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La psicóloga (Reader!Psicóloga - ArgChi) por PokeStand

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Manuel se sentó a desayunar con aire de pesadez. Casi se podía palpar en el aire su angustia.

 r13; ¿Manuel? Si no te sentís bien, no vayas al colegio... r13;Le dijo su madre.

 r13; No... Yo me siento bien, es solo que me duele la cabeza y tengo sueño.  r13;Le respondió.

 r13; Por eso mismo digo, si no te...

 r13; Me siento bien. Bien.  r13;Afirmó Manuel con mal humor.

Ni siquiera terminó de tomar su té que ya se estaba yendo. Prefería irse temprano, no importa que llegara antes de que abrieran el colegio.

Solo quería... llegar.

Alejarse de su casa y de los acontecimientos pasados en ella.

Porque aun sentía a esa persona cuidándole en sus delirios y peleándole en su gloria.

Apuró el paso, dispuesto a llegar temprano y así pedirle a alguien que lo pusiera al día de la tarea. Aunque sabía que no querría hablarle a nadie que no conociera, el hecho de tener un objetivo prioritario lo impulsaba a ir con ganas.

Sin embargo, no llegó al colegio.

En la esquina, con los que se había peleado la última vez, lo miraron con desprecio.

Dos de ellos fumaban, el otro solo miraba amenazante a la gente que pasaba.

Como a él.

 r13; Hey... Gonzales, ¿No? ¿Todavía por estos lugares?

 r13; Uh...

 r13; Creí que con la paliza que te habíamos dado ibas a aprender a no estar presente en el mismo espacio que nosotros.

 r13; Estoy yendo al colegio poh asique no me molesten.

 r13; Jaja...

Su camino fue cortado por uno de los que fumaba. Tiró el cigarrillo al suelo, pisándolo. Manuel vio en sus ojos la sed de lucha, de destrucción y violencia porque sí.

Retrocedió, dispuesto a no meterse en una pelea esta vez. Intentaba mantener un buen perfil bajo, no quería cagarlo ahora por culpa de esos tipos.

Retrocedió y su espalda chocó con el pecho de otro, alguien que se había puesto detrás de él. Lo rodeaban.

Mierda.

Su corazón empezó a latir con fuerza. Sintió como le tomaban la mochila desde atrás, quitándosela. Eso era lo de menos, irrelevante, sin importancia, lamentable y oh mierda su libro estaba allí. El que escribía y en el cual ponía completo empeño estaba ahí.

Se dio la vuelta dispuesto a romperle la cara cuando sintió una mano en su muñeca, deteniéndolo. Se estremeció al sentir el tacto frío del desconocido. Volteó la cabeza lentamente, intentando negar que lo que cosquilleaba en su interior era como un escalofrío de miedo. Pánico.

Tragó saliva, esperando algún golpe. Veía en los tres pares de ojos que ellos esperaban lo mismo, asique dejaron de esperar.

Pero algo los interrumpió.

 r13; No hay clases por paro de docentes. Deberían irse cada uno a su casa y dejar de joder.

Bendita sea la voz de Martín. Manuel jamás había estado más feliz de oírla.

 r13; Vamos a volver después de terminar este asunto, Hernández...  r13;Le gruñó uno.

 r13; Metete en tus asuntos.  r13;Le refunfuñó otro.

 r13; Okay, okay. Entonces, ¿Qué tal si los cago a trompadas y después me hacen caso?

 r13; ¿Vos, boludo? ¿Martín Hernández enfrentándose contra tres? Pfff... r13;Uno comenzó a reírse.

Manuel sintió como lo soltaban y se dirigían a Martín. Aun tenían su mochila. El chileno comenzó a desesperarse, no quería bajo ninguna circunstancia que le hicieran daño al rubio. Ya no estaba feliz de que hubiera venido, ya no, ya no...

 r13; Señores, ¿Qué está pasando acá?

