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Magnífica Obsesión por Sebastian M

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14 de febrero de 1890

-Vamos, ven y toma una copa conmigo. – Las palabras de Ciel quebraron el silencio que se había formado entre ambos.  Pretendiendo que ese beso no había existido o, sencillamente restándole importancia. – Si va a ser tu última noche aquí, hazla valer la pena. – Su ojo azul chocando contra mi mirada. ¡Ah! Ciel no necesitaba de ambos ojos para hacer a cualquiera percibir su aire de realeza.

-Se lo agradezco pero, sabe muy bien que no es de mi gusto el probar bebidas humanas. – Le atajé, mientras su mano sujetaba mi muñeca, buscando que le siguiera en sus pasos.

-¿Alguna vez has probado el brandy? – Inquirió, con esa mueca burlesca que era tan característica suya.

-No, Bocchan.  Como sirviente que siempre he sido, eso nunca ha estado a mi alcance.

-¿Qué otra cosa no ha estado a tu alcance, Sebastián? – Su mirada radiante de curiosidad y, a la vez, conociendo casi por inercia lo que respondería.  

-Licores, cigarrillos, dinero… - Musité, intentando recordar todo lo que me había sido negado en su momento.

-Encuentro, entonces, estúpido el que hayas rechazado lo que antes te ofrecí. – Dibujó una sonrisa en sus labios. – Ven.  Quiero que pruebes esto.

No pude negarme.  Mientras estuviese a su servicio, debía obedecer cada una de sus palabras y, para ser honestos, comenzaba a flaquear en mi decisión de abandonarle.  Cada vez que le veía, no fallaba en encontrar el atractivo de esa alma suya.

Fuimos a la “Habitación para Fumar”. Ciel se acercó a uno de los gabinetes, sacó una botella de Brandy y dos copas.  De inmediato fui a su lado, no creía que mi amo fuese capaz de servir algo sin derramarlo. – Permítame ayudarle.  – Dije, tomando la botella y sirviendo en ambos cristales.

Ciel alzó una de las copas y me hizo un gesto para que le imitara.  Deslizó dos dedos debajo de la base, sosteniendo el cuerpo de la copa en su palma mientras daba una olisqueada al licor. – Pruébalo. – Susurró.

Imité sus acciones y bebí un sorbo.  Era muy distinto de cualquier otra cosa que hubiese probado antes.  Tenía un gusto dulzón, un calor que quemaba las papilas gustativas pero, que a la vez, te hacía desear un poco más. – Está muy bueno. – Incapaz de encontrar las palabras correctas que describiesen lo sublime del licor.

-Es mi favorito.  – Otro sorbo a la copa del Brandy.  Encaminó sus pasos a su butaca favorita y yo, me erguí correctamente, colocando mis pies uno al lado del otro.  Ciel alzó la vista a mi estática postura. - ¿No vendrás?

-¿En verdad quiere que un sirviente se siente con usted? – Dirigí mis pasos a la butaca que estaba frente a él.  Una mesa de centro con un juego de ajedrez desordenado nos separaba.  Repentinamente, sentí la urgencia de arreglarlo pero, él se habría molestado.

La mirada de mi amo se paseó por el juego y, una idea llegó a su mente.  Lo sabía porque ese destello que surgió de su ojo era un claro designio. -Cuando los hombre negocian tienen que sentarse, ¿o no? – Una sonrisa maliciosa surcó su rostro. – Te he ofrecido todo cuanto he podido pero, nada parece convencerte de quedarte más allá de esta noche.  Me pregunto, ¿podría un reto hacerte quedar?

Había un truco en sus palabras.  Lo presentía pero, nunca decía “no” a un reto. – ¿Qué clase de reto sería ése?

-Una partida de ajedrez.  Si ganas, puedes marcharte al rayar el sol pero, si pierdes, tendrás que quedarte conmigo y, ser el más humilde de los sirvientes sin jamás volver a contradecir una orden mía, hasta que nuestro contrato se cumpla. – Había terminado su copa, por lo que la dejó en una orilla de la mesa del centro. - ¿Qué dices?

Terminé la mía y la senté de igual forma. – Acepto. – Mi rostro se curvó en una sonrisa. – Espero recuerde que he vivido casi tanto tiempo como el mundo.

-Y yo espero que recuerdes que jamás he perdido un juego de ajedrez. – Su tono cortés y a la vez directo. - ¿Estás listo para ser mi esclavo en todo lo que guste?

