Muchos lo describían como una persona fría y capaz de todo por hacer aparecer alguno de sus diseños en la portada de las revistas. Por los pasillos del edificio siempre escuchabas cosas como "es un ser sin corazón", "no puedo creer que me haya hecho esto" o "nunca en mi vida quiero trabajar con él, da mucho miedo”. Lo cierto es que yo era persona de oídos sordos y al empezar mis compañeros de equipo a cuchichear sobre los logros del demonio solo me daba vuelta y ponía alguna excusa tonta sobre terminar el trabajo.
Era porque solo por una vez le había visto. Y eso había bastado para que quisiera poner el mundo a sus pies. Bien sabía que eso del amor a primera vista era algo inventando para ser consumido entre las personas insulsas y poco cultas sobre los verdaderos temas de la vida, pero por alguna razón por un momento me identifiqué; sentí lo que llamaban “mariposas en el estómago” incapaces de ser destruidas por mis jugos gástricos y los tres platos de kimchi extra picante que desayuné esa mañana. No era tan romántico como el resto de los chicos y quizá por eso no había tenido suerte con mis relaciones, pero ese no era un tema que me resultara hablar naturalmente.
El caso es que ese chico era bonito. Una belleza y punto.
Lo malo es que sí, merecía de cabo a rabo el apodo de “demonio dorado” y no solo por su espectacular cabello rubio y sedoso a la vista y que te invitaba a acariciarlo sin temer despeinarlo, no, más bien era el carácter funesto que cargaba con su delgada persona. Solo una vez me tocó trabajar en la misma sala, fotografiando algunos de sus diseños para una columna diseñada especialmente para él y sinceramente estaba bien yendo a sesiones fuera del edificio puesto que un error de mi parte causó el mayor alboroto jamás vivido en mis 23 años y me fui con mi ojo de pescado completamente destrozado y sin disculpa alguna por su parte. Egocéntrico, vanidoso, perfeccionista, avaricioso, envidioso, malvado, ruin, despiadado…
La lista podría seguir.
No me cabía en la cabeza como alguien así podría gustarme. Yo era más de gustos sencillos pero específicos; un lindo y largo cabello, una bonita figura y proporciones adecuadas, un hermoso rostro apenas cubierto con iluminador y labial, un gusto exquisito por las faldas y vestidos, una voz alegre y angelical y por último, algo que –para nada tenía que ver con mi seguridad masculina –atraía más, que fuera por lo menos 5 centímetros más pequeña que yo.
Pero Kim Kibum era totalmente lo contrario, con la cara digna de un contenedor de base natural, delineador oscuro, pantalones ceñidos a las piernas, cabello corto, voz aguda y a veces chillona, y por sobre todas las cosas, con 4 centímetros de diferencia sobre mi cabeza pasaba totalmente de ser mi tipo ideal, pero definitivamente era de esa clase de chicos que te dejarían pasmados con tan solo un guiño.
-¿No me escuchas? –Aquí iba de nuevo. No se llamaba la hora del infierno si Kibum no acabara regañando a alguien del departamento de edición y diseño. –Pedí seda, incompetente. ¿Qué se supone que haga con este algodón barato? Mis diseños por ningún motivo van a ser elaborados con esa tela con la que te haces todo el horrendo guardarropa que posees. Ve al almacén y esta vez asegúrate de encontrar lo que te pedí. –lo que más sorprendía no era que la chica acabara llorando, eso ya era normal, sino el tono tan serio y calmado en el que decía las cosas. Después de que la pobre asistente saliera huyendo él simplemente sacó su espejo de su bolso para revisar si su maquillaje seguía en su lugar.
Kim Kibum tenía 21 años. Vestía a la moda y juvenil. Nunca lo ibas a ver con la misma prenda dos veces, eso estaba claro. Y lo más normal era que cambiaba de asistente –más bien ellas renunciaban – al tercer día, cuarto como máximo. Solo había una valiente que resistió dos semanas, pero jamás volvimos a saber de ella. Lo único bueno es que Elle girl siempre encontraba chicas ansiosas por trabajar en el mundo de la moda cuando la vacante quedaba libre, pero desistían tan solo de cruzar palabras con el demonio bonito. Nunca nadie había visto a Kibum enojado, pero los rumores decían que no vivías ni para contarlo.