Un hombre uniformado de un color naranja chillón los miraba amenazantes. Tenía un uniforme que parecía extraño para un policía, mas aun así lo era. Manuel suspiró, sintiéndose aliviado. Vio fugazmente como Martín le guiñaba el ojo al hombre y éste correspondía con una sonrisa.

 r13; Espero que no sea una pelea.

 r13; No.  r13;Respondió uno de los chicos r13;Para nada.

 r13; Bueno, bueno. Despejen la zona. Los quiero quilombos.

Los tres brabucones hicieron una rabieta en silencio, cada uno a su manera. Los que fumaban apagaron sus cigarrillos y el otro chasqueó la lengua, maldiciendo. Pero se fueron yendo, al igual que el policía.

 r13; ¿Estás bien?  r13;Preguntó Martín, agarrándolo de los hombros.

 r13; Sí...

 r13; ¿Seguro?

 r13; ¡Ay, no! ¡Mi mochila!

 r13; Venimos a devolvértela, pelotudo.  r13;Dijo uno de los chicos, prendiendo otro cigarrillo.

Mierda.

Solo había pasado un segundo.

El policía no estaba más.

Y ellos habían vuelto.

Y ahora... eran cuatro.

Uno tenía un palo.

El argentino pegó la espalda con la del otro, ambos viéndose rodeados nuevamente.

 r13; ¿En serio creíste que podías hacer pasar al del tráfico por un policía de verdad? Aunque buena jugada, Hernández.

 r13; Morite, pedazo de mierda.

Sonrieron. Pero estaban enojados. No habían obtenido lo que querían.

Martín se pudrió. Estaba harto de mirarlos y aguantarse, intercambiando frases idiotas. Avanzó dos pasos y golpeó al idiota que traía el palo, haciendo que se cayera de culo por el impacto, además de que no lo había previsto. Pisó el palo para evitar que el tarado que quedó medio atontado por la piña lo usara.

 r13; No me hagan pelear, ¿Dale? Devuélvanle la mochila y punto.

 r13; No me hagas reír, rubio.

 r13; Chupame ésta a ver cuánto te reís...

El que fumaba, quien tenía la mochila de Manuel, parece haber llegado a su límite paciencia. Palpó en su bolsillo, sacando el encendedor. Lo prendió e hizo un ademán de prender fuego la pertenencia de Manuel, por lo Martín decidió actuar rápido. Lo agarró de la remera mientras sentía que le impedían el avance, agarrándolo del brazo.

El chileno entró en crisis, pero hubo algo que lo sacó de su estupor.

Martín necesita ayuda.

De atrás, dirigió una patada a la entrepierna del que sostenía a Martín, dejándolo en el suelo agonizante de dolor. El que quedaba, le asestó un golpe en la cara, haciendo que perdiera el equilibro, dando unos pasos hacia atrás. Se agarró la nariz e hizo un esfuerzo para que las lágrimas no se le escaparan. Ugh, dolía y ardía, y comenzó a pensar en que podía empezar a sangrarle.

El grito que pegó Martín le hizo olvidar cualquier dolor, ya que con aquel sonido había expresado más sufrimiento del que había podido albergar.

Se giró a verlo justo a tiempo, para ver como el imbécil que fumaba le estaba quemando el brazo, mas apenas alcanzó a verlo porque al segundo, Martín le había pegado un cabezazo que lo dejó inconsciente.

El argentino siseó y se apretó el brazo con fuerza.

Faltaban dos tipos.

El que nunca habían vencido y el que se levantó del suelo con el palo.

Manuel no lo pensó, simplemente tomó su mochila y arrastró a Martín hacia el primer taxi que pasara, aunque tuvo que correrlo y decirle a gritos que parara, y luego decirle en el mismo tono alterado que arrancara. El conductor obedeció, mas insistió en que le dijeran a donde se suponía que debía conducir.

