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El monstruo de Notre Dame por lorepanda

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Notas del capitulo:

Siento haber tardado tanto, mis explicaciones no compensarían la espera pero espero que el nuevo capitulo lo haga y la promesa (asegurada) de actualizar todos los meses.
¡Muchas gracias por leer!

               EL MONSTRUO DE NOTRE DAME
CAP 2: año 2005

El 6 de Enero no era una fecha ordinaria. Allí donde vivía, en la ciudad de París, era uno de los pocos días en lo que todo, absolutamente todo, era una fiesta. Música en cada esquina, gente bailando, gritando, riendo… pero sobre todo bebiendo. Tan exagerado era que el año pasado se vio obligado a perseguir a un hombre de unos envidiablemente buenos 80 años que corría en pelota picada*.
Ese día, presentía amargamente, sería como el anterior, un caos total.
Llevaba destinado allí desde, precisamente, el año anterior y ya estaba cansado de todo. Le gustaba demasiado la soledad y allí estaba rodeado de mucha gente y demasiado ruidosa.
En fin, tenía una misión que cumplir. Cuando todo terminara se iría sin dejar nada atrás.




Cuando llegó a la comisaría aún era muy temprano, ni siquiera estaba Zero que era el primero en llegar y el último en irse. Como su maestro se sentía orgulloso de la dedicación de su pupilo pero como persona… se cansaba de solo mirarlo.
Se sentó en la mesa de su alumno y encendió el primer pitillo del día.

-Haz el favor de ir a fumar a tu mesa, vas a ensuciarme la mía. Otra vez.

Podría decir que estaba sorprendido pero mentiría. Él era un profesional, le había sentido llegar desde el archivador como un felino al acecho. Eso y que había visto su mochila encima de la silla.

-No seas impertinente, chaval.- pero igualmente fue a sentarse a su mesa que se encontraba tan solo a unos pasos. –Te recuerdo- continuó con el cigarro entre los dientes –que hoy nos toca patrullar así que deja esos expedientes y vámonos.
-Y yo te recuerdo- replicó sin hacerle mucho caso –que nos infiltramos en la policía para seguir de cerca su investigación sobre “esas” víctimas. Acabemos cuanto antes, matemos al vampiro de turno y larguémonos de aquí.
El mayor soltó una carcajada seca.
-Si, pero el truco de infiltrarse es conseguir que no te echen a la calle.
Zero resopló y soltó los informes que traía bajo el brazo.
-Maestro, estoy harto de esta ciudad. Nunca habíamos tardado tanto en dar con el objetivo y me estoy empezando a enfadar. ¡Es frustrante!
-Tu siempre estás enfadado- dijo con sorna –Además, no te gusta ningún sitio en el que hemos estado. Podrías quedarte en algún lugar, echar raíces para variar.
-¿De qué serviría? Estoy solo y así será siempre.- cortó tajante. No había tristeza en su voz, era una realidad que tenía asumida.
-¡Buenos días!
Empezaba a llegar gente. Yagari tuvo que dejar la conversación para otro momento. No le gustaba que Zero pensara de esa manera. Le conocía y prácticamente le había criado él desde que era un mocoso; Yagari mismo se consideraba un mal ejemplo a seguir en ese tema.
Arisco, independiente y casado con su trabajo; el único ser al que tenía un mínimo de cariño era ese jovencito demasiado maduro para su edad… de hecho el crío se le parecía demasiado para su gusto. Pero tenía la suficiente experiencia para poder afirmar que el amor, el deseo de una familia, les tocaba a todos, sin excepciones. Era algo que no se podía eludir. Y rezaba a todos los dioses que conocía y en los que no creía en absoluto que, si él llegara a enamorarse, fueran clementes y le pegaran un tiro en la cabeza. Si, no era el mejor ejemplo.
-Venga, te invito a un café. Hoy será un día muy largo y lo necesitaremos.
Recogió su gabardina y esperó a que el muchacho le siguiera a fuera.
Zero se resignó a dejar de nuevo los informes policiales que le interesaba revisar en un cajón seguro de su escritorio y seguir al mayor hasta la cafetería donde le servían uno de los mejores cafés que había probado.










