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Verano por Baddest_Female

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Notas del fanfic:

Lo subo con semanas de retraso y... lo siento en el alma. Este fanfic me ha costado lo que no está escrito acabarlo... En serio. Más vale que haya merecido la pena.

Por cierto, es algo antiguo esto pero tengo cuenta nueva: BlackBaccarat. Subo el fic aquí porque la serie la empecé aquí y la terminaré aquí.

Sí. Otoño también lo subiré en esta cuenta. 

 

Notas del capitulo:

Momo y Nana son los nombres de dos gemelas que salían en un anime llamado To Love-ru, por cierto. (A falta de imaginación, bueno es ser friki(?)).

(Mañana le pongo las sangrías, me da mucha pereza hacerlo hoy y pelearme con AY...)

Observaron la no tan tardía llegada de la noche, sentados sobre la arena con Jin recostado sobre el pecho de Byou, quien fumaba con lentitud un cigarro mientras observaba aquella línea que separaba el mar del cielo en la lejanía. Los minutos pasaban lentos en silencio, y el más joven de ambos, quien estaba apoyado en el cuerpo ajeno, parecía preferir mirar al contrario antes que observar el horizonte.

La hoguera que habían encendido pocas horas antes, seguía tan viva como en unos inicios. El sonido de la madera crepitar era, entre muchas cosas, agradable. Un sorbo dio el rubio a la cerveza fría que descansaba hasta entonces sobre la nevera portátil que el contrario había traído hasta allí. Volvió la vista al frente, antes de acurrucarse sobre él como si se tratase de un gato, incluso llegó a escapar de sus labios lo que podría interpretarse como un ronroneo que causó risa en Byou.

—¿Por qué me has traído aquí? —cuestionó en un susurró. En esa playa un veintitrés de junio a las siete de la tarde, en soledad como estaban, no necesitó aquél alzar la voz para ser oído sin dificultad por ese hombre de cabellos castaños teñidos.

—Estuve en España por estas fechas hace unos años… ese día se encienden hogueras en las playas, se tiran petardos y en muchos lugares también fuegos artificiales. Es una noche mágica, para celebrar la llegada del verano. El fuego aleja a los malos espíritus. Dado que hace un mes que nos conocimos, me pareció una buena forma de celebrarlo.

—Vaya…

—¿No has estado nunca en España? —preguntó Byou—, tú viajas más que yo.

—Prefiero los lugares fríos, ya lo sabes.

El mayor se encogió de hombros.

—Probablemente sea así.

Se levantó de pronto, sin mediar palabra, dejando al rubio estupefacto por su forma de actuar, mirándole con curiosidad, en especial cuando se posicionó de frente, caminando de espaldas mientras extendía los brazos hacia él como si esperase que se levantase y le siguiese. Así hizo.

Se levantó y corriendo se echó en sus brazos, tirándose sobre él y enroscando rápidamente sus piernas en torno a su cintura y sus brazos alrededor de su cuello, dándole un beso, largo y apasionado, en sus labios. Ese hombre tan atractivo iba a hacer que perdiese la razón. Con solo un mes de conocerle estaba convencido que no encontraría a nadie en ese mundo que le llenase tanto.

Era difícil explicar la relación que llevaban o el por qué de ella, sencillamente habían llenado huecos al juntarse que creyeron que estarían vacíos de por vida. Jin siempre vio a Byou como una persona de especial y excesivo atractivo, era imposible mirarle y no darse cuenta que era guapo, muy guapo, pero antes de pensar si podía sentir deseos de acostarse con él, se había enamorado. Era extraño, pero sus gestos, sus palabras, sus sonrisas, provocaban más en él que cualquier otra cosa, la lujuria estaba en un segundo plano.

Byou, en cambio, había experimentado con él cosas que no había pensado que experimentaría en la vida. Sentía su vida plena antes de llegar él, y el rubio, con sus diez años menos, le hizo ver que era un pobre iluso al creer que había alcanzado lo que se denomina felicidad.

Cayeron sobre la arena con sus labios aún pegados.

Jin, que permanecía encima, ladeó el rostro para permitirse el lujo de que su boca se acoplase con mayor comodidad a la ajena, con una sonrisa adornando sus labios.

—¿Te he dicho ya que te amo? —murmuró el castaño.

—Pues… —respondió dubitativo el contrario, mirando al mar a lo lejos como si estuviese pensando, con sus labios fruncidos y el ceño también— creo que no, no me acuerdo —susurró, volviendo la vista a él y recargando sus labios sobre los ajenos—, ¿podrías repetirlo, por favor? —una suave risa no tardó en escapar de sus labios, antes de volver a besarle.

—Te amo —concedió Byou.

 

Bostezó Byou largamente pasándose las manos por los ojos con tal de despejarse y terminar de despertarse, aunque ciertamente apenas había dormido, por no decir que no lo había hecho. Suspiró con cansancio, mirando su reloj inmediatamente después para comprobar qué hora era. Abrió el grifo del baño y se mojó la cara, tratando de despejarse un poco, lo que no parecía sencillo.

Unos pasos acercándose desde no muy lejos le hicieron alzar la mirada. Se secó el rostro rápidamente antes que la persona a la que había escuchado se asomó tras la puerta provocándole una sonrisa.

Ese hombre frente a él, no era con quien había pasado la noche en la playa, era más alto, y ciertamente también más guapo.

—No volviste anoche —le dijo, recostándose sobre el marco de la puerta del baño.

