderle nada.

Mamá me palpó el pecho, bastante alterada, analizándome a cuerpo completo con la mirada.

— ¿Te ha pasado algo? —preguntó—. ¿Te hicieron daño?

—No —me restregué los húmedos ojos con el antebrazo y sorbí la nariz.

Comprendiendo que no quería hablar, mamá decidió no hacerme más preguntas. Llegaba a ser bastante comprensiva cuando se lo proponía.

—A ver, ven y acuéstate —me tomó de la mano y me llevó hasta el sofá, acomodándome el cojín en la bracera de este.

Me recosté boca arriba y miré el techo mientras que pensativo, me paseaba la yema por los labios todavía entumecidos. Aquella sensación de Adrián devorando y sorbiendo mis labios todavía permanecía en ellos, y aceleraba mi corazón, y me hacía sentir dichoso e impuro al mismo tiempo.

 También me reprochaba haber huido de esa manera. No era mi intención lastimarle. Pero mi obligación era inclinarme a lo que era correcto, lo mejor para ambos. Debía… conservar la cordura.

«No estuvo bien haberle besado, haber caído rendido ante él de esa manera».  Intenté convencerme de ello, de que fue un error.

Sin embargo, al recordar la destreza de su lengua que supo pervertirme, me abracé el estómago, aún sintiendo estremecidas mis entrañas, o como lo diría una chica enamorada en una novela de amor juvenil: sintiendo mil mariposas revoloteándome. Sí, eran mariposas. ¡Unas jodidas mariposas mordisqueando mis intestinos!

No podía evitarlo, pero conseguía ver las cosas en rosa y negro al mismo tiempo. Era felicidad y sufrimiento.

—Encenderé el boiler para que te duches —escuché vagamente a mamá—.Para que te vayas a tu habitación a descansar—.Y apresurada, se alejó por el pasillo.

Cuando la vi desaparecer, volví a lagrimear en silencio, y en mi mente le pedí perdón fervientemente.

Mamá, ¿cómo reaccionarías si una conocida te dijera que me ha visto besando a un chico? Te lastimaría, ¿cierto? A ti y a toda esta familia. Pero no te preocupes mamá, que no volverá a suceder… No tendrás a un hijo “desviado”.  A un hijo gay.

Le hice la promesa aun sin saber si podía cumplirla, mientras cerraba los ojos.

Me recosté en posición fetal y me abracé de un segundo cojín, quedándome repentinamente dormido.

 

Media hora después…

Descansaba aún en la sala, cuando sonó el teléfono, pero no hice ni el más mínimo amago de levantarme a contestar. Sonó un par de veces más, pero yo seguí navegando en mis ensoñaciones, perdido en ellas. Y cuando menos me di cuenta, mamá apareció delante de mí, con el auricular inalámbrico en la mano.

—Está Lolo en la línea —me lo tendió.

Resoplé acongojado y volví a cerrar los ojos. No tenía la intención de responder la llamada aunque se tratara de mi mejor amigo. Pero mamá me sacudió del hombro y me apremió con la mirada para que lo hiciera. No tuve opción, así que obligado, me tallé los ojos para despabilarme un poco, y le recibí el auricular, llevándomelo a la mejilla.

—Qué cuentas Lolo —dije con voz apagada, y me reincorporé con lasitud.

Satisfecha de que haya atendido la llamada, mamá accionó ese típico ademán en ella, que es restregarse las manos en su delantal floreado, y se fue a la cocina mientras Lolo me respondía entusiasmado desde el interceptor:

— ¡Te llamo para darte la buena noticia de que el entrenador te ha otorgado el puesto de cap…!

—Mamá ya me lo ha dicho —le interrumpí aún con los ánimos por los suelos.

— ¡Pero qué reacción tan desabrida ha sido esa! ¡Te estoy diciendo que eres el capitán de los Halcones Blancos! —me reprendió.

—No es que no me alegre, sólo que… —me mordí los labios y lancé un resoplido.

— ¿Pasa algo? —Inquirió con tono preocupado.

¡Mierda, hablé de más!

—No —lo negué inmediatamente con un apretar de dientes. Pero infortunadamente había sido demasiado tarde para mí y mi parlante boca.

— ¡Estás mintiéndome! ¡A tu mejor amigo! —enfatizó con indignación.

