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El Ragnarok a la Harry Potter por minima

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II
Aquellas cosas que empiezan a estar en movimiento
*+*+*+*
Las cosas estaban tensas en casa, desde hace semanas sus padres estaban nerviosos, claro, podían aparentar perfectamente su estado de ánimo ante la sociedad e incluso dentro de su hogar como estatuas de mármol, pero alguien que había vivido toda su vida con ellos y siendo otra estatua de mármol podría descifrar los gestos de las estatuas a su alrededor.

Podría sonar algo frío, pero vivir en esa clase de sociedad lo ameritaba, eran de una de las familias de sangre pura más antiguas y nobles del mundo mágico, su renombre, riqueza y poder era solo rivalizado con los Black o los Potter, pero estas dos dinastías habían sido reducidas a apenas unos cuantos miembros que ya poco o nada representaban las glorias de sus respectivas familias, por lo que de una u otra forma la mayoría de los ojos de la sociedad estaban sobre una familia tan de renombre como los Malfoy, nada más que la perfección se le podía permitir a alguien nacido dentro de esa familia.

De otra manera, saltarían como buitres al acecho al más mínimo desliz o error, para restregarlo en sus caras y a todo el mundo si tenían la más mínima oportunidad.

Y dentro de las paredes de esa mansión que debería tener el nombre de hogar, en donde tal vez podían actuar con un poco más de soltura, y donde se supone que estaban seguros de ojos chismosos e indeseados, aun practicaban frecuentemente el arte de ser estatuas perfectas, no es que no hubiera momentos íntimos, pero la practica logra la perfección, pero ahora, las cosas eran tensas e incluso para alguien que sigue esa práctica, se estaba hartando de ese ambiente si se supone que eran familia y él como heredero del linaje de los Malfoy debía enterarse si había algún problema que preocupara tanto a su familia.

Camina hasta el despacho de su padre, santuario personal de su progenitor, cada quien en el hogar tenía su propio santuario personal, para él su propia habitación, su madre tenía la sala del piano, aunque irónicamente no supiera tocar el piano o rara vez la música se tocara ahí, y su padre, como ya se dijo antes, su despacho.

Toca a la puerta ante de entrar, no tarda mucho para que su padre acceda a que pase.

Como era de esperarse el despacho refleja la elegancia y soberbia de todo un Malfoy, claro, con los toques distinguidos de su ocupante, Lucius.

-Padre-

-¿Qué ocurre hijo?-

Se detiene un momento, no es que sea difícil hablar con su padre, pero aparte de que las cosas están tensas, últimamente ha tenido ese raro presentimiento.

-He notado que últimamente algún tema los ha mantenido algo tensos a madre y a ti-

-Muy perspicaz Draco- tal vez hay una pequeña pizca de orgullo en el comentario por la capacidad de observación de su primogénito, tal vez.

Hay un momento en que por una fracción de segundo aquella faz tan perfecta, en ese tan bien planteada mascara, algo parece tambalear, una fisura en la estatua que deja ver las emociones, algo pasa, Draco lo sabe, pero al instante que mira los ojos de su padre comprende que no le dirá.

-Son asuntos de negocios, una inversión que a tu madre no le convenció del todo-

Oh que tan elocuente es el señor Malfoy, una boca adiestrada para convencer a su interlocutor sea mentira o verdad lo que sale de ella, un arma más de las cuales está equipada esta familia de noble linaje.

Pero recuerda Lucius, Draco también es un Malfoy, en formación aun, pero Malfoy a cabo a rabo a fin de cuentas.

-De acuerdo padre, solo quería saber-

Quiere insistir, pero sabe que esto no le rendirá resultados, conoce tan bien a su padre en algunos aspectos, y en otros aun le resulta un misterio.

No es necesario decir más, Draco sabe que su padre no le quiere decir lo que pasa, Lucius posiblemente sabe que su hijo no es tan ingenuo como para creerle todo lo que le dice, y ambos a pesar de eso están relativamente bien.

En esta casa de estatuas de marfil y donde te enseñan desde la cuna que las apariencias son importantes, uno llega a sentirse solo en un lugar que se es conocido como hogar.

-Draco…-

Su padre lo llama antes que proceda a despedirse y salir por la puerta, lo mira, expectante de lo que dirá.

-Recuerda tener preparadas todas tus cosas para el torneo de quidditch-

Al menos sabe que su padre lo ama a su manera.

-Si padre, con tu permiso-

Ve salir a su primogénito por la puerta, el torneo de quidditch es algo que ha estado esperando su hijo por largo tiempo, a todos les caería bien algo de normalidad y relajación en esos momentos.

Ya estando solo el patriarca de la familia regresa a sus cavilaciones, entre los temas que tanto tiene algo tensa a su conyugue como los propios que solo él sabe.

