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¿No se cansa el corazón de tanto usarlo?. por Cerezza

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CAPÍTULO IV: Hoy voy a confesarlo.

 

¿Ves la sonrisa que adorna mis labios?

Esconde todas las palabras que no puedo decir.

Los amigos que creen que soy afortunado,

No saben que mi cabeza es un desastre.

No saben quién soy y tampoco por lo que he pasado,

Pero tú sí… Por algo fui hecho para ti.

(The story.)

 

 

 

La primera clase de ese día Martes, oscuro y helado, no le podía importar menos a Oshitari Yuushi. Aunque se repetía una y otra vez que debía mantener sus grados para poder concretar su postulación a la Universidad de Cambridge, hacía semanas que no podía concentrarse como quería en cualquier cosa que se propusiese hacer.

Estaba sentado en el segundo asiento de la fila de la ventana muchísimo más interesado en lo que ocurría a un buen par de metros en la pista atlética que lo que recitaba y apuntaba el maestro frente a la clase sobre la tarima.

El cabello exótico llamó su atención y una sonrisa bailó en sus resecos labios. No era casualidad el lugar que había elegido para atender esta clase, sino que aún recordaba celosamente el horario diario del salón de Gakuto, aunque estaba consciente que no tenía derecho ni moral para hacerlo.

Los recuerdos pasaron frente a sus ojos como una vieja y roída película en sepia. Gakuto riendo. Gakuto saltando, volando. Gakuto sonrojado. Gakuto enojado. Gakuto balbuceando. Gakuto extasiado. Gakuto confundido. Gakuto reclamando. Gakuto llorando. Gakuto alejado.

Lamentablemente, ésta no era la primera vez que Oshitari se llamaba a sí mismo bastardo. Era una marioneta. Un real cobarde. Sin vida. Sin voz ni voluntad por miedo al rechazo y enfrentarse al mundo.

Un poco hombre.

Suspiró fuertemente, cerrando los párpados y meneando la cabeza con suavidad, mientras regresaba la vista a sus apuntes; el cansancio demoledor que hacía mella sobre sus hombros hacía más de un mes, se intensificó. Pensó ingenuamente que con el transcurrir de los días, el malestar cedería, pero lo que sentía le demostraba que sucedía todo lo contrario. Era como si estuviese preso en un espiral de emociones, reproches y amenazas. ¿Hasta cuándo iba a continuar este tormento? ¿No fue acaso tan valiente para decidir algo y echar a la basura a una persona?. Y ahora, ¿con qué derecho se atrevía a pensar que quizás erró y no podía superarla tan fácil como creyó?.

Las cartas ya estaban sobre la mesa. Y peor aún: ya fueron jugadas. No existía espacio para el arrepentimiento y tampoco fuerzas ni tiempo para hallar otra solución. Quizás había sido un egoísta, quizás un estúpido. Lástima que ni siquiera eso pudiese contestarse.

En un arrebato pidió autorización para ir hacia la enfermería alegando una jaqueca que lo estaba aturdiendo, permiso que le fue otorgado inmediatamente junto con la compañía de la dirigente del salón para que lo asistiese hasta dicho sector, pero se negó rápidamente y antes de un contraargumento, ya había cerrado la puerta corrediza y se encaminaba ágilmente hacia el área verde de Hyotei High. La idea era escapar del cuarto cerrado, donde las cuatro paredes parecían cerrarse en torno a él, reduciendo el espacio a su alrededor, ahogándolo y atrapándolo.

Hacía días que el peliazul sentía que una mano invisible le presionaba el pecho con locura. Era un ataque feroz y sin descanso, que lentamente estaba drenando sus fuerzas y su envidiable actitud. Por ahí dicen que a veces la culpa se puede manifestar: Yuushi estaba seguro que era ella la que entorpecía su diario vivir y sus sueños, era la que lo atacaba físicamente, rasgándole el alma.

Se sentó cerca del recinto de atletismo, apoyado en el tronco de un árbol. No le importó ensuciar sus pantalones o arrugar su camisa, desde ahí tenía una vista privilegiada de quien había robado su corazón. Tan cursi como sonaba, el genio no podía dejar de pensar que era tal cual: habían hurtado el órgano vital de su cuerpo, sin aviso, sin advertencias. Con sonrisas, ceños fruncidos, explosiones malhumoradas, Gakuto se había adueñado por completo de su amor: se había apoderado de su cuerpo, mente y voluntad. Su corazón estaba en sus manos. Y era todo pasado.

