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La psicóloga (Reader!Psicóloga - ArgChi) por PokeStand

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Te cruzas con Martín y Sebastián en el tren. Los viste de lejos y te acercaste, mas parece que hoy no será un buen día.

Martín está enojado porque su padre se enteró que le pusieron otra amonestación más, ya van dos y recién es mitad de año. Lo castigó, dejándolo sin la fiesta que tenía súper planeada para el fin de semana.

−...osea, no es un gran problema que me castigue, yo me rajo igual de casa, realmente no preocupa, el tema es que está pronosticado lluvia para hoy, mañana y pasado, y pasado es la fiesta y, y, osea que si llueve voy a volver mojado y el viejo se va a dar cuenta... –decía Martín, nervioso.

−Llevá el piloto y listo, boludo –ofreció Sebastián.

−El piloto ese es una garcha, no sirve para nada –se quejó el rubio.

− ¿Paraguas?

−Tormenta, Sebas, ¡Tormenta! Me mojo igual.

− ¿Taxi? –dices tú.

Martín lo considera.

−Esa idea me gusta más, pero si pago el taxi no me va a quedar mucho para los tragos...

−En auto... –medita Sebastián –no te preocupés, le pido a un amigo el auto y vamos, ¿Dale?

−Me gusta, me gusta –sonríe finalmente el argentino.

La charla se vuelve monótona hasta llegar al colegio. Los tres se sientan, Daniel ya estaba desde hace rato por una razón que te perdiste por estar comprando en el kiosco. Cambias de idea, le dices a Martín que en realidad prefieres hacer una sesión a solas con él y Manuel, en el aula que esté desocupada.

Asiente, feliz de saltarse de clases con justificación. Buscan a Manuel y te los llevas al aula 16. Hoy está ocupada pero Martín señala el aula 15, que está vacía.

-¿Qué hacemos hoy? –inquiere Martín.

-Hacemos psiquiatría porque tenemos un problema, no por diversión, weón –le dijo Manuel, con expresión seria mientras se sentaba en una silla.

El argentino, naturalmente, se sentó en el escritorio. Tenía los mismos jeans rotos que ayer ¿Por qué? Pero hoy tenía diferente remera, la de hoy decía Avenged Sevenfold. También tenía los auriculares prendidos descansando en el cuello y la misma campera oscura de jean del día de ayer.

Manuel estaba vestido muy diferente al día anterior. Tenía el pelo más despeinado, ojeras debajo de los ojos y cara de sueño, como si aun tuviera una almohada pegada a la cabeza. Vestía con una polera roja simple, y una camperita negra. Los pantalones que llevaba eran negros también, pero más oscuros que la campera, o esa era la impresión que daba el hecho de que los dos negros eran de diferentes materiales. Otra vez tenía la capucha puesta.

-¿Te quedaste dormido? –le preguntas a Manuel.

-Sí –se encoge de hombros, quitándole importancia.

Preguntas si sufre de insomnio o algo por el estilo. Él vuelve a darte una respuesta positiva.

-Bueno, lo que haremos hoy parece sencillo, pero no lo es.

Les pides que se saquen las camperas. Martín se queja, alegando que hace frio. Manuel le pasa su abrigo con mala cara, por lo que el rubio termina haciendo lo mismo.

Le das la campera de Martín a Manuel y viceversa.

Los dos te miran confundidos.

-Quiero que cada uno actúe como el otro el día de hoy. Ése es el ejercicio.

Manuel le da vueltas a la campera de Martín, quien no se queja y se pone inmediatamente el abrigo del chileno.

-Me queda medio chico –dice Martín, revisando los bolsillos.

-Mi celular –pide el castaño, recordando que estaba ahí.

El argentino lo inspecciona así nomás antes de devolvérselo. Manuel se levanta y recoge su celular, sentándose de vuelta en su asiento. Todavía dudoso, se pone la campera de jean de Martín, que le queda grande.

−Y falta algo –dices con tono de queja.

− ¿Qué? –Martín se inclina.

− ¿Ahora qué? –Manuel rueda los ojos.

