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Podría ir mal por Nuxi

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Cada maldito día, Albert tenía que ver el acechante cartel, cada maldito día. Pero si ese cartel publicitario no estuviera ahí, no habría mucha diferencia porque él estaba en todas partes. Mientras Albert comía una comida precocinada calentada en el microondas, su cara aparece de repente en la televisión y Albert correría para coger el mando a distancia y cambiar el canal, pero sería demasiado tarde igualmente. O las veces que Albert hojeaba alguna revista en las que estaba suscrito antes de que todo se convirtiera en una locura, él aparecía en una página y otra, como siempre, atractivo y familiar.

 

Pero el cartel publicitaría no era lo que más fastidiaba a Albert. No se podía esconder de él, no podía cerrar la revista o apagar la televisión. En los últimos cuatro meses, cada mañana cogía el coche para ir a trabajo y no tenía más remedio que mirarlo. Y su buen suerte había hecho que esa cartel estuviera situado exactamente en la intersección donde más retenciones se provocaban, donde los coches no parecían avanzar nunca, donde estaba parado por varios minutos. Así que durante unos minutos, cada día desde hacía cuatro meses, por mucho que intentara evitarlo, sus ojos estaban puestos en él. Mirar el móvil, buscar un nuevo canal en la radio, revisar mensajes y e-mails no servían para nada.

 

De mala gana, al final, siempre acababa mirando a esa intensa expresión facial que ellos acostumbraban a practicar juntos delante del espejo. Él miraría su cuerpo que conocía mejor que nadie, mucho mejor que cualquier fotógrafo o agente. Había pasado días y largos días descubriéndolo, conociendo cada centímetro cuadrado de él. Sabía lo que le hacía estremecerse, cómo llevarlo al límite, hacer que su piel quemara y brillara por el sudor…

 

Sinceramente, pagaría una gran suma de dinero con tal que destruyera ese cartel. O, al menos, que lo quitaran de su camino hacia el trabajo. Mirarlo le hacía recordar demasiados momentos y sentimientos que trataba de olvidar con toda su fuerza. En el último año, había trabajado para olvidarlo. O al menos intentar no pensar en él nunca más.

 

Apartando otra vez sus ojos del cartel, poniendo atención al coche de delante que no avanzar a pesar de que el tráfico ha avanzado, toca el claxon. Se siente un poco mal al ver que el conductor de delante era una viejecita que parece desorientada por el repentino ruido. Se pregunta desde cuando hace algo así. Desde que pusieron ese maldito cartel publicitario.

 

Diez minutos después, está aparcando en su sitio, en el sótano de un moderno rascacielos donde se encuentran las oficinas de Hewllett Sadsman and Pringle Associates. Desde hace siete meses, cuando superó sus últimos exámenes, Albert fue contratado como socio junior en la firma de abogados. HSPA era una de las firmas de abogados más prestigiosas que operaban en Nueva Jersey y Albert se había roto los cuernos para poder entrar en ella. Lo hizo sin ayuda de sus padres, abuelos o cualquier conexión familiar, estaba dispuesto a demostrar a su familia que podía conseguir algo a base de su esfuerzo, sin su ayuda e influencias.

 

Estaba centrado en volverse uno de los accionistas en menos de cinco años, aunque esta hazaña pareciera imposible. Cada día llegaba antes de su hora y se iba el último. Se comportaba tan diferente de su época universitaria, cuando era conocido como el rey de las fiestas. No había fiesta a la que no asistiera. Pero las cosas cambian. Por varias razones, las fiestas y el alcohol ya no le parecían tan interesantes como antes. Ahora podías encontrarlo en la oficina hasta los fines de semana, leyendo viejos archivos de casos o respondiendo e-mails. Enviando mensajes a sus amigos con vagas respuestas para no asistir a las discotecas o ir de bares con ellos.

 

“Albert, ey, ¡despierta!” Escucha la voz de su compañero de trabajo Clemens Wilhelms desde su plaza de aparcamiento. Albert espera a que Clemens lo alcance para poder seguir caminando hacia la salida.

 

Clemens, además de ser su compañera, era un amigo cercano. Estaban en la misma posición dentro de la firma, pero Clemens tenía un año de experiencia más. Eran amigos desde hacía pocos meses pero Albert sabía que a pesar de su actitud Clemens poseía una de las mejores mentes de la profesión. Tenía una habilidad mental y sabía utilizar la ironía de tal manera que te dejaba sin palabras. Para su suerte, nunca lo había sufrido en sus carnes, sólo visto en otros.