Martín le dio su dirección y Manuel los ignoró.

 r13; Dejame ver.  r13;Le ordenó, pero Martín negó con la cabeza. r13; Mierda, ¡hazme caso! Deja de ser tan weón y dejame ver.

 r13; No.

Y esa fue toda la conversación. Manuel quiso seguir insistiendo, pero Martín parecía enojado. Miró por la ventana durante todo el recorrido con aire ausente.

Al llegar a la residencia Hernández, pagó Martín y entró casi cerrándole la puerta al otro en la cara. Éste se coló en la casa y lo siguió hasta el baño. El argentino sacó una cajita y se desinfectó el brazo con alcohol, soltando algunos quejidos de dolor.

Manuel le daba vueltas alrededor, diciéndole que era un idiota y que debía ir al hospital, que él lo acompañaría o que como mínimo lo dejara ayudarle.

Martín lo ignoraba.

Cuando terminó de vendarse el brazo herido, la gasa se tiñó de rojo. No sangraba porque había sido solo una quemadura, nada grave, pero eso no quitaba el hecho de que padeciera las punzadas de quemazón.

 r13; Martín conchesumare si no me respondí ahora y no...

 r13; Dejame en paz. Andate.

 r13; ¡Martín! ¡No me voy a ir!  r13;Le gritó, colérico por la forma en que negaba su ayuda.

El mayor lo miró con expresión dura. Sus cejas estaban fruncidas y su boca parecía enojada también. Y Manuel se dio cuenta que estaba luchando por no llorar.

Bajó la vista y suspiró. Se dio cuenta que no había estado siendo una ayuda para nada, y sintió lo peor que podía tener como peso en su alma, ese sentimiento que siempre le había dado un malestar enorme y había sido la carga más grande de su vida.

Manuel, eres un maldito estorbo.

Eso fue lo que sintió.

 r13; Lo siento. Por... causarte problemas. No te volvai a meter, la próxima deja que me la arregle solo y ya, ¿Sí? Pero tú no te metas más en mis asuntos, no quiero que te lastimen más.  r13;Murmuró suave, con un tono extrañamente delicado.

La respuesta lo desconcertó.

 r13; ¿Vos sos mogólico? ¿¿Cómo te voy a dejar así?? ¿¿Qué luches contras tres, no, cuatro hijos de puta vos solo?? ¿¿Y si se les iba la mano y te mandaban directo al hospital?? ¿¿¿O peor???

Manuel se quedó perplejo. Eso no se lo esperaba para nada.

 r13; Yo... eh... o siento, weón.  r13;Es todo lo que se le ocurrió decir.

 r13; Pelotudo, que se te ocurra meterte otra vez en algo así y encima reprocharme por defenderte.

Martín hablaba serio. Preocupadísimo. Abrazó al chileno con su brazo sano, descansando su cabeza sobre el hombro del menor.

 r13; Es solo que... no quiero que te pase nada malo por mi culpa, pero tu vai y dejas a dos noqueados en un segundo...  r13;No pudo evitar la admiración en su tono de voz. r13; Y yo no quería pelear, pero ellos tenían mi mochila y...

 r13; Ya sé. Solo... dejá de hablar del tema.  r13;Sugirió Martín y a Manuel le pareció perfecto.

Se quedaron en silencio.

Manuel reflexionó un rato mientras que su amigo parecía estarse quedando dormido. Pensó en lo agradecido que se sentía y en la vergüenza que le daba decirlo. En su vida la única persona que lo había defendido con su vida había sido su madre y por eso la amaba con el alma. La calidez en su pecho empezó a no ser solo por el hecho de que Martín se presionaba contra él, sino también porque empezaba a sentir ciertas cosas por el otro.

No, esperen.

Manuel no quiere esos sentimientos.

Uh, pero es demasiado tarde.

Ya están allí.

