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Incest por Laia16

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Notas del capitulo:

El manga/anime pertenece a Shungiku Nakamura ©

El chiste del día: ¿Qué es una sorpresa? :D

Una monja detenida --> "Sor" ---> "Presa" xDDD

Aquellos que capten el chiste de regalo unas galletitas ultra saladas hervidas y servidas por Usagi-san! :)

Besos, abrazos...dos cuerpos desnudos, uno de una mujer y otro de un hombre. Ambos se amaban completamente. Y después...la nada.

 

Despertó al oír la bendita alarma de su celular, le avisaba de la hora programada, solo eran las siete y media de la mañana, pero sin duda, esa mañana sería muy larga, sospechaba que nada bueno saldría de ese día.

 

Se dirigió al baño, donde había una gran y amplía tina blanca, la llenó de agua y espuma, le gustaba sumergirse entre pequeñas burbujas de jabón. Mientras la tina se llenaba, preparó una toalla y un albornoz. Volvió asomarse en la tina y la vio llena hasta la mitad, con la temperatura ideal, ni muy fría ni muy calienta. Poco a poco se fue sumergiendo entre agua y burbujas blancas, con cuidado de que el agua no saliera ni se desparramara de la tina. El agua le cubría hasta medio pecho, dejando sus hombros al descubierto. Movió su brazo hasta alcanzar un pote de sales, sin dudarlo, dejó que las sales de aromas afrodisíacos cayeran dentro el agua. Perfumando también el baño por completo. Se reclinó un poco más, echando la cabeza hacía atrás, disfrutando de ese baño matutino. Con pereza, se talló los ojos, recién había despertado y por desgracia no podía seguir durmiendo ni entretenerse demasiado con aquel delicioso baño. Largo un suspiro de enojo y resignación.

Sin más dilación, se enjabonó el cabello y el cuerpo, quitando de su cuerpo los restos de jabón y espuma con agua fría, pues necesitaba despejarse por completo. Tomó la toalla y la ató a su cadera, después se cubrió con el albornoz.

Caminó de regreso a su habitación, tomó una corbata negra, pantalón negro, americana negra y camisa blanca. Se vistió con agilidad y rapidez, echando de vez en cuando, una ojeada al celular. Ocho en punto. Le había demorado media hora bañarse y vestirse, el tiempo se le echaba encima.

 

Salió de su habitación y regresó al baño para contemplar su aspecto, tomó un peine y se peinó el cabello hacía atrás, de una manera más formal. Recordó que su imagen aún no era perfecta. Regresó por segunda vez a su habitación y se acercó a su mesita de noche, abrió un cajón y sacó de ella una pequeña cajita color azul oscuro. La abrió y tomó de ella un alfiler de corbata, la ajustó a su negra corbata. Por fin podía sentirse satisfecho de su imagen. Por último antes de salir de casa, se puso unos calcetines negros y zapatos formales del mismo color. Tomó unos papeles que había dejado en su despacho y salió corriendo. Esperó el ascensor pero para su desgracia, se hallaba averiado, por mas que sintió pereza, tuvo que bajar más de diez piso a pie, bajó planta tras planta, saltando los escalones dos en dos. Hasta que llegó al parquing del edificio. Su muy querido auto lo esperaba, con un color rojo brillante, muy llamativo pero muy propio de él. Le gustaba demostrar que tenía dinero, que podía disfrutar de cualquier lujo o antojo, y ese precisamente, había sido uno de sus primeros antojos. Lo cuidaba como a un hijo o mejor que a un hijo. Siempre procurando no arañarlo, no ensuciarlo, lo lavaba cada fin de semana, su coche era su vida, su amor, su pasión. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, quitó la alarma con el llavero. Se acercó un poco más y abrió la puerta del auto. Se subió y dejó su maletín en el asiento del copiloto. Puso la llave en el switch y el motor no tardó ni dos segundos en reaccionar.

 

Durante todo el camino, estuvo pensando en el discurso que iba a dar, deseaba y esperaba que no hubiera demasiada gente, odiaba las multitudes.

