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Lost heaven por Aomame

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Notas del capitulo:

"Diremos adiós. Cielo perdido.

Cómo anhélabamos el cielo.

Estamos dejando algo que nunca tuvimos.

El tiempo va tan rápido. El cielo se pierde."

 

 

 

 

 

 

Lost Heaven

I still remember every day

 Zero,

No siempre soy capaz de ver a través de ti, no siempre puedo entenderte y crear en mi mente una idea correcta de los que me dices. Suelo ser muy intolerante y a dejarme llevar por el terror. Sé que a veces me detestas y no quieres ni verme, sé que  a veces  soy yo quien no quiere verte. Que conjuro palabras que no quiero decir, o que si quiero pero no siento. Sé que sería más feliz a tu lado si me dejara de mis tontos celos. Pero también sé que no puedo evitarlos.

Porque tu sonrisa no siempre es visible, porque no siempre me sonríes a mí. Así que cuando le sonríes a alguien más me exaspera, me duele y pienso en lo que yo no he hecho para hacerme de tu sonrisa.

Y también sé que esta no fue la mejor manera de empezar, estoy seguro de que no fue la mejor. Pero que, de no haber sido así, nunca habría sido. Jamás nos habríamos cruzado o tal vez sí, pero nos odiaríamos y querríamos deshacernos uno del otro; estoy seguro que de no haber sido así, probablemente escupiríamos a la tumba del otro sin ningún reparo.

De todas estas cosas, todas y cada una, estoy tan seguro como de que el Sol sale cada mañana. Es la misma forma en la que estoy seguro que te quiero, que he vivido a tu lado lo suficiente para conocerte y no ser capaz de esgrimir contra ti ninguna argucia. Estoy plena y completamente seguro de que moriría por ti, te daría mis ojos si quedaras ciego, mi sangre si me la pidieras, iría a la cárcel por ti, al fin del mundo si quisieras, te daría mi vida, mis brazos y mi alma.

Tal vez no me creas, no tienes por qué hacerlo, pero de aquí hasta el día de mi muerte estoy seguro que no amaré a nadie como te amo a ti. Y quizás esta carta no llegué jamás a tus manos, quizás ahora ya estás muy lejos, tal vez ya no vuelva a verte. Me duele y me destrozará por siempre como una fina espina clavada en la piel, tan fina y pequeña que es imposible de ver y quitar, pero que sabré que sigue ahí, porque con el más mínimo movimiento se hará presente.

No sé cuánto daño nos hemos hecho o sí realmente nos hicimos daño. Por mi parte  puedo decir que el daño es permanente, has horadado mi corazón, haciendo un hueco imposible de cerrar y que se derrama de amor constantemente. El daño que me has hecho es el más cruel de todos, me has capturado, me enredaste con hilo transparente a tus dedos, me has enamorado.

Decirte adiós, incluso a través de esta hoja de papel, me duele tanto que no puedo respirar correctamente. Y sé que verás como la tinta se corre aquí y allá, son mis lágrimas que en este momento me impiden ver  y que caen en un afán inútil de aliviar mi dolor.

Te amo, aunque nunca lo sepas. Te amo, aun cuando te vas. Te amo, aunque me mates. Te amo, aunque me juré que no pasaría.

                                                                                                  Kuran Kaname

                                                                                                                        

++++

El hombre de aquella esquina ha terminado de escribir y dobla la hoja  con los dedos tambaleantes. La botella de whisky frente a él va a la mitad, y su copa está vacía pero, no tardará en llenarse. Su cabello castaño cae sobre su frente y al quitárselo puedes ver sus ojos enrojecidos, aunque no sabes si por el alcohol o por el llanto que surca sus mejillas.

Lo ves, querido lector, desde tu asiento en la barra. Has terminado tu día de trabajo, en la escuela, en la oficina, en el hogar, donde sea y lo que sea que hagas. Has terminado y has decidido tomar una copa en aquel bar. Un bar de aspecto rustico y confortable, con terminados de madera y tela escocesa, estás ahí porque te apeteció un poco de alcohol, porque estás cansado y eso te relaja. Solo una, porque tienes que ir a la cama, porque mañana el día comienza de nuevo.