Les indicas que cambien lugares. Los chicos se miran y luego obedecen. Manuel se sienta en el escritorio con las piernas colgando, quedando suspendidas en el aire por inercia. Parece que le molesta, por lo que se sienta tipo indiecito.

El rubio se tira en la silla medio despatarrado, aun inspeccionando la camperita del menor.

-Bien –felicitas, satisfecha. -¿Quieren volver a clases? ¿O...?

-¡No, a clases no! –rogó Martín.

Lo corriges, diciendo que ahora es Manuel. Él frunce el ceño.

− ¡Pero si ni lo conozco!

Le dices pacientemente que lo intente.

−Está bien –suspira. –Entonces dale, volvamos a clases que me encanta estudiar –dijo con sarcasmo.

−No, weón, no, mejor prendamos fuego el baño de mujeres a ver si se les quema la ropa y salen desnudas –gruñó Manuel.

Martín rió, enderezándose un poco.

−Tenés que admitir que pudo haber funcionado, solo que me falló el plan.

Le preguntas sorprendida si lo intentó.

− ¿Qué si lo intenté? Lo logré...

−Suerte que no había nadie en el baño, weón –negó el castaño, desaprobándolo.

− ¿Suerte? Nah...

−Eso pudo ser peligroso –lo retas, pero Martín ni siquiera te estaba escuchando.

−Mejor volvamos a clase, que ya tengo demasiadas faltas –dijo Manuel, tratando de poner cara de Martín. No le salió, pero te causo gracia.

Pero a Martín no.

−Yo no estoy mal con las faltas.

−Ah, solo lo supuse.

− ¿Por qué me porto mal tengo que tener muchas faltas?

−No sé –Manuel se encogió de hombros.

−Bueno, bueno. Vamos –les dices.

Los dos te siguen, y estás algo orgullosa porque el camino es fácil de seguir. Parece que ya te lo aprendiste.

Del aula 5 sale música.

−Ay, no. La profe austríaca. –dice Martín con cara de horror. –Ops. Quise decir, Oh, sí, clases.

Manuel le gruñe.

−Ops. Quise decir... –y a continuación se ríe como idiota.

−Yo no me rio así –se quejó el argentino.

−Y yo no hablo así.

−Chicos, basta –les interrumpes, entrando al aula.

Durante esta hora de clases, los dos se adaptaron.

Martín prestaba atención (o al menos fingía, porque había veces que la profesora se movía y él seguía con la vista clavada en el mismo lugar) y Manuel dibujaba, aunque se notaba que estaba escuchando la clase.

Bueno, podemos llamarle progreso.

En el recreo, todo eso quedó en el olvido.

Martín hablaba animadamente con Sebastián y Daniel, Manuel bebía el contenido de una cajita de jugo.

En un momento dado, el rubio pidió por favor y súper por favor hacer sesiones a solas contigo, porque tenía prueba en la próxima hora y no había estudiado y de veras que no quería seguir con Manuel. Le respondiste que no, pero insistió tanto que al final le dijiste que sí para que no molestara.

Y así terminaron en el aula 15, sentados en el escritorio mientras miraban la ventana y comían alfajores.

Le dices que te cuente de su vida. Cosas que a nadie le cuenta. Algo que nadie sepa o algo así. Agregas que sientes curiosidad de saber qué es un problema para él, una persona tremendamente despreocupada.

−Mmm... Problemas... no sé. Por ahí los amorosos son los que me cagan un poco y me rompen las pelotas, pero creo que no tengo grandes problemas. Supongo... porque los demás dicen lo contrario. Pero no me importa lo que digan los demás.

− ¿Y qué es de tu vida amorosa? –preguntas de pura chismosa.

−Humm... le gusto a Dani, ¿Sabías? –comenta, sorprendiéndote.

− ¿En serio?

−Sip.

Le preguntas que piensa.

−No sé. No me molesta. Dani es bueno, ¡Más qué bueno! Cuando la gente pregunta, Sebas es mi hermano y Dani es primo. Pero en realidad ninguna de las dos cosas es cierta.

− ¿Sebastián no es tu hermano? –preguntas, cada vez confundiéndote más.

