Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

La psicóloga (Reader!Psicóloga - ArgChi) por PokeStand

[Reviews - 30]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Martín irrumpió en la dirección con aire furioso.
 
Antonio lo observó con mala cara.
 
−No seas egoísta, no es solo tuya.
 
− ¿Eh? –La perplejidad que se asomó en su rostro fue bastante confusa.
 
-No eres el único que necesita atención psicológica.
 
Los observaste y le explicas a Martín que estás ocupada con una sesión con el director, que están hablando cosas importantes y le pides cortésmente que se retire.
 
El rubio negó con la cabeza.
 
− ¿Viste a Manuel?
 
− ¿Ah? ¿A él lo buscabas? –Preguntaste.
 
− Sí. El flor de pelotudo desapareció y necesito hablar con él. –Chasqueó la lengua, molesto.
 
No terminas de formular la frase "no, no lo vi" que ya volvió a salir por la puerta.
 
−Che, Tincho...
 
−No me jodas.
 
Sebastián frunció el ceño ante la respuesta.
 
−Necesito hablarte sobre un tema delicado.
 
−Ya lo sé.
 
− ¿Qué sabés? –Enarcó una ceja, preocupado.
 
−Ya sé, ya sé. No hace falta que me hagas un dibujito de cómo te estás acostando con Daniel.
 
− ¿Qué? –Las mejillas rojas del menor fueron tanto por vergüenza como de enojo. –No seas boludo, yo ni siquiera...
 
−Se besaron.
 
− ¿N-nos viste?
 
− ¡Y yo como pelotudo corriendo de acá para allá para buscarlo! ¡Ni siquiera sos capaz de mandarme un puto mensaje de "no pases por la plaza, lo encontré y estamos haciendo cositas que no querés ver".
 
−Si yo te hubiera puesto eso, lo más seguro es que hubieras venido a ver, por curioso de mierda que sos –respondió el de anteojos, de mal humor.
 
−No sé ni me importa. No necesito saber qué cosas hacen.
 
−No entiendo... –Susurró el uruguayo.
 
− ¿No entendés que no quiera ver como mis amigos cogen? Eso sí es raro. –Dijo con sarcasmo.
 
−No estábamos... –Sebastián suspiró, hartándose. − ¿Después de que lo rechazás sentís celos? ¿No te parece un poco injusto?
 
Martín forzó una risa irónica.
 
−Pedazo de pelotudo que sos. No son celos, ¡Es simplemente que no quiero verlos juntos! ¡Es egoísta, sí, pero es raro, mierda!
 
Ninguno de los dos siguió hablando, asique Martín se marchó del aula dando un portazo.
 
Como todavía las clases no habían comenzado, se sentó en el techo a ver si venia el chileno por algún lado. Pero no.
 
Al final, decidió ir a su casa. Agradeció mentalmente haber conseguido su dirección previamente, sino estaría en un verdadero aprieto.
 
−Tincho –Lo distrajo una voz ni bien salió por la puerta del colegio.
 
− ¿D-Dani?
 
−Hola. –El chico titubeó − ¿Hablaste con Sebas?
 
−Si con hablar te referís a putearnos un rato, entonces sí. Che, Dani, no quiero saber. Solo quiero irme.
 
−No, no te vayas –lo detuvo el castaño, tomándolo del brazo. –Lo siento. Sabés que todavía te amo un montón –su voz era temblorosa, pero como había bajado la vista no podía ver si era a causa de la vergüenza o que parecía que estaba a punto de llorar. –pero... Sebas me quiere mucho y él...
 
−Ya lo sé. Bueno, no, pero dije que no quiero saberlo. Si están juntos, está bien, solo que es raro, pero... Ah, Dani... –Lo tomó del rostro para verlo a los ojos –No estés mal por mi culpa.
 
Martín hizo un amague de irse, mas, fue detenido nuevamente.
 
− ¿A dónde vas? Volvé a clases. –La voz de Daniel había cambiado, era suave pero de alguna forma, perspicaz.
 
−No... No te importa.
 
− ¿Me estás ocultando algo? ¿A mí? –El tono herido que usó casi le rompió el alma.
 
−No, Dani, nada que ver –Trató de asegurarle pero ya era tarde.
 
−Dejá, andá, parece que ahora tenés secretos.
 
Eso le dolió y le hizo frente.
 
−Voy a ver a Manuel.
 
− ¿Él te gusta? –Aventuró − ¿Falta un día de clases y decides ir a confesarte? –Inquirió y Martín se sorprendió de la madurez de su actitud. No se veía enojado.
 
−No... Sé. No estoy seguro. No sé. Por eso mismo voy a decirle que dejamos de ser amigos.
 
