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La psicóloga (Reader!Psicóloga - ArgChi) por PokeStand

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− ¿'onde vai, weón?

Martín se dio vuelta, la voz lo había alarmado. Chasqueó la lengua, mirando a Manuel con mala cara.

−Boludo, me asustaste.

−Creí que estabai en clase.

−Estaba. ¿Por? –Cuestionó Martín, todavía con la mano en el picaporte de la puerta del colegio.

El chileno lo miró mal, desaprobando lo que el mayor hacía. Recién había tocado el timbre del cambio de hora; quedaba media clase a la que debían asistir. Manuel te pidió para dejar la media sesión que faltaba para el final del día, ya que se decía que ahora la profesora de matemática iba a explicar tema nuevo. Pero se distrajo viendo como el argentino aprovechaba el descanso de las porteras para escaparse.

− ¿Por qué vienes al colegio si siempre terminas yéndote? –Le respondió con otra pregunta, cruzándose de brazos.

No podía ver la palma de sus dedos, ya que llevaba la campera de jean de Martín, cuya manga larga solo permitía que se le vieran las puntas de sus dedos. Manuel recordó rápidamente algo...

Sigo sin entender por qué te juntas con un chico que fuma. –Lo criticó su madre.

Es buena gente –dijo Manuel, realmente sin saber si era verdad o era una mentira "inocente".

No estoy segura. ¿Te hiciste amigo de él? –Preguntó, a pesar de que ella llevaba los brazos cruzados y la cejas fruncidas, un gesto heredado por su hijo, su tono de voz delataba lo esperanza que ella sentía de que su hijo haya estado socializando.

No. Es solo un chico problemático que está conmigo en las sesiones de psicología.

Entonces no es buena gente...

− ¡Me dio su campera cuando me estaba muriendo de frio! Eso no lo hace cualquiera –dijo, dándose cuenta de eso mismo cuando lo mencionó.

Su madre suspiró, evaluándolo unos segundos más con esa mirada típica de los padres preocupados, que cambió muy rápido.

Bueno, bueno. Preparé sopaipillas, ¿Querís?

Manuel le sonrió ampliamente y todo atisbo de discusión se desvaneció rápidamente.

Martín carraspeó para llamarle la atención.

−Solo fingí que vos nunca me viste –movió sus manos en círculos mientras retrocedía, como si fuera parte de un truco de magia.

−No, yo te vi y te veo... –aseguró para molestarlo.

−Entonces vení, yo solo me voy a fumar un pucho a la plaza de acá a dos cuadras y después... por ahí vuelvo.

Manuel iba a negarse, que el tema nuevo, que matemática, que...

−Voy.

−Esa es la actitud. –Felicitó el otro, abriendo la puerta.

−No por ti, weón, ni por saltarme de clases. Necesito fumar para bajar tensiones. Necesito sacar cosas de la cabeza.

− ¿Por? Creí que eras un tipo relajado con vida de rosita –Le respondió Martín, ya caminando hacia la plaza.

− ¿Rosita? Oh, weón, nah que ver. Probablemente tenga más problemas que vo' con el colegio.

− ¿En serio? ¿Problemas de qué? –Preguntó Martín, sin creerle.

Pero Manuel no contestó, se limitó a observar el cielo.

− ¿Y? –Insistió el mayor.

−Hace frío –murmuró el chileno, tiritando un poco.

−No es para tanto.

El argentino se había abrigado bien antes de venir, con un buso y una campera doble, pero Manuel, descuidado, solo había traído la campera de Martín. Dijo que la devolvería, sí, pero encariñarse con aquella prenda no estaba en sus planes.

Martín corrió hasta las hamacas, invitando a Manuel a seguirlo, mientras se sentaba con aire infantil en una de ellas.

El castaño no le dio mucha importancia, solo lo siguió a paso lento, por lo que rápidamente un niño le quitó su asiento en el juego. Y solo había dos. El chileno no le dio importancia, simplemente se apoyó contra el caño que sostenía los columpios, esperando a que al rubio se le ocurriera madurar.

− ¿Querés que eche al pendejo ese por vos? –Inquirió éste en su lugar, aun balanceándose.

−No, gracias, igual el gesto es precioso, en serio, eso de querer sacar a un pobre chico de siete años para que yo me siente es un gesto muy dulce... –Dijo con voz cargada de sarcasmo.

−Pero sería divertido... aunque volvería con la mamá llorando y tendría otro problema...

−No seai malo –le recriminó Manuel, quien consideró por un momento la idea.

Martín se aburrió rápidamente y sacó su paquetito de cigarrillos.

− ¿Querés?

El chileno asintió y esperó a que el argentino le pasara el encendedor.

