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Manderlay por Kikyo_Takarai

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Notas del capitulo:

Podemos decir que este es el último capítulo. Voy a escribir un Prológo, pero creo que ya ha sucedido todo lo que tenía que suceder. 

Le había mentido a todos en su vida impecablemente. Todos creían su historia, todos se apiadaban de él. Bev estaba furiosa con la incompetencia de los Detectives que buscaban como locos a un criminal que no existía. Alana estaba aterrada, Lucy se sentía horriblemente culpable por dejarlo solo, al parecer cerca de ahí había una oficina de libertad condicional y los asaltos no eran algo fuera de lo común en la noche. Will era una víctima perfecta, asustado, inseguro, confundido. Nadie ponía en duda su historia y la facilidad con que su vida seguía adelante lo había sorprendido.

Abigail se movía con normalidad, pateaba cuando Will ponía música y frotaba suavemente su vientre con crema. El cardenal de vivo color morado que cubría su vientre era un recordatorio constante de lo que había pasado. Tenía pesadillas. Muchas involucraban a Dimmond, y su muerte. Le hablaba, le susurraba, cubierto de sangre que brotaba de múltiples puñaladas. Mientras los días pasaban las pesadillas mutaban, se hacían menos frecuentes mientras disminuía su culpa, pero no desaparecían.

Hannibal se mantenía sereno, paciente y siempre a su lado. Lo despertaba hecho una sopa en sudor, lo acunaba entre sus brazos.

 “Todo está bien, Mylimasis, aquí estoy.” Susurraba suavemente en su oído hasta que dejaba de temblar y se acurrucaba contra su pecho, algún instinto Omega funcionando al máximo mientras las caricias de su pareja lo sumían en una calma artificial pero eficiente. Todo estaba bien. Su Alfa se había asegurado de ello. Desmembrando un cuerpo sólo por él. Ocultando la evidencia, soportando que los desconocidos pensaran que era un Alfa abusivo por las heridas que Will cargaba las raras ocasiones que salían a la calle.

Tenía un arma de fuego. Hannibal no lo sabía ni lo habría aprobado. Era una vieja escopeta que había pertenecido a Matt. Tenía el permiso, pero a nombre de su ex esposo, así que nunca pudo venderla. Cuando no pudo esconderla en su habitación, era muy grande, la guardó en la biblioteca, en el espacio vacío en el marco de su gran escritorio. Se sentía seguro, podría volver a matar si le hacían daño, un disparo en la cabeza, sin dudarlo. La esposa de Barba Azul que cuida de todos sus secretos.

Y claro. Había tomado otra llave, y detrás de la puerta estaba Bedelia. Lo que quedaba de ella. Hannibal había matado a su esposa, la había envenenado diariamente durante meses hasta matarla. Ella lo sabía y no había podido evitarlo. No habían tocado el tema, cuando pasaron casi 3 semanas de pesadillas y terrores nocturnos Hannibal decidió que Will necesitaba terapia. A falta de un mejor candidato el mismo sería su terapeuta.

—No creo que esto funcione, Hannibal. —Will fue honesto. Sentado en la biblioteca, mientras su esposo lo miraba, meditando. — Es poco ortodoxo.

—Personalmente encuentro los métodos poco ortodoxos más eficientes, William. Pero siéntete libre de buscar otro médico con quien te sientas cómodo hablando del hombre que mataste.

Will jadeo derrotado. No podía decirle a nadie, ahora le debía tanta o más lealtad a los secretos de Hannibal pues el guardaba los suyos. Secretos teñidos de sangre, que lo atormentaban. ¿Cómo podía Hannibal dormir tranquilo? Había matado a un hombre y ahora no podía ni dormir ni comer, sentía demasiadas cosas.

—Entiendes que no puedo confiar en ti.

—No, si te soy sincero no entiendo cuál de mis acciones podría generar en ti tal pensamiento, hasta ahora te he demostrado fidelidad y compromiso, William.

—Quieres jugar al doctor, bien. Hagamos algo terapéutico, Dr. Lecter. ¿Asesinaste a tu esposa?

—Eso no es relevante.

—Oh, lo es. Un maniático enfurecido contigo intento violarme y matar a nuestra hija porque Bedelia escribió en su diario que tú la envenenaste hasta matarla. ¿Quieres que este matrimonio funcione? Bien. Dime la verdad, Hannibal. Me la merezco.

—Tienes razón—. Hannibal accedió y Will cerró de golpe la boca que había abierto para discutir—. Creo que nos debemos honestidad.

—Bedelia… ¿Es cierto?

—Sí, lo es.

No lo sorprendía, no era su peor crimen. No comparado a los crímenes del Destripador. Veneno. Discreto, impersonal.

—La odiabas.

—Me dio buenas razones. —Hannibal parecía demasiado cómodo contando esa historia. — Bedelia era muchas cosas William, entre ellas despiadada, manipuladora, mentirosa y sumamente astuta.  No quería estar ligado a ella.

—Pero lo estuviste, hasta cuando ella se enamoró del amante que habías traído para humillarla.

—No eres el único que descubrió los secretos de su cónyuge demasiado tarde. —Hannibal endureció la mirada. — Bedelia se burló de mí durante años. Cuando descubrí su secreto… decidí que podía tener algo mejor.

— ¿Su secreto? —Bedelia nunca hablaba de ese secreto, lo mencionaba en su texto, pero nunca decía lo que era.

