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Pintado en mi memoria por Voldemarta_Bennoda

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Notas del fanfic:

ADVERTENCIA: Posible excitación(?) O espero lograrlo.

Notas del capitulo:

Aviso: En esta historia Mike no tiene esposa, aunque Chester sí está casado. Hay dos canciones de LP que utilizo en este one-shot (además de TLTGYA), a ver si ustedes mismos sacan cuáles son. Es de traducción propia (por eso es tan chota), y también todo un reto personal para ustedes (?. ¡Ah! Aviso que mezclo épocas, aunque no demasiado… Para que no crean que me enredé los años. Nope, lo hice a propósito… Ustedes se van a dar cuenta. ¡Y otra cosa! Las escenas están mezcladas. Aparece lo que sería la actualidad y un fragmento de lo que pasó, la actualidad, y otro fragmento… ¿Se entiende? Espero que no resulte muy enredante xD Pueden denunciarme si es así(?) 

 

Con mis mejores deseos, Voldemarta

 

Estoy acorralado en esta cama que tú hiciste

Solo en esta sensación de hundimiento

 

Aquellas palabras resonaron fuertemente como un reclamo en su cabeza. Era lo primero que recordaba pensar con claridad en muchas horas. No sabía ni le interesaba estar al tanto de cuánto tiempo había pasado desde que se había echado en la cama a llorar abrazándose a sí mismo. Las lágrimas se habían secado sobre sus mejillas, igual que la sangre en su muñeca izquierda. Lo sabía porque no sentía humedad sobre su piel. No supo si sentirse contento o triste. La hemorragia que él mismo se había causado había parado hacía rato, aunque no había hecho nada por detenerla. ¿Debería sentirse feliz por su intento fallido de suicidio? Bueno, no había pensado en “suicidio” exactamente cuando explotó de la manera más desquiciada posible. Sólo sintió que la frustración y la ira y cualquier otro sentimiento negativo que sintiese en ese momento, eran demasiado para soportar y empezó a arrojar cosas y voltear muebles para destruirlos. Y cuando eso no fue suficiente, tomó un fragmento especialmente filoso del vidrio de un vaso roto, y se autolesionó por primera vez en su vida. Estaba tan desolado que la desesperación por encontrar una manera de aliviar su dolor emocional lo llevó a reaccionar irracionalmente. Hincó el vidrio sintiendo como perforaba la piel casi al instante, y trazó una línea larga a lo ancho de su muñeca, y luego otra justo debajo. Cinco cortes horizontales quedaron grabados en su brazo, cada uno hecho con más brutalidad que el anterior. Para cuando hubo dejado caer el elemento causante de sus heridas, gruesas gotas de sangre emergían cortando bruscamente la blancura de su piel. La sangre corría y no se detenía. Mientras observaba atontado como el piso se iba tiñendo de un rojo brillante sintió un fuerte mareo. Se concentró como pudo para ubicar su habitación, y fue hasta ahí arrastrando los pies como zombi. Una vez allí se echó en la cama sin más, y escondió su cara en la almohada comenzando a derramar lágrimas. La tristeza y la rabia seguían aferradas a su alma, y él continuaba impotente, sin poder desahogarse completamente. Su llanto incrementó y tuvo ganas de gritar. De gritarle a él, a ese estúpido que lo había usado, manipulado sólo para poder cumplir una estúpida fantasía. Deseó que en ese momento estuviera ahí para poder gritarle que había actuado de manera egoísta y horrible… Pero, ¿realmente había sido su culpa? Tenía que admitir que él había aceptado, había cedido y estando sobrio. Esa noche había estado en pleno uso de sus facultades morales y su idea de que la excusa de la ebriedad funcionaría había fallado irrevocablemente. Mirase por dónde lo mirase, no había logrado convencerse a sí mismo de aquella mentira; él era tan culpable como el hombre con quien se había acostado, y punto. Él también había actuado de manera egoísta y horrible para con los demás. Y a “con los demás”, se refería únicamente a Samantha y a Draven… Y por consiguiente, a él mismo. Así que no le gritó a nadie, y sólo continuó llorando y dejando que la sensación cálida de la sangre corriendo con lentitud por su piel lo tranquilizara. Pronto la relajación fue demasiado pesada para sus párpados, que empezaron a cerrarse inconscientemente. Vacilaba un momento y luchaba por seguir despierto, pero entonces el deseo de dejar de existir lo seducía y se acentuaba cada vez que cerraba los ojos. Finalmente quedó dormido. Y así es como había llegado al momento en que se debatía entre una leve alegría y una profunda depresión.

 

Vi a través de las palabras que dijiste,

A los secretos que estabas guardando

 

Otra lluvia molesta de palabras se arremolinó en su mente. No supo de adónde sacó las fuerzas, pero con el brazo sano se secó las lágrimas y se ayudó para poder sentarse. Un segundo mareo le dio la bienvenida al mundo que había pensado en abandonar. Sintió deseos de volver a echarse en la cama y seguir durmiendo, pero al contrario, se puso de pie y dio un par de pasos vacilantes. Las piernas le temblaban y notaba su cuerpo débil. Supuso que era por la pérdida de sangre. Eligió ir primero al baño para buscar algo con qué vendarse el brazo. Después, un anhelo desconocido por escribir se apoderó de él. Lo necesitaba. De repente estaba sentado en la única silla de la habitación que había quedado a salvo de sus dañinas manos, frente a la mesa con un montón de cosas hechas pedazos encima, y una hoja en sus manos. Reunió fuerzas e hizo a un lado al montón, y comenzó a escribir.

 

Esto está escrito sobre tu rostro

Todas las mentiras ¡cómo cortan tan profundo!

No puedes obtener lo suficiente

Tomas y tomas y tomas

Y nunca dices no

 

*                          *                      *                          *                                         

 

–Muy bien, Chaz… Cuando quieras. –Indicó Michael Shinoda a través del micrófono en conexión con los auriculares que Chester portaba en sus oídos. El cantante asintió con la cabeza para dar a entender que estaba listo, y Shinoda procedió a grabar. Fue entonces cuando la silenciosa agonía de Mike comenzó. Otra vez, como cada día hacia ya un tiempo. Jamás notaba su sigilosa llegada, lo único de lo que era plenamente consciente era que sólo despertaba con una persona en particular. Y que tenía origen en sus oscuros ojos. Esos dos malditos globos oculares que lucían verdaderamente notables en su rostro desencadenaban todo lo demás. Ellos eran los culpables de captar la imagen frente a él y grabarla en su retina con perfecta nitidez. Al resto de su ser no le quedaba más opción que rendirse y responder frente a tal estimulo. Esta vez parecía atacarlo con más brutalidad que nunca. El enfermizo deseo de poseer a su mejor amigo a cualquier precio estaba ganando terreno a cada instante. Lo intentó con todas sus fuerzas, de verdad lo intentó… pero su mente ya no quería obedecerle. Derrotado, sucumbió al profundo y ya conocido anhelo que, victorioso, ya trepaba por sus piernas, obligándolas a estremecerse a su paso. Mientras eso le sucedía, trataba de mantener una expresión despreocupada ante la mirada del resto de la banda.

Chester no podía siquiera llegar a imaginar lo que ocurría fuera de las cuatro láminas que funcionaban como aisladoras de sonido y que a la vez lo encerraban. Cuando él ingresaba a esa cabina, no existía más que su trabajo. Para más concentración, cerraba sus ojos y entonces dejaba que su voz se expresara por él. De esa manera se encontraba en ese momento. Sumamente relajado, con cada mano apoyada en la pared opuesta a la otra, como si intentase no quedar aplastado.

Don’t want to reach for me do you,

I mean nothing to you…

The little things give you away. –El tono con que profería las palabras había arrancado suave, pero se tornaba más duro a medida que la canción avanzaba. Los latidos de su corazón se aceleraban más al ver venir el momento en que la composición musical tomaba más emoción.

Mike disfrutaba embelesado del angélico canto de su amigo, y se regocijaba con la firmeza y la claridad con que soltaba cada palabra anteriormente determinada. Al mismo tiempo pensaba en todas las tardes compartidas con él y a veces también con Brad y Rob, cuando escribían juntos la letra. Pensaba en el proceso, en  que en el álbum habían quedado las doce canciones que a los seis les parecían más especiales. Habían acordado en que ésta sería la última. De modo que aquel sería el último día de grabación, por ahora. (*) Todos y cada uno habían tenido participación y voto en The little things give you away. Pero aunque nadie lo dijera, los cinco hombres expectantes y callados, esperaban el momento en que Chester completara la tarea que habían llevado por meses, de una manera que sólo él podía hacerlo. Sólo entonces les parecía que habían hecho un buen trabajo. La décima segunda canción del disco había sido inspirada en un hecho catastrófico que había tenido lugar en Nueva Orleans. Luego de su visita por el lugar afectado, una vez en el estudio sintieron que debían escribir sobre eso. Indignación y compasión por las víctimas fue lo que los guió en la dirección de su obra. Sin dudas, era una canción especial. Y ahí estaba Chester, añadiéndole el toque más perfecto que podía haber. Él lo contemplaba callado, admirando cada detalle de la hermosa persona que se presentaba frente a sus ojos. Era un muchacho de piel blancuzca, con dibujos coloridos de distintos tamaños y algunas iniciales de nombres tatuados en muchas zonas de su cuerpo. Sobre todos ellos las distinguidas llamas en sus antebrazos sobresalían notoriamente, y Mike opinaba gustosamente que le daban un aspecto rebelde. Llevaba el pelo casi rapado, con una pequeña cresta levemente pronunciada. Las cejas eran finas, aunque se movían a cada segundo remarcando el esfuerzo y la pasión en su dueño al cantar. Más abajo estaban los ojos, y cuando los párpados se entreabrían se podía apreciar un castaño oscuro presente en ellos. La nariz larguirucha, con la punta chocando contra la delgada pantalla de malla, (*) muy cerca del micrófono. Su rostro y pecho relucían un poco por las gotas de sudor que resbalaban por sobre la piel. En ese reducido espacio el calor era infernal, él mismo lo sabía, dado las ya tantas oportunidades sufridas en la pequeña cabina. El observarlo tan detenidamente no hacía más que agitarlo; sentía las mejillas arder, aunque contrariamente a cada rato unos fuertes escalofríos le hacían temblar por completo. Cuando quiso volver a enfocarse en su trabajo, Chester ya había emitido las últimas líneas.