Y sin embargo, mientras te llevas a los labios tu ambrosia de recompensa no has podido dejar de ver a aquel hombre de aspecto triste. No has podido porque tus ojos siempre buscan la belleza y la has encontrado en aquel hombre. Un hombre delgado y de rostro atractivo, de cabello castaño ligueramente largo y ondulado. No se ha quitado el abrigo, y parece más corpulento de lo que en realidad es, mucho más melancólico. Lo miras y  reconoces que es muy guapo, lo miras y decides que lo miraras otro rato, porque la belleza, venga de donde venga, también te relaja.

Él ha dejado de escribir, él no te presta atención. Se quita el cabello de la frente y mete la hoja de papel en un sobre blanco. Aguardas, querido lector, desde tu asiento, esperando que tome la pluma de nuevo y escriba en el sobre la dirección del destinatario. Aguardas. Y él parece aguardar también. La pluma descansa sobre la madera de la mesa y él la mira, “¿acaso espera que se levante por si sola y comience a escribir?” te preguntas dándole un sorbo a tu bebida favorita. Aguardas, pero él no se mueve. La pluma queda en el mismo lugar, el sobre también.

Suspiras, y te das cuenta, el hombre de ahí no va escribir ninguna dirección. Aquella carta jamás será leída. Jamás llegará a su destino. Tal vez no tiene ningún destino, tal vez el hombre de ahí ha escrito para sí. “Claro que sí” te dices “las personas cuando escribimos, no importa qué, muchas veces es para nosotros mismos. Nos liberamos.” Suspiras de nuevo y pides una copa más, aunque te habías prometido solo una. “pero, no”- recapacitas “Él escribió para alguien, si no ¿para qué el sobre?”

El hombre de la esquina, toma la botella y llena su vaso. No es así como se sirve un whisky, pero sabes que al hombre eso no le importa, es más, no le importa nada, esa noche desea perderse en alcohol y si fuera por él, morir por congestión alcohólica, tanto le da vivir como si no. Solo quiere dejar de sentir. Tú lo sabes, y no estás de acuerdo con él. Lo sabes y por eso dejas tu asiento.

Es la primera vez que un desconocido te importa. No puedes entenderte, pero allá vas, con paso seguro esta aquella mesa de la esquina. Te plantas frente a él. Y él tarda en darse cuenta, no es para menos, lleva media botella y sabes que se la acabará y pedirá otra.

-¿puedo sentarme?-le preguntas y él cabecea, no le importa si te sientas o no. Y a ti  no te importa si él acepta o no que te sientes con él. Así que simplemente corres la silla y te sientas frente a él.

Él te mira, pero su mirada parece vacía. Tú lo miras y amablemente le sonríes. “Una sonrisa” te dices “siempre da confianza” Dejas tu copa a lado de su botella, y con tus dedos alcanzas el sobre, no lo llevas hasta ti, no quieres saber que dice. Sólo se lo señalas, sólo le recuerdas que el sobre está ahí.

-Las palabras aquí escritas no tendrán valor si no llegan a su destino-le dices como un consejo, y te reprendes, porque pareces un metiche. Pero tú, querido lector, por alguna razón sabes que lo que está ahí es importante, que lo que está ahí tiene que leerse.

Él no te dice nada, su vista se ha fijado en tus dedos. Y te das cuenta que de cerca es más atractivo. Pero no estás esta noche con afán de seducir a nadie, en el fondo sabes que ese hombre no es seducible, ese hombre está vetado, casi tiene en la frente un enorme letrero que dice “Apartado” y no hay nada que puedas o quieras hacer.

-¿Ya no puedes escribir?-dices amablemente, incluso con tono maternal- ¿recuerdas la dirección? Puedo escribirla por ti.

Él regresa su atención a ti. Pero realmente no le interesas. Realmente no sabes si te ha escuchado.  Sus manos permanecen sobre la mesa, una de ellas sostiene el vaso que no ha llevado a sus labios todavía.

