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Toxic's Lights por Pepper

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Notas del capitulo:

*Asoma la cabecita, esperando que no le lancen tomates*

 

Holaa :3

 

Después de bastante tiempo (mucho más del que quería, muchísimo más del que esperaba), por fin logro terminar la actualización del fic. Sé que no hay excusa para tardar tantísimo, pero de verdad que se me ha atragantado el capítulo una barbaridad >_<

 

Lo entenderé si me odiáis n_nU

V

 

Christian pasó lo que quedaba de fin de semana castigado. A su padre no le convencieron sus pobres disculpas, y Chris estaba demasiado agotado como para replicar. Además, en el fondo le gustaba la idea de tener una excusa para poder quedarse en casa, solo, sin tener que enfrentarse al mundo. O más concretamente a Maya.

 

Todavía tenía que pensar cómo y cuándo iba a decirle a su mejor amiga que finalmente iba a cantar con los Dirty Dogs. Es más, todavía tenía que pensar si iba o no a contárselo. Temía su reacción, no sabía por dónde iba a salirle la chica. Si al menos se dignara a explicarle exactamente lo que pasó entre ella y Mike… Suspiró, molesto y preocupado; le gustaría saber a qué se enfrentaba.

 

Se sintió tentado a llamar a la chica e intentar sonsacarle algo, pero entonces recordó su aspecto en la comisaría, cómo se le habían saltado las lágrimas al decirle eso de ‘No quiero que te pase lo mismo que a mí’.

 

— Mierda, Maya… ¿qué te pasó a ti?

 

Quizá Mike podría contárselo, él seguro que no se echaba a llorar. Aunque probablemente le soltaría una trola detrás de otra. Joder… ¿Y Tessa? Sí, Tessa podría saberlo. Intentaría hablar con ella, en cuanto pudiera le preguntaría acerca del tema. El problema era que no tenía modo de contactar con la chica, ni con ninguno de los Dirty Dogs. No había caído en algo tan básico como pedirles el teléfono, y tampoco tenía sus mails ni su Facebook ni nada parecido.

 

Probablemente ese finde querrían quedar para ensayar, pero él no podría asistir aunque quisiera. Y quería. Por mucho que lo hubiera negado delante de Mike, en el fondo se moría de ganas de entrar al grupo. El sueño de convertirse en una estrella del rock siempre había estado presente en su mente y, modestia aparte, lo de cantar se le daba de puta madre. Lo echaba de menos.

 

Cuando era más pequeño había estado en el coro de la Iglesia y, por insistencia de sus profesores, en una academia de canto. Cuando cambió la voz, a eso de los doce años, su padre decidió que ya era ‘demasiado mayor para seguir con esa mariconada del canto’. Chris no había vuelto a cantar en serio desde entonces, pero tenía talento y no había olvidado las lecciones sobre cómo respirar, cómo proyectar la voz para hacerse oír y demás cosas por el estilo.

 

Estaba deseando asistir a algún ensayo, ver qué podían hacer los Dirty Dogs. Impaciente, dedicó la tarde del sábado a buscar en Internet cosas acerca de ellos. No le sorprendió demasiado ver que había decenas de vídeos en Youtube, blogs, e incluso una página web que rezaba ‘en construcción’. Tessa hacía bien su trabajo. Se pasó casi dos horas escuchando las grabaciones de su futuro grupo, tomando nota del rollo que llevaban e intentando memorizar algunas de las letras.

 

Le gustó especialmente uno en el que el cantante era Mike. Era antiguo, databa de tres años atrás, y no se encontraba dentro de la categoría de los Dirty Dogs. Parecía más bien una prueba, una especie de maqueta que habían grabado antes incluso de montar el grupo.

 

Mike salía con una cara de crío que no se la aguantaba. Acostumbrado a verlo con los laterales de la cabeza rapada, a lo punky, y el pelo rojo fuego, encontrarse de repente con un rubiales de peinado medio emo se le antojó de lo más extraño. Aunque le quedaba bien. Al cabrón de Mike todo le quedaba bien. Los demás también habían cambiado bastante, pero sin duda el más destacable era Heister.

 

Como siempre.

