“Quiero, quiero, quiero, quiero……”
Mi piel era corroída desde adentro, escarbada dolientemente por algo que no paraba de torturarme.
Me rascaba infructuosamente, me rascaba hasta herirme sin control, hasta ver mí sangre, mi sangre, esa que por tanto tiempo defendí con ahínco.
Rompo mis nudillos sin querer, los escucho tronar y hacer un eco desagradable a mí alrededor.
Grito, chillo pero mi garganta herida apenas y me permite hacer unos sonidos desagradables y guturales que terminan por herirla aún más.
Mis lágrimas queman, mis lágrimas duelen, mis lágrimas ya no salen más de los que fueran mis ojos y la oscuridad más que nunca es mi eterna amiga.
La luz invade sin permiso alguno mi existencia, la luz se burla de mi sufrimiento, la luz me guiña y yo la rechazo, ya estoy bien, le digo, ya no te necesito le repito y ella, ella simplemente se marcha sin mirar a atrás.
Mis pasos son lentos, erráticos, estúpidos, intento ignorar a quienes podrían ofrecerme ayuda, me oculto magistralmente de ellos para volver a la comodidad de mi hogar durante el dia, hasta que una noche cualquiera le veo a él.
Sonríe, es bello, elegante, orgulloso, joven, todo lo que alguna vez fui, o eso creo, todo lo que una vez perdí. Y el dolor que creí olvidado regresa a atormentarme y ruego por no encontrármelo nuevamente, lo ruego, pero asi como este dolor crece en mi pecho, este dolor que me embarga desde hace mucho no se quita, el regresa, una y otra vez, ignorando mi presencia oculta tras una lápida.
Ya no puedo más, ya no puedo seguir ignorándole, ya no puedo seguir fingiendo que no existe, ya no puedo seguir frenando mis impulsos y mi instinto me grita, me exige que le reclame, me exige que, que, que….
Me mi mira horrorizado, me ha notado, sabe de mi existencia y yo como puedo me aproximo a él para escuchar un grito mudo salir de su garganta, cuando de la misma forma que de la mía sale una orden que al parecer el no entiende.
“Quiero tu cabello, quiero tu carne, quiero tu piel, quiero tus ojos, quiero tu boca, quiero tus pulmones, quiero tu corazón, quiero tu sangre, lo quiero todo de ti, todo, todo, completamente todo”
Se tapa la boca y en su expresión la repulsión se hace evidente, extiendo mis brazos con la esperanza de alcanzarlo pero la vida que él tiene y a mí me falta es el motor suficiente para alejarlo de mí.
Me dejo caer sobre una lápida cualquiera destrozado por dentro y por fuera, extraño respirar, extraño sentir, extraño beber y que dios me perdone, ya le extraño a él, a él, el causante de mi dolor, de mi tragedia, de mis perdidas.
El tiempo para mí no es excusa, el tiempo pasa sin ser notado, el tiempo en soledad no es nada, el tiempo, el tiempo, simplemente pasa sin importancia alguna.
Y mis noches o lo que creo que son continúan como siempre, a veces grises, a veces rojas, a veces blancas, pero siempre solo, solo y lleno de dolor y rabia, hasta que le veo otra vez, caminando erráticamente, tropezando torpemente con sus pies, refugiándose en su hogar eterno y sonrió, sonrió porque al igual que yo está condenado, condenado por siempre, condenado perpetuamente a existir pero no vivir.
Y me acerco a él, pero es tarde, ya se ha refugiado en su nuevo hogar y por fin conozco su nombre, un nombre que extrañamente intenta recordarme algo, pero no sé qué. Está en la punta de mi lengua, de mi cerebro podrido, de mis recuerdos…
“Draco Lucius Malfoy, amado hijo y…” Me distraigo por fracción de segundos pues alguien ha borrado lo que sigue y ha puesto en su lugar “Sucio Mortifago” Y aquella palabra queda dándome vuelta en mi mente hasta que se pierde como otras tantas, hasta que llego a mi hogar y por primera vez en mucho tiempo leo mi propia lapida y entiendo porque este debio asustarse ante mi presencia.
“Harry Potter, amado Héroe del mundo mágico”
“Asesino de Mortifagos”
La luz del dia ha caído nuevamente en el panteón, la luz del dia me ordena refugiarme en la calidez de la que alguna vez considere mi prisión en espera de la noche, por la oscuridad, por una nueva oportunidad para conocerlo, pero ya no para apropiarme de su vida, sino de su muerte.
Fin