-No hay dirección-te dice pausadamente, con buena dicción a pesar de haber bebido tanto.

-¿No la hay?-preguntas-¿no la recuerdas o no la sabes?

-no la sé.

Lo miras y él a ti. Otra persona te diría que no te importa, que te vayas. Pero él sigue mirándote como si quisiera que siguieras preguntando. Suspiras otra vez, porque sabes que no te irás a la cama temprano y levantas la mano para pedirle al camarero una copa más de ese alcohol que tanto te gusta.

-¿por qué no la sabes?-preguntas y te das cuenta que es la pregunta correcta.

-Porque no sé a donde fue.

-¿quién?- y ves como sus mejillas se sonrojan. Has acertado de nuevo y te felicitas. Es más, has dado en el clavo.

Él te mira y sus labios se despegan pero no dicen nada. El silencio flota y él no te dirá nada, porque algo se lo impide, algo lo aturde de tal forma que controla sus cuerdas vocales. Ese algo es en realidad el nombre de ese “quién” por el que has preguntado. E intentas adivinar.

-¿Un amigo?-él niega- ¿amiga?-niega-¿tu padre?-niega- ¿madre?-niega- ¿Hermano o hermana?-Niega. Y tú sonríes porque solo queda una posibilidad-¿novia?

Y para tu sorpresa él niega, se inclina sobre la mesa y te pide que te arques, lo haces y te murmura:- es un hombre.

-aah-exclamas y dentro de ti exclamas otro “aaahh” más largo-tu novio, entonces.

-No- dice y te sonríe por primera vez-me case con él.

-¿te casa…? ¿Y no sabes dónde está?

-no- te dice y su sonrisa se apaga. Te equivocaste de pregunta, tragas saliva e intentas arreglarlo.

-¿han peleado?

-No-te contesta-nos divorciamos.

-ah-exclamas esta vez dentro de ti no hay palabras-lo siento. Supongo que no querías el divorcio. Pero no te preocupes, estarás bien.

-¿puedo estarlo sin él?

No sabes que contestar has quedado esta vez, realmente, sin palabras. No sabes que decirle porque te das cuenta que él está muy enamorado, y al mismo tiempo desesperado. No sabes que decir, nunca nos enseñan cómo ayudar a quienes les han roto el corazón. Y eso que ya te lo han roto, y eso que has consolado a tus amigos cuando les ha pasado. En esas ocasiones, recuerdas, sus parejas no te caían bien e insultarlos había sido la manera de aliviar el dolor. Pero en esta ocasión estas en blanco, porque parece que ese hombre no aceptará ningún insulto a su pareja o ex pareja.

-si tanto le quieres-dices titubeando- no sería mejor arreglar las cosas y no divorciarse.

-Nosotros no decidimos divorciarnos.

-¿ah?-no entiendes y como no entiendes le dices:-¿cómo que no? ¿Acaso no decidieron casarse? ¿Qué, les pusieron una pistola en la cabeza o qué?

-Algo así, una pistola no, pero algo parecido.

Ahora sí que estás perdido. Los forzaron a casarse, los fuerzan a divorciarse… pero son  hombres, ¿quién fuerza a dos hombres a casarse entre sí?

-¿los obligaron?

Él asiente aumentando tu asombro.

-¿cómo?-preguntas involuntariamente, sabes que no te lo dirá, ¿por qué lo haría? eres un extraño entre los extraños.

-es una larga historia-ya te lo esperabas, así que bebes de tu copa y te resignas, pero él vuelve a hablar-¿quieres escucharla?

Tragas, y lo miras con estupefacción. Te das cuenta que él quiere hablar, es lo que más desea. Escribir aquella carta no ha sido suficiente para liberar su corazón. Así que asientes y te dices que está bien, que no importa si te desvelas. Que tampoco el trabajo es tan importante; la escuela o la casa mañana seguirán en el mismo lugar.

Y él suspira reclinando la espalda en el sillón esquinero que ocupa. Tú te revuelves en tu silla y piensas que el sillón es más cómodo pero no lo expresas. Aguardas de nuevo a que él se mueva. Pero esta vez él no aguarda nada, esta vez su relato comienza.

