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Si me tenías por LoveShonenai

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Notas del capitulo:

¡Regreso luego de años! Y les traigo la segunda parte del fic. ¡Bienvenidos de nuevo!

Si me tenías…

Parte 2: ¿Cuál es la realidad?

 

Abrió los ojos lentamente, mirando con confusión todo lo que tenía a su alrededor. Blanco, blanco, todo lo que le rodeaba era blanco, aquel insoportable color que tanto lo mareaba y lo hacía sentir enfermo. Inmediatamente intentó levantarse, pero una pequeña punzada en el brazo izquierdo hizo que volviera a recostarse debido a la sorpresa. Sentía que su cabeza era un remolino de problemas, como estocadas múltiples a su conciencia perturbada, las sienes parecían una bomba de tiempo, incluso el dolor en el pecho era una completa molestia. Visualizó a un médico entrar a su habitación con una enfermera bastante joven al costado. En pocos segundos comenzó a darle igual la presencia de ambos, no es que no supiera que se encontraba enfermo. Cerró los ojos y dejó que la gente presente hiciera su trabajo, ni siquiera se preocupó por preguntar sobre su débil estado. Estaba harto de los malditos doctores presentes constantemente en su vida.

Ojalá estuviera muerto, pensó.

—Ha tenido suerte de ser traído aquí a tiempo, Uesugi-san…—escuchó decir al anciano.

—Me desmayé por la falta de descanso y el estrés acumulado. Fin de la historia. —dijo el rubio sin mucho interés.

—El exceso de tabaco y alcohol casi le provocan un daño serio. Pudo haber muerto.

—Ya veo —dijo sin sorpresa—. ¿Cómo llegué hasta aquí? Solo recuerdo que me desmayé en mi estudio.

—Un joven de cabello peculiar vino trayéndole por el área de emergencias. Lucía muy preocupado por usted… —dijo sonriente la enfermera.

Eiri sintió como si su vida hubiera vuelto a tener sentido.

—¿Shuichi?

‘No te ilusiones, él solo lo hizo por lástima…’

—Sí, eso debe ser…—palabreó para sí mismo.

Ambos, doctor y enfermera, se miraron un poco confundidos por su monólogo.

—Estará en observación un par de horas más, veremos cómo responde al tratamiento que estamos proporcionándole. Si todo va bien, podrá salir en cuanto se lo indique.

—Lo que sea…—dijo—. ¿Él sigue aquí?

—El joven que lo trajo está afuera esperando por noticias de usted… —respondió el doctor.

—¿Quiere que lo haga entrar? —preguntó la chica.

El escritor negó con la cabeza. No quería ver sus ojos, menos comprobar que el chico se habría movido por mera lástima hacia él, por verlo en aquel ridículo estado, no él. Ya mucho orgullo había perdido después de echar a la basura su relación y andar desperdiciando su vida consumiendo alcohol todos los días como si fuera su única razón de vivir. La enfermera y el doctor salieron de la habitación y él intentó reposar un momento. No podía mover bien su cuerpo y estaba sumamente desganado. Sumándole a eso, su expareja se encontraba esperando por él y eso le causaba tanta vergüenza, que se negaba a darle la cara.

Comenzó a dolerle el pecho nuevamente y una molestia en la garganta lo obligó a toser. Trató de hacerlo ligeramente, aunque esto le significó mucho dolor. Su corazón comenzó a palpitar rápidamente otra vez y su cuerpo se tensó, nuevamente tenía un ataque de ansiedad. Su brazo izquierdo estaba muy lejos del botón de emergencia y no podía moverse, mucho menos gritarle a alguien por ayuda. Levantó la voz como pudo, tratando de mover sus articulaciones conjuntamente, pero parecía imposible. Ya comenzaba a toser fuertemente, esperando que fuera su fin, cuando un gran ruido lo sobresaltó. Solo visualizó un par de ojos violetas y una dulce y desesperada voz llamándolo una y otra vez. Sonrió.

Todo fue oscuridad para él después de ello.

