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Convirtiendo la desgracia en fortuna por NanaHan

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Notas del fanfic:

Es una historia de mi autoria aunque la mayor parte de los personajes pertenecen a ambas historias que ya conocen bien y de los cuales soy fan.

Decidí hacer esta estoria porque me encantó el personaje de Usami Haruhiko y realmente me dolió que fuese rechazado por Misaki. (No me mal entiendan, no apoyo esa pareja) Pero quise que él tambien tuviera una historia de amor.

Les pido por favor que respeten lo que suceda en la historia y sobre todo que la disfruten. Es el segundo fanfic que decido publicar. :D

Y por favor no me odien cuando descubran el obscuro secreto de mi joven muchacho. No quiero que mi historia se trate solo de un hombre que se fija en otro hombre, sino una persona que se enamoró de otra persona.

ewe

Notas del capitulo:

El prólogo de la historia. Serán pocos capitulos los que estén escritos en un narrador neutral.

¡Disfrúenlo y sobre todo tómenle cariño! :3

Ese día, un día lúgubre y gris con la amenaza de la lluvia latente, lo que parecía ser el delgado cuerpo de un muchacho corría en dirección a la estación de tren más cercana a su empleo. Maldiciendo internamente porque el único día en que tenía que llevar un insignificante paquete  más lejos era justamente el día en que era necesario dejar su motocicleta para una alienación de rutina. Como pudo, llegó hasta la estación de trenes justo a tiempo ya que el cielo rugía furioso y se tornaba cada vez más negro.

Era obvia la prisa del jovencito, casi se ponía a trotar sobre sus propios pies mientras aguardaba en la fila de la caseta electrónica características del metro de Tokio. Antes que él había un hombre con traje formal, alto de cabello castaño y gafas que se mantenía mirando la pizarra luminiscente de los precios  como si no entendiera… ¿O era que en realidad no podía leerlos bien?

– Disculpe – lo llamó ya casi exasperado por la espera – Puedo leer los precios si usted lo desea – ofreció con la esperanza de que esto resolviera el problema.

–Puedo ver los precios perfectamente – respondió el castaño; su voz era sumamente seria, tanto que parecía estar de mal humor – es solo que voy a la estación Hibiya.

–Entonces serán 160 yenes – lo dijo de todos modos, la prisa no daba tiempo para formalidades.

El hombre se quedó mirando la caceta de nuevo sin saber qué hacer, y pronto la idea de que quizá jamás se había subido a un tren atravesó por la mente del muchacho. Ya harto, ofreció pagar por ambos ya que se dirigía a la misma estación, el no tenía idea de que le había dado cuerda a una fuerza imparable.

Subieron al tren y trabajosamente intercambiaron un par de palabras; por una parte, el hombre notablemente mayor que el joven de cabello azabache, parecía no tener el más mínimo interés por relacionarse con cualquier persona; y por otra, el muchacho no tenía ni la más remota idea de cómo tratar a gente como él, limitándose únicamente a ser cordial y no indagar ni formular ningún tipo de conversación con un extraño al que acababa de ayudar. Después del tortuoso viaje en metro ambos sujetos se bajaron en la misma estación y por mera cortesía el más joven le preguntó a donde se dirigía.

–Voy al hotel Teito – el muchacho casi se atraganta con su propia saliva.

–Oh… también me dirijo hacia ahí – respondió, el hombre ni si quiera había movido una ceja.

Caminaron a la par por la calle hasta el hotel y durante el trascurso del camino el joven intentaba descifrar si era buena idea intentar hacerle conversación a ese hombre tan serio. Justo cuando se había decido a hablarle debidamente se dio cuenta de que llegaron al hotel, y que a este hombre tan extraño lo estaba esperando otro de gafas obscuras igualmente vestido de traje.

“Es rico…” pensó el muchacho con cierto desdén. Terminó por despedirse haciendo una ligera reverencia y entrando rápidamente para pasar a la recepción, ahí se auninció a una joven recepcionista muy bonita.