 

Un incidente en particular hizo que Albert riera lo que no está escrito. Cerca de dos meses antes, estaban ellos  dos con el novio de Clemens, Alex (actualmente exnovio por causas no relacionadas con el incidente) en un restaurante. La altiva camarera que les atendía, una mujer ya pasada en años con una actitud amargada de quien odia su vida, había mirado con desprecio cuando Clemens y su novio se habían dado un pico. Finalmente mostró su total rechazo cuando Clemens llamó a Alex “cariño”.

 

Clemens no se calló y soltó una de sus frases lapidarias sobre mujeres amargadas abandonas por maridos en busca de amantes gais. De manera más casual, comentó el caso de restaurantes que habían recibidos demandas por la discriminación dada a los clientes y como habrían sufrido pérdidas de dinero por ello. Al final, la camarera intentaba disimular si desagrado inicial y apaciguarlo, aunque se notaba las ganas de matarle. Albert no fue capaz de retener su risa cuando ella le ofreció una copa del mejor vino de su bodega.

 

Ahora los dos compañeros estaban de camino a sus oficinas, yendo hacía el ascensor para dirigirse a uno de los últimos pisos del edificio. Como miembros junios, no tenía oficinas propias pero sus escritorios se encontraban juntos y ya les parecía bien. Compartían el espacio con cuatro juniors más.

 

Albert acababa de encender el ordenador cuando un sonido le avisó de que había recibido un nuevo e-mail. El sistema que había instalada era útil para saber cuando recibía correos electrónicos importantes y necesitaban su atención o cuando Darragh o Sean enviaban mensajes spam que podía mirar luego.

 

El correo era de Candice Hewllet, una de los asistentes jurídicos e hija de uno de los propietarios de la firma. Aparentemente, el socio aún no se había presentado en las oficinas pero había enviado un extenso mensaje pidiendo encontrarse con Albert en una hora. Albert respondió el mensaje brevemente para hacer saber  a Candice que estaba al tanto de todo.

 

Ella era otra buena amiga de la empresa, junto a Clemens. Ella y Albert se parecían mucho. Provenían de familias acomodadas y con negocios pero habían trabajado duro para estar donde estaban, demostrando que eran mucho más que un apellido, Candice no tenía ni siquiera la necesidad de trabajar, a pesar de que su padre había intentado disuadirla en varias ocasiones. Su padre quería que se centrara en casarse con un joven de buena clase social o grandes aspiraciones de negocio.

 

Una vez, durante una noche de fiesta en casa de Clemens, Candice le confió a Albert que nunca se había llevado bien con su padre por sus ganas de trabajar si no era una persona brillante. A diferencia de su hermano. Albert no tenía claro si ella quería que supiera ese detalle o se sinceró por el vino que corría por sus venas, así que nunca lo mencionó.

 

“Mr Hewlett quiere verme” Albert informó a Clemens que paró de desenvolver su barrita de chocolate (ritual diario) y silbó.

 

“¡Oh! El pez gordo en persona. ¿Qué has hecho, Albert? ¿No habrás estropeado el proceso de negociación del jugador de fútbol, verdad?” Clemens parecía preocupado, lo que hacía que Albert se preocupará aún más. A pesar de que confiaba en su forma de trabajar.

 

Una de las especialidades de Hewlett Sandsman and Pringle es la asesoría legal a famosos. El bufete llevaba a cabo la negociación de contratos de futbolistas, cantantes y otros famosos. La semana pasada Albert había estado trabajando como responsable en el contrato de un quaterback para los New York Jets. Era su primer cliente importante y le habían dado la oportunidad de trabajar directamente. Sus casos anteriores sólo habían consistido en búsqueda de antecedentes para casos criminales.

 

El contrato del jugador había ido bien, sin ninguna complicación o traba por ninguna de las dos partes. Él estaba completamente seguro de ello. O casi seguro.

 

“Tu confianza en mis habilidades es muy reconfortante, Clemens. No he fastidiado nada o eso creo…” Albert arrebata la chocolatina de sus manos para partirla y darle la otra mitad a Clemens (otro acto rutinario).

 

Clemens se encogió de hombros y dijo mientras masticaba un trozo de chocolate. “Confío en tus capacidades, idiota. Pero no es normal que uno de los jefazos del bufete quiera reunirse contigo, solamente contigo.”

 

Sí, en esto Clemens tenía razón, pero Albert no estaba para calentarse la cabeza en conjeturas. Tenía otras preocupaciones que no estaban bajo su control, así que esperó que el tiempo pasara hasta que llegara el momento para dirigirse a la oficina de su jefe. Mientras caminaba hacía el ascensor puedo escuchar como Clemens le daba ánimos. “Pase lo que pase, no llores delante suyo. Y en cuanto sea posible, si él te echa, niégate, niégate.”