Abrió los ojos nuevamente solo para visualizar la ventana de la habitación. Chasqueó apenas al darse cuenta de que estar rodeado de olor a medicinas y muerte no era solo una pesadilla. La tos y el malestar se habían ido y podía mover sus manos, aunque con un poco de dificultad. La maldita aguja clavada en su brazo era un verdadero estorbo. Se repuso un poco, aunque el dolor de cabeza aún no se había ido. Decidió soportar un poco y así poder sentarse, pero unas frías manos se lo impidieron. Miró sorprendido hacia su lado derecho y quiso que la tierra se lo tragara ahí mismo.

Era Shuichi. Quería estar muerto en ese momento.

El ojivioleta lo estaba ayudando a recostarse nuevamente, y él solo se limitó a guardar silencio y obedecer. No veía frivolidad en sus ojos ni mucho menos el odio que hace unas semanas le mostró cuando terminaron su relación. El cantante lo arropó adecuadamente y volvió a sentarse sin mirarlo. Eiri quería solamente una cosa: que después de que la tierra se lo tragara, vinieran las llamas del infierno y lo consumieran hasta hacerlo cenizas.

—El doctor dice que aún no puedes levantarte de la cama, pasarás un par de horas más en observación.

—Se me pasará pronto…—dijo luego de evitar su mirada.

—Te quedarás en cama y punto… —sentenció el chico—. Haz caso.

—No tengo por qué hacerte caso…

—¡Me vale mierda! ¡Te quedas en cama y punto! ¿Me entendiste? A menos que quieras vivir para siempre en este agujero del infierno… —gritó el cantante.

El orgullo y mal carácter del rubio se minimizaron a niveles increíbles ante la muy mala actitud del menor. Nunca, dentro de todo el tiempo que lo conocía, lo había visto tan iracundo y jamás imaginó que en una situación así, él hubiese rebajado su explosivo carácter ante la palabra de Shuichi -o sus gritos, mejor dicho-. Los dos quedaron en silencio bastante rato después de ello.

Eiri estaba tan avergonzado que ni ganas de dormir tenía y el menor estaba tan molesto que trataba de calmar su reciente enojo. No podía creer tanta despreocupación por parte del escritor, aunque no es que no supiera lo poco que al rubio le importaba seguir respirando. El ojidorado miró como el cantante sacaba algo de la pequeña mochila que tenía consigo, eran una libreta y un lapicero. No, él ya no usaba más el plumón. Lo miró escribir en silencio, cayendo en cuento que había cambiado todo en él, incluso su caligrafía. Lucía serio, cabizbajo, concentrado en lo que estaba redactando.

—¿Qué escribes? —preguntó un poco curioso.

—No creo que quieras saber… Nunca te ha importado tampoco —dijo el chico.

—Oh, pues…sorpréndeme…

—Bueno, escribo una canción digna de un hit sobre tu patético estado de salud y cómo demonios te interesa un bledo tu vida.

Pasaron pocos segundos. No demoró mucho en arrepentirse por preguntar. Shuichi había cambiado, ahora podía llegar a ser irónico o, en ese caso, un experto bastardo y rey del sarcasmo.

‘¿Qué esperabas? Aprendió del mejor…’, escucho el escritor.

—Puede ser… —susurró el escritor—. Seguro…

‘Te va a tomar por loco. Estás hablando solo…’

—No me importa…—volvió a susurrar.

El ojivioleta suspiró.

—¿Es que las borracheras le pasaron factura a tu cerebro o hablar solo se volvió tu nuevo vicio enfermo? —preguntó divertido el chico.

Eiri prefirió evitar los susurros que escuchaba desde su desastrosa cabeza.

—Escribo una nueva composición para el próximo disco…

El debilitado chico cerró los ojos sin dejar de atender la conversación.

—¿Tienes sueño? —preguntó suavemente Shuichi.

—Escuché tu última canción, tus composiciones mejoraron un poco…

—Por supuesto…Supongo que ser engañado y mandado a la mierda fue una gran experiencia digna de un grammy…

Eiri tembló, pero no abrió los ojos.

Volvió a callar buen rato, nuevamente. Ya no sabía qué decirle sin que el chiquillo le contestara de forma sutil, pero grosera y llena de sarcasmo. En la habitación solo se escuchaba el sonido del lapicero haciendo ligeros y pequeños trazos en la libreta de Shuichi y su propia respiración, un poco más agitada que de costumbre. El escritor quería preguntarle tantas cosas, pero no se atrevía, quería confesarle tantas cosas, pero repentinamente se sintió muy cobarde para hacerlo.