Resoplé.

—No me siento muy bien, eso es todo —torcí la boca—. Un poco deprimido, nada más.

Lolo se quedó en silencio un par de segundos.

— ¿Sigues ahí? —Pregunté.

Comenzó a escucharse un escándalo, de cajones sacudiéndose desde el otro lado de la línea.

— ¿Lolo? —Insistí.

—Lo siento —respondió agitado al cabo de unos momentos—.Estaba rebuscando entre mis ropas.

— ¿Y qué buscabas?

—Un abrigo, que iré a tu casa.

— ¿Qué dices? ¿Y para qué? —me sobresalté.

—Has dicho que no te sientes muy bien…

— ¡Ah! Si es por eso, no es necesario que vengas…

—Iré.

— ¿Ya viste qué hora es? ¡Van a ser las once de la noche!

—Iré aun así.

—Te toparás con los vándalos que se juntan en la esquina y volverán a trasquilarte el cabello con sus navajas.

—No esta vez. He aprendido técnicas de Karate. Me he pasado toda una semana viendo películas de Bruce Lee, estoy preparado.

—Vamos, ya se me pasará.

—Te veo en veinte minutos.

Fruncí los labios ante su terquedad, no quería hacerlo, pero no pude contenerme y perdí los estribos:

— ¡Te he dicho que no! —Exploté—. ¡No quiero ver a nadie! ¡Ni siquiera a ti! ¡Así que no te atrevas a venir o dejaré de hablarte! ¡Lo juro! —Y furioso, colgué.

Me recosté de nuevo en el sofá y sentí oprimido el corazón. Había pasado mucho tiempo desde que le hablé tan duramente a mi mejor amigo, pero era la única manera para que él, tan terco como es, no viniera a casa.

 

 

*~~~*~~~*~~~*

 

 

Me duchaba, cuando mamá llamó a la puerta.

—Pasaré a dejarte la bata de baño sobre la tapa del váter —avisó, por lo que me apresuré y corrí la cortina de la regadera para que no me pillara en pelotas.

Miré borrosamente a través de la traslúcida cortina de delfines la delgada silueta de mamá al entrar.

—Aquí te la dejo —dijo, y se inclinó para colocarla.

—Sí, gracias —respondí y seguí enjuagándome el torso con parsimonia.

Ella abrió la puerta para salirse, pero se volvió repentinamente.

—Lo olvidaba. Han venido a buscarte. Te espera en tu habitación. Se disculpa por haber venido a esta hora, pero dice que realmente tenía que hablar contigo. Así que no te demores mucho en la ducha, ¿entendido? —y cerró la puerta detrás de ella.

No necesité preguntarle de quién se trataba, puesto que lo sabía a la perfección.

—Lolo… —solté un suspiro—. Al final de cuentas, ese capullo ha venido cuando le advertí que no lo hiciera. ¡Le dije claramente que dejaría de hablarle y a esa cabeza hueca le ha valido!

Pero bueno, no es que estuviera hablando en serio. Jamás dejaría de hablarle, y él bien lo sabe. Somos dos almas gemelas que jamás han de separarse.

Con frustración, me tallé el rostro con el agua caliente de la regadera.

« ¿Ahora cómo iba a evadir sus preguntas escrutadoras? ¿Sería capaz de confesarle todo lo acontecido de hoy? ¿Y que besé al Lobo?»

Luego de la ducha me envolví en la bata de baño y me salí, frotándome mi húmedo cabello con una toalla pequeña. Seguí haciéndolo insistentemente mientras subía las escaleras y recorría el pasillo arrastrando mis pantuflas hasta la habitación. Al llegar ahí, abrí la puerta de golpe.

—Lolo, te dije que no vinieras… —renegué al instante de haber entrado, mientras me colgaba la toalla pequeña sobre mis hombros.

Pero fue tan grande mi sorpresa al ver a Adrián ahí, de pie, en medio de mi habitación, que se me fue la respiración de golpe.

— ¿Tú? — Engrandecí los ojos. Y mis pupilas se dilataron.

—Pareces sorprendido —ladeó la cabeza—. Pero si le he dicho a tu madre que te avisara que estaría esperándote en tu habitación.