–Y… ¿bien? ¿Todo en orden? –Preguntó el hombre mirándolos desde adentro con buen ánimo. Se lo notaba expectante de saber qué dirían sus compañeros. Brad sonriente levantó un pulgar. Rob se limitó a sonreír, y Phoenix asintió con la cabeza. Todos se veían relajados. Las ochocientas millones de veces que la canción había sido reescrita, habían finalmente valido la pena. Chester buscó impaciente la aprobación que le parecía más importante.– ¿Mike?

Michael esbozó una pequeña sonrisa y fingió ser indiferente.– Bueno, ¿y qué esperas que haga? No voy a hacer un desfile en tu honor o algo así… –Chester le sacó la lengua y se cruzó de brazos.– Era broma, tienes razón, debería hacerlo. Bueno tal vez no, pero te mereces unos aplausos. –Declaró mirando a sus amigos y poniéndose de pie para aplaudir. Los demás lo imitaron con honestidad. Chester rió y pareció satisfecho. Entonces salió de la calurosa cabina y… a Mike lo invadieron verdaderas ganas de apresarlo contra la pared y morder despiadadamente cada centímetro de piel expuesta para él, de escucharlo gemir con fuerza bajo sus lujuriosas caricias, de besarlo tanto en los labios que aquellos quedaran en carne viva. Ante esos pensamientos se sintió tan excitado que tuvo que aferrarse a toda su voluntad para no cometer ninguna locura allí mismo. Los pantalones le apretaban horriblemente ahí, más abajo del estómago. Chester se cruzaba frente a él con obvia comodidad, paseándose en calzoncillos. No era el tipo de ropa interior provocativa, más bien era simple, de un gris oscuro y aburrido. Pero no para Mike.Desvió la vista con pesar padeciendo una repentina y severa honda de calor. Al mismo tiempo que se sentía hondamente avergonzado de su reacción, experimentaba unos celos atroces hacia Samantha, esposa actual de Chester. El pensamiento de que aquella mujer lo tenía para ella sola todas las noches lo empezaba a cegar, mandando su comportamiento ético bien lejos. El plan que estaba surgiendo en su mente terminó por convencerlo cuando Chester se acomodó con total libertad sobre uno de los sofás estirando sus piernas en una posición jodidamente sensual. Después de eso, optó por excusarse e ir hasta algún baño de aquella enorme mansión a la que llamaban Laurel House. Tomó una ruta que conocía de memoria gracias a los días enteros que dedicaba al trabajo, sin poder quitar de su cabeza a Bennington. Al fin encontró la puerta tras la cual se hallaba su momentánea solución.

 

 

 *                          *                      *                          * 

 

 Debes conseguir en tu interior

Empujarlo hacia abajo

Empujarlo bien hondo

 

Eso se repetía cada ocasión que Mike y él volvían a encontrarse por asuntos laborales. Algo le decía que no era bueno desquitarse toda la amargura que sentía, no podría obtener consecuencias beneficiosas tampoco si le echaba en cara que le parecía que había sido usado como objeto sexual. Ese algo era su conciencia. Desde luego, una parte de él no le permitía culpar absolutamente al otro hombre, porque aunque no quisiera aceptarlo, ambos compartían la pesada carga del remordimiento. Y en el fondo bien lo sabía. Habían continuado con sus respectivas vidas, actuando tan normal que ninguna persona de su entorno se cuestionó nada. Pero el arrepentimiento crecía en su interior más y más… Hasta que un día explotó. Se lo contó a su esposa.

 

Nunca conseguirás en tu interior

Empujarlo hacia abajo

Apagón

Sangre en tu ojo

 

Apagón… Eso era un nombre adecuado para lo que había pasado. Había sido como un repentino apagón, y había quedado atrapado en la más fría oscuridad. Lo tenía todo: una familia a la que amar y cuidar, y amigos geniales que se preocupaban por él y viceversa. ¿Qué más puede pedir alguien que durante años estuvo buscando exactamente eso? Compañía. Alguien con quien compartir su vida. Y lo tenía. Pero ya no…

Esto no estaba bien. Él yacía completamente derrotado y sin ganas de seguir viviendo, y Michael a salvo y con la conciencia limpia en su departamento. De pronto se le vino a la cabeza que le hubiera encantado gritarle todo tipo de cosas dramáticas como “¡Abre los ojos Michael! Enfréntate a la realidad y deja, por una vez en tu maldita vida, de montar en tu poni alado de fantasía.” Entonces, ¿qué es lo que vería? Lo vería a él, a su mejor amigo, en ruinas quemadas por el fuego. Literalmente. El fuego de aquella noche de pasión originó el desastre. Vería el dolor personificado. Dolor… Podría decírselo en aquella composición, de todas maneras era como si fuera dirigido a él. Lo más cercano al dolor que se le ocurrió fue la sangre. Después de todo era un elemento tangible, y eso era lo que quería. Algo que sólo pudiera descifrar Mike. Confiaba en que lo entendiera, aunque no sabía bien adónde quería llegar con todo eso.

 

 *                          *                      *                          * 

 

 Se deleitaba agradecido del contacto del agua fría con su piel caliente. Antes de meterse a la ducha se había asegurado de echarle el pestillo a la puerta del baño, sólo por las dudas. Una interrupción resultaría odiosa en un momento crítico como aquel. Y es que ese acontecimiento era crítico. Nunca, jamás antes en su vida le había ocurrido algo parecido y de aquella magnitud. Y es que en sentido figurado, su problema no era precisamente pequeño, más bien todo lo contrario. Michael poseía un miembro enorme, y ahora estaba en toda su gloria, orgullosamente erguido. ¡Demonios! Pensó el muchacho muy fastidiado. El agua no estaba ayudando… O es que tal vez no habría de haber estado pensando justamente en lo exquisitas que sabrían las manos de Chester sobre su cadera. Bueno al menos el asunto no había pasado a mayores. Hubiera jurado que podría haber tenido un orgasmo ahí mismo, durante el proceso de grabación. ¿Qué habría sucedido entonces? No hubiera sido tan fácil ocultar tal hecho. Tampoco lo había sido encubrir la aparición de una dolorosa erección, pero definitivamente hubiera sido peor un orgasmo. Bien, al fin y al cabo, había echado el pestillo por algo, ¿verdad? Sería un gusto rápido, sólo para deshacerse del desgraciado.

Bajó una sola mano hasta llegar a los hinchados testículos y comenzó a frotar con la palma de lado a lado, con lentitud placentera. Si iba a hacerlo, tendría que hacerlo bien. Siguió con una mano acariciando los testículos, y con la otra recorrió con suavidad todo el largo de su pene, hasta detenerse y separar sus dedos. Encerró su propio miembro entre el pulgar y el índice y comenzó a moverlos. Una y otra vez, subiendo y bajando casi con delicadeza. La respiración se le volvió pesada, y notó que su excitación crecía con cada toque. A decir verdad, no solía masturbarse con frecuencia, así que normalmente le tomaba un rato relajarse completamente y tomar más confianza. Pero esta vez no era de esas. Pronto sintió necesidad de hacerlo con más brusquedad, y puso a trabajar a los dedos restantes, animándose a alcanzar un ritmo continuo y firme. Cada vez que llegaba al principio del glande se estremecía sin poder evitarlo. De todos modos era lo suficientemente consciente como para tratar de ser discreto; se mordió los labios con fuerza para aguantar los gemidos. Todavía quería seguir torturándose un rato más, así que varió la velocidad cuidándose de no acabar. Ese era el momento preciso. Cerró los ojos y convocó en su mente a Chester Bennington. Como momentos antes, cantando y sudando de manera exagerada. Pensó en lo provocativas que le resultaban sus piernas largas y esbeltas, especialmente sus muslos… Sus muslos, era parte de lo que más fascinaba a Mike de él. A menudo fantaseaba inconscientemente con morderlos y acariciarlos… Tal vez dejar un rastro de saliva con su lengua por ellos… Qué bella anatomía poseía aquel hombre. Y sus nalgas… ¡Por todos los santos, sus nalgas! Ante los ojos de Shinoda, esos dos redondos y firmes manjares clamaban por ser separados, y su cavidad custodiada ser corrompida. Esa idea fue suficiente para querer más que una simple y rítmica estimulación. Sus mejillas se encontraban a tal punto sonrojadas, su respiración entrecortada y sus piernas temblorosas. Entreabrió los ojos y dejó salir jadeos mientras una mano subía y bajaba con urgencia y la otra apretaba la punta de su miembro. Oleadas continuas de placer embargaron su cuerpo, llevándolo al límite. Sin ser consciente empezó a murmurar el nombre de la personificación de sus fantasías. Pero aún esto no podía concluir. Quería más que eso. Quería… Una mano temblorosa se dirigió con cautela hasta su entrada. Mételos, se dijo. Y así lo hizo. Primero un dedo se introdujo dentro de sí mismo, resbalando con más facilidad de la que creyó. El agua actuaba como un perfecto lubricante. Sin tomarse mucha calma, empezó a girar el dedo explorando su interior. Lo sentía incómodo, pero no iba a echarse a atrás. Sin esperar a acostumbrarse, hizo partícipe a dos dedos más. Dolieron, pero eso tampoco le impidió que comenzara a moverlos en círculos, tratando de dilatar la entrada para hacer aquello más llevadero. Había bajado la velocidad con la que masturbaba su pene, pero nunca había interrumpido. Eso lo ayudaba a relajarse y a abrirse paso en su interior. Justo cuando creyó que no podría llegar a sentir placer con aquello, algo cambió. El tacto ya no le parecía demasiado molesto, las paredes del conducto estaban tornándose más sensibles al placer. Entre animado y aliviado, empezó a ir más profundo y luego retirarlos, dándose cuenta de que ese simple movimiento lo encendía todavía más. No pudo evitar perderse en su nube de pensamientos e imaginarse que sus manos eran las de Chester. Al fabricar en su mente una imagen lo suficientemente real para confundirse, estuvo a punto de gritar de la excitación. Pero en su lugar sólo jadeó, haciendo su cabeza para atrás, sin siquiera sentir que las gotas de agua de la ducha se iban acumulando en su boca. La velocidad irrefrenable que había adquirido indicaba que pronto culminaría. Su estómago finalmente se contrajo largamente y él balbuceó torpemente el nombre de su mejor amigo.