—Pareces incómodo ¿quieres que pida otra almohada? —escuchó.

—No, así estoy bien. Gracias…

—Bueno… —dijo, por último, centrándose nuevamente en lo que se encontraba escribiendo.

Tenía algo que decirle. Debía preguntarle algo al menos, tenía que disipar sus dudas o de lo contrario se arrepentiría después.

—¿Por qué estabas en mi departamento? —le preguntó, mirándolo esta vez.

—¿Perdón? —preguntó Shuichi sin dejar de garabatear.

—Ibas para mi departamento y me encontraste desmayado ¿no? ¿Para qué fuiste a mi departamento?

Shuichi parecía un poco sorprendido por la pregunta, pero no dejó de mirar su libreta.

—Iba a dejarte la copia de la llave que tenía. Eso es todo.

Hubiera querido callar para siempre.

—¿Alguna otra pregunta?

—¿Por qué te quedaste a cuidar de mí?

—Llamé a emergencias repetidas veces, pero nunca llegaron, así que tuve que llevarte por mí mismo a la clínica y no cuidé mis espaldas, así que un par de reporteros comenzaron a seguirnos. Me vi obligado a quedarme aquí y hacer los papeleos para que te internaran después de que fuiste atendido por urgencias. Así que soy responsable de ti hasta que salgas de este hospital y descanses en tu casa —dijo muy calmado, pero sin mirarle.

Por supuesto que no había intenciones románticas por parte de Shuichi. Se hizo una ilusa idea del hecho por buen tiempo como un imbécil y en un solo instante, toda esperanza desapareció de su lamentable mente y de su corazón desquebrajado también. Fue cerrando los ojos de a poco hasta que ya no pudo mantenerse despierto por el cansancio.

Y finalmente se quedó dormido.

Shuichi lo miró de reojo y sonrió para sí mismo. Guardó sus cosas en la diminuta mochila y se levantó de su asiento. Justo en aquel momento ingresó el doctor, comentando algo con él. Asintió a todo lo dicho y el mayor se dirigió hacia el escritor y quitó la intravenosa, reemplazando la aguja por un algodón y una tirita encima de ella.

El cantante acompañó al anciano hasta la recepción, donde firmó el alta correspondiente de Eiri. Recibió unas cuantas indicaciones más y después de despedirse del doctor, hizo una llamada en la sala de espera.

Finalmente regresó a la habitación, en donde encontró aún dormido al escritor. Sacó su ropa de un cajoncito de modesto tamaño y se preguntó a sí mismo si debía ayudarlo a cambiarse o permitirle dormir y dejar que se cambiara solo al despertar. Suspiró. Podría haberle hecho mucho daño, pero no se consideraba tan mala persona como para dejarlo abandonado a su suerte en una habitación de hospital.

Mi jodida conciencia y yo, pensó.

Podría abandonarlo si quisiera, pero sabía que después de hacer algo así, jamás se perdonaría por el hecho y su mente se encargaría por mucho tiempo de recordar lo miserable que era. Rabió de sí mismo.

—Oye, levántate —dijo suavemente.

Comenzó a darle pequeños empujones, pero ni eso sirvió para despertarle. Dueño de la impulsividad y Dios de la impaciencia, Shuichi pellizcó la oreja del rubio, su punto débil, provocando un chillido ronco y ahogado proviniendo del escritor. El rubio se sobresaltó, rojo de la vergüenza y tocó la parte afectada por inercia, observando al malhumorado cantante, haciendo una muy mala cara, a lo que el más joven respondió con una ácida mirada.

—¿No sabes que eso duele, animal? —dijo el afectado, conteniendo el enojo.

—Te llamé por bastante rato y como no despertaste, hice lo que hice. De algún modo tenías que despertar. Y no soy un animal, malagradecida bestia.

—¿Puedes ser un poco más considerado con un enfermo?

—Ya cámbiate, que yo no te voy a ayudar.