 

Vio el vídeo cinco o seis veces, quizá siete, incapaz de apartar la vista. Mike le había dicho que cantaba de puta madre, pero él tampoco se quedaba atrás. Aunque, más que la voz, lo que le daba puntos a su ex-archienemigo era la actitud. A Chris le habría encantado saber esbozar esa sonrisa de niñato con la que parecía querer decir ‘me voy a comer el mundo’, o tener esa intensidad en la mirada. Por no hablar de su forma de tocar la guitarra.

 

Joder.

 

Mike lo daba todo, vivía la música. El instrumento formaba parte de él tanto como sus ojos verdes llenos de insolencia, y era tan hábil arrancándole notas a las cuerdas como lanzando insultos. Para colmo, en la grabación era un enano, a saber cómo tocaría ahora; Christian iba a tener que trabajar muy duro si quería estar a su altura.

 

Con ese pensamiento en mente, después de una rápida cena estuvo un rato practicando con su propia guitarra. No se le daba, ni de lejos, tan bien como a Heister, pero al menos se defendía. Lamentablemente, justo cuando empezaba a pillarle el tranquillo a la canción que estaba practicando, su madre lo interrumpió.

 

— Christian, cielo, tenemos vecinos. Deja eso y acuéstate ya.

 

Si esas palabras las hubiera pronunciado cualquier otra persona, habrían sonado dulces y amables. En boca de su madre, la mujer de hielo, se convertían en una orden que encerraba una amenaza velada.

 

— Perdona mamá, no me he dado cuenta de la hora.

 

— Nunca te das cuenta de nada, Christian — suspiró ella — Mañana vienen tus primos, ¿te acordabas?

 

— Eh…

 

— Ya, eso pensaba. Te levantaré a las nueve en punto, ni un minuto más; Catherina se muere de ganas de verte.

 

 

Catherina era su prima pequeña, de doce años recién cumplidos, y ya estaba en camino de convertirse en una problemática adolescente. Era impertinente como ella sola, descarada, deslenguada y superficial. Pero tenía cara de ángel. Parecía mucho más pequeña de lo que era, y Christian todavía no conocía a nadie capaz de resistirse a su sonrisa de niña buena y a sus ojazos castaños.

 

Cuando al día siguiente entró por la puerta le faltó poco para tirarlo al suelo del abrazo que le dio y, tal y como Chris se había temido, pasó el resto del día pegada a él. Sorprendentemente, su compañía le resultó agradable. Su prima hablaba de todo y nada a la vez, le suplicaba para que le tocara algo con la guitarra, le contaba algunas peleas con su madre, y le pedía comida a intervalos de una hora.

 

— ¿Nunca dejas de comer? ¿Dónde lo metes, enana?

— Mi madre dice que se me va todo a los pies — farfulló ella, dándole un bocado a un donut — Es un rollo, yo quiero que se me vaya a las tetas.

— ¿Tetas? ¿No eres muy pequeña para preocuparte por eso?

— ¿Y tú no eres lo suficientemente mayor como para empezar a pensar en el tema?

Christian encajó el golpe a su orgullo con una mueca de desagrado.

— Touché.

— Vaa, Chris ¿seguro que no tienes novia? Con lo guapo que eres…

— No soy tan guapo, Cat.

— ¡Que sí! — insistió ella — ¿Sabes quién me gusta para ti? ¡Tu amiga rubia! Parece una princesa, es preciosa.

— ¿Maya?

— ¡Esa! Júntate con Maya, Chris.

— Qué va, Maya es mi mejor amiga, no puedo salir con ella.

La niña arrugó la nariz y sacudió la cabeza.

— Eres un rollo, primo.

Chris sonrió y le guiñó un ojo.

— Es lo que toca. Con el tiempo te darás cuenta de que te pareces un poco a mi.

Catherina le tiró un cojín a la cabeza y, muy digna, se puso en pie para rebuscar por enésima vez entre las cosas de su estantería. Chris aprovechó el momento para recuperar su guitarra, pero apenas había empezado a tocar su prima volvió a abordarle.

— ¡Qué mono eras de pequeño, Chris! 

Cat había encontrado su álbum de fotos de cuando era crío, algo que creía enterrado y perdido en alguno de los baúles del sótano. Contuvo un escalofrío de terror cuando Catherina se sentó a su lado y lo abrió ante él. A saber qué había ahí.

