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Because of you por -oOYUKI-NII-Oo

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Notas del fanfic:

Los personajes de KHR no me pertenecen, todos son del gran sensei Akira Amano. Joder, que si fuese míos, eso es lo que los haría hacer.

Autor: YUKI-NII.

Género: Hurt/Comfort/Romance

Ranting NC13

Pareja:Hayato Gokudera/Tsunayoshi Sawada

N/A Los personajes de KHR no me pertenecen, todos son del gran sensei Akira Amano. Joder, que si fuese míos, eso es lo que los haría hacer.

Resumen: Todo es una fiesta de risas, vino y mucha comida. Sus ojos miel brillan a través del salón, te enamoras por cuarta vez en el día. Tu corazón lleno del decimo se pone en huelga, nunca le dirá adiós.

*********

Ese es el cielo, ese es mi cielo.

*********

 

Es un largo vestido de encaje y crinolina. Se arrastra por el suelo como vapores dulce en un “fru, fru” continuo, lleva un ritmo lento y con compas. El final de la costura entre deja ver la punta de una zapatillas, con bonito bordado cada vez que un paso nuevo se marca. Huele a durazno y flores de cerezo. Resplandece de manera obscena como si tuviera miles de pequeños focos leds adornándole el aura. Su mano delgada sostiene fuertemente el brazo de quien más que su escolta, es el futuro de un destino lacrado.

Tus dedos acarician las teclas del piano, están tibias ante el incesante toque. Presionas un sol sosteniéndolo en mayor, antes de abandonarlas y dejar el eco fantasmal de su sonido en las marmoleadas paredes. Ellos han llegado al final del pasillo. Una voz grave y vieja resuena en lo alto, llenando hasta el último rincón, con una cacofonía divina mientras recita antiguos testamentos del libro más viejo del mundo. El amor se consagra hoy, ante figuras con manos juntas y miradas bajas. Con cristales repletos de ángeles y gloria.

Miras el brillo de la copa al ser elevada, hay monedas, lazos atados en la puerta y hierro escondido en el bolsillo trasero de la persona más importante de tu vida.

Todo lo que te rodea, suplica por tu atención, acompañado de olor a incienso y un poco de mirra. Tú te giras, rodeando el banquillo en el cual permanecías sentado para posar tus hinchados ojos en todo aquello que no es blanco, trajes caros y zapatillas altas. Pasas la siguiente hora de un domingo por la mañana de pie, con ambos brazos tras tu espalda. En un silencio tan respetuoso que pierdes en varias ocasiones como es que los hechos se desarrollan frente a ti, hundiéndote en días de verano cerca de la costa, y cenas informales en un sofá de dos plazas, con vino añejo y su voz implosionando en tus tímpanos.

Tu figura de soldado ingles hace fruncir el seño a quien era hasta entonces un risueño Yamamoto. Te da una larga mirada, que ignoras sin ningún arrepentimiento. El vaho de su suspiro te acaricia el cuello. Llenas tu mente de tristes canciones en un idioma extranjero, absorbiéndote de lo que te parece es el sueño mas sádico que has tenido en años.

El sonido del cristal siendo roto te arranca de tajo de tu absorción, caminas automático hacia el lugar en el que la copa se ha quebrado, bajas los dos pequeños escaloncitos del escenario improvisado en el que te resguardabas, tras un enorme piano de cola larga y el guardia de la lluvia que había activado su llama para mantenerte en calma.

No ves a los ojos de ninguna de las más de 30 personas que están en el lugar. Te inclinas, con una rodilla como apoyo y quitas el pañuelo que esta sobre los pedazos rotos. Dos pares de pies están a solo centímetros de ti, aguardando pacientemente y en silencio. Sacas unos guantes gruesos del bolsillo de tu saco y los deslizas por tus frías manos. Antes de recoger con mucho cuidado lo que fuese una copa del juego del comedor. Comienzas a contar en un murmullo cada pieza recogida y depositada sobre la palma abierta de tu mano izquierda.

Cuando finalizas, hay un peso muerto aplastándote la caja torácica, el aire se te atora a medio camino de la nariz al esófago. Sacudes la cabeza y dibujas una sonrisa tenue, es la primera vez que lo tienes de frente y te parece tan diferente. Como si se hubiese marchado y los años lo hubieran cambiado por un total desconocido. Sin embargo todo sigue ahí, sus cabellos revueltos y castaños, sus ojos miel ahora más afilados y cansados. Su estatura que no rebasa el metro ochenta y que sigue creciendo un centímetro más cuando menos se lo esperan. Su sonrisa que muestra todos los dientes y sus mejillas inflamadas de felicidad se te clavan con rapidez y pasión.