Abre un cajón de su escritorio, mas haya de algunos papeles en blanco a simple vista, aparentemente no hay nada relevante, pero es bien sabido que para los magos nada es lo que se aparenta, un ligero movimiento de su varita y las hojas levitan dejando al cajón vacío, otro movimiento y aquella puerta escondida se abre dejando ver un compartimiento secreto con un hechizo de espacio, dejando ver un espacio mucho más grande que el pequeño cajón podría albergar.

Adentro están ciertos secretos que solo él sabe.

Mete la mano y saca una cuerda vieja con una roca atada al otro extremo, es algo tan simple y poco acorde con el entorno elegante que lo rodea.

Una delgada cuerda y una piedrecilla cualquiera, que se balancean con el más leve movimiento de su mano.

La mira con cuidado, y se fija en el ligero grabado ya desgastado de la piedrecilla, una runa.

*+*+*+*

Danzan las figuras en la oscuridad de la noche, una fiesta en un bosque distante alejado del conocimiento de cualquiera que no es invitado.

Música de flautas y tambores, ritmos de corazones y voces en coros de canciones que cuentan hazañas ya olvidadas, sonrisas y más sonrisas en cada cara de esta comunidad tan singular.

Iluminan la fiesta pequeñas llamas flotando en el centro y alrededor de la reunión, danzan alrededor de estas pequeñas hadas como polillas a la luz, no son antorchas o velas, es fuego mágico que cambia de color cual prisma al ser tocado por la luz del sol.

Un banquete de comida y bebida al deleite de cada paladar quisquilloso o simple, sabores finos como vinos de la más alta calidad o jugo burbujeante de sabor lima y naranja, carnes frías y guisos sazonados junto a ensaladas diversas y algunas con flores de dulce sabor para variar.

Sentados en la mesa principal siete figuras pero con ocho puestos en total, seis hombres y una dama más un puesto vacío pero no olvidado.

Es fiesta de reencuentros, troles de diferente tipo, algunos dementores que se separaron del grupo del lago congelado, algunos seres que ya muchos humanos olvidaron con el pasar de las eras, algunos magos también, y el grupo de la mesa principal, que parecen ser simples humanos en el enjambre de creaturas pintas y dispersas en el lugar de reunión, todos reunidos festejando y disfrutando la compañía de uno y otro en una armonía poco usual.

El hombre de traje, que ya no trae traje, mira el puesto vacío en su mesa, es un día feliz, un día bueno, pero aun así sabe que algo falta, alguien falta, más no pierde esperanzas a que el dueño del puesto vacío sea encontrado pronto.

Todos en la mesa tienen esa esperanza.

**+**+**

Es de día en el otro lado del hemisferio del globo terráqueo, mientras que la luna se alza en Europa el sol se alza en el continente americano.

Es en una tierra desierta y árida, digna de un escenario de una novela del viejo oeste que un hombre camina sin rumbo fijo, no está perdido ni desorientado, solo inspecciona el terreno alrededor de sus tierras, ¿pero qué provecho hay en tener terrenos en esta clase de lugar?

Obviamente no estamos viendo el escenario verdadero, no todo es lo que parece.

Unos pasos más y la figura del hombre desaparece, no, no fue un espejismo, el escenario lo es, el hombre es real, solo se ha filtrado al escenario real.

A traviesa la barrera mágica, y un campo verde lo recibe, a lo lejos, en el centro, una enorme casa de madera como mansión, caballos galopan en una pradera, de colores vistosos nunca antes vistos en caballos normales.

Esto no es una granja normal, y obviamente el propietario, el hombre de vaqueros desgastados, botas negras, camisa azul y cabellera rubia ondulante a la brisa no es un humano cualquiera, sino un mago en su propiedad.

Es un lugar tranquilo, su refugio personal, le permitía meditar sin grandes interrupción, y últimamente, lo necesitaba mucho.

Era posible que dentro de no mucho esa calma que estaba experimentando en esos momentos no la volvería a experimentar en mucho tiempo, lo presentía, lo sentía a pesar de no estar frente a sus narices, las cosas empezaban a moverse rumbo a algo que bien podría comenzar, o mejor dicho, terminar, porque en realidad esto había comenzado desde hace mucho antes, antes de este año, antes de que naciera, antes de esta época.

Algo caótico, algo inesperado y doloroso, algo inconcluso.

Las cosas y eventos estaban hiendo hacia ese lugar.

Probablemente se enfrentaría a sus miedos más profundos, a aquellos sueños que no eran de esta vida sino de otra, probablemente se encontraría nuevamente con él.

Entre todas las dudas que embargaban sus pensamientos había una que sobresaltaba.

¿Estaría preparado para ese momento?


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