Cuando llego a su destino, aparcó el coche lo más cerca que pudo de la entrada, tomó su maletín negro y bajó del auto. Caminó con extrema lentitud, tampoco le entusiasmaba la idea de ser el “primer invitado” en llegar. Alzó la vista y entonces lo vio. Aquel letrero con esas letras del mismo color que su traje hicieron que tuviera un escalofrío, que le recorrió de pies a cabeza. “Tanatorio”. Un tanatorio occidental, con arquitectura occidental y moderna, no clásica y tradicional japonesa.

Entró asustado, no sabía lo que se iba a encontrar. El lugar estaba muy bien iluminado, paseó por el pasillo, buscando aquel apellido que le traía tan amargos recuerdos. El lugar estaba lleno de salas, algunas tenían la puerta abierta, dejando entrever a las familias de los difuntos, otras permanecían con la puerta cerrada, de fondo un coro de lamentos, dolor, perdida y llantos podía ser escuchado. Pero su semblante no cambió en ningún momento, quería mantener el tipo, aunque por dentro, no dejaba de temblar, pero ante todo, quería mostrar indiferencia y frialdad. Camino unos pocos pasos más y al final lo encontró, la última sala de aquel lugar. El apellido, Takahashi. La puerta estaba abierta, sus ojos se clavaron en la pequeña figura de un infante, que también intentaba no perder la compostura, con un pequeño ramo de rosas blancas y negras, vestido completamente de negro, sus ojos lo delataban, sus diminutos pies inquietos demostraban su ansiedad, su nerviosismo. Se preguntó que hacía un menor en un lugar como ese, parecía el espectro de un niño difunto, tan pálido, tan pequeño y tan indefenso.

Por un momento, sus pies dudaron en acercarse al menor, pero ahora ya no podía dar marcha atrás.

 

-  Disculpa...¿es esta la sala del velorio de Takahashi Takahiro? - preguntó el adulto con voz potente

El menor no le contestó de inmediato, alzó su mirada hacía el adulto, mostrándole sus verdes ojos, redondos, húmedos por el llanto que intentaba contener. De largas y finas pestañas.

 

-  Sí – fue la única respuesta que recibió del menor.

 

El adulto tampoco dijo nada más, solo esperó de pie, pues suponía que vendrían más familiares o compañeros del difunto. Pero los minutos pasaban y nadie venia. Solo estaban él y el pequeño niño, que seguía sentado en silencio sin mover un musculo. Aburrido y sin saber muy bien cómo entablar una conversación con aquel niño, se acercó a ver el féretro del difunto, Takahiro. Su rostro había sido cubierto de lo que parecía ser un pañuelo de lino blanco, quizás habían cubierto el rostro del fallecido para no impactar al menor. En realidad no tenía claro que hacía allí, pues aunque el difunto había sido su amigo, últimamente casi habían perdido el contacto y si se entero de su muerte, fue gracias a los noticieros de la noche. Suspiró intentando aliviar su aburrimiento, casi estaba por irse, pero en ese momento entró una muchacha, joven y hermosa, vestida también con un traje negro, la falda llegaba hasta un poco más abajo de las rodillas, como dictaba el protocolo. Con medias y zapatos sin tacón del mismo color que el traje. El ambiente era tenso, pues la chica lloraba a mares intentando hacer el mínimo ruido posible, secando de vez en cuando, sus lagrimas con un pañuelo.

 

-  Manami, sabías que estaba enfermo – dijo el menor solo moviendo sus labios, sin cambiar su pose ni su semblante

 

-  ¡Era mi prometido! - gritó desesperada y destrozada la chica

 

Pero el menor no le respondió, siguió en completo silencio. El velorio se completó a las doce en punto del medio día, le siguió una misa y finalmente el entierro, donde la chica cargaba al menor entre sus brazos.

El adulto solo estuvo en silencio, presenciando todo sin decir ni hacer nada. Se sentía como un extraño en aquel lugar y en aquel momento.

Al finalizar toda la ceremonia de entierro, se presentaron dos adultos, sus semblantes eran fríos e indiferentes, ajenos a la desgracia y al dolor que se respiraba en aquel lugar.

