Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

BOY LOVE BOY por Nanami Jae

[Reviews - 149]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Fingí ser fuerte y capaz frente a mi rival. Sólo para que él no se percatara de que en realidad soy débil e indefenso.

Pero me costó tanto aparentar…

Y al final, me quebré, me derrumbé bajó sus pies…

Y le lloré mis miedos.

 

 

 

 

Capítulo: Los besos no se piden…se roban

(Segunda Parte)

 

 

Cambiar…

Hasta de ser yo mismo…

 

 

 

Luego del estiramiento y los diez minutos en las maquinas cardiovasculares, caminé detrás de Adrián y le seguí hasta el área de pesas. El ambiente era un poco tenso ahí, pues no había chicas lindas, sólo hombres fortachones y sudados que me rodeaban e intimidaban, tanto, que cuando menos me di cuenta, ya me había refugiado detrás del Lobo. Él volteó hacia atrás y desde su hombro me lanzó una mirada incómoda, misma que me ordenó con dureza a que me alejara.

—De mí es de quién deberías esconderte —señaló.

—Cierto, tú eres la peor amenaza de aquí —carraspeando la garganta, me enderecé y me alejé de su espalda.

—Lo primero que quieres hacer es tonificar tus brazos, ¿cierto? —Intentó asegurase Adrián y olvidar mi última acción, mi imprudente e impredecible acercamiento.

—Sí — Asentí—. ¡Pero no tan exagerados como el tipo de allá! —Advertí y lo fijé con la mano.

El maleante frunció el entrecejo.

Por mi seguridad, dejé de señalarlo y haciéndome pequeño, bajé discretamente el dedo índice.

— ¿Y qué tan marcados los quieres? —preguntó.

Instintivamente, miré los brazos de Adrián.

Maldición, no pude evitarlo.

—En…tiendo —sonrió al percatarse—. Aunque debo advertirte que mi rutina es muy estricta y pesada y…

—En realidad quiero unos mejores a los tuyos —le interrumpí y extrañamente avergonzado, desvié la mirada de sus proporcionados músculos.

— ¡¿Mejores?! —estalló perplejo—. ¡Los míos ya son perfectos! ¿De qué demonios estás hablando?

Infortunadamente, tenía razón, eran perfectos, pero jamás lo aceptaría frente a él para que se le subieran más el ego. Además de que era divertido hacerlo desatinar.

—Pueden perfeccionarse —insistí—. Creo que debes esforzarte más.

 Y esa fue la gota que derramó el vaso…

Adrián logró enojarse bastante. A veces creo que tengo el talento para lograr que se ponga iracundo. Él es como una dinamita y yo un fosforo que lo hace estallar.

Dispuesto a vengarse, Adrián se lanzó sobre mí, pero antes de que empezara una batalla campal entre ambos por esa simple estupidez, apareció como réferi en medio de los dos, como un fantasma, una joven de vestimenta gótica que se abalanzó hacia él y se colgó de su cuello.

Recibiéndola con efusiva alegría, el Lobo la tomó de la cintura, elevándola en lo alto.

Ella parecía sentirse soñada mientras Adrián la cargaba. Y cuando puso sus pies nuevamente en el suelo, la chica lo besó cariñosamente en la mejilla, muy cerca de los labios.

—Te he traído un ligero y saludable desayuno —sacó la chica de su morral un recipiente con tapa.

—Gracias belleza —le regresó Adrián el beso en la mejilla y la miró sonriendo.

Pero, ¿qué estaba sucediendo? ¿Por qué ambos se comportaban como si fueran una estúpida pareja amorosa? ¿Era correcto que tratara así a una chica cuando Carla era su novia?

Aunque, no debía sorprenderme, era lógico que el promiscuo del Lobo tuviera más de un amante, ¿no?

Nada ni nadie me haría cambiar la mala idea que tengo de él y ahora sus actos me respaldaban. Adrián es un playboy. Pero lo que hacía ser aún más peor de lo que ya es, era que ni siquiera le importaba aparentar sus amoríos frente a mí, que era conocido de Carla, ¡su novia!

Pero Adrián puede convertirse en un asesino serial, y ella, junto con todas las demás, continuarán amándolo hasta el final. ¡Qué estúpidas! Ilusionándose aún siendo conscientes que él, jamás conocerá el significado de la fidelidad y del amor verdadero y condicional.

En medio de su cursi y empalagosa situación,  Adrián logró percibir de reojo mi aire de enfado ante tal escenita. Tan melosa que me ocasionó caries.

—Ah, olvidaba que estabas ahí —dijo divertido.

¿Había olvidado mi presencia? En verdad era un cínico.

La chica volteó a verme con poco interés.

— ¿Quién es él? —me señaló con la cabeza.

—Es sólo uno de los nuevos pupilos con los que trabajaré —le informó él.

—Hmmm —señaló inexpresiva y volvió inmediatamente su mirada atenta hacia Adrián.

Furioso, fui testigo de cómo me consideraban un caso irrelevante. Aunque debería estar acostumbrado, ya que siempre ha sido así, pero eso no evitó que me molestara y dañara un poco mi autoestima.

—Debo  atenderlo —Hizo una mueca—. Ya sabes, trabajo.

—Sí, entiendo —sonrió ella.

—Te veo en un momento —la tomó coquetamente del mentón.

—Vale, estaré cerca —le entregó el recipiente de comida y se alejó sonrojada.

El Lobo volvió a mí.

— ¿En qué nos quedamos? —inquirió.

Dentro de mí, estaba explotando:

¡En nada! ¡No hemos hecho nada! ¡Y yo debo volver pronto para ir a la escuela! ¡Tengo el tiempo contado! ¡No como tú! ¡Idiota! ¡Qué te la vives en el ocio!

Exteriormente:

Respiré profundo.

—Puedes quedarte coqueteando todo lo que te hinche, que yo puedo atenderme solo —le dije, mostrándome poco afectado y miré el repertorio de pesas intentando elegir una por mí mismo, mostrando mayor interés por las más pequeñas.

En realidad no es que necesite de la tutoría de ese idiota. ¿O sí?

—De qué hablas —rió el Lobo—. Iniciaremos ya.

Él dio un silbatazo que me hizo saltar y explotar mis tímpanos. Se colocó detrás de mí, me tomó de la cintura  y pellizcándome  del estómago, me obligó a moverme hacia adelante.

Pero qué rayos…

¡Era un descarado!

— ¡Oye! —Me zafé de sus brazos y cubrí con mis manos mi delgado abdomen—. ¡Tampoco te tomes esas confianzas! ¡Yo no soy una de tus chicas!

—Tú no eres una chica —me miró irónico.

— ¡Entonces no me trates como tal!

Y así fue, que cabreado, me decidí a comenzar mi entrenamiento físico. ¡Por fin!

Flexioné un par de veces mis brazos con las pesas que el Lobo eligió esperando ver ya, masa muscular en mis bíceps pero… ¡Nada! ¡Nada! Como si en un par de segundos lograra un cambio considerable. Parecía que Diosito no me había dado el don de la paciencia. Entre otros de los que carecía.

Minutos después…

—Oye, ¿podrías darme unas pesas menos pesadas? —pedí algo agotado y sin aliento.

— ¿Qué? —frunció el entrecejo—. ¿No las puedes?

Él observaba atento mi delirio, ¡¿y todavía me pregunta?!

— ¡No las puedo!— Le reafirmé a ver si de esa forma, ¡le quedaba más claro al muy estúpido! — ¡Quiero unas más livianas!

—De hecho, las que estás usando son las de menor peso —señaló Adrián con una risita burlona que me desquició aun más.

— ¿Eh? —inquirí perplejo y las miré, a ese par de pesas pequeñas.

Me puse colorado como un tomate.

Sabía que era débil, pero no tan extremadamente. Y eso me alertó.

Y por si fuera poco, Adrián lo aprovechaba para reírse de mí.

—Está bien, “te traeré las pesas que usan las chicas” —señaló en voz alta con el propósito de que todos los ponchados de al alrededor se burlaran de mí.

Y lo hicieron los muy obedientes…

—Oye mujercita… —me llamó uno al pasar.

—Mujercita que se depila las piernas —señaló otro mirando mis pantorrillas.

— ¡No me las rasuro! —expresé bufando—. ¡Soy lampiño! ¿Tengo la culpa de serlo?

—Y luego dice que no lo trate como a una chica —esquinado en un rincón, Adrián se abrazaba el estómago de tanta carcajada.

Airado, me dirigí al único causante de esto. Al que lideraba el bulliyng.

— ¡Sé por qué te empeñas en molestarme! —le señalé—. ¡Quieres que renuncie, me haces sentir débil e incapaz y hasta estás creando un ambiente incómodo intentando ridiculizarme para que esta vez, por fin salga corriendo de aquí y abandone la meta de lograr una mejor apariencia y robarte a Carla! ¡Pero hagas lo que hagas no me rendiré! ¡Carla va a ser mía! ¡Te la voy a quitar, es un hecho!