Tuvo cuidado de limpiar enseguida el semen que había ido a parar a las cortinas, su pecho y algo en… el techo. Sin duda esa fue la parte más difícil. Pero logró que no quedara ninguna mancha que delatara sus acciones esa tarde, o de lo contrario debería en algún momento dar unas molestas explicaciones. Cuando terminó con la limpieza volvió a la habitación donde todos estaban reunidos.

 

 *                          *                      *                          * 

 

 

Dos meses. Hoy se cumplían exactamente dos meses desde aquella noche.

Su mente estaba especialmente empecinada en recordar los más pequeños detalles, como el aliento cálido de Chester rozando su cuello y su aroma familiar a cerveza. Pequeñas cosas que habían completado la magia de aquel… No tenía idea de qué nombre ponerle a lo que habían hecho. No era una aventura romántica, ¿verdad? No había nada de romance entre ellos… No podía considerarse como el fruto de una relación amorosa si sólo uno está enamorado. ¿Enamorado? ¿De verdad estaba enamorado? Aún no estaba seguro. Nunca antes había experimentado eso a que todo el mundo llama enamoramiento. Aunque sí estaba seguro de que lo quería, y de que le gustaba… Mucho. Pero tal vez sólo había sido una aventura pasajera. Una sesión de sexo. Sólo eso… Y el decírselo lo hizo sentir repentina y extrañamente desanimado, y hasta un poco decepcionado. Detuvo los movimientos de sus dedos sobre la guitarra. Hacia media hora que estaba en la misma posición, y no lograba sacar ninguna nota que le pudiera servir para la letra que había creado ese mismo día. No estaba lista, pero al menos tenía unas cuantas líneas que seguro les parecerían buenas al resto de la banda. Examinó de nuevo las palabras garabateadas con prisa:

 

Contuvimos la respiración cuando las nubes comenzaron a formarse

Pero te perdiste en la paliza de la tormenta

Al final fuimos hechos para estar apartados

Las cámaras separadas del corazón humano

 

Chester estaba molesto. Lo sabía. Por más bien que el otro lo ocultara en presencia de los demás, él lo conocía demasiado como para pasarlo por alto. ¿La razón? Realmente desconocía el motivo. Pero obviamente tenía que ver con lo que había pasado. Y nunca lo sabría si seguían actuando uno con el otro como si jamás hubiera sucedido nada. Como si lo hubiera llamado para que volviese a grabar una última parte a las cuatro de la madrugada y luego al terminar, se hubiera ido sin más. Si realmente no recordara nada de nada, no tendría que verse forzado a comportarse normalmente. Así que definitivamente lo recordaba, y él debería arriesgarse a lo inevitable, y darle un fin a aquella farsa. Tenía que prepararse; existía la posibilidad de que su amistad quedara reducida a cenizas después de sacar a la luz lo que cada uno pensaba y sentía. Pero debía aceptarlo. Él tenía la mayor parte de la culpa, por haber comenzado con todo eso. Además, estaba al tanto de que la relación con su esposa no estaba muy bien. Y conociéndolo, en algún momento Chester explotaría, y no sería nada bueno. No quería que su amigo tuviera más problemas matrimoniales, de modo que tenía que arreglar el asunto cuanto antes. Por mucho que le costase. Algo le dolía en el interior, y supo que ese dolor ya no desaparecería. Tomó la lapicera y escribió más palabras.

 

Estoy nadando en el humo

De los puentes que quemé

Así que no te disculpes

Estoy perdiendo lo que no merezco

 

 *                          *                      *                          * 

 

–Las dos. ¡Las dos de la madrugada y todavía estamos varados aquí! –Se quejó Dave realmente cansado.– No sé ustedes, pero yo ya estoy terriblemente harto. No es que no me agrade del todo estar encerrado durante al menos 15 horas al día con cinco infantes algo crecidos, en una mansión gigantesca y provisiones interminables de pizza, hamburguesas y pringles… Pero acéptenlo, no somos la mejor de las combinaciones: un… chino o coreano, o de dónde sea que vengas Hahn, que se pasa sus ratos libres lustrando su colección de superhéroes miniatura; un pulgoso que nunca se baña; un maldito obsesivo del trabajo y del café; un tipo que grita por todos los rincones a cada minuto; y un loco que se le pasa haciendo percusión con cada cosa que encuentra. –Hizo una pausa para mirar con ojos acusadores a cada uno.

–No es mi culpa si no tuve una niñez completamente satisfactoria, Farrell. Ahora que tenemos dinero puedo adquirir las figuras de acción que siempre he anhelado… Además, no me queda claro. Por lo que entendí, has descrito a todos menos a ti, ¿o qué, no tienes defectos? –Preguntó Mr Hahn con sarcasmo.

–Creo que es obvio que no padezco de ninguna mala afición. Soy el único ser decente de esta habitación. Pero esto no se trata de mí… Aunque admito que fue divertido cuando esta tarde fuimos a dar una vuelta por ahí y dejamos cinta adhesiva pegada a unos cuantos timbres de algunas casas desafortunadas…

–¡Y cuando el viejo cascarrabias nos persiguió agitando su bastón! –Saltó Brad partiéndose de risa en el sofá.

–Eso no fue gracioso, Brad… No cuando se le cayó la dentadura postiza en una alcantarilla y tuvimos que detenernos a rescatarla. No sé por cuánto tiempo llevaremos grabados estos moretones en la piel. –Se levantó la remera para mostrarles los daños sufridos en aquella diablura.– El señor no parecía muy dispuesto a olvidar nuestra pequeña broma… ¡Pero tampoco es eso lo que quería decir! Era… Terminemos esto mañana, y volvamos a nuestras casas. Descansemos, y seguro mañana podremos terminarlo todo en paz. ¿Qué dicen? –Los demás asintieron en signo de aprobación, a excepción de Rob y Mike, que continuaron tecleando cada uno en una computadora con aspecto de indiferencia.

–No podría estar más de acuerdo. Es lo más inteligente que he escuchado en todo el día. –Expuso su opinión Brad, levantándose del sillón y estirándose.

–¡Claro que sí! Especialmente, no estoy seguro de poder soportar ni un minuto más la pestilencia putrefacta que emanas, Brad. ¿Cuándo fue la última vez que tomaste un baño? –Continuó quejándose y alzó una mano para apretar su nariz. Brad puso los ojos en blanco y ni siquiera se dignó a responder.– ¿Todos de acuerdo entonces? Tranquilo Delson, no estoy hablando de tu adorable perfume… No hay manera de que alguno niegue lo evidente. –Brad le dirigió una mirada llena de odio.– No, hablo de mandar a volar los minúsculos detalles que quedan por ver y largarnos.

Mr Hahn y Chester fueron los siguientes en abandonar sus asientos. Pero esta vez Mike despegó la vista de la pantalla y se hizo oír:

–¿Hablan en serio? Porque yo no estoy de acuerdo. Si se van ahora, todo el trabajo habrá sido en vano.

–Anda Mike, no exageres de esa manera… Podemos terminarlo mañana, Rick nos dio tiempo hasta la tarde. Además, ¡mírate hombre! Eres quien pasa más tiempo aquí, para cuando llegamos tú ya tienes algo adelantado, y eres el último en irte, prácticamente no duermes y te tomas seis cafés al día. ¡Debes descansar! –Discutió Phoenix mirándolo incrédulo y hasta un poco exasperado.

–Sí, y repito: si nos vamos ahora… –Pero Chester lo interrumpió con tono cansado.

–¡Shinoda basta! Ya te hemos escuchado. Pero verás que tendremos horas enteras de sobra si mañana venimos temprano.

–¡Bien! ¿Y están tan seguros de que vendrán temprano, eh? –Saltó Mike fastidiado.

–Mike, tal vez los chicos tienen razón… –Intervino Rob con cautela.– Hemos estado quedándonos hasta muy entrada a la noche durante varias semanas, y hoy inclusive estuvimos reunidos desde las ocho de la mañana. Un breve descanso estaría bien…

–Oh bien, ¡tú también estás de su lado! –Exclamó el hombre tomando un nervioso sorbo de su café. Tal como había dicho Phoenix, ése era el sexto de aquel día. Pero de pronto una idea iluminó su cansada mente. Ese podría ser el momento que estaba esperando… –Está bien, vuelvan a casa. Yo me quedaré sólo un rato más…

–¿Seguro? –Cuestionó Chester con preocupación. Mike asintió con la cabeza, y volvió a concentrarse en su trabajo. Los demás ya estaban saliendo por la puerta de entrada. Chester se acercó a su amigo por detrás y lo tomó por los hombros.– Hey, no me gusta que estés así de nervioso… Necesitas dormir, ve, y si crees que es imprescindible revisarlo todo antes, yo me quedaré por ti. Y no quiero negativas, ve Shinoda.

Mike se volteó para mirarlo. Tenía una expresión seria en su cara, cosa que no pasaba demasiado a menudo. Debía estar hablando muy en serio. Suspiró con cansancio y replicó:

–No Chester, no hace ninguna falta que hagas esto. Estoy bien, yo puedo aguantar un poco m…

–Vete, fuera de mi vista, Michael. –Ordenó con determinación Chester, tratando de no esbozar una sonrisa. El comportamiento enfurruñado de su amigo le provocaba una mezcla de cariño y diversión.