 

La chica a la que el menor había llamado Manami entregó al niño a ese par de adultos, fue entonces cuando el pequeño se puso nervioso y se negó a ir con aquellas personas, llorando y gritando de manera descontrolada, tirándose al suelo y aferrándose al césped verde y fresco del cementerio. Pero nada podía hacer contra la fuerza de dos adultos, quienes lo cogieron entre ambos y se retiraron del lugar.

El adulto dio el pésame a la prometida de Takahiro y también se retiró.

 

Al llegar a casa, recordó otra vez el sueño que había tenido la noche anterior, solo recordaba vagamente partes de aquel sueño, la silueta de dos personas, los rostros difuminados, no entendía el significado de aquel sueño, quizás en realidad no quería significar nada, pero de todas formas se sentía intranquilo. Se dejó caer de espaldas encima de su cama, se aflojó el nudo de su corbata y se quedó completamente dormido.

 

Otra vez se repetía el mismo sueño, dos jóvenes, haciendo el amor...y volvía a despertar en el mismo punto que la vez anterior. Necesitaba quitarse ese peso de encima, se puso en pie, bajó las escaleras de su duplex y se acercó al teléfono inalámbrico. Marcó el número de su amigo.

La voz de su amigo llegó hasta sus oídos.

 

-  ¿Qué ocurre? - preguntó yendo al grano su amigo, pues solo lo llamaba cuando algo le preocupaba o inquietaba

 

-   ¿Acaso no piensas primero saludarme? - preguntó con burla

 

-  Usami Akihiko solo llama cuando algo malo ocurre, ¿qué es esta vez? ¿otra vez tu computadora no te responde? ¿no encuentras con quien acostarte?

 

-  Hoy no te vi en el funeral de Takahiro – le cortó Akihiko de improvisto

 

-  No me encuentro muy bien, tengo fiebre y tampoco es que fuéramos íntimos, no me gustan los funerales – le respondió con sequedad su amigo – pero espero que pueda descansar en paz

 

-  Takahiro ¿tenía un hijo? - esa pregunta era por demás tonta y muy absurda, de ser así, era casi imposible e improbable que no lo supiera ni el mismo, pero de todas formas, necesitaba formular aquella pregunta

 

-  ¡¿Un hijo?! Por supuesto que no, pero supongo que te refieres a su hermano menor, a estas alturas, los de servicios sociales deben estar haciéndose cargo de él, apenas me hablaba de ese niño, pero sé que era muy querido por su hermano, era su única familia

 

Con eso todas sus dudas fueron aclaradas, ese niño era el hermano de Takahiro, colgó la llamada, pues no tenía nada más que preguntar. Todo lo que necesitaba saber ahora ya lo sabia. Pero aún así, había algo que lo mantenía inquieto. Se preguntaba por qué se sentía de ese modo, pero no lograba encontrar la respuesta a su inquietud. Con el pasar de los minutos, su mal humor iba incremento. Entonces volvió a recordar una aventura que había tenido cuando solo era un adolescente, fue una especie de flash-back, un déjà vu.

 

Recordó a una mujer, la madre de Takahiro, su única y primera aventura con una mujer, solo tenía catorce años, su mejor amigo había salido a comprar una bolsa de snacks, un aperitivo para ambos, se encontraba a solas con su madre y apenas recordaba que ocurrió después, solo recordaba escasos segundos de ese encuentro, recordaba que había tenido relaciones con esa mujer, pero no recordaba nada más, nunca se volvió a repetir otro encuentro de la misma índole. Pero no entendía por qué de repente recordaba aquel encuentro, quizás por qué acababa de regresar del funeral de Takahiro. No lo sabía, no comprendía su propia mente.

Miró sus manos y las notó más frías de lo normal, por eso odiaba ir a funerales, siempre terminaba recordando los peores momentos que había vivido con el difunto.

 

Pensó en prepararse algo para comer, quizás así dejaría de estar pensando en sandeces, de todas formas ¿a que venían ahora esos recuerdos? No tenía ningún sentido recordar aquello.

Se dirigió a la cocina y sin saber muy bien que preparar, solo tomó un jugo de naranja.

Después de tomar el jugo, lavó el vaso y se dirigió a su despacho, tenía mucho trabajo acumulado.