Al final, el chico se fue de la hamaca disimuladamente porque el humo le hacía mal y Manuel se sentó, moviéndose apenas.

−Mejor vamos a caminar...

− ¡Pero me acabo de sentar! –Se quejó Manuel.

−Por eso mismo.

El chileno se dio cuenta que estaba siendo objeto de burla y frunció el ceño. No dijo nada y lo siguió, planeando maliciosamente la venganza que pronto se disipó de sus planes.

Continuaron caminando un rato. Martín se subió al borde de la fuente, haciendo equilibrio mientras dejaba caer su cigarrillo al agua que, a pesar de estar algo sucia, brillaba a la luz de las nubes grises, reflejando con fulgor el día en contra de las monedas que la gente solía tirar con la esperanza de que sus insulsos deseos sin importancia se cumplieran.

Manuel arrugó la nariz al ver ese fragmento que parecía reflejar el día como un espejo arruinado por el rubio.

Por eso mismo, cuando éste perdió el equilibrio (sin preocuparse porque según sus cálculos caería arriba del chileno, usándolo para detener la caída), dio un paso hacia atrás, dejando que el argentino aterrizara dolorosamente contra el piso de cemento.

−Pelotudo de mierda.

−Puto weón idiota.

Se observaron, mas no había un ápice de odio en sus miradas. Mucho menos empatía.

Martín se paró, el menor dejó el cigarrillo a un lado de la fuente, donde no molestara y pasara desapercibido.

−Mejor volvamos a la escuela. Diré que me descompuse y estaba en el baño. –Meditó el chileno más consigo mismo que con su compañero.

− ¿Para qué mentir? Yo llegaré con vos, sabrán que es mentira.

−Entonces no entres –dijo con sarcasmo el menor, enojándose.

−Bueno... voy a entrar media hora después de vos, ¿Dale? Total es viernes, ni los profes se preocupan por las faltas.

Manuel puso su mirada en el rubio para ver si bromeaba. No lo hacía.

− ¿No te importa saltearte las clases?

−Para nada.

El otro no pensaba ponerse a discutir. Volvió a clases, una de las razones era que se estaba congelando. Hacía frío de nevar, pero no nevaba. ¿Por qué no fue a un país que nevara? Le gustaría conocer la nieve. Sin embargo, odiaba el frío. Nunca tenía suficiente ropa para abrigarse y después la pasaba terrible, sufría las bajas temperaturas, a pesar de no ser friolento.

Nuevamente, miró de reojo a Martín. Él no parecía un tipo que se tomara el tiempo para pensar en lo hermoso o lo terrible que podía ser un cambio de temperatura, a diferencia de Manuel, quien siempre buscaba los detalles de la vida para luego describir y poder expresarse mejor al escribir. Y, por sobre todas las cosas, le gustaba ser detallista. Le gustaba observar.

Y el argentino no le prestaba atención a nada.

Nada.

Se despidió del argentino con un gesto simple antes de entrar al aula, y se disculpó por la tardanza adentro. Se sentó en su lugar, con la silla vacía a su lado y los amigos del argentino preguntándole si había visto a Martín. Su respuesta fue una negativa cortante.

−El tema nuevo fue... fácil –Manuel se encogió de hombros.

−No es lo que te pregunté. –Afirmaste.

−Me preguntaste por mis preocupaciones...

− ¿Te preocupaba el tema nuevo?

−S...

− ¿En serio? No, hay algo más.

Manuel bajó la vista al suelo, nervioso, antes de volver a mirarte a los ojos. Te das cuenta que ese habito se repite cada vez que el chico miente.

−No, es eso solo.

−No mientas –Insistes.- Manuel, por favor –susurraste. Le pediste amablemente que te cuente, que no se cierre, porque así las cosas no funcionan. Que confíe.

−No me gusta confiar –admitió, pero había más seguridad en sus palabras.

Callaste, esperando a que dijera algo. Gonzales se dio cuenta después de un largo silencio.

−Hemm... me preocupa... mi hermanita.

Le preguntas, sorprendida, por qué no mencionó que tenía una hermana.

−Ya poh... es que no me gusta hablar del tema... ella está muy enferma y mi padre está trabajando allá en Chile pa' poder comprarle los remedios. Eso te lo conté, ¿No?

Negaste. Solo te comentó que su papá seguía en Chile trabando para mantenerlos a él y a su madre. Ahora le estaba cambiando la historia.

−Entonces, ¿Te preocupa tu hermana?

−Sí. Y mi madre también...

Le preguntas qué tiene.

− ¡Nada! Creo que está estresada. Extraña mucho a papá y nos está empezando a ir mal en el trabajo...