–No me iré. Te prometo que sólo serán un par de horas más, puedes ir tranquilo.

–Entonces llamaré a Sam y le diré que me quedo aquí contigo hasta que terminemos. –Resolvió Chester tecleando en su celular, pero Mike se lo arrebató.

–Tú te irás, yo me quedo, y todos felices. Está bien, de verdad. –Insistió mirándolo como rogándole. Finalmente Chester aceptó, aunque de mala gana.

–Si no te enfermas luego de esto, ¡juro que te golpearé, maldito! Terminarás en el hospital de todas formas. Nos vemos, cuídate. –Dijo caminando hacia la salida, y se volteó para dedicarle una sonrisa antes de escabullirse. La puerta se cerró lentamente.

–Se fue… –Murmuró para sí Mike. Y había querido quedarse con él… Eso era tan tierno que le dieron ganas de llevar a cabo su plan antes de tiempo. Pero no, aún no. A Chester le llevaría cuarenta minutos llegar a su casa, y eso si no había demasiado tráfico. Eso significaba que debía esperar al menos unos quince minutos antes de llamarlo. Tenía quince minutos para prepararse.

 

 

En menos de treinta segundos Chester estaría atravesando las rejas altísimas de la entrada; aunque le tomaría, como mínimo, otros treinta llegar hasta la puerta principal de la mansión. Se dedicó a observarlo por una de las ventanas de las planta baja, y a echar un vistazo con el rabillo del ojo a la habitación en penumbra. Había prendido velas y las había distribuido por todas partes para que proporcionara la claridad necesaria. El maletín con los objetos que requeriría si la situación salía a su favor, se encontraba fuera de la vista. No quería asustar a Chester con un descubrimiento sorpresivo de su parte y sumamente incómodo para él. Al menos no antes de lo previsto. El hombre tatuado estaba a unos pasos de abrir la puerta, y él comenzó a tirarse del cabello y a vacilar entre si seguir con aquello o renunciar completamente.

 

–Oh, vaya… –Murmuró Chester apenas poner un pie en el umbral de la entrada y percatarse de la iluminación. Vaciló unos segundos antes de llamar– ¿Mike?

–Aquí estoy, Chaz, justo como me dejaste. –Se apresuró a responder Shinoda, sentado en una estudiada posición casual frente al computador. Chester lo miró desde su lugar con un pack de seis cervezas en manos, le sonrió con tranquilidad y luego cerró la puerta tras sí.

–Es verdad, justo como te deje… Acabo de tener un semi-susto al ver esta oscuridad inusual. Ya sabes, siempre hay un montón de luces y todo eso. –Añadió refiriéndose a las muchas luces de colores que habían enredado en las paredes y hasta en los instrumentos, con motivo navideño. La realidad era que la ausencia de aquellos adornos en funcionamiento vestía de lúgubre a la habitación– Además de que pensé que habían entrado miembros de una de esas sectas extrañas que dibujan pentagramas invertidas en el suelo con sangre de cabra y… Bueno, ya sabes. –Se interrumpió, y con la cabeza gacha, tal vez por la vergüenza, admitió– Pero el susto fue porque creí que tal vez te habían hecho algo… Raptado o…

–¿Sacrificado? –Inquirió Mike siguiéndole divertido el hilo de sus ideas. Por ahora debía hacer que se sintiera lo más cómodo posible– Bueno, supongo que debo estar agradecido, ya que ninguna secta extraña se apareció y decidió utilizarme para un sacrificio humano estando solo… Y gracias, por preocuparte. Pero estoy bien. –Sonrió, esperando acertadamente que el otro le devolviera el gesto.

–Pues menos mal, no sé qué haríamos en la banda sin “The Glue”. –Mencionó, poniendo énfasis en el antiguo apodo y acomodando sus preciadas bebidas en algún lugar seguro. Después, aún de pie, acorraló a Mike por detrás entre sus brazos y el respaldo de su butaca, besándole la mejilla. Eso bastó para ruborizar fuertemente al que recibía tal muestra de cariño.

–Bu-bueno… ¡Ésa última p-parte no va a grabarse sola! ¿Cierto? –Exclamó para soltarse de su amigo y terminar de una estúpida vez con esa parte. No podía evitar sentirse alentado por aquella dulce acción, a la vez avergonzado, y también en parte cohibido por el hecho de que quizá Chester no pudiera verlo más allá que como amigo. Por su parte Bennington se había limitado a encogerse de hombros y entrar a la pequeña cabina que bien podría bautizar como su hogar, tras tantas horas pasadas allí. Le asintió con la cabeza igual que como había hecho ese mismo día. Mike se apresuró a indicarle qué parte debía recitar. Y tuvo una vez más, el lujo de escuchar y verlo cantar con esa voz que parecía la de un ángel. Claro que en realidad no estaba grabando… Eso sólo era parte del improvisado plan que quizás ni funcionara, o ni siquiera intentase llevar a cabo. Le había mentido, le había dicho que una parte no había quedado grabada, y únicamente para que volviera junto a él y pudiera tener la oportunidad de tenerlo justo como deseaba.

–¿Ya? Y por favor, asegúrate de que quede grabado esta vez, no vaya a ser que deba volver de nuevo. –Advirtió Chester saliendo de la cabina y caminando hasta llegar a su lado. Michael rió fingiendo hacer su trabajo en la computadora.

–Sí, no te preocupes, parece que todo está en orden. –Dijo, y se dio la vuelta para mirarlo. Lo notó impaciente por tomar una de las botellas y vaciarla; tal era su mirada hambrienta, como si se tratara de una mujer a dieta y al abrir la heladera se topase con una gigantesca torta de chocolate. Eso le jugaba a favor. Esbozó la mejor de sus sonrisas y lo convenció– Si quieres una, no tienes porqué negártelo a pesar de estar yo presente. Adelante, bebe. La verdad es que no me vendría mal una también a mí.

–¿De verdad no te molesta? Ya sabes, sé que nunca te gustó que fuese… un maldito alcohólico. Supongo que ebrio hago muchas tonterías. –Preguntó, y tomó dos botellas para una pasársela a Mike.

–No eres un maldito alcohólico… Sólo que te gusta demasiado eso de embriagarte y perder el conocimiento… bastante a menudo. –Lo defendió entre risas.– Y tranquilo, no es que sobrio hagas menos tonterías. Aunque a decir verdad, sí muestras más el trasero. ¿Qué tienes con eso?

Chester soltó una carcajada contagiosa.– Hey, estás queriendo decir que soy un entregado y un fácil, eso es lo que dices. Pero hay algo indiscutible en todo esto: tengo un bonito y envidiable trasero. –Afirmó alzando las cejas. *al estilo Milhouse: https://31.media.tumblr.com/098702af9c77aa60d815dd62da4aa87c/tumblr_n11sx7bNqm1qkm01mo2_500.gif *

Mike enrojeció notoriamente al hacerse mentalmente la imagen del sensual trasero de su amigo, con el que había fantaseado tantas veces. Además tuvo que lidiar con un fuerte tirón en su entrepierna. Maldiciendo su reacción decidió no contestar, y para ocultar su brusco sonrojo le dio un largo trago a su cerveza. Mientras tanto Chester se había dejado caer en uno de los sillones.

–¡Ah, sí! Casi lo olvidaba… ¿Por qué las velas? –Cuestionó sin percatarse ni por asomo del apuro de Mike.

–Hmm… Me dolía la vista y recordé que teníamos éstas guardadas arriba desde la última vez que se nos cortó la luz. –Se excusó preparado para aquella pregunta. La verdad era que se le daban mejor los momentos eróticos con poca luz. Para entonces Chester se había terminado la primera botella, y tardó la cuarta parte de un milisegundo en apoderarse de otra. Se sentía muy a gusto en aquel sillón, a la luz de las velas, en compañía de su mejor amigo y con una sensación de calor agradable que sólo podía proporcionarle la bebida alcohólica. Shinoda dio un par de pasos hacia Chester disfrutando de la posición sugerente en que se hallaba sobre el mueble. De piernas despreocupadamente abiertas, con las rodillas flexionadas a ambos costados… Una mano alrededor de la cerveza y la otra desocupada, lista para que Mike la tomase entre las suyas. Los ojos cerrados y expresión de placer. Tremendamente exquisito. Cada vez que se movía para dar un paso, la tela interior de sus jeans hacía fricción con su erección y eso lo ponía más duro. Estuvo a punto de meter una mano entre su ropa interior, pero se detuvo. Tenía delante de él el manjar más delicioso que alguna vez tuviera la oportunidad de probar, estaba seguro. Tenía que hacerlo, tenía que intentar seducirlo.– Hhmm… Siento calor, ¿tú no? –Preguntó con lentitud añadiendo un gemido seductor antes de la interrogación.  Detuvo su andar, quedando enfrente de Chester para que pudiera verlo bien. Se aseguró de que él abriera los ojos y lo mirara directamente. Entonces se quitó la remera dejando su torso al descubierto. No pudo leer ninguna expresión en el rostro de su amigo, así que prosiguió. Moviéndose con cautela cogió el bastón de cera más cercano, enfocó la mirada en los ojos de Chester y sopló, para luego dejar caer pacientemente la primera gota de cera ardiente sobre su pecho. Dolió, claro que dolió. La cera estaba demasiado caliente, y no pudo ni quiso reprimir un jadeo de dolor y excitación a la vez. Superada la primera barrera, dejó caer un par de gotas más, estremeciéndose de placer al sentir lo caliente resbalando por su piel, sin quitar la mirada del hombre que deseaba. Se sorprendió al notar un cambio en su rostro, movía la lengua por sobre sus labios y tenia las mejillas sonrojadas. Examinó más detenidamente y advirtió como dirigía la mano izquierda hacia su pantalón. Miró hacia allí y soltó un gemido placentero al ver un bulto elevado en las partes bajas, a la vez que sintió como le palpitaba con violencia su propio miembro. La cerveza había quedado olvidada. Depositó la vela apagada en un mueble cercano y sin esperar más se lanzó violentamente sobre el cuerpo de Chester, rozando las zonas íntimas de ambos intencionadamente. Contempló con profundo gusto cómo se estremeció y arqueó las cejas en una expresión indudable de deseo, cuando él se acomodó con lentitud entre las piernas ajenas y se bajó los bóxers. Su presa no emitió palabra alguna, pero él se sintió deseado de inmediato. Bastaba y sobraba con clavar la mirada en los ojos castaños, fijados en su miembro totalmente alzado, preparado para cualquier actividad sexual que se le propusiera. Finalmente lo vio balbucear varias veces hasta lograr soltar palabras coherentes:

