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Sin colores por blendpekoe

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Tardé varios días en volver a la normalidad, o aparentarla por lo menos. La declaración de Julián resonaba sin parar en mi cabeza. Él no dudaría en dejarme y esa idea me dolía. Después de pensarlo, analizando la situación, evaluando mis sentimientos, entendí que el secreto fue algo a lo que yo me comprometí desde un principio. Fue culpa de mi inocencia no darme cuenta de qué se trataba estar en una relación con alguien que seguía dentro del armario. La parte de mi vida que quería dedicarle debía ocultarse junto a él. No estaba seguro cuánto podría afectarme semejante sacrificio porque tampoco podía imaginar su magnitud y qué cosas incluía. Pero pensaba en Julián, en su propio dolor y soledad, y mi tristeza se hacía diminuta. No podía abandonarlo, no podía deshacer lo que sentía por él y lo que sentía era un gran deseo por verlo feliz.

Con ese planteo presente, decidí seguir dando lo mejor de mí. Tendría que buscar la forma de hacer que funcionara, idear alternativas, cambiar mi propio enfoque, para poder respetar su situación. Era complicado pero no imposible.

No estoy seguro si Julián notó mi cambio de humor en esos días, no dijo nada al respecto, pero se mostró muy cariñoso y un poco callado. El suceso pareció darle en qué pensar a él también.

Con mi familia desvié todo lo posible el tema y de a poco las preguntas fueron cesando ante mi pobre cooperación. Aunque las miradas y los gestos indicaban que no estaban contentos con mi actitud, mi silencio y mi evasión. Había momentos, en especial cuando pasaba mucho tiempo sin ver a Julián, que no tenía ánimos de ser cuestionado, así que no aparecía en casa de mis padres. Y eso ayudó a que dejaran de hacer preguntas del todo. Mi madre prefería pagar el costo de verme haciendo de cuenta que nunca mencioné la existencia de una relación cuyos detalles, o la falta de ellos, no la conformaban.

A veces se me notaba descontento y mi hermano aparecía en mi casa en lugar de ir al tradicional almuerzo de los domingos para quedarse conmigo. Veíamos películas y luego hablábamos de cosas sin importancia.

—No es necesario que pierdas el tiempo aquí conmigo —dije un día donde me sentía desganado.

Pero yo mejor que nadie debería saber que la compasión de un hermano era, por sobre todas las cosas, limitada. Su respuesta solo sirvió para quitarme la calma.

—Es verdad... el que tendría que estar pasando los domingos contigo, disfrutando de los días soleados y los lluviosos, es tu infame novio. No yo —comentó con una terrible tranquilidad.

Me dio la sensación que ya tenía pensadas y listas esas palabras hace tiempo, a la espera del momento indicado para decírmelas. No contesté, me di vuelta y seguí mirando la película con un extraño dolor en el pecho. Gabriel no dejaba de mirarme, pendiente de mi defensa, pero al no escuchar palabra de mí suspiró de manera tal para que yo lo notara impaciente. Luego hubo silencio de parte de los dos.

Esa semana no pude disimular mi mal humor en lo absoluto. Comencé a sentirme enojado, increíblemente, muy enojado con mi hermano. Julián no entendía qué me pasaba y yo no quería explicarle nada, así que le decía que tenía algunos problemas en el trabajo. Mi humor empeoró porque, después de tanto pensar, me di cuenta que me enojaba que mi hermano dijera lo que yo mismo presentía: mi relación con Julián era incompleta. Mucha de nuestras comunicaciones sucedían a través del celular, en la semana nos veíamos dos o tres veces ya que todo dependía de su trabajo. Para el fin de semana mi enojo aumentó de manera significativa, de repente me sentí frustrado por no estar viviendo una relación como correspondía. Y aunque trataba de calmarme a mí mismo repitiéndome que yo estuve de acuerdo con una relación a escondidas, enseguida pensaba que eso no significaba que debiera ser a medias, y entonces más me irritaba.

Julián, aún creyendo que tenía problemas en el trabajo, no hacía nada que ayudara a mejorar mi mal pasar. Y por ese motivo, cuando el viernes a última hora me confirmó que no podríamos vernos ese día ni tampoco el sábado, dejé de contestar sus mensajes.

El sábado por la mañana me llamó y tampoco respondí, sus mensajes quedaron sin ser leídos. Y tan en derecho de estar enojado me sentía, que salí todo el día dejando apagado el celular. Recién el domingo lo tomé para leer los mensajes que me había mandado. Uno, enviado después de la llamada, pidiéndome que lo llamara. Y otro, enviado por la tarde, preguntando si estaba bien, mostrándose preocupado. Algunas llamadas más fueron hechas, lo que me llevó al mensaje dejado en mi buzón de voz. Una disculpa. Julián me pedía perdón por no poder estar conmigo en ese momento, diciendo que entendía si yo no respondía las llamadas ni los mensajes por enojo.