− ¿"Nos está"? –Repetiste. Luego le preguntaste si trabaja.

−Sí, ayudo en la panadería de la parte de adelante de nuestra casa.

Le sonríes un poco ante la imagen mental del chileno con un delantal blanco de lunares y unos pastelitos recién horneados. Él te mira feo. Toses disimuladamente y le vuelves a preguntar, esta vez, por lo que hace.

-Pasteles... a veces, medialunas.

−Que rico –murmuras.

Él calla, con expresión apenada.

Inquieres por la panadería. Qué quiere decir para él que el negocio anda mal.

-Que... anda mal, eso.

− ¿De qué grado es tu "mal"?

−Mucho más alto que el tuyo, probablemente.

Esa respuesta te desconcertó, y de a poco te empezaste a dar cuenta qué significaba mal.

Te disculpas de ante mano por lo que vas decir.

− ¿Qué grado de pobreza poseen? ¿Tienen... para comer...? –Dudas si debes inquirir sobre el tema tan delicado, pero es vital para poder ayudarlo.

−Sí poh tenemos pa' comer, pero nada más. ¡Igual estamos bien! Tengo familia y salud. No necesito más.

Esa respuesta te alegró.

−Bueno...

Le dices que si necesita algo, siempre puede contar con el colegio. Él asiente y mira sus manos, entrelazadas arriba de su regazo.

Notas algo que te llama la atención enseguida, especialmente porque se te había pasado por alto: Manuel aun llevaba la campera de Martín. Estuviste a punto de mencionarlo, pero el castaño habló primero.

− ¿Martín vino a la escuela?

−No lo vi –le contestas- ¿Por?

−Porque... yo me lo encontré... ¡No digai nada que me mata! –No parecía asustado, más bien divertido− Pero me dijo que volvería a clases y no lo hizo. Era curiosidad.

−Ustedes se hicieron amigos –Afirmas, feliz por ellos.

− ¿Qué? No, espera. No somos amigos. –Su rostro no denotaba lo que sentía al respecto, por lo que no estabas segura si estaba decepcionado o realmente todo estaba bien así.

Le preguntas si quiere ser amigo de Martín.

−No.

− ¿Por qué?

Manuel se encoge de hombros.

−No sé si está bien. Nunca tuve amigos, tampoco quiero tenerlos. No los necesito.

Insistes en lo contrario. Le cuentas que los momentos difíciles que pasaste en tu vida los superaste con amigos, a pesar de no tener muchos. Que con ellos puedes hablar cosas que con tus padres no, incluso comportarte diferente. Que son importantes.

Él no te hace caso.

Mascullas que es testarudo.

−Martín no es la clase de persona que quisiera de amigo –Responde.

−Está bien, pero yo hablaba en general... ¿Y...? ¿Y yo? ¿Somos amigos? –Inquieres con esperanza, aun teniendo varios de tus pacientes como amigos.

El pareció dudar. Te miró a los ojos por corto tiempo. Abrió la boca para contestar pero el timbre que indicaba el fin de clases tocó.

−Quizá. –Respondió antes de irse.

Pero lo seguiste. Diste un par de pasos largos como para alcanzarlo, para preguntarle si podían volver junto con Sebastián y Daniel, peo tropezaste con alguien.

− ¡Che...!

Estuviste a punto de gritar el nombre del argentino, mas pestañeaste confundida al ver que no se trataba de Martín, a pesar de que viste un rulito agitándose en el aire.

− ¿Es que Antonio no disciplina a sus profesores? Cazzo.

Seguías sorprendida; un italiano de aspecto importante, imponente, con ropa proveniente de su país, de costura cara y zapatos lustrados, te miraba con odio mientras se refregaba la cabeza.

Pediste perdón, añadiendo al hombre de pelo castaño que no eres una profesora.

− ¿Y qué? –dijo con tono enojado y amargo. –No tengo tiempo para andar discutiendo usted, signora. –Agregó antes de que pudieras responderle.

Se dio media vuelta, dispuesto a irse.

−Es la psicóloga escolar –Corrigió una voz conocida.

− ¿Martín?

El rubio estaba ahí con su aire rebelde y su típica remera de banda. Su cabello, revuelto por el viento de afuera, imponía en su imagen el complemento a su tono provocador.

− ¿Qué haces aquí, nipote?

Martín rió en silencio, agitando los hombros un poco.

−Sabés que esa palabra me da risa.

−Che pelle, te dará risa cuando te emboque una piña que... –Detuvo su amenaza cuando sintió una presencia detrás suyo.

− ¿Qué cosas dices, Lovino? –Cuestionó el director Fernández.

El otro se quedó callado.

