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Magnífica Obsesión por Sebastian M

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13 de febrero de 1890

Aquella fue la primera de muchas.  Ciel no había completado su trabajo durante el día. Debo admitir que me preocupé ligeramente al acercarme a su escritorio y encontrar las hojas tiradas por todo el mueble.  ¿Acaso algo le había molestado cuando se encontraba realizándolo?

-¡Sebastián!- Su grito calló mis pensamientos.  De inmediato me encaminé a su encuentro.  Esa voz había provenido del baño. Pero, ¿qué hacía en el baño a esa hora?

-¿En qué puedo ayudarle, Joven Amo? – Pregunté, mientras abría la puerta un poco.  Contrario a todo lo que esperaba, Ciel estaba en la tina, tomando un baño.  Nunca lo hacía solo y, definitivamente, era una sorpresa aún mayor que el encontrar su trabajo inconcluso. - ¿No me ha esperado para la hora del baño? – Pregunté y, al instante me sentí extraño por haberlo hecho.

-¿Desde cuándo debo darte explicación sobre mis actos, Sebastián? – Su pregunta fue directa y, no me atreví a decirle que en realidad, solo cumplía con sus órdenes de prepararle para dormir como él mismo me había indicado.

-Perdone mis palabras, Bocchan. – Dije en un susurro, inaudible para muchos pero, lo suficientemente recio para él.  Llevé una mano a mi pecho e incliné la cabeza para reverenciarle, acto que me fastidiaba en lo más hondo de mi propio ser.  ¿Qué no era suficiente con tener que servirle de esclavo todo el tiempo?

-Quiero que busques un regalo de San Valentín para Elizabeth. – Continuó, mientras  sacaba el estropajo del agua y lo extendía hacia mí.  Ah... Esas gotas en el suelo tendría que retirarlas después. – Talla mi espalda.

-¿Qué clase de regalo le gustaría que consiguiese? – Me quité el saco, enrollé mis mangas velozmente y me saqué los guantes.  Tomé el estropajo y, procedí a restregar esa espalda que se irritaba con el simple roce del objeto.  Su blancura era exquisita y, por un momento, me sentí atraído por esa suavidad.  Me tomé el atrevimiento de tocar su piel desnuda con mi otra mano y, él no se opuso pero, tampoco me respondía nada. – Bocchan, ¿me ha escuchado?

Me asomé por el costado.  Ciel había cerrado sus ojos y, yo quise molestarle, tocando su mejilla con un dedo. – Basta. – Murmuró. - ¿Qué no puedo disfrutar un momento de mi perro? – Añadió en tono burlesco, ahogando una risa.

-Supongo que eso quiere decir que debo escoger el regalo por mí mismo. – Dije, dejando escapar un suspiro.

-Supones bien. – Me respondió. - ¿Puedes dejar el estropajo y hacerlo con las manos? – Inquirió repentinamente.  Aquello fue más una súplica que una orden.

-Como guste, Joven Amo.

Mis manos dejaron caer el trozo de esponja en el agua y se encontraron con la tibieza de su piel.  Acaricié sus hombros y también parte de sus brazos con el jabón.  Luego, las deslicé lentamente hasta su espalda baja y, pude escuchar claramente como un suspiro se arrancó de su pecho. - ¿Lo hago bien? – Eso estaba de más pero, necesitaba escuchar su respuesta para el contento de mi persona.

-Excelentemente. Como todo. – Dio un último suspiro y se recostó en la tina, dando por terminadas mis acciones.  Su voz me puso algo inquieto.  Mi amo no era del tipo que se entregaban a placeres de ninguna índole.  Quizás, sus únicos vicios eran el chocolate y el ajedrez.  Después de eso, Ciel se dedicaba únicamente a sus negocios y a los trabajos que le encomendaba la reina.

-Mañana a primera hora tendrá el regalo que desea. – Continué, mientras dejaba caer un balde de agua sobre su espalda para terminar con los rastros del jabón. – Lo llevaré a su habitación junto con el té, antes del desayuno.

-Gracias. – Una palabra difícil de escuchar en su vocabulario. – La verdad es que he estado demasiado ocupado y, tampoco me he sentido bien.

Encontré eso último un tanto extraño.  No había estado enfermo ni tampoco se quejó de ningún dolor. - ¿Qué es lo que le aqueja?

Giró el rostro para verme.  Había un ligero tono rosa en sus mejillas. – Na-Nada. – Su voz tembló.

-¿Está seguro? – No me convencían sus palabras en lo más mínimo y, no parecía tratarse de un sarcasmo. - ¿Le gustaría contarme? – Una punzada extraña recorrió mi cuerpo. Algo que tampoco era común porque no solía ser curioso.

-Hay muchas cosas que no puedo decirte. – Musitó, poniéndose de pie en la tina y arrancando la toalla del tubo que la sostenía frente a la tina.  Una mirada de tristeza le inundó. – Ayúdame a salir.