Le tiró la ropa en la cara y salió de la habitación de muy mal humor. Eiri soltó un pesado suspiro y cambió sus prendas rápidamente, aún sentía su sangre hervir por las sensaciones de antaño, las peleas estúpidas con el chico que acababa de abandonar la habitación.

Entró al baño y lavó un poco su cara. Se vio en el espejo y vaya que lucía deprimente, más pálido que un papel y con unas ojeras sumamente marcadas bajo sus ojos. Era un completo espanto. Trató de arreglarse un poco y luego salió de allí, encontrando a su acompañante sentado, oyendo música con los ojos cerrados, posiblemente inmerso en las melodías. Se quedó observándolo buen tiempo allí de pie como un idiota. Nunca se había dado cuenta de que las pestañas de Shuichi fueran tan largas y ahora que le veía mejor, el corte de cabello era diferente, el cerquillo cubría una pequeña parte de su ojo derecho. Para ser un corte bastante informal, lo hacía ver bastante bonito y su cabello lucía más largo de lo normal, amarrado en una pequeña coleta, realmente diminuta. El muchacho había cambiado las prendas diminutas y pasadas de gusto por polerones largos, pantalones ajustados y botas de cuero, como si fuera un rockstar. Se sobresaltó cuando el chico abrió los ojos y lo miró despreocupadamente.

—¿Ya estás listo? —preguntó el menor.

—Sí, ya…—respondió desviando la mirada.

Vio cómo se levantó y guardó su reproductor en la pequeña mochila. Caminó delante del rubio hasta llegar hasta quedar fuera del hospital. Caminaron hasta poder coger un taxi, cuando Shuichi lo tomó rápidamente de un brazo y le hizo correr como si estuviesen en un maratón de las ligas mayores. El cantante cogió rápidamente el primer taxi que se atravesó en su camino y obligó al escritor a entrar en él, sin darle tiempo de pensar ni ordenar sus ideas.

Se acabó el encanto.

—¿Tienes que ser tan brusco? —rabió el mayor.

Después de darle las indicaciones al taxista, el auto arrancó rápidamente a su destino y Shuichi se acomodó tranquilamente en el asiento trasero, dejando al escritor un nivel más molesto que cuando tuvo que entrar al auto a empujones. Resignado y dando un buen suspiro, se hizo para atrás, descansando la cabeza y cerrando los ojos. Sentía mucha vergüenza de encontrarse así, más si era frente a Shuichi, al otro, al que se había convertido luego de dejarlo.

—¿Te sientes bien? —escuchó el escritor.

—No… —respondió secamente.

—Pronto llegaremos al departamento…

Pasaron buen rato en silencio. Estaba enfadado y en todo el camino a casa le dio la espalda al cantante, quien se dedicó a mirar por la pequeña ventana el paisaje nublado del día como si fuera lo más interesante del mundo.

El cantante pagó la tarifa del taxi y en cuanto el auto se detuvo, salieron rápidamente de él. Fuera de ahí les esperaba Mr. K con su inconfundible arma en mano, sonriéndoles exageradamente. Eiri se dio cuenta de que Shuichi ya tenía todo bajo control.

—La protección era a la salida, K…—dijo el muchacho, con una voz grave que Eiri no conocía.

El corazón del escritor dio un vuelco al ver la frialdad en los ojos de ese joven.

—Lo siento, tuve unos inconvenientes.

Shuichi suspiró pesadamente.

Ambos le dieron las gracias y entraron rápidamente al departamento, Eiri ayudado por la mano de Shuichi para caminar, siendo seguidos por varias personas, cámaras y bullicio molesto que en cuestión de segundos el protector armado supo controlar para que ellos pudieran entrar.

El mayor se soltó del agarre del menor rápidamente y caminó hasta su habitación sin quitarse los zapatos. Shuichi lo siguió hasta la recámara y lo encontró sentado encima de la cama. Le quitó los zapatos y las medias, siendo fijamente observado por el incrédulo rubio.

—¿Ahora me cuidas como si fuese un viejo con demencia senil? Puedo hacerlo solo ¿sabes?

Shuichi no pudo evitar reír por el absurdo comentario.

—No pensé que alguien con tu intelecto dijera esas cosas de tontos como yo. Creo que la lejanía te ha vuelto más risueño.