Balbuceé, absorto, aún parpadeando incrédulamente:

—Lo hizo, pero creí que se refería a Lolo…

— ¿Lolo? Justamente me lo encontré en el camino —dijo y cogió a mi peluche Filipo que descansaba sobre la cama, mirando desinteresadamente sus ojos de botón recosidos por mí—. Le dije a tu “amiguito” que venía a hablar contigo y decidiendo no interrumpirnos, volvió a casa. Dice que te verá después en la escuela —hizo una mueca.

Tragué saliva y bajé la mirada al piso, cubriéndome con pudor mi torso desnudo y mis huesudas clavículas que se vieron expuestas por mi bata de baño. Mis tobillos y mis pies también estaban desnudos y húmedos, y mi piel seguía tibia por la ducha. No estaba lo debidamente arropado para atender a Adrián, y no me apetecía hablar con él, así que respiré profundamente antes de pedirle que se marchara:

—Pues como se lo dije a Lolo, te lo diré a ti, sobre todo a ti: No quiero ver a nadie en estos momen…

Adrián lanzó lejos mi peluche y se apresuró hacia mí con pasos agigantados y sonoros. Tomándome de los hombros me arrastró hasta la pared, zampando mi espalda en ella y ocasionado que mi poster de videojuegos ahí colgado cayera al suelo y se rasgara en el proceso. Colocando sus manos en cada extremo de mis hombros, me dejó atrapado en medio y acorralado.

Me exalté de sobremanera y mi cuerpo comenzó a temblar involuntariamente.

—No soy como Lolo, a quien le puedes ordenar qué hacer, y obedece —arrugó la frente.

Respiré agitadamente. Lo tenía demasiado cerca, que era capaz de escucharle sus alocadas palpitaciones.

Le miré a los ojos…esos ojos negros e intensos.

 Demonios, ¡de nuevo comenzaba a sentir esas jodidas mariposas devorándome las entrañas! ¡No se ponían quietas!

—Bien. Dime qué haces aquí… —balbuceé, reprochándoselo—. A qué has venido exactamente.

—Ya te lo he dicho, he venido a hablar —tensó la quijada.

— ¿Hablar sobre qué? —pasé saliva con dificultad.

—Sobre nosotros —me susurró con dulzura.

— ¿Nosotros? —me enrojecí.

—Sí —me miró la boca.

—Pues… no creo que haya algo de qué hablar “sobre nosotros” —rehuí la mirada—. Lo que significa, que no tiene caso alguno que estés aquí.

Perdiendo los estribos, el Lobo chasqueó la lengua, indignado ante mi respuesta:

— ¿Querías que me quedara tranquilo después de que me permitieras besarte? ¿Después de que respondieras rendidamente a mi boca, para después salir huyendo sin darme explicación alguna?

—Olvida lo que…

— ¡No! ¡No te atrevas a pedirme que olvide lo que pasó! —gruñó.

—Ha sido un error —tragué saliva—. Fue un desliz de mi parte. Sólo eso. Estaba conmocionado por la batalla que tuviste con el líder de Los Locos y de alguna manera me sentía culpable por tus heridas. Quizá lo que me impulsó a… —quise decir «Besarte», pero estaba tan apenado de ello, que ni siquiera era capaz de mencionarlo, así que accioné otro intento—: lo que me impulsó a… corresponder esa inapropiada acción tuya, fue la idea de que debía enmendar mis culpas y…

—Caperucito, no me hagas esto —atrapó y acunó mi húmedo rostro entre sus manos, implorándome—. No después de besarnos. No después de hacerme el hombre más feliz de la tierra. No después de… sentirte estremecer dentro de mi boca.

Con las mejillas coloradas, rehuí de nuevo la vista, intentando mantener la serenidad.

—No sé de qué hablas —fingí demencia—, sin embargo lo olvidaré yo, y lo olvidarás tú —demandé, con firmeza y frialdad.

—No puedes darlo por terminado. No antes de responder a mí pregunta, esa que ni siquiera me diste oportunidad de formulártela por salir huyendo de esa manera.

— ¿Pregunta? —exaltado mascullé, respondiéndole por fin a sus desesperados ojos umbríos, llenos de noche.

Adrián me atrapó de las caderas y me atrajo a él con suavidad, aferrándome a su cuerpo. Aquella acción me tomó desprevenido.

— ¿Quieres…?

Me aterré. Iba a pedírmelo.