—Lo siento, Kazuki —respondió, antes de acercarse y arrastrarle hasta la habitación, donde se abrazó a él y recargó la frente sobre la suya.

—Se me hizo tarde, me entró sueño de vuelta y preferí quedarme en un motel… ¿te molesta?

Kazuki negó.

—Sencillamente, la próxima vez puedes avisar, ¿no? Me quedé esperándote hasta bien tarde…

El aludido le abrazó por la espalda, y el contrario hizo lo mismo con él, antes que el castaño le diese un beso en los labios.

Esa era la diferencia considerable entre Byou y Jin. El primero tenía un lugar a donde volver después de esos encuentros que tenían, Jin no. Los inconvenientes de la relación que llevaban desde hacía tres semanas, los baches, la dificultad de verse cuando querían, tenía nombre y apellidos. Quizá, más que un nombre, en verdad tres.

Pudo oír gritos al final del pasillo, que le hicieron separarse de su pareja. Acercándose a toda prisa, armando un escándalo considerable que le hizo sonreír como un idiota. Antes de darse cuenta, tenía a dos niñas de unos cinco años encima de él. La primera, vestida de rosa, Momo, se subió a su espalda rápidamente, y la segunda, vestida ésta de azul, Nana*, por delante abrazada a su cuello.

Se dejó caer sobre la cama entre risas, alcanzándolas a las dos como pudo y haciéndoles cosquillas mientras trataba de mantenerlas contra su voluntad contra él, mientras ambas no querían más que huir mientras le pedían casi a dúo que parase.

—No las maltrates mucho… —dijo Kazuki riendo— Hacía una semana que no veían a su padre, es normal que se alteren.

Él suspiró con resignación, antes de dejarlas marchar y atraer a Kazuki hasta él, tirándole encima de su cuerpo para besarle, ante las caras de asco de las dos gemelas a las que no parecía hacerles demasiada gracia los gestos de cariño que sus dos padres tenían entre ellos.

—¿Cómo podéis hacer eso? —espetó Nana, la otra se estremeció como si acabase de ver lo más horripilante del mundo y luego se alejó casi corriendo, siendo seguida prontamente por su hermana.

—Gemelas… dime tú de quién fue la idea —largó Byou, ocasionando que su pareja negase con la cabeza antes de levantarse de encima de él.

Habían estado muchos años pensándolo, ahorrando el dinero suficiente como para viajar al extranjero y contratar a una madre de alquiler. Legalmente las niñas eran solo de Kazuki, pero ciertamente eran hijas de los dos.

Tenía una preciosa familia y, aun así, Byou estaba probablemente tirando por la borda ocho años de relación por una persona a la que conocía desde hacía un mes. Y no podía evitarlo, así le había atrapado Jin. Y no podía dejar a Kazuki porque no podía decir que no le quisiese. Le conocía desde hacía más de veinte años, ¿cómo iba a decirle que estaba engañándole con otro? ¿Cómo? Era evidente que no podría hacer eso, no podía hacerle eso. Y perder, además, a sus hijas sería… un peso con el que no podría cargar. Y seguía mintiendo, seguía buscando excusas para pasar tiempo con Jin, seguía fingiendo que todo estaba igual cuando era evidente que no era así.

Tarde o temprano, probablemente, terminaría por tener que decir la verdad, y sería profundamente doloroso. Mientras, vivía una doble vida.

 

Tres días pasaron con normalidad y la rutina volvió a su lugar. Esa mañana, como todas, preparó el desayuno mientras Kazuki aún dormitaba en su cama, vistió a las niñas, las arregló para salir y les preparó el almuerzo para terminar llevándolas en su coche hasta el colegio. Al beso de despedida que le dio en los labios a Kazuki antes de salir de casa solo recibió como respuesta un gruñido y probablemente, si no se hubiese apartado, un manotazo.

Al rubio no le gustaba que le despertasen. Si no se cumplían sus horas estipuladas de sueño, el universo temblaba.

Una jornada laboral agotadora de ocho horas con una de descanso para comer, una vez más, le dejó con la sensación de querer cambiar impulsivamente de trabajo. Finales de junio y él seguía trabajando, no podía sentirse más desdichado, encima no había dejado de llover desde media mañana y ni paraguas tenía. No era un día demasiado alentador, a decir verdad.

 Suspiró al llegar fuera, la lluvia no amainaba. Debía haber al menos cien metros hasta su vehículo, que si bien no parecía mucho, con ese aguacero seguro acabaría más que empapado. Resopló con molestia, siendo detenido pronto por una risita no muy lejana que alcanzó sus oídos.

Se giró con rapidez. Su sorpresa no podía ser más notoria al ver a aquella persona allí.

—¡Jin! ¿¡Qué haces aquí!?

—Yo también me alegro de verte —dijo, aproximándose, arrastrando un paraguas con él. Byou sonrió, conteniéndose las ganas de echarse sobre él a comerle a besos. Todos en la empresa sabían de Kazuki, no era adecuado. Jin sonrió mirándole y pronto abrió el paraguas—. ¿Vamos? ¿O prefieres mojarte?

 

Cerró la puerta detrás de sí antes de echarse encima del más mayor y, con fiereza, devorar aquellos labios. Acabaron tirados sobre el sofá, comiéndose a besos, fuertemente abrazados.

—Han pasado solo tres días, no esperaba verte tan pronto —susurró Byou, antes de ser callado de nuevo por aquellos labios.