Entró en su despacho y tomó asiento delante de su computadora, dispuesto a seguir con la novela que aún estaba a medias, escribió poco más de dos lineas, pues su teléfono comenzó a sonar de manera estridente, reclamando ser atendido.

De mala gana se puso en pie con la intención de atenderlo, bajó las escaleras del penthouse.

Descolgó el teléfono y atendió la llamada, cubriendo su boca con su mano pues un bostezo le sobrevino.

 

-  ¿Aló? - preguntó Akihiko a su interlocutor

 

-  ¿Señor Usami? - se escuchó una voz femenina – soy Yumiko Akikae, asistenta del grupo Metropolitano de Tokio para la infancia, de servicios sociales – se presentó la mujer con voz muy refinada

 

-  Sí...¿ocurre algo? - preguntó extrañado Akihiko sin entender muy bien esa llamada

 

-  ¿podría usted acudir mañana a las diez y media a las oficinas de servicios sociales? Hay un tema que nos gustaría discutir con usted, es urgente

 

-  ¿Perdón? Lo siento...no entiendo que ocurre – respondió Akihiko, cada vez, entendía menos esa llamada, la cual no tenía ni pies ni cabeza, carecía de sentido, pues el departamento de la infancia jamás llamaría a un hombre que no tenía ni hijos ni ningún menor a su cargo

 

-  Lo discutiremos mañana por la mañana, es un tema muy extenso y complicado de detallar, por favor, acuda mañana a nuestras oficinas – la mujer esperó unos segundos a recibir la respuesta del hombre

 

Akihiko no respondió, colgó la llamada un poco asustado, sin comprender esa situación, no sabía por qué lo habían llamado, por qué era el departamento de menores, no entendía absolutamente nada. Pero sospechaba muy en su interior que algo muy malo estaba por venirle, algo que no sería un asunto sencillo ni fácil de atajar. Con preocupación en su mente y ya cansado de escribir su novela, se recostó en su sofá.

 

A la mañana siguiente, Akihiko se presentó dos horas antes en las oficinas de servicios sociales, todo era un caos, la mujer que lo atendió por teléfono ese día libraba y en su lugar había un joven inexperto que aún no tenía listo su informe, ni siquiera sabía donde lo había dejado su compañera de trabajo. Ese caos le recordó a los pobres editores de la editorial Marukawa, sencillamente era caótico. Con un suspiro de resignación se limitó a guardar silencio y esperar.

Por fin, después de unos 15 o 20 minutos, el despistado joven que lo atendía encontró su informe, le hizo seguirle hasta un despacho para poder hablar con más privacidad. Cuando ambos se encontraban solos, el carácter del inexperto y joven muchacho cambió a un semblante serio.

Ambos tomaron asiento uno frente al otro con una gran mesa entre los dos, el joven dejó el informe encima la mesa y comenzó hablar, abriendo el informe por la segunda o tercera pagina.

 

-  Señor Usami, desde la muerte del señor Takahashi Takahiro, el pasado lunes día 13 de febrero, hemos hecho un seguimiento al hermano menor del señor Takahashi, Misaki Takahashi, durante estos días nos hemos hecho cargo del menor, el cual consta que tiene diez años, pero...recientemente y ah raíz del seguimiento del informe de Misaki, como decirlo, hemos descubierto ciertas incongruencias, Misaki figura en todos los documentos con los padres: Natsu Takahashi por parte de madre y Daichi Takahashi por parte de padre, pero en el testamento de la difunta Natsu, confesó que su padre era “U.Akihiko” naturalmente, solo disponemos del nombre del padre y no su apellido, por eso buscamos y buscamos entre las relaciones y amistades de la familia Takahashi, solo usted puede ser el verdadero padre de ese niño, ahora no tiene ningún familiar directo que pueda hacerse cargo del pequeño, por eso, es el mejor momento para tomar su parte de responsabilidad

El joven hizo una pequeña pausa y tomó una bocanada de aire

 

– Es un asunto muy sensible, el niño aún no sabe nada de esto, sencillamente desconoce que usted sea su verdadero padre, naturalmente y para asegurarnos al cien por cien, podemos hacer una prueba o un test de ADN y comprobar la última confesión de la señora Natsu