Oshitari sabía que leer tantas novelas románticas algún día le pasaría la cuenta. Dicho y hecho, ahora estaba viviendo en carne propia aquello que lo hacía emocionarse cuando se maravillaba de sucesos entre líneas. Y no se sentía nada bien siendo el protagonista de su propia historia de amor. Menos cuando sabía que era más fatalista que feliz.

Lo que había ocurrido aún le causaba náuseas al peliazul. Recordaba que ese día había llegado un poco tarde a casa. Había despedido al chofer de su rutina de ir a buscarlo luego de la práctica de tenis y había optado por caminar hasta su hogar, después de haberse quedado con Gakuto, entretenido, en los vestidores. Lo que nunca se imaginó, es que al poner un pie en el lugar, su padre lo hubiese llamado a viva voz desde su despacho, pues usualmente le pedía a algún sirviente que lo guiara cuando tuviese que conversar de algún asunto con él.

Su relación no era la ideal, pero se acercaba bastante. Oshitari Eiji con su porte gallardo y su cabellera negra azabache, siempre se había encargado de guiarlo en sus decisiones y desempeñaba un importante papel en la vida del genio. Era su pilar y la persona que admiraba, pues aún con sus cincuenta años cumplidos, se mantenía firme y era tan vivaz que Yuushi pensó que alguna vez quería ser como él: respetado y querido a la vez. Pero cuando Oshitari-san lo miró con sus ojos azul tormenta y comenzó a gritarle una serie de sinsentidos, el hombre de los mil trucos de Hyotei decidió que por más maravilloso que fuese, a aquel hombre fuerte y mayor le faltaba algo muy importante e imprescindible para crecer como persona, aun cuando hubiese logrado todo lo que se propuso en la vida: tolerancia.

Le había dicho que se sentara, mientras él abría un sobre marrón y sacaba de ahí una serie de papeles. Tiró una a una, fotografías frente al mesón que para el peliazul no eran más que colores borrosos, pues aún se encontraba atónito por la faceta que mostraba su padre, tan diferente a la que conocía. Cuando él vociferó que viera lo mostrado, Yuushi sintió que su corazón daba un salto dentro de su pecho y caía a la velocidad de la luz en su estómago, hundiéndose.  Los retratos a color lo mostraban a él y a Gakuto. Eso no habría sido motivo de discusión, ya en su casa conocían al pelicereza en demasía. Sin embargo, las fotos los mostraban en actitudes cariñosas: besándose, abrazándose e incluso, una enseñaba al acróbata sentado sobre la falda de su compañero, ambos sin camisa.

En cuanto entendió el rumbo que tomaría el asunto, el peliazul respiró hondo e intentó poner atención a lo que demandaba el hombre. No logró aguantar mucho sus palabras venenosas, en un par de minutos perdió noción del reclamo y se dedicó a pensar qué demonios había hecho: le había fallado. A la persona que más admiraba, a quien siempre lo presentaba con orgullo diciendo entre risas que mejor heredero no pudo pedir.

Oshitari hijo supo que había cometido un error. Pero también tenía conocimiento que era el error más hermoso que pudo hacer. Ahora mismo se encontraba entre la espada y la pared, no sabiendo si retroceder o, por el contrario, avanzar. Su indecisión se vio satisfecha cuando Eiji-san le recomendó que terminara de una buena vez esa enfermiza relación, que la homosexualidad era un problema que debía tratarse, pues aunque hiciese la vista gorda a lo qué sucedía en el mundo hoy en día, él nunca podría aceptar a un gay en su familia, menos si éste era su heredero. Remató su discurso diciendo que nunca debió dejar entrar a su hogar tal mala influencia como lo era el desgraciado inmoral de Mukahi, debió haber imaginado que aquella apariencia menuda y la forma en que se desenvolvía era sospechosa. Lo maldecía por haber contaminado a su hijo, pero tenía aún más rabia contra sí mismo por no haberlo protegido de lo que pasaba frente a sus ojos, tan claro como el agua. Debió ser más astuto, cuestionarse por qué su hijo que tenía tanta suerte con las mujeres, repentinamente dejó de salir con ellas.

Asintiendo con la cabeza, Yuushi se dio cuenta que le daba la razón. Porque sabía que odiaba ver a su padre víctima del descontrol y sus argumentos eran bastante válidos si pensaba racionalmente: difícil seria ingresar al círculo de médicos, eso si lograba estudiar sin el apoyo de su padre que seguramente lo repudiaría y se sentiría deshonrando de que el genio cargara con el apellido Oshitari, peor aún a sabiendas que no iba a tener descendencia que lo perpetuara.