—Yokohama no está tan lejos —respondió él—, necesitaba verte. Te echaba de menos…

Byou le tumbó sobre el sofá, colocándose encima de él antes de dedicarse a darle besos en el cuello que causaron risa en el rubio. Ya poco recordaba de cómo se habían conocido. Había sido en un viaje de trabajo de Byou, donde el mismo Jin había hecho de traductor para unos inversores extranjeros. La atracción entre ambos había crecido, casi amor a primera vista. Los quince días que había pasado allí habían acabado por despertar curiosidad en ambos. Byou intentó resistirse, pero por alguna razón le fue imposible, como si viese en el rubio lo que jamás obtendría de manos de Kazuki. Eran demasiado distintos aquellos dos.

 

—No puedo quedarme hasta tarde —murmuraría el castaño—, ya estuve una semana fuera hace poco, si paso la noche fuera, él pensará que pasa algo y…

Recostado sobre el cuerpo del rubio, el castaño respiraba con lentitud con sus ojos cerrados, después de haberse quedado dormido sobre él poco antes. Una  siesta de hora y media había sido suficiente para reponer fuerzas pero, a esas alturas, no quería levantarse.

Seguía oyendo el agua caer fuera, golpeando contra los cristales. Los truenos no se oían demasiado lejanos y el cielo estaba completamente oscuro, casi negro.

            —No pasa nada, con verte un rato tenía suficiente… aunque te hayas dormido —rió—. Aún tenemos mucho tiempo para hacer cosas otros días, ¿no crees?

            El castaño asintió.

            —Conseguiré tiempo —murmuró, incorporándose levemente antes de darle un beso—, ten paciencia.

Con una sonrisa, su amante asentiría, antes de sostenerle las mejillas para plantarle un nuevo beso en los labios.

 

Al volver a casa  ya era la hora de cenar, aunque Kazuki parecía enfrascado mirando la pantalla de su portátil con nerviosismo sin percatarse de la hora que era, sentado en el sofá que quedaba de espaldas a la puerta por la que entró Byou. Oía a las niñas jugar arriba y también la televisión, al parecer su pareja no. Estaba abstraído de absolutamente todo, o eso aparentaba ser al menos.

Posó las manos en sus hombros por encima del respaldo del sofá y por el respingo que Kazuki dio, supuso que siquiera le había oído llegar. El rubio dio un suspiro  y se dejó caer sobre el respaldo, para que justo después su pareja le abrazase por la espalda con insistencia y dejase un beso en su mejilla.

—¿Qué pasa contigo? —susurró el castaño contra su oído, provocando una risita en quien recibía esos mimos.

—No logro concentrarme… lo he intentado, pero la hoja sigue en blanco —un suspiro dejó escapar de sus labios.

Byou también suspiró lentamente, después se inclinó un poco y bajó la pantalla del portátil del todo, ante el rostro de estupefacción de su pareja.

—¿Eh? ¿Qué haces?

—Se acabó, Kazuki. Necesitas relajarte.

El aludido le miró haciendo un puchero, para terminar por asentir y acurrucarse entre los brazos de su pareja.

—Tienes razón… —murmuró.

—No has hecho la cena —respondió Byou en el mismo tono— te tocaba a ti.

La expresión de sorpresa por parte de Kazuki no se hizo esperar. Lo había olvidado por completo, se había abstraído demasiado rato pensando en sus cosas y que tenía que cocinar ni se le había pasado por la cabeza. No era la primera vez ni sería la última que eso ocurría, Kazuki era experto en olvidar sus obligaciones, lo que obligaba a Byou en gran parte del tiempo a actuar como si fuese padre soltero. Había ido a juntarse con un completo desastre y, aun así, aquello le hizo reír. Sí, ese despiste y la poca cabeza que el rubio tenía, era su mayor encanto.

Sintió un pinchazo en el corazón al darse cuenta que había muchas cosas que nadie podía igualar de Kazuki, siquiera Jin. El encanto del segundo era su gran vitalidad, su energía, su curiosidad. Byou ni se había percatado del hecho que todo ello se debía a sus veinticuatro años de edad, seguía siendo un niño Jin, y le estaba equiparando con una persona que ya había madurado y sentado cabeza, y tenía una familia. Un novio con el que llevaba ocho años, con el que si no se había casado es porque no podía, y dos preciosas gemelas. Además estaba el hecho que Kazuki nunca había gozado de buena salud y, por ende, las actividades  físicas las había tenido bastante restringidas por lo débil que era su organismo.

Byou siempre había querido cuidarle, y así había hecho. Cuando empezaron a hablar fue tras un desmayo de Kazuki, en que él se preocupó y estuvo esperando en la enfermería hasta que despertase. Le gustaba cuidar de los demás, y la fragilidad del rubio (entonces con sus cabellos teñidos de castaño) le atrajo especialmente. Tras veinte años sino más, sus intereses habían divergido hacia otro camino, y después de tanta tranquilidad, quizá la acción que podía darle Jin le había cegado, o quizá realmente deseaba a alguien como Jin.

—Iremos a cenar fuera —propuso Byou—, ¿quieres? Así te despejas y arreglamos el hecho de que no hay nada para cenar, porque tampoco has hecho la compra, ¿verdad?

Kazuki boqueó, mirando a la nada como si se hubiese perdido en otro lugar. Parpadeó varias veces y luego miró a su pareja con expresión inocente.

—¿Yo? Claro que he hecho la compra —dijo, con aparente sarcasmo  que ocasionó que Byou le empujase en un gesto cariñoso antes de empezar a reír y que él le siguiese.

—¡Te odio! ¿Cómo fui a juntarme con alguien tan irresponsable como tú?