No respondí. ¿Acaso no era yo su esclavo ya?

Ordenamos las pieza. Él uso las negras y yo las blancas.  Su primer movimiento fue tomar a un peón y moverlo dos espacios al frente.  Parecía tan seguro de sí mismo que me tomé un par de minutos antes de decidir mi primer movimiento.

-Sabes, Elizabeth quiere organizar un baile para beneficencia. – Dijo, empapando el silencio con aquellas simples palabras.  Ciel no tomaba en serio ese juego, para él era rutina y, eso me fastidiaba profundamente.

-¿Y Bocchan está de acuerdo? – Pregunté, haciendo mi siguiente movimiento.

Él sujetó una de sus torres y pensó un poco. – No.  Pero, perfectamente sabes que cuando a Elizabeth se le mete algo en la cabeza es imposible sacárselo. – Cubrió su turno y me miró. – Me pregunto si tendré que hacerlo solo.

Miré hacia mis piezas y me di cuenta que aquello parecía un caso bastante perdido. Tomé una pieza al azar y la moví.

-Jaque Mate. – Pronunció Ciel, botando mi rey del tablero con el suyo. Una sonrisa apareció en su rostro.  Algo que no era común en él.  Sin embargo, era agradable.

-Bien.  Creo que he perdido. – Musité, observando el pequeño espectáculo, incapaz de hacer cualquier cosa.  Apreté los puños por debajo de la mesa.  No quería que notase lo mucho que me fastidiaba el tener que continuar a sus servicios. “¡Maldito mocoso!” gritaba en mi fuero interno.

-Y yo creo que es momento que laves las copas que utilizamos, las guardes y te prepares para mañana. – Dijo Ciel, levantándose de su asiento. ¡Ese andar pausado y coqueto que me aniquilaba los nervios! ¡Estúpida lealtad que no me dejaba lanzarme sobre él y arrancarle esa alma que me atraía tanto!

-Como ordene, Joven Amo. – Me puse de pie y tomé las dos copas de la mesa.

-¿No te molesta haber perdido? – Se giró, apoyando en la orilla de su escritorio tanto sus manos como parte de su trasero.

-No. Yo acepté jugar con usted de esa manera.  Tenía que estar preparado para ganar o para perder.

-Me parece excelente.

-¿Quiere que le prepare para dormir antes de lavar esto? – Señalé las copas con la mirada.

-No.  Tómate tu tiempo. Yo iré a mi habitación.

No mediamos más palabras.  Yo me retiré y él se marchó a su habitación.  La sangre aún me hervía. ¿Cómo pude perder?  Internamente, yo sabía porqué había perdido.  Me había quedado absorto en Ciel por un instante.  No en sus ojos, ni en su cuerpo.  En él.  En todo lo que Ciel encerraba.  Él era todo lo que yo no era capaz de comprender completamente. 

Mientras lavaba las copas me di cuenta que mi Joven Amo había rebajado su orgullo por mí.  Habíamos hecho una apuesta, era verdad pero, antes de eso, Ciel intentó convencerme con todo lo que tenía.  Su dinero, su persona… No puedo negar que ésta última me había casi hecho dar mi decisión a torcer.

Una vez terminados los oficios domésticos, me encaminé a su habitación.  Sería mejor que me cerciorara que todo estuviera en orden.  Empujé la puerta con delicadeza y eché un vistazo al interior.

“Ngh… Sebastián…” Reconocí mi nombre en medio de aquellos suaves gemidos y, decidí espiar un poco más de cerca.  Ciel estaba sentado en la orilla de la cama, dándole le espalda a la puerta.  ¿Era mi idea o estaba otorgándole un poco de placer a su masculinidad? Una parte de mi ser se saboreó ante semejante acción.  ¡Tan descarada y descuidada!

Lo peor era que ni siquiera estaba complaciéndose sino que, por el contrario, atisbaba sus deseos para luego, cesar sus movimientos.  Se traicionaba él mismo, se castigaba y probablemente se decía que lo que hacía estaba mal. Aquella escena estaba haciendo que la derrota comenzara a saberme bien. 

No obstante, cuando sentí que mi entrepierna respondería a los estímulos visuales que estaba recibiendo, me alejé de inmediato.  No podía permitirme semejante cosa.  Jamás había caído frente a un humano y, Ciel no sería la diferencia, por muchas molestias y extraños dolores que me causara su persona.