Oshitari Eiji era alguien que muchos idolatraban. Sencillamente era ridículo pensar que su propio hijo no lo hiciese, lo desafiara y no quisiese seguir sus pasos profesionales. Yuushi se enteró que su futuro ya estaba trazado, como si le hubiese caído un balde de agua fría: admiraba a su padre y si por algún extraño motivo, no lo hubiese hecho, Oshitari padre de alguna forma se las hubiese ingeniado para que lo necesitase. Así eran los Oshitari, conseguían las cosas por las buenas o por las malas, pero las conquistaban. Y lo que decidían, se respetaba, para bien o para mal.

Desde aquella discusión donde se reconoció enfermo y aceptó las razones y exigencias de su padre, era como si el mayor hubiese apretado un interruptor en su persona. Había apagado su tenacidad, su vigor, su determinación y su pasión. Lo había suplantado por desdén, inseguridad y apatía. Había drenado su felicidad. Y él ya no se sentía capaz de nadar contra la corriente a buscarla.

El peliazul se encogió de hombros, abandonándose al viento helado que se colaba entre sus ropas delgadas, hubiese sido útil cargar el blazer, pero estaba en el salón y no tenía intención de regresar, después de haberse zafado.

Hurgó en el bolsillo trasero de su pantalón de tela cuadrillé y sacó una cajetilla y un encendedor. Ni tardo ni perezoso encendió un cigarrillo, dejándolo apoyado en la comisura de sus labios, mientras se llevaba los brazos tras la nuca y cerraba los ojos, después de echarle un vistazo a los alumnos que hacían deporte en ese momento.

 

“Ne~  Oshitari-san. Hasta donde sé, aún está prohibido fumar dentro del recinto escolar. No sería divertido que un inspector o maestro te encuentre desafiando las normas. ¿Qué dirían de la eminencia del Senior Year?”.

 

Yuushi se obligó a suspender su descanso, y mirar de reojo, casi molesto, a Hiyoshi que tenía una carpeta y un lápiz entre sus manos, seguramente camino a cubrir una noticia para el periódico escolar, pues era miembro de ese comité. Al genio le hubiese gustado también ser parte del proyecto, pero lamentablemente la columna de consejos de amor que había propuesto hacer en el diario fue rechazada sólo por un voto: Hiyoshi Wakashi. Había argumentado que cosas así, sólo enturbiarían el propósito formal de informar sobre actividades y sucesos relevantes que ocurrían en Hyotei High y aunque la mayoría del staff estaba de acuerdo con Oshitari, el castaño tenía una carta bajo la manga: el maestro guía era su hermano mayor. Así que el peliazul simplemente se tragó amargamente la negativa y la brecha entre ambos compañeros de tenis aumentó aún más. Él más joven lo miraba altivo, sus ojos extremadamente rasgados siempre fríos intentaban atravesarlo, pero siempre titubeaban al rivalizar con los azul marino del tensai del equipo.

Por un momento, decidió no contestar e ignorar al sophomore, pero aquello habría sido demasiado descortés para nacer de su persona. Un caballero, sobre todo uno de la familia más importante de Osaka, debía actuar ante cada situación de la mejor manera posible, cualesquiera sea el escenario. Como este caso que era incómodo, porque al peliazul nunca le había caído realmente bien el pelicastaño. Y tenía muchas razones para decir que el sentimiento era mutuo.  

Peor fue cuando Hiyoshi comenzó a jugar dobles con Gakuto en Hyotei Medium. Si bien en esa época eran sólo amigos, y el cambio había sido por el bien del equipo, Yuushi aún estaba resentido por el poco interés que le había puesto el más pequeño al cambio, como si no le importaba, pero suponía que estaba bien, pues él mismo no había hecho comentario alguno cuando se les comunicó las nuevas formaciones.

Desde esa época, Gakuto y el sophomore habían sido pareja de dobles. Habían fracasado unas cuantas veces, pero las victorias lo superaban con creces. El mismo peliazul estaba secretamente un poco celoso del éxito de la pareja, preguntándose continuamente que era lo que tenía Hiyoshi que se compenetraba tan bien con el acróbata.

O bueno, eso se lo preguntaba bastantes meses atrás. Ahora no tenía mayor importancia, porque habían terminado y, aunque le molestara siquiera que atravesara sus pensamientos, Hiyoshi tenía el camino libre. Porque sí, Hiyo-Piyo, como le llamaba tan cariñosamente el pelicereza, estaba completamente enamorado. Ridícula y mágicamente enamorado. Casi, como los protagonistas de sus novelas.