−No... Osea sí, pero... es mi medio hermano. Compartimos la madre que se murió, pero tenemos apellidos diferentes. Y Dani no es mi primo. Su papá y mi papá y son amigos de chiquitos. –te explica, terminándose el alfajor.

−Qué lindo. –susurras, te has distraído y por eso tu alfajor está por la mitad.

−Sí... por eso, creo que si Dani me invita un día a salir, yo le diría que sí.

Asientes, afirmando que es gay.

− ¿Qué? No, pará. Soy bi. Me gusta todo lo que tenga un culo –bromea.

−Yo no tengo –te lamentas, siguiéndole el juego.

−Tampoco sos plana, sos hermosa, eh... –ríe amablemente y te sonrojas con disimulo.

−Ejem, volviendo al tema –dices, sonriéndole.

− ¿Qué, ahora hay temario?

Suspiras, ignorándolo. Le preguntas de qué quiere hablar, tratando de sacarle otro dato interesante.

−De nada, supongo... comamos alfajores~

Y así terminaron la hora comiendo ese dulce manjar argentino, mientras charlaban de cosas que realmente no te aportaban nada, aunque aprendías de la personalidad del rubio.

−Bueno, ya tocó el timbre –te pones de pie, sentenciando a tu paciente a las clases.

−Noo –se queja él, entendiendo con claridad lo que significa tu frase –a clases no –lloriquea sin lágrimas, actuando como de novela.

−Sí, a clases.

Medio lo terminas echando, haciéndole prometer que le informará a Manuel que se ven en la próxima hora para otro ejercicio importante. Martín asiente y se marcha, tarareando la canción que suena en sus auriculares.

Pediste un par de perdones por hacerlos faltar a clase a ambos chicos. Antonio te perdonó fácilmente con una sonrisa, diciendo que le parecía bien que te ocuparas así de ellos y que por ello estaba feliz. No obstante, esto era una escuela, por eso tenían que concurrir a clases porque no podía justificar todas faltas.

Asentiste. Sin embargo, todo esto que pudiste resumir en una oración, el español dio mil vueltas para decírtelo, explicándote millones de cosas más sobre el funcionamiento de la escuela, que en realidad pasaste un poco por alto porque no eran ni importantes ni interesantes, ni tampoco te incluían.

Pensabas en tus chicos, ¿Qué estarían haciendo Martín y Manuel? Ojalá no estén peleando...

Las miradas disimuladas de reojo que se lanzaban entre el argentino y el chileno era el único movimiento que había en el aula 15. No había silencio incómodo, sino que cada uno escuchaba lo que había en su reproductor de música, concentrado en la nada. Martín tenía la campera de Manuel en la mano, cuando éste último se la devolvió, el rubio se excusó diciendo que se la había olvidado en el aula.

−Esta chabona... –murmuró Martín, casi en un gruñido.

−Supongo que tendrá una razón para no venir... –contestó Manuel débilmente, su voz, incluso en susurros, se oía fuerte.

− ¿O por ahí este es su ejercicio...?

−No creo.

Nadie siguió hablando.

Martín cantaba sin voz la letra de Inside the fire de Disturbed, moviendo los labios en cada frase, fundiéndose para fusionarse hasta hacerse uno con la canción.

Todo era perfecto, hasta que una voz de fondo lo interrumpió.

−W-weón, hace caleta de frío y me voy a enfermar...

El argentino lo observó, a punto de responderle un sarcástico "mirá vos, que interesante", cuando se dio cuenta que se refería a que él tenía su campera.

−Ah... –soltó cuando entendió.

Le dio su campera de jean, acomodándose los auriculares con aire de "No me molestés".

−No, espera, te vai a resfriar tú y después viene la wea de culpa...

−No, yo no me resfrío –dijo Martín de forma terca e idiota.

Manuel lo miró perplejo, pensando en por qué mierda tenía que compartir la habitación con alguien tan estúpido. Le devolvió el abrigo, poniéndose en el regazo, como si no quisiera saber nada de él.

−En serio, tomá –insistió Martín, apoyando la campera sobre los hombros de Manuel, quien arrugó la nariz y abrió la boca para alegar. –No, callate, si no la tenés puesta yo no me la voy a poner tampoco –insistió el argentino.