—Porque eres idiota —respondió el otro en tono afable, y los labios del castaño temblaron. Iba a tirar por la borda demasiados momentos irrepetibles con esa persona.

 

No cambiaron muchas cosas después de eso. Incluso cuando Byou pareció en primera instancia arrepentirse de su comportamiento, la presencia de Jin le provocaba lo mismo que la presencia de Kazuki, como un imán, deseaba acercarse, deseaba ser amado por ambos de la misma manera. Al encontrarse con uno, le prefería a éste, pero al encontrarse con el otro, ocurría exactamente lo mismo, como si no pudiese decidirse. De esa forma, había seguido con la rutina de vivir con uno y salir con el otro cuando el tiempo y las ocasiones se lo permitían.

Pasaron cerca de dos meses y, aunque no quiso verlo, su relación con Kazuki fue aflojando. El rubio tampoco se dio cuenta de algún modo, su trabajo le absorbía tanto que no era capaz de percatarse que algo iba mal, eso de alguna forma dolía al castaño, porque estaba dejando un espacio enorme entre ellos, y  aquél o fingía no darse cuenta, o no se daba cuenta.

Al séptimo suspiro que dio, Nana frunció el ceño centrando su atención en él y obligando a su hermana a que hiciese lo mismo. Mientras se bañaban, Byou se había quedado a vigilarlas, quizá sencillamente por no querer encontrarse con su pareja.

—Papi —susurró, llamando la atención del aludido en seguida—, ¿qué le pasa a papá? Está raro.

Byou sonrió con cierta tristeza en oír a su hija preguntar tal cosa. Se levantó de sobre el inodoro sobre el que se había sentado y se colocó de rodillas frente a la bañera, recostando los brazos en el borde de la misma. Abrió el grifo y esperó a que saliese templada, para enjuagar el champú que había en el cabello de Nana, luego seguiría con Momo.

—Su trabajo es estresante, cariño —murmuró—. No puede evitarlo, el plazo de entrega está cerca y siente que no llegará, se agobia mucho. Hasta finales de este mes, procurad no molestarle mucho, ¿os parece?

 

Después de la cena y una película en familia, ambas niñas se habían quedado dormidas —o fingían estarlo— acurrucadas contra Kazuki. Byou subió rápidamente arriba poco antes sin que el rubio se percatase que no se había llevado a ninguna de las menores, y de que, supuso que por algún tipo de venganza por parte del castaño, esa noche le tocaría a él llevarlas a la cama a las dos y, si tenía la mala suerte que se despertasen por el camino, contarles un cuento o cualquier otra cosa hasta que el sueño las venciese.

Los primeros meses, habían sido criminales para Kazuki. Byou no estaba casi nunca por el trabajo y él que trabajaba desde casa, tenía que encargarse la mayoría de horas del día de ellas, incluso a veces que el castaño se marchaba de la ciudad, todo el día. A él nunca se le habían dado bien los niños. Era hijo único y fue el pequeño tanto para su familia materna como para la paterna durante muchos años, para cuando eso cambió, sus padres ya se habían divorciado y el contacto con su familia paterna se había ido perdiendo año tras año. Su contacto con bebés había sido mínimo y nunca le había apasionado tampoco la idea de tenerlos, a decir verdad, mientras la mayoría de personas se acercaban curiosas a un crío para hacerle caras, él prefería alejarse. Demasiadas obligaciones.

Byou, en cambio, había querido tener niños —siempre soñó con tener un niño y una niña, pero aun así, cuando les anunciaron que serían gemelas, la felicidad no le cabía en el pecho— desde pequeño y terminó arrastrando a Kazuki, que no supo decirle que no a su pareja a la larga. Aunque no podía decir que, a esas alturas, se arrepintiese.  

Las recostó en sus camas, las cubrió con las sábanas y dio un beso en la frente a cada una, antes de apagar la luz y dirigirse hacia su habitación donde Byou sentado en la cama le esperaba. Se subió sobre las sábanas y gateó hasta posicionarse a su lado y recostarse contra su cuerpo con sus ojos cerrados. Byou volvió a suspirar y entonces el rubio le imitó, abriendo de nuevo sus párpados para alzar la mirada hasta clavarla en el rostro ajeno, con curiosidad y preocupación mezcladas a partes iguales.

            —¿Qué te pasa? Te noto tenso…

            El aludido rápidamente le miraría, para sonreírle y negar con la cabeza antes de darle un beso en la frente en un gesto cariñoso. Pero Kazuki no se creyó a aquél y prontamente se incorporó para colocarse detrás de él y abrazarle con insistencia contra su pecho.

—Kazuki, estoy bien. En serio.

—¿Y qué pasa si no me lo creo? —Byou sencillamente rió.

—Está bien, está bien. —Kazuki le acarició los cabellos, dejando besos en su nuca mientras le oprimía más—. Estoy preocupado por ti, llevas muchos días que parece que vives en otro mundo. No te olvides de mi existencia, por favor…

—Si desaparecieses menos… —le reprochó en un susurro—. Pero supongo que prefieres salir por ahí a soportar a tu pareja cuando está agobiada, ¿no?

Aquella respuesta le oprimió el corazón. Ciertamente estaba aprovechando la situación para verse más con Jin, en parte porque lo necesitaba. La barrera que colocaba Kazuki cada vez que se acercaba una entrega era insoportable para él, como si se transformase en otra persona, una distante y fría que se olvidaba por completo de su existencia. Su rubio amante había sido una vía de escape.