Oshitari sabía de eso hacía años, pero había optado por ignorar los celos que trepaban por su corazón cuando los veía jugar juntos durante su tercer año en Hyotei Medium. El siguiente período escolar fue un respiro, tenía a Gakuto, su mejor amigo, sólo pendiente de él, pero extrañamente el más pequeño no le había pedido que reanudaran su juego de dobles, sino que de la noche a la mañana se había emparejado con Jirou, pero en el puesto de pre-titular, como pareja de dobles suplente. Y eso era muy extraño, pues el pelicereza siempre, siempre, siempre quería ser el centro de atención, por lo que no ser regular habría sido considerado una fatalidad para él.

El equipo no le dio mucha importancia al asunto, y sorpresivamente llegaron a cuartos de final en el torneo de Kantou sin problemas aparentes. Gakuto siempre de reserva y negándose a jugar, aún cuando Kantoku le había ofrecido una plaza durante el último encuentro.

La respuesta al bajo interés en la participación del acróbata, se dio cuando al otro año Hiyoshi, junto a Kabaji y Ootori, ingresaron a Hyotei High. De inmediato, el pelicereza lo había apremiado a jugar un partido de dobles contra sus senpai-tachi, alardeando sobre nuevas formaciones y técnicas que tenía preparadas con el freshman, en aquel entonces. Luego de derrotar escandalosamente a los D1, el acróbata había exigido el puesto de titular para él y su kouhai (“Me lo debe, Sakaki-kantoku. No jugué durante todo el año pasado. ¿Ha visto mejor juego de pareja que el nuestro?”). Y, tomando en cuenta lo mostrado, el entrenador había accedido.

Aquello fue suficiente para sulfurar al habitualmente calmado genio. Aunque no lo exteriorizó, fulminó con la mirada al menor y evitó, por un par de días, a supuesto mejor amigo. Despues de todo, tenía otras cosas que hacer: como salir con chicas, pues a una novia había que prestarle atención para considerarla tal, ¿no?.

Aún ahora, el lado curioso de Oshitari se pregunta por qué motivo, Hiyoshi nunca se confesó. Podría haberlo hecho mientras él se la pasaba de novia en novia, dejando poco tiempo para juntarse con el pelicereza, que no reclamaba mucho su falta de interés. Ya no jugaban juntos, ni siquiera estudiaban en el mismo salón. Estaban más distanciados de lo que nunca estuvieron cuando Yuushi comenzó a salir con una en serio, más de una simple cita. Incluso la presentó en casa. Aquello era formal, y Gakuto se había alejado respetando su relación. Ahora el peliazul entendía cuan dañado habría estado el pelicereza al saber lo feliz que era, alejado de él.  

Quizás el menor nunca se atrevió a decir sus sentimientos, porque ese mismo año, al igual que Oshitari tal vez descubrió que su senpai se veía con otros hombres. Universitarios. Jóvenes maduros. Alocados. El tensai no lo juzgó y, de hecho, lo ayudó un par de veces para que saliera con ellos, cubriéndolo al ser una coartada para sus padres.

Y luego de descubrir el mayor secreto de su amigo, misteriosamente ante sus ojos, Gakuto parecía brillar bajo otra luz. Se veía más maduro, misterioso, malicioso y tan sensual. Oshitari comprendió que cosas le pasaban con su él cuando despertó un día agitadamente excitado con un sueño húmedo fresco en su cabeza. Aquella fue la primera vez que se tocó pensando en alguien de su mismo sexo y se corrió tan rápido, imaginándolo, que se llegaba a avergonzar. Desde aquel día comenzó a desearlo. Los movimientos agiles del más pequeño, su elasticidad, el vaivén de sus caderas al caminar y el cabello exótico provocaban cosas en el tan gratificantes que le costaba conciliar el sueño por las noches.

En aquel entonces, a mediados de segundo año, un muy decidido Yuushi le dijo al acróbata que deseaba conversar seriamente. Mukahi lo había zamarreado enojado, gritando a todo pulmón que tendría que haber sido más responsable, pensar siquiera un poco, que era un idiota por embarazar a su novia.

Oshitari tuvo que besarlo para calmarlo. Y eso fue el comienzo del caos total.

Gakuto lo había golpeado. Fuerte. Fue más parecido a un zarpazo que a una bofetada. Le gritó de todo, tanto que su garganta se lastimó y terminó hablando ronco y desgastado. Al final, lo pateó en las canillas y con los ojos brillantes había susurrado que no era ningún animal para que estuviese haciendo experimentos con su persona. Y Oshitari había sonreído y, olvidando el dolor que causaban las uñas de Gakuto rasguñando sus antebrazos, lo había abrazado fuertemente, apresándolo en una calidez fuerte y segura, confesándole lo que su corazón a cada latido corroboraba.