El chileno suspiró con resignación, pasando los brazos por la cálida campera nuevamente. Realmente lo protegía del frío, al menos más que lo que él llamaba abrigo, que en realidad no cumplía su función de aislar el invierno.

−Gra...cias.

Martín se encogió de hombros, poniéndose de pie.

−Me pudrí –anunció, dirigiéndose a la salida.

− ¿A 'onde vai?

−Por ahí, a mi otro escondite no tan secreto como el techo –le respondió el rubio antes de salir.

Manuel metió las manos en los bolsillos, las tenía heladas. Escuchó medio tema más, pero se dio cuenta que la psicóloga en realidad no iba a venir, le hubiera pasado algo o no.

Salió en busca de Martín, porque no estaba de humor para meterse en el aula 5 y su quilombo enloquecedor. Así no podía estudiar. Se le quitaban las ganas de aprender. ¿Es que era el único que quería un futuro?

Por los pasillos corría una ventisca helada, como si hubieran roto las ventanas de todos los salones; el vientito del corredor lo hacía estremecerse, encogiéndose en sí mismo, abrazándose los codos mientras apuraba el paso.

¿Dónde podría estar Martín?

Supo la respuesta como si hubiera estado en su cabeza todo el tiempo, con solo pasar frente al baño clausurado que Martín mismo había deshabilitado por prender fuego. De suerte había otro en el segundo piso. Esperen, ¿Suerte? Manuel odiaba subir las escaleras, asique estaba enrabiado con el idiota que comenzó el incendio.

−Rucio weón de mierda –susurró mientras abría la puerta despacio.

Adentro se encontró con el argentino, tal como lo esperaba. Este seguía con la música al palo y sostenía entre sus dedos un cigarrillo.

−Wooaw, encontraste a Wally, felicidades. –Fue su bienvenida.

− ¿Sabes lo irritable que eris cuando hablas sarcásticamente? Sinceramente, no creo que sea lo tuyo. –se burló de él.

El mayor rodó los ojos, inexpresivamente.

− ¿Querés? –Ofreció cuando el castaño se recostó en la pared, a su lado.

− ¿Cigarrillos? No, gracias, no fumo –su tono fue irónico, a pesar de haber criticado antes al rubio por su sarcasmo.

−Ah, cierto, niño ángel estudioso –dijo Martín y luego se llevó el pucho a la boca.

−No soy... eso... –se defendió el chileno. –Causa cáncer, ¿Eso no significa nada para ti? Puedes morir, weón...

−De todas formas voy a morir, todos moriremos algún día... –el tono burlón de Martín sacaba de quicio a Manuel.

−Eris un idiota... –lo insultó Manuel con tono agresivo, para luego agregar –Dame uno.

El rubio sonrió, triunfante. Lamió la punta del cigarrillo que tenía en su boca con disimulo, algo así como una maña nerviosa, mientras observando a Manuel a punto de preguntarle un "¿Estás seguro?" solo para joderlo.

Sin embargo, no lo hizo. Le pasó el que tenía en la boca, y Manuel miró de hito en hito al argentino y a su mano, antes de tomarlo.

Imitó al argento, inhalando por primera vez el humo que tanto había repudiado. Se sentó en el tocador de mármol, donde las mujeres se apoyan sus cosméticos cuando se maquillan. Era práctico para usarlo de asiento.

Martín se sentó junto a él, removiéndose hasta quedar espalda con espalda con Manuel. A éste no le molestó, por lo que el rubio tiró la cabeza atrás, prendiendo otro cigarrillo. Al final, el chileno también recostó su cuerpo con el del mayor, acomodando su cabeza en el hombro del rubio que hacía lo mismo.

Manuel sentía un algo raro en el pecho, quizá era un poco su paranoia con las cosas que contaban sobre el cáncer que causa fumar, e incluso tenía algo de ganas de toser. Le molestaba el sabor, mas pronto descubrió que no le desagradaba.