–Mike… ¿Qué haces? –Alcanzó a cuestionar sin saber exactamente por qué lo hacía, aún sin poder apartar la vista de la intimidad expuesta de su amigo. El interrogado no se molestó en responder, sino que se atrevió a llevar la situación más allá. Empezó a tocarse con evidentes ganas, mordiéndose los labios y con los ojos enfocados en Chester, quien no sólo no apartó la mirada, sino que también comenzó a morder su labio inferior. Notaba lo temblorosas que se habían vuelto sus propias piernas, y cómo la respiración se le aceleraba sin poder impedirlo mientras contemplaba la erótica escena de un hombre con restos de cera derretida en el bien trabajado pecho masturbándose en su honor. Estaba en la cima de la excitación y quería hacer algo para desahogarse. Haría pagar con creces a aquel regalado que había despertado su deseo sexual. Pero antes incluso de que ordenara moverse a su cuerpo, Mike cesó con su caliente show gratuito. Estuvo a punto de quejarse, pero otra vez se le adelantaron. Agrandó sus ojos queriendo devorar todo lo que el valioso don de la vista le regalaba en ese instante; el hombre encima de él había terminado de deshacerse de sus ropas inferiores y ahora se encontraba dándole la espalda, buscando debajo del asiento… y dándole de lleno la imagen de sus nalgas levemente separadas por la brusca posición. Si su erección no estaba en la cumbre de la excitación, con aquello era absolutamente improbable que no lo estuviera. Los pantalones y la ropa interior le estaban siendo una verdadera molestia extremadamente calurosa e innecesaria. En cambio, Mike pareció totalmente despreocupado cuando se enfrentó a él con un maletín negro y de gran tamaño en sus manos, devolviéndole la no menos excitante vista de la parte delantera de su cuerpo. Lo miró interrogante. Y entonces Mike se notó incómodo.

–Yo… Esto… –Intentó expresarse pero, por alguna razón que Chester desconocía, no lo lograba hacerlo. Sus ojos se veían indecisos, aunque excitados. Curioso por saber qué era lo que quería mostrarle, se acercó y abrió él mismo el maletín. Se llevó una sorpresa al reconocer los objetos de utilidad sexual, objetos que se usaban en eventos particulares, conocidos como…

–Sadomasoquismo –murmuró impactado y contemplando con curiosidad y algo de impresión un espéculo rectal. Mike estudiaba sus reacciones con nerviosidad.

–S-sí, me gu-gusta practicar el… Ya sabes. –Aquello le estaba tomando más trabajo del que había creído. La determinación con que había empezado se estaba esfumando rápidamente.– Por favor, no creas que estoy enfermo o que…

–No pienso nada de eso, tranquilo. –Aseguró Chester levantando la mirada y sonriendo. Se pasó la lengua por los labios– Pienso que es excitante…

Una mezcla de alivio y calentura recorrió a Mike por entero, reaccionando ante el incentivo con desesperación. Soltó la maleta y tomó a Chester por el mentón, acercándose con brusquedad y chocando sus labios con anhelo. Lo besó con locura, sin importarle si estaba siendo demasiado agresivo porque el sabor, la textura y la calidez de sus labios eran demasiado adictivos y necesitaba seguir probarlos con urgencia. Al principio Chester no se encontró demasiado a gusto con la violencia con que estaba siendo tratado, la fuerza que ejercían las manos sobre su rostro era innecesaria y había sido tan repentino que se sentía al borde de la asfixia; pero no podía negar que lo feroz le estimulaba, y diablos… Besaba-apasionadamente-bien. Pronto se descubrió gimiendo entre cada pausa corta que le permitía Shinoda, durante las cuales éste se tomaba el lujo de rasguñar suavemente su espalda bajo la camiseta y succionar su cuello. Luego volvía a devorarlo con la boca, casi obligándolo a abrir sus labios para que pudiera explorar su interior con una lengua húmeda y juguetona. En medio de esa agitación, sintió cómo las manos ajenas se metían ansiosas otra vez debajo de su camiseta, esta vez para acariciar sus pezones. Dejó de participar en el beso para concentrarse únicamente en esa sensación que siempre le había parecido extremadamente placentera. Mike lo sintió expectante, y adivinando que seguramente ése sería su punto débil, abandonó sus labios y desnudó su torso. Bajó la boca y comenzó a lengüetear el pezón izquierdo mientras pellizcaba el otro con los dedos, sintiendo cómo de a poco unas manos trepaban por su espalda, masajeando la piel con algo de inquietud. Decidió ponerlo más inquieto que eso, así que rió con malicia en su interior y condujo la mano que le quedaba libre a su siguiente objetivo. Con la intención de torturarlo más se ocupó de acariciar con esa mano la parte baja de su abdomen, descendiendo muy lentamente mientras delineaba con su lengua la punta del botoncillo rosado. Como había esperado que pasara, Chester le tiró del pelo como regaño ante la horrenda y desesperante espera. Entonces, sin previo aviso, invadió la intimidad del hombre de expansores oscuros tomándola con su mano y liberándola de aquel espacio apretado en que se había visto obligada a despertar. Sonrió sin poder evitarlo cuando unas uñas se clavaron en su piel con fuerza a causa de su repentino atrevimiento. Empezó sin más estúpidos preámbulos a estimular el miembro erecto, con salvajismo y sin una pizca de compasión; al tiempo que mordía el pezón con el que había estado trabajando, arrancándole a los segundos un intenso grito cargado de placer y dolor. Ahogando sus propios gemidos provocados por la excitación de ese grito lleno de sensualidad, continuó a la máxima velocidad, mientras mordía con empeño. Chester ahora le revolvía el pelo con una mano y con la otra rasguñaba su espalda sin ser consciente. Mike lo estaba volviendo loco. Líquido pre seminal se filtró entre sus dedos al mover su mano hacia abajo. Sin embargo siguió con su actividad, logrando al fin hacer sangrar a aquel pequeño entre sus dientes, en el mismo momento en que Chester se encontraba atravesando las puertas del orgasmo. No reprimió un largo suspiro cuando sus hombros fueron sujetados con fuerza brutal, ni se perdió el rostro de su hombre al acabar en sus manos. Porque ahora lo había marcado. Chester le había abierto el acceso a sus archivos más privados. Tenía la clave, y la aprovecharía mientras no fuera reemplazada. Se relajó un poco viendo cómo el otro se dejaba caer en el sillón profundamente aliviado. Sólo un poco, ya que él todavía tenía una orgullosa erección que no pensaba largarse tan fácil. La tensión sexual que estaba viviendo sólo era parte del tipo de placer que le gustaba… El maletín. Lo recordó en ese momento. Estirando el brazo logró tomar lo que quería. Chester levantó la cabeza para enterarse a qué se debía tanto movimiento. Palideció levemente cuando se dio cuenta de qué era aquello. Mike sonrió y le entregó un collar de cuero negro, con correa incluida y una fusta también de cuero.

–Quiero que me lo pongas, ¿lo harás? –Pidió con la mayor inocencia que fue capaz, como si estuvieran teniendo una conversación de temas menores. Chester observó la fusta con algo de rechazo.

–Necesito otra cerveza. –Dijo, y buscó otra, llevando los pantalones a rastras. Le dio un largo trago a esa, y sintiéndose confortado, aceptó el collar. Se acercó y se lo puso alrededor del cuello con cuidado. Pero no quiso usar el látigo, en vez de eso esbozó una pequeña sonrisa y ordenó a Mike que le practicara sexo oral. Le ordenó… Ya estaba entrando en el juego por su cuenta, pensó Mike con entusiasmo. Y con ese mismo entusiasmo obedeció como perro a su dueño. Se levantó del sillón y se puso de rodillas con una sonrisa. No pudo dejar de sonreír mientras comenzaba a introducirse en la boca el miembro medio erecto de Chester. Tampoco cuando empezó a marcar un ritmo que le pareció el adecuado. Como percatándose de aquello, Chester que había estado observándolo con los ojos entrecerrados por la fascinación que le producía el contacto de la lengua húmeda de Mike con su piel sensible, se esforzó por poner una expresión y una voz de enojo.