Pero el pelicereza no había sido fácil. Tanto le había costado ganarse su amistad, pues el triple le significó conquistarlo. Aún cuando permitía que lo besara de tanto en tanto, no aceptó más que eso por varios meses. Y aquello terminaba molestando al peliazul que estaba enterado a base de  rumores que Gakuto dejaba que los universitarios hicieran mucho más que eso con él. Las cosas cambiaron un poco cuando el genio le hizo saber su incomodidad respecto al asunto, y Gakuto le pidió que saliera con él. Formalmente. Y él aceptó.

La relación seria parecía haber limado la aspereza del modo de ser del pelicereza y dejaba al genio en una actitud más segura y enamorada. Luego de eso, todo parecía ir mil sobre hojuelas, o eso le repetían una y otra vez los miembros más cercanos del club de tenis cuando se les daba oportunidad de comentarlo.

Habitualmente se veían envueltos en pequeñas discusiones, pues Gakuto tenía más experiencia en relaciones de este tipo, por lo que quería guiar el asunto, pero se olvidaba que el oriundo de Osaka tenía una larga lista de noviazgos a su favor. El acróbata no podía ser muy diferente a cualquier otra novia, ¿no?. Pero estaba equivocado, porque lo que las mujeres encontraban romántico, Gakuto lo hallaba cursi, y lo que les parecía tierno, el otro lo hallaba estúpido. Fue difícil, pero cuando descubrieron su punto de equilibrio, aquel tira y afloja que existía entre ambos, se solucionó.

Pero era tan fantástico, tan irreal, que algo debía acabar con su felicidad. Y nuevamente volvía a pasar por su cabeza aquel hecho imposible de olvidar, pues por más que lo intentara, no podía borrar la discusión y el enfrentamiento originado por él. Porque odiaba estar atado de brazos y tener que resignarse cuando en su naturaleza estaba luchar por lo deseado, odiaba destruir el corazón del pelicereza que no se cansaba de apoyarlo y quererlo. Odiaba todo y se odiaba a sí mismo. Todo era tan endemoniadamente difícil.

Pero entre todo el torbellino de sentimientos y altercados, había que ser sincero: el peliazul de cierta forma adoraba que Hiyoshi no hubiese sido lo suficientemente valiente para confesarse, sino quien sabe qué historia se habría escrito. Y además parecía que estaba más cómodo cuando otros se le confesaban a él, como había sucedido con Taki. Era lamentable que su valiente declaración hubiese quedado en nada cuando el sophomore le había dicho que debía pensarlo, pues nunca más le mencionó el tema y como Taki tenía su orgullo de hielo, él tampoco volvió a insistir. 

 

“Ni idea” masculló sin verdadero interés. No pretendía hacer conversación con el menor, pero tampoco le gustaba la idea de enfrascarse en una disputa al ignorarlo.

“¿Debería comentarle esto a un superior?” sus ojos fríos y brillantes se estrecharon, una sonrisa sardónica adornando su rostro habitualmente estoico.

“Si lo deseas” prefirió estar de acuerdo con él antes que oponerse, sin embargo, el cigarrillo aún estaba encendido bailando entre sus labios y una pequeña humarada escapaba de ellos “No es como si me importase mucho”.

 

“Últimamente pocas cosas te interesan, Oshitari-san” se mantuvo impecable en su posición “¿Gakuto-senpai, por ejemplo?” Y como era su personalidad, no le dio muchas vueltas al asunto y presionó el dedo en la llaga certeramente.

“Es gracioso que tú me hables de Gakuto, Hiyoshi” quiso irse, pero algo dentro de él le impedía dejar el tema hasta la mitad “Pero ya que sacas el tema, ¿Qué quieres?, ¿Mis bendiciones?”se encogió de hombros, poniéndose de pie con agilidad “Estuviste en primera fila cuando lo dejé, debe estar tan decaído aún que no dudará en aceptarte. Aprovecha”.

 

Hiyoshi afiló la mirada, mostrándose ligeramente ofendido con el comentario. Aunque había aceptado bien la relación entre Oshitari y su senpai favorito, Gakuto, nunca dejó de ver ceñudo la interacción entre ambos. Pasó una buena cantidad de semanas para que finalmente se decidiera a admitir que le gustaba el pelicereza, viviendo en la negación de su cariño por más de dos años, siempre teniendo alguna excusa cuando se encontraba pensando en él, mirándolo o debía aguantar los comentarios en doble sentido de sus compañeros de equipo.

Lo más triste era que aunque jugaran dobles y pasaran mucho tiempo juntos, para el acróbata no existía otro hombre aparte del peliazul. Por lo que Wakashi decidió esconder sus sentimientos en lo más hondo de su pecho y maquillar sus emociones con un malhumor atractivo. Así por lo menos había catalogado su actitud Taki-senpai cuando se le había declarado y señalado lo que le gustaba de él.