Yuki Kuran se terminaba de recoger el largo cabello castaño en un elegante moño mirándose  en el gran espejo de la salida. Estaba a punto de salir, ese día tenía que dar inicio a una de las fiestas más importantes del año.
Miraba de vez en cuando al joven que estaba acostado en un gran sofá rojo; con el cabello rozando los anchos hombros su “pequeño” hermano le miraba sin ninguna expresión que delatara su aburrimiento. Kaname Kuran había alcanzado la madurez hacía mucho tiempo, era más alto que muchos hombres que había conocido, con el cuerpo ancho y estilizado que la hacía sentir minúscula cuando la abrazaba, y su voz infantil había dado paso a un sonido grave y ronroneante que provocaba que se le derritieran las corvas como mantequilla.
Habían vuelto a Francia hacía poco más de un año. Siempre volvían, había algo en ese lugar que le llamaba desde lo mas profundo del alma. Sencillamente le encantaba.
Se giró para despedirse. Ya estaba lista.
-Me marcho ya, Kaname. Volveré a la noche.
Se sentó a su lado para acariciarle los mechones que ondulaban alrededor de las mejillas. Él la miraba en silencio, sin decir nada. ¿Qué iba a decir de todas formas? Se sabía la norma de memoria:  no salir al exterior. Jamás.
No lo expresaría ante ella pero hacía mucho tiempo que sentía la desesperación crecer en su pecho, año tras año. Ya no sabía conformarse con su compañía. No soportaba las sombras que proyectaban esas cuatro paredes, ese frío que resquebrajaba su alma.
Cada vez que la veía salir sentía la corrosión de un odio y una envidia malsana.
Ella se inclinó para besarle suavemente los labios; él se dejó hacer sin ninguna reacción.
-¿Estás bien?
-Si.
Una ligera curva de su boca, apenas un amago de sonrisa que no llegó a sus ojos. Yuki se quedó quieta un instante. ¿Cuánto tiempo llevaban así?
Ya no recordaba cuando fue la última vez que le vio sonreír de verdad.
Sabía que Kaname se estaba rompiendo por dentro, pero no sabía que más hacer. Había tomado su decisión y estaba decidida a continuar. Era lo mejor.
-Adiós.
Salió del apartamento con el mal presentimiento de que algo cambiaría si dejaba las cosas así. No miró atrás.




En cuanto se vio solo se acercó a los grandes ventanales que dejaban entrar la luz del sol a raudales.
Le encantaba sentir su calor en su piel.
Fijó la vista en la ciudad que se abría a sus pies. Hoy parecía más colorida, llena de vida. Un enorme contraste con el ambiente que se respiraba en su interior, frío y gris.
“Ja ja ja”
Se dio la vuelta. No vio nada, sin embargo estaba seguro de haber oído unas risas.
“Je je”
“Shhh, calla”
Se guió por las voces hasta la parte de atrás del sofá. Y ahí estaban. Aido, Kain, Takuma y Ruka. Sus mejores amigos. Como les gustaba jugar.
-¿Qué hacéis ahí escondidos?
“ No queríamos que el ama Yuki nos encontrara”
“No le gusta vernos contigo”
“¿Por qué será?”  “Je je”
Todos tenían las pequeñas cabecitas vueltas hacia arriba, con sus brillantes botoncitos fijos en él. Los miró a todos con infinito cariño. Había tardado un poco en perfeccionarlos; al primero, Aido, se le notaba que lo hizo siendo un niño. Tenía uno de los botones que hacían de ojos torcido y la boca un poco tensa que parecía más una mueca que una sonrisa. Solía quejarse mucho por eso. En realidad se solía quejar por todo. El más nuevo, Takuma, era el que mejor le caía, con su carita simpática, siempre animándole.
“¿Qué te pasa Kaname? Estás triste.”
Los cogió a todos y los colocó en el sofá, todos juntos frente a él.
-Es lo de siempre… Me gustaría estar en casa.
Las primeras veces que habían estado en ese país se habían refugiado en la hermosa catedral de Notre Dame; Yuki había acondicionado una de las torres para él solo. Su santuario. Con el tiempo tuvieron que dejarla e irse a uno de esos modernos edificios; pero siempre que Yuki no estaba se escapaba para quedarse allí durante horas. Sus libros, sus pinturas. Su casa.
“Podrías ir”  “Vamos, ella no se dará cuenta”
“Si, vamos”
“Vamos”
Tal vez… su hermana no volvería hasta la noche. Y desde allí podría presenciar mejor las fiestas…