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+++++

-Vino, y vino de tu cava especial-dije y recorrí al silla-supongo que algo quieres pedirme.

Mi padre sonrió.

-¿por qué piensas así? ¿Qué no puedo invitar a cenar a mi querido hijo sólo por el placer de verlo?

-Bueno, siempre que deseas algo de mí sacas uno de eso vinos especiales y me invitas a cenar.

-me conoces bien ¿ne?

-de toda la vida.

Mi padre rió de nuevo y descorchó el vino para servirlo  en la copas.

-¿y bien?-dije al tiempo que oxigenaba el vino de mi copa.

-¿Conoces a los Kiryuu?

-Imposible no hacerlo.

Eran, básicamente, una familia dueña de la compañía que nos había dado muchos dolores de cabeza en el pasado e incluso ahora. Nuestras empresas habían competido durante años para alcanzar la cima del mundo empresarial y ahora, curiosamente, la compartían. Eran los grandes monstruos que controlan la economía de Japón y la caída de una significa el desequilibrio del país entero.

Lo que no entendía era que deseaba pedirme mi padre. Teníamos una paz relativa con esa familia, no nos metíamos en los asuntos del otro aunque, claro, siempre estábamos pendientes de esos asuntos.

-Bueno Kiryuu y yo hemos estado platicando. Somos amigos de la infancia, tú sabes…- comentó mi padre y le dio un sorbo a su vino. Esa historia me la sabía de sobra, y sabía que de alguna manera había sido aquella amistad lo que había traído la paz a nuestras casas.

-¿Qué tramaron?- pregunte incapaz de entender lo que quería de mí.

-Tenemos un negocillo, uno pequeño, insignificante-fruncí el ceño, cuando hablaba así es que era todo lo contrario- pero para llevarlo acabó tenemos que convencer a los consejos. Y ya sabes como son, son tan rehaceos… supongo que porque  se trata de puro anciano, en fin… ellos no toleran mi amistad con Kiryuu y me han acusado múltiples veces de “ayudarlo”-mi padre esbozó una sonrisa irónica- ¿ayudarlo? Simplemente lo dejo hacer.

-Eso, quizás, es lo que consideran “ayudarlo”.

-Sí, bueno, como sea. En ese caso Kiryuu también me ha “ayudado”.

Asentí, concordaba con mi padre y al mismo tiempo  no le daba cuerda en su discurso de siempre en defensa de su amigo.

-El punto-continuó- es que hay que convencer a los consejos, al suyo y al mío, para que nos dejen unirnos. Es decir: una fusión de empresas.

Escupí el vino y le rocié la cara con él. Mi padre sin inmutarse tomó su servilleta y se limpió. Aquello, se viera por donde se viera, era una maldita locura, jamás el consejo aprobaría algo así y menos con el enemigo más letal.

-sí-dijo mi padre adelantándose a cualquier palabra mía- es exactamente así como el consejo reaccionará. Pero tenemos, y digo “tenemos” porque realmente es un negocio importante, que convencerlos. Y en el cómo es donde entras tú.

-¿Cómo?

-Casándote.

-¿eh?

-con un Kiryuu.

-Ya-en realidad casarme no tenía mucho significado para mí. No tenía a nadie especial en ese momento y la idea de un matrimonio arreglado me sonaba realmente cómodo. Mucho más fácil que andar buscando esposa. Y si aquel negocio era tan vital que ameritaba una fusión ¿por qué no?

-No pareces afectado-dijo mi padre que al parecer esperaba una reacción negativa de mi parte-Eso es muy bueno. Porque apelaremos a ese amor juvenil que nació como el de Romeo y Julieta. El consejo no puede negarse a un matrimonio, porque no les concierne, y una vez hecho, la fusión será un paso lógico.

-Comprendo-dije, era una buena idea, bastante buena. Pero caí en un pequeño problema que no había tomado en cuenta-Papá, espera un poco. Hasta donde sé los Kiryuu solo tienen hijos varones ¿Cómo esperas que…?