 

Akihiko sintió que todo le daba vueltas, de repente un hijo había aparecido en su vida, un hijo el cual siempre había creído que era el hermano menor de su mejor amigo, eso sonaba a absurda comedía americana, sin sentido, sin pies ni cabeza, absurdo. Jamás se había acostado con la madre de su amigo, además, de ser cierto ¿por qué siempre esa mujer le ocultó la verdad? Ese niño seguramente ni querría ir con él, no conocía en absoluto al pobre desdichado y huérfano niño, de hecho, ni le importaba lo que fuese de su destino. Solo deseaba marcharse corriendo de aquel lugar y esconderse en cualquier monte. Miró sus manos y se dio cuenta que estaban bastante sudadas, temblaba ligeramente.

 

-  Y ahora...¿donde está ese niño? - preguntó por simple curiosidad Akihiko

 

-  En un orfanato estatal, los tramites no serán sencillos y antes de poder llevarlo a su casa, deberá usted firmar ciertos documentos y autorizaciones, también como dije, deberá someterse a un test de ADN y comprobaremos si ciertamente ese niño es su hijo, por si acaso, la próxima vez, venga con un abogado o un letrado que pueda aconsejarle, por hoy, no tengo más información

 

Akihiko se puso en pie al mismo tiempo que lo hacía el otro joven, el joven lo guió hasta la sala donde anteriormente había estado esperando.

 

-  Espere unos minutos aquí, are copias de este informe y le daré uno para que pueda entregarlo a su abogado – el joven hizo una leve reverencia

 

Mientras, el joven escritor no podía entender absolutamente nada ¡¿un hijo?! Odiaba los mocosos, no se imaginaba a él mismo haciendo de padre, comprando ropa para un mocoso, bañándose con un mocoso, seguramente incluso ese niño era muy feo, intentó sonreír a su propia mala suerte. Y sin darse cuenta ni percatarse de nada, el joven volvía a encontrarse parado frente a él.

 

-  Señor Usami, esta es la copia del informe que nosotros tenemos, lo espero a usted y a su letrado el próximo viernes – dicho esto, se despidió con otra inclinación

 

Akihiko tomó los papeles entre sus manos sudorosas y nerviosas, se despidió con una cortés reverencia. De regreso a casa, se preguntaba como había podido suceder todo eso, cómo era posible que tuviera un hijo y ni siquiera lo supiera. Y ahora, diez años después de ese “desliz” se encontraba siendo el padre del hijo que la madre de su mejor amigo había tenido. Lo peor sería si su familia se enterase, seguramente no aceptarían un hijo bastardo engendrado fuera del matrimonio. Cuando llegó a casa, se sentó en el sofá y comenzó a leer despacio aquel informe, no había foto alguna de su supuesto hijo, solo algunos datos básicos, la edad y el lugar de nacimiento, todo lo demás era papeleo de relleno, bases y normas legales, etc. Por desgracia, no disponía de abogado propio, debería llamar al abogado familiar que llevaba los asuntos de todo el clan Usami. También debería hablar con su representante y editora, Aikawa para que estuviera al menos un poco informada, pues de otra manera, la prensa se le echaría encima. Dejó los papeles encima la mesa y se preparó un bol de ramen pre-cocinado. En verdad estaba muy preocupado y asustado, pero no podía hacer nada, aunque lo más practico era no aceptar la patria potestad del menor, tampoco era un monstruo que se atreviera a dejar a su propio hijo crecer en un orfanato.

 

Dos meses después

Los días habían pasado, y con cada segundo transcurrido su ya inestable carácter se tornaba más sombrío, “el gran día” había llegado, el día que conocería a su hijo, un hijo de diez años, al cual no conocía y jamás había visto, las piernas le temblaban, sus nervios le traicionaban, su mente estaba al borde del colapso total, desde hacía tres días, por las noches no pegaba ojo. Sentía una mezcla muy rara de sentimientos que lo llenaban: Miedo, ansiedad, curiosidad, sorpresa.