— ¿Qué dices? Si estaba gordo, mira.

Christian señaló una foto en la que salía él con unos nueve años, bajito, algo rechoncho, y con el cabello castaño repeinado hacia atrás con ingentes cantidades de gomina.

— La verdad es que el pelo así no te quedaba bien.

— Díselo a mi madre. Joder, mira que pintas con la corbata…

— ¿Y este chico quién es?

Chris, demasiado traumatizado con la visión de su yo-niño, no reconoció en un primer momento a la versión en miniatura Mike Heister.

— No puede ser.

Pero claro que era. Rubio, pecoso y pálido a rabiar. A diferencia de Chris, al que le faltaba un cartelito que dijera ‘pégame’ en la frente, Heister ya apuntaba a maneras en aquellas épocas. Llevaba una camiseta negra de Nirvana, unos vaqueros rotos y unas modernas gafas de sol que le tapaban los ojos. A Christian le molestó ese hecho, porque cuando se fijó mejor, se dijo que ese no podía ser Mike. Mike no sonreía de esa forma tan amplia, ni estaba nunca tan relajado como aparentaba en la vieja fotografía.

Claro que era de hacía años. Muchos. Maya también salía. Era más alta que Mike y que él mismo, y estaba colocada entre los dos, sujetando a uno con cada brazo. Llevaba el cabello platino recogido en dos bonitas trenzas y un vestido de seda rosa que le quedaba como un guante. Tal y como había dicho Catherina, parecía una princesa.

Chris no tenía ni la más mínima idea de en qué momento se había echado esa foto. Él conocía a Maya desde que tenía memoria, por ser ella la hija de un buen amigo de sus padres, pero en ninguno de sus recuerdos aparecía Mike. Frunció el ceño, confuso.

 

—   Tierra llamando a Christian — canturreó su prima — ¿Conoces a ese chico? Es muy mono.

—   Sí, lo conozco… Es un imbécil.

—   Pues es guapísimo. ¿Crees que es muy mayor para mí?

 

Chris fulminó a su prima con la mirada y le quitó la foto con un rápido movimiento.

 

—   Sí. Mucho. Salió con Maya.

—   ¿De verdad?

—   Sí. Y luego le rompió el corazón.

 

Cat soltó un suspirito y asintió con la cabeza.

 

— Típico. La niña buena enamorada del cabronazo de turno — se incorporó un momento para mirar la fotografía, sonriente — Es una pena, ¿no crees? Pegan un montón.

 

—   No pegan una mierda, Cat — protestó Chris — Mike es retorcido, manipulador, chantajista, agresivo, tocapelotas, insolente, egoísta y solo vale para tocar el bajo. Maya se merece algo mejor.

—   ¿Toca el bajo? — se emocionó Catherina — ¡Ah, ya! ¡Conozco a su banda, los Dirty Cats!

—   Dirty Dogs…

—   ¡Eso!

—   … Y ahora también es mi banda — soltó, sin poder contenerse.

 

Necesitaba la opinión de alguien, incluso si ese alguien era una niña hormonada de doce años. Qué triste era su vida. Cat se lo había quedado mirando con estupefacción, como si no terminara de entender de qué le estaba hablando.

 

—   No comprendo. ¿No odiabas a Heister?

—   Eh… sí.

—   ¿Y no le ha roto el corazón a tu mejor amiga?

—   Sí.

—   ¿Y te has unido a su banda?

 

Chris titubeó, sintiéndose tremendamente culpable.

 

—   Puede.

 

Catherina le dio con un almohada en la cabeza.

 

— ¡Pero cómo se te ocurre! — chilló— Los amigos no hacen esas cosas, Chris.

 

El chico suspiró, encogiéndose de hombros.

 

— Ya lo sé, ya lo sé… Joder, es que tú no conoces a Mike. Me ha liado, ¿vale? Y hace tiempo que quiero volver al mundo de la música.

 

Catherina abrió la boca para replicar, pero pareció pensárselo mejor. Lo miró durante unos minutos con el ceño fruncido, extrañamente seria, para finalmente negar con la cabecita a modo de reproche.