-Eso-me interrumpió mi padre y levantó su dedo índice como siempre que puntualizaba algo-es un plus. Ahora que está de moda la tolerancia y esas cosas, diremos que el amor así es más fuerte que nada. ¿No te parece genial? Además que ganaremos recursos y cuentas de asociaciones a favor de la diversidad sexual.

-Pero yo no soy gay.

-¿y qué? Hijo esto es un negocio. Ni más ni menos. Velo así y lo demás déjalo en mis manos.

-pero…

-nada. Todo saldrá bien.

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-¿Y salió?-preguntas tú, mirando al hombre frente a ti.

Él se encogió de hombros.

-No estoy seguro de ello. Si lo vemos como el movimiento empresarial que fue, sí, funcionó.

Tú frunces el ceño y vuelves la atención a tu copa.

-¿pero si no lo vemos así?

-entonces te diré que no. Porque en un movimiento que haces por negocios no debes mezclar jamás tus sentimientos.

Tú, mi querido lector, le miras de nuevo, tu copa está  a la mitad. Te das cuenta que la historia es realmente larga y decides llamar al camarero y pedir algo de comida para picar, no quieres que el alcohol se te suba demasiado a la cabeza y pierdas el hilo de la conversación.

-¿mezclaste tus sentimientos entonces?-le preguntas y él que había bajado la vista hacia sus manos levanta la vista para verte.

-Sí, y lo peor de todo-dice-es que no me di cuenta.

-¿cómo era él? Tú prometido quiero decir…

Él sonrió, una pregunta correcta definitivamente. Se inclinó sobre la mesa y juntó sus manos entrelazando los dedos.

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Su nombre es Zero.

Hasta entonces no había convivido con él aunque asistimos a las mismas escuelas, él era un grado menor que yo,  casi no nos topábamos, y como teníamos intereses diferentes tampoco coincidimos en algún club. En fin, solo lo conocía de vista y de algún cruce efímero de palabras que ya no recordaba.

Cuando entré a la universidad le perdí la pista. Por descontado de nuevo nuestros intereses eran muy diferentes. Yo pretendía continuar el negocio familiar, él no. Para eso estaba su hermano que era muy enfermizo y lo único que hacía era estudiar como demente. Zero es de alma libre, las oficinas le dan claustrofobia y es incapaz de quedarse quieto por cinco minutos, así que la empresa de su familia le importaba mínimamente.

¿Por qué aceptó ese trato loco? En realidad fue obligado. Los términos de su acuerdo los sabría mucho después. Y aunque lo habían convencido-forzado, él nunca mostró amabilidad con el asunto. Estaba en total desacuerdo y se sentía asfixiado por mi presencia y el papel que habíamos firmado. Nunca hizo un esfuerzo real para que fuéramos un matrimonio y nunca tuvo la intención. Lo cierto es que yo tampoco lo hice.

Pero me estoy adelantando. Permíteme ir un poco más lento.

Nos vimos de nuevo en una reunión que propiciaron nuestros padres, fue una reunión donde sólo estuvimos los dos. Quedamos en un restaurante occidental, la reservación incluía un privado y todo lo que consumiéramos lo pagarían nuestras empresas.

Llegué primero y pedí una copa de vino tinto. Recuerdo haber esperado largo rato y que el mesero me invitó a ordenar en varias ocasiones. Al final Zero llegó.

-Lo siento-dijo y corrió la silla para sentarse- se me hizo tarde.

-está bien-dije, aunque ya estaba malhumorado.

Él no llevaba un traje acorde al restaurante ni a la ocasión, al contrario de mí. Vestía casual, una playera con estampado, encima una camisa abierta y una chamarra café con gorro para la lluvia. Pantalón de mezclilla con una cadena atada al cinturón que desembocaba en un bolsillo donde seguramente llevaba la cartera o las llaves o cualquier cosa, hasta un chicle podía ser. Por último tenis negro de piso. Era una vestimenta enteramente informal, como si saliera de algún barecillo de poca monta o hubiera ido de paseo por ahí.