— ¡No quiero saberlo! —exclamé, y abatido, interrumpí sus palabras, posando mi mano sobre su boca, haciéndolo callar abruptamente.

Pero él se deshizo al instante de la mano que lo silenciaba.

—Pero tú y yo podríamos…

—No puedo. No podemos, ¿entiendes? —Le reprendí, duramente, tensando los dientes—. ¿Sabes acaso lo que estás pretendiendo pedirme? ¿Estás mal de la cabeza? ¡No juegues así conmigo!

—No estoy jugando, joder. ¡Te quiero!

—Olvídate de este disparate. ¡No podemos!

— ¿Disparate?

—Eso es lo que es. ¡Ahora vete a casa! —lo alejé con mi mano en su pecho.

— ¿Crees que me iré? ¿Así de simple? —él atrapó mi muñeca con la que intentaba frenarlo.

—Es lo mejor —forcejé, intentando liberarme de su agarre.

—No. No me iré. Primero me besas, ¿y crees que después de ello puedes botarme y salir limpio? ¿Sabes con quién estás tratando? ¡Con el Lobo no se juega!

—Yo no lo querí…

— ¿No lo querías?

—…  —me mordí la punta de la lengua.

—Ahora me rechazas, ¡pero hace poco has correspondido a un beso mío! ¡Has sucumbido a mi boca! —Me miró con fijeza—. ¿Crees que tienes el derecho de  hacerme esto? Estas son las consecuencias de tus actos, ¡encáralas!

Titubeé, incapaz de formular una frase completa y mi mentón tembló.

—Escucha… —Adrián respiró profundamente y sus cabellos negros se le vinieron al rostro—.Puedo parecer inalterable, pero cuando estoy contigo, eso es imposible. Tú me descompones. Así que… no te creas del todo inocente. Eres tan culpable de todo esto como yo. Y haré que te responsabilices de lo que me provocas.

— ¿Eh…? —engrandecí los ojos, alarmado ante su amenaza, cuando sentí repentinamente la violenta emboscada de su boca que no me dio la oportunidad de debatir. O de pensar. O de cerrar los ojos.

Y mis labios volvieron a ser suyos…

Yo, intentando superar sus besos ya dados, prometiéndome firmemente no besarle otra vez, ¿y él simplemente volvía a hacerlo? ¿Sin mi consentimiento? ¿Tomándome desprevenido? ¿Con la guardia baja?

De nuevo, esa tensión que siempre ha existido entre nosotros comenzaba a disparatarse, a esparcirse por nuestras venas. Jamás firmaremos la paz. Ni entre besos. Estamos condenados a un amor que se da a la fuerza.

Oprimí mis labios ante el ataque de su boca. Los apreté con tal fuerza contra los suyos, que hasta me dolieron. Pero él supo entreabrirlos e insertar su escurridiza lengua. Y me vi envuelto en ella, en su furor, en su destreza. Gemí un “No”, pero entre los escandalosos sorbidos que emanaban nuestros labios mi protesta se convirtió sólo en chasquidos de lenguas, en sonidos inarticulados. Sentí cómo al mismo tiempo, iba encarcelándome con sus fortalecidas extremidades, mismas que fueron envolviéndome como un ´letal reptil a su presa. Sus brazos hicieron tal sumisión en mi cuerpo, que evitaron a toda costa que escapara de su boca devoradora. No tenía salvación.

 

Sus besos son adictivos.

Son perversos.

¡Están corrompidos!

 

Pese a que estaba disfrutando de tal martirio, de tal pecado del que estaba siendo sometido, terco seguí con el intento de rehusarme y evadir su boca girando la cara  hacia los lados, pero él me tomó del pómulo con firmeza y me la enderezó, para seguirme besando avasalladoramente.

 Así… él fue penetrando mis defensas.

Incapaz de evitarlo, su lengüeteo me hizo desfallecer prontamente, y dejé caer los párpados, adormecido, junto con mis brazos ya lánguidos y mi mente derrotada.  

 

Adrián robaba algo de mí en cada roce de labios.

Algo, que ya no me devolvía:

Un trocito de mi alma.

 

Luego de someter a mi boca a sus constantes excesos, de lamerla, absorberla y de mordisquearla a su gusto, Adrián se apartó por fin para darse un respiro, y agitado me miró, diciendo:

—He de castigarte de esta manera las veces que sean necesarias, para cuando oses lastimarme con tus rechazos e indiferencias… y todavía te faltan muchas penitencias que pagar.