 

 “Gekokujou

 

Prefirió no responderle, dándose media vuelta para alejarse de ahí. Si Hiyoshi sacaba valor de quién sabe dónde y luchaba por su oportunidad con el pelicereza, pues bien. Que trate. Después de todo, cada uno merece intentar conseguir lo que desea. El miedo al fracaso puede detener hasta el alma más osada, pero sin Oshitari en el panorama, seguramente el sophomore se sentiría un poco más seguro. Es como cuando un oso está sediento de miel: la ve, la huele, la tiene tan cerca pero aún así no se atreve a tomarla. Pero un día, el panal que siempre ha estado celosamente cuidado, se encontrará desprotegido pues las abejas habrán salido, entonces es la oportunidad perfecta para robar un poco de la ambarina sustancia, pues sin abejas, no existe peligro. Y el ejemplo se aplicaba a que sin un genio rondando al exótico acróbata, el esbelto castaño podía acercarse a él sin temor por estar cortejando a alguien ya tomado.

No supo a ciencia cierta cómo llegó al corredor exterior de vidrio, muy adornado, que une Hyotei High con Hyotei Middle. Le parecía casi estar devolviéndose a los años en que sólo era un quinceañero sofisticado preocupado de sus calificaciones y el próximo partido que le tocara jugar. Ahora debía sumarle a ello, los enredos que conllevaban ser el hijo varón de una familia tradicional y participar en el prometedor futuro que bailaba frente a su rostro, a sólo centímetros de sus manos para alcanzar el éxito.

            Dio grandes bocanadas de aire, por el esfuerzo de la carrera que había pegado, huyendo literalmente de la mirada desafiante y altanera de Hiyoshi, junto a su indecisión, la desesperación traicionera nuevamente comenzó a serpentear dentro de su pecho. El sentir que perdía algo y no podía hacer nada para detenerlo, lo aturdía, dejándolo presa de una opresión que lo obligaba a bajar la vista hacia sus zapatos pulcramente lustrados. Subió una mano a su pecho, con el pretexto de sosegar sus alborotados pulmones que parecían retorcerse y apretarse dolorosamente contra sus costillas. 

Se acercó al barandal de madera finamente pulido y alzando la vista al cielo gris y oscuro, vio la primera estrella que parecía saludarlo desde el firmamento. No era un aficionado a la astrología y menos una persona muy creyente, pero por esta vez se permitió echar mano a lo que estaba a su alcance y haciendo reposar su mano sobre su alborotado corazón, pidió con todas sus fuerzas: “Por favor, déjalo en buenas manos”.

Entre sus labios resecos nació una hilera de humo que rápidamente desapareció frente a él cuando una brisa helada lo caló hasta los huesos, provocándole un escalofrío que recorrió su cuerpo y ni siquiera intento controlar.

Llevó el cigarrillo que se meneaba entre su dedo pulgar e índice, casi extinto, y lo colocó nuevamente entre su boca sin animarse a aspirarlo. Sólo lo dejo ahí, casi como un adorno.

Parecía tan lejano y, a la vez, tan fresco el día en que decidió dejarse perder. El día que bajó las manos como un cobarde y se rindió.

 

“No deberías fumar, Oshitari. Menos aquí en Hyotei. Ore-sama está seguro que podrían amonestarte, algunos quedarían muy satisfechos acusándote” la voz suave y arrogante de su compañero lo envolvió. Lo miró de reojo, apenas girando la cabeza para hallarlo en su pose de dios del mundo.

“Es la segunda vez en menos de una hora que me dicen lo mismo. Creo que comenzaré a tomarle el peso al asunto de violar las normas si con tanto ahínco me las recuerdan” sonrió divertido, haciéndole un gesto con la mano a Atobe para que se acercara al barandal donde se apoyaba. Extrañamente, el heredero no estaba acompañado y el peliazul no se molestó en preguntarle que hacía fuera de las aulas cuando aún era período de clases. Se sacó el cigarrillo de la boca y lo tiró al suelo, para luego apagarlo de un pisotón con sus finísimos zapatos negros.

“¿Qué sucede?” inquirió con simpleza golpeando con suavidad su hombro contra el del otro cuando se hubo acercado.

“Lo mismo de siempre” suspiró cansado, quitándose de sopetón las gafas de lente redonda y masajeándose el puente de la nariz, viéndose cansado.

“Portarte como un bastardo insensible no es lo mismo de siempre, Oshitari”.