Aquello me desconcertó y no me gustó. Pero no dije nada y me dedique a observar cómo se quitaba la chamarra y la hacía bola para aventarla en la silla contigua.

-puff, la ciudad es un lío-dijo-es un fastidio. Oye ¿qué es esto?

Me señaló algo en la carta.

-es un filete asado con salsa inglesa y puerros… delicioso si me preguntas.

-Ya-dijo él y siguió viendo la carta-¿vienes seguido, eh?

-un poco-dije- por negocios.

-Negocios, claro-dijo y cuando llegó el mesero y ordenamos él lo hizo señalando lo que quería en la carta como si no supiera leer o pronunciar lo que ahí decía, probablemente era eso. Se lo pregunté y me miró con pocos amigos.

-Sé inglés-me dijo- pero siempre señalo la carta, sea inglés, francés o japonés.

-entiendo, aunque es un poco maleducado ¿sabes?

-¿así que eres protector de la etiqueta, Kuran Kaname?

Era nuestra primera de muchas peleas por el estilo. Yo era realmente rígido y protocolario. Él era todo lo contrario, simplemente las reglas que le fastidiaban o no creía que afectaran su vida diaria las pasaba por alto.

Si quieres una descripción de él podría decirte que es completamente irreflexivo. Sigue los pasos que le dicta su corazón-aun si son equivocados-. No he conocido hasta ahora alguien que viva tan auténticamente, nadie que viva con tal libertad. Porque uno sólo es libre cuando sigue sus propios pasos.

Físicamente puedo decirte que también es autentico, aun teniendo un hermano gemelo. Delgado y atlético, ágil y rápido corredor. Alto pero no demasiado. Los dedos de sus manos largos y delgados, finos pero no suaves, tienen callos hechos por diversas actividades, tocar la guitarra, escalar muros, etc. Su cabello es lacio, ligeramente corto, ese sí, suave y de color plateado. Su mirada intensa, profunda, con largas pestañas y pupilas violetas. Su piel clara mancillada por un tatuaje en el cuello, y perforada por varios percings en una de sus orejas.

Te hablo de alguien muy guapo, tal vez de forma excesiva. Y así como no he conocido a nadie tan único en tantos aspectos, tampoco he conocido a alguien tan atractivo. Cualquiera, hombre o mujer habrían caído en sus redes con tan solo una sonrisa. Pero él no desperdiciaba sonrisas, no las dirigía a cualquiera, porque no cualquiera merecía una sonrisa suya. Y yo, yo no soy de los que una sonrisa puede conquistar, al menos no con el resto de las personas. Porque me daría cuenta,  él era la excepción de muchas reglas, de mis reglas.

Porque, él no sólo se saltaba las reglas sociales establecidas sino también las reglas que yo le había impuesto a mi corazón y cuerpo.

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-vaya, que impresionante-dices y de pronto tienes muchas ganas de conocer a ese chico- Ese día que pelearon ¿cómo acabo la cena?

-fue un completo fracaso. No nos hablamos mientras comimos y si a caso, pronunciamos una escueta despedida.

-Pero aun así, siendo tan diferentes, se casarón ¿no es así?

-Sí, nos casamos. Lo recuerdo perfectamente porque fue un 25 de diciembre.

-¡Que horrible fecha para un matrimonio arreglado!

-Horrible. A mí no me importaba, pero como has de suponer para él las cosas eran completamente diferentes.

Llegaron tus botanas y le ofreciste un poco, pero él las rechazó cortésmente. Se notaba su rigidez anteriormente comentada pero también que esta se había relajado bastante; bastaba con verlo sentado con el abrigo puesto, cualquiera se lo hubiera quitado. Tú lo hiciste en cuanto llegaste y lo dejaste en el armario del bar. Supones y con razón que el causante de esa pequeña relajación en él se debía por entero a ese transgresor llamado Zero.

-¿cómo fue la boda?

Él torció la boca y tomó aire antes de continuar.

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Gélida. Esa es la descripción correcta. Los únicos verdaderamente animados eran nuestros respectivos padres.