Dicho esto, se abalanzó sobre mí y volvió a atraparme entre sus carnosos y lastimados labios, sin reparar en delicadezas o en consentimientos.

Automáticamente, mis ojos se cerraban.

¡Bendito castigo estaba dándome su boca!

Y seguí gimiendo dentro de su cavidad lobuna, pero como signo de rechazo y reclamación, de renuencia y rebeldía. 

Mis labios siguieron mostrándose caprichosos y renuentes hasta el final, y mis dientes lastimaron la lengua de Adrián con intensa tirria. Pero él no le tomó importancia, y sabiendo lidiar con el dolor de mi reprenda, siguió sirviéndose de mi saliva meliflua. Sentí en su beso, lo tan molesto que estaba conmigo. Siempre terminaba cabreándolo, y al contrario de lo que se cree, en vez de alejarse, él parecía aferrarse a mí con más intensidad cuando estaba molesto conmigo.

 

Culpo y condeno, a ese ladrón de besos.

A ese asaltador de bocas.

Arrebatador de suspiros.

Acelerador de pulsos.

Adrián, el imperdonable poseedor de lo ajeno.

Mi delincuente favorito.

 

Aunque en el interior disfrutaba de la perdición a la que me condenaba sus besos tibios, decidí conservar la poca cordura de la que aún disponía, e hice un esfuerzo titánico para lograr desprenderme de su absorbente y demandante boca. Y me aparté con un movimiento casi brusco, manteniéndolo a distancia con una mano extendida sobre su pecho, y respirando a bocanadas. Mis mejillas estaban calientes de nuevo, y maquilladas de un rubor bastante colorido y escandaloso, imposible de pasar desapercibido para los ojos de Adrián.

Me quedé quieto y palpitante, mientras que el rostro del Lobo iba acercándose nuevamente, con lentitud, con esa manera tan elegante de proceder que caracteriza a un experto seductor, ejecutando un intento más hacia mis labios, que se encontraban entreabiertos, húmedos y estilados por su saliva.

 Cuando creí que iba a besarme a la fuerza de nuevo, repentinamente sereno y mimoso, Adrián recargó su frente con la mía, me rozó la nariz con la suya, y posteriormente, para mi sorpresa, me susurró:

— ¿Quieres andar conmigo, Caperucito?

Se me escapó un leve jadeo de asombro, y engrandecí los ojos, con las pupilas dilatadas.

Lo miré, abatido.             

— ¿Qué…? —Balbuceé, tardo en comprender.

— ¿Quieres andar conmigo, Caperucito? —repitió, y me dio un sutil beso de labios sellados en mi pecosa mejilla derecha.

Seguí atónito, con los ojos cristalizados.

 

¿Andar con él? ¿Ser… novios? ¿Una pareja?

Jamás nadie, a mis 18 años, me había pedido tal cosa. Nadie había considerado atractiva la propuesta de que yo fuera su novio; que yo fuera un novio ideal. Pero Adrián acababa de pedírmelo… ¡El mismísimo Adrián! El chico mujeriego, el quien no toma en serio ninguna relación, quien juega con el corazón de las personas, ¡él, rectificándose! Y mi impresión fue tal, que estuve a punto de soltar el llanto, estuve a punto… ¡de darle un sí!

 Pero me abstuve, y suprimiendo los labios con fuerza, y con el mentón arrugado y tembloroso, desvié la mirada con aire indiferente, pero a la vez con una afectación bastante notoria incapaz de ocultar, como mi exagerado palpitar.

 No debía dejarme llevar de nuevo por el momento.

—Te había dicho que no quería oírlo —se lo reproché y mis ojos lo evadieron, con la garganta hecha nudos—. ¿Entonces por qué lo hiciste de todas maneras? ¿Por qué me lo has pedido? ¿Qué juego perverso tuyo es este?

El Lobo soltó un profundo suspiro y sentí su aliento golpeando mi rostro.

Ese aliento a cigarrillo… que me mata.

—Déjame convencerte... —me susurro suavidad.