“De haber sabido que vienes con esta disposición, hubiese preferido que siguieras de largo.  No tengo ánimos ni fuerzas para escuchar tu porquería egocéntrica” Con un movimiento estudiado, hundió la mano en su bolsillo trasero sacando nuevamente un cigarrillo a la par que le ofrecía otro al peligris aún cuando con sus palabras lo invitaba a retirarse.

“Ore-sama no tiene ese vicio tan soez” rechazó moviendo una mano despectivamente. El peliazul revoleó los ojos, exasperado “¿Ahn~? Y yo pensando que tenias un poco más de clase”.

“Vuelve a clases a molestar a alguien más”.

“¡Ja! ¿Y eso para qué?” rió con suavidad y elegancia, una carcajada como seda que se deslizó traviesamente por los oídos del genio, contagiándose fácilmente “Ore-sama tiene la morbosa fascinación de molestarte a ti”.

“Muy gracioso, Atobe” lo miró de soslayo, exhalando una bocanada de humo, preguntándose superficialmente qué haría para disimular el olor a tabaco que se impregnaba a su ropa luego de fumar.

“¿Entonces?”

“¿Entonces qué?” el heredero no contestó, sólo giró su cuerpo para encarar el rostro de Yuushi, mirándolo con fijeza, queriendo ver a través de él para enterarse de todo el problema que estaba consumiéndolo lentamente “Él se enteró” se rindió ante el escrutinio.

“¿Quién? ¿De qué? ¿Mukahi? ¿Mukahi por fin aceptó que eres un desgraciado?” Oshitari chasqueó la lengua reprobatoriamente ante lo dicho.

“Nunca pensé que oiría de ti tales palabras. Pero no, eso no. No me  nombres más a Gakuto, por favor”.

“¡Ja!” Atobe lo miró arqueando una ceja, entre incrédulo y divertido. “Ore-sama está asombrado de que pidas algo así, después de protagonizar semejante escena con él. Se hablara por meses de ella” se decidió a agregar por último.

“Era la única forma” confesó sacudiendo el cigarrillo entre sus dedos para botar el exceso de ceniza que cayó en el barandal pesadamente.

“¿La única forma de qué si me puedes decir con exactitud? ¿De reírte de él? ¿De humillarlo?” el peligris tenía el entrecejo fruncido y eso llamó la atención genio que sabía lo vanidoso que podía ser el otro. “Yo no pensé que tenias tal poder, Oshitari, pero lo destruiste de una sola vez, ni siquiera le permitiste defenderse o le diste explicaciones. Te burlaste en su cara y, lo peor de todo, es que nos incluiste a todos en tu enferma broma.”

 

Atobe Keigo terminó sus palabras dando un certero golpe sobre la madera, afirmando su descontento con el tema, ocasionando que el genio diera un ligero respingo, que apenas pudo disimular con una sonrisa, mientras una mirada feroz, muy similar a la de su padre, desafiaba al heredero, cuando comenzó a aplaudir.

 

“¡Qué cara, Atobe, qué cara!” se permitió reír lenta, pausada y elegantemente. Un sonido parecido a un ronroneo que acarició su garganta llamando la atención del capitán del equipo de tenis, irremediablemente.

“No es una broma lo que te estoy contando” para el peliazul no pasó desapercibido el hecho que Atobe había dejado de referirse sobre sí mismo como Ore-sama.

“No, claro que no. Lo único gracioso aquí Atobe es que tengas las agallas para darme un discurso de moral, cuando tú has negado a Jirou una y otra vez. Tantas que he perdido la cuenta” chasqueó la lengua nuevamente, sintiéndola pastosa después de haber fumado tanto “¿Qué será peor? ¿Haberle dicho a Gakuto de una vez que lo nuestro no debía ser o que tu utilices a Jirou una par de horas para después desprenderte de él y hacer como que nunca sucedió?” alzó el mentón firme unos centímetros hacia arriba, retándolo. Cuando el otro, pasmado, lo miró atónito aún, continuó: “Realmente Atobe, por una vez en tu vida deberías ponerte los pantalones y decidirte. Es como si estuvieses en mitad del mar, no sabiendo si mantenerte a flote o dejarte hundir” Odió su analogía, pues también se aplicaba a su caso, aunque lo renegara.

“Y esto es algo así como: ¿Predica, pero no practica?” Keigo perspicaz nunca fue el favorito de Oshitari.

“No sabía que eras aficionado a los dichos” lo miró burlón “Pero no, Atobe. No es lo mismo. Yo tomé una decisión que quizás me pese, pero ha sido para mejor. Estoy seguro de ello.”