Al escucharme a mí mismo, no me reconocí. Amenacé con una seguridad, que en verdad no poseía y no era propia de mí.  Y continué luchando en mi interior para mantenerme firme, y que mi voz no se quebrara, para no derrumbarme frente a él y darle la satisfacción de contemplarme derrotado.

—Uuuuh Adrián, ¿oíste eso? El flacucho te retó. Al parecer no es una mujercita después de todo —comentó el que justamente me había llamado de esa manera.

—El chico tiene cojones —expresó otro, asombrado.

— ¿Sabes acaso a quién estás retando? —inquirió un tercero algo dudoso—. ¿Acaso quieres morir prematuramente?

Adrián vino a mí, más fresco que una lechuga, como si mis palabras fueran divertidas para él y no le surtieran ningún tipo de efecto, como si me subestimara y no me tomara en serio. De la misma irritante manera como lo ha estado haciendo desde la primera vez que le conocí. Y eso, ¡es una de las cosas que más detesto de él!

¿Hasta cuándo tomaría en serio nuestra rivalidad? ¿Hasta cuándo dejaría de subestimarme, y considerarme un contendiente de su altura?

Aunque… pensándolo bien, ¿por qué él debería confiar en mí y en mis habilidades? Todo el mundo lo hace, eso de subestimarme. Hasta mi hermana de nueve años cree que soy un idiota que jamás logrará nada en la vida. ¿Por qué debería ser Adrián la excepción? ¿La excepción al mundo entero?

—Hablas mucho. Demuéstramelo con hechos —me dio un dedazo en la frente que me desequilibró— Si quieres un cuerpo perfecto y luego quitarme a Carla como lo has asegurado—Se puso la mano en la boca evitando reír—  primero debes “sobrevivir” a la rutina de ejercicio que voy a elegir especialmente para ti.

Y me miró nuevamente con esos ojos que me retaban.

Enojado, me sobé con fuerza la frente en donde molestamente había quedado marcado su dedo.

— ¿Y qué estamos esperando? —me impacienté.

Adrián rió con más fuerza.

— ¡Bien! ¡Hagámoslo! —exclamó—. Me cautiva tanto entusiasmo y determinación.

Me froté la frente con algo de frustración al escucharle. Aún siendo consciente de mi rendimiento físico, ¿acepté el reto?

Por naturaleza, era débil. Pese a ello, continué intentando mantenerme sólido, inquebrantable frente a él cuando realmente mis piernas amenazaban con quebrarse. Y mantuve ese contacto visual pese a que sus pupilas, propias de un depredador nocturno, estaban venciéndome…

Con esa actitud, le di cara a su estricta rutina.

Con un extremo ejercicio, me hizo trabajar abdomen, antebrazos, tríceps, bíceps, espalda, hombros, pecho, piernas y…. glúteos. Igual a un soldado fui sometido y Adrián demandó con la misma rigidez de un comandante. Podía percibir su satisfacción al hacerme sufrir, era bastante notoria. E incluso imaginaba lo que por dentro exclamaba: ¡Sufre pecas, sufre! ¡Muajaja!

Mi cuerpo estaba llegando al límite, a punto de quebrarse como un frágil cristal. Lo único que necesitaba era detenerme y sentarme a descansar unos segundos siquiera. Pero todos estaban mirando, atentos y debía mostrar que de menos, podía sobrevivir a la práctica, aunque luego me llevaran a urgencias en una camilla.

—Por ti Carla, por ti Carla —repetía cuando bañado en sudor, no respiraba más, preguntándome en el interior si esa pesada rutina era propia de un principiante como yo…

 

Luego de una torturadora hora…

—Por ti Carla, por ti Car…—con la cara colgando al suelo, exhalaba mis últimos alientos.

—No te pases Adrián, el chico ya está delirando. Todo este ejercicio hasta ya sobrepasó a mi rutina personal —medio muerto, escuché murmurar al más musculoso del lugar.

— ¿Eh? —Levanté la cabeza—. ¿Hago ejercicio excesivo, más de un principiante por el estafador de mi entrenador?— Pregunté recobrando aire y fuerzas.

—Hiciste más que un experto, chaval. Ni Adrián hace tan pesada rutina —señaló el tipo.

Caminé hacia el Lobo, con mi alma hecha un huracán y bastante cabreado me acerqué a él. Quería destrozarle el rostro con el puño que había fortalecido los últimos agotadores minutos y borrar esa sonrisa cínica que ahora mostraba pero…

Repentinamente, varias chicas guapas me apartaron bruscamente del camino, atropelladamente y lo rodearon desesperadas, esperando que les instruyera en su ejercicio, peleando entre ellas por ser las primeras.

 Resoplé, el Lobo era ya custodiado por una barrera de fanáticas.

Decidí vengarme de él al siguiente día -en serio, no es que huya de él, para nada-. Además, estaba cansadísimo y no tendría oportunidad alguna si llegáramos a los golpes, aparte de que era tarde… ¡y debía ir a la escuela!

 

 

 

*~~~*~~~*~~~*

 

En la preparatoria, el maestro de educación física me puso falta ya que no entré a la práctica de futbol y me quedé en la banca dormido, aún con los balonazos que en ocasiones me alcanzaban. Más tarde, el maestro de Historia me mandó a la dirección por andar cabeceando en su clase. Dormí una pequeña siesta fuera de la dirección. No había nada que me mantuviera despierto. Ni siquiera la reprenda que me dio  la directora con esa voz que hace retumbar paredes.

En el receso, la  presencia de Carla fue como un delgado hilo que jalaba mis parpados y que obligaba a que tuviera los ojos bien abiertos.

— ¿Te encuentras bien Ángel? —Interrogó—. Porque te vez fatal. —Me observó alarmada.

— ¡Estoy bien! —contesté con entusiasmo y pretendí lucir energético levantando los brazos, pero estos cayeron inertes al instante.

— ¿Seguro estás bien?— Insistió.

—Seguro —Contesté de la misma manera como lo hubiera hecho un zombi.

—Bueno, me voy.

 Y se marchó con sus amigas.

A pesar de estar agonizando, presencié perfectamente el hermoso peinado que llevaba, lo sexy del escote de su blusa desbotonada, y sus perfectas piernas descubiertas por su minifalda. Y aunque ya se había marchado, el aire quedó impregnado de su dulce fragancia.

Con el tiempo que restaba del descanso, me fui a un árbol y recargándome en el, dormí una pequeña siesta bajo su sombra. Sólo esperaba estar a salvo de la guerra de bolsas de agua que organizaron Lolo y algunos compañeros de clase. Yo estaba incluido en el escuadrón rojo y había esperado ese enfrentamiento con los de la clase B desde la semana pasada, pero por ahora, mi cuerpo necesitaba reposar y decidí dar la retirada abandonando a su suerte a mis camaradas. Aunque no sabía quién me sustituiría para ser la carnada. Decían que yo era el único que tenía el potencial para ejercer ese puesto.

Dormía con tranquilidad cuando…

Chic, chic. Sonó una cámara de celular y mi reposo fue perturbado. Abrí un poco uno de mis ojos miel y lo ceñí ante el flash en mi rostro. Con mi vista algo borrosa y distorsionada, alcancé a contemplar la imagen de una chica de apariencia nerd que obsesionada me tomaba fotos.

— ¿Laura? —pregunté extrañado mientras bostezaba. Se suponía que ella seguía internada de la grave alergia que le dio por un intenso ataque de abejas.

Ella es una chica tímida y poco atractiva que desde el primer año se enamoró de mí -si es que se le puede llamar amor a lo que padece-. Sólo porque un día la defendí de unos chicos que la molestaban, y desde ese entonces me acosa peligrosamente y cree que soy un héroe, su salvador o algo parecido. Hasta temo un día ser violado por ella y estoy hablando muy en serio…

 Como sea, existía alguien que al menos creía quererme y eso me alegraba un poco…

Entonces comencé a charlar con el Lobo en mi mente: “No es por presumir, ¡pero yo también tengo admiradoras al igual que tú Adrián! ¡Eh!  Bueno… sólo ella y aunque no tenga un cuerpo de modelo al  igual que  tus tantas seguidoras y se coma los mocos en clase, esta chica es premiada con cuadro de honor en todos semestres y seguro que trabajará para la NASA en un futuro cercano y me sacará de pobre.”

Aunque, pensándolo bien, las admiradoras del Lobo también son inteligentes y además muy guapas…

 ¿Para qué me miento a mi mismo? ¡Adrián tiene a  las mejores chicas!

 

Terminaron las clases.

No podía creer aún que el primer día de gimnasio haya sido tan molesto y cansado. Mi cuerpo quedó adolorido y me provocó un sueño tremendo. Con ojos de borrego a medio morir, llegué a casa y directito a mi habitación, arrojé la mochila al suelo y me tumbé a la cama.

