- Definiciones del Amor -
El amor, por Riku
Capítulo I
Amor.
El amor es el sentimiento más fuerte y poderoso que existe; te incita a hacer cosas realmente increíbles, todo aquello que jamás te habrías atrevido a hacer, y por alguien que se ha ganado un hueco muy especial en tu corazón. Querer proteger a esa persona, atesorarla a cualquier precio, buscar su felicidad por encima de todas las cosas, incluso por encima de la de uno mismo.
Es un sentimiento mágico y puro del cual enorgullecerse.
O eso creía.
No lo es. No para mí. El amor que yo siento es obsesivo, es impuro y prohibido. Es una maldición de la que, por más que lo intente, soy incapaz de librarme.
Cuando se trata de mi, el amor es una peligrosa enfermedad.
Mi nombre es Riku y estoy enamorado de mi mejor amigo. Y me odio cada segundo de mi vida por ello.
– Sector 6, Midgar –
15 de octubre, 5:07 p.m
Estaba esperándole en el parque, sentado en el banco de siempre, con los brazos y las piernas cruzadas. Llegaba más de media hora tarde, para variar, y una vez más me preguntaba por qué siempre era puntual cuando se trataba de quedar con él. Nunca llegaba pronto. Nunca.
Y, sin embargo, me sentía incapaz de molestarme con él por eso.
Suspiré por enésima vez, mirando a mi alrededor. No era primavera, pero el parque estaba repleto de parejas, abrazándose, besándose; mostrando su cariño abiertamente como si no estuvieran en un público. A pesar de que se trataba de un parque infantil, hacía ya un tiempo que no venía ningún niño aquí, y empezaba a entender por qué. Era realmente desagradable.
Bufé. Estaba tardando demasiado. ¿Se puede saber qué estaba haciendo?
Siempre nos veíamos en este parque. Aún podía recordar todas las tardes que pasamos jugando horas y horas durante nuestra infancia, siempre en este lugar, como tampoco podía olvidar todas las veces que él se había caído y echado a llorar por ello. Nunca ha dejado de ser un crío torpe, despistado y llorón. Y, aún así, jamás me cansé de él.
Porque tenía la misteriosa habilidad de hacerme sonreír.
No soy una persona precisamente alegre, nunca lo he sido. Como tampoco he sido jamás alguien muy sociable; me cuesta hacer amigos, porque soy realmente desagradable. No entiendo a las personas, nunca lo hecho y no creo que algún día pueda conseguirlo.
Y, sin embargo, él fue la primera persona que se acercó a mí sin temerme. La primera que buscó mi amistad y permaneció a mi lado a pesar del tiempo; aguantando mi mal humor, aceptándome tal y como soy y queriéndome a pesar de todos mis defectos.
Él es mi mejor amigo, pero lo que siento no es ese afecto inocente y desinteresado; no es simple amistad. Lo que siento por mi mejor amigo está prohibido, y lo descubrí el mismo día que me confesó que había empezado a salir con alguien; la que ahora era su novia desde hacía dos años. Una preciosa chica llamada Kairi, que fue nuestra amiga durante la secundaria.
Pero sé que no fue entonces cuando empecé a sentirlo. Siempre lo he hecho. Mi obsesión por Sora siempre ha existido, o al menos desde que soy capaz de recordar. Desde que estamos juntos, siempre he deseado a Sora sólo para mí; jamás me agradó la idea de que tuviera otros amigos, de que se relacionara con otras personas, de que los prefiriera antes de mí…
De que fuera capaz de llegar a querer a alguien más de lo que me quería a mí.
Tal vez, en algún momento de nuestra infancia, aquel sentimiento de amor, de obsesivo amor, hacia Sora fuera tan puro como siempre creí que debía ser, pero dejó de serlo a lo largo de los años; conforme crecía y mi mente se pervertía, mis sentimientos hacia él se ensuciaron. Ya no buscaba sólo su compañía de forma desinteresada, lo quería sólo para mí. Quería ser el único que le hiciera sonreír, el único con el que riera, el único del que hablara…
El único en todo.
Más de una vez me he sorprendido –y aterrado– a mí mismo pensando que me encantaría tenerle encerrado, dónde nadie pudiera verlo o tocarlo salvo yo, sólo para mí. Y, cada vez que ese deseo fugaz visita mi mente, temo estar enfermo. Temo ser peligroso para él, y hacerle daño algún día.
Pero nunca le he hecho nada. Jamás le he tocado.
Él es la fuente de mis fantasías más oscuras y perversas, pero también es la única persona que he llegado a amar. Me vuelve loco, y a la vez es capaz de mantenerme cuerdo. Me hace sentir la persona más miserable e infeliz del mundo, y a su vez sólo él podía hacerme sonreír.
Su nombre es Sora, y –como he mencionado antes– es mi mejor amigo.
Es inocente, es pura bondad y es lo único bueno que tengo. Aún deseándolo, jamás podría hacer nada que lo ensuciara, que lo destrozara. No podría perdonármelo.
—¡Riku, Rikuuuu!
Levanté la mirada al escuchar aquella voz, aguda y cantarina. Podía verle correr, haciendo que los mechones de ese extremadamente alborotado cabello castaño se movíeran. Era irreconocible, y no sólo por su peculiar cabellera, sino también por su vestuario tan colorido. Esperaba que se presentara con su uniforme de instituto, pero al parecer ha decidido cambiarse antes de venir.
Alcé el brazo a modo de saludo, hasta que se acercó, con esa radiante sonrisa en sus finos labios, y esos brillantes ojos azules. Apenas pude apreciar su rostro, una vez más, porque no dudó ni un segundo en abrazarme, con esa fuerza y poca delicadeza típicas de él.
No tardé en sentirme abrumado por ese dulce olor, a fresas y vainilla, que Sora siempre desprendía. Y que yo siempre reconocía, sin importar el lugar en el que me encontrara.
Y, en ese momento, me pregunté cuánto más podría soportarlo. Cuándo perdería el control.