–Más rápido, idiota. –Mike aceleró un poco el proceso. Se preguntó si a su amigo o lo que fuera que ahora fuese, le excitaría la humillación. Sintiéndose algo fuera de órbita, lo probó– Evidentemente estás contento de hacer esto… –Cada palabra le salía agitada, la lengua de Mike hacía maravillas. Pero por ahora iba a aguantarse los gemidos.– No es suficiente, ¡más hondo! –Dijo, y lo tomó por los cabellos y comenzó a mover su cabeza de arriba abajo, teniendo cuidado de no lastimarlo. Pero una sensación nueva se abrió camino en sus entrañas. Realmente estaba tocando la garganta de Mike, todo su pene estaba completamente cubierto por su boca, y se sentía excitantemente caliente. No logró reprimir un grito potente de satisfacción. ¿Mike estaría disfrutando? Preocupado por aquello, dudó sólo un instante, y entonces se animó. Se detuvo empujando a Mike, tratando de ser firme. –Date la vuelta. –Todavía no acostumbrado a aquello; vio sorprendido cómo Mike se daba la vuelta al instante. Estaba al tanto de que en una sesión de sadomasoquismo, había un Amo, y un Sumiso, pero, ¿por qué y cómo le había llegado a tocar interpretar ese papel tan complicado? La irritación por ese pensamiento le sirvió como inspiración para lo próximo… Inspiración que se vio sofocada al observar asustado los rasguños que se habían instalado como heridas a lo largo de toda la espalda de Mike. Él había sido el autor de aquello, hacía tan sólo unos minutos. Entonces recordó que al rasguñarlo, Mike se estremecía (seguramente de placer), y ponía más esmero en complacerlo. Tal vez así funcionaba el mecanismo… Retomó la confianza, y se acercó a su esclavo temporal. Sin previo aviso, hizo chocar su mano contra una nalga de Mike. No hubo quejas. Volvió a intentarlo, esta vez con más fuerza. Y esta vez obtuvo una reacción: notó que las nalgas se ponían más rígidas. Sin vacilar lo azotó una vez más. Entonces curioso, lo rodeó hasta quedar frente a él, con los brazos cruzados. Y fue testigo de la imagen más provocadora de su existencia. Mike se encontraba de pie, completamente desnudo, los ojos cerrados, los labios entreabiertos y las mejillas totalmente rojas. Chester tuvo la sensación de que si hacía contacto con una de sus mejillas ésta estaría ardiente. Podía sentirlo, lo caliente y ansioso que estaba Mike. Dejó que su mirada vagara más abajo, justo a tiempo para ver cómo el hombre castigado movía una mano hacia su propio miembro con la intención de masturbarse. Debía estar desesperado, pensó. Incluso podía tantear su impaciencia.

–Jamás dije que podías tocarte. –Soltó, acercándose a él y tomándole con severidad la muñeca con que disponía a aliviarse. Mike abrió sus ojos mirándolo con asombro, y Chester sonrió, esperando lucir sarcástico. Después le regaló un beso en los labios, cosa que logró confundir al sumiso.– No hasta que termines con tu tarea… Luego veré si mereces ser premiado. Si fuera tú, haría mi mejor esfuerzo. –Aconsejó, tirándolo del hombro para que se pusiera de rodillas. Mike comenzó a acercar su rostro hacia su objetivo, pero él lo interrumpió tomándolo del mentón con mano firme. Una extraña sensación de satisfacción golpeó su cuerpo al avistar una fugaz expresión de dolor en el rostro de Mike. El movimiento había sido muy brusco y el agarre bastante férreo. A pesar de eso le mantenía la mirada de una manera casi desafiante, y él, a decir verdad, lo disfrutaba. Lo soltó tan bruscamente como al principio lo había asido, y con un asentimiento de cabeza le dio permiso para continuar. Tal vez temiendo una represalia, Mike se apresuró a engullir su miembro hasta el fondo, esmerándose por dedicarle más atención con su lengua a la punta, acción que estremecía a Chester por completo. Gemidos altos y desenvueltos tronaban en el lugar cada vez que las caricias húmedas se ensañaban en el rincón más sensible de toda la extensión viril. Poco antes de que pudiese acabar, Shinoda añadió su mano derecha a la estimulación; haciendo de aquella la mejor experiencia en el que su amigo íntimo (Nota: y no habla de Michael) hubiera participado, en opinión de Chester. Una mordida lujuriosa y se vino desesperadamente en los labios de su sumiso, quien aceptó la esencia blanquecina con solemnidad, como si fuera a beber el elixir de la vida. A ojos cerrados y disfrutando de la paz del orgasmo, sintió cómo Mike lo limpiaba de cualquier rastro de semen con su propia boca.– Eso fue… Intenso. –Reconoció sonriéndole y agachándose un poco para acariciar su oreja izquierda.– Felicidades, te ganaste tu recompensa. –Dijo, y Mike se puso de pie para besarlo. Antes de dejarlo hacer coló una mano por detrás y le pellizcó el trasero, provocando una sonrisa en el otro. Volvió a sentir los labios carnosos de su amigo sobre los suyos, finos, pero hábiles a la hora de besar.

–Y… ¿mi premio consiste en dejar que te bese cuanto quiera? –Preguntó el más alto apartando sólo un poco sus labios para formular la pregunta.

–No... Esto es algo que también yo deseo. Tu premio será elegir lo que quieres hacer ahora, y yo no me negaré… Confío en ti. –Respondió el hombre tatuado con voz sensual. El corazón y la erección de Mike palpitaron aceleradamente ante tal contestación. ¿Lo que él quisiera? Oh no, se le ocurrían tantas cosas para hacerle a ese hombre que no sabía cuál elegir.

–Lo que yo… ¿quiera? –Cuestionó atónito, sin atreverse a ilusionarse demasiado. Pero Chester asintió con la cabeza y se pegó a su cuerpo, tirándole provocativamente de los pocos pelos que tenía en el pecho. Sus miembros al desnudo rozándose a cada movimiento.– Hagámoslo. –Dijo de pronto, con sus mejillas ruborizándose al instante. Chester volvió a sonreír.

–Imaginaba que propondrías eso. ¿Quieres tomarme, o…?

–Sí. –Declaró sintiéndose repentinamente ansioso por hacerlo suyo al fin. Con mucha prisa, lo aprisionó contra una pared y comenzó a besarlo con ferocidad. Estaba cumpliendo la fantasía de aquella tarde. Con facilidad apresó con sus dientes el labio inferior de Chester y lo mordió con fuerza, notando cómo empezaba a emanar la sangre. Sin embargo, aún pudiendo sentir el gusto de aquel líquido rojo oscuro, seguía hincando sus dientes. Las manos que antes se encontraban aferradas a su cadera, subieron hasta su pecho para empujarlo con energía, pero sin resultado. Mike estaba disfrutando con eso, y no pararía tan fácil. Sin desprenderse del labio herido, y por supuesto, sin dar crédito a los quejidos de angustia, hizo presión con dos dedos en la entrada del otro. Chester dejó de intentar apartarlo, y lo miró con disgusto. Mike dejó libre al fin la boca ajena, fijándose en toda la sangre perdida que le escurría por el mentón y pecho desde el labio inferior, que se veía muy maltratado. Sonrió satisfecho de su obra, y lo besó en la mejilla, ahondando la penetración con los dedos, para hacerle soltar un jadeo.

–Podrías ser más amable, ¿sabes? –Protestó Chester molesto.– Jamás he tenido sexo con un hombre…

–Ni yo. –Admitió, pero a diferencia de Chester, él aparentaba emoción.

–¿Y qué tienes con morder? Ésta es la segunda vez que me haces sangrar, Shinoda. –Preguntó ofendido, optando por ignorar su escueta aunque significativa respuesta. No le parecía exactamente divertido que lo hirieran hasta sangrar, o por lo menos no era un proceso de lo más emocionante. Mike sólo se limitó a sonreír, y algo en su mirada encendida le hizo sospechar que ésa no sería su última herida en la noche. Lo siguió un poco corto de valor cuando lo condujo al sillón y le indicó que se acomodara allí. Obedeció; tal parecía que ahora se habían invertido los roles. El otro hombre se alejó y rebuscó dentro de su maleta hasta encontrar lo que le apetecía utilizar en ese momento. Pero en lugar de volverse hacia él, salió de la habitación con algo en manos. Chester esperó sentado y con algo de nervios. Estaba por ir a buscarlo, cuando Mike apareció, y se plantó frente a él con una jeringa de plástico en la mano. Él escudriñó su rostro relajado y a la jeringa alternativamente, cuyo cilindro parecía contener una sustancia transparente. Curiosamente no tenía aguja.– Y… ¿para qué es eso?

–Dijiste que no te negarías a mis deseos. –Le recordó. Pero no lo dijo de un modo rudo, ni siquiera lujurioso. No sonaba como si se estuviera atajando; sólo había sido suave, como si tratara de convencerlo.

–Sí, eso dije… –Acordó, sin saber qué más agregar. Pero entonces Mike miró la jeringa y dijo:

–No debes asustarte, ni siquiera tiene aguja, ¿ves? Sólo… Se me ocurrió que podía usarla para más higiene, ¡no quiero decir que no te bañas!, pero… –Por la expresión de Chester, supo que había captado. Para su asombro, el hombre asintió, otorgándole permiso.– ¿Estás seguro? Contiene… Agua caliente.

–¿Debía ser precisamente agua caliente, Mike? –Cuestionó con sarcasmo, y poniéndose en cuatro patas sobre el sillón. Sabía que Shinoda no tardaría un segundo más, y así fue. Casi al instante sintió unas manos distanciándole las piernas, y luego la punta de la jeringa luchando por abrirse camino dentro de él. No era nada agradable, era más que una simple molestia a medida que la invasión avanzaba, pero su orificio una vez abierto, sólo tragaba y tragaba más de aquel maldito instrumento. Estaba por quejarse en voz alta, cuando la presión cesó. Y Michael presionó el émbolo con lentitud. Apenas un chorro hubo salido disparado en su interior, y gritó sin poder reprimirlo. Aquello estaba hirviendo, le lastimaba, le ardía horriblemente.

–¿Todavía está demasiado caliente? Perdona, perdona, ya te lo saco, no era mi intención… Es que debía hervir el agua para asegurarme de que cualquier rastro de bacterias que pudiera haber en ella muriera y… –Intentó desesperadamente explicar Mike, asustado por la reacción del otro hombre. Comenzó a extraerla con sumo cuidado, pero Chester negó.

–No, está bien. Continúa.

–¿Qué?

–Que continúes. Prometí que no me negaría, y eso mismo haré. No voy a fastidiarte la diversión cuando tú me has hecho correr dos veces en una noche… –Dijo, sintiéndose un verdadero masoquista. Lo que había dicho era cierto, pero también era cierto que podía parar ahora mismo si quisiese con aquella locura. Sin embargo su gran anhelo en ese momento, era satisfacerlo tanto como lo había hecho él. Segundos después, otro chorro de dolor impactó con furia, pero esta vez no gritó. Cerró los ojos fuertemente y procuró soportar en silencio las siguientes descargas hasta que Mike creyera que era suficiente. Para su fortuna, esa tortura acabó rápidamente, aunque el retirar la jeringa fue todo un proceso desgarrador. Automáticamente, apenas sintió afuera aquel objeto, expulsó todo el líquido y condujo una mano hacia su orificio para frotarse, como queriendo aliviar la sensación de resentimiento doloroso que se había instalado ahí. De pronto tuvo enfrente de él al rostro preocupado de Mike, que contemplaba sus gestos de dolor.