Aún llevaba todo la ropa encima y el calzado puesto pero, que va…

Zzzzzzzzz….                                                      

 

Al día siguiente:

—¡¡Mamá!! —grité con locura cuando miré el reloj de buró—. ¿Por qué no me despertaste? ¡Son las doce del medio día y mi horario en el gimnasio ya terminó! — Me quejé mientras me levantaba apresurado de la cama.

—Estabas muy cansado Ángel, si hubieras asistido hoy, no habrías sobrevivido— respondió mortificada—. Si no me crees hijo, mírate en el espejo y me darás la razón.

Y como si fuera un títere, acercó mi manejable y débil cuerpo al espejo.

Miré mi reflejo y era verdad, mi apariencia era lamentable y patética.

 

Falté al gimnasio. Adrián ha de pensar que ya no volveré porque no soporté la dura rutina de ayer. ¡Argh! Creerá que soy un débil, ¡un cobarde! y que me eché para atrás.

 Aunque pensándolo bien….

¿Qué me importa?  ¿Cuándo comenzó a preocuparme lo que él piensa de mí? No debe afectarme, además asistiría  al siguiente día con alguna excusa y con fuerza acumulada para derrotar a su maléfica rutina, y comenzaría una dieta de espinacas.

 

 

 

*~~~*~~~*~~~*

 

 

Comía mi refrigerio completamente solo en una banca del patio de la escuela. Lolo se había quedado en el aula terminando el proyecto que la profesora revisaría en la penúltima clase del día. Me sentí alegre y relajado, ya que estaba consciente que en todo el trascurso de este día, iba a descansar de la insoportable presencia de Adrián. No iba a verlo, ni a saber nada de él. Ni acatar sus órdenes. 

« ¡Qué bien! Sirvió de algo haber faltado al gimnasio». Pensé y reí. 

Mordisqueaba mi sándwich cuando divisé a Carla que iba pasando cerca.

Ella se detuvo al verme y ordenó a sus amigas a que se adelantaran a la cooperativa sin ella.

—Hola Ángel —se dirigió a mí sonriendo.

La chica más popular de la escuela se acercaba para saludar a un perdedor como yo… ¿y no estaba soñando? ¿Alguien podría pellizcarme?

—Necesito hablar contigo —tomó asiento muy cerca de mí, lo que ocasionó que mi corazón se acelerara.

—Dime —balbuceé.

Ella me miró y sonrió divertida…

— ¿Eh?

—Traes vestigios de pan integral en los labios —señaló con el dedo.

Cabreado, me limpié con la servilleta que tenia disponible. ¡Era el colmo!

« ¡Maldito destino! ¡Siempre has de hacerlo! ». Exclamé en mis adentros.

Ella carraspeó la garganta.

—Esta mañana me encontré a tu madre en la escuela primaria, y me dijo que ayer iniciaste un entrenamiento físico muy pesado y que tu cuerpo lo tomó muy mal.

Las madres, siempre sobreprotegiéndonos y haciéndonos lucir débiles y ridículos frente a los otros…

—No entiendo por qué dijo eso, tengo muy buena condición y mi cuerpo es resistente —pretendí ser un roble.

Jamás dejaría que Carla descubriera que soy débil.  Aunque ya es más que obvio por mi silueta y el estado de salud que presento.

— ¿Seguro? —interrogó incrédula—. Porque tu madre parecía muy preocupada y…

En eso, la pantalla del celular que Carla cargaba en la mano se encendió de repente y comenzó a timbrar con la melodía de una célebre artista de pop.

—Es Adrián —señaló alegre al mirar la pantalla.

Ese idiota…

—Atiende, no te preocupes por mí —se me hizo un nudo en la garganta.

Pero ella no logró notar mi sufrimiento.

Carla se puso de pie y alejándose, se olvidó mí. A lo lejos, alcancé a oír su gozosa voz decir: “Hola amor, que bueno que me llamas, estaba pensando justamente en ti”.

Adrián, se suponía que hoy no debía oírte mencionar, ni saber nada sobre ti, pero como aguijón ponzoñoso, forzadamente te sigues inyectando y envenenas mi vida.

Irritado me puse de pie y cuando me dirigía al aula, poniéndose peor las cosas, el mismo Diego y sus amigos aparecieron en mi camino y me cubrieron el paso.

—Qué tal, chicos… —saludé nervioso.

El rubio esbozó una sonrisa malintencionada.

 Justo  iba a disculparme sobre el mal entendido, cuando uno me cubrió la boca y los otros cuatro me cargaron, ¡cómo si fuera un simple costal de papas!

 Intenté escaparme mientras que Diego los lideraba, indicándoles el camino. Ellos fueron detrás de él.

Cruzaron el patio conmigo en rapto, mientras que yo me regocijaba y gritaba desesperadamente: ¡Auxilio! ¡Auxilio! a los estudiantes de alrededor. Pero los espectadores se dejaron llevar por la idea de que se trataba de un juego más entre chavos. No les convenció mis arañazos y las lagrimas que derramé. No supieron ver la siniestra y desesperada situación en la que me encontraba. No fueron idóneos de imaginarse lo que realmente serían capaz de hacerme estos chicos homicidas. ¡Yo lucia demasiado atormentado para que no lo sospecharan!

Y así, fui ignorado sin que nadie me brindara su ayuda.

 Infiltrándome en el jardín trasero y solitario de la escuela, me bajaron al pasto, detrás de los arbustos. Esto no era bueno. La última vez que vi a Diego intentó golpearme, y ahora, me tenían aquí en contra de mi voluntad y aislado.

Por más que intenté rehusarme, mi cuerpo aun estaba resentido y no pude hacer nada para mi salvación. Y me pregunté, si mi historia terminaba aquí, si sería como el típico personaje secundario en una narración terrífica, el que es asesinado antes de que inicie la historia, el que no es indispensable en la trama, el que concluye su vida antes de que todo pase.

Resoplé resignado. Lo único que me tranquilizaba, era que prefería morir por las manos de Diego y sus amigos, que por las de Adrián en un futuro que parecía muy cercano. No me importaba si me destajaban, sólo pensé en que por fin, me libraría de seguir viéndolo, a él, al Lobo. Eso me reconfortó y me hizo aceptar mi destino por un momento.

Adiós, idiota, adiós…

Junté mis manos, y cuando estaba haciendo una oración por la salvación de mi espíritu, tan dramático como siempre…

—Amigo, no te asustes —sonrió Diego y obligó a uno de sus amigos a que me obsequiara su almuerzo.

— ¿Eh? —confundido, fruncí el entrecejo y separé las manos.

¿El rubio fingía ser buen chico nuevamente? ¿Era necesario cuando ya sabía que era un ser maligno?

—Te he traído aquí, a nuestro sitio secreto, para que olvidemos el incidente de aquella anoche —señaló mientras le quitaba cuidadosamente una hoja de árbol que se había posado sobre mi hombro derecho—. Fue un malentendido entre nosotros. —Sonrió— Y dime, ¿recuperaste tus útiles? Puedo reponértelos, mañana te entrego los míos.

— ¿Eh? —inquirí aun más confundido mientras comía la torta de pollo. Pudo estar envenenada pero sabía muy bien para dejar de comerla. Valía la pena morir por ella.

—Adrián es tu amigo, ¿cierto? —preguntó el rubio.

—No exactamen…

—Claro que lo es, Adrián jamás se mete en asuntos de extraños, a menos que seas alguien muy cercano a él —respondió antes que terminara de hablar.

—Creo que estás confundi…

—Así que asegúrate de decirle al Lobo que no tenemos problemas ni contigo, ni con él —comentó—, no es necesario que mande a su “manada” a vigilarnos más.

« ¿Manada?». Los miré dubitativo mientras Diego y sus amigos se alejaban. ¿Creían que el Lobo era mi amigo? ¿Y por qué se detendrían en lastimarme sólo por ello?

Pero lo más desconcertante es el por qué todo el mundo se empeñaba en creer que ese bastardo y yo somos amigos y que él sería capaz de dar la cara por mí. ¿Diego no puede darse cuenta que el Lobo, más que ser mi protector, se uniría inmediatamente a él y sus secuaces para lograr asesinarme juntos?

Bueno, por ahora no me tocaba morir, no me tocaba librarme de Adrián…

 

 

*~~~*~~~*~~~*

 

 

 Viernes  

09:45 a.m.

 

Caminé hacia el gimnasio, y en cada paso que daba, acumulaba el coraje para soltarlo todo en mi rival, y repetía con odio una y otra vez su nombre en mi interior.

—¡¡Adrián!! —exclamé al entrar al gimnasio.

Y lo vi, ahí, vanidoso y jovial. Como siempre.

Me enfoqué sólo en su presencia y me lancé como un tigre.