—Bedelia y yo intentamos tener hijos, cuando aún me interesaba, claro. Pero por algún motivo nunca lo logramos. No importa cuanto lo intentáramos, cuantos doctores viéramos, cuantas medicinas herbales probáramos, nunca funcionaba. —Will entendía que para Hannibal como Alfa tener una familia para proveer era muy importante. Abierto como se sentía, comprendía su desesperación como si el bebé en su vientre fuera una mentira. — Ella fue muy grosera al respecto. Cuando la inseminación artificial falló se negó a buscar un Omega para preñar o un vientre temporal. Incluso se negó a adoptar.

—Pero seguiste a su lado.

—Hasta que descubrí la verdadera razón de nuestra infertilidad. Te he dicho que era manipuladora. Pasó años haciéndome creer que yo era el del problema. Humillándome. ¿Qué clase de Alfa no puede tener hijos? Ella no le daría hijos falsos a un Alfa de segunda…—Will sintió una punzada de odio, a él le era obvio que Hannibal no era nada infértil. — Pero un día, revisando papeles me encontré con el recibo de una clínica ginecológica que no reconocí. Ahí descubrí que mi dulce esposa tenía como único propósito en la vida colgarse del brazo de un hombre rico para pasearla por ahí.

—Hannibal…

—Su historial ahí era viejo, de unos días antes de casarnos. Al parecer durante una fiesta se embriagó y termino en cama con algún sujeto. No tengo muy claros los detalles. Lo que sí sé es que quedó embarazada, estaba a punto de casarse conmigo, y aunque la amaba yo nunca le habría perdonado su infidelidad. —Hannibal apretaba la mandíbula mientras hablaba, su acento era casi imposible de entender. — Así que busco alguien que le hiciera un aborto, pero a los casi 4 meses nadie correría el riesgo. Buscó vías alternativas y termino en una clínica clandestina en Virginia.

—Ella era infértil. —Susurró Will. La comprensión lo golpeó directo en el pecho. La ira de Hannibal podía sentirse, ardiente, como lava. — Pero tú lo sabías.

—No, sabía que uno de nosotros lo era, y luego todo apuntaba a mí. Yo la cubría de regalos pensando en cómo podría compensarle semejante carencia, y aunque sabía que ese aborto mal hecho le había destrozado el útero ella me permitió vivir 10 años torturándome con la idea de que yo era el del problema. Todo porqué lo único que ella amaba de mí lo perdería con un divorcio. Las fiestas, el dinero… No soporto que me humillen Will. Disfrute cada segundo hasta que murió. No voy a mentirte.

—No, No, tú la mataste porque ya no querías torturarla más. Ella ya no te servía. —Dijo Will, recordando las palabras de la misma Bedelia. — Tenías un romance…o algo… con un Omega.

—No soy tan despreciable como para engañar a mi esposa aún si era una bruja miserable. Es algo terriblemente vulgar para hacer. —Negó Hannibal fervientemente. — Pero sí la quería fuera de mi vida.

—Así que la mataste… y eso te hizo feliz. Te sentiste bien, sentiste que pagaba el precio por sus ofensas.

— ¿Te hizo sentir bien matar a Anthony?

—No. —Respondió automáticamente. Pero ambos sabían que era mentira.

—Matar es algo inherente del ser humano. Matar debería sentirse bien, Dios lo hace todo el tiempo. ¿Y no estamos hechos a su imagen y semejanza?

—No, yo lo maté porque iba a matarnos, iba a lastimarte…—Will podía engañarse pensando que había matado a Anthony en defensa propia. Pero no podía engañar a Hannibal.

—Querías proteger a Abigail, protegerme a mí. Tuviste muchas opciones. Pudiste apuñalarlo en el pecho o en el rostro y huir de ahí. Pero no lo hiciste. Necesitabas librarte de él. ¿Pensaste que era sucio? ¿Qué hacías lo correcto?

—Sí…—Concedió Will tras unos minutos en incómodo silencio.  Pero tenía tanto miedo.

—Pero lo viste. La belleza de su muerte. —Will lo miró a los ojos por primera vez, veía la maldad dormida dentro de su esposo. Y veía la suya propia.

—Sí… No pude detenerme, quería verlo dejarse de mover, dejar de respirar. Quería saber que él no podría hacerme daño.

—Sabías que sobrevivirías. Sabías que podías salvar a Abigail sólo con tu instinto. ¿Lo mutilaste por curiosidad?

—Un poco…

—Curiosidad, pero ¿Sobre qué?

—Quería saber…—Will entendía el mal. Y el mal dentro de él había mutado del deseo de sobrevivir al deseo de ser un ser superior a quien lo amenazaba. — que tan fuerte me sentiría cuando muriera.

—Sueñas con él, Will. Cada noche.

—No es él quien me asusta. Es la idea que tengo de ti a través de sus palabras. Mataste a tu esposa, podría seguir yo. Pero no lo harías. Hay tanta oscuridad a tu alrededor que termine matando a un hombre y preguntándome si lo que sentía era lo que sentías tú… ¿Era lo correcto? ¿Era malo? Y si lo era. ¿Para quién?

—La moral es un arma de doble filo, aplicar las reglas a otros y aplicarlas sobre uno mismo son cosas diferentes

—Mi moral nunca ha sido intachable, veo mi capacidad de adaptarme más y más claramente desde que descubrí tus secretos, ahora temo estar encerrado en un pasillo lleno de puertas. Temo que al abrirlas encontraré cosas peores, y al final terminaré convirtiéndome en algo terrible, en algo irreconocible.