-Jjong, la modelo 23 está lista.
-De acuerdo –tomé la cámara adecuada y entré al pequeño estudio adornado por bonitos y pequeños copos de nieve. La chica lucía hermosa con el vestido blanco hasta un poco después de la rodilla, la pedrería estaba en su punto y ni hablar del pequeño escote que mostraba solo lo necesario. El tema era “Glamour en Navidad” y si mi foto gustaba, definitivamente iba a estar en la portada. –Preciosa, mueve la cabeza un poco hacia la izquierda. –el sonrojo de las chicas era lo que hacía las tomas más creíbles, por eso siempre me encargaba de hacerles algún cumplido para que se sintieran más cómodas y confiadas.
-Listo, llevaré la memoria al director y espero que las elija para la edición de invierno –Me despedí de mi compañero y decidí que ir a leer un poco no me haría mal. Con el paso de las páginas notaba como todos se iban despidiendo para ir a almorzar. Lo mejor era quedarme en mi pequeña oficina, disfrutando de cualquier libro que estuviera a mi alcance y de un delicioso emparedado con extra queso, jamón de pavo, tocino, lechuga, tomate y por sobre todo, mi delicioso aderezo secreto.
Pasados cerca de 20 minutos me entraron las ganas de beber algo, poco común en mí, por lo que dejé mi libro a un lado y me dispuse a caminar hasta la máquina expendedora de la esquina del pasillo infierno. A ver, estaba la cola o un poco de té. Por supuesto me iba con la primera opción. En lo que depositaba las monedas necesarias escuché unos cuantos pasos provenientes del otro lado del pasillo. No había nadie excepto yo a estas horas, lo cual se me hizo extraño. Pensando que pudiera tratarse de un desconocido, me quedé esperando a que se fuera o en su defecto, a que pasara por donde estaba.
-No Minnie, tienes que venir. Definitivamente no hay ninguna persona que modele mi conjunto como tú –unas risitas se escucharon después de esa frase. La voz la reconocía a la perfección, no podría tratarse de otra persona que no fuera Kim Kibum; aunque el tono de su voz se escuchaba más alegre, estaba completamente seguro que se trataba de él. -¿Quieres que te adule? Sabes bien que no podré adular a alguien más si no es mi reflejo. Ajá –más risitas –ok, solo te diré que tu cuerpo es perfecto para esto. Listo. Te espero a las 2 en mi oficina. Vale, igual te quiero. –Eso me descolocó, tanto así que mi lata de refresco cayó al suelo, sonido que alertó al demonio y le hizo moverse en mi dirección.
Allí estaba tan perfecto con su piel tan pálida y hermosa. Llevaba una camiseta blanca con mangas azules, una gorra negra y por todo lo bueno de la vida, había decidido venir al trabajo con shorts de mezclilla, dejándome admirar sus finas y delgadas piernas sin ningún vello molestando. Luego su rostro, me pareció más bonito de lo usual que ignoré el ceño fruncido que comenzaba a formarse en su frente de porcelana.
-¿Escuchaste mi conversación? –Para ese momento no tenía escapatoria. Estaba entre la máquina expendedora y su delgado cuerpo, con los 4 centímetros haciéndome cara. –escuchar una conversación se llama fisgonear, ¿Por qué lo hiciste? -su tono había cambiado al habitual gélido y fue allí cuando en serio temí por mi vida.
Lo tomé de los hombros intentando hacerlo a un lado, lo cual fue una muy mala idea a juzgar por su rostro que no dejaba de mirar mis manos encerrando la curvatura de los mismos.
-Escucha… -tragué saliva –fue un error; para cuando tu estabas hablando yo vine por un refresco. Pensé que no había nadie en el edificio y se me hizo raro que alguien estuviera aquí. En verdad no quise hacerlo. No era mi intención –esa fue la primera vez que le hablé demasiado en vez de usar monosílabos asustadizos.