El chileno suspiró con pesar y le acarició el cabello al rubio, como si con ello le transmitiera lo agradecido que se sentía, cuanto lo adoraba en este momento... Su cabello era suave, agradable. Se relajó un poco al enredar sus dedos con las finas hebras color doradas al sol, todavía vagando entre sus emociones, intentando descifrarlas con claridad.

 r13; Che... estoy hecho mierda. Me voy a dormir, si querés quedate sino andate.

 r13; Me quedo.  r13; Respondió inmediatamente r13; Me... me siento culpable por lo que pasó.

 r13; Y sí, es tu culpa.

 r13; ¡Hey!

 r13; ¿Qué? ¿Se suponía que tenía que decir “no es tu culpa, fui yo quien me metió en la pelea y fue decisión mía”? nah. No es cierto. Vos me obligaste a entrar a esa pelea.

 r13; ¡No lo hice!

 r13; Sí.

 r13; ¿Cuándo dije yo “¡auxilio, Martín weón ayúdame poh que van a matarme!”?  r13; Le contestó, sintiéndose peor por lo que decía. No obstante, vio que Martín sonreía.

 r13; Nunca, pero te llega a pasar algo y yo me muero.

Manuel pestañeó, sin entender bien a lo que se estaba refiriendo. El otro solo salió del baño y se acostó en su cama, esperando a que el castaño lo siguiera.

El chileno se acostó en la cama con el argentino, observó fijo. El aludido le correspondió la mirada, serio. Al final, el menor rehuyó sus ojos verdes, poniéndose nervioso, teniendo constancia por primera vez de lo que estaba pasando entre ellos.

Y así y todo, todavía se sentía en deuda con él... mas la culpa se hizo insoportable cuando vio de reojo como las lágrimas se deslizaban por las mejillas del rubio.

 r13; ¿Martín?  r13;Preguntó, sintiendo como se le apretaba el corazón.

 r13; Mgh...

 r13; ¿Te duele mucho?

 r13; No.

Manuel supo enseguida que era una vil mentira.

Martín se refregó los ojos y ladeó la cabeza para que el otro no lo viera. Se mordía el labio con fuerza y apretaba los puños.

El chileno iba a decir algo pero pedir perdón constantemente no iba a servir para calmar el malestar del argentino, y no es como si fuera una persona que viviera diciendo que lo siente. Se quedó allí, a su lado. Haciéndole compañía. Le acarició el pelo de nuevo, triste. Se preguntaba por qué era tan idiota. Se dio cuenta que no era su culpa ser desgraciado y que los demás lo odiaran, mas se sentía culpable y se permitió echarse la misma culpa.

Sus dedos viajaron del cabello a la cara, la cual Martín dejó de evitar que el otro viera. Le tocó las mejillas, los labios y la nariz. Recordó que a él quizá le había sangrado la nariz, por lo que se tocó y se dio cuenta que no era cierto y que ni siquiera le dolía.

Volvió al cabello del rubio mientras éste suspiraba y se acurrucaba, tranquilo como jamás lo hubiera imaginado.

Se quedó hasta que Martín se quedó dormido.

Luego, se levantó despacio, dispuesto a salir de la casa.

Sentía que todo lo ocurrido aun le hacía mal, mas intentó ocultarlo para fingir en su casa una sonrisa y no agobiar a su madre.

En la puerta de la casa, se encontró con Sebastián. Él puso mala cara.

 r13; ¿Qué hacés acá?

 r13; ¿Qué te importa? r13;Respondió algo sensible, malhumorado.

 r13; Es mi casa.

 r13; Martín está herido, aunque no es nada grave.

 r13; Yo tenía un mal presentimiento respecto a vos... te voy a decir algo. Aléjate de mi hermano. Le das muchos más problemas de los que ya tiene.

Probablemente nadie le hubiera creído si contara que Sebastián Artigas le hablaba con tono amenazante. En serio, hoy era un día de locos.

 r13; Oye, yo no...

El rubio lo interrumpió y entró por la puerta, empujándolo hacia afuera y cerrando la puerta con llave.

Mierda.

Este día no podía haber ser peor.


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