—No te quedaste a mi lado sólo por la lealtad que te obliga a tenerme la marca, no son tus hormonas ni tu instinto lo que te mantienen aquí Will.

—Siento que hay algo malo dentro de mí… algo corrupto. Siento que soy una criatura que se arrastra por las sobras buscando algo que ya no existe. No puedo volver a ser yo. No puedo dormir y soñar con qué todo estará bien, no es así. No hay nada más que terror en el camino y no quiero convertirme en su autor.

—Negar lo salvaje de tu naturaleza no te traerá ningún beneficio, Will. Puedes convertirte en cualquier cosa, ni yo puedo controlar en que se desarrollará tu potencial, eso sólo puedes lograrlo tú, y lo que veo es hermoso.

—No hay nada de hermoso en el miedo, Hannibal. Temo acercarme a mis hijos y que se aparten, temerosos de mí. Temo que Abigail salga de mi vientre teñida de esta maldad que siento burbujeando dentro de mí.

—El miedo nos recuerda que estamos vivos. El miedo les recuerda a otros quienes somos, de que somos capaces. Tu no volverás a sentir miedo, si algo en tu vida está en riesgo no dudarás nunca más en matar para protegerlo. Te has transformado en una criatura poderosa y deslumbrante.

—No, en eso te equivocas. Mis sueños drenan mi luz cada noche… Miro a mis hijos y me siento extraño, siento que lo que murió dentro de mí arrancó de mi pecho el amor que sentía, ese amor puro y desinteresado, intenso. No sirvo para cuidarlos ahora, no te sirvo como Omega así.

—No seas ridículo William. —Reprimió Hannibal de inmediato. — Si subo ahora mismo y los asfixio con una almohada, ¿No sentirás que arrancó un trozo de tu alma?

—Hannibal… Dijiste que no lo harías.

—Y no lo haré, pero no te engañes pensando que un asesinato te convertirá en una especie de íncubo sediento de sangre, en un ser irracional que no es capaz de amar la familia que el mismo ha creado sólo porque aprecia el poder y la sublime belleza que desborda la muerte.

—Te entiendo. —Susurró Will tras unos minutos en silencio. — Entiendo tus homicidios, entiendo tu propósito y tu interés… Pero no quiero convertirme en lo que sea que eres. Lo que sea que te ha sucedido…no quiero que me suceda a mí.

—No intentes reducirme a un conjunto de influencias William, no me sucedieron cosas. Yo sucedí. —Explicó Hannibal, sereno y con un tono extrañamente dulce. — Puedes amarme con lo que sea que soy. La prueba es que duermes a mi lado de nuevo, y que dejas de temblar entre mis brazos cuando te susurro palabras de amor, Mylimasis.

—Hablando de tus palabras, ¿Qué mierda es mylmsis?

—“Mylimasis”, Will. Es “Amado” en mi lengua materna. —Explicó Hannibal, Will sintió sus mejillas enrojecer contra su voluntad.

—Está bien… ¿Está bien que no esté bien? Que haga cosas terribles y no me sienta mal por hacerlas…

—Te sientes mal por disfrutar hacerlas, cuando no deberías sentirte mal en lo absoluto. Estarás mejor. Eres tú mismo, siempre lo serás.

—El amor es una cosa extraña y estúpida. —Murmuró Will.

— A veces el amor y la peste vienen del mismo lugar. Un amor tan puro como el nuestro estaba orquestado para teñirse de violencia, Mylimasis.

Aquella frase caló profundamente en Will. ¿Quién orquestaba que algo como el amor se tiñera de violencia? ¿Amaba mal ahora que el amor podía vivir y arder a pesar de eso? ¿O había amado mal antes? Ese amor puro y sencillo que sentía por Matt, dónde no tenía nada, dónde había días, tortuosos días de celo, en que sin importar ese amor no podía sentir nada. No. No había nada de malo en la forma en que había amado a Matt, absolutamente nada. Lo recordaba bien, la forma en que lo miraba como si fuera lo único bueno en su vida, en el caso de Will era cierto. No tenía nada más, a nadie más, dependía de Mathew incluso más de lo que hoy en día dependía de Hannibal. La diferencia era que Matt no estaba consciente de ello todo el tiempo. Hannibal sí.

El teléfono sonó y lo saco de sus pensamientos violentamente. Miró el enorme reloj de péndulo del salón y vio que eran pasadas las 12. Había pasado casi una hora jugando ausente con sus hijos, ahora, claramente aburridos de su padre, jugaban entre sí, mordisqueando las figuras que se suponía que apilaran y golpeando entre sí personitas de plástico. Will los miró fijamente, admirando su ingenuidad y su inocencia, y justo cuando sintió el calor de su amor paternal por ellos arder en su pecho un nuevo timbrazo del teléfono lo obligo a ponerse de pie y contestar, un poco irritado.

—Casa Lecter, William al habla…

—Buenos días, Señor Lecter, lamento importunarlo en su hogar, pero es indispensable que hable con su esposo.

Will reconoció la voz de inmediato, Frederick Chilton. Chilton tal vez no conocía a Will, pero Matt había trabajado para él por años, Will lo había visto en las fiestas de navidad o de fin de año, y lo escuchaba charlar con las enfermeras, coqueteando infructuosamente, cuando le llevaba el almuerzo a Matt cada día.

— ¿Quién lo busca?

—Soy el Dr. Frederick Chilton, del Psiquiátrico de Baltimore.

—Lo siento, Sr.Chilton, pero mi esposo no se encuentra en casa.