La celebración fue muy simple, sin medios de comunicación para no armar un gran alboroto antes de tiempo. Y por supuesto los miembros de los consejos como invitados de honor. Y claro que hubo disgusto, y exclamaciones de reproche y asco.

Pero la boda se realizó y ambos asistimos como dicen, de cuerpo presente, pero nuestras mentes estaban en otro lado. Firmamos, pero no nos besamos. Brindamos pero nunca pronunciamos palabras de amor hacia el otro. Nos abrazamos, pero mantuvimos una pequeña distancia entre nuestros cuerpos.

Y sí, como todo matrimonio, nos fuimos de Luna de miel, pero no hubo más que un viaje que tampoco compartimos. Dormimos en camas diferentes, por la mañana Zero se marchaba y regresaba a la hora de dormir. No compartimos ni una sola comida en ese tiempo, no bebimos juntos, ni vimos ningún amanecer tomados de las manos. Mucho menos tuvimos sexo, por supuesto era algo completamente imposible debido a nuestra antipatía mutua.

Cuando la Luna de miel terminó ambos estábamos agradecidos por ello.

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-pero, supongo que vivieron juntos

Él asintió.

-cuando regresamos, nuestros padres habían comprado un departamento para ambos. Bastante lujoso y espacioso. Lo suficiente para que cada uno tomara una habitación del lado opuesto a la del otro y no nos cruzáramos más que al salir y entrar al baño, o en la cocina.

-Pero si estaban tan distantes uno del otro, ¿cómo es que te enamoraste de él?

-es porque no siempre nos ignoramos el uno al otro, los últimos momentos de nuestro matrimonio fueron un constante ir y venir de paz y amabilidad. E incluso de sonrisas. Dejamos de estar lejos y esa cercanía que creamos con el epíteto de amistad, para mí fue el descubrimiento del amor.

-ya-dices pero no quieres adelantarte, la historia es demasiado interesante como para saltarte hechos e ir directo al grano-pero, dime ¿después de la boda que pasó?

-pasaron muchas, muchas cosas pero… quizás lo que comenzó nuestra disputa más estridente y destructiva. Esa en la que sin darme cuenta, mis barreras comenzaban a mellarse. Fue, quizás, cuando descubrí que él tenía un amante. Pero no cualquier amante, alguien, alguien que él amaba de verdad.

Lo observas y te das cuenta que al pronunciar esas palabras su corazón se estruja. Las facciones de su guapo rostro se contorsionan en un rictus de memorias desgastadas y lacerantes para él, y también para quién fue su esposo. Lo observas y lo invitas a beber de su vaso lleno. Lo invitas para que tome valor, para que siga el relato, para que si las lágrimas le ganan a su fortaleza pueda culpar al alcohol, ese que siempre nos vuelve susceptibles y nos hace perder el orgullo.

Lo invitas y él asiente al tiempo que toma el pequeño vaso de vidrio, y le da vueltas en sus manos antes de beberlo completo de un sorbo. Ves como el líquido pasa por debajo de la piel de su cuello, lo ves cerrar los ojos y dejar  el vaso sobre la mesa con un ruido seco.

 Él abre los ojos, y en sus pupilas hasta ahora castañas hay cierto color rojizo amenazador, lo ves y tragas saliva. Tú también tomas un poco de tu copa que va a la mitad, te acomodas en tu asiento. No formulas ninguna pregunta más, él por sí mismo continua el relato.

Notas finales:

Wola!! Espero que les haya gustado y les pareciera interesante.

Ustedes son ahora un personaje de esta historia, me gustaría que se imaginarán en un bar frente a Kaname y este les contará su historia (ya quisiera yo encontrarmelo así :p)

Bueno, será una historia relativamente corta y tal vez no tarde mucho en actualizar ya que la idea está fresquita.

Por ultimo, es un sogfic medio raro, en realidad lo empece a escribir y luego dije "aah como que le queda esta canción" Por lo general es al revés, uno escucha una canción y es inspirado por ella para una historia, por eso digo que es un songfic raro. La canción es Lost Heaven de L´arc en ciel y supongo es fácilisima de encontrar.

Hasta pronto!!

                                           Continuará...


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