—Así no te molesto —excusas dichas con demasiado descaro, incluso él se sintió mal por mentir de esa manera.

—Pero yo te necesito —susurró Kazuki—, te necesito mucho estos días. No me abandones, Byou, no me abandones…

¿Qué era esa súplica? El castaño se sintió temblar, cómo la boca se le secaba y un incómodo nudo se instalaba en su garganta. Una petición muy sencilla que le obligaba a elegir, entre mentir otra vez o abandonar a Jin. Fue la primera vez que se dio cuenta, que tarde o temprano tendría que escoger entre los dos.

 

No tardó en tomar una decisión y, aun así, prefirió esperar una semana más sin mover ficha ni dejar de ver a Jin, ni dejarle claras las cosas a Kazuki. Era como si estuviese esperando una especie de señal divina o algo similar para saber si su elección era la idónea o estaba completamente equivocado. Era la primera vez en su vida que no tenia seguridad alguna de estar haciendo bien, o mal; aunque algo le dijo desde la primera vez que se acostó con Jin, que aquello acabaría en desastre.

Aquella vez había cruzado la línea y se juró que sería la última vez que lo haría. Había mentido a Kazuki. Se había pedido el día libre por motivos personales y a su pareja no le dijo nada. Se levantó a la misma hora, repitió las mismas acciones de todos los días, cogió el coche, llevó a las niñas hasta el colegio y, después, en vez de ir hasta el trabajo, se desplazó hasta Yokohama, donde se dirigió hasta casa de Jin.

A pesar de no ser la primera vez que estaba allí, todo parecía nuevo, lejano, como si llevase años sin acudir, cuando apenas hacía tres meses, como si fuese a ser la última vez. Jin se echó en sus brazos nada más abrir la puerta, le arrastró hasta dentro mientras los dos se comían la boca con vehemencia y pasión, dos días llevaban sin verse y tan desesperados estaban, que pensaban devorarse los labios el uno al otro como si, más que personas, fuesen simples animales salvajes.

Acabaron en el suelo y no fue la primera vez. Byou retuvo a Jin contra la pared, con sus piernas abiertas y él entre ellas. Sus labios rápidamente se dirigirían a su cuello mientras aquél suspiraba por los gestos y con sus manos nerviosas se dedicaba a desabrochar los botones de la camisa que llevaba puesta después de deshacerse de su corbata, hasta terminar con todos ellos y lazarla lejos, antes que otras tantas prendas volasen por los aires hasta no quedar ni una sola.

 

            —¿Entonces hoy serás todo el día mío? —susurró Jin, con las piernas pegadas al pecho y no más ropa que una camisa de Byou.

            El aludido se levantó, abrochándose los pantalones y abandonando la habitación, no sin antes girar la cabeza para mirar a su amante y sonreírle, sonrisa que le fue devuelta enseguida.

            —Hoy no existe nadie más, Jin, solo tú…

            El rubio bajó de sobre las sábanas y siguió al contrario hasta la cocina, donde le rodeó su torso desnudo con los brazos y recargó la cabeza contra su espalda. Era idílico, él sabía mejor que nadie que nada de eso duraría para siempre, pero lo cierto era que se sentía muy cómodo y muy querido estando a su lado. Por lo menos, no quería que ese día acabase.

            Sería pronto cuando el castaño le obligaría a soltarle antes de darse la vuelta y besar con dulzura en los labios al contrario, acariciando su mejilla levemente con  el dorso de la mano, mientras aquél le observaba de cerca contemplando lo hermosos y profundos que podían a llegar a ser los ojos ajenos. Era una sensación sumamente extraña y difícil de explicar, solo sabía que se sentía perdido al mirarle directamente e incluso sentía algo de miedo, pero ¿miedo a qué? No lo sabía tampoco.

            —¿Sabes cocinar? —preguntó el rubio, siendo respondido pronto por un sonriente Byou, que asintió a las palabras ajenas rápidamente causando agradable sorpresa en Jin.

 

            Se subió sobre la encimera y se sentó allí, moviendo las piernas cual niño pequeño mientras observaba sin más a su amante hacer la comida para los dos. Estaba tan concentrado, tan absorto, que al rubio le parecía incluso curioso.

            No tardó demasiado en preparar aquello y, aprovechando que desde el balcón del apartamento del más joven se veía el océano, comieron allí y pasaron también gran parte de la tarde en ese lugar. Hablando de todo y nada, probándose, mirándose fijamente y mirando el cielo, el horizonte y el paisaje. Las horas transcurrían muertas e incluso los silencios más largos se volvían incluso dulces. Jin no sabía hasta conocer a ese hombre qué era el amor, y se sentía especialmente perdido respecto a sus sentimientos, porque nunca sabía qué hacer, en ocasiones siquiera sabía qué decir, y eso le agobiaba; pero de alguna forma Byou siempre encontró el modo de hacerle sentir cómodo y eso era lo que le hacía más especial a ojos del menor, que sentía como si aquél le conociese desde siempre, le conociese mejor que nadie. Era extraño, pero fantástico al mismo tiempo.

Entre miradas y palabras, algunas con más sentido que otras, les dieron las seis de la tarde, Byou lo comprobó mirando su reloj de pulsera antes de emitir un suspiro que hizo al más bajo fruncir sus labios.

—Se está haciendo tarde… Parece que el día quiere acabarse pronto —resopló, y Jin en respuesta se levantó de su hamaca y se aproximó hasta él, sentándose sobre sus piernas y recostándose sobre su pecho, una forma extraña de decirle que no se fuese tan pronto.

