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Manderlay por Kikyo_Takarai

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Hannibal había dejado perfectamente claro que esperaba que Will usara su ropa nueva la mañana siguiente a su conversación nocturna. Había obligado a Will a revisar cada prenda vieja y deshacerse de cualquiera que pudiera estar rota, dañada o gastada. Will no estaba aferrado a las cosas materiales y no le importó tirar casi todo lo que poseía.  Había desempacado también las pocas pertenencias que había traído de su departamento. Un par de viejas cañas de pescar, una lupa y material para sus anzuelos. Su caja más grande tenía los libros usados de su carrera y de sus años de preparatoria. Hannibal le había comprado un reloj y guardaba la cajita en que había llegado en uno de los cajones del escritorio.

Mientras ordenaban todo cuidadosamente en el armario de su habitación Will pudo darse cuenta de que Hannibal no estaba del todo feliz de saberle tan cómodo en su propia habitación. No pudo evitar preguntarse si estaba siendo necio, si la forma más fácil de hacerlo feliz sería simplemente dormir a su lado. Desechó la idea en cuanto broto de su mente. No podría dormir a su lado. No si despertaría por la mañana mirando sobre su hombro esperando ver a Mathew sonreírle como si fuera lo más hermoso en este mundo.

Se encontró durmiendo con aquella botella fría y estéril de loción casi todos los días. Hacía poco por consolarlo. Casi se volvió loco cuando la Señora James estuvo a punto de tirarla a la basura, sin duda por órdenes de Hannibal, y desde ese día la guardaba en una vieja caja de galletas debajo de su cama.

La caja era de metal, vieja y abollada, no valía nada, pero dentro estaba todo lo que tenía cualquier tipo de valor sentimental para Will. Que quisiera tirar su loción le indicaba que Hannibal no sentía apego alguno por los objetos y Graham no estaba seguro si aquello era por ser tan ridículamente rico o porque no siempre lo había sido. La respuesta se le antojaba privada y no deseaba conocerla. El sí guardaba algunos tesoros. Boletos de cine y conciertos de cuando era un adolescente. Todos pagados de su propio bolsillo. Una fotografía ennegrecida de su madre y él mismo cuando era apenas un bebé. Cartas de los pocos amigos que tuvo al crecer y tarjetas de navidad en blanco, las mismas que enviaba a esos amigos una vez casado. En una bolsita de tela guardaba su argolla de matrimonio y todas las fotografías que la familia de Matt no le había arrancado de las manos, enfrascados como estaban en culparle de la muerte de su hijo y desesperados por tener algo suyo antes de decirle adiós para siempre.

No eran buenas fotografías, la mayoría estaban pobremente iluminadas o ligeramente desenfocadas, otras simplemente se habían dañado con los años. Observándolas desde la ventana de una casa como Manderley Will sintió un fantasma sobre sus hombros. Mathew habría deseado que buscara una vida mejor. “No cuatro meses después de su muerte” le reprimió su mente. No era ni de lejos un duelo adecuado. Pero si algo habría odiado más habría sido saberle incapaz de cuidar de sí mismo, encerrado en alguna habitación o abusado sexualmente por algún Alfa de entre sus vecinos. “¿Si te compra camisas de 400 dólares no es abuso sexual? Eso se llama prostitución.”

—Es sólo sexo—. Murmuró para sí mismo en medio de la noche, rodeado por aquellos objetos extraños.

¿Podía tener sólo sexo? Claro que no. Si pudiera estaría durmiendo en la habitación de Hannibal y no por su cuenta. El celo era su excusa para entregarse a ese hombre sin pensar en su esposo. Su ex esposo… El que había muerto y lo había dejado a merced de este mundo horrible. Si Matt no hubiera muerto ahora estarían sentados en su viejo sofá, mirando alguna comedia en televisión y comiendo sobras de la cena del día anterior. Tendrían sexo, claro, y Will no se vería obligado a enfrascarse en disertaciones filosóficas sobre el duelo y las obligaciones maritales antes o después de ello. Se habría limitado a acurrucarse desnudo y satisfecho en el pecho de su pareja, hablando sobre los vecinos o sobre el trabajo de Mathew como enfermero hasta quedarse cómodamente dormidos en el sopor embriagante que inunda las habitaciones después de un orgasmo.