Subió a su auto y se dirigió a las oficinas de servicios sociales, allí sería donde conocería a su hijo por primera vez. Le había pedido a su propio abogado que no lo acompañara, pues quería estar solo al hacer el primer contacto con su hijo, no quería que el abogado aún le pusiera más nervioso, además y de todas formas, los tramites burocráticos ya habían finalizado.

 

Se había acordado previamente recoger al menor en el mismo orfanato del distrito de Tokio, pues era un lugar neutral para las dos partes.

Akihiko llegó bastante temprano, en verdad estaba ansioso y curioso por saber como sería su “hijo”.

Lo atendió Yumiko Akikae, la primera mujer que le informó sobre su posible hijo huérfano, lo guió por unos pasillos bastante largos y pobremente iluminados. Llegaron a un despacho, aunque en verdad era una pequeña sala, donde ya lo esperaba su hijo, totalmente vestido y arreglado, la sala era casi el único lugar de ese sitio que estaba lo bastante iluminado como para poder ver con claridad. El muchacho era bastante bajito, incluso aparentaba solo ocho o siete años, pero no diez años, también era muy delgado, quizás es que no lo habían alimentado bien en ese lugar. Vestía ropa deportiva de baja calidad, los bajos de los pantalones estaban descocidos y descoloridos, sus zapatos eran unas deportivas, pero su cabello estaba muy bien peinado.

 

-  Misaki, mira, tu padre ya ha llegado – le informó la mujer al muchacho para que alzara su rostro

 

Misaki, el pequeño niño, alzó su verde mirada y vio a su supuesto padre, pero no cambió un ápice su semblante serio y frío. No le dijo ni una palabra, se mantuvo en silencio.

 

-  ¿Misaki? ¿No estás contento? Ya podrás salir de aquí – siguió hablando la mujer, que parecía que hablase sola, pues padre e hijo solo se miraban, de manera muy fría y casi indiferentes

 

El niño saltó de la silla al suelo y se dirigió a donde estaba su padre, lo miró de arriba a bajo, pues le era casi imposible creer que ese hombre fuese realmente su verdadero padre, no se parecían en nada, ese hombre era muy alto, ojos violetas, cabello grisáceo y parecía ser el típico prototipo de hombre adinerado. Para nada iba a aceptar a ese tipo como su padre, era ridículo, absurdo. Para él, su única y verdadera familia era la familia Takahashi, ahora extinta, pues Takahiro, el único hijo del matrimonio de Natsu y Daichi. El apellido Takahashi había muerto. Pero fueron esas personas quienes le demostraron lo que era el verdadero amor, una familia, un hogar, un cariño. ¡No! No aceptaría jamás que ese hombre intentara ocupar y usurpar el lugar que por derecho era de Daichi Takahashi.

Pero la educación era lo que importaba en esos momentos, así que más por cortesía qué por placer, el niño, tomó la mano de su padre. Un contacto que fue frío, pues las manos del adulto estaban frías.

El pequeño sintió un escalofrío recorrerle toda la espina dorsal.

 

Por parte del adulto, tampoco estaba dispuesto a tolerar las tonterías y berrinches de ahora en adelante. Estaba más que dispuesto a marcar unos limites que por nada del mundo iba a permitir que el menor cruzase. Sería un padre estricto y exigente, pues no sentía empatía ni simpatía por ese mocoso que ahora entraría en su vida. Además, ese mocoso le recordaba la viva imagen de su madre, Natsu. Ojos verdes como ella, cabello liso y castaño igual que ella. Para nada se parecía a su frustrado amor Takahiro. Eso lo molestaba aún más, pues de haberse parecido a Takahiro, hubiera podido al menos, fantasear en secreto ¿no? Pero en cambio, ese niño era feo, delgado y bajito. Ese niño no podía ser en serio su hijo.

 

Después de varios minutos cruzando miradas desafiantes, comenzaron a prestar atención a la pobre mujer, qué seguía hablando sin parar aunque no era escuchada.

 

-  Entonces...Señor Usami, usted y su hijo pueden ya irse a su casa – la mujer que en ningún momento había dejado de sonreír se despidió de ambos hombres

 

Akihiko que apretaba con cierta rudeza la mano de su hijo salió del orfanato, la mujer los despidió en la puerta.