 

— Ay, Chris, espero que sepas lo que estás haciendo.

 

— Yo también, Cat. Yo también.

 

 

***

 

 

Mike estaba jodido. Para prácticamente cualquier persona tal hecho pasaría desapercibido, la mayoría pensaría que estaba cansado, o simplemente aburrido. No era nada extraño ver al líder de los Dirty Dogs algo apartado, con gesto de hastío, serio. Formaba parte de su encanto, y hacía ya tiempo que sus amigos habían aceptado que prefería observar el panorama mientras disfrutaba de una cerveza fría que meterse de lleno en la pista de baile o mezclarse demasiado con la gente.

 

Nadie se había dado cuenta de que esa noche había algo diferente en el chico. Nadie excepto él.

 

Justin, que había dedicado horas enteras a observar a Mike, a estudiar su peculiar comportamiento, era el único que se había percatado de que algo no iba bien. Él podía ver más allá de la fachada, sabía que bajo ese rostro de gélida indiferencia su amigo ardía de rabia, de ira. Así era Heister. Contradictorio. Jodidamente irresistible.

 

A Justin le había costado casi dos años aceptar que lo que sentía por Mike Heister era algo más que admiración y amistad. Mucho más. El punky ocupaba todos sus pensamientos, se había colado en su cabeza hasta hacerlo enloquecer. Justin lo valoraba más que nadie, haría cualquier cosa por él.

 

Suspiró, le dio un trago a su tercer cubata de la noche y, tras respirar hondo en un intento de armarse de valor, fue hacia donde se encontraba Mike. El pelirrojo lo recibió con un suave movimiento de cabeza y se movió un poco para hacerle hueco en la barra. Sus ojos verdes le dirigieron una mirada interrogante.

 

— Estoy cansado de bailar,  he pensado que a lo mejor querías compañía.

 

— Depende — respondió Mike, sin prestarle demasiada atención — Si vas a soltarme otro sermón sobre Christian puedes largarte.

 

— Tío, el único que tiene ganas de hablar del niño rico eres tú.

 

Mike alzó las cejas en un gesto que se le antojó desafiante, y sus alarmas se encendieron al instante. Había algo en la expresión del bajista que no le gustaba lo más mínimo, había algo en la forma en la que el chico lo miraba, y le sonreía, que le daba escalofríos.

 

— No te confundas, Just. No tengo ganas de hablar de él, tengo ganas de tirármelo.

 

Justin se atragantó al escuchar semejante declaración. Por muy buen actor que fuera, mantenerse sereno le resultó del todo imposible.

 

— ¿Q-qué? — acertó a preguntar, incapaz de hacer nada más que mirarlo boquiabierto.

 

— Eh, venga, no me mires así. Creía que te iba a gustar la noticia. Ya sabes, que quiera tener algo con un tío… — le sonrío, lascivo — y tal.

 

Justin estaba al borde del colapso. Mike no podía estar insinuando lo que él creía que estaba insinuando.

 

— Quieres… follarte a Christian — repitió, aún aturdido.

— No solo a él.  

— ¿Eh?

 

Ante su evidente falta de comprensión, Mike soltó un bufido y se acercó peligrosamente a él, invadiendo de forma descarada su espacio personal.

 

— Venga, Justin, no me hagas perder más el tiempo. Llevo como cinco meses esperando a que le eches huevos al asunto y vengas a decirme las ganas que tienes de que te coma la boca — Justin dejó de respirar — Te lo estoy poniendo… jodidamente fácil.

 

Por una vez, los ojos verdes de Mike lo miraban única y exclusivamente a él. No con burla, ni con condescendencia, si no con algo muy, muy distinto. Justin tragó saliva, forzando a su mente a trabajar a una velocidad vertiginosa. ¿Qué era todo eso? ¿El pelirrojo sabía que le molaba o solo lo intuía? ¿Quería gastarle una broma de mal gusto o aquello iba en serio? Mike lo había puesto entre la espada y la pared, lo estaba obligando a decidir a marchas forzadas. ¿Salir del armario y arriesgarse a que el tío que le molaba se riera de él o negarlo todo y perderse la oportunidad de tener algo con Mike?

 

Mierda.