Pero él…

—Qué bueno que volviste —me recibió con voz tenue y sonrió amigablemente.

Me frené ante ese cálido recibimiento.

—Creíste que ya no volvería y te alegraste, ¿cierto? ¡Es lo que deseas! —le reclamé chasqueando mis dedos—. ¡No me engañas!

—Estás equivocado, eres bienvenido —respondió amable y me palmeó la espalda— Ayer faltaste, y no sabes cómo me preocupó que ya no volvieras. Entonces me mortifiqué pensando si había hecho algo mal como instructor. —Señaló acongojado.

¿Eh? Pero, ¿qué le pasa? ¿Por qué no cae ante mis provocaciones y actúa de esta forma tan extraña?

Su hipocresía, me hizo cabrear aun más.

—Pareces alterado Ángel, ¿te encuentras bien? Tu cara está roja y te está saliendo humo de la cabeza…

—Es por coraje —respondí antes de que terminara de hablar.

—Y coraje contra…

— ¡Contra ti! ¡Si eso ibas a preguntar! ¡Me vengaré por lo último!—le grité cabreado.

—Ángel, ¿y se podría saber por qué te vas a vengar de mi novio Adrián? —interrogó Carla, que apareció repentinamente junto a él.

De rojo, mi cara pasó a pálida.

¡Ahora me explico el extraño comportamiento de ese bastardo y yo que no me percaté de la presencia de mi amada!

— ¿Vengarme? ¿Yo? ¡De nadie! —apenado, me rasqué el cabello.

No podía decirle a Carla que mis quejas eran por una pesada rutina que me colocó Adrián. Si lo hiciera, ella seguirá creyendo, y con más razón, de que soy débil.

Y además…

—Recuerda que Adrián y yo somos amigos —agregué.

Carla sonrió confiada.

Sin que ella se diera cuenta, el Lobo me lanzó una seña amenazante y yo fingí no tener reacción de ningún tipo pese a que estaba aterrado en mi interior.

— ¿Qué puedes hacerme? —le murmuré, inaudible. 

Peligrosamente se acercó a mí. En menos de un segundo. Como si haya logrado leer y entender mis labios susurradores.

—Recuerda que soy tu entrenador, idiota, podría explotarte durante toda tu estancia en este lugar. ¿Hasta cuándo tendré que repetirte la misma amenaza? —soltó con ironía en mi oído.

¿Eh?

¡Era cierto! Parece que debía solucionar el malentendido si no quería que eso siguiera pasando o que empeorara. Era probable que planeara vengarse de mí por haberle gritado, y mucho más, porque lo hice frente a Carla. Digo, ¡ningún chico soporta que otro le grite frente a su novia! Y más si se trata del violento de Adrián…

 ¡Estaba muerto! No podía negarme a sus rutinas porque tengo orgullo y acepté el reto. Y no deseaba quedar mal ante los espectadores.

«Hagas lo que hagas no me rendiré. Carla va a ser mía. Te la voy a quitar, es un hecho». Eso dije la última vez y ahora no puedo retractarme ante semejante alardeo.

¿Desde cuándo esta narración se está convirtiendo en tragedia?

Gracias a mis pensamientos analíticos me puse lo doble de alertado, pero hice el esfuerzo vano por tranquilizarme y fingí estar poco afectado. ¡Jamás me debilitaría frente a Adrián! ¡Lo había jurado!

Y en honor a ello, me subí a la caminadora. Carla estaba de espectadora y quise impresionarla con mi velocidad en el aparato. Corrí y corrí, arriesgándome a que el suelo movible lograra arrastrarme y luego hacerme víctima de un video divertido en youtube.

Me concentré, pero las gotas de sudor comenzaron a humedecerme y el cansancio fue marchitando mi entusiasmo y borró la coqueta sonrisa de mi rostro, y esa imagen energética y estable se esfumó rápidamente, dejando ver mi triste realidad.

Disminuí la velocidad del aparato para recuperar aire.

—Carla se acaba de marchar, enamorado. Sólo vino por un momento —se acercó Adrián, insinuando que mi esfuerzo sobreactuado de corredor profesional había sido en vano. Pude haber ganado un Oscar ante tal interpretación.

Apagué la caminadora y bajé de ella completamente agotado.

— ¿Por qué no me avisaste que ella venía? —le reclamé con la voz quebrada—. Por poco ella descubre que tú y yo no somos amigos, sino rivales a muerte.

—Es obvio que Carla venga, yo trabajo aquí y viene a visitarme. A su novio —alardeó.

Eso  lo dijo con la intención de hacerme celar, lo sé. Restregándome en mi cara que era su novio, como si no lo tuviera ya bastante claro.

Lo miré cabreado, mientras que esa chica gótica pinchaba fragmentos de melón papayo para él y se los colocaba en la boca.

— ¡Estoy harto de ti! ¡Te odio! ¡No te soporto! ¡¿Por qué demonios simplemente no te largas y dejas de complicarnos la existencia?! —grité sacando un odio en lo más profundo de mi interior.

El Lobo se sobresaltó ante mi inesperado comportamiento y accidentalmente se lastimó la comisura del labio con el palillo de la fruta y sangró.

Con un leve visaje de dolor, se acercó y me tomó del cuello de la camisa.

La situación nuevamente se hacía caótica entre nosotros.

—Estás hablando demasiado. De nuevo. ¡Desde que tuve el mal gusto de conocerte, lo que más he deseado, es callar tu boca parlante de alguna manera! —gruñó, apretando los dientes.

Pude notar que alarmada, la chica gótica se alistó para interferir si fuera necesario.

Un momento, ¿acaso ella estaba llamando a la ambulancia?

Yo, apenas podía mantener el aire, con su furia aferrándose a mí. Lucía como si esta vez, no planeara contenerse más para golpearme, para destrozarme. Pero… para mi sorpresa y de todos los presentes, Adrián simplemente respiró profundo, y soltando mi camisa, se alejó…

— ¿Forense? Creo que ya no es necesario que vengan a recoger el cuerpo, sigue vivo —colgó la chica gótica el celular.

Mi cuerpo quedó inmóvil durante varios segundos, pero mi corazón continuó palpitando con fuerza. La adrenalina seguía viva en mí por el reciente enfrentamiento, que cada vez, se hacían más explosivos.

Un día, inevitablemente terminaríamos por asesinarnos el uno al otro. O él a mí, que es lo más probable.

Después del escándalo, decidí iniciar mi rutina solo y apartado, sin pedirle tutoría a ese bastardo. Y cuando creí que tendría una pacífica rutina luego de la riña, y que Adrián no tendría el cinismo de  acercarse nuevamente para molestarme, increíblemente lo hizo y justo cuando apenas estaba concentrándome en las abdominales.

Con las manos en la nuca, levanté con sacrificio mi torso y lo vi, hincado frente a mí, sosteniendo mis frágiles rodillas con sus grandes manos.

¿Él aparecía nuevamente para hostigarme? ¿No tuvo suficiente con lo de hace un momento?

Resoplé malhumorado.

Me invadió la enorme curiosidad de saber cómo me molestaría esta vez. Quizá continuaba aburrido y necesitaba jugar más conmigo.

Lo miré, esperando uno de sus sarcasmos.

Y entonces…

— ¡¿Qué demonios haces?! —exclamó y su voz hizo retumbar el lugar.

Su grito, hizo que mi cuerpo se exaltara.

¿Estaba teniendo el descaro de reprenderme? ¿Y con qué derecho?

Yo desvié la mirada de la suya, que siempre logra inquietarme, y molesto me crucé de brazos.

—Sólo estoy haciendo la rutina que me has impuesto —esclarecí inflando las mejillas—. ¿Qué no lo ves idiota?

— ¡Esa rutina es justamente la que debes abandonar! —vociferó.

Con violencia, aparté sus dedos que se encajaban en mis rodillas.

— ¡Es la que tú mismo me impusiste! —le grité irónico.

Él se tocó la frente y meció la cabeza.

— ¿Qué no entiendes? Te la coloqué sólo en una ocasión, para darle una lección a tu boca parlante, y para divertirme un poco si debo ser sincero —soltó una risita burlesca—.  Pero esa rutina es demasiado para ti y ahora debes iniciar una de tu nivel— Señaló.

Él de nuevo lo hacía…

— ¡¿Una de mi nivel?! ¡¿Sigues subestimándome?! ¡¿Crees que no puedo con la primera rutina que me has encomendado?! ¡¿Crees que soy débil?! ¡¿Quieres que te  demuestre lo equivocado que tú y todo el mundo lo está?! —me exalté.

— ¡De qué hablas imbécil! —exclamó confundido—. Te lo digo porque puedes dañar tu salud si continúas sometiendo a tu cuerpo a tanto esfuerzo físico.  Y tan frágil que sueles ser…

Adrián calló abruptamente al escuchar sus propias palabras. Yo le miré con el ceño fruncido.