“¿Y no es muy egoísta pensar así?. Ni siquiera consultaste a la contraparte” A Oshitari le parecía divertido que el heredero se indignara ante el egoísmo, después de todo, él era casi la definición hecha persona de aquella palabra. Le dijo en voz baja que a fin de cuentas era la mejor “¿Para  quién? ¿Para ti?” y había que hacer una mención honrosa a lo obstinado que podía ser.

“Permíteme ser egoísta” el sarcasmo resbaló de su lengua venenoso “Para ambos. Algún día se dará cuenta.”

 

El silencio se impuso entre ambos. El peligris se pasó las manos por los brazos, frotándolos, en un intento vano por sacar algo de calor, pero era casi imposible combatir la ventisca helada que revolvía sus cabellos y consumía con rapidez el cigarrillo prendido del peliazulado. Estuvo a punto de invitarlo a la cafetería, cuando ensimismado, mirando la gran arboleda que rodeaba el área verde de Hyotei High, Atobe habló.

 

“¿Sabes?, Jirou me ha estado evitando. Cuando por fin logré dar con él, se ha atrevido a pedirme una relación seria” apoyó la cabeza en su mano, mientras ésta reposaba sobre el codo presionando el barandal, una sonrisa incómoda adornando su rostro principesco “Incluso me ha dado un ultimátum…”

“¿Y qué esperabas?” lo interrumpió mirándolo nuevamente de reojo, muy cansado para girarse y enfrentar los ojos oscurecidos del otro “Lo aislaste de sus cercanos. Te encargaste de espantar a Marui del Rikkai para que se concentrara solamente en ti”.

“Lo haces sonar como si lo hubiese amenazado a muerte” rió un poco, recordando perfectamente los días en que su acompañante pelinaranja tomaba el tren luego de las prácticas para ir a espiar al experto en saque y volea del instituto rival. Ante la mirada irritada del genio, agregó: “Fue un trato. Él prometió alejarse si yo sacaba de aprietos al demonio. ¡Y vaya que me costó un buen par de yenes hacerlo!”.

“¿Qué le dijiste a Jirou?” no le interesaba seguir ahondando en el tema de los alumnos de Rikkai Dai High.

“¿De verdad me estás preguntando eso? ¿Qué crees?” hizo un ademán con la mano que luego se pasó por el cabello sedoso “En estos momentos no tengo intención de tener compromisos. Si desea algo formal, tendrá que buscarlo en otra parte. Ore-sama no necesita atarse a persona alguna, es suficientemente capaz de ser feliz solo”.

“Eso es una soberana estupidez” no pasó desapercibido para él que el heredero volvió a referirse sobre sí mismo de aquella forma tan arrogante, casi como un medio de protección cuando se sentía atrapado “Estás empecinado en ser tu propio enemigo, determinado en sabotear tu propia felicidad”.

“¿Y tú? ¿Acaso no haces lo mismo?” las palabras apasionadas del peliazul lo dejaron sin aliento, pero se repuso para replicar.

“Puede ser, pero yo tengo una razón más importante que el simple orgullo narcisista”.

 

Atobe no preguntó qué era, porque sabía que el otro no se lo confiaría tan fácilmente. Quizás le contestaría, pero daría vueltas en un asunto, hablaría lo justo y necesario y lo enredaría con su verborrea de estudioso empedernido.

  Oshitari lanzó una pequeña línea de humo, cuando resopló fuertemente, despeinándose el flequillo con la mano libre. ¿Cómo podría hablar de algo que ni él mismo entendía en su totalidad?.

No se sentía lo suficientemente confiado para contarle a Atobe, un buen amigo, que su padre era un intolerante homofóbico. Tampoco, para confesarle que le temía al rechazo y que prefirió dejar a Gakuto antes que enfrentar al mundo junto a él. No estaba bien que le revelara que eligió el camino fácil y prefabricado que lo tentaba con éxito esplendoroso, pero que lo convertiría en una triste marioneta protagonista.

Pero de alguna forma, deseaba que el heredero lo entendiera. Que sin palabras lograra enterarse de sus problemas y que no lo aconsejara ni ayudara, sino que fuera donde el acróbata a contarle todo, que toda esta tragicómica situación era por su bien, propio y familiar.

El cigarrillo a medio consumir voló cuando una brisa los sacudió junto a la posibilidad de confesión de Oshitari. Sonrió, más por su ingenuidad que por otra cosa. ¿Quién sería capaz de engañar a un genio?

 

 

 

Notas finales:

Gracias Yazzyaoi94 y EluneST por ser fieles lectores.

 

:)

1 capítulo y un epílogo para cerrar esta etapa de mi vida.


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