Tal comentario hizo que el escritor esbozara una sarcástica sonrisa.

Era ahora o nunca.

—Lamento haberte hecho lo que te hice. Sé que soy un imbécil y tienes todo el derecho del mundo a maldecirme por infiel…

Shuichi bufó, y, seguidamente, acarició lentamente la mejilla del ojimiel.

—Tienes razón, debería matarte por ser tan animal —susurró antes de besarlo apasionadamente, provocando gran sorpresa en el escritor.

¿Quién carajos era este chico y dónde había quedado el muy pasivo Shindou Shuichi?

Tanta fue su efusividad que el mayor cayó en la cama y el cantante aprovechó para tomar el control de la pasional situación. Una vez el beso terminó, el ojivioleta vio con cierto aire de dominancia a su expareja, quien aún no salía de su sorpresa.

Mierda, mierda, mierda…

La cercanía de su pequeño cuerpo era un tanto extraña en aquel momento, quizás porque había pasado mucho tiempo desde la última vez que sus cuerpos hicieron un íntimo contacto. Todo parecía tan nuevo: su gentil toque, sus ardientes besos, el aroma que emanaba de su piel, el brillo maldito y hermoso de sus ojos, el deseo que reflejaban, sus labios rojos, su cabello sedoso. Estaba tan desencajado que no movió siquiera un músculo, su mente divagaba tanto por lo que veía en ese momento que se dejó hacer debajo.

Reverenda mierda…

Sentía que se había enamorado otra vez…de la misma persona. Sí, estaba enamorado, como una colegiala experimentando el primer amor, pero sentía que no estaba en posición de replicar algo a pesar de la vergüenza enorme que sentía en ese momento. Shuichi se tomaba su tiempo en acariciarlo, como si estuviera volviendo a conocer cada parte de su cuerpo, cada rincón que sabía seguía siendo suyo. En cuestión de segundos, su mirada se volvió extraña y el de mirada ámbar no sabía cómo describirla.

Shuichi lucía hermoso. Sus ojos brillaban, le aterraban…como su tuvieran un encanto endemoniado, pero le hacía vibrar desde la cabeza hasta los pies, incluso su entrepierna había comenzado a hacer de las suyas en cuestión de instantes.

Las manos del escritor aprisionaron su aún cubierta espalda. La libido comenzaba a confundir sus pensamientos y la temperatura de su cuerpo lo estaba haciendo perder el control. Shuichi estaba encima de él, cómodamente sentado mientras seguía tocándolo a su gusto, tomando su tiempo y, por su parte, el roce de ambos endurecidos falos, lo estaba volviendo loco.

Sin embargo, no podía darse el lujo de dejarse llevar…

—Me has lastimado todo este tiempo…—oyó.

—Lo sé…

Repentinamente sintió terror. La mirada del menor cambió nuevamente, como si fuera arte de magia. Sus ojos parecían desprender chispas de rencor, dolor, cólera y eso le producía escalofríos, como si una sola palabra suya fuera a despedazarlo vivo.

—Sabes que esta será la última oportunidad ¿verdad? —sentenció Shuichi.

—Sí —respondió casi al instante.

Inmediatamente, el cantante cayó en cuenta de que sus acciones estaban causando confusión en el rubio debajo de él, así que optó por no detenerse y seguir con ello como una forma efectiva de venganza por todo lo que él había tenido que pasar. No, no iba a parar ahora, porque sí que lo estaba disfrutando en demasía.

—Una vez más, Yuki Eiri —dijo de nuevo con voz grave y el escritor tragó fuerte—. Hazme la misma canallada otra vez…y te juro por todos los cigarrillos que sé que sigues guardando atrás de la pintura que te regalé el año pasado, que me deshago del grandísimo detalle que te llena de ego allá abajo. Sí me entiendes ¿verdad?

—No volverá a pasar —dijo seriamente, tragando fuerte.

Otra vez sintió ese pitido que no dejaba de sonar en su cabeza. Los dolores volvieron a jugarle mala pasada.

‘Esta es tu realidad…la que te mereces…’

Vio a Shuichi.