 

 

15 de febrero de 1890

La mañana siguiente transcurrió sin mayor novedad.  Ninguno de los sirvientes se enteró de mi intención de abandonar la mansión y, no fue Ciel quien les participara del asunto.  Preparé desayuno, almuerzo y cena.  Un día completamente inútil que únicamente me hacía sentir el pesar de la derrota nuevamente.

No obstante, había algo en mi mente que no dejaba de rondar.  Esa escena que estaba escrita en letras rojas en mi cabeza.  La forma en que mi amo se congratulaba a sí mismo por su victoria.  Y entonces, me preguntaba, ¿estaría mal que un simple mayordomo disfrutara un poco de esa depravación que parecía crecer en el cuerpo de este niño que se transformaba en adolescente cada día?

De cualquier forma, una vez pasada la cena, me di cuenta que no tenía mayor oportunidad de molestarle.  Ciel había pasado todo el día trabajando y, no parecía tener intención en pedir algo que no fuese un baño tibio y una buena cama.

Claro que los mayordomos siempre debemos esperar por las últimas palabras de nuestro amo.  Es parte de un servidor de este tipo.

-Sebastián, ¿podrías ayudarme con algo? – Inquirió, justo en el momento en que terminaba el vino rosado con el que acompañó su postre.

-Por supuesto, Joven Amo.  ¿Qué necesita? – Me incliné para escucharle mejor, ¿o fue para estar más cerca de él? No estoy seguro.

-Quiero utilizar tu regalo. – Hizo un pausa.  Tal vez avergonzado por la solicitud. – Quiero que perfores mis orejas nuevamente.

Tragué en seco ante sus palabras.  No pude evitar que algo en mi interior se encendiera con eso. – ¿En verdad lo hará?  - Cuando Ciel se había comprometido formalmente con la señorita Midford se había desecho de los anteriores zarcillos que utilizara.  Según él, su prometida no vería con buenos ojos el que su futuro esposo usara algo similar a lo suyo el día de la boda y, por tanto, la perforación se había cicatrizado y perdido.

-Seguro. Tu regalo es de muy buen gusto y, no quiero desperdiciarlo. – Fue su único comentario.

Una vez terminadas las labores de recoger la mesa y lavar los platos.  Me encaminé a la “Habitación para Fumar”, llevaba una aguja, una toalla y cuenco con hielo.  Era curioso pero, la idea de tocar esa piel tan sensible me estaba poniendo algo nervioso.  Mentalmente preparándome para sus lágrimas.

-Al fin llegas. – Dijo desde su butaca, doblando la punta de la hoja del libro que se encontraba leyendo y, dejándolo a un lado, como si estuviese en el cosultorio de un médico. Y él medico acabara de arribar.

-Lamento la tardanza.  Tenía algunas cosas que dejar listas para no retrasarme en el desayuno de mañana.  No olvide que tendremos la visita del señor John Mackenzie; además, quiero que practique algunas piezas con el violín.  – Hablaba mientras colocaba la toalla en la mesa del centro, encima la aguja, me quitaba los guantes y, después, tomaba un trozo de hielo. – Acérquese.

Ciel se enderezó en su asiento, irguiendo su espalda para que me fuese más fácil alcanzar mi objetivo. – Más vale que Mackenzie me traiga buenas noticias de la fábrica en París.  Últimamente, esa fábrica no ha hecho otra cosa que acarriarme problemas. – Asentí, acercando el hielo al lóbulo de su oreja, provocándole un respingo.

-¿Se encuentra bien?

-Ah. – Se quejó. – No pongas el hielo.  Hazlo solo así.

-Le dolerá más. – Le advertí, retirando el pedazo de agua congelada.  Acto seguido, mi mano acarició su oreja. Esa piel suave que no quería lastimar.

Mi amo no obvió el contacto, quedándose inmóvil para percibir mis manos en su lóbulo, tan cercanas a su cuello. – No importa.  Hazlo doloroso, entonces.  – Extendió la cajita de los zarcillos, la cual había mantenido a su lado todo el tiempo, y me dejó tomar uno.