No alcancé a bloquearle cuando él se acercó, (o tal vez no quise hacerlo) y traspasando mi barrera protectora con tanta facilidad, fundimos de nueva cuenta nuestras bocas. Absorbió ruidosamente mis labios, insaciable. Y cuando menos me percaté, ya me hallaba correspondiendo ese beso, mi lengua estaba consintiéndolo, cediendo a los movimientos de la suya e imitando su ritmo y su aspaviento. La saliva del Lobo inundaba mi cavidad, y yo la saboreé, como un sediento.

Dejándome guiar lenta y cadenciosamente por su beso, sentí cómo Adrián deslizaba su mano derecha por la pared hasta alcanzar el apagador. Su dedo presionó el botón, y acto seguido, la habitación se bañó de tinieblas.

—Qué haces —alertado, balbuceé bajo la oscuridad, interrumpiendo torpemente ese beso que me había dejado los labios desgastados y enrojecidos. Apenas si podía distinguir sus facciones faciales entre las sombras.

Él me acalló con un beso más: Aun sin lograr ver con claridad, nuestros labios habían sabido encontrarse bajo las sombras, y aprovechando la privacidad que nos proporcionaba la oscuridad, nuestras jadeantes bocas se mezclaron,  devorándose entre sí.

Amartelados, seguimos así durante varios segundos.

Me dejaba perder en ese beso, cuando repentinamente él me mordisqueó suavemente el labio inferior, y apartó levemente su rostro de mí, bastante exaltado, para después susurrarme:

—Déjame hacerte el amor…Caperucito.

El tiempo se detuvo de pronto…

 Engrandecí los ojos, y dejé de respirar por varios segundos, temblando escandalosamente bajo la oscuridad. Apenas si podía hablar o pensar. Me hallé paralizado, sin darle crédito a lo que había creído escuchar salir de su boca. Y mi cuerpo se puso tenso. ¡Mi corazón, mi corazón estaba a punto de estallar…!

—Déjame tomar tu virginidad. Regálamela. Déjame ser el primero, y el único… Prometo que  seré considerado y tierno. Lo haré lento, si así lo deseas…—y hundió su rostro en la curvatura de mi cuello blanquecino, que seguía tibio y húmedo por la ducha.

—Yo… —balbuceé, sin aliento, sofocado, sonrojado hasta las orejas, y mi mente comenzó a dar mil vueltas. Me sentí mareado y confuso, afiebrado.

Él dibujó una leve sonrisa de satisfacción.

—Puedo sentirte completamente, aun a través de tu bata —musitó—: Tu cuerpo esta vibrando…

— ¡Qué! ¡No sé de lo que hablas! —escandalizado comencé a regocijarme.

— ¿Me sientes como yo a ti…? —me adhirió más a su cuerpo, tan endurecido, tan viril…

 Fingí que no, pero mi respiración era lo demasiado escandalosa como para ocultar exitosamente mi afectación y sobresalto, de que en verdad yo también lo sentía.

—Adrián…aléjate —respiré entrecortadamente, ya que pude percatarme que las manos del motociclista que sujetaban mis caderas, comenzaban a ponerse inquietas. Sus dedos comenzaban a rasgar mi bata, a atenazar mi carne, ansiosos por explorar mi cuerpo.

 Empujé levemente al Lobo, pero él volvió a aferrarse a mí. Nuestros cuerpos se encontraban contraídos, rozándose, en fricción. Noté el leve visaje de dolor del Lobo en su facial mientras su reciente herida del costado se restregaba sobre mi bata de baño, a la altura de mi vientre. Yo contemplé aquello con gesto preocupado, mientras que mis tensos dedos, se aferraban a sus hombros.

De esa manera, Adrián me mantuvo atrapado, rozándome contra su áspera ropa, y sin despegar sus ojos de los míos.

 Repentinamente dejé de luchar por algunos segundos, me sentía enervado y una sensación electrizante recorría todo el largo de mi espalda. Era inevitable, el Lobo estaba debilitándome; me encontraba ante él, inmune, totalmente vulnerable…

—Vamos a la cama —me propuso entre besos.

Evadí su boca y mis ojos se dirigieron a él, mismos que lo veían nerviosos, avergonzados y conmocionados.

Adrián me tomó de la mano haciendo el amago de jalarme en dirección de la cama, por lo que un intenso terror invadió mi pecho y no me permitió caminar. Mis piernas estaban totalmente inmovilizadas.