“Pero es un Alfa” El pensamiento surgió discreto, profano en su mente. “Un Alfa es mejor que un Beta en todo, en los empleos, en lo académico… en lo sexual, nunca has sabido lo que es que un Alfa te domine en la cama.” Will no podía ni imaginarse una fantasía sexual con Hannibal Lecter. Con sus modales refinados, sus palabras pronunciadas siempre con cuidado y aquella extraña aura de asexualidad que lo rodeaba. Si durmiera con él al menos habría podido echarle un vistazo al material por debajo de la ropa. Pero se había privado conscientemente de ese beneficio. No quería ventajas. No quería olvidar a Matt sólo porque Hannibal la tuviera más grande. Cuando no le quedara más remedio que ceder a sus impulsos más básicos, y lo haría, podría usarlos como excusa para un comportamiento que sentía como un infidelidad. Esa sensación empeoraría cuando Hannibal enterrara sus colmillos en su cuello y soltara sobre él toda la magnitud de su posesión y su poderío. No podía serle infiel a Mathew, estaba muerto y enterrado. No podía serle infiel a Hannibal, su dominio jamás le permitiría correr a los brazos de otro hombre. Will sería infiel a sí mismo, porque se entregaría desmedidamente a un hombre extraño, se preñaría con su semilla y llevaría sus hijos en su vientre. Mientras en su mente amaría a alguien que nunca más podría ver.

Lo que más lo enfurecía era que no podía cumplir con esto. Hannibal era encantador, sería tan fácil enamorarse de él. De sus charlas interesantes sobre sus juventud en Italia o sus días de practicante. De la paciencia y entrega con la que le explicaba a Will la trama de la opera que lo llevaría a ver esa semana, o el cuidado casi paternal con el que guiaba sus dedos intentando enseñarle a tocar el hermoso clavicordio que vivía en  la sala de música del primer piso. Mientras más charlaba más le gustaba el jovencito que había tomado como esposo.

Will no hablaba nunca de Matt, y Hannibal no mencionaba a Bedelia ni por error. Will pensaba preguntarle a la Señora James sobre ella, pero no lo consideró educado. Estaba seguro que Hannibal se lo diría si lo preguntaba, pero no quería verse obligado a responder las mismas preguntas sobre su matrimonio. Sería poco educado, y si algo entendía de Hannibal en estas casi dos semanas juntos era que despreciaba las faltas de respeto y la vulgaridad.

El paso del tiempo súbitamente le recordó que día era. Un par de días más y sería nueve. Tuvo que ponerse de pie y pasear nervioso por la habitación para tratar de calmarse. La idea del Celo lo aterraba ahora mucho más de lo que jamás lo había hecho. Apreciaba a Hannibal, la forma en que fruncía el ceño al componer música o como los músculos de su ancha espalda se tensaban al trabajar carne dura para la cena. Pero el Celo traería una nueva dimensión a su relación. Ya no sería sólo su esposo, sería su pareja. Su control sería total, físico, primitivo… Will nunca había sentido ese control y la perdida de este le aterraba. Una vez más se encontró pensando en Matt. El celo de Will representaba 3 días sumamente complicados para la pareja. Will estaba marcado, su aroma, su esencia estaba mezclada con la de su esposo, pero su control era apenas una vaga formalidad.

Sin importar el nivel de lujuria que la sangre despertaba en él, que era para su desgracia mucho, no era raro que Mathew no pudiera satisfacerlo. Si bien entraba en celo en el segundo que detectaba el olor de Will después de unas horas estaba agotado, debía descansar y reponerse antes de continuar y aquellas horas eran un suplicio que Will trataba de controlar con juguetes sexuales. Contrario a lo que cualquier Omega diría, el sexo en su matrimonio era perfecto cualquier día menos en el celo. Su instinto demandaba ser marcado, satisfecho y anudado. Pero Mat ter incapaz de anudar, incapaz de darle a esos instintos lo que pedían e incapaz de traerle a la pareja el cachorrito que tanto deseaban. No sucedería. No sucedió.

En silencio salió de su habitación y bajo a la cocina a prepararse una taza de leche tibia. Ya no quería pensar, quería irse a dormir. La taza temblaba en sus manos mientras se esforzaba por pasar la leche a través del nudo en su garganta.

— ¿William? — Preguntó una voz detrás de él. Hannibal estaba parado en el umbral de la cocina, recargado en el marco de la puerta con expresión preocupada. — ¿No puedes dormir?

—Lamento haberte despertado—. Susurró Will evadiendo su mirada. Hannibal camino hasta él y se sentó a su lado en la isla de mármol de la cocina.

