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Painkiller por Lolita98

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Notas del capitulo:

Hola a todos n.n de nuevo vengo con otro capítulo de este fanfic :) espero que les haya gustado el anterior, y muchas gracias a las personitas que me dejaron un review, que son: @Pochan y @CondeCielPhantomhiveMichaelis muchas gracias a ustedes y sus comentarios <3

Espero que el capítulo de hoy sea de su agrado, y ya saben, cualquier comentario me lo pueden dejar en un review<3

-¡Es hora de levantarse mocoso! –Le agitó por el hombro mientras le gritaba un hombre de aliento a cerveza, vestido únicamente con los pantalones de su pijama.

Un sueño bastante extraño fue interrumpido. Era una serie de recuerdos de lo que le había ocurrido una semana atrás, el incidente con el sujeto extraño, Sebastian. En el transcurso de la semana todavía se preguntaba si había hecho bien al dejarlo solo en ese asqueroso departamento. Pero ¿qué más podría haber hecho? Era un extraño y no podía confiarse de él.

-¿Seguirás soñando despierto o moverás tu culito e irás por algo para el desayuno? –Inquirió una mujer con vestido rojo ceñido a su cuerpo y el cabello alborotado en rulos rubios, mientras le extendía algo de dinero al menor.

El niño lo tomó sin decir nada, lo guardó en su sudadera color gris y caminó hasta la sala, donde su “padre” discutía enérgicamente con alguien por el teléfono.

-¡No lo sé Frank! ¡No, no tengo tu maldita mercancía ¡De seguro fue alguno de tus socios, sabes que yo jamás te haría algo así! –Gritaba a la bocina del teléfono inalámbrico, mientras que se acomodaba el pelo en gesto de desesperación. -¡No, a mí no me involucres! ¿¡Cómo, hoy hasta el mediodía?! ¡Jamás tendré el dinero en tan poco tiempo!

Ciel observaba desde la cocina, al parecer le habían colgado al hombre maloliente, porque mando el teléfono a volar contra la pared. Jamás había visto a su padre adoptivo tan desesperado, y eso que desde que había llegado a esa casa ya estaba involucrado en las apuestas y la bebida. El pobre diablo apostaba su triste sueldo más lo que le prestaban sus “benefactores” y al final lo perdía todo o se lo bebía en cerveza.

-¿Y tú que estás viendo mocoso? –Le gritó al notar su presencia.

El aludido salió tan rápido como pudo de su casa, ahora recordaba por qué no sentía ni una pizca de lástima por el viejo. Caminó calle abajo hasta llegar a un modesto supermercado asiático. –Buenos días. –Saludó cortésmente en un japonés perfecto al entrar, un viejo hombre de lentes le sonrió al verlo.

-¿Leche y pan solamente? –Le preguntó al menor cuando se acercó a la caja registradora.

-Si, por hoy será todo Tanaka-san. –Sonrió sutilmente el niño, entregándole el billete arrugado al anciano y tomando sus bolsas. –Cobra de ahí también el pastelillo del otro día, por favor.

-Entendido. –Sonrió el viejo.

 

El ojiazul emprendió su caminata de regreso a casa. Le gustaba salir de compras, así al menos podría librarse del ruido que sus “padres” hacían todas las mañanas. No le gustaba llamarlos así, prefería llamarlos por su nombre. Y es que ¿quién desearía una madre prostituta y un padre ebrio? No entendía el fin de su adopción, ¿por qué simplemente no le habían dejado vivir en el orfanato? Tal vez no era el lugar más agradable del mundo, pero al menos no tenía que soportar los maltratos de un hombre ebrio. Daba igual, no servía de nada quejarse, y casi siempre Pauline era buena con él, siempre que no estuviera drogada o golpeada por alguno de sus clientes. Era casi una buena amiga. Salió de sus pensamientos absurdos y observo su reloj de muñeca, Pauline se lo había robado a un cliente para él. Ya casi eran las doce en punto y el aun no llegaba con la comida para el desayuno, así que decidió apurarse y correr con sus piernas de hilo.

 

Las doce en punto marcaba el reloj de pared de su estudio, el hombre de aliento a cerveza esperaba sentado en su silla de piel sintética. Una gota de sudor resbaló por su frente y rápidamente la retiró con el dorso de su mano. Pudo escuchar la puerta del frente siendo derribada, después el resonar de zapatos, tres, no, cuatro personas aproximadamente se adentraron en su hogar, rompiendo todo a su paso, buscándolo a él. Escuchó un chillido enseguida, era su mujer, el estruendo de un arma y después no escuchó más. De nuevo los pasos, esta vez más cerca. Y más cerca. Tragó en seco, y alguien derribó la puerta de su estudio.

-Frank… por favor… sabes que yo no lo tengo, socio… -Empezó a lloriquear en cuanto el hombre con gafas de aviador y chaqueta de cuero irrumpió en su habitación.