Le tendí mi brazo y, él se afianzó para poner un pie fuera de la tina. - ¿Puedo llevarle en mis brazos hasta su habitación si está cansado? – Le ofrecí, contemplando con atención esa mirada zafiro que llamaba tanto mi atención.

-No. Puedo ir solo. – Respondió en un murmullo. – Ocúpate de conseguir lo que te he pedido.  Es una orden. – Puntualizó.

-Yes, my Lord. – Dije, viéndole marcharse por el pasillo, rumbo a su habitación.  Y así me quedé con la cuestión. ¿Qué sería bueno regalarle a una joven de dieciséis años por el Día de San Valentín?

Con ese pensamiento abandoné la mansión.  Había tomado una bolsa de dinero de la oficina de Ciel.  No tenía problema alguno en saquear su caja fuerte y, tampoco me había sido prohibido.  De hecho, estaba casi seguró que él lo sabía pero, nunca me decía nada.  No podía negarlo, el conde era muy amplio en cuanto a mis libertades.  Podía hacer cuanto quisiera pero, la regla que no decía era que jamás podía apartarme demasiado de su lado a menos que él lo ordenara. Ahí era donde mis libertades terminaban.

Y yo le obedecía porque, de alguna forma, no quería hacerle enojar.  Me gustaba creer que era un efecto del contrato pero, en realidad, había hecho tantos contratos como almas había consumido durante los últimos tres mil años y, nunca me sentí en la obligación de hacer feliz a mi dueño. 

Sonreí y eché a correr.  La noche estaba fresca y, probablemente, ése sería el único minuto libre que tendría en un par de días.  Mañana la señorita Elizabeth llegaría con certeza, en busca de su presente.  Eso significaba poner a trabajar a esos tres inútiles y mantener la mansión en perfecto estado.  También sería mi oportunidad de hacer que Ciel se luciera con un menú de almuerzo que fuese acorde con el motivo.

Antes que pudiera percatarme, me encontraba frente a las puertas de la joyería más importante de Londres. Me detuve frente al anaquel y dos objetos llamaron mi atención.  Mentalmente me pregunté, ¿qué sucedería si llevara un regalo a Ciel?

 

. . .

 

14 de febrero de 1890

Arrastré la carretilla del té hasta su habitación.  Ciel aún dormía y, no tenía ningún deseo de despertarle.  Se miraba tan plácido sumido en aquel sueño profundo. Sonreí.  Mis mechones tocando mi rostro, jugando contra mí porque, de despertar mi amo en ese instante, se habría dado cuenta perfectamente de lo que estaba haciendo.

Dejé el carrito junto a su cama y me encaminé a la ventana, corriendo las cortinas. – Es hora de despertar, Bocchan.  Tiene mucho qué hacer y, la señorita Elizabeth seguramente llegará pronto.

Ciel se sentó en la cama y se restregó los ojos.  No parecía estar de buen humor. - ¿Has conseguido lo que te pedí? – Masculló.

-Por supuesto, Joven Amo. – Tomé la cajita de la parte baja de la carretilla y se la entregué en sus manos.  El conde la abrió y miró los pendientes que escogí con detenimiento.  Si conseguían pasar ese escrutinio, pasarían fácilmente el de la señorita Midford. – Escogí unas esmeraldas porque consideré que su prometida encontraría el parecido con sus ojos.  Ya sabe que un hombre, siempre mira a los ojos de una dama. – Le serví una taza de té y la dejé en la mesita de noche.

-Y es de un caballero pensar en ellos. – Sonrió. – Me gusta lo que has escogido.  Me pregunto qué escogerías si te pidiera que buscaras algo para mí.

Miré hacia abajo.  Una golpe de calor se formó en mi pecho y casi tuve que llevar mi mano a él para alivianarlo. – No podría hacer tal cosa correctamente, Joven Amo.  Soy un sirviente.  Mis gustos son burdos al lado de la exquisitez de los suyos.

-Tonterías.  Tus gustos son incluso mejores que los míos. – Ciel sonrió y dejó la cajita en su mesa, justo al lado del té. - Ahora vísteme.  Tengo cosas que hacer. – Tomó la taza y bebió un sorbo de té.

-Pensé que le gustaría hacerlo solo. – No iba a dejarle descansar tan fácil después de lo de ayer. – Tomó un baño solo al fin y al caso.

-¿Y eso te molesta? – Me retó, sonriendo cinicamente. - ¿Te hace sentir inútil? – Otro sorbo más al té.

-No.  En lo absoluto pero, encuentro extraño el que no haya requerido de mi ayuda.

-Digamos que necesitaba estar lejos de todo y de todos. – Enunció esa última palabra con severidad.

-Entiendo. – Mis manos fueron de su camisa a su corbata, sus calcetines, su chaqueta y sus zapatos. Se veía diferente esa mañana.  ¿O era yo quien le veía diferente?

Salimos de la habitación, Ciel había terminado con su té de la mañana y, ahora, se dirigía a su oficina.  Él ahí y, yo a la cocina.  No tenía mucho tiempo hasta que la visita llegara, por lo que en cuanto él cruzó la puerta, yo desaparecí.