—Has estado llorando.

—No es nada…—Dijo de inmediato, con la vista clavada en su taza.

—Se trata de tu esposo. — No era una pregunta.

— Tú eres mi esposo, y creo que no me has hecho llorar aún. — Respondió Will evadiendo el tema, Hannibal encontró su respuesta divertida, pero le obligo a mirarle.

— ¿El que yo sea tu esposo y no él te hace llorar?

—Ojala tu hubieras sido mi esposo desde el principio. Así no me sentiría como Judas por encontrarte encantador cuando bajas a la cocina en piyama a preguntarme si estoy bien.

—Puedo ser encantador cuando me lo propongo—.Afirmó Hannibal, alzándose de hombros— Judas se arrepiente de su traición en el momento que es testigo de sus consecuencias. ¿Qué consecuencias tiene tu traición?

Will meditó su respuesta pero no pudo encontrar ninguna. Mathew estaba muerto. Hannibal era su esposo, no había motivo alguno para no enamorarse de él, así como no había consecuencia alguna por hacerlo más allá de su propia felicidad. No lastimaba a nadie enamorándose, pero si lastimaría a Hannibal viviendo con él como si fueran amigos.

—Mi traición es inconsecuente. Sólo yo percibo su magnitud, sólo yo me ofendo de hablar contigo como si te conociera desde hace años.

—Eres transparente, nítido y sumamente hermoso, William. No entras en el perfil de un traidor.

—No lo soy—. Will no se sentía hermoso. Nunca lo había hecho. Era un mecanismo natural, un Omega hermoso es reclamado mucho más rápido, sus crías eran mucho más agraciadas, fin. ¿Hannibal mediaba su hermosura como un punto de partida para medir el potencial de sus crías en el futuro? Era imposible que hubiera en esa belleza, o en su apreciación, cualquier otra motivación.

—La belleza es una virtud que mucha gente envidia y desea, tú la rechazas y la escondes detrás de esas gafas horribles y la barba. Eso, William, te hace sumamente hermoso.

Sonrió torpemente, Hannibal pudo ver un destello de dientes blancos y rectos que quedaron ocultos de nuevo cuando el menor bajó la vista al suelo. Su mano estaba en su mejilla antes de darse cuenta. Will lo miraba entre intrigado y alerta. No se sentía como un depredador, no en ese momento, pero su esposo lucía vulnerable y su deseo de no aprovecharse de esa vulnerabilidad poco hizo por evitar que sus labios se unieran a los suyos, acariciándolos suavemente con la lengua antes de invadir la boca ajena por completo. A pesar de que podía sentirlo tensarse bajo su toque Will no sería tan grosero como para rechazarlo.  Sus dedos recorrieron su mandíbula y su cuello, bajando decididos por su espalda.

Estaba midiendo sus límites y a Will eso no le agradó ni un poco. Su beso era húmedo, cálido y agradable, sus dedos largos acariciaban suavemente su espalda y su cuello y enviaron a su entrepierna choques eléctricos que si tendrían consecuencias a las que no se quería enfrentar, no considerando la razón por la que termino en la cocina en primer lugar.

Cuando aquella mano decidió explorar el resultado de su tacto Will ya no pudo contenerse más. Se libró de aquél invasivo abrazo con un empujón y lo miro aterrado mientras ambos recuperaban el aliento.

—Lo siento mucho. Es tarde… Buenas Noches, Hannibal

No espero su respuesta. Subió deprisa, saltando de dos en dos escalones. Cerró con seguro la puerta tras de sí y se metió de golpe en la cama. Todo podía ser tan fácil, sólo tenía que entregarse a ese tacto experimentado y dejarse hacer, dejarse consentir por un hombre rico que claramente estaba interesado en él. Pero no quería. Will siempre sería el peor enemigo de su felicidad.

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No había dormido mucho, así que cuando Hannibal anunció en medio de la cocina que había decidido organizar una cena ese mismo sábado Will no daba crédito a sus oídos. Lo miro atontado mientras disertaba sobre como sus amistades esperaban tener una introducción adecuada con su nuevo esposo y sobre lo que Will debía usar ese día. Le sugería peinarse y usar productos en el cabello por una vez en su vida. Will no pudo evitar dejar salir un gemido desesperado.

—Hannibal… ¿Cuándo decidiste todo esto?