— ¡En realidad no me interesa tu bienestar así que, continúa con la pesada rutina si lo deseas! ¡Me da igual lo que hagas con tu cuerpo! —corrigió, retractándose de sus palabras.

Y se alejó nuevamente, pero esta vez, para ya no molestarme más.

Obstinado, después de eso me motivé más aún, y continúe contradictoriamente con esa pesada rutina, pues deseaba demostrarle con creces que…

Un momento, ¿he dicho demostrarle? ¿Desde cuándo comencé a esforzarme sólo para demostrarle algo a ese idiota?

Debía proseguir con esa rutina, sólo para lograr las metas que me he impuesto y no, para demostrarle algo Adrián. Sólo a mí mismo.

 

Al haber concluido con mi ejercicio, me dirigí a la salida echando humo. En serio que seguir conviviendo con Adrián me formaría una úlcera en el estómago y moriría por ella. Más pronto de lo que imaginaba. Si no es que antes.

Salía corriendo de ahí. Jalé esa molesta y pesada puerta del gimnasio y bajé refunfuñando los molestos escalones, cuando de pronto…

— ¡Oye tú! ¡Espera! —la chica gótica me detuvo del hombro. ¿O debería decir la novia de Drácula?

Era ella, nadie más que la amante o la asistente personal de Adrián. La que le seca el sudor y le da de comer en la boca como si él no tuviera la suficiente capacidad para hacerlo por sí mismo.

Sí, ella. Pero, ¿cómo para qué me quería?

—Necesito preguntarte algo —dijo.

—Qué cosa —me crucé de brazos.

—Quién eres —Inquirió.

—Ángel Rojas Montes —me di la vuelta extrañado y sacudí los hombros.

—Me refiero a quién eres para Adrián —esclareció ella a mis espaldas.

Detuve mis pasos y me volví hacia la chica.

— ¿Cómo? —parpadeé.

—Quién eres para Adrián —repitió.

—No soy nadie —respondí casi riendo de la ironía.

Ella me miró dudosa.

—Bueno, quizá sólo soy un rival. Al que no toma en serio y ya —corregí mientras lo pensaba con detención.

—Mientes —murmuró con aire sospechoso.

— ¿Y por qué debería mentir? —pregunté más irónico.

Nada gentil, la chica me jaló de una oreja y me obligó a sentarme junto con ella en uno de los escalones. Y eso dolió bastante.

— ¡Dime la verdad! —exigió.

— ¡Te la he dicho! —insistí, dibujando una mueca de dolor.

—Tengo conociendo mucho tiempo a Adrián. No puedes mentirme —expresó seria—. La forma en la que te trata, no es muy común en él.

—De qué hablas —fruncí el entrecejo, ensimismado.

De repente ella ha comenzado a decir cosas muy extrañas.

— ¿Lo dices por los enfrentamientos que hemos tenido? Él me odia, por eso me trata así —indiqué—. Aunque también lo hace porque es una mala persona. Una bestia.

— ¡No entiendes!—se exasperó—. Adrián fue un pandillero y no es un chico que se deja insultar. Por nadie. No está en su naturaleza permitirlo. Desde muy joven arriesgó su físico para ganarse respeto, un respeto que consiguió a puñetazos…

¿Adrián un pandillero? No es algo que no haya sospechado antes. Sin dificultad puede imaginármelo como tal, involucrado en cientos de riñas. Él realmente tenía la apariencia y la mirada fiera de un maleante. Incomprensible y violento. Desde el principio he considerado que es un joven problemático. Un mal para la sociedad. Para la seguridad y el orden.

—Pero… —prosiguió ella.

—Pero qué…

— De pronto, apareces tú y sobrepasas los límites que él ha impuesto. Le has gritado y ultrajado  frente a su novia y amistades, ¡y no has visitado un hospital! Adrián jamás le dio a nadie el lujo de hacerlo, ni siquiera a su propio padre. ¡A ti  te  lo ha permitido, cuando nunca hizo excepciones! —señaló perpleja, sin creerlo aún.

Me turbé ante sus palabras. ¿Ella decía que Adrián me ha tenido misericordia? ¿Y que he sido el único?

—Por eso insisto en preguntarte. ¿Quién demonios eres para Adrián?

Me puse de pie mientras ella me miraba intentando encontrar la respuesta.

Pero no podía responder a algo que yo también desconocía y que me tomó por sorpresa, más que a ella misma.

Entonces comencé a analizar las cosas, buscando la más lógica explicación.

Y es cuando logré entenderlo…

—Él ha hecho una excepción conmigo simplemente porque —hice una pausa—, soy el amigo de su reciente novia y no quiere tener problemas con ella, sólo por eso. ¿Qué otra explicación habría?—me despedí de la chica.

Sí, que otra razón puede haber que esa…

Ninguna otra…

 

*~~~*~~~*~~~*

                                                               

                                                  

 

Dos semanas después:

 

Regresaba del gimnasio, cuando mamá me detuvo justo antes de subir las escaleras hacia mi habitación.

— ¿Por qué sigues yendo al GIM? —preguntó—. En vez de fortalecerte, cada día te vez más débil y pálido. ¡Pareces un muñeco de trapo!

—Es sólo hasta que mi cuerpo se acostumbre a la rutina —señalé con decaída voz— O eso espero.

Y subí con pesadez, los peldaños. Jamás habían estado tan agotadores…

Hasta ahora, he sobrevivido al gimnasio. Adrián ha mantenido distancia desde aquel día. Quizá por ello sigo ahí. Sin su tutoría, he continuado con el pesado procedimiento de la rutina que me impartió desde el principio, pese a que me la haya prohibido después porque se empeña en subestimarme y en truncar mis ideales. Quizá por eso, con más razón lo hago y me esfuerzo. El ambiente es demasiado tenso entre ambos, aun con la distancia. Puedo sentir su mirada llena de reproche que me lanza al verme ejercitarme de esa manera tan extrema. Pero luchamos por ser tolerantes, él en ignorar mi entrenamiento y yo sus molestas miradas acusadoras. Aunque confieso que fueron varias las ocasiones que intenté rendirme y huir muy lejos de él, pero no quise darle la satisfacción de que me viera hacerlo y permanecí, aunque tuviera que ver su cara todos los días, luciéndose y siendo idolatrado por todo el mundo.

En la vida hay que hacer sacrificios, ¿no?

Luego de una ducha en casa, me dirigí a la escuela y mi cuerpo pesaba cada vez más al caminar. Intenté convencerme que sólo eran vitaminas lo que necesitaba, o comer más los vegetales que tanto odio, casi tanto como Adrián. Y en clase, varios maestros me preguntaron sobre mi salud insistiendo como todo el mundo, en exagerar.

« ¡Me encuentro bien! ¡Sólo mi cuerpo está tardando en acostumbrarse al ejercicio del GYM! ¡Entiéndanlo de una vez! ». Se lo repetí a cada uno de ellos.

Intentando recuperar la energía física que perdí esta mañana en el gimnasio, dormía apaciblemente durante clases, con la mejilla estampada sobre el portalibros en la última butaca de la fila.

De pronto, el crujido del cielo perturbó mis sueños. Bostezando, me asomé por la ventana mientras mis compañeros comenzaban su desorden sin esperar siquiera, a que el profesor abandonara completamente el aula.

Afuera, las cigarras imploraban lluvia y el cielo parecía querer complacerlas. Sus nubes amenazaban con una gran tormenta.

Ese clima, de alguna manera, siempre lograba ponerme melancólico. Resoplé, mientras observaba a las aves buscar refugio…

—Mañana es el partido —me sorprendió Lolo a mis espaladas cogiéndome del hombro.

— ¿Qué? —me quedé estupefacto.

—No me digas que lo olvidaste —demandó divertido mientras buscaba mi cara.

—Claro que no —aseguré entre dientes mientras me zafaba de él y regresaba a la butaca—. Es un partido demasiado importante para olvidarlo.

—Recuerda que depende de la influencia que tengamos en el resultado del partido con nuestra participación, para que el entrenador cambie de capitán, ya sabes, por lo indispuesto que ha estado Julio últimamente. La vida nos ha ofrecido otra oportunidad y esta vez, no podemos desaprovecharla —se apoyó en mi portalibros.

— ¡Lo sé! —contesté ya estresado.

 

Llegué a casa a las ocho treinta de la noche poseído por un ataque de estrés.

¡¿Cómo pude olvidar el partido?!

Y mi cuerpo no estaba en condiciones. ¡Maldición! Quizá ha sido porque no me he ejercitado lo suficiente.

Lo único que sabía, era que debía aprovechar la nueva oportunidad de convertirme en capitán del equipo y tenía que hacer lo que estuviera en mis manos para lograrlo. Costara lo que costara.