—Dr. Chilton—Remarcó el hombre, Will sonrió ante su irritación. — Es muy importante que localice a su esposo, necesitamos su ayuda urgente para tratar con un paciente suyo internado en nuestro hospital.

—Mi esposo no trabaja en el Hospital de Baltimore, Dr.

—Ya no, es una lástima, los mejores especímenes se abrían con él… sus notas eran muy útiles para su tratamiento. Pero este es particular, el Dr Lecter lo trató íntimamente cuando trabajaba con nosotros y me temo que no puedo buscar a nadie más.

—De acuerdo, deme sus datos y yo trataré de localizar a mi esposo para que se comunique con usted a la brevedad.

—Por favor, es urgente. Abel Gideon pide por él, ya ha asesinado a una persona y temó que no se detendrá hasta tener lo que quiere.

—Entiendo… deme sus datos.

¿Hannibal había trabajado en el Hospital Psiquiátrico de Baltimore para Criminales Dementes? Will no tenía idea, jamás había oído a Matt hablar de él, y estaba seguro de que era el tipo de hombre del que la gente hablaba. Hannibal nunca lo había mencionado. Recordaba vagamente que Bedelia lo acompañaba a trabajar a un hospital, debía ser el mismo. Hannibal no respondió en su celular sin importar cuantas veces lo llamó. Llamó a su oficina pero su secretaria le dijo tajantemente que estaba con un paciente complicado y no podía interrumpirlo. Will quiso ir y golpearla, él no era otro paciente, era su marido, su Omega. Hannibal siempre interrumpía las sesiones para él. Pero no hoy.

Fastidiado se vio obligado a llamar a Chilton de nuevo, el hombre no parecía nada feliz.

—Lo siento, pero mi esposo está atrapado con un paciente complicado, ha tenido un quiebre psicótico y me temo que no puede ser molestado en este momento.

—Bueno, ya somos dos. —Murmuró Chilton irritado, detrás de él, a lo lejos, Will podía oír una voz. Chilton se alejó del auricular para hablar, murmurando algo que a Will le sonó a “No está disponible… ¡Claro que estoy seguro, su esposo me lo está diciendo en este momento! ¡Abel, no puedes actuar así!

—Señor Lecter, no quisiera importunarle más, ni mucho menos a su esposo, pero me temó que alguien debe hablar con Gideon o habrá consecuencias con las que mi administración preferiría no tratar. Si pudiera venir usted mismo y charlar con él, ambos terminaríamos pronto. Conociendo a su marido asumo que está capacitado en las ciencias forenses…

—Soy licenciado en Psicología Forense, pero me temo que no estoy calificado para atender a un paciente de mi esposo, Dr. Chilton.

—Se lo pido, me asegura que sólo quiere alguien con quien charlar, que usted bastará si su marido no está disponible. Me temo que debo presionar y lo haré hasta que alguien venga.

—Bien…—Murmuró Will, irritado. — ¿Con quién es que debo hablar?

Abel Gideon. Will no sabía mucho de él, Matt había muerto unos meses después de que fuera encerrado y no estaba bajo su cuidado, cuando murió Will perdió contacto con el hospital. Lo habían condenado por asesinar a toda su familia durante la cena de acción de gracias.

Llamó a Hannibal 2 veces más, sin respuesta. Maldijo mientras arrojaba sus llaves y su cartera en el bolsillo de su abrigo y besaba a sus hijos cariñosamente en la nariz. La Sra. Jones no le preguntó a donde iba, pero ofreció ella misma poner a los niños a dormir la siesta y Will se fue tranquilo al no dejarlos solos. Tomó un Taxi que lo dejó frente al hospital. Cuando sus ojos ardieron con lágrimas de nostalgia culpo al embarazo y se obligó a entrar por la puerta como si el lugar no estuviera teñido con los recuerdos de su esposo fallecido.

La oficina de Chilton era un espacio extremadamente ordenado y limpio, pero pretencioso como su dueño. Lleno de libros que seguro Chilton jamás había tocado. El olor a polvo le llegaba desde los tomos que descansaban en las repisas más altas.

—Por todos los cielos…—Gimió Chilton cuando vio a Will de pie en su oficina con el abrigo en el brazo. —No tenía idea, lo siento de verdad.

— ¿Disculpe?

—Hannibal va a matarme. —Dijo Chilton como explicación y Will trató de no reaccionar ante el comentario. — Sabía que había contraído nuevas nupcias, pero no tenía idea de que fuera con un Omega, mucho menos sabía que estaba esperando…

—Es comprensible que se sienta incómodo. —Will comprendió su predicamento, pero no sentía simpatía por él. — Pero ya que me ha hecho desatender mis obligaciones y a mis otros dos hijos, deberíamos terminar con esto…

—Le aseguro que si lo hubiera sabido no le habría hecho venir. —Will lo dudaba rotundamente, Chiton tomó su abrigo y lo guio escaleras abajo, atreves de varias rejas automáticas y puntos de revisión con enfermeros que Will conocía bien. Chilton quería terminar con sus problemas, Will no podría importarle menos. Todos sus conocidos guardaron silencio mientras pasaba a su lado, algunos le regalaron sonrisas o pulgares arriba, pero Will no pudo responder a ninguno de sus gestos.

—No se acerque a más de un metro de la reja, no le pase nada más que papel blando, y no acepte nada de lo que pueda darle.

—Entiendo.

—Bien. Diviértase.