–¿Estás bien? Has sido muy valiente, seguro yo en tu lugar habría lloriqueado como niñita. –Mitad bromeó, mitad habló en serio. Nuevamente besó una de sus mejillas.– Esperaré hasta que te sientas preparado. Entonces te daré algunas instrucciones. –Indicó, sentándose a su lado en el sillón. ¿Instrucciones? Carajo, realmente esperaba no tener que aguantar otro suplicio a menos que aquel fuese Michael mismo, en su ano. Antes de poder imaginarse qué querrían hacer con él a continuación, unos brazos lo acomodaron con suavidad y paciencia sobre unas piernas. Mike le había colocado la cintura sobre sus muslos, y había empezado a masajear su entrada con delicadeza. Al principio pensó en resistirse, porque cualquier tipo de roce le parecía doloroso, pero a los instantes pudo percatarse de la intención del hombre y decidió confiar en su toque.

Habrían pasado al menos unos tres minutos, y Chester se había ido relajando de a poco, y ahora hasta podía percibir agradables tales caricias. El dolor se había desvanecido casi por completo, siendo reemplazado por un atisbo de placer. Unos minutos más, y le pareció que la temperatura había subido considerablemente. Sólo cuando un gemido suave escapó de su garganta, se dio cuenta de que era él el que estaba caliente, y de que había estado moviendo la cadera levemente sobre las piernas de Mike para que el contacto fuera más directo.

–Gracias, eso me alivió mucho. –Agradeció, antes de empezar a excitarse más. Sorpresivamente para él, se encontró deseando enterarse qué planes tenía su amo en mente.

–Me alegra saberlo. –Opinó sinceramente. Después fue haciendo las caricias más lentas, hasta darlas por terminadas. Se incorporó costosamente, pues ese había sido y sería, un día muy largo.– Bien, ¿estás listo? Porque deberás emplear energía para atarme... –Lanzó, con naturalidad que exaltó a Chester.

–¿A-atarte?

–Sí. Con estas. –Afirmó, entregándole unas cuantas sogas que parecían no haber sido usadas nunca.– Me gustaría probar qué se siente ser inmovilizado mientras… te violan. –Bromeó otra vez, mostrando sus dientes en una sonrisa seductora.

–¡Hey! Yo no voy a violarte. Esto lo hago sólo porque tú me lo pides… –Dijo sin embargo el tatuado, tal vez tomándose la broma en serio.

–Oye, eso lo tengo claro. Sólo bromeaba. Vamos, te indicaré cómo y dónde amarrar más fuerte. –Lo animó, posicionándose en el sillón.

 

-            -            -             -

 

–Ese es un buen nudo. –Aprobó Mike hablando costosamente por el hecho de tener que hacer fuerza con el abdomen para poder examinar los amarres a la altura de los tobillos. Chester terminó de ajustar las últimas ligaduras y se miró los nudillos, colorados del esfuerzo. Después se fijó en Mike, tumbado, esbozando una pequeña sonrisa de cara al techo. Inmovilizado de manos, con unas esposas de cuero apretando la piel de sus muñecas. Las rodillas apuntando hacia arriba, elevadas. Los muslos un poco enrojecidos alrededor del amarre haciendo presión, para lograr mantenerlos junto a los tobillos. Totalmente expuesto. Y sin embargo sonreía.– Como todo un experto. Creo que tienes un don nato para esto. –Chester puso los ojos en blanco. Tanto elogio lo aburría. Pero el monólogo aún no había terminado– ¿Sabes qué sería sexy? Tu cinto en mi cuello, ¿qué dices?

De manera que Michael quedó sujeto de piernas y brazos y cegado por una tira larga de su propia camiseta rasgada, idea de Chester.

–Así te concentrarás sólo en las sensaciones. –Comentó el hombre que estaba de pie, admirando su apenas concluida creación. No había sido fácil, había tenido que hacer uso de su ingenio para cumplir devotamente las órdenes y recomendaciones que recibía. Pero lo había logrado, y ahora venía la mejor parte… Porque, ¿para qué negarlo? Él también deseaba ese momento. Estaba impaciente por comenzar.

–¿Bien? Súbete. Estoy ansioso por sentirte… –Dijo Mike sonriendo. Chester obedeció, y se subió encima del cuerpo exquisito que desvirgaría su trasero.– Bien… ¿Podrás? No quisiera herirte. –De pronto pareció preocupado.

–Descuida, ya lo has hecho. –Declaró en broma el de cresta oscura. En cierta forma, era cierto; su labio inferior y uno de sus pezones daban testimonio de la verdad. Entre nervioso y excitado cogió el miembro erecto del otro, y se acomodó en una posición más llevadera entre las piernas ajenas. Poco a poco fue introduciendo el extremo en su interior, aguantando la impresión y el profundo dolor que le producía. Para su suerte, Mike se controlaba perfectamente, y dejaba que él se tomase el tiempo que requiriera para acostumbrarse y seguir avanzando. Casi había terminado de penetrarse, cuando notó que algo iba mal. No era la intensidad de aquel pesar físico, ni tampoco la molestia…

–Chester, no te alarmes, es normal. Estás sangrando, pero eso no quiere decir que… –Empezó a decir Mike, sintiendo resbalar una escasa cantidad de sustancia cálida a lo largo de su hombría.

–Lo sé, Shinoda. He tenido sexo anal con muchas mujeres, no soy un ignorante del tem… ¡AHH! –Mike había elevado la cadera, haciendo que su miembro terminara de entrar. Unas lágrimas escaparon de los ojos castaños de Chester. Como venganza, casi inmediatamente le pellizcó una nalga con fuerza excesiva.

–¡Hey! Eso suena a un moretón en el trasero por varios días… –Se lamentó Shinoda haciendo un gesto de disgusto mezclado con dolor.

–Te lo mereces, por idiota. ¿Sabes lo que se siente tener un maldito pene de treinta metros en tu agujero? Y que encima te lo metan violentamente. Eres un imbécil. –Lo regañó Chester disfrutando de la sensación del dolor disminuyendo.– Aún no te muevas, creo que me estoy acostumbrando.

–Date prisa, creo que desde hace un siglo que estoy así de duro. –Se quejó, aunque a la vez apreciando lo maravilloso que era el interior de Chester.– Y si puedes hacerme el favor, no menciones más esta noche a ninguna otra puta.

Bennington lo contempló sorprendido.– ¿Ninguna otra…? ¿Entonces quieres decir que tú eres una puta? Como dices “otra”… –Pero sus palabras quedaron ahogadas, porque Mike molesto, embistió con su miembro, alcanzando las profundidades de su ser. Más lágrimas se sumaron a las alojadas en sus pómulos.– ¡No hagas eso!

–Yo no soy la puta, esa eres tú. –Lo contradijo el hombre amarrado.

–Eres un hijo de… –Por segunda vez su opinión quedó flotando a medias en el aire. Las fuerzas lo abandonaron y sólo atinó a sostenerse lo suficiente como para mantenerse en la misma posición, mientras rogaba en su interior que aquel fuerte aquejamiento desapareciese pronto. Su pensamiento principal fue que Mike lo estaba destrozando con ese miembro que poseía un tamaño y un grosor descomunales. Lo segundo que se le vino a la mente fue que lo estaba castigando. Se suponía que ahora era él quien debía obedecer, y por supuesto, las ofensas verbales, eran parte de lo que debía evitar. Tomó un poco de aire, se armó de valor y murmuró: –Lo siento. –Y sonriendo, alzó su cintura y esperó a que Mike reaccionara.

–¿Qué haces? –Oyó la pregunta, y se dejó caer con cuidado aunque firme, tragándose la erección de Mike nuevamente. Un placer excitante aunque lastimoso lo embargó de la cabeza a los pies al detectar un jadeo acompañado del estremecimiento corporal de su amigo.– Hmmg… Hazlo de nuevo. –Shinoda emitió una orden que sonó más como una súplica.

Chester repitió el movimiento, el goce surgiendo y profundizándose desde sus terminaciones nerviosas interiores, invitándolo a acentuar los roces hasta llevarlo a lo más hondo de su intimidad. Al deleite personal se le sumaba el de su compañero, quien expresaba a intensos gemidos y desesperados movimientos su excitación ascendente.

–N-no… Espera… ¡U-un momento! –Gritó Mike de pronto, haciendo que se detuviera completamente, al instante esforzándose por concentrarse y poder entender porqué le habían ordenado que cesara aquello, siendo lo más plácido que había experimentado en toda su vida. Demasiado interesado en las gruesas gotas de sudor que surcaban toda la frente, y en el pecho que se movía agitado de su compañero, esperó una nueva indicación. Y llegó, cuando Mike recobró el aliento suficiente para hablar.– Córtame.

Chester, que se había obligado a enfocar su atención en las palabras, resultó impactado. Tal vez había captado mal, cabía la posibilidad.

–¿Qué? ¿A qué… te refieres? –Preguntó con inocencia, algo temeroso de la aclaración.

–Córtame. Puedes hacerlo con una de las botellas, rómpela. Hazlo por favor, eso me excita mucho… –Pidió, moviendo la cadera con lentitud de forma circular, haciendo gemir a ambos en voz baja.

–N-no… Yo no voy a cortarte con eso, Mike. No quie… Ahhm, demonios.–Se negó estremeciéndose por los movimientos a una velocidad cada vez más continua, aunque suave.