A las 12h de la mañana la gente comenzaba a animarse; a las 14h de la tarde no había un solo rincón tranquilo en toda la ciudad; a las 17h la cosa era un desmadre.
Zero se había ido a patrullar el cuarto Distrito y había acabado atrapado por la gente en la plaza Jean Paul II, frente a la catedral. No podía moverse de allí. En algún punto a su izquierda sonaba la canción Booty Swing de Parov Stelar*, una canción exasperadamente pegadiza. La gente se volvía loca con cada nota, el aire estaba caliente en torno a esa aglomeración. Se estaba empezando a sentir un poco mareado; por eso no le gustaba trabajar de incógnito, se veía obligado a hacer esa clase de estupideces. No era una buena idea que se quedara rodeado de tantas personas; podría ocurrir un accidente. No, gracias.
Lo suyo era cazar. La persecución y ejecución de monstruos chupa-sangre.
Este en particular, su objetivo actual, había matado ya a una veintena de personas en un solo año. Un número tan elevado de víctimas no era normal. Él creía, y Yagari le apoyaba, que había más de un vampiro por la zona. Pero no había ni rastro. Era como si fueran fantasmas.
Anduvo hasta una de las paredes de la catedral; apoyó la húmeda espalda contra la fría piedra y suspiró con un poco de alivio. Los rostros de las personas, cubiertos por máscaras de vivos colores y purpurina bailaban ante sus ojos; la cabeza le daba vueltas, sudaba levemente y sentía el ya familiar ardor en el pecho y la garganta. Por eso no quería estar allí. No se había negado mucho para que su maestro no sospechara pero… no se había tomado su dosis habitual esa semana. Era vil y repugnante; él no quería ser así.
Podía aguantar. Aún podía luchar un poco más…





No tenía muy claro cómo había acabado allí pero la verdad es que no le importaba. Había salido del apartamento para quedarse en “casa”. La calle estaba llena de gente, algunas disfrazadas, otras simplemente disfrutando de la alegría que se sentía en el ambiente. No pudo evitarlo; el edificio estaba ante él, listo para acogerle, pero no fue capaz de entrar. Estaba tan desesperado, tan perdido que necesitaba aquello. Estar con más seres vivos, formar parte de su todo.
Se quedó allí donde estaba, absorbiendo la energía, la emoción y la felicidad que emanaban esos cuerpos como el aliento veraniego, un bálsamo para su mente y su corazón.
Cerró los ojos y aspiró el dulce aroma de los humanos, camuflando el hedor de la comida y el alcohol. Dejándose llevar por la energía que fluía en el aire captó otra esencia. Era peculiar, agridulce. Un olor que le recordaba vagamente a sí mismo. ¿De dónde venía?, ¿de quién era?
Caminó con los ojos aún cerrados.
Fue un movimiento repentino, una rápida y violenta ondulación  en el aire a su alrededor.
Y los gritos ahogaron la música, el olor de la sangre llegó hasta sus fosas nasales.
Anulándolo.
Confundiéndolo.
Cuando volvió a abrir los ojos la gente se apartaba de él… No solo de él, también del cuerpo que yacía a sus pies. Una mujer, desangrándose. Miró a su alrededor, sin saber qué había pasado; la alegría y el colorido se habían esfumado dando paso al pánico; los gritos se propagaron como un incendio. Se miró a sí mismo y se encontró cubierto de sangre. La sangre de esa mujer. Pero no había sido él.
¿Había sido él?
Salió corriendo; lo único en lo que pensaba era en esconderse, allá donde nadie le viera. Corrió hasta una de las puertas laterales de la catedral. Allí estaría a salvo.
Sintió una presencia a su espalda, el aroma agridulce volvió a invadirlo.
Cuando se giró se encontró mirando el cañón de una pistola, que le apuntaba directamente a la cabeza y el dueño de dicho olor empuñándola contra él. Un muchacho de mirada fiera y cabellos plateados.
El silencio los envolvió unos segundos; quietos, esperando algo que no terminaba de llegar, y entre ellos el arma, que latía, como un ser deseoso de derramar sangre. Su sangre.

Notas finales:

Para los que no conocen la expresión "en pelota picada": desnudo

Booty Swing es la canción que estaba escuchando cuando escribí esa parte... me pareció apropiada jeje

Nos vemos en el próximo capitulo! 
Besos a todos!


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