–Disculpe señorita, busco a Usami Akihiko – se aclaró la voz – vengo de parte de la editorial Onodera.

La recepcionista asintió y le pidió que esperara e instantes después se colocó el teléfono en la oreja llamando a una persona con el mismo nombre, indicándole lo que el muchacho le había dicho. El solo dio las gracias y mientras la recepcionista intercambiaba algunas líneas con la otra persona él se giró para observar con detenimiento donde se encontraba.

–Se encuentra en la suite 202 en el piso 15 – se dirigió de nuevo a quien tenía frente suyo.

–Muchas gracias – y diciendo esto partió hacia al ascensor.

Para sorpresa suya el hombre de antes se encontraba a la espera del ascensor para, seguramente, ir a su piso. Sin saber cómo reaccionar lo saludo con una inclinación de cabeza como si dijera “Ah, hola de nuevo” y el hombre solo le dirigió una mirada a modo de saludo… bueno, ¿Eso era algo, no? Así pues entraron al ascensor y el chico preguntó a que piso se dirigía con la intención de indicar a que botón debía presionar primero.

–Al piso 14 – respondió el sin mirarlo. Qué carácter.

–Uno antes que yo – observó animadamente el joven intentando aligerar el ambiente.

Todo lo demás fue silencio, cosa que resultó ser mas incomoda que el viaje en tren ya que no había mas personas y básicamente se encontraba encerrado con un hombre mucho más alto que él y que fácilmente le doblaba la fuerza. La tensión que se acumulaba en su cuerpo se esfumó como a un refresco al que se le escapa el gas cuando lo abren al sonar la campana que indicaba que habían llegado al primer piso seleccionado. El hombre salió y se despidió con una ligera inclinación de cabeza por cortesía, ahora si podía respirar tranquilamente. En el piso siguiente se dirigió a la habitación marcada con el numero 202 y tocó decididamente un par de veces, transcurridos unos segundos la puerta chasqueó al abrirse dejando ver a un hombre alto de cabello grisáceo. El muchacho lo miró como si se tratara de lo más sorprendente que había visto y el sudor que se había presentado en sus manos se intensificó, el hombre lo miró expectante lo que obligo al niño azabache espabilarse y anunciarse correctamente.

–Discúlpeme – tomó el paquete con ambas temblorosas manos y se lo tendió controlándose en la medida de lo posible – aquí tiene. Es solo que no me esperaba tratar con el mismo escritor en persona – convino en tono animado disimulando su nerviosismo. Era cierto, el muchacho esperaba ser recibido por algún asistente o algo parecido.

–¿Has leído mi trabajo? – preguntó el hombre con una sonrisa leve en el rostro mientras aprisionaba el paquete con sus grandes manos.

–Sí señor, incluso me habría gustado pedirle una firma de haber traído conmigo mi ejemplar de su nuevo trabajo – parecía más bien que el joven pensaba en voz alta.

El hombre de cabello gris emitió una risa como si se sintiera alagado lo que provocó que la cara del muchacho se pusiera tan roja como un tomate al darse cuenta de lo que acababa de decir.

–Muchas gracias – volvió a reír satisfecho consigo mismo – espero que hayas disfrutado de la lectura.

–¡En efecto! Gracias a usted – le tendió una hoja de papel sujeta a una tabla y un bolígrafo – sea tan gentil de firmar de recibido por favor.

El hombre tomó el bolígrafo y lo deslizó rápidamente cumpliendo la petición rutinaria del joven.

–Quizás en otra ocasión obtengas tu firma – agrego el escritor animadamente.

–¡Seré optimista! – dijo, dio las gracias y volvió al ascensor.

Ya en el lobby la recepcionista de antes lo llamó un poco indecisa, como si no supiera de que manera debía llamarlo. Digamos que nuestro muchacho no era de esos con apariencia exactamente varonil sino que al contrario, su rostro era sumamente fino, pálido, y a falta de otra expresión; bonito.  Al fin, cuando el muchacho acudió al llamado de la mujer preguntándose que podría querer para llamarlo de vuelta, ligeramente tenso se acercó al gran escritorio de la recepción.