Otros tres hombres entraron después de él, todos armados.

-Shh… lo sé amigo, lo sé. –Sonrió tranquilamente el hombre, mientras se acercaba a él y le acariciaba el rostro. –Pero la cosa aquí es que tú eras el encargado de cuidarlo y estando en tu cuidado se perdió, entonces eso me hace sospechar ¿sabes? Que tal vez no eras mi amigo “confiable” como solía pensar. –Sonrió con sorna el sujeto, mostrando sus dientes recubiertos en oro en una mueca escalofriante.

-Lo-lo juro Frank… -Dijo al borde de las lágrimas el hombre. –Y-yo no lo tengo…

El aludido miró a sus compañeros armados, les dirigió una sonrisa tranquila y salió del cuarto.

-Mátenlo. –Dio la orden y las armas de aquellos tres hombres se vaciaron en el padrastro de Ciel.

 

Las bolsas de papel casi se rompían con el peso de los botes de leche, luchando por sostenerlas el pequeño ojiazul abrió la reja de su jardín, para encontrarse con que la puerta estaba derribada. De nuevo esa sensación de peligro llenó su interior, esta vez más fuerte, más cerca. Por segunda ocasión se sintió tentado a entrar, alguien había irrumpido en su casa, tal vez ya se había ido, tal vez seguía ahí, la única forma de saberlo era entrando. Se aceró más a la puerta y pudo escuchar algunas voces discutir.

-Serás imbécil… ¿¡Porqué mataste a la mujer!? Ella pudo habernos dicho dónde estaba…

-Ya está hecho Frank, lo mejor será que empecemos a buscarlo entre toda esta mierda de desorden que tus hombres dejaron. Carajo, no tenían que destrozar todo el sitio. –Se quejaba uno de ellos. –A todo esto, ¿qué se supone que estamos buscando?

-Anillo… -Murmuró el otro.

-¿Todo esto por un jodido anillo?

-¡No es cualquier anillo, imbécil. Baja la voz! –Gritó el otro hombre, estremeciendo a Ciel en su lugar. –Es EL anillo, su precio está estimado en millones. Le perteneció a una familia de nobles que murió hace muchos años, solamente tenían a un heredero, pero éste desapareció el mismo día que sus padres fueron asesinados, nadie encontró su cuerpo y…

El menor no podía seguir ahí escuchando, si no se movía lo descubrirían fácilmente, tenía que huir de ahí. Pero, ¿a dónde ir? No tenía ningún familiar, era un huérfano, otra vez. Pensó en llorar, pero en realidad no estaba triste, era enojo lo que sentía. En su vida le habían alejado de todo lo que tenía dos veces, la primera vez era demasiado joven como para saberlo, pero ahora sabía exactamente por lo que pasaba, y podía sentir la sangre hervir en sus venas. Entonces vino una idea a su cabeza, se cuestionó varias veces si era seguro lo que haría, pero cualquier cosa sería mejor que quedarse ahí. Tomó las bolsas de las compras y las abrazó fuerte a su pecho, iría al único lugar en donde tenía a alguna persona conocida.

Una gota de sudor traviesa surcó desde su frente hasta su mejilla pálida. La gabardina negra le hacía sudar bajo el sol resplandeciente que apareció después de una semana de tormentas en Londres. Silenciosamente se echó boca abajo en la azotea del edificio, camuflándose con el suelo. Delicadamente destapó la mirilla de su rifle de largo alcance, localizando a su objetivo. En realidad no era difícil de encontrar, era un hombre obeso de escaza cabellera. Se encontraba sentado en una banca en el parque y se relamía los labios mientras observaba el emparedado que sostenía con sus dedos pringosos.

-Creo que no tendrás el placer de probar ese delicioso emparedado, Jeffrey. –Rió por lo bajo Sebastian, mientras cargaba su arma y en seguida hacía su tiro de gracia. –Uno menos… -Murmuró.

Ese hombre, Jeffrey Dahmer era un depravado sexual en todo el sentido de la palabra, gustaba de atormentar niños y algunas veces recurría al canibalismo. –“Menos escoria en el mundo”. –Había pensado Sebastian. Pero, ¿en qué se convertía él? Era un asesino  a sueldo, y aunque su política era solamente prestar sus servicios cuando el objetivo se trataba de varones mayores de edad  y de preferencia con historial criminal, debía admitir que en sus manos había sangre de inocentes, personas asesinadas por dinero o por resentimientos, personas con familia, con hijos… Hizo a un lado tanto sentimentalismo, reflexionar ahora por sus errores cometidos en el pasado no haría menor su condena en el infierno. Se sacudió la gabardina y guardó su rifle en su respectivo estuche. Después de todo, tenía a alguien adorable esperándole en casa y no quería hacerle aguardar por más tiempo.

 

Notas finales:

¿Qué les parecio?

 

¿Les gustó y esperan la continuación?

 

¡Déjenme un review con su opinión!<3


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