−Creí que habías suspendido a este idiota, bastardo español. Pero, ¿Por qué no me sorprende tu incompetencia?

−Lo siento, Lovi...

−No me llames así. Seños Vargas para usted.

−...pero en vez de echarlo, tuve una idea mejor. Contraté a una psicóloga para ayudarlo, y...

−No dono mi preciado dinero para que lo gastes en una psicóloga. De hecho, me importa una mierda. Martín ha excedido el número de amonestaciones, le corresponde un traslado. Que se joda.

−Es tu sobrino...

− ¿Y?

−Tío –interfirió Martín –en otra escuela, ya me abrían echado. Antonio sabe lo que hace.

− ¿Alguien te pidió una opinión? –El rubio abrió la boca pero fue interrumpido- ¡No! Vuelve a tu casa y no te metas.

−Pero esto me incumbe.

−Disculpen –te metiste, no te gustaba nada esto.

El italiano te observó con cara de pocos amigos.

Diste tu opinión, añadiendo que tu consejo va de parte profesional. Que Martín te necesitaba, y que no era el único. Que ella incluso podía ayudarlos a ellos si tenían problemas (y se notaba que sí) pero que no trataran de perjudicar la enseñanza de un alumno.

Antonio sonrió ampliamente, Lovino te miró con rabia.

-Martín, niño de mío caro –dijo con una extraña dulzura –metes la pata otra vez y colgaré tu cabeza en lo alto de mi castillo en Nápoles. ¿Me entendiste?

−Sí –Martín era la viva imagen de un cachorro regañado.

−Antes de que te vayas, Lovi...

−No me llames así.

−...yo ya terminé de trabajar, ahora cierro el colegio, ¿Te parece si...?

−No. No iré a ningún lado contigo, bastardo.

El italiano se dio media vuelta y desapareció por la esquina del pasillo.

−Gracias –susurró el español, mirándote –es difícil de manejar.

− ¿Quién es? –Preguntaste.

−Es mi tío Lovino –Dijo Martín, con la vista perdida todavía en el pasillo.

−Es quien mantiene este colegio. O cualquier lugar en donde esté Martín, ya que es el esposo de la prima de su madre.

−Eran como hermanas –Sonrió el argentino con tristeza –La tía Catalina tenía un carácter parecido al de Lovino, pero ella conmigo era un ángel. Mamá y la Tía Cata no eran primas, eran mejores amigas, casi hermanas...

−Exacto. ¡Ay! Catalina era una mujer bella, pero nada comparada con mí querido Lovi... –Suspiró Antonio como una colegiala enamorada.

−Toño, él te odia –Sentenció Martín sin un ápice de compasión.

− ¿Qué necesidad tienes de ser tan cruel?

− ¿Y él mantiene la escuela? –Interrumpes con curiosidad, aunque bien hubieras querido decir "lo amas, ¿No? ¡Yaoi!".

−Sí.

−Es un mafioso –te cuenta Martín y sus ojos brillan como dos esmeraldas oscuras.

−No lo es, Martín. Lovi es...

−Es un mafioso –repitió.

− ¡Que no!

−Que sí. ¿De dónde saca tanta plata, entonces?

−Él era un diputado del sur de Italia, lo sabés.

−Ricardo, ¿Dónde está la pasta? –El rubio puso cara de corrupto.

− ¿Un mafioso? ¿O diputado? –Dices, confundida.

−Ambos –Musitó Antonio. -¡Pero ya no hace nada!

−Sabés que sigue en la mafia, tío.

−No...

−Sí.

−No. La dejó cuando casi matan a Feli.

− ¿Quién es Feli? –Casi te daba cosa meterte en esta clase de conversación, pero sabes que los dos son gente de confianza.

−Es mi otro tío ¡Estoy lleno de ellos! –ríe Martín.

−Feliciano es el hermano de Lovino.

−Ah...

Preguntas por el parentesco en común entre Martín y Antonio.

-Antonio... bueno, no es mi tío... es el mejor amigo de mi viejo y uno de los que me crió. Además él dice que algún día se va a casar con el tío Lovino y va a ser oficialmente mi tío...

− ¡Callate, chaval! ¡Esas cosas no se dicen en público!

Te ríes, diciendo que está ben, que no dirás nada.

El argentino ofrece acompañarte hasta el tren. Antonio se suma, hablando de algo que no entiendes bien: supuestamente le debe algo al padre de Martín y por eso debe ir con él.

El viaje en tren es divertido, especialmente porque Sebastián y Daniel se han quedado a esperar a su amigo. Los cuatro son muy graciosos y aunque te sientes un poco inhibida al principio, luego se te olvida y te sumas a las risas.


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