 

Cuando llegó a su destino, tocó la puerta y esperó hasta que le dieran permiso para entrar.

 

“Albert, gracias por venir. Siéntate.” Mr Hewlett estaba sentado en su escritorio y mientras hablaba miraba fijamente y fríamente a Albert, éste era un rasgo característico suyo. Por enésima vez, Albert no puedo evitar pensar que este hombre parecía  una abogado. Como si un actor estuviera interpretando el papel de abogado o de presidente. Era alto y muy esbelto, algo atractivo con su pelo plateado y su pose de confianza.

 

Albert se sentó al otro lado del escritorio. Estaba nervioso. No tenía ni idea de porqué estaba ahí.

 

Mr. Hewlett lo miró seriamente. “Ya sabes que soy un hombre ocupado y espero que tú también. No estoy seguro para qué te estoy pagando. Así que vamos al grano y así podemos continuar trabajando”

 

Albert no pudo evitar tragar saliva, preocupado por la situación.

 

“Esta mañana he tenido una reunión con uno de la dueña de una agencia de modelos de Nueva York, Lola Martínez. Ella es dueña de Portfolio Inc., creo que habrás escuchado hablar de ella, es la segunda agencia más importante de Nueva York y una de las más importantes del mundo.”

 

Albert conocía esa agencia, bastante bien. Pero no podía ser algo que ver con…

 

Mr. Hewlett continuaba hablando, así que Albert se obligó a concentrarse en sus palabras. “Parece ser que el contrato de uno de sus top models masculinos finaliza pronto y el único requisito para hacer que él renueve con Portfolio Inc. Es que este bufete lleve el asunto. Lo más bizarro es que el no firmará la renovación si no es que tú, Albert Payne, seas su abogado y te encargues directamente de todo los asuntos legales.”

 

No, no, no. Albert pensaba que podría vomitar en ese mismo instante. No podía ser verdad.

 

“Aparentemente, el joven modelo dice que ya os conocéis de hace tiempo, que sois buenos amigos” Mr. Hewlett continúa hablando mientras enarca una ceja. “Lola está de acuerdo con esta exigencia y parece predispuesta a traernos sus casos. Le he dicho que no creo que tengas ningún problema para hacerte cargo de este asunto. Tu ambición y capacidades no han pasado desapercibidas por la directiva. Esta será otra oportunidad para demostrar tus capacidades. No muchos juniors tienen la posibilidad de tratar con clientes tan importantes. Esta sería una excelente adquisición para nuestra firma. No sólo nos encargaríamos de este modelo, sino de toda la agencia.”

 

No, no, no. Albert necesitaba decir algo y no parecer un simple idiota mudo así que se forzó a hablar. “Gracias señor… Espero con ansias empezar a trabajar en este caso.”

 

Las palabras de Mr. Hewlett confirmaban parte de su pesadilla. “Perfecto, seguro que Lola y Harren estarán contentos con ello.”

 

Albert salió de la oficina de su jefe después que este se pusiera a mirar su ordenador con atención, haciendo caso omiso de su presencia. Lentamente volvió a su escritorio, su cara debía ser un poema. Nada más sentarse, su amigo Clemens cortó la llamada que realizaba para prestarle atención.

 

“¿Albert? ¿Albert? Mírame, ¿ha pasado algo malo? ¿Te han despedido o qué?”

 

Albert niega con la cabeza mientras sigue perdido en sus pensamientos, lentamente se gira para ver a Clemens. En su mente sólo daba vueltas un nombre, Zack Harren. No podía procesar ningún tipo de información más. A pesar de que el modelo era mundialmente famoso, él lo conocía de verdad o pensaba haberlo hecho.

 

Albert se obligó a sí mismo a dejar de pensar en ese hombre. A apartarlo de sus pensamientos, sueños, de su vida. Le hizo demasiado daño en el pasado. La gran cantidad de anuncios en prensa, sus apariciones en televisión y las vallas publicitarias lo hacían difícil. Pero después de un año separados, había superado ese capítulo de su vida. ¿Verdad?

 

Ahora le pasaba esto. Volvía a tenerlo en su vida de manera obligada. Ese maldito hombre.

Notas finales:

Si has llegado aquí muchas gracias por dar la oportuniad a esta historia.Hacía mucho que no escribía, años. Así que me siento oxidada.

Tengo toda la historia planeada y en borradores. En breves podré publicar el segundo capítulo!


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