No importaba si arriesgaba mi salud…

Decidido, cogí la tarjeta dorada del gimnasio perfection  y miré nuevamente su horario para cerciorarme. Me cambié de ropa a una deportiva lo más rápido posible y salí de casa.

— ¡Se acerca una tormenta! ¡Llévate un paraguas! —escuché a mamá desde la puerta mientras huía.

—Llevo mi sudadera con capucha —grité sin siquiera detenerme y voltear a verla.

 

Llegué rápidamente al gym, por primera vez en su horario nocturno y me instalé. Había pocas personas y diferente personal. Eso me alegró, ya que también significaba que habría un entrenador suplantando al molesto de Adrián. Gracias a eso, el ambiente se pronosticaba  tranquilo, ya que no lo tendría merodeando molestamente cerca de mí, cosa que me estresa bastante y me saca de concentración.

Me subí a la caminadora eléctrica.

 Apenas la había encendido, cuando ya sentía el agotamiento y la falta de aire.

Pese a ello, me aferré al aparato…

No había pasado un minuto, cuando todo mí alrededor comenzó a impregnarse con aquella fragancia tan peculiar… misma, que molesta mi nariz y a la que comienzo a ser alérgico. Y esa esencia tan embriagante y fresca sólo pertenecía a alguien…

 Con la mirada gastada, volteé hacia mi costado.

Entonces lo vi, era Adrián robándose mi paz.

— ¿Qué demonios haces aquí?—dije sorprendido al contemplarle.

Pero yo no era el único sorprendido.

—Estoy suplantando al entrenador de este turno como en algunas ocasiones lo hago. Pero… yo soy el que debería preguntarte qué demonios haces aquí —refunfuñó.

—Necesito ejercitarme más —inflé las mejillas y lo evadí.

— ¿No has venido ya esta mañana?

—No basta —y seguí corriendo con una vitalidad que mi cuerpo carecía.

No podía negar que me sentía bastante enfermo y temía sucumbir frente él.

Pero eso jamás…

 Así que intenté lucir fresco y en condiciones.

Él se sobó la sien para evitar estresarse.

Sí, lo sé, era estresante vernos dos ocasiones en un sólo día.

—En diez minutos se cierra el gym —midió la hora en su reloj de muñequera—. Las últimas dos personas que permanecían ya se dirigen a la ducha.

Todavía no iniciaba mi ejercicio, ¿y Adrián ya intentaba deshacerse de mí? A veces me pregunto quién de los dos se soporta menos.

—Diez minutos, son diez minutos —farfullé e intenté volver a concentrarme y pretender que él no estaba presente.

Y aumenté la velocidad en la caminadora.

—Te dejaré usar esos diez minutos en la ducha —me indicó con la mano el camino hacia las regaderas, con terquedad.

¿Qué no se puede negociar con él?

En verdad Adrián, representa todo lo que me molesta.  Lo odio de sobremanera.

—Te pagaré tiempo extra, ¿sí? —continué concentrado en los números que marcaba la pantalla del aparato.

— ¿Cuánto tiempo quieres? —me miró con las manos en la cadera.

—Una… hora —exhalé agitado.

Adrián dudó antes de responder, pero al final…

—Está bien —resopló—. Te permitiré la hora y te la daré gratis, pero sólo… si la sobrellevas —ofreció, incrédulo.

Ahí estaba de nuevo, ¡subestimándome!

—Lo haré —le afirmé con determinación.

 

Después de eso, Adrián cerró el local inmediatamente para presionarme. No puedo negar que me intimidé un poco cuando quedamos encerrados  y con nadie más en el gimnasio. Él no parecía nada cómodo al quedarse conmigo a solas, pero no es que yo estuviera disfrutándolo. Así que, decidí sumergirme en un trance y pretender que él no estaba ahí, y continué en mi concentración.

Todo iba bien hasta que Adrián decidió ser ruidoso e inquieto. Evité distraerme y obligué a mis ojos a no mirarle, pero Adrián merodeaba intencionalmente a mí alrededor y caminaba frente a mí, haciéndose el exhibicionista, y provocando a que cayera más de una ocasión, en sus distracciones.

¿Por qué decidió estresarme con su molesta presencia? ¿Era tanto su deseo de que me marchara ya?

Entonces volteé a verle. Él estaba cruzado de brazos, mirándome, desaprobatoriamente.

— ¿Ya has terminado?—me preguntó con tono serio.

— ¿Qué? ¡Si ni siquiera ha pasado diez minutos de la hora acordada! —me sobresalté.

Él resopló.

—Te dije que te daba la hora si la sobrellevabas…— aclaró.

— ¡Y la estoy sobrellevando! —le aseguré.

Él siseó como signo de desaprobación:

—No, no lo haces.

— ¡Claro que sí! ¿No estás viéndome?

—Me voy a la ducha y cuando regrese, ya no quiero verte aquí —advirtió.

Tomó su mochila y me lanzó una mirada fiera mientras se marchaba a las regaderas.

Mi cuerpo estaba en su límite, era verdad. Todos mis huesos me calaban, me ardían las articulaciones, mi vista comenzaba a distorsionar un poco el paisaje y se deterioraba cada vez más mi sistema respiratorio. Pero continúe, pese a eso y sus amenazas, pues no sucede muy a menudo que el entrenador ofrezca segundas oportunidades para decidir al capitán del equipo. Además, tenía que hacer que Adrián se enterara que no era débil y que podía lograr un excelente físico, uno que le gustara a Carla.

 Por ello, no debía sucumbir. No frente a Adrián. Y la voluntad por mostrarle mi fortaleza, provocaba que tuviera una resistencia sobrehumana que yo tampoco lograba comprender y no me permitía abandonar.

 

 Minutos después, Adrián  regresó húmedo y frotándose su cabello oscuro con una pequeña toalla y luego se la colgó al cuello. Se puso de pie frente a mí, con un aura maligna rodeándole y que me causó escalofríos.

Justo  iba a pedirle que se retirara y me dejara proseguir en paz cuando…

—¡¡Ya es suficiente!! —de un golpe, apagó la caminadora.

Me quedé quieto, con los ojos desorbitados y volteé a verle ensimismado ante su repentina violencia.

—¡¡Esta es la última vez que te permito sobrepasarte con las rutinas!! ¡¡La última!!

Su mirada estaba ardiendo…

— ¿Y por qué, eh? ¿Tienes miedo de que triunfe? ¿Que consiga un mejor físico que tú y en poco tiempo? —apreté los labios.

— ¡Pero si que eres un imbécil de primera! ¿Qué no ves que estás enfermándote? ¿Y qué te estás debilitando en vez de fortalecerte? ¡Mírate! ¡No dejaré que continúes haciéndote daño! ¡No frente a mí! ¡No seré más el testigo, el cómplice! ¡Si no eres capaz de ver por ti mismo, si no te preocupas por tu salud, yo sí lo voy a hacer! ¡Así que bájate de esa caminadora y lárgate de una vez de mi gimnasio si no quieres que te saque con una patada en el trasero! ¡Y si deseas volver en un futuro, será con la condición de que respetarás la rutina moderada que te imponga! ¡Guardé distancia estas semanas mientras te observaba haciéndote daño, esperando que por ti mismo pararas, pero no más! ¡Ya que no tienes intenciones de hacerlo! ¡Y porque eres un cabeza hueca!

Obligado, me bajé del aparato inerte y con lentitud. Mis piernas amenazaron con quebrase al accionar el primer paso, pero se mantuvieron. Hasta que inevitablemente se derrumbaron en el segundo intento…

Caí hincado y sentí cómo mis rodillas se lastimaron al ser contacto brusco contra el suelo. Y justo frente a la mirada de Adrián.

Lo miré desde abajo, él lucía tan imponente…mientras que yo nuevamente yacía en el suelo, en estado mórbido, tan enfermo y débil…

 Y comprendí, rindiéndome por unos momentos a  la realidad…

 Adrián era como una deidad y yo un simple mortal que intentaba superarle y vencerle.

 

Él me ofreció su mano como soporte.

¿Acaso intentaba burlarse de mi situación?

¿Cuántas veces más acudiría en su ayuda?

 ¿A esa mano que en cada ocasión se estiraba hacia mí para ofrecérmela?

 

—Dime, ¿Por qué llegar a este extremo? —me clavó una mirada desconcertante.

Yo lo rechacé con un manotazo y valiéndome de mis ya escasos esfuerzos físicos, me puse de pie, aun con orgullo y me dirigí a las regaderas.

Dentro, la ducha estuvo caliente y relajante, pero fui breve. No quería hacer espera más a Adrián…

Salí de los vestidores apresurado, abrochándome las agujetas de mi calzado. El Lobo ya había desconectado todos los aparatos y pagado casi todas la luces del gimnasio. Él se encontraba recargado en un aparato, cerca de los grandes ventanales contemplando la copiosa lluvia que había comenzado a caer fuera de ellos y golpeado sus cristales.