La situación no duró mucho, solo se mantuvo lo que tardó el medio cigarrillo de Manuel en extinguirse. El castaño lo arrugó contra el frío mármol, reincorporándose despacio para que el otro no se cayera, pero sin avisarle nada.

Martín también se puso de pie mientras Manuel tiraba el arrugado y acabado palillo cancerígeno, pensando en cuantas personas había en el mundo que eran cancerígenas, enfermas que contagian y matan a otras personas. Muchos. También se dio cuenta, de forma poética, de que había más cigarrillos en las vías del tren que personas felices en el mundo. Qué vida más triste.

El argentino ni se molestó en tirar la basura al tacho. Lo dejó caer al suelo, pisándolo, para luego patearlo como si se tratara de una pelota de fútbol, hacia el interior del cubículo de un baño.

−Vamos. Por ahí (tu nombre) ya volvió. –Sugirió Manuel.

Martín asintió.

Los dos se adentraron en los pasillos de corrientes frías, dirigiéndose al aula 15.

Estaba vacía.

Los dos se sentaron en el escritorio, al menor haciéndosele una costumbre bien rápido. Le gustaba como sus piernas colgaban, como si estuviera en la punta de un precipicio. Lo hacía sentirse grande. Se acurrucó contra sí mismo, como si intentara retener el calor. Luego se quitó la campera, pasándosela al rubio.

−Me voy al aula, gracias por prestármela pero ya no la necesito –le avisó, dejando que sus piernas tocaran el suelo, bajando de su precipicio mental por un rato.

− ¿Sabés qué? Te la regalo.

− ¿He? –Manuel recibió otra vez la campera de jean.

−Te queda mejor que a mí, además tengo una parecida en casa –le aseguró Martín con una pequeña sonrisa.

−Pero si me queda grande... –se quejó, no muy acostumbrado a recibir regalos, y mucho menos porque sí –No, no puedo aceptarla –se negó el chileno.

− ¿Por qué no? Te la estoy regalando. No jodas, ponétela y dejate de joder. Y está demás decir que cubrirá el olor a humo cuando llegues a tu casa, digo, podés echarme la culpa si alguien te pregunta por qué tenés olor a humo de cigarrillo.

Manuel abrió la boca pero luego pensó en su madre. Aplastó los labios, sabiendo que no tenía otra opción. Bueno, el día de mañana se la devolvería, ¿No? Aunque el argentino no quisiera, era lo que planeaba hacer.

De todas formas, no pudo evitar sonreír un poco ante el gesto. ¿De qué va esto? Se preguntaba una y otra vez cuando se la calzó otra vez.

−Bueno che, yo me rateo. Me re, re, re, reeee embolo en el cole. Si preguntan por mí, no sabés donde estoy, ¿Si?

−Pero si las clases terminan en media hora, ¿Qué objeto tiene salir ahora? –Cuestionó el castaño, sin entender.

−Mmm... –Martín se paró en frente de Manuel, quien casi lo putea por el hecho de que tenía que alzar la cabeza para mirarle a los ojos –Bueno, dudo mucho que lo entiendas. Es... es eso mismo, no tiene sentido, porque está mal. Me gustan las cosas que están mal, las cosas que no se pueden... ¿Lo prohibido? –Dejó la pregunta retórica en el aire, yéndose.

−No tiene sentido, porque algún día lo lamentarás, weón.

−Eso es más divertido, yo no lo lamento, lo lamentan los demás. No siento remordimiento para estas cosas. –Se encogió de hombros, cruzando la puerta.

− ¿Entonces no tenís sentimientos? –Se preguntó el chileno.

Martín se asomó por la puerta.

− ¡Hey! Sí tengo, pero la culpa me falla. –Le lanzó una sonrisa juguetona. –Nos vemos mañana...

Manuel asintió recién cuando el mayor había desaparecido. Ni siquiera alcanzó a suspirar cuando volvió a verlo entrar por la puerta.

− ¿Remordimiento?

−Nah, directivos chamuyándose a las porteras.

− ¿No podí salir por la ventana? –Se burló.

-Ojalá, si tuviera súper poderes o algo así...

Manuel negó con la cabeza, una sonrisa asomando en su rostro.

-Weón.


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