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Childhood memories. por mitsui-chan

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Notas del capitulo:

Después d emucha demora, mucho romperme la cabeza para pensar en que lo podría basar.... una imagen me salvó!

Verdad que están lindos? Envidio a la gente que dibuja así de bien.

¡Y con Papa Sparda!

Dante sujetaba una lata de refresco vacía y vieja entre sus manos mirándola con una sonrisa divertida. 

-¿Te acuerdas de esto?- le preguntó a su hermano.

-Por supuesto. Una de las latas de la paradita de Ann. ¿Qué pasó con ella? Dejó de venir de repente.- observó. 

-La debimos de arruinar.- contestó risueño.

 

A los gemelos siempre les habían encantado las paraditas de las ferias, bueno, para ser precisos, lo que les gustaba eran las ferias en sí: las manzanas caramelizadas, las nubes de azúcar, los juguetes que conseguían, la rueda de la fortuna… pero sus juegos favoritos era sin duda los de puntería, sobretodo si incluían pistolas. 

Había una chica que tenía una parada que consistía, precisamente, en tirar todas las latas posibles con unas pistolas de balines de aire, y cada vez que veía aquellas dos melenas de color blanco plateado ya temblaba y lamentaba su suerte: era la única que tenía un juego que incluía pistolas en la feria de agosto. Había otras de puntería pero eran con pelotas o con tirachinas. 

-¡Hola Ann!- saludó uno de los niños, de no más de ocho años, que iba vestido con ropa casual: una camisa roja abierta que dejaba ver una camiseta blanca de manda corta y unos tejanos de color negro. A su lado iba su hermano gemelo que iba vestido con un chaleco y una camisa de manga corta azules y unos pantalones marrones. 

-Hola Dante, hola Vergil.- les dijo.- ¿Queréis jugar? 

-¡Sí!- exclamó el que vestía de azul.- Quiero ese oso de peluche.- le susurró señalando disimuladamente el enrome animal de color blanco con un lazo de color azul celeste. No lo quería para él: se acababan de mudar de casa y su antiguo oso se había perdido y Dante, quien siempre había sido muy apegado al juguete había estado mucho tiempo triste, así que se había decidido a comprar uno para él. O a conseguirlo en la feria. 

-¿Qué quieres tú, Dante?- le preguntó al otro niño, que miraba todos los premios para decidir. 

-Esto.- señaló un reproductor de muy buena calidad; tenía pensado dárselo a su hermano. 

-Tendréis que tumbar todas las latas para conseguir vuestros premios.- les contó mientras les daba las pistolas y diez balas a cada uno.- Y no dudo de que lo hagáis.- se dijo a si misma en un susurro.

-No hay problema.- contestó un muy seguro Dante. 

Ambos se pusieron en posición, entrecerraron los ojos, levantaron los brazos para disparar, los dedos en los gatillos y… 

-¡Vergil! ¡Dante!- un hombre con una gabardina violeta y un monóculo se acercó a ellos corriendo.- ¿Qué hacéis? 

-Jugar.- contestaron ambos a la vez, sonriéndole a su progenitor. 

-Oh. Bueno, seguid.- levantó la cabeza y vio a la chica.- Soy su padre, Sparda. 

-Dueña de la parada, Ann.- contestó dándole la mano y apartándose para que empezaran mientras que el hombre se situó detrás de ellos para observar mejor sus movimeintos.

 Ambos pusieron atención a los dos niños, que apretaron el gatillo y tiraron la lata de arriba de todo. A medida que las latas iban cayendo al suelo, un círculo se fue formando a su alrededor de gente que miraba impresionada la velocidad, seguridad y acierto con las que tiraban las latas, mientras que Ann estaba rogando de que fallaran por lo menos una, ya que de no fallar nada tendría que darles otra ronda gratis. 

Siempre rezaba. Nunca fallaban. 

Cuando solo les quedaba una lata a cada uno, pegaron sus espaldas y encajaron sus pistolas: Vergil la puso normal y Dante puso la suya encima, ligeramente desviadas hacia el lado que tenían su lata. 

-¡Jackpot!- gritaron al momento en el que apretaron el gatillo. 

Las latas cayeron al suelo y la gente empezó a aplaudir, impresionada ante el talento de ambos chicos. 

-Vaya, no tenía ni idea de que pudierais disparar así de bien.- alabó su padre.- ¿Ya sabéis que queréis? 

-¡Yo el reproductor!- gritó Dante. 

-¡El oso!- respondió Vergil, más sosegado que su hermano. 

-¿Queréis hacer la otra ronda? Va a mi cuenta.- les dijo. 

-¡Sí!- dijeron ambos, sin ser muy conscientes de la situación de la muchacha. 

-No chicos, vuestra madre nos espera ya en casa.- dijo su padre, sonriéndole a la chica, que comprendió que aquello era una mentira. Casi llorando al saber que el día siguiente volverían y seguramente sin su padre, les dio sus premios.- Decid adiós. 

-Adiós Ann.- dijeron ambos, cogiendo sus premios. 

Se fueron a su casa, acompañados por su padre, que aun estaba sorprendido por aquella demostración de puntería: sabía que Dante era muy bueno, pero no tenía ni idea de que su otro hijo también lo fuera. 

Cuando llegaron a su casa, tras besar a su madre, subieron corriendo a su cuarto. 

-Dante.- le llamó el mayor.- Tengo algo para ti. 

-¿Sí? ¡Yo también!- contestó el que vestía de rojo.- ¿Nos los damos a la vez?- preguntó mientras se subía a la cama de su hermano. 

-Claro.- sonrió dulcemente.- Una. 

-Dos. 

-Y… ¡Tres!- sacaron sus regalos a la vez y, atientas, Vergil cogió el suyo, ya que el oso le tapaba los ojos.- ¡El reproductor de música! ¡Gracias Dante!- apartó el oso y le besó la mejilla. 

-De nada.- contestó mientras le abrazaba.- Gracias por el Sr. Blanco dos.- le besó la mejilla rápidamente. 

-No hay de qué.- se acostaron a la cama, juntos, se abrazaron y cerraron los ojos para dormirse, vestidos y con sus regalos entre sus pequeñas y aun inocentes manos.

 

Dante suspiró y sonrió mientras se recostaba en el hombro del otro. 

-¿Ocurre algo?- preguntó Vergil mientras tomaba la lata. 

-No, solo pensaba en la vez que me diste el Sr. Blanco.- le contestó mientras de su bolsillo sacaba un trozo de tela de color azul celeste.- ¿Te suena de algo? 

-¿El lazo… del Sr. Blanco dos?- preguntó mientras lo tomaba entre sus dedos.- ¿Aún lo guardas? 

-Era una de las pocas cosas que conservaba de ti… así que sí, aun lo guardo.- le contestó besándole la mejilla. 

-Curioso. Yo aun tengo el reproductor.- lo sacó de uno de sus bolsillos.- Y todavía funciona a la perfección.- desenrolló los auriculares y le ofreció uno, poniendo la primera canción que encontró. 

-Pobre Ann, debíamos de ser su pesadilla cada verano.- acotó Dante.

-Posiblemente.- cerró los ojos y sonrió imperceptiblemente cuando recordó a Ann con su gorra roja y sufriendo cada vez que ellos se acercaban a su puesto.

 


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