Chilton no lo acompaño hasta la jaula de visitas en la que Gideon estaba sentado. Frente a ella había una silla plegable y Will la miró con desagrado, estaba muy embarazado para soportar ese trato. Abel Gideon se puso de pie cuando Will entró en su campo de visión, y espero educadamente a que el menor se pusiera cómodo antes de volver a su lugar. Era un hombre un poco mayor que Hannibal, con una complexión más redondeada y la barba canosa, había comenzado a perder el cabello, pero no la inteligencia, que salía chispeante de sus ojos azules, fríos, extrañamente familiares.

—Señor Lecter, un placer conocerlo.

—Un placer Dr. Gideon.

—No, no. Puede llamarme Abel. ¿Puedo saber su nombre de pila? —Pregunto cortésmente, Will decidió que ese hombre le agradaba, había algo en el que debía molestar a Chilton. Parecía más inteligente que su carcelero.

—Muy bien, Abel. Mi nombre es Will. ¿Te importa si te pregunto porque estoy aquí?

—En lo absoluto. —Gideon lo miró fijamente, Will se mantuvo firme mientras lo examinaban. El hombre finalmente volvió a hablar. —Tenía curiosidad sobre ti. Chilton tuvo la cortesía de decirme que Hannibal no estaba disponible para charlar conmigo, pero tú me pareces mucho más interesante.

—No veo que pueda parecerle interesante sobre mí si conoce a mi marido. —Dijo Will, sin darle importancia, curioso también.

—Su marido es un hombre diferente, único…—Gideon saboreaba las palabras antes de usarlas. — Lo que veo en su esposo es algo extrañamente similar a lo que la gente suele ver en mí… Imagino que usted también lo ve.

—Sí, lo veo. —Gideon asintió suavemente con una sonrisa, Will no sonrió, pero no indagó en el tema.

—Debo decir, Señor Lecter, que veo un poco de eso en usted también.

Will trató de no parecer sorprendido, pero abrió la boca un segundo sin decir nada, decidió volverla a cerrar, Gideon sonrió de nuevo, inclinando la cabeza y finalmente recargando sus brazos en los barrotes de la celda frente a él.

—Conocí a su antecesora, la Dra. Du Maurier. Una mujer fría y terriblemente manipuladora, parecía perfectamente calada para la vida con un hombre como Hannibal. Usted no parece así a primera vista. No me mal entienda, queda más que claro que es usted una pareja mucho más adecuada, nada que ver con el muchachito que veía a dejarle el almuerzo al buen Mathew Brown.

— ¿Conoció a Mathew? —Expreso Will sorprendido, tratando de no parecer muy interesado, pero no engañaba a nadie.

—No, por desgracia nunca he tenido el favor de nuestro amigo Chilton, detesta mi falta de cooperación por sus pobres métodos de tratamiento, prefiero abrirme para gente más inteligente, como ahora lo hago con usted. —Will agradeció con un gesto de la cabeza y Gideon lo respondió. — Brown nunca fue mi enfermero, pero lo veía, no hay mucho que hacer aquí dentro además de mirar y escuchar. Lo ví un par de veces, por la ventana. Cuando tenía una ventana claro.

—Lamento que perdiera su ventana.

—Lamento que perdiera a su esposo.

—Fue un terrible accidente. —Dijo Will, suspirando. Estaba seguro de que no por eso estaba ahí, pero cambiar de tema le pareció grosero. —Nadie lo lamenta más que yo.

—Un curioso accidente, sabe. Un día estaba fuerte como un toro, y el lunes siguiente me entero de su trágico deceso por los enfermeros ajetreados que deben repartirse su trabajo. ¿Cuantos días tardo Hannibal en buscarle?

—Hannibal nunca me buscó. —Murmuró Will, extrañado. — Lo conocí algunos meses después. Gracias a un amigo en común.

—No me diga. —Gideon parecía entretenido, se rio y dió un par de palmadas antes de continuar. — Hannibal es un experto, verdaderamente hay que admirar su “suerte”. ¿Alguna vez le habló de su esposa? Ella también murió.

—Su muerte fue completamente diferente. —Admitió Will, decididamente incómodo con la conversación.

—Hannibal, usted y yo somos hombres muy similares, Will. —Continuó Gideon como si Will jamás hubiera hablado. — Hay poco que nos detenga en el camino de obtener lo que queremos.

—¿Qué quiere, Dr. Gideon?

—Quería preguntarle a Hannibal sobre su vida. Hace unos años le di un par de consejos, durante nuestras sesiones. Viéndolo a usted frente a mí creo que termino mucho mejor de lo que yo esperaba.

—No lo entiendo. —Will hablo, su voz sorprendentemente firme.

—Escuche, Will. Hay pocas cosas que me interesan más que la vida de otros, aquí dentro hay poco con lo que pueda entretenerme. Pero no pretendo entretenerme con usted. No. Hay mucho más de mí en usted de lo que se atreve a admitir. Sabe lo que Hannibal pasó con su esposa.

—Sí, lo sé. —El extraño tono de misterio y compañerismo que compartía con Gideon le provocaron un estremecimiento en la nuca.

—Bien, bien. Yo conozco a su esposo también. Un hombre brillante, decidido. Es raro ver un Alfa tan centrado y tan compuesto en una familia como la que tenía. Se lo dije… Algunos no somos hombres de familia, míreme a mí. Termine matándolos a todos. Mucho más barato que un divorcio, se lo aseguro, y con mucho menos papeleo. ¿Quién se queda con los niños? ¿Quién se queda la casa? Es un desastre.