-      Son 53* – dices tan alto como puedes, para que todos escuchen y el lugar se llene de aplausos, como si de repente una tormenta hubiese caído sobre sus cabezas y las gotas fuesen caramelos de arcoíris multi sabor. –

Una mano frente a ti te ayuda a incorpórate. Los pedazos de cristal se te clavan por la fuerza en que los sostienes. La grosura de los guantes no ha podido resistir las afiladas puntas de cada uno. Eso es lo que menos te duele de todo.

Hay un brazo tras tu espalda que te esta empujado. Bianchi te apresura para formar un corredor de personas a la salida, te entrega una bolsita llena de confeti, arroz, nueces, granos y redecillas con almendras cubiertas de bombón derretido. Que son lanzadas en una ráfaga hacia los que salen hasta el último. Una paloma blanca vuela a lo alto. Hay una catarsis entre los rayos de sol y el sonido de las campanas anunciando el termino de tu vida tal como la conoces y el destino entrelazado del jefe de la familia Vongola.

Te diriges a uno de los tantos coches que esperan en la calle de enfrente con la resonancia de los gritos que estallan de alegría tras tu espalda. El llanto exentico de Ryohei te detiene los pasos por un momento, lo ves correr hacia ti y abordar el Lamborghinoi sin siquiera preguntarte nada, chasqueas la lengua. Lo último que necesitas es oír al guardián del sol con un discurso interminable de que el gran día por fin ha llegado. Manejas callado, concentrándote en el camino y haciendo solo algunos ruiditos para hacerle entender al boxeador de que es escuchado. Tu comportamiento sumiso llama su atención. Pero no replica en ello. Todos tienen maneras diferentes de reaccionar a las probadas dulces que da la felicidad.

El salón de la mansión, inundada de listones de seda y clavales del campo te da la bienvenida. La música se entremezcla con las bebidas de alcohol que se preparan a tan solo unos metros de la mesa más grande de todas. Es una fiesta intima, son momentos que se convertirán en recuerdos. Bebes un vodka tonic, recargado en una de las paredes. Alejado del barullo, de los cuerpos en movimiento y la embriaguez que respirar tranquilos y con normalidad deja.

Una mano grande y callosa se posa sobre tu hombro. Enfocas a la persona que con su inseparable espada tras la espalda te señala a unos ojos miel que te miran con expectación, es increíble, piensas, como es que no los había notado. Cuando siempre tu mirada ya está puesta sobre la suya incluso antes de que tu nombre se forme en su mente para llamarte.

 El decimo con traje blanco, y mejillas sonrosadas esta a la espera de tus palabras. Es como una costumbre que nació de la cotidianidad, que tú seas la aprobación que secunda una moción a cualquier decisión que él haya tomado en los últimos 15 años.

-      Gokudera-kun – murmura bajito y con la pena dibujándosele en la cara -

La ternura que te provoca ese gesto compite contra el odio a ti mismo por no poder ser sincero por vez primera en esa relación que ha tenido de todo menos mentiras. Sonríes con amargura que él no alcanza a ver, caminando para deshacerte del espacio, que los separa y que en ese instante se te antoja abismal. Estiras una mano frente a él, sus cejas se junta en confusión y niega rápido, abriendo ambos brazo y tomándote entre ellos sin vergüenza alguna. Hay palabras que declaman prosperidad y felicidad saliéndote a borbotones de la boca, en un vomito idílico que aun te quema la garganta.

Son solo unos segundos, lo que dura el contacto de sus cuerpos, tu cabeza cae sobre su hombro. Tus deseos egoístas y la resignación de la cosa que mas anhelabas, colisionan en un estruendo que huele a sangre coagulada y humo intoxicante. Le sueltas lentamente, saboreando hasta el último contacto, te recompones antes de que sus rostros se encuentren y vuelves a sonreír, inconexo de tus propios sentimientos.

La llegada de Kyoko, termina con el hilo de amor que nunca se ha terminado gestar en ti, con su tocado y perfume a rosas de abril, hecho especialmente para ella, toma de forma natural el brazo del castaño que pega sus costado al de ella, con sus ojos claros y suave voz. Murmura un “es hora” y se despide de ti con la mano.

Las copas se llenan entonces de vino, la música deja de tocar y tu caminas hacia el centro de algo que te disparo hace demasiados meses ya. El cristal colisiona contra otro, en su sonido tan característico. Y todo lo que queda sellado al final es el “evviva gli sposi”*  que todos dicen en un coro armónico y bien ensayado.

El jefe Vongola ha terminado de hacer oficialmente la introducción de Kyoko Sawada.

 

 

 

*Rompe un vaso cuando la ceremonia haya culminado. Cuenta los pedazos de vidrio rotos para saber cuántos años la pareja vivirá felizmente casada.

* Las frase “evviva gli sposi”, que significa “vivan los recién casados”, es una expresión tradicional que se repite durante la recepción a la vez que se elevan las copas de vino en señal de celebración.

 

 


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