-Respire profundo. – Fue lo más que atiné a decir antes de colocar el zarcillo en mis labios.  Mis movimientos deberían ser rápidos, de lo contrario, le lastimaría más de lo necesario.  Tomé la aguja y sujeté el delgado trozo de piel con dos dedos.  Hundí la aguja sin piedad, hasta verla atravesar el lóbulo.  Un delgado hilillo de sangre corrió por el cuello de Ciel, quien apretaba los labios y los ojos para no llorar ni proferir un grito.  Era notorio incluso a través de su parche. Rápidamente saqué la aguja y la reemplacé por el zarcillo. – ¿Está bien, Bocchan? – Limpié la sangre de su cuello con la toalla y, él abrió los ojos.

-Estoy bien.  Solo me ha dolido un poco. – Y para que él aceptara que le había dolido era porque le había dolido terriblemente.

-¿Prosigo? – Pregunté, limpiando su sangre de mis propias manos.

-Tienes que hacerlo. – Masculló.  El dolor era algo que soportaba bien pero, a lo que no podía evitar molestarse.

De nueva cuenta tomé la aguja y perforé su otro lóbulo.  Esta vez, Ciel apretó los ojos pero, una lágrima escapó del ojo que estaba cubierto por el parche. Se apresuró a limpiarla, luchando porque yo no la viera.  Coloqué el zarcillo y limpié la sangre. – Está listo, Bocchan.

Ciel recostó la cabeza en el respaldo de su butaca, intentando mitigar el dolor.  - ¿Puedes quitarme los zapatos? – Preguntó, tratando de distraer su mente.

-Yes, my Lord. – Me arrodillé y desaté las cuerdas de sus zapatos para quitárselos. El rotó sus pies, intentando relajar sus tobillos. – Le ayudaré a sentirse mejor. – Musité, sacándole los calcetines para luego, tomar uno de sus pies y colocarlo sobre mi muslo.

-Esto es innecesario, Sebastián. – Masculló al sentir mis manos recorrer la planta de su pie.  Los ojos cerrados y la cabeza aún inmóvil.

-Olvídelo.  Usted solo relájese. – Mis dedos se encontraron con los suyos y, él los arqueó, inseguro del masaje que le brindaba.  Suavemente los hice volver a estirarse y, continué con mi trabajo. – Sus pies deben estar cansados de estar atrapados todo el día en esos zapatos. – Comenté.

-Tonterías. – Espetó, abriendo su ojo para verme.

Sujeté su otro pie y comencé con el mismo tratamiento.  - ¿No dijo que quería hacer de mí un completo esclavo? – Sisié.  Su mirada en la mía. – Creo que usted merece un poco de complacencias por parte de mi persona.  Después de todo, le desobedecí y lo reté. – Llevé su pie un poco más arriba e incliné la cabeza para morder suavemente la punta de su dedo mayor. – Además, no veo que le desagrade.

-Hmm… Sebastián… - Susurró olvidando por completo el dolor que le aquejaba antes.

Su piel suave que gustaba de un tacto tan sucio como el mío. – Dígame, Joven Amo. – Mis dedos se entretuvieron en su talón para luego plantar un beso en el arco de su pie.

-¿Cómo puedes tener unas manos tan suaves con todas las tareas que realizas? – Nuevamente cerró su ojo para mí.

-Soy un demonio. – Respondí, como si aquello fuese la mejor explicación a todo. – Mi cuerpo se conserva en perfectas condiciones. – Otro beso a uno de sus pies y, una ligera lamida al arco. Metí su dedo mayor en mi boca y lo succioné sensualmente.

-Hmm… - Ciel apretó los labios y, ahogó un gemido.  Lo sabía internamente. Sus piernas se estiraron, disfrutando del contacto y buscando más. No obstante, su mente lógica actuó en ese instante y, replegó sus pies de inmediato. – ¡Basta, Sebastián! – Protestó. - ¡Vuelve a ponerte tus malditos guantes y no me sigas fastidiando!

-Entendido. – Me comportaba como un gato y, no sabía si lo hacía voluntaria o involuntariamente.  Cogí los guantes de la mesa y me los puse nuevamente. - ¿Puedo llevarlo a su habitación? No querrá caminar descalzo y enfermarse.

-Cochino demonio. – Masculló él. – Yo puedo ir solo a mi habitación.  – Se puso de pie y anduvo descalzo hasta la puerta. – Si no tienes nada mejor que hacer, hazme el favor de limpiar mis pipas porque tienes semanas sin hacerlo.

Le dediqué una reverencia. – Como ordene, Bocchan.  Buenas noches.

Me miró con desconfianza. – Buenas noches, Sebastián.

“Lamentará haberme obligado a quedar, Bocchan.”, dije para mí mismo. 


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