—No entiendo a dónde pretende llegar, Abel.

—Hannibal parecía tan perturbado, tenía la felicidad a su alcance, lo único en su camino eran su esposa…y su esposo.

— ¿De qué está hablando?

—Oh. ¡Oh! Me temó que he arruinado la sorpresa. El amor es como las setas, Señor Lecter, uno no sabe cuáles son venenosas hasta que las ha comido. Creí que sabía el tipo de hombre con el que se había emparejado, usted que lleva tan orgulloso sus marcas de dominio, en el cuello e impregnadas en su aroma.

— ¿De qué está hablando, Abel? —Repitió Will, poniéndose de pie y acercándose a la jaula, un enfermero le gritó que se alejara pero Will no se movió. A lo lejos escuchaba sus pasos acelerados y sus manos titubeantes abriendo la primera reja.

—Ya no tenemos mucho tiempo, Will. Gracias por venir a charlar conmigo… Cómo su amigo, quiero que seamos amigos, voy a darle un consejo. —Se acercó, tomándole las manos, las sintió temblar bajo las suyas, la mirada de Will era inescrutable e intensa. — Algo muy similar le dije a su esposo hace años. Y le funcionó muy bien: “El Veneno y el Perfume vienen siempre en frascos pequeños. A veces no nos damos cuenta de que están ahí hasta que sentimos la estela que su aroma deja detrás.”

—Señor, tiene que alejarse de la reja, en este momento, no me obligue a usar la fuerza.

Will no escuchaba, su corazón se había detenido, confundido, furioso, soltó la reja muy a su pesar pero Gideon no lo dejó ir.

—No dude en venir a contarme como resulto todo.

Will apenas oía, los firmes brazos de un enfermero de color lo alejaban de la jaula, lo arrastraban fuera del cuarto. Gideon gritó para él una última vez, parecía educadamente curioso, más que divertido:

—Ah, Señor Lecter. Felicidades por su embarazo.

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Hannibal había tenido un pésimo día. Cada vez era menos paciente con Franklin, tendría que transferirlo con otro médico lo antes posible, la sola idea de escuchar su voz una vez más le arrancaba un gruñido de desagrado.  Cuanto le ayudaría que decidiera finalmente terminar con su vida, pero no. El bastardo era, además, un cobarde. La batería de su celular había muerto junto con su tolerancia a la estupidez. Ojala pudiera romperle su regordete cuello. Pero no era posible, alejarlo de él sería igualmente efectivo.

Cuando bajo de su Bentley, incapaz de disfrutar de su hermoso auto, las luces de Manderley estaban apagadas casi en su totalidad. La casa parecía muy grande y se alzaba imponente sobre él. Abrió la puerta y dejó el maletín sobre la mesa del recibidor. Sus pasos hacían eco y no había un solo ruido que le indicara que su familia estaba ahí. Sintió una punzada de miedo, mientras se aflojaba la corbata y caminaba hacia las oscuras entrañas de la casa.

—William, Estoy en casa. ¿William?

No hubo respuesta. Algo no estaba bien. Subió las escaleras corriendo hasta el cuarto de sus hijos, pero cuando abrió la puerta encontró sus cunitas vacías. Palpo los colchones con la mano, estaban fríos. Sus hijos no habían dormido ahí esa noche, no habían dormido ahí en horas. Trato de mantener la compostura mientras volvía a llamar, esta vez a gritos.

—William. ¡William!

Su habitación estaba vacía también, la cama perfectamente tendida. Abrió el armario de golpe, pensando que tal vez Will había decidido abandonarle, pero encontró su ropa y objetos personales intactos. Will no se llevaría a los niños sin un plan, sin ropa. Su otro auto estaba en la entrada, Will no había huido. La siguiente opción no le gusto más. Will era algo inestable, pero desde su encuentro fatal con Dimmond los terrores nocturnos lo habían cansado y confundido. Su corazón sintió una puñalada mientras recorría los fríos y oscuros rincones de Manderlay, esperando encontrar detrás de cada puerta la sangrienta muestra de que Will se había ido para siempre y se había llevado a sus hijos con él.

Bajo nuevamente al primer piso y finalmente vio salir luz por la rendija de la puerta abierta del estudio. Aspiro el aire cuidadosamente antes de abrirla, podía oler madera, ardiendo, el candor del fuego crepitante en la chimenea y el tenue acento del papel quemado en el aire.

Abrió la puerta y entró a la habitación cauteloso, pero apenas dio un par de pasos cuando una sombra en su visión periférica la cerró de nuevo. Sintió el frío cañón de un arma presionado contra su espalda y levantó las manos, caminando hasta el centro del estudio. Había un libro ardiendo en las llamas de la chimenea, retazos de papel soltaban y ardían antes de caer al suelo. Pensó en su familia y en su horrible destino a manos de ese extraño armado hasta que pudo olerlo bien.

—William.

—Hannibal. ¿Cómo estuvo tu día cariño?

—Estaba por decir que mal, pero creo que no ha llegado su punto más álgido. — Giró lentamente para mirar a su Omega. Will temblaba, con las manos firmemente cerradas en torno a una escopeta. Tenía los ojos rojos, hinchados, Había llorado y mucho, su voz sonaba rasposa. Más allá de las lágrimas los ojos de Will sólo centelleaban con ira. Pero Hannibal no iba a someterse al control de su Omega.

— ¿William, dónde están los niños?

—Con Jonathan, en una pijamada con sus primos. — Dijo Will, firme. — ¿Creíste que podría hacerles daño?