Suspiró y cerrando los ojos pude apreciar como sus espesas pestañas acariciaban por debajo de los ojos, dándole una visión demasiado exquisita. Entonces me di cuenta que estaba a 18 centímetros de la persona que me gustaba, admirando muy de cerca sus rasgos faciales. Por un momento quise romper la distancia y besarlo, a sabiendas de que eso me costaría un brazo o la vida quizá pero al abrir los ojos y encontrar esa expresión fría en sus pupilas me lo pensé 234456 veces más.
-Jamás en tu vida vuelvas a hacerlo.
Se soltó sin problema y dispuesto a darse la vuelta lo tomé del antebrazo, impidiendo su marcha. Él me miró como si hubiera cometido el peor de los sacrilegios y con la mirada me ordenó que lo soltara.
-Espera, ya que estamos los dos solos, ¿Qué te parece si almorzamos juntos? Disfrutar de mi comida es mejor si hay compañía. –me miró a punto de echar la risotada de su vida, pero claramente se contuvo.
-¿Por qué querría alguien en su sano juicio comer conmigo?
-¿Por qué no? Eres muy lindo y supongo que habrá varias cosas que puedes contar.
-¿Disculpa? ¿Me acabas de decir lindo?
Oh no. Lo había dicho sin pensar, pero viéndolo bien no parecía haberle importado que le hiciera un cumplido. ¿Y si me confesaba? ¿Sería capaz de no burlarse?
-Sí, lo he hecho. Y es más, no solo creo que eres lindo, me gustas. Pienso que eres una persona fascinante, con muchas características que te hacen ser interesante. No solo lo digo porque exteriormente seas una belleza, creo profundamente que si alguien llegara a conocerte sería capaz de vivir grande momentos y sí, es verdad que asustas, pero el carácter tan imponente que tienes te hace ser más atractivo además de que por donde pasas dejas un rastro de superioridad que no te vayas a asustar, me parece sexy. En resumen, todo tú me parece perfecto, aunque no cumplas nada las características de mi tipo ideal, digo que me gustas mucho, más de lo que inicialmente me gustabas. –no sé de dónde había sacado el valor para decir semejante confesión, pero lo cierto es que había quedado como un completo idiota, desesperado y sobre todo ansioso de tenerlo.
-Vaya, es la primera vez que alguien me hace quedarme de pie tanto tiempo. –se acomodó la gorra y me mostró un pequeño gesto con sus labios corazón que no supe si clasificarlos como sonrisa o una simple mueca.
-Espera, te he dicho lo que siento ¿No dirás nada? –Me miró con sus ojos avellana.
-Todo eso lo sé. Sé cómo soy y que puedo causar ese efecto en las personas, por lo que tu confesión no me sorprende –la mano se la llevó a la cadera – es más, siento que fue mediocre. A la próxima que te confieses a una persona trata de no utilizar tantas palabras y enfócate en lo que verdaderamente sientes. Si me disculpas –se dio la media vuelta, esta vez dispuesto a irse –tengo unos modelos que despedir. Ah – y miró encima de su hombro, seguramente mi cara de completo idiota. –esto jamás pasó. Hazme el favor de olvidarlo.
Frustrado. Frustrado e imbécil. Por fin pude comprender a lord Hallward cuando se sintió rechazado. Pasó exactamente lo mismo y sin producir nada más que el crecimiento de ego en la persona que había entrado a su pequeño infierno de nuevo. No agregó nada, no hubo sonrojos o palabras entrecortadas. Nada. Verdaderamente tenía un corazón de hielo o quizá ni lo tenía. Aunque, ¿A quién había dedicado él te quiero tan normal? Quizá y los demonios si podían sentir de vez en cuando.
Y yo quería ser de esas personas que él pudiera amar. Kim Jonghyun no se daba por vencido a la primera. Iría a terminar mi trabajo con calma y luego buscaría la forma de estar a su lado y mostrarle que tantas cosas sentía yo por él.
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