En la cocina se encontraban Maylene, Bard y Finnian.  Tanaka estaría en el Cuarto del Mayordomo en ese momento, poniéndose al día con las cifras de administración de la mansión.  Extrañamente, el presupuesto de cubertería era relativamente alto.  Bien, no puede lucharse con cualquier cosa.

-Maylene, Bard, Finnian. – Dije, mientras ellos formaron una fila frente a mí. – Cada uno deberá encargarse de una parte del trabajo hoy porque nuestro amo tiene que lucirse frente a su prometida en este día. – Observé que los tres estuvieran atentos y continué. – Maylene, busca la mejor vajilla francesa.  Lávala, sécala y luego, coloca los platos en el carro del buffet para que pueda poner la mesa.  – La pelirroja asintió. – Finnian, asegúrate de cortar las rosas más frescas que encuentres y déjalas en la mesa de la cocina.  Yo llegaré luego para encargarme del arreglo. – Éste asintió y se marchó.   Finalmente me dirigí a la mayor de mis pesadillas, si es que tal cosa podía darse. – Bard, quiero servir unos emparedados de jamón serrano en el almuerzo, ¿crees poder preparalo sin echarlo a perder?

El rubio se picó la cabeza. ¡Vaya problema! – Claro, señor Sebastián.  Haré lo mejor que pueda.

-De acuerdo. – Era mejor que nada.  Le dejé para que comenzara y fui al comedor.  Tenía que limpiarlo y vestir la mesa. Era preciso que me esmerara en eso último. 

Limpié rápidamente y, me entretuve buscando un mantel que tuviera detalles de encaje, de preferencia color rosa para añadir un toque dulce a esa fecha. Encontré uno que se asemejaba a lo que necesitaba y lo coloqué.  Alisándolo cuidadosamente para que quedara perfecto.  Bocchan estaría complacido con esa mesa cuando viera el arreglo en el centro y la platería que tanto le gustaba.

Noté que Maylene venía caminando con las cajas de la platería pero, nada me preparó para lo que vendría y, sé que pueden acusarme.  Jamás debí confiar en una sirvienta como ella. 

No pude evitar estremecerme en el momento en que escuché el ruido de la platería cayendo al suelo. - ¡Ah! – Gritó, tropezando con los cordones de sus botas.  Iba a caer sobre la porcelana rota cuando le atrapé. – ¡Perdóneme, señor Sebastián! – Chilló.

Mi aura demoníaca fue difícil de contener cuando vi los pedazos de la mejor vajilla de la familia Phantomhive en el suelo. - ¡Retírate de mi vista! ¡Trae una escoba y limpia esto!

-Sí, sí… ¡Ahora mismo! – Exclamaba mientras corría.

Me giré, llevando una mano a mis sienes que estaban a punto de explotar.  Y abrí los ojos para algo peor.  Finnian me miraba horrorizado. Seguramente había contemplado la escena con Maylene y, las rosas muertas que sostenía en sus manos no eran exactamente un buen augurio.

-Están muertas.  El fertilizante era demasiado fuerte. – Dijo en un hilillo de voz.  Su rostro en una mueca de completo terror.

-¿Todas? – Pregunté, aún esperanzado que quedara algo.

-Todas. – Respondió, sin poder cambiar la expresión de su cara.

-Bien.  Pensaré en algo. – Dije más para mí mismo un segundo antes que la explosión de la cocina me lanzara al suelo. – Bard… - Mascullé pero, no tuve tiempo de más.

-¡Sebastián! – Ese grito tenía escritas todas las acciones de lo ocurrido con los sirvientes. Y, era mejor que me viera rápido porque, el segundo grito sería mucho peor.

-¿Sí, Bocchan? – Me asomé a su estudio.  Ciel estaba bufando prácticamente.

-Entra y cierra la puerta. – Espetó, apenas capaz de contener su rabia.

Obedecí y me aproximé a su escritorio. – Puedo explicarlo. – Pero una bofetada de su parte me hizo quedar callado.  Bajé la cabeza y me arrodillé. – Perdóneme, juro que puedo arreglarlo.

-¡Y es mejor que lo hagas pronto! – Exclamó. - ¡Estoy cansado de tu ineptitud!

Eso sí me ofendió profundamente. - ¿Ineptitud? – Me puse de pie y le enfrenté con la mirada. – He hecho todo cuánto me ha pedido y, ¿esto es lo que obtengo a cambio? – No sabía qué sucedía conmigo en ese momento pero, era claro que el golpe que recibí lo había desatado.

-¿Cómo te atreves a levantarme la voz? – Ciel alzó la mano y me golpeó una vez más. - ¡Cállate y lárgate!

-Renuncio. – Murmuré.

-¿Qué has dicho?

-Renuncio.   ¡Nuestro contrato termina aquí y ahora! – Algo dentro de mí clamaba por esas palabras. – Terminaré con mis labores y me marcharé para el final del día.

Y no le dejé decir una palabra más.  Me di la vuelta y regresé a lo que estaba haciendo. 


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