—William, estas un poco… inestable. Me estas apuntando con un arma en medio de la oscuridad, puedo pensar muchas...

—No. ¡Cállate! —Will sacudió la cabeza, contrariado, no era inestable, sabía muy bien lo que hacía, no había visto tan claro en su vida. — Tú… ¡Tú, maldito monstruo miserable!

Will no lucía frágil ni asustado, se mantenía firme, apuntándole directo al estómago, ambos sabían que si disparaba Hannibal no sobreviviría el impacto aún si le apuntaba al pie. Pero eso no sucedería.

—William, dame el arma.

— ¡No! ¡Oh no! — Will sonrió, pero la sonrisa no subió a sus ojos, parecía un animal, violento y salvaje, muy a su pesar Hannibal sintió la tensión en sus pantalones que indicaba que se encontraba sexualmente excitado. — Tu mismo lo dijiste, Hannibal… Que nuestro amor estaba orquestado para teñirse de sangre.

—Estoy seguro de que no me refería a mi sangre cuando lo dije. —Hannibal hablaba lentamente, sin alzar la voz, susurrándole suavemente. —Will, quiero que bajes el arma ahora, Mylimasis.

—No… No me llames así…—Su voz lo tranquilizaba, su aroma, su rostro. Su Alfa. Quería saltar a sus brazos y perderse en la calidez de su pecho. Negó una vez más, había bajado el arma pero apuntaba nuevamente en alto, directo a su cabeza. —Maldita sea Hannibal… ¿Por qué?

—No sé de qué…

— ¡Y UNA MIERDA! —Grito Will y Hannibal cayó inmediatamente. — ¡DEJA DE MENTIRME, HANNIBAL! Tú lo mataste… a Matt, tú me lo arrebataste… Gideon me lo dijo todo.

—Oh, así que de eso se trata. Tendré que visitar a Abel más seguido, su venganza y aburrimiento me tienen entre la escopeta y la pared…—Hannibal permaneció impasible, Will quiso golpearlo, quiso odiarlo también, pero no pudo. — Mi preciosa esposa de Barba Azul finalmente ha dado con la última puerta.

—Yo era feliz… No tenías derecho.

—Te equivocas, Will. Yo tenía todo el derecho. Desde la primera vez que te vi, tan delgado, tan delicado tan perfecto. Con ese dulce aroma a colonia barata y a tu hirviente fertilidad, sabía que eras para mí.

—Tienes 5 minutos para decírmelo todo, o te juró que te volaré la cabeza.

—No será necesario. No miento cuando digo que me enamoré de ti en el segundo en que te vi. Fue por casualidad, estabas esperando afuera del hospital, tan hermoso, tan puro, tan perfecto, nunca había sentido una fuerza como aquella. Algo tan instintivo tan salvaje, tan incontrolable y tan arrebatadoramente doloroso. Había buscado ese aroma toda mi vida sin saberlo, y lo encontré teñido de la peste de un beta que conocía sólo de nombre.

— ¿Y Bedelia?

—Abel te dijo todo. Fue su consejo matar a Bedelia y buscar lo que realmente quería, para él fue muy entretenido. No iba a hacerlo, jamás creí volverte a ver. Había desperdiciado mi oportunidad al reprimir el impulso de saltar sobre ti, marcarte como mío y fijarme a ti hasta llenarte de cachorritos, justo como estas ahora. —Will quitó el seguro del arma como una amenaza. — Descubrí su secreto y Bedelia murió.

—Matt estaba saludable… o eso pensaba. Ahora veo todo claro. —Murmuró Will— Estaba siempre tan cansado, tan confundido cuando llegaba a casa del trabajo, pero creímos que era el estrés. Luego de un fin de semana parecía sentirse mejor.

—No podía envenenarlo en fin de semana, habría tomado menos tiempo así.

—Tú lo mataste.

—No, por desgracia su muerte fue un accidente trágico. Matar a Bedelia me tomó meses, Mathew era más alto, más fuerte, me habría tomado mucho más. Apenas había empezado cuando murió, pero no voy a negarte que fue justo lo que deseaba.

—Eres un hijo de puta… yo no tenía a nadie… no tenía nada sin él. Matt era el amor de mi vida. — Will lloraba de nuevo, confundido.

—No digas tonterías Will, desde nuestro primer beso sabes que yo soy todo lo que necesitabas, todo lo que nunca te habías atrevido a desear, podías oler la compatibilidad, penetrando el fondo de tu mente sin tomar conciencia de ello. Él no era el amor de tu vida, yo lo soy.

—Oh, no Hannibal… eso no es verdad. — Dijo Will, firme. — Tú serás mi Alfa, mi todo. Pero una parte de esa elección está hecha a nivel instintivo, subconsciente. Mathew siempre será el amor de mi vida, yo lo elegí porque me amaba aún sin las hormonas de por medio.

Mylimasis… —Will titubeo una vez más. — Baja el arma, Will. No vas a dispararme.

Will gimió desesperado, apuntando al techo sobre sus cabezas y disparando, ambos retrocedieron ante el estruendo, polvo cayendo sobre sus cabezas.

—Te mataré… Ya sé que soy capaz de hacerlo.

—No, no lo harás. —Dijo Hannibal, acercándose una vez más. — No pongo en duda tu capacidad, mi amor, pero de quererme muerto ya lo habrías hecho. Te hice sufrir, y a cambio te he dado la vida perfecta y mi corazón. Si no los quisieras podrías terminar todo con un movimiento.