Pese al sueño erótico que tuve recientemente con el Lobo, realmente no consideré en ningún momento, ni siquiera la más mínima posibilidad, que pudiera hacerse realidad. Sólo consideré dicho acto sexual atribuyéndolo a la fantasía, a algo muy lejano e improbable. Además, comenzó a sobresaltarme e invadirme ciertas inquietudes angustiosas respecto a ello, ya que no sabía con exactitud, cómo sería… el sexo entre dos hombres; sin contar el papel que a mí me tocaría representar en todo esto. Además, ¡se trataba de mí! La intimidad con alguien nunca fue planeada ni esperada, pues nunca consideré que pudiera llegar a pasarme. No al patético Ángel Rojas. Me era impensable la idea de que existiera alguien en su sano juicio que deseara intimar con un chico tan poco atractivo como yo, bañado de defectos e invadido de inseguridades, y que por ende, no sería capaz de desnudarse frente a otra persona. Pero ahí estaba Adrián, pidiéndomelo, en contra de todos mis improbables pronósticos anteriores. ¿No le importaba lo tan imperfecto que pudiera llegar a ser bajo la ropa?

Lo miré y tragué saliva. Tenía agarrotada la garganta. Estaba muy asustado ante esta situación que se había suscitado tan repentinamente, que apenas podía pensar con claridad. Mi mente daba mil vueltas.

 Quería correr y ocultarme.

Además… el sexo entre dos hombres, ¿acaso no era un acto impuro?

Claro que sí. Estaba muy mal. Y es antinatural. Antimoral. Antirreligioso. Y yo no quería sentenciarme.

Aterrado, miré esa cama a la que Adrián intentaba acercarme. Y entré en pánico. Sabía que tenía que decirlo, detenerlo ahora que podía, porque si no lo hacía,  irremediablemente el acto sexual… se consumaría. E incluso podía suceder aquí mismo, de pie, en esta posición tan incómoda. Sólo tenía que consentirlo. Sólo bastaba un sí.

Al ver que titubeaba, Adrián volvió a lanzarse a mi boca, como si de esta manera me pudiera hacer cambiar de opinión. Y debo de admitir que sí era efectivo, que sus besos contaban con el poder del convencimiento, ellos tenían cierto influjo sobre mí.

—Vamos Caperucito. ¿Qué es lo que te detiene? —Me seguía besando, una y otra vez— ¿Temes hacerlo?

La pregunta vital aquí era… ¿Caperucito Rojas realmente debía confiarle algo tan valioso al Lobo Feroz como lo era su virginidad?

Miré la cama sobre el hombro de Adrián y tragué saliva.

 Estaba a un paso de cruzar la línea de restricción, pero mis instintos estaban advirtiéndome del peligro inminente, de lo que esto conllevaría si lo dejaba fluir y seguir su sendero.

Por otra parte, el riesgo que esto conllevara no me importó, mientras él siguiera así, devorándome la boca, entorpeciendo mis sentidos, provocando que mi cuerpo se sintiera de esta forma tan enervada y electrizante…tan viva…

Sin embargo, la carga de la presión social, el miedo a ser juzgado, el sentido arraigado de mi moralidad con el que fui educado, mi ferviente fidelidad de lo que creo correcto, mi cobardía, mi deber religioso, y el odio que profeso a su persona, hacían que mi boca se mostrara renuente ante ese ataque de besos, ante esas propuestas indecentes y tentadoras.

El pecado sabía bien, era digo de saborear, y existían los sentimientos de por medio, punzantes e inevitables, derramándose; sacudiendo y guiando a nuestras bocas, pero sentimientos pecaminosos e inapropiados al fin y al cabo.  Así que, mi deber consistía en terminar con todo esto. Uno de los dos debía hacerlo, y guardar la compostura. Caperucito debía huir del bosque, lejos de las garras y de las malas intenciones enmascaradas del Lobo Feroz.

Debía lograr escapar, escapar… de sus besos… por mi bien… por mi salvación…

 

Me aparté de su boca, y bajé la cabeza.