—Anoche, honestamente no esperaba encontrarme tan satisfecho contigo, William, pero ya que tenemos un poco más de intimidad — Will casi escupe los huevos, si aquél toqueteo completamente unilateral era intimidad él era la Madre Teresa. — creo que sería adecuado dejar de ignorar los ruegos que mis amigos me hacen por presentarte. Es la excusa perfecta para cocinar, y claro para mostrar que no eres un producto del imaginario colectivo.

—Hannibal, piensa bien un momento. ¿Sábado?

— Sé que es un poco precipitado, después de todo nunca has organizado una cena como está, claro que por ser la primera vez puedes consultarme lo que sea necesario.

—No, Hannibal no entiendes, no puedo hacerlo.

—William, es una cena. Sé que eres perfectamente capaz de comer como un ser humano civilizado, te veo hacerlo justo ahora—.Hannibal comenzaba a perder la paciencia, Will se sintió horriblemente impotente. ¿Cómo podía olvidarlo tan fácilmente?

—Hannibal, escúchame, no puedo… no puedes invitar a tus amigos el sábado, y si lo haces me temo que no voy a conocerlos. Piensa un momento…

—No eres tú quien decide en esta casa, William—. Espetó Hannibal, su tono había cambiado sutilmente pero el tinte de dominio había sido suficiente para que Will bajara la cabeza unos segundos.

—Bien, haz lo que quieras. Cuando tus amigos estén golpeando mi puerta tratando de violarme creo que sabremos que la velada ha llegado a su punto máximo—. La Señora James dejó escapar un gemido y salió corriendo del comedor. Hannibal lo miró en una mezcla de confusión y hastío.

— ¿De qué hablas William?

— ¡Santo Cielo, Hannibal! ¡Este sábado es DIEZ! —Remarco la palabra y soltó una risita histérica cuando Hannibal hizo lo posible por ocultar su expresión al comprender cuál era el problema, sin embargo no pudo dejar pasar la oportunidad de decirlo. — Mi celo empieza el nueve, Hannibal. Me temo que no estaré en posición de ofrecerle una fiesta a nadie que no seas tú.

Hannibal no sabía que lo sorprendía e irritaba más, el evidente descaro con que Will se burlaba de él, o lo estúpida de su confusión. Nunca se le pasaba nada, era cuidadoso con cada aspecto de su vida. Pero algo en su mente había determinado que el celo de Will empezaba a mediados de mes como solía suceder con Bedelia, incluso cuando el mismo había preguntado la fecha. Con tanta dignidad como pudo dio un trago a su juego de naranja y  relleno el vaso que Will le ofrecía en silencio.

—Es, claro que tendré que agendar esta cena para otra ocasión—. Murmuró con calma.

—Creo que sería adecuado…— accedió Will, mirando algún punto lejano e intrigante en las frutas del centro de mesa. — No estaría de más cancelar tus citas ese día.

—No te preocupes, te aseguro que tendrás toda mi atención.

“Y toda tu extensión” pensó Will, se arrepentiría de no compartir esa broma pero atormentarle más no parecía una buena idea. Además tenía que admitir que había sido de pésimo gusto. Disfruto de su racionalidad y su descaro, y planeaba disfrutarlos las 24 horas que le quedaban antes de que sus hormonas hicieran estragos con su personalidad. 24 horas antes de que su cuerpo tomara decisiones por él, doblegándose por el deseo y entregándose perdidamente al hombre con quien compartía una incomodo desayuno.

— ¿Qué habría pasado de no decirte nada? ¿Mis hormonas desbocadas habrían enloquecido a algún rico miembro de la sinfónica de Baltimore y este habría tirado la puerta, abusado de mí y marcándome como suyo te habría ofrecido un divorcio exprés?

Su pensamiento dejo sus labios como una broma, incluso lo dijo con una sonrisa en los labios, pero la mirada gélida de su esposo borró esa sonrisa de inmediato.

—No sería necesario—. El Hannibal sentado frente a él en ese momento le era desconocido, sus ojos brillaban con fuego y la fría sonrisa que le regalo guardaba detrás una manía animal. — Mataré con mis propias manos a cualquiera que siquiera considere la idea de ponerte un dedo encima. Marca o no, William, eres mío. Harías bien en recordarlo.

Se puso de pie y abandono el comedor en un torbellino de furia. Will no pudo volver a probar bocado. Estaba seguro que de ser necesario Hannibal era perfectamente capaz de matar. No le daría razones para hacerlo en su nombre. En ese momento Will decidió nunca volver a hacer una broma como esa.


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