–El hombre que subió junto con usted al ascensor pidió que acudiera a su suite – eso sí era una sorpresa.

Aparentemente desconcertado el chico quiso preguntar por qué pero ¿Qué podía saber una recepcionista de las razones de las peticiones de sus clientes?  Así que alojo la duda en la garganta y asintió enérgicamente.

–De acuerdo, avisadle que iré entonces – acepto la invitación, o lo que sea que fuese eso.

Se puso nervioso, quien sabe por qué. En realidad era comprensible esas cosas no suelen sucederle a un chico repartidor de veinte años. Cuando estuvo frente a la puerta dudo en tocar pero al fin lo hizo, de nuevo con las manos frías como un tempano.

–Am… hola, ¿Qué es lo qu–

–Pasa y siéntate – el hombre no dejó que terminara.

–De acuerdo, entonces con permiso – asintió algo molesto por la interrupción.

El hombre cerró la puerta tas el muchacho y camino hasta sentarse en uno de los sillones de la pequeña sala encontrada dentro de la suite. Después de mirarlo un momento el muchacho se sentó en el sofá frente a él, notablemente incómodo.

–Toma un trozo – le indico el mayor.

Noto entonces que en la mesita interpuesta entre ambos sofás había un pastel de crema blanca y fresas, con dos trozos en dos platos separados.

–¡Oh, pastel de fresas! – le muchacho parecía extasiado y cualquier rastro de incomodidad se difuminó completamente.

–¿Te gustan las fresas? – preguntó sin quitarle los ojos de encima.

A estas alturas el chico casi se atragantaba de tanto pastel que tenía en la boca, apenado por haber perdido la compostura unos momentos se tragó el bocado y asintió educadamente.

–Me gustan las cosas dulces.

–Es decir que no solo te gustan las fresas – inquirió el hombre al que curiosamente los ojos dejaron de vérsele por el reflejo de sus anteojos.

 –Por su puesto, aunque, si tuviera que elegir creo que preferiría el chocolate.

–¿Chocolate?

Asintió con energía, y de solo pensar en el chocolate sus mejillas comenzaron a cosquillear.

–¿Qué otra cosa te gusta? – pregunto. ¿Por qué de pronto preguntaba cosas como si fuesen amigos?

–Um…, no me viene nada a la mente, ¿Con respecto a qué? – respondió el menor evidentemente desconcertado.

–Lo que sea.

–¡El azul! Amo el color azul – respondió como impulsado por algo en lo que pensaba.

El hombre lo miro extrañado como si no fuera la respuesta que estaba esperando pero decidió no prestar mayor atención y siguió con su peculiar conversación.

–¿Estudias?

–Sí, mi asignatura es la literatura, aunque tengo un par de empleos a medio tiempo también  – respondió.

–Joven y bastante admirable aunque… ¿Literatura? ¿No crees que es una pérdida de tiempo? – frunció el seño y torció un poco la boca al recordar la profesión de su hermano.

–Gracias, pero no es como si usted fuese mucho mayor – respondió, con el ceño igualmente fruncido. No le había hecho ninguna gracia el comentario – ¿Pérdida de tiempo? ¿A caso parece algún tipo de juego? – preguntó perdiendo casi todos sus estribos.

¿Quién se creía que era? Bastante trabajo le costó al jovencito lograr estudiar aquello que le apasionaba para que cualquier imbécil opinara algo negativo.

–Claro que parece un juego, los escritores se la pasan volando en un mundo ilusorio fuera de la realidad – su tono era mucho más frio que el que le había escuchado desde que se lo topó en el tren.

El joven estaba a punto de responderle a gritos pero se obligo a callar el “Imbécil” que se había formulado en su garganta y que estaba ansioso por salir a golpear directamente en la cara a aquel cuatro ojos, cuando este siguió;

–Gracias por ayudarme en la estación de tren, te la debo  – el chico lo miro confundido intentando tomar el hilo de la conversación, y preguntándose si en verdad no se habia dado cuenta de que lo que había dicho fue altamente insultante.