—Puedo hacerlo… La última Esposa de Barba Azul le costó la vida. ¿Recuerdas?

—Este secreto no es peor que los otros que ya has guardado, tú mismo reconoces la irrealidad de tomar una vida, y esta vez realmente no fue mi elección cuando ni como termino. — Will parecía más tranquilo, sus ojos se enfriaban lentamente ante la voz naturalmente relajante de su alfa. — Puedes culparme por la desear la muerte de Mathew y por aprovecharme de tu debilidad para hacerte finalmente mío, pero de nada más.

—Yo lo amaba…—Susurró.

—No lo dudo, tu capacidad de amar es indudable y hermosa, pero no le debes amor a nadie más que a mí, Will… A tu Alfa, a tu esposo, a tu proveedor, al padre de nuestros hermosos hijos Will. Piensa en ellos, piensa en lo mucho que los amas, en lo orgulloso que estabas de dármelos.

—Hannibal… Yo te habría elegido… sobre Matt, sobre cualquiera. —Cedió Will, bajando el arma. Hannibal no se acercó aún. —No tenías que hacerle daño…

—Nuestro encuentro habría terminado en sangre, un Beta jamás podrá ponerse en el camino de un Alfa, Will, pero habría muerto para defender su honor. Mathew murió, yo te encontré y te di todo lo que él jamás pudo. Esa es la historia, no hay más puertas cerradas.

— ¿No las hay?

—No. Ni las habrá nunca… Dame el arma Will. —Will titubeo, pero se la entregó. — Y el cuchillo.

—Aún puedo matarte…—Susurró. Hannibal le quitó un cuchillo de cocina que tenía guardado en el pantalón, y Will se arrojó a sus brazos, llorando una vez más, aspirando el aroma de su Alfa como un sostén para mantener la cordura. — Pero no quiero… Te amo…

—Yo te amo, Mylimasis… Mi precioso, precioso Will. — Hannibal respiro, al fin tranquilo. Su cuerpo estaba adolorido por la tensión acumulada, pero se sentó en el suelo, acunando a Will contra su pecho hasta que dejó de llorar. Besándole los rizos castaños, la frente los ojos y los labios.

—No quiero más secretos Hannibal… Si vuelves a mentirme, una sola vez te juró que te mataré.

—Entiendo, prometo no volver a mentirte, William.

Will asintió suavemente… dejándose arrullar por las suaves palabras de amor que salían de los labios de su Alfa, no podía ponerles atención, estaba perdido en el limbo de la inconciencia, perdido entre Matt y los brazos fuertes que lo mantenían ahora anclado a la tierra. Tan fuerte y tan temible que sólo el mismo Hannibal podría ponerle un alto.

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—Pensé que no vendrías jamás. —Saludo Abel Gideon, recostado en su catre en prisión. — Debo admitir que tu carta fue una sorpresa, Hannibal, un viejo zorro como yo ya no tiene muchos favores que ofrecerle a un amigo. ¿Cómo está, Will?

—Estupendamente. —Explicó Hannibal. — Gracias por preguntar.

—Tiene ese brillo del embarazo, es como un aura brillante. Cuando me pediste que lo hiciera venir hiciste bien en no advertirme sobre su estado, fue mucho más fácil mentirle así. Lo que no entiendo es el porqué.

—Will se había sentido tan incapaz de amar, lo atormentaba por las noches, es difícil ser Alfa de un Omega que duda de su propia naturaleza. —Hannibal no le dio importancia, y Gideon asintió levemente.

—Pero si puede amarte a pesar de tu historial, las cosas son mucho más fáciles… Y puede amar a pesar de su deseo de venganza, que astucia la tuya en jugar así con partes tan intrínsecas de su persona. Es del tipo familiar, tan opuesto a ti. ¿Le has dicho lo que sucedió realmente entre el joven Brown y tú?

—Un desafortunado accidente terminó con la vida de Mathew Brown, Abel. —Hannibal cruzó las piernas en la ordinaria silla plegable frente al preso. — Soy tan culpable de su muerte como tú de la muerte de tu familia.

—Asumo que ahora Will está mucho más tranquilo. ¿Cuándo sale a cuentas?

—Esperamos una niña dentro de unas dos semanas.

—Debe lucir deslumbrante… Odio arruinar tu festivo humor, Hannibal. Pero hay pocas cosas que tengo aquí, agradecería que atormentaras a Chilton haciéndome llegar todas a las que tengo derecho.

—No es necesario recordármelo, Abel. He comprado suscripciones a revistas de Medicina, Pesca e Interés general para ti por los próximos dos años. Y me aseguraré de enviarte tantos libros como pueda cuando mi hija nazca.

—Apreciaría una carta, saber cómo resulto tu pequeña y sí es posible una fotografía.

—No abuses de mi amabilidad, Abel, te escribiré regularmente sólo para fastidiar a Chilton si eso te hace sentir mejor.

—Suena bien, llenaré cada test barato y estudio psicológico que me envíes con tal de verlo hervir de rabia… Eres mucho mejor negociando que él.

—También soy mucho mejor Psiquiatra. —Ambos hombres rieron mientras Hannibal se ponía de pie, poniéndose el abrigo y preparándose para partir.

—Si quieres un último consejo, es mala idea mentirle a un hombre con él que duermes por las noches.

—Yo no miento. Tu sí. Yo no dije nada que no fuera cierto. Adiós Abel.

—Adiós, Hannibal. Salúdame a Will.

Notas finales:

Nunca duden que Hannibal siempre está en control.


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