 

Quizá si no hubieran estado bebiendo toda la noche, si la sonrisa de Heister no fuera tan atrayente, Justin no habría cruzado la distancia que lo separaba de su líder y amigo para, sin darle tiempo a cambiar de idea, soltarle un contundente beso en la boca. No se le pasó por alto la mirada de desconcierto de Mike, ni tampoco la ligera tensión que pareció invadirlo, y no pudo evitar sentirse satisfecho consigo mismo.

 

Había logrado sorprender al mismísimo Mike Heister.

 

No obstante, el pelirrojo tardó poco en reaccionar y, pasado el sobresalto inicial, entreabrió los labios para dejar paso a la lengua de Justin y participar en el húmedo contacto. Sus besos eran tal y cómo Just había imaginado. Intensos, profundos, bruscos. Notó el sabor de la sangre cuando Mike le mordió con saña el labio inferior y un calor insano se apoderó de todo su cuerpo.  Reprimió un gemido de excitación y se vio obligado a separarse del chico cuando sintió su mano deslizarse peligrosamente cerca de su entrepierna.

 

— Mike…

— Joder, Just, ¿Por qué hemos tardado tanto en enrollarnos?

 

Justin no lo sabía. No sabía por qué habían dejado de besarse, no entendía cómo podía estar tan jodidamente cachondo. Solo quería enganchar a Mike y no soltarlo hasta que le hubiera marcado todo el cuerpo con los dientes.

 

Heister parecía pensar algo similar, porque tras echar un vistazo a su alrededor lo cogió de un brazo y lo arrastró a los servicios. Una mirada suya bastó para ahuyentar a un par de chavalines que allí discutían sobre mal de amores, y en cuanto el baño estuvo despejado el pelirrojo lo empujó al interior de uno de los cubículos. 

 

Justin pronto se vio arrollado por un Mike que, preso de una salvaje excitación,  se pegó a él y comenzó una vez más a besarlo. Just se dejó hacer, deleitándose con la agitada respiración de Mike, con su olor. Llevaba desde que entró en el instituto soñando con todo aquello, imaginando cómo sería ser el objeto de deseo de Mike.

 

Estaba tan cachondo que le dolía, y cuando Heister, impaciente, introdujo una mano en sus pantalones para buscar su imponente erección, sintió que todo su mundo se ponía del revés. No pudo evitarlo. Mike apenas le había tocado, pero el orgasmo le sobrevino de forma tan brutal y violenta que se arqueó hacia delante, aullando de placer.

 

— A-ah… joder — jadeó, apoyando la cabeza sobre la pared del diminuto habitáculo. Estaba temblando.

 

Hubo un momento de tenso silencio hasta que por fin Mike habló.

 

— ¿Qué coño ha sido eso, Just? — parecía muy, muy molesto— Si no hemos hecho una mierda. Me cago en la puta, ¡todavía estamos vestidos!

 

Justin tardó un poco en comprender que Mike se había enfadado de verdad. Dejó caer los párpados, adormilado. Se encogió de hombros, sin fuerzas ni ganas de discutir. Él era feliz.

 

— Puedes metérmela igual.

 

— Y una mierda, se me ha bajado todo — el punky parecía querer arrancarle la cabeza— En serio, ¿qué diablos pasa contigo? Ni para follar vales.

 

Justin se sentía demasiado bien físicamente como para ofenderse, pero empezaba a entender de qué iba la cosa.

 

— Vamos, Mike… déjame compensarte. Sé que puedo hacerlo, dime qué quieres que haga.

 

Mike soltó un bufido de disconformidad, pero no se movió. Sus ojos verdes lo miraban con algo muy parecido al desdén.

 

—  ¿Que qué quiero? Pues tu sabrás, colega.

 

Justin sonrió a medias y se acercó despacio a él. Mike no hizo amago de apartarse, y Just, algo más confiado, comenzó a desabrocharle lentamente los pantalones. Sentía los intensos ojos verdes de Mike taladrándolo, retándolo a cometer un solo fallo. Pero Justin sabía lo que tenía que hacer, sabía lo que quería hacer; regalarle al objeto de todos sus pensamientos el mejor rato que fuera a pasar en su toda vida.

Notas finales:

Reviews? (:


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