El pequeño le ofreció una de las sonrisas que lo caracterizaban siempre. Era esa sonrisa inocente, pulcra, pero por alguna razón que él aún desconocía, todavía escalofriante. Se quedó congelado en su misma posición, solo para ver segundos después como el cantante comenzó a soltar risitas pequeñas al visualizar detalladamente su rostro blanco, más pálido que de costumbre.

—¿Sorprendido?

Tragó fuerte, sin responder.

—Te la creíste ¿verdad? Entonces eso quiere decir que estoy haciendo un buen papel.

El escritor pareció confundido. El chico se quitó de encima, dejándolo con las ganas en el aire y se sentó al costado del insatisfecho y confundido rubio quien, segundos después, lo imitó. Eiri vio como el menor jugaba distraído con la diminuta melena de su cabello.

—Voy a debutar como actor ¿sabes? Mi papel será el de un tipo que sufre de varios trastornos psicológicos desde su niñez. A la vista de todo el mundo, es un chico feliz e hiperactivo, pero nadie sabe de la maldad que se esconde dentro de él. Es un personaje que me emociona mucho interpretar. Lo que hice fue meterme en mi papel.

El escritor permaneció mudo y ausente. Shuichi lo miró de reojo y volvió a su estado serio nuevamente.

—Tú… ¿estabas jugándome una broma? —dijo el escritor, temblando del enojo, y consumido por el dolor de cabeza.

Shuichi le sacó la lengua.

—Algo así… ¡Oh! Pero en serio estoy enojado ¿eh? No voy a perdonarte tan fácilmente por lo que has hecho.

—No entiendo…

—¿Qué es lo que no entiendes?

El mayor suspiró y dejó de mirarlo, dándole la espalda.

—¿Cómo es que alguien como tú puede soportar a alguien como yo?

Sintió el jalón de Shuichi, quien lo obligó a mirarlo de nuevo.

Eiri lo notó más claro esta vez. De nuevo Shuichi esbozaba una sonrisa que denotaba suficiencia…y un poco de travesura. Sin responderle, el cantante se acercó nuevamente a él y acarició su mejilla, empujándolo suavemente y posicionándose sobre él, sin dejar de lado aquella expresión. Eiri sentía que se perdía en esa mirada, no era siquiera capaz de hacer algún movimiento.

Shuichi besó su mejilla para después mirarlo.

—Se requiere de mucho tiempo y dedicación, no es una tarea fácil. Además, digamos que ya me las he cobrado…

—¿De qué hablas?

La sonrisa de Shuichi se ensanchó.

—De la mujerzuela con la que te acostaste… —comentó muy tranquilo.

—Tú ¿qué…? —tembló.

—¿Quieres saber qué hice? ¡Oh! Eso no hay necesidad de que lo sepas. Solo puedo asegurarte de que jamás se atreverá a molestarte. Sé que fue ella la que te incitó hasta que quedaste ebrio.

El escritor sintió que se le cortaba la respiración y esto el más joven lo notó, mas no hizo nada para ayudarlo.

—¿Pasa algo? Luces nervioso…

Eiri no podía hacer más que tartamudear. Las palabras no le salían de la boca. No sabía por qué sus labios tiritaban. Shuichi se le adelantó y acalló sus remordimientos con un ardiente beso, que parecía ahogar al escritor. Intentó separarse de él, pero aún se encontraba débil y no supo qué hacer.

Tenía miedo de Shuichi, de lo que él hubiera podido hacer por su culpa.

De su maldición.

—No la he matado, por si eso te asusta…—soltó divertido después de separarse de un petrificado rubio.

—Yo no he pensado eso —contestó casi de inmediato—. Tú no serías capaz de cometer tal cosa.

Shuichi lo empujó bruscamente hacia atrás y lo besó hambrientamente.

—Es lindo que creas eso de mí, Yuki… —dijo sin dejar esa extraña sonrisa—. A tus ojos, soy incapaz de hacerle daño a alguien y eso está bien, deseo que sigas teniendo ese concepto de mí…

El escritor se sentía desorbitado, ya no lograba diferenciar qué parte de los diálogos de Shuichi eran mentira y cuáles eran verdad ¿Acaso estaba frente a un desconocido? No lo sentía como el Shuichi que conocía, lo sentía como un perfecto extraño a quien comenzó a temerle de repente. El cantante se dio cuenta de esto y cambió su sonrisa por una expresión de extrema seriedad.