—Está lloviendo —me dijo, percatándose de mi presencia sin siquiera voltear verme.

Y yo que intenté hacer menos ruido que un ninja…

—Me voy —resoplé y tomé mi mochila.

—Esto es tuyo. —Adrián estiró su brazo sin apartar la mirada de la ventana. Era mi sudadera que colgaba de sus dedos.

Malhumorado me acerqué para cogerla cuando sus manos atraparon mi muñeca. Él abandonó por fin la vista de la ventana para contemplarme.

Lucia más serio que de costumbre, tanto, que logró ponerme nervioso, al igual que la fuerza con la que me sujetaba, la ansiedad con la que sus dedos me estrujaban.

—No te dejaré marchar hasta que me digas por qué te excedes de esta manera. Y más te vale que sea una excusa razonable.

—Hace un momento me estabas apresurando para que me fuera…

— ¡Responde! ¡Qué es tan importante para llegar a estos extremos! —ordenó.

Afectado por su alteración…

— ¡Deseo demostrarte que no soy débil como tanto crees saberlo!  Y…

— ¡No tienes que demostrarme nada! ¡No tienes que demostrarle nada a nadie!

— ¡Tampoco eres el principal motivo de mis acciones! —crispé.

— ¡Entonces dime cuál es esa importante razón!

Desesperado, giré mi muñeca intentando liberarme de su mano.

Esto ya se estaba poniendo incómodo. Él no tenía que interrogarme de esta manera, como si le importara mis motivos. O las consecuencias de mis actos.

¿Pero cómo escapar de su fuerza sobrehumana?

—Ya lo había dicho —bajé la mirada—. Sólo quiero cambiar, hasta dejar de ser yo mismo… y lograr un cuerpo ejercitado para que Carla pueda mirarme, para que Carla pueda amarme. ¡Quiero convertirme en el chico de revista que ella busca!

Al escuchar mi respuesta, Adrián me liberó de su mano.

— ¡Es la mayor estupidez que he escuchado en toda mi jodida vida! —exclamó.

— ¡No me sorprende viniendo de un insensible como tú! ¡No espero que lo comprendas! —le arrebaté mi sudadera y me apresuré hacia la salida, alterado e irritado. Mi corazón iba a mil.

—Es la mayor estupidez porque…

Lo escuché hablar a mis espaldas. Pero no me detuve, ya que no deseaba seguir escuchando sus tonterías. Me puse la sudadera y cubrí mi húmeda cabellera con la capucha.

—… tu delgadez ya es perfecta.

Su voz logró detenerme en seco, teniendo sus palabras, mucho más fuerza que su brazo para retenerme.

—Eres hermoso, así, tal y como eres…

 Retumbaron nuevamente sus palabras.

Yo me volví y le miré conmocionado.

Y cuando creí que no habría más palabras salir de sus labios, él prosiguió…

— ¿Por qué querer dejar de ser tu mismo? ¿Perder tu personalidad? ¿Tú esencia?  Fingir ser alguien, ¿y que Carla se enamore de algo que realmente no eres tú?

—Yo… —intenté responder.

— ¿Por qué no mejor buscar a una persona que se enamoré por lo que eres, que te acepté por lo que eres?

— ¡¿Estás de broma?! —estallé—. ¡Nadie en su sano juicio sería capaz de enamorase de mí! ¡De alguien como yo!—le indiqué con las manos para que echará un vistazo más de cerca mi patética existencia y que después reconsiderara su opinión.

— ¿Y por qué no?

—Porque…— me pausé, ya bastante afligido—… ¡Soy el chico de quien nadie se fijaría!  ¡Estoy lleno de defectos y soy un ser patético!

Él se tocó la frente y agitó la cabeza.

—Tonterías —espetó.

— ¿Qué me dices de mis hoyuelos afeminados y mis horrendas pecas? —continué criticándome  despiadadamente mientras frotaba con violencia mis mejillas hasta dejarlas rojas.

—La belleza es subjetiva.

— ¿Disculpa?

Adrián resopló, como si le molestara ser más específico.

—Me refiero a que… creo firmemente en la posibilidad de que existe alguien, por ahí, en algún lugar, quien pueda enamorarse de ti, con todo y tus pecas que  tanto odias y maldices. Esa persona, puede que las considere tiernas, lindas y hasta quizá…—hizo una pausa incómoda—…sexis.

Escudriñé la mirada.

El Lobo carraspeó la garganta y desvió la mirada.

—No es que yo conozca a esa persona —farfulló.

—No, no existe tal persona —reí incrédulo—. No tienes que ser gentil haciendo sentirme bien con mentiras… bonitas. — Mi voz comenzó a quebrarse y una cristalina lágrima cayó sin mi consentimiento, recorriendo mis mejillas. E hipé, como un crío.

¿Por qué mi corazón comenzó a doler tan de repente?

—Tú estás llorando…—Inquirió Adrián, alarmado y su postura relajada se deshizo.

 

Desde el último momento, fingí ser fuerte y capaz frente a mi rival.

Sólo para que él no se percatara de que en realidad soy débil e indefenso.

Pero me costó tanto aparentar…

Y al final, me quebré, me derrumbé bajó sus pies…

Y le lloré mis miedos…

 

— ¡Es verdad!—exclamé desde el suelo— ¡En estos momentos me siento extremadamente cansado y enfermo! ¡Siento como si mi cuerpo no pudiera ponerse de pie una vez más! ¡Y no sé si pueda ahora mismo separarme del suelo por mis propios méritos!  ¡Pero me aferro en hacer todo esto, porque anhelo tener un excelente cuerpo y así, saber lo que es amar y ser amado! ¡¿Tiene eso algo de malo?! ¡No sé lo que es ese sentimiento! ¡Jamás lo he experimentado! Yo solo quiero poder responder esas interrogativas que aparecen para inquietarme y que me mantienen suspirando todas las noches: ¿Cómo se sentirá ser especial para alguien? Ser parte de una historia de amor, plasmada de escenas románticas, con emociones encontradas, sucesos conmovedores y que estremecedores sentimientos y sensaciones, invadan y sobresalten tu pecho. Tener un amor de novela…

¿Cómo será ser amado? Que hagan tonterías por ti, que te sorprendan con detalles, que te roben el corazón con ellos, creando dulces e inolvidables recuerdos. O el saber que eres indispensable para otro… Y que te complementas con alguien más…

¿Cómo será poseer a una persona? Saber que está a tu lado, que te apoya, te procura, te consiente. Que te quiere. Saber que su corazón es tuyo…y de nadie más…

 

Adrián debió reírse cuando dije todo aquello y creerlo patético, hasta divertido, pero extrañamente sus ojos brillaron cuando lo mencioné.

¿Qué estaba sucediendo? Él parecía comprenderme y dispuesto a escucharme.

Pero yo no pretendía lucir más patético frente a él de lo que ya era, y quise detener mi palabrería. Pero ellas resbalaron de mis labios cuando intentaba rotundamente callar…

