Sparda estaba instruyendo a sus dos hijos el arte de la esgrima.
A Vergil el hermano mayor por apenas dos minutos, más frío y calculador se la enseñó con florituras que despistarían al contrario y le daría más tiempo a él para pensar su siguiente movimiento y le daría una espada ligera, una katana suya que cogió de uno de los demonios que derrotó tiempo atrás llamada Yamato, con la que cerró el portal entre el mundo humano y el Inframundo.
Por otro lado, a su hijo menor, Dante, le amaestró en el arte de encontrar puntos ciegos y débiles para que pudiera descargar toda su energía en precisos y mortales golpes ya que era impulsivo y para nada calculador. A él le daría Rebellion, una espada grande y pesada que estaba seguro, se ajustaría perfectamente al más pequeño de sus retoños.
Pero hasta que no dominaran completamente el arte de brandar espada, seguirían practicando con las de madera que había hecho especialmente para ellos. No había tenido que enseñarles a esquivar y defenderse, estaba en su sangre el saber defenderse y como atacar, el solo estaba puliendo sus habilidades.
Su mujer, Eva, salió de dentro de la casa y se situó a su lado antes de sonreír felizmente al ver a sus niños luchar con aquellas pequeñas espadas: sus voces fáciles de oír, chillándose algunas barbaridades que era mejor no repetir o soltando risitas traviesas el choque de las maderas y algún gritito de dolor al ser golpeado inundaban su jardín. Sus blancos cabellos, tan parecidos a los de su esposo resplandecían bajo el caliente Sol de verano, sus hermosos ojos azules chispeaban con vida y astucia, sus pies, descalzos sobre la verde hierba hacían una suave sonido al pisar el pasto, sus manos, pequeñas, aferradas a sus armas tendrían leves heridas al terminar y ella se las curaría luego.
-¿Dónde vas?- preguntó el hombre al ver como su esposa se adentraba a la casa nuevamente.
-A por la cámara.- grácil como lo era ella salió corriendo para volver minutos después con la cámara de hacer fotografías.
Y les tomo una.
Y otra, y otra, y otra.
Hasta que ambos chicos se dieron cuenta de lo que estaba haciendo su adorada madre y pararon de darse golpes con las maderas y se giraron a ver el cacharro que sostenía Eva, intentando cogerlos cuando ella lo elevó en el aire.
-No, no.- dijo entre risas la rubia, dejando el aparato en una repisa donde los infantes no llegaban y se arrodilló antes de abrazarles y de plantar un beso en la mejilla de cada uno.- ¿No me darán un beso?- preguntó frunciendo el ceño de forma juguetona para acto seguido sentir como dos torpes besos son depositados por inocentes labios en sus mejillas.
La mujer sonrió antes de ver como los niños fueron donde su padre, esperando por su aprobación o su suspenso. El hombre no dijo nada, solamente rió y acarició sus cabecitas.
-Id a la ducha, venga.- aquello significaba su aprobación y los gemelos lo sabían.
Obedeciendo a su progenitor entraron a la casa, corriendo, dejando todo el suelo sucio de arena y hierbajos que se había pegado a sus pies. Subieron a su baño, y mientras Vergil descolgaba sus albornoces Dante dejaba el agua caliente correr. Una vez desnudos se metieron ambos bajo el chorro de agua, salpicándose entre ellos.
Lady escuchaba interesada la anécdota y sonrió divertida al darse cuenta de algo que le podría servir de chantaje en un futuro.
-¿Os duchabais juntos?- su tono de voz, perverso, hizo que ambos chicos sudaran fríos.- ¿Y aun compartís la ducha al mismo tiempo también?
-¿Pero qué dices mujer?- exclamó el menor.
-Es que yo creo que sí… por qué el consumo de agua de cinco personas no es tan bajo como lo es aquí. Además… nunca he oído sonar el agua de vuestra ducha dos veces en un solo día.- no dijo nada más, solamente se fue dejando a los hombres con sus recuerdos.