‘Te lo mereces…’

—¿Te preocupas por esa mujer? —soltó con reproche.

No. Shuichi le había dicho que sus actos eran solo por el dichoso papel que le habían dado. No debía dudar de él. No quería hacerlo, pero los escalofríos no lo dejaban tranquilo para intentar pensar con claridad.

—¿Quieres asegurarte de que la he dejado viva? Puedo darte su teléfono para que la llames, si eso quieres.

—¿Por qué tienes tú su teléfono?

—¿Por qué? –sonrió inocentemente esta vez—. Pues resulta que es mi compañera en la cinta en la que voy a participar. Y da la hermosa casualidad de que será mi víctima número uno en la película. ¿No es genial?

Eiri no sabía si debía respirar con tranquilidad o temer por la vida de la mujer con la que tuvo un desliz, lastimando a Shuichi como consecuencia. ¿El cantante estaba bromeando? Sí. Solo lo estaba engañando con esa actitud para vengarse ¿verdad?

—¿Pasa algo malo? Pensé que querías su teléfono…

—No quiero nada. Te pido que te vayas por hoy.

Esto tomó por sorpresa al menor, quien enseguida se levantó de la cama que antes compartía con el escritor.

—¿Lo recuerdas, Eiri? Te dije que podías amar a alguien aparte de mí, pero me refería a Kitazawa, porque resulta que ya está muerto, y yo no podía hacer nada por sacarlo de tu corazón. Sin embargo, el caso con esa prostituta es algo muy aparte. No podía dejar que me fueras infiel con el primer par de curvas que se te cruzaran por el camino, cuando ya trataba de asimilar que nunca olvidarías a tu maestro.

—Entonces, tú a ella… —tembló.

—No he hecho más que darle un susto. Soy una figura pública ¿sabes? No arriesgaría mi imagen por esa imitación de mujer que no vale nada. Aunque… no me hago responsable de mis actos durante el rodaje, recuerda que ella es mi víctima —soltó una sonrisa sarcástica.

Eiri intentó replicar, pero el menor lo detuvo.

—Bueno, ya que me has echado, me voy. Cuídate, Eiri. Adiós… –dijo sonriente para cerrar la puerta tras de sí.

Eiri temblaba, ya no recordaba aquellas manos que lo quemaban de pasión por un simple toque. El chico inocente que se había enamorado de él y a quien había engañado cruelmente se había transformado en un tipo escalofriante y retorcido. ¿Qué es lo que había hecho? Había destruido a Shuichi… ¿o es que ese chico fue así todo el tiempo?

‘La cagaste. Lo destruiste…’

—¡Ya cállate! Eso no es cierto…Ese no es Shuichi…

Una risa se oyó por toda la habitación.

‘La cagaste, admítelo. Arrastraste a Shuichi a tu mundo de mierda. Lo convertiste en un asesino como tú. Ahora tú y él son el uno para el otro…’

—¡No es verdad! ¡Cállate! ¡Cállate! ¡Cállate, mierda!

‘Estás perdido, Eiri…Lo has perdido todo…’

El chico comenzó a llorar, su pecho comenzó a dolerle nuevamente y sintió un dolor tan insoportable como si mil cuchillas lo atravesaran sin compasión. Se tiró al suelo de la oscura habitación, rogándole a cualquier divinidad que lo matara en ese momento.

‘¿Qué piensas hacer, Eiri?’

‘¿Quieres dejar de vivir al fin?’

‘Y más importante… ¿sabes en qué realidad estás?’

‘¿Sabes cuál es la realidad?’

 

Continuará…

 

 

 

Notas finales:

¡Sí! Hace AÑOS de AÑOS que dejé botado este fic y justo hoy me di cuenta de que tenía muy avanzado este segundo capítulo. Como se habrán dado cuenta, tiene un pequeño toque psycho. ¿Qué les parece? ¿Les gustaría ver a Shuichi malo? ¿Cuál será la realidad de las cosas? ¡Los leo!

L.S.A


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