–No es nada, no se preocupe – respondió despectivamente.

Y tras un silencio, se levantó, dio gracias por el pastel, y se dispuso a salir. Ya era hora de retirarse, después de todo tenía que volver al trabajo y realmente no tenía ni una mísera pisca de ganas de seguir compartiendo la misma habitación con ese hombre tan grosero.

–¿Por qué? – pregunto el hombre levantándose también. A lo que el muchacho respondió con un par de pasos hacia atrás por reflejo.

–Bien,  aún tengo que regresar a mi trabajo, tendré problemas si no regreso pronto. Gracias de nuevo – se excusó – y por cierto, sería maravilloso que no cuestionara lo que es realmente importante para la gente – lo miro indeciso como si no supiera bien a que se refería – tómese la molestia de conocer antes de juzgar – lo dijo de tal manera que sus palabras parecían puñales o dedos acusadores que señalaban continuamente la falta de tacto y educación. Una pésima primera impresión.

El pelinegro se dirigió a la puerta con prisa, intentando inútilmente no parecer desconsiderado o grosero. Pero algo interrumpió su “discreta” huida. Alguien lo tomó del brazo y lo giro en la dirección opuesta  

–Quizás deberías dejar el trabajo por hoy – susurró el mayor.

–No puedo, necesito mi pago.  A demás no me interesa de momento – respondió el muchacho, asustado intentando zafarse.

–Eso no es problema, yo puedo dártelo– respondió acercándose peligrosamente al rostro del joven que acababa de conocer.

De esa manera tan hostil el chico no pudo evitar hacerse las peores imaginaciones posibles ¿Una persona completamente extraña que tomaba conductas tan extrañas? ¿Qué más podía ser? Se culpó internamente por haber sido lo suficientemente estúpido como para aceptar la invitación de un desconocido y poco antes de que sus labios se rozaran el muchacho cerró los ojos con fuerza y se las ingenió para golpear su mano contra la mejilla del otro, la bofetada había sido tan fuerte que pareció escucharse por toda la habitación, de inmediato se arrepintió de haberlo hecho pero había conseguido lo que quería; su mano con la que sostenía el delgado brazo del azabache había aflojado y logró zafarse, lo empujó hacia atrás hecha una fiera que temblaba de miedo y tratando de modular el volumen de su voz pregunto;

–¡¿Q-qué haces?! ¡Pervertido!

Lo miró con temor a que arremetiera contra él, pero solo lo vio ahí parado con la mano sobre la mejilla que había sido golpeada.

–¡N-no puedes intentar besar a alguien así! ¡No es correcto, y-y menos a alguien que acabas de conocer! ¡Idiota! – parecía un gatito asustado a punto de saltar a arañar a su atacante

Fijó su atención en el rostro del hombre; su mejilla enrojeció por el golpe y al instante se sintió terrible por lo que había hecho. La voz de aquel hombre perforó el incomodo silencio emitiendo un “silencio” en voz baja y el más joven se sorprendió al darse cuenta de que había agachado la cabeza.

–Con permiso – el muchacho salió de su espasmo y diciendo esto se abalanzó hasta la puerta.

El joven no pudo tranquilizarse hasta que estaba de nuevo en el ascensor hacia el lobby, durante todo el trayecto su mano se encontraba contraída contra su pecho intentando ayudar a regular los latidos alocados que parecían intentar que el corazón saliera de su orbe original. Todo el miedo que sintió se transformo en vergüenza y pesar al recordar la marca rojiza en la mejilla del hombre, aun cuando únicamente hizo lo que hizo por defender su integridad personal. La campana del ascensor sonó, tomo aire para reunir valor, se despidió de la recepcionista intentando parecer normal y salió lo más calmadamente posible del hotel para una vez fuera salir corriendo a toda velocidad sin que la lluvia le importara.

Notas finales:

¡Corre, corre y no mires trás! eue


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