—No pongas esa cara… aún quedan dos horas que podemos aprovechar.

Pronto el castaño le abrazó con insistencia y acarició su espalda por encima de su propia camisa que aquél llevaba puesta, con lentitud, causándole cosquillas.

—También. —Besó sus cabellos—. Dime una cosa… ¿no te molesta tener que compartirme?

Jin se levantó medianamente de encima de él y le miró.

—Claro que no… —dijo, antes de volver a recostarse encima de Byou—. Accedí a esto sabiendo lo que había, nunca esperé ser más que tu amante, no busco que le dejes por mí, nunca he querido eso.

»Ni hacerte elegir, es una guerra que no sé si quiero ganar, ni tan solo. Él te robó el corazón primero y me siento afortunado de poder compartir un poco de ti con esa persona.

Otra de las tantas diferencias entre los dos rubios. Jin era libre, un nómada, un alma errática y sin rumbo, no le importaba el destino y disfrutaba del camino minuto a minuto. Sentía que la vida se escapaba incluso si tenía 24 años y estaba completamente sano. Él nunca le necesitaría, nunca le pediría que no le abandonase, siquiera podía cuidar de él ni protegerle. Quizá le gustaba eso. Kazuki podía llegar a ser muy egoísta, muy posesivo con él y muy celoso, y a Byou nunca le había molestado, se sentía pleno con él, y su inseguridad y sus miedos le causaban ternura. Su pareja nunca podría darle muchas cosas y lo sabía, pero el castaño nunca pensó en necesitar a nadie más, pero como éste predijo, alguien terminaría robándole el corazón. Se sintió de lo más estúpido por haber reído ante los miedos ajenos, por haberle jurado y perjurado que eso no pasaría, siendo más temprano que tarde aquello no más que burdas y crueles mentiras.

Aprisionó más fuerte entre sus brazos al menor y cerró los ojos, tiempo justo para alcanzar a oír la vibración de su teléfono móvil dentro de la casa. Quiso ignorarlo, pero terminó frunciendo el ceño cuando aquella insistencia terminó por molestarle y se levantó obligando al rubio a quitarse de encima.

Se acercó hasta la mesa donde había dejado el aparato en cuestión y se sorprendió sobremanera al leer el nombre de la persona que llamaba. ¿Qué querría su hermano mayor justo ese día? Chasqueó la lengua y descolgó antes de colocárselo contra la oreja.

—Hola Rui, ¿qué quieres?

—¿¡Dónde estás!? —respondió el contrario con vehemencia, lo que obligaría a Byou a expresar su sorpresa frunciendo el ceño y mirando con curiosidad a la persona que se acercaba a él sin entender nada.

—Trabajando, ¿por?

—Ahí ya he llamado, por favor, si vas a mentirme sé un poco más listo —largó, realmente parecía enfadado, pero el castaño no lograba entender por qué.

—Eh… pues… yo… —tartamudeó, sin saber muy bien qué responder.

—Mira, me da igual dónde estés o qué estés haciendo, Byou, pero ven para aquí ya —espetó—. Kazuki está en el hospital.

—¿¡Qué!?

El miedo se apoderó de él enseguida, y los nervios también. Si quería una señal divina, eso había sido hasta cruel.

Colgó el teléfono rápidamente, sin esperar una respuesta de aquél que le dijese qué había ocurrido o si estaba bien, si era grave. Empezó a buscar sus llaves a toda prisa, mientras Jin le miraba sin entender nada pero sin ser capaz de decir una sola palabra. Parecía tan histérico que estaba dándole miedo.

De repente, le miró y se acercó casi corriendo, por inercia, Jin había retrocedido un paso.

—Lo siento —murmuró mientras le desabrochaba los botones de su camisa, para quitársela y más pronto ponérsela—, tengo que irme —dio un corto beso en sus labios—. Te lo juro, lo siento muchísimo.

Y ni tiempo dio al rubio a responder a aquello. Antes de que el otro se diese cuenta, aquél ya había desaparecido tras la puerta, dejando sin habla y sin aliento a su amante, que todavía no podía comprender qué acababa de ocurrir. Hasta esos momentos, jamás había visto a Byou así, tan histérico. Se preguntó, qué habría pasado para que su respuesta fuese esa, y se mordió los labios al intuir que, seguramente, aquella sería la última vez que le viese. Menuda manera de despedirse más cruel.

 

—¿¡Dónde está!? —chilló mientras llegaba corriendo a la altura de su hermano Rui. Estaba visiblemente al borde de un ataque.

El moreno no se atrevió a decir demasiado, él tampoco recordaba haber visto a Byou en ese estado nunca, él siempre mantenía la calma, ¿qué había cambiado para entonces? Sin abrir la boca, señaló una de las puertas antes de suspirar.

 

Abrió la puerta con lentitud y se encontró con Kazuki sentado al borde de la cama, quitándose todos cables y tubos que tenía pegados al cuerpo. Fue oír la puerta y que alzase la mirada para verle con el ceño fruncido y visible enfado. Tenía parte de la cara hinchada y amoratada y un brazo inmovilizado. Se había desmayado y había caído escaleras abajo quedándose inconsciente, las niñas tuvieron que arreglárselas para localizar a alguien que pudiese llevar a uno de sus padres al hospital mientras el otro no daba señales de vida. Kazuki estaba notoriamente enfadado por ello.

—¿Qué ha pasado? ¿Estás bien? —susurró visiblemente nervioso y angustiado Byou.