− ¿Qué? –El paraguayo lo miró extrañado − ¿Crees que te gusta alguien y por eso vas a romper contacto con él?
 
− ¿Sí...?
 
−Eh... así no funciona el amor, Tincho.
 
−Así funciona en mi vida. No quiero enamorarme, y mucho menos de alguien como él. ¿Creíste que me confesaría? No. Creo que lo odio más de lo que lo amo. Si es que lo amo. Pero sí lo odio. Agh, ya me dieron ganas de no ir, pero debo.
 
−Cuando me rechazaste dijiste que te gustaba alguien, ¿Hablabas de Manuel o de otra persona? ¿O era una simple escusa?
 
−No estoy seguro. Creo que de Manuel, pero no pensaba en él exactamente, no sé. Estoy confundido y quiero cortar con esta mierda. –Le explicó.
 
−Bueno... solo que no me parece una buena idea. Pero al mismo tiempo... me alegro.
 
− ¿Celos? –Preguntó Martín sin malicia.
 
−Supongo. −Daniel se sonrojó y dio media vuelta. –Voy a llegar tarde, nos vemos después.
 
−También siento celos –Confesó. –Sebas tiene la suerte que yo no tengo. Creo que debí aceptar mi oportunidad cuando te me confesaste.
 
El menor se quedó helado y se volteó lentamente hacia Martín, pero este ya estaba caminando a lo lejos.
 
La panadería tenía un aroma exquisito que hacia volar sus recuerdos. Sintió nostalgia al recordar que su padre le daba $20 para comprar facturas y pancitos a la vuelta de su casa y Martín iba de la mano con Sebastián como "el hermano mayor responsable". No tenían más de diez años.
 
El rico olor que lo envolvió al entrar a la tiendita le produjo ese sentimiento de añoranza por los viejos tiempos. Además de que lo envolvía el aire dulce que produce cosquillitas en el estómago, el cual después se convierte en hambre.
 
Se distrajo mirando a la panadera. Definitivamente era la madre de Manuel. Su cara concentrada en la tarea de acomodar aquellos panes era como la del chileno al prestar atención en clase. Y los mismos ojos. Esos ojos...
 
−Oh, un cliente. –Dijo ella en tono bajo pero feliz− ¿Qué necesita?
 
−En realidad venía por Manuel...
 
− ¿Un... amigo?
 
−Sí, sí.
 
−Me temo que está enfermo. –Le respondió ella, cabizbaja.
 
−No importa, de paso veo como está y lo animo–Propuso el argentino con su mejor cara de convencimiento.
 
La mujer suspiró. Se veía cansada, triste. El rubio se preguntó cuales y cuantos problemas tendría.
 
−Primera puerta a la derecha. –La chilena le señaló un pasillito detrás de la tienda, el cual daba a una acogedora casa en la parte trasera.
 
Martín entró a la habitación de Manuel, la cual constaba solo de una cama y cosas desordenadas, no por descuido como en su casa, sino que parecía más extraño. Es como si no supieran que hacer con los muebles y por eso los dejaran ahí, ocupando espacio demás del que debería.
 
Pero eso es lo que vio a primera impresión. Luego, solo veía a Manuel con cara de estarse muriendo.
 
Se acercó a la cama rápidamente. El castaño dormía respirando pesadamente por la boca, las mejillas rojas y las ojeras debajo de los ojos.
 
Martín apoyó su mano en la frente del chico. No necesitaba un termómetro para darse cuenta que Manuel volaba de fiebre.
 
−La puta madre... –Masculló para sí.
 
− ¿Mamá?
 
−No, Martín. ¿Tu vieja no se ocupa de vos? –Preguntó extrañado.
 
− ¿Qué haci aquí weón...? E-es solo un resfriado poh no te preocup...
 
− ¿Un resfriado? Estás volando de fiebre, si no tomás los remedios ahora te va a empezar afectar, boludo. Te puede hacer malo en serio.
 
−Mi mamá está trabajando pa' reunir el dinero, ¿Sí? Te digo que no te preocupes. –Le dijo, mas después se puso a toser y Martín se dirigió a la puerta.
 
−Yo te compro los remedios.
 
−N-no, weón, mi...
 
−No importa, es un regalo –Le aseguró y se fue.
 
Manuel masculló groserías por lo bajo. Odiaba que alguien que no fuera su madre se tomara las molestias de preocuparse por él. Sin embargo, eso de alguna forma lo hizo sentir mejor, y esta vez se durmió más rápido que antes, soñando algo que no pudo recordar después.
 