–Hazlo. –Casi rugió Michael acelerando el ritmo. Su sensual persuasión tuvo las consecuencias planeadas; Chester ladeó el cuerpo sin dejar de cubrir la extensión viril adentrada en su interior, y estiró el brazo para tomar y destrozar contra el piso un envase de cerveza. A tientas escogió un fragmento punzante y se irguió de nuevo en la posición de antes. Mike comenzó a menearse de arriba abajo, premiándole por obedecerle.– ¡Hazlo ya! Y haz que sangre, en el pecho… ahí… –Murmuró moviéndose febrilmente, provocando que el miembro del otro diese violentas sacudidas. Incapaz de pensar en algo más que las sensaciones abriéndose camino en su ser como una dinamita cuya mecha va consumiéndose rápidamente, Chester aferró la pequeña fracción irregular entre sus dedos y se movió hacia adelante para cumplir con su obligación. El hombre de ojos grandes y adorables que estaba bajo suyo aceleró su respiración ante el efecto de su piel rasgándose con lentitud, rindiéndose al filo hincándose en ella. Una punzada dolorosa se extendió por la zona pectoral, endureciendo inevitablemente sus pezones y erizándole los pelos de todo el cuerpo. Su corazón galopaba con tal fuerza que parecía desear desvincularse de su tarea de mantenerlo con vida y huir… Pero entonces la calma se instauró. El orgasmo se personificó por unos maravillosos instantes en donde el cálido líquido lo bañó en hilos rojizos,  escapando impaciente de sus venas, y su pene dio lugar a una explosión contenida. Chester se abrazó a su cuello con torpeza para segundos después eyacular también con un gemido amortiguado por la boca de Mike, que al advertir lo inminente, optó por regalarle un beso colmado de paz.

Con la respiración adaptándose a una actividad nula, Chester lo liberó de todas las ataduras, después tendiéndose a su lado. Él lo recibió con un roce de sus labios en su frente sudada. Ambos estaban bañados en una extraña combinación de sudor, alcohol, semen, sangre; y cera, en su caso. Pero eso no fue ningún impedimento para que Chester se durmiera con tan sólo cerrar sus ojos. Mike, en cambio, se quedó allí, deseando inmortalizar aquel momento. Entregado completamente al sueño, con el sonrojo aún presente en su rostro… Chester le producía algo indescriptible. Algo desconocido. Pero tal vez eso nunca se repetiría, en ninguna otra oportunidad. Tratando de alterar su inhalar y exhalar al ritmo del otro, pensó en qué harían al día siguiente, y también todas las semanas de sus vidas en adelante.

 

 

 

*                          *                      *                          * 

 

–Querías verme. –Fueron las primeras palabras en cortar el frío silencio del ambiente. Mike se atrevió a buscar la mirada ajena. El primer vistazo desde que había escuchado la puerta cerrarse tras la aparición de la persona que había citado. Y lo que sus ojos vieron lo embargó de un pánico que jamás había sentido. Corrió hasta él, con el susto subiendo de nivel a medida que se acercaba. Chester lo empujó apenas tocarlo, con cuidado de no mirarlo directamente.

–¡Chester! N-no… ¿Qué te pasó? Deja que… –Balbuceó sin poder quitar la mirada de las líneas rojizas que atravesaban su brazo. Sin importarle los gritos rabiosos ni los fuertes empellones que le propinaba, lo inmovilizó contra una pared, derribando guitarras en el camino. Posiblemente viéndose derrotado, Chester detuvo su forcejeo, dejando ver una expresión de dolor en su rostro. Mike entendió al instante que no se trataba de una dolencia física, sino que era mucho más profundo que eso. Sin aflojar el agarre con su cuerpo, alzó una mano y lo tomó del mentón. La mirada saturada de una tristeza sin límites que le correspondió, le hizo creer que la situación era peor de lo que había imaginado. Los ojos castaños se aguaron y él no tuvo más fuerzas para seguir obligándole a mantenerle el contacto visual. Cesó toda acción bruta para dejarlo en paz, y a punto de separarse de su cuerpo, el hombre se aferró a sus brazos con desesperanza.

–No te a-alejes… –Dijo entre sollozos, siempre aferrándose con fuerza.– Creí que podía odiarte pero… –Un mar de lágrimas lo interrumpió. Mike no atinaba a más que escucharlo y sostenerlo en pie cada vez que el cuerpo de Chester parecía debilitarse.– N-no tengo nada, no soy nada… Estoy tan… ¡Acabado! –Se lamentó, sin saber con certeza lo que decía.

–No… Tú no estás acabado, sólo… Si supiera lo que te pasó, podría ayudarte. Cálmate. –Pidió Mike casi arrastrándolo hasta una silla. Lo sentó en ella, y con un pañuelo comenzó a limpiarle las lágrimas, que continuaban su descenso por las mejillas de su afligido amigo. Para su sorpresa, Chester lo empujó una vez más.

–¡No actúes como si no supieras nada! Tú no estás exento de culpa, ¡hazte cargo, Shinoda! –Exigió con furia. Parecía estar conteniendo mucha rabia y frustración en su interior. Mike abandonó su expresión de confusión, empezando a atar cabos.

–¿Estás… así por…? ¿Por lo que pasó entre nosotros? –Cuestionó, adivinando parte de la verdad. Chester sollozó, y no contestó. Mike intentó desesperadamente encontrar la forma de solucionar todo aquel desastre, mientras Chester reunía fuerzas y se levantaba de la silla.– ¿Adónde vas? Quédate ahí, estás débil… –Advirtió, dando unos pasos hacia adelante.

–¡No te atrevas a detenerme! –Recibió un grito como respuesta. Y petrificado, contempló cómo Chester se desquitaba con sus pertenencias. Vio las cuerdas de su guitarra favorita volar por el aire, el mástil rodar hasta sus pies. Su más querida adquisición, la guitarra rosada de Hello Kitty, destruida por completo. Pero eso no fue lo que lo hizo reaccionar. Fue una pregunta lanzada a la nada, de entre todos los reclamos de Chester: –¡¿Por qué lo hicimos?! ¡Si tú no sientes nada por mí! ¡Y ahora ella se fue, con mi hijo!

Se abalanzó hacia él tomándole de los brazos, y lo besó sin más. Chester se quedó totalmente inmóvil, sin hacer nada. Sin resistirse, sin participar. Cuando se separó de sus labios, Chester lo miraba interrogante, con la tristeza todavía visible.– Estuve por horas viéndote dormir… Debí haberlo sabido entonces. No digas que no siento nada por ti, porque… Te amo. ¿Escuchaste? Te amo, Chester. –La confesión impactó a su oyente. Movió las muñecas para soltarse, y Mike se lo permitió. Nuevamente esquivó su mirada.

–No… –Dijo lentamente, negando con la cabeza.– Tú no puedes amarme. Yo estaba ebrio esa noche…

–¿Intentas decir que me aproveché de ti? No lo intentes siquiera, porque los dos sabemos que eso no es verdad. –Interrumpió Mike un poco molesto ante la insinuación. Chester calló por un momento, y después continuó.

–Por nuestra culpa mi hijo se quedó sin padre. Le darán la custodia a ella, no volveré a verlo nunca más.

–Lo siento mucho, no sabía nada de todo eso. Lo último que supe fue… que tenías problemas con ella. –Dijo siendo sincero.– Y además, no puedes saber si…

–Cállate. Ni siquiera sé porqué he venido. Simplemente sé que debí haberme suicidado la noche anterior, y ahora sólo estoy confundido. –Murmuró en voz audible, provocando que Mike se sorprendiera ante lo del suicidio. Sintió como unos dedos se colaban entre los suyos, y los aferró con suavidad. Otra vez Mike volvió a besarlo.

–No digas tonterías, si decidieras suicidarte, nos asesinarías a ambos.

–Mike, ¿por qué me siento a salvo contigo? –Preguntó con voz temblorosa. Tenía que al menos, aclarar una de sus muchas dudas. Se dio cuenta de que cada respuesta de Mike lo esperanzaba.

–Quisiera creer que es porque… También sientes algo por mí. Algo como, no sé, ¿amor? –Respondió vacilante Shinoda, esperando a que se fijara en él.

–¿Crees que te amo? –Volvió a preguntar, enfocando sus ojos en los otros.

–Uumh… ¿Me amas? –Esta vez fue él quien cuestionó. Chester se encogió de hombros.

–No lo sé, pero está pintado en mi memoria, no puedo dejar de pensar en esa noche.

–Ni yo.

–Si en verdad me… amas, ¿prometes estar ahí siempre? –A qué venía eso, Chester no lo supo. Sólo sabía que necesitaba algo nuevo a lo que aferrarse.

–¿Acaso no estoy contigo siempre? ¿Quién fue el que te invitó tantas noches a su casa para que tuvieras un lugar donde pasar la noche, eh? –Chester sonrió, por primera vez desde que la depresión se había instalado en su mente. Quizás ése podría ser un nuevo comienzo, con el mismo hombre con el que se había jodido todo, irónicamente. Pero Mike lo quería, y su amor era más grande de lo que creía merecer, pero mientras pudiera, trataría de corresponderle. Porque no cabía duda, él era especial.

 

 

Notas finales:

Espero que les haya gustado. No había un Bennoda con al menos algo de BDSM y me volvió loca imaginarlos de esa manera así que... Espero que haya resultado sexy, tenía ese fin (?) Ustedes dirán. Sugerencia, correciones, críticas... Bienvenido sea. 

(*) Sé que ellos no siempre graban en orden xD

(*) No sé demasiado sobre música, así que no sé el nombre correcto del instrumento que se pone entre el micrófono y el artista, pero sé que se usa para que en la grabación esté limpia de esos molestos sonidos que uno hace cuando pronuncia una consonante como la P. Vi por ahí que se llamaba escudo emergente, o algo así, pero no me quise arriesgar(?

(*) Sirve para mantener abierta la cavidad anal.

Bueno che, perdón por mi traducción cavernícola. Hago lo que puedo con lo que sé :3

Probablemente ustedes jamás probaron sentir placer a través del dolor. Y no los incito a que intenten, eso va en cada uno, pero… Como observación; es sorprendente la finísima línea que hay entre una sensación y otra. *intenta pasarlos al lado oscuro* Awesome.

Muchos abrazos y besos♥


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