—¿Dónde estabas? —Optó por responder con otra pregunta.

El castaño agachó la cabeza y suspiró, antes de acercarse hasta él. Aproximó la mano para acariciarle los cabellos pero aquél le rechazó con un manotazo.

»Te has dejado la corbata allí —espetó, haciendo boquear a Byou ante el descubrimiento. Ni se había acordado de la corbata.

—Kazuki… no es lo que piensas, yo no…

—¡Cállate! —interrumpió con violencia—, no quiero tus excusas ni tus mentiras, ya has hecho suficiente. A ver si adivino, empezó aquella semana que pasaste en Yokohama, ¿me equivoco?

Él solo pudo agachar la cabeza, ni supo en qué momento creyó que Kazuki sería tan idiota como para no darse cuenta de tal cosa, de que le estaba engañando; encima él, que siempre había sido tan inseguro y tan paranoico. Aquello había sido como un balde de agua helada sobre sus hombros. Había sido un pobre iluso, un estúpido, había hecho tantas cosas mal…  cosas que ya no tenían solución.

—Lo siento —susurró.

—Responde a la puta pregunta.

—Sí, desde entonces.

Kazuki tembló de pura impotencia. Poco a poco se levantó y le miró de frente.

—¿Sé quién es? —Byou negó—, ¿desde cuándo le conoces?

—Le conocí allí.

Antes de decir nada, de poder mirarle o disculparse de nuevo sin que sirviese de nada dado que el mal ya estaba hecho, aquél le había asestado con la mano que no tenía inmovilizada, un fuerte golpe en la mejilla. Fue tal, que Byou pensó que poco le había faltado para partirle la mandíbula o mínimo saltarle algún diente. Siseó con molestia llevándose la mano a la zona golpeada.

—¿¡De verdad!? ¿Tiras ocho años de relación por la ventana por una persona que acabas de conocer? ¿¡Acaso eres imbécil!?

Se mordió los labios, antes de alzar la mirada y, con seriedad, dirigir sus ojos hasta Kazuki, a quien esa expresión solo le enfadó más. Estaba temblando de pura rabia, él sí que estaba histérico. No podía entrarle en la cabeza tantos descubrimientos que acababa de hacer, incluso si ya se intuía algo, prefería creer que no eran más que paranoias suyas y que Byou le quería, que le amaba y que jamás le engañaría. ¿Cuántas promesas había roto? ¿Cuántas mentiras había dicho? Había estado compartiéndole con alguien más, no podía perdonárselo. Siquiera sabía qué hacer con toda esa ira que nacía de él.

—Ni se te ocurra volver a ponerme una mano encima —amenazó el castaño, causando risa, triste, en su pareja.

—¡Me engañaste! Es lo mínimo que mereces.

—¡Eso no te da ningún derecho a pegarme!

—¡Yo decidiré a qué tengo derecho y a qué no! —respondió chillando. Cada vez estaban levantando más el tono.

—¡Eso no es así! Entiendo que estés enfadado, ¡pero esto es demasiado, joder!

—¿Que lo entiendes? —susurró—, no, no entiendes nada…

Entre que hablaba, se le habían empañado los ojos de lágrimas a Kazuki. Poco a poco, había acabado sucumbiendo a la desesperación, el agobio y la tristeza que sentía por dentro. Impotencia, pura impotencia.

»Me has mentido, ¿cuántas promesas has roto? Confiaba en ti, he hecho muchas, demasiadas cosas por ti. Mira cómo me lo has pagado…

No pudo reprocharle nada. Kazuki tenía toda la razón, era innegable. Había traicionado la confianza de la persona a la que amaba, su primer amor. Había sido un idiota y no necesitaba que nadie se lo dijese. Dolía demasiado darse cuenta que de buen principio debía haberse resistido a eso que le atraía de Jin. Tenía una preciosa familia, era feliz, ¿por qué tirar todo eso por la borda por una persona a la que acababa de conocer? A esas alturas, aún no tenía respuesta a esa pregunta.

—Lo siento —murmuró de nuevo.

—No me sirven tus disculpas, Byou.

—Lo sé —respondió antes de emitir un suspiro—, pero lo siento de todas formas.

Dicho aquello, retrocedió sobre sus propios pasos antes de darse la vuelta y empezar a caminar hacia la puerta, dejando a Kazuki inmóvil, sin aire en los pulmones y sin una palabra que fuese capaz de escapar de sus cuerdas vocales. Estaba asustado.

—¿Vas a elegirle antes a él que no a mí? —murmuró, obligando al castaño a mirarle por encima de su propio hombro, antes de abrir la puerta y marcharse, sin decir nada. No podía verle derrumbarse, se le partiría el corazón.

 

—¿Dónde están mis hijas, Rui? —preguntó, con el nudo que tenía en la garganta, le costaba articular las palabras.

—En casa de nuestra hermana —dijo— y con Manabu

Byou asintió, ya más aliviado.

—¿Puedo quedarme en tu casa esta noche?

—Por supuesto, ¿qué ha pasado?

Pero Rui no necesitaba una respuesta porque les había oído discutir aunque estuviese fingiendo que no, y Byou no quería darla porque sería admitir que había cometido el mayor error de su vida, y que no tenía ningún tipo de solución. Lamentarse tampoco iba a servirle de nada, él había tomado unas decisiones en pleno conocimiento de las consecuencias, fingir que eso no era así sería quitarse una culpa que no pertenecía a nadie más que no fuese él.