Cuando se despertó, oía ruidos provenientes de la cocina. Se reincorporó un poco, hasta quedar más o menos sentado, aunque le costaba. Le dolía mucho la cabeza y tenía la nariz tapada, y no importa cuántas veces que sonara la nariz, siempre era inútil. ¿Quién lo mandó aquel día a escaparse del colegio en pleno frio invernal y sin abrigo? Eso fue demasiado estúpido. Ahora lo lamenta.
 
− ¿Martín? ¿O mamá?
 
Martín fue hacia él con una cajita. La abrió y midió la cantidad de remedio que debía darle al chileno, mientras éste no entendía mucho. Rara vez se enfermaba. Rara vez lo cuidaban.
 
Le entregó el líquido color naranja, animándolo a tomarlo. El chileno hizo caso, y después de eso, Martín volvió a desaparecer. Al rato volvió con un plato de sopa humeante y calentita.
 
−No, weón...
 
− ¿No qué?
 
− ¿Por qué te tomas tantas molestias? –Cuestionó.
 
−Estás hecho mierda, tomate la sopa y dejá de joder.
 
Para sorpresa del argentino, el menor lo obedeció sin chistar, bebiendo la sopa instantánea que le había comprado a último momento. Cuando terminó, le devolvió el plato y Martín lo dejó a un lado.
 
El argentino no pudo evitar acariciarle el pelo dulcemente, sentándose a su lado mientras lo cuidaba.
 
−Dormite...
 
−No tengo sueño. –Se quejó el chileno en un susurro.
 
−Entonces contame algo.
 
− ¿Qué queri que te cuente?
 
−Ehh... no sé.
 
La mirada del argentino dio vueltas por la habitación, percatándose de un detalle. La plancha para la ropa y prendas prolijamente dobladas en una pilita.
 
− ¿Sabés planchar? –Inquirió extrañado.
 
−No...
 
− ¿Tu vieja te plancha la ropa? ¿Y te la dobla? –Preguntó, incrédulo.
 
−Sí, no te burles. –Masculló.
 
−No me estoy burlando, todo lo contrario. Me dan envidia.
 
− ¿Q-qué?
 
Manuel abrió los ojos, mirándolo con evidente confusión. No entendía que podía envidiar de alguien tan humilde como él. Nada. Nada era envidiable. Nada era envidiable porque, justamente, no tenía nada. ¿Y entonces...?
 
−Bueno, es que... no sé, extraño a mi mamá de vez en cuando. Aunque ella viva tampoco me planchaba la ropa. –Se encogió de hombros.
 
− ¿Y quién hace las cosas del hogar? –Preguntó algo enternecido por la expresión de niño que ponía Martín.
 
−Nadie. A veces Sebas. Él me plancha la ropa. –Explicó, sonriendo con cariño –Sebastián es mi hermano, mi mamá, mi mejor amigo... –Suspiró, recordándolo con cariño. Se acordó también de que estaban medios peleados, asique supo que tenía que disculparse cuanto antes.
 
−Ah... –Respondió Manuel. –Lo más cercano que tengo a un hermano eris tú –se le escapó.
 
− ¿Posta? –Martín no sabía qué sentir al respecto.
 
−Sí... creo... es raro –murmuró, avergonzándose. Quizá la fiebre lo hacía decir cosas raras.
 
No se dijo nada más. Manuel se quedó dormido y Martín solo pensaba en idioteces. Empezaba a pensar lo trágico que sería enamorarse de Manuel, mas no quería llenarse la cabeza de eso, por lo que solo se recostó a su lado a dormir con él, quedándose por si necesitaba algo.
 
Cuando no pudo dormir más, solo se quedó mirando la nada, sacándose los zapatos y metiéndose en la cama con el chileno porque realmente hacia frio. Antes de eso, le fue a buscar paños con agua fría para ver si con eso le bajaba la fiebre.
 
Parece que sí.
 
Sintió lo horrible de esa habitación unas horas después. No tenía ventana. Era realmente atrapante, sofocante. Agradeció que al menos así, la habitación era más cálida. Aunque en verano debe un infierno sin un aire acondicionado. Y dudó mucho que pudieran pagar tal aparato.
 
Su hilo de pensamientos se vio roto cuando sintió los brazos de Manuel rodeándolo en un abrazo. Estaba dormido. Y probablemente alucinando. Martín deshizo el abrazo y se acostó mejor, a su lado, dejando los paños mojados para otro momento.
 
Le siguió acariciando el pelo, suave y castaño, intentando conciliar el sueño.
 
Manuel se acurrucó a su lado, casi pegándose a su cuerpo calentito. No estaba seguro de que eso le hiciera mejor, pero decidió ignorar ese pensamiento y abrazarlo, para quedarse dormido con el chileno entre sus brazos.

Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).