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30.- Final
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Siempre pensó que los días más hermosos y coloridos que había vivido, eran aquellos en los que “él” se encontraba. Jamás cruzó por su mente que toda aquellas peleas infantiles y sarcásticas, al final trajeran tanto dolor; que unas cuantas palabras pudieran encadenar un sinfín de malos entendidos, que una simple pelea se convirtiera en algo sumamente trágico y doloroso. Jamás pensó que llegaría un final.
Cerró los ojos, esperando que todo aquello que veía en esos momentos fuera una cruel y desgraciada pesadilla.
Sí. Una cruel y desgarradora ilusión.
El entendía que ya no podría sentir, día a día, sus ojos fijos puestos en él, haciéndole sentir una corriente de electricidad; él ya se estremecería al sentir el recorrido de sus manos, bajando por su cuerpo de manera lujuriosa. Ya no podría escuchar, aquel molesto bufido que solía hacer después de trabajo, y que él sabía que era un pedido inconscientemente, para dejarle hacerle el amor.
Él lo sabía perfectamente. Que, definitivamente, jamás... ¡Jamás de los jamases volvería a escuchar su voz susurrándole su nombre con deseo!
¿Por qué había sido tan idiota de no darse cuenta?
¿Por qué carajo no se había percatado de que aquel auto venía hacia él? ¿Acaso no era perspicaz para esas cosas? Entonces… ¿por qué no lo notó?
¿¡Por qué!?, quiso gritar, en el momento en que depositó una flor que brillaba con la luz de luna. El color rosa parecía embriagarle, y el olor que desprendía le hacía recordar el olor de sus brazos.
¿Por qué?, quiso preguntarle.
¿Por qué es que habían peleado esa mañana? ¿Por qué él simplemente no le había respondido como siempre lo hacia?
¿Qué había pasado?
¿¡Qué!?
Se dejó caer encima de la lápida.
No aguantaba más.
No podía soportar aquella necesidad casi enferma de llorarle. Nadie podía decirle que estaba mal. Nadie tenía el derecho de consolarle.
Él lo sabía.
Que ese consuelo… era para alguien que podía haberle cuidado, no para él. En definitiva ese era su castigo.
Llorar solo.
Llorarle solo. Solamente a él.
Solamente sus lágrimas podían hacerle sentir aquel sentimiento de expiación por el pecado cometido. Él le amaba, el había jurado que le cuidaría; entonces, ¿Por qué no estaba él en ese ataúd frío?
Volvió a llorar con más desesperación.
Él debía de haber muerto. Apretó su puño con fuerza, antes de aferrarse con más ahínco a la cruz que sobresalía en la lápida de mármol.
r13; ¿Por qué? –Susurró.
¿Por qué?
¿Por qué?
¿Por qué?
¿Por qué Dios no le dejaba ser feliz?
¿Por qué el idiota le había dejado solo?
r13; Kanda… -volvió a susurrar, antes de morderse el labio inferior con rabia.
Allen se mantuvo callado, escuchando el murmullo de la noche. El sonido del viento le hizo abrir los ojos. La luna resplandecía en todo su esplendor.
Los volvió a cerrar. Una pequeña y suave brisa acompañó aquellas últimas lágrimas que resbalaron por sus mejillas. Esa suave caricia le hizo sentir que era Kanda, ordenándole que dejara de llorar como una niña.
r13; ¿Por qué? –musitó con tristeza.
Y… fue entonces, que… recobró la sonrisa al saber que, en poco tiempo, algo nacería de la unión de ambos.
Allen se limpió una última lágrima que se había quedado rezagada del resto. El por qué, lo conocía bien. Se frotó inconscientemente su pequeño vientre abultado.
Sí.
Él sabía que aquel pequeño por qué… en algunos meses nacería y, entonces, estaría seguro de que su padre le cuidaría desde el cielo.
Allen no pudo más que sonreír de manera forzada al comprender que, después de aquel doloroso final con Kanda, un principio nuevo le estaba esperando.
-Owari-