 

            Recoger las cosas de su casa, aquella que le había costado tanto esfuerzo conseguir, hacer las maletas y dejar aquel lugar como si nunca hubiese pertenecido a él, era de lejos la cosa más dolorosa y traumática que había tenido que hacer. Probablemente no volvería a ver a sus hijas, probablemente había dejado a Kazuki destrozado, probablemente… Emitió un largo suspiro, metiendo las últimas cosas en la bolsa. Al cerrar aquella puerta, estaría dejando atrás toda una vida, una vida que no volvería nunca. ¿Estaba tomando la decisión correcta? Jamás lo sabría con seguridad.

            El teléfono volvió a sonar y de nuevo, lo ignoró. Cualquier cosa que fuese, podría esperar. No se sentía con fuerzas como para atender a nadie. ¿Por qué estaba a punto de llorar por culpa de sus propias decisiones? ¿No se suponía que ya sabía qué ocurriría cuando Kazuki se enterase de todo aquello? ¿Por qué actuaba como si él no tuviese la culpa? Imaginarlo y enfrentarse a ello no era lo mismo, las cosas estaban siendo más duras de lo que había imaginado.

            Cerró aquella puerta por última vez.

 

            Dejó caer las maletas en el asiento de atrás y condujo hasta el aeropuerto. Eran las ocho y dos minutos y sintió escalarle el corazón hasta la garganta. Su teléfono sonaba otra vez y, de nuevo, volvía a ignorarlo sin más.

            Tras meditarlo un poco y respirar hondo un par de veces, bajó del vehículo y se adentró en el edificio sin cargar con nada, mirando hacia todos los lados como si buscase algo, o a alguien.

            —Pensé que no vendrías —murmuró una voz a sus espaldas, haciéndole girarse.

No le importó encontrarse en un lugar público, cuando vio a Jin, enseguida le apretó entre sus brazos con insistencia, todavía temblando. Sonrió levemente antes de separarle de sí y llevar las manos a sus mejillas en un gesto cariñoso.

—Creí que no llegaba a tiempo…

Pronto, una voz a través de los altavoces de la terminal anunció que el vuelo del rubio estaba a punto de salir. Les hizo suspirar a los dos.

—Casi no llegas —respondió sonriendo.

De nuevo, se abrazaron con fuerza, y al concluir, Byou dejó un beso en la frente de Jin por no poder besarle los labios. Menuda forma de despedirse, tan rápida y tan efímera, y él seguía con el corazón hecho pedazos por lo ocurrido recientemente con Kazuki. Se le empañaron los ojos de lágrimas, emitió un sollozo casi sordo y pasó los dedos por su rostro tratando de borrar todo rastro de posibles huellas que evidenciasen lo cerca que había estado de estallar en llanto.

—Le he dejado —susurró sin fuerzas, recibiendo una extraña sonrisa que no supo descifrar de parte de Jin.

—No hacía falta, yo no quería eso… Voy a estar mucho tiempo fuera, debías haber seguido con tu vida. ¿Qué pasa si ese tiempo encuentro a alguien, o tú encuentras a alguien más?

—El destino lo dirá, ¿no? No puedo elegir y no lo haré.

El rubio asintió, empezando a retroceder para dirigirse hasta el embarque.

—Si dentro de dos años, cuando vuelva, no estás con nadie y yo tampoco, no te dejaré escapar. —Rió, e hizo reír también al castaño—. Si vuelvo a ti, no volveré a irme. Es una promesa, Byou, una promesa…

 

El avión pronto despegó y él se quedó con el corazón en un puño. En una tarde había perdido a las dos únicas personas a las que había amado, y a pesar de la promesa de Jin, aquello tenía un sabor más amargo que no dulce, molesto e incómodo. No tenía ningún lugar al que volver, estaba solo, como debió estar desde el principio. Después del daño que le había hecho a Kazuki, no podía permitirse el mantenerse a su lado, por nada del mundo, y aunque Jin había dicho que no importaba, sí importaba. Les amaba por igual, y eso le hacía imposible escoger, porque se arrepentiría. No lo haría, no decidiría.

Pasados dos años, cuando aquél volviese, quizá las cosas fuesen distintas, quizá se había quitado todas aquellas espinas. Era mucho tiempo, podían pasar muchas cosas, y él no debía aferrarse al rubio, no debía y, si lo hacía y aquél no volvía a sus brazos, sería una buena venganza por todo el mal que había hecho en aquellos pocos meses. ¿Cómo un romance de verano se había vuelto más importante que todos los veranos que había pasado con esa persona tan importante? Las primeras lágrimas recorrieron sus mejillas. Nunca debió haber caído en las redes de Jin, nunca.

El teléfono volvió a sonar, y aquella vez no pudo evitarlo y lo cogió. Sabía perfectamente quién era, no podía ignorarle más tiempo.

—¿Byou? —murmuró Kazuki a través del auricular con la voz quebrada. Estaba llorando, entonces sí estaba llorando. Se le partió el alma en mil pedazos, en especial al saber que la culpa de aquello, no era de nadie más que suya.

—Sí, soy yo, Kazuki…

—No te vayas —suplicó, estrujándole todavía más si era posible el corazón. Dolía—, no me dejes, ¿qué será de las niñas? ¿Qué pasará conmigo? No puedo perderte… escógeme a mí, por favor, Byou…

—Vales más que todo esto, Kazuki —respondió—, no tienes por qué arrastrarte y suplicarle a una persona que te ha engañado. No voy a volver, no pienso hacerte más daño.

»Lo siento.


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