—Infortunadamente, jamás seré testigo de ello. De amores así, sólo estoy destinado a ser el espectador, el testigo, el que envidia y maldice a las parejas felices, la dicha ajena. Sentimientos que me convierten en una mala persona. Por eso es que… la esperanza duele, el anhelo duele, cuando sabes que jamás sucederá…Y todo porque a Cupido no le importo. Soy poco para él. Me aborrece, no me voltea siquiera a ver. Se divierte con mi sufrimiento y busca cualquier oportunidad para hacerme llorar. Se aprovecha que mi corazón es un idiota y le hace ilusionar, cuando no correspondido terminará. Cruel, ha decidido condenarme a la soledad y al desamor. Me abandonó en sus lechos, sin compasión y lo hará hasta los últimos días de mi vida, cuando mi cabello se tiña de blanco y mece una silla en un atardecer, suspirando por algo que no fue. Que no viví. Que no tuve. Y todo porque no soy uno de sus elegidos, porque no me considera merecedor, porque no cumplo con los requisitos para encontrar al amor. A veces me pregunto el por qué estúpidamente sigo creyendo en un Romeo y Julieta. Aunque de alguna manera le entiendo… Cupido no trata con casos imposibles. Me refiero a que, ¿qué mortal podría enamorarse de mí? ¿O sentirse atraído? ¡Soy un chico patético y extraño! ¡Nadie soportaría mis manías! Me hacen llorar la crueldad en los documentales de animales y el sonido agudo de los violines. Y me conmuevo fácilmente con los finales de las historias románticas. O encuentro la felicidad en cosas pequeñas y sencillas. Disfruto toda expresión de la naturaleza. La sonata de la lluvia desde mi ventana o el viento de lo otoño jugueteando con mi cabello, sentir sus caricias en mi rostro y el crujido de las hojas en las suelas de mi calzado me es reconfortante. Adoro las muestras de Yogurt que dan en los departamentos de cremería, o los sobrecitos perfumados de champú en el centro de la cuidad, ¡tan sólo por el hecho de que sean gratis! Aunque sean campañas publicitarias de productos. ¡O un helado de chocolate en las tardes! Porque soy amante del chocolate en toda su expresión… ¡Así de simple soy! Me levanto temprano los domingos para ver las caricaturas en la TV y el viernes social lo paso frente a una consola, imaginando ser un valiente guerrero  atrapado en un mundo mágico y que sólo logra conquistar el corazón de una princesa virtual. ¡Y soy el típico chico infantil que todavía necesita a un peluche con nombre para conciliar el sueño! ¡Porque duermo abrazado de mi oso Filipo para tranquilizarme durante una tormenta o después de una aterradora pesadilla! Sin mi peluche no soy capaz de hacerlo. ¡Porque no tengo remedio! ¡Soy miedoso y un chilletas! ¡Gruñón e infantil!  Y respecto a apariencias, soy un chico que no le importa la moda y que prefiere usar ropa cómoda, holgada y colorida aunque eso signifique no estar a la vanguardia. De hecho… ¡En las noches uso un par de pantuflas de panda para calentar mis pies y ahora mismo llevo debajo del pantalón unos calzoncillos con estampado del hombre araña!  Y lo peor del caso, ¡es que me encanta usarlos! Quizá por eso las chicas no me consideran sexy. Suelo ser  poco llamativo. Carezco de presencia. Mi existencia pasa desapercibida a la vista de los demás. Titubeo al hablar. Y si me encuentro en una conversación, nadie se percata de mí, no importa si me esfuerzo en decir algún comentario interesante, o que tan fuerte lo diga, no tengo voz para sus oídos. Y es cuando quisiera poder gritar a todo pulmón y decir: “Aquí estoy” “Tengan siquiera la cortesía de mirarme” Pero soy como un fantasma, aburrido y sin carisma que logra pasar desapercibido. Mi alma está apagada, atrapada en este insípido cuerpo. Soy una figura escueta. Sin color. Pero lo que aún no logran entender es que, aunque esté callado, eso no significa que también ausente. Soy, en pocas palabras, alguien  al que nadie amará.

El llanto terminó ahogando mis palabras y evitó que continuara. Estaba conmocionado y en ese momento no me importó que todos esos sentimientos y emociones que siempre comprimí y que sólo dejé para mí mismo, hayan convertido a Adrián en el primer y único testigo de ellos. De mis demonios más profundos que me han atormentado.

Pero él…

—Je  —esbozó una sonrisa burlona—. ¿Hasta cuándo dejarás de decir idioteces?

Mis ojos se cristalizaron una vez más ante su crueldad.

—Era lógico. ¿Cómo esperaba que alguien como tú comprendiera? ¡Tienes una perfecta apariencia y eres una celebridad! ¡Puedes poseer el corazón que te plazca! ¡Eres a quién todo el mundo busca, ama y necesita! ¿Qué sabes de carencias, dolor, soledad o desamor?

Adrián suspiró profundamente, intentando contenerse, pero no sirvió de mucho… era como si yo tuviera el talento de sacarlo de quicio.

Él se dirigió hacia mí y tomándome de los hombros con sus dos fuertes brazos me ayudó a ponerme de nueva cuenta de pie.

—¡¡He de callar esta boca tuya de una vez!! —me zangoloteó— ¡¡Le demostraré lo equivocada que está!!

Repentinamente, sus grandes manos rodearon mis caderas. Sus ojos azabache me miraron, insistentes y con las pupilas dilatadas. Sin lograr eludirlas, éstas me atraparon.

Su mirada, extrañamente límpida, comenzó a consumirme lentamente…

Me quedé quieto, pero palpitante mientras él sumergía su rostro dentro de mi capucha y rozaba mi nariz con la suya. Su frente reposó en la mía, encima de mis húmedos mechones.

 De nueva cuenta invadía descaradamente mi privacidad y sin mi aprobación. No fui capaz de articular palabra alguna, estaba demasiado conmocionado con su acercamiento como para hablar, o pensar.

Un débil rayo entró por la ventana e iluminó de pronto nuestros rostros y de la misma manera volvió a sumergirlos en la más profunda oscuridad. Aun así, fui capaz de apreciar con perfección cada una de las líneas que forman su afilado rostro y hasta la más insignificante expresión suya con el trazo sublime de las sombras.

Entonces comenzó a robarse mi aire. A absorberlo con su boca.

¿Qué estaba haciendo?

—Aquella noche en el callejón te di respiración para salvar tu vida… —musitó. Entonces con la otra mano, me tomó del pómulo con rudeza. Tanto que sentí sus dedos marcarse y hacerme daño—. Pero esta vez, te  robaré el aliento. —Leí el suave y lento movimiento de su siseo—. Y le daré una lección a estos labios vírgenes…

Confundido, me azoré ante sus palabras.

Entonces, sus carnudos y bien formados labios me emboscaron, haciéndome su infortunada presa, sin que pudiera defenderme o hacer algo al respecto. Estaba lo demasiado perturbado como para reaccionar...

Me rubooricé al tacto, y desfallecido cerré los párpados, al sentir su suave roce. Todo a  mi alrededor se detuvo. Había caído en un trance. Y toda sensación era extraña, tan desconocida para mi boca. Los sonidos mundanos dejaron de sonar. Sólo la sonata de la lluvia persistió. Sus labios, devoradores, me absorbieron y la saliva rebosó de nuestras bocas. Me quitó la capucha de la cabeza y estrujó mi húmedo cabello con sus grandes dedos mientras que insaciable seguía sirviéndose del sabor de mi cavidad. Intenté escapar y retrocedí, una y otra vez, como un reflejo de mi cuerpo. Pero su boca, insistente, me siguió y me capturó de nuevo en su frenesí, envolviéndome en su caliente y húmedo moldeo.

Nuestros cuerpos tumbaron varias pesas durante el forcejeo y estas retumbaron en el suelo, pero ni eso logró perturbar o distraer el cometido de Adrián y me sostuvo firme, presionando las mangas de mi sudadera para que no lograra escapar de su boca.

No logré mover ni un dedo para mi salvación cuando el insertó su lengua, misma que  comenzó a divagar traviesa y sensualmente dentro de mi boca, haciéndome sobrasalatar el frío metal de su piercing atravesado en ella.

Y cuando menos me di cuenta, comencé a concernir su aspaviento. Había logrado que perdiera la cordura ante el éxtasis y todo entendimiento.

En medio de un arrebato me aparté al fin mientras recuperaba el aire.  Mis labios se sentían extraños y mi corazón intentaba salir de mi pecho. Aún no comprendía con exactitud lo que había ocurrido. No lo captaba con claridad. En mis ojos se asomaba el asombro y el reproche. El desconcierto.

—Ahora sí me declaro culpable de robar tu primer beso —señaló soberbio y sonrió, relamiéndose—. Y no pienso disculparme, porque no me arrepiento.

¿Eh? ¿Qué había dicho?

 

“Aquella madrugada lluviosa en el callejón, no fue un beso lo que expresó en mí, sólo una maniobra para rescatar mi insignificante existencia. Debía tenerlo claro y saberlo me tranquilizaba, ya que como sea, Adrián no me arrebató mi valiosa primera vez. Afortunadamente, no he experimentado en su boca, lo que eso significa y aún tengo la oportunidad de saberlo. Pero esta vez, con la persona indicada y en el momento indicado”.

 

Me toqué los labios hinchados y le miré resentido. En esta ocasión, él lo había hecho.

Tuvo el descaro de atreverse.

Mi primer beso, sucedió en su boca…

Ante semejante osadía, empuñé mi mano y le golpeé su rostro, sin misericordia. Y salí huyendo de ahí, sin importar que afuera, estallara en los cielos, una temible tormenta eléctrica.

Corrí eufórico  por las calles solitarias, con miles de dudas en mi cabeza. Esta daba vueltas hasta el vértigo. Tropecé con las cintas desatadas de mis zapatos deportivos y caí de rodillas.

La lluvia caía sobre mí, sin clemencia…Pero no se comparaba con la tormenta de emociones y sentimientos que inundaban mi ser...

 Me aterré.

Aún llevaba su sabor en mí, impregnado.

Adrián hizo a su beso indeleble.

 

Si tan sólo hubiera logrado escapar de sus labios…

Antes de que ellos me envolvieran en su mágico efecto...

Notas finales:

 

¿Quién logró identificarse con Ángel? Yo sí. A veces creo que lo caracterizo con lo que soy y lo que siento.

El motivo por lo que no actualizo es porque la inspiración tiene la mala costumbre de abandonarme. En varios capítulos lo ha hecho y un día, mientras leía los que anteriormente había publicado, me dije: ¿Qué haces? Tienes la capacidad de hacerlo mejor.

 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).