Acostado en mi cama suspiré en reflexión un poco más tranquilo. Mi comportamiento era injusto, infantil y caprichoso. Además de ser malvado de mi parte esperar que Julián se diera cuenta solo de lo que me pasaba en lugar de sentarme a hablar con él.

Lo llamé en ese momento, pero su celular me daba un mensaje de estar apagado. Obviamente, siendo domingo, él estaría con sus padres, o con sus abuelos como muchas veces me contaba. Me tendría que aguantar la culpa hasta el lunes.

A mi hermano no lo dejé entrar a mi casa ese día, por si acaso provocaba otro ataque neurótico en mí.

***

La ansiedad por resolver el problema que yo mismo creé fue tal que no pude esperar ni un minuto demás. Así que decidí ir a encontrarlo al trabajo antes que entrara. Pensaba que hacer eso me ayudaría a demostrar lo apenado que estaba y que tan sincero era en cuanto a admitir mi error. No era una visita en plan de coqueteo, era en plan de disculpas y esperaba que él notara la diferencia.

Llegué muy temprano y tan impaciente estaba que ni siquiera recordé llamar a mi propio trabajo para avisar que llegaría tarde. Parado cerca de la entrada, esperé a ver su auto. Y no hice más que esperar porque su auto no apareció. En contra de mi propio impulso, me fui antes de llamar la atención.

Después de entrar a escondidas a mi trabajo, lo llamé un par de veces pero su celular seguía apagado. Me costó concentrarme el resto de la jornada, preocupado, tratando de encontrar un motivo que explicara mi incomunicación con él. Apenas terminé mi horario, me apuré en regresar al hospital. Conocía lo suficiente a Julián para saber que no apagaría su celular a propósito, él no era como yo.

Como su auto seguía sin estar a la vista, fui al triste consultorio donde trabajaba. Llamé a la puerta y la misma chica que había visto la primera vez me abrió. Aunque yo la recordaba, ella no me reconoció. Se me quedó mirando hasta que noté que tenía puesta mi ropa de trabajo, con el logo del centro de diagnóstico. Seguro se preguntaba qué hacía alguien como yo en un hospital público.

—Estoy buscando a Julián —aclaré enseguida, sin darle tiempo a hacerme preguntas que no podría contestar.

Tomada por sorpresa, tardó en responder.

—No está.

—¿Ya se fue? —cuestioné decepcionado y sin decoro.

—No vino.

Me quedé mirándola, sin saber qué más decir. Julián nunca faltaba al trabajo, algo malo tendría que haberle pasado y la culpa que sentía se duplicó.

—¿Qué le pasó?

Ella se dio vuelta, como ignorándome, pero lo que hizo fue acercarse a un mostrador para acomodar papeles.

—Un problema familiar. —Levantó la cabeza—. ¿En qué puedo ayudarlo?

No tenía ninguna excusa preparada que explicara mi presencia y en el momento nada se me ocurría.

—¿Fue algo grave lo que pasó? —Me miró con sospecha—. Es que... tengo un asunto con él. Es un paciente —me salió de pronto y ni a mí se me ocurría cómo podíamos tener un paciente en común, ni con la mejor de las mentiras.

—Supongo que mañana vuelve, eso aseguró él. Aunque debería tomarse un par de días más. —Puso una expresión de indignación antes de seguir—. La esposa está muy enferma, no debería dejarla sola. Ni que el hospital fuera a cerrar si no viene a trabajar.

Me preocupé al ver que no entendía de qué estaba hablando. Miré confundido la sala, seguro de que no me equivoqué de consultorio.

—Yo hablo de Julián Fretes —remarqué.

—Yo también. —Dejó de acomodar sus papeles.

Me quedé helado sin saber qué hacer o decir. La expresión me cambió completamente, lo sentí en cada músculo del rostro.

—¿Qué? —pregunté en una vocecita que parecía un quejido.

—No me dijo qué tenía pero parece que desde el jueves que ella está mal, sé que tuvo mucha fiebre. Pobrecita. Ella es tan amable y él trabaja demasiado. Por eso pienso que tendría que quedarse un poco más con ella. —Suspiró después de eso.

Me di vuelta y me fui dejando sola a la chica que me llamó varias veces. Me tuve que aguantar las ganas de correr por los pasillos para no parecer un loco. Subí a mi auto y manejé sin saber hacia dónde ir, hasta que estuve lejos del hospital. Estaba en un estado inexplicable, shockeado, aturdido, mareado. Estacioné y me quedé sentado dentro del auto sin entender nada. El corazón me latía demasiado fuerte y demasiado rápido, comencé a sentir algo parecido al miedo, pero no estaba seguro si lo era. No quería pensar en nada porque me di cuenta que si pensaba, aunque fuera un poco las cosas, iba a encontrarme con una realidad innegable.

Notas finales:

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