—No…por favor —musité, con las pupilas cristalizadas—. Tengo miedo. Miedo de amar a un chico. ¡Miedo de amarte a ti! Yo… no quiero sufrir, bajar la guardia, confiar en ti. Sé que tu amor me dolerá, ¡lo presiento! «Ya comienzo a sentirlo, provocando daños irreparables en mi interior». ¡Tengo la firme certeza de que terminarás arruinando mi vida! ¡Entiende! Sólo quiero ser normal, como las otras parejas, un chico y una chica. Yo… anhelo tener hijos en un futuro, ¡ser un padre de familia!, así que, por favor, te lo imploro, no trunques mis sueños con tus sentimientos retorcidos…, no me obligues a desviarme del camino, de las relaciones convencionales. No me condenes a vivir en la homosexualidad, aquella que sigue siendo duramente desacreditada por la sociedad y por mi dios. Por favor… —sorbí las lágrimas— ¡¡no quiero ser gay!! Desde que te conocí, he luchado arduamente con todo esto. No hagas que hoy pierda la batalla frente a ti. Por favor, no me condenes. No quiero enamorarme de ti…

—Caperucito… —Él recorrió mi mejilla con el dorso de su mano, difuminando la humedad de mis lágrimas—. Mi intención no es hacerte daño. Mi intención no es arruinarte la vida…

—Yo te odio, te odio con toda mi alma —mordí mis labios con saña—, y mis sentimientos jamás cambiarán.

Estas últimas palabras no iban dirigidas a él, inconscientemente las dije en voz alta cuando sólo me las decía a mí mismo, como un intento de auto convencimiento, como una lucha contra aquello que irremediablemente comenzaba a sentir por él, y que todavía no era capaz de verlo, de aceptarlo del todo.

Pero cada vez, iba perdiendo credibilidad en lo que yo mismo me decía. La perdía con el sabor de sus besos. La perdía con tan sólo mirarlo. Pero necesitaba como bienestar propio seguir aferrándome a la negación. Todavía no estaba listo para la verdad, para hacerle frente a mis sentimientos. ¿Cómo iba a estarlo? Si Adrián llegó a mi vida tan de repente, sin anunciarse, cuando yo amaba a Carla. Y todo sucedió tan rápido, todo dio giros tan inesperados para mí, que sigo confundido y asustado de todo esto. ¡Tengo tanto miedo! Puedo percibir el peligro. Nunca antes me había sentido atraído por un chico, pero con el Lobo he comenzado a experimentar sensaciones extrañas… difíciles de definir y de controlar. Y todo inició desde que vi su fotografía en ese volante de promoción, esa vez se movió algo en mí, tuve una revelación. Desde que lo tuve por primera vez frente a mí, en el escenario de Blue Rose, desde que nuestras miradas se conectaron, dejé de ser yo mismo.

Al escucharme decir que lo odiaba, Adrián inclinó la cara y pasó saliva, golpeando levemente el muro con su puño.

—Entiendo. Lamento abrumarte con tan retorcidos sentimientos. Y si ellos sólo te importunan... ¿para qué seguir conservándolos entonces? Así pues, los aniquilaré —rechinó los dientes y alejó su mano de mi rostro y se apartó de mí.

Por alguna extraña razón, sus palabras me escandalizaron.

De pie, en medio de la oscuridad, desde la distancia, el Lobo me advirtió lo siguiente:

—Escucha, te dejaré en paz definitivamente, si así lo has querido. Me alejaré si eso te hace bien. Este Lobo da su retirada.

—Adrián… —intenté hablar, pero él entrecortó mis palabras.

—Me alejaré. Pero, no vuelvas a mostrar en tus actos algún indicio que me hagan creer que realmente sientes por mí eso mismo que yo siento por ti, porque de ser así, no me detendré y haré caso omiso a tus súplicas, para hacerte mío… —apretó los dientes—. ¿Ha quedado claro para ti? Esa es la promesa que te hago. Por mi vida, que esta fue la última vez que te dejé ileso. La última. Y bien sabes que soy un hombre que rompe reglas, mas nunca una promesa. Ya lo sabes ahora. Has quedado advertido:

No importa qué tanto me supliques, te prometo… que te haré mío.

 

 Sin mas, se dio la vuelta y se dispuso a salir de la habitación…

Notas finales:

Y entonces el Lobo se dio la vuelta.

Amaba tanto a su presa, que la dejó vivir.

Y la dejaría ir viva mil veces.

Ahora todo depende de Caperucito.


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