 

El escritor abrió la puerta de su deportivo rojo e hizo sentar al menor al asiento trasero para mayor seguridad, pero ese fue el primer problema que tuvo que afrontar.

 

-  ¡No pienso sentarme atrás como un bebé! ¡Yo iré sentado en el asiento del copiloto, delante! - protestó el menor con aires de grandeza cruzando sus delgados brazos y haciendo un especie de “berrinche”

 

Akihiko no le respondió, le valió poco las protestas del menor, lo tomó en brazos y lo sentó por la fuerza en el asiento trasero, cerrando con rapidez y brusquedad la puerta trasera. Luego subió él mismo en el asiento del conductor.

Al llegar a casa, el berrinche de Misaki aún era presente, seguía con sus sonrosadas mejillas hinchadas y sus brazos cruzados. Pero al ver el enorme apartamento de su padre, se fue relajando poco a poco.

 

-  A partir de ahora, tu no eres mi hijo, solo eres mi sobrino ¿de acuerdo? No quiero tener que dar explicaciones a todo el mundo – le comunicó el adulto sin prestar atención a su hijo

 

-  Yo tampoco quiero ser tu hijo, me gustaría tener otro padre y no un tipo como tú – le respondió a modo de ofensa el menor, la cual no fue escuchada y si ignorada

 

Misaki curioso, empezó a dar vueltas y mirar todo el apartamento, en verdad era bastante grande, al menos, en comparación con su antigua casa unifamiliar. Además, ese lugar parecía ser muy costoso, y por mucho que le fastidiase reconocerlo, debía admitir para si mismo, que estaba muy bien decorado, con los muebles justos, todo lucia muy elegante, propio de un hombre rico.

Caminó por el salón, subió las escaleras y fue abriendo habitación por habitación, hasta que encontró una habitación con una decoración distinta a las demás, estaba abarrotada de trastos y juguetes, parecía la habitación de otro niño, ¿quizás tenía un hermano menor y no lo sabía?

 

-  Oye tú, vejete, ¿de quien es esta habitación? - preguntó con curiosidad desde el segundo piso a su padre que estaba abajo preparando la comida

 

-  ¿Vejete?...- Akihiko miró a su hijo y vio que éste señalaba su habitación – es...mi habitación ¿algún problema? - el adulto se había puesto a la defensiva

 

-  Pensé que era de algún niño, es muy infantil...¿acaso eres algún tipo de pedófilo?

 

Misaki no pudo aguantar la risa y comenzó a reír desesperado, pues su padre parecía un hombre muy serio y formal y de repente descubría ese “lado oscuro” o “secreto”. No podía evitar reírse apretando con fuerza su pequeño estomago.

Mientras, Akihiko no hizo mucho caso a la risa de su hijo, aunque un muy leve rubor asomó en sus mejillas, pero lo supo disimular bastante bien.

 

Ese día comieron una especie de “patatas fritas”, bastante quemadas por fuera y crudas por dentro, pues el adulto no las había descongelado previamente. Acompañadas de un par de “huevos fritos” aunque estaban rotos y chorreaban demasiado aceite.

 

-  ¿Tampoco sabes cocinar? ¿Que clase de padre eres? - preguntó extrañado Misaki al ver el potingue que tenía frente a sus ojos, pero su estomago estaba impaciente y ansioso por comer algo, lo que fuese...

 

-  Lamento decirte que no sé cocinar, pero no me importara dejarte la cocina para ti, aunque claro, deberás vigilar no cortarte ni quemarte, tampoco soy enfermera – le advirtió de antemano pero en tono sarcástico

 

-  Tu solo eres un pobre inútil...es igual, me da asco, no me comeré esta porquería ni aunque estuviera ciego, esto apesta – protestó Misaki poniéndose en pie y dispuesto a irse, pero fue retenido por la fuerte mano de su padre que lo tomó del brazo

 

El adulto no pudo soportar tanta burla y tanta presión por parte de su hijo. Terminó por explotar.

Una fuerte bofetada fue directa al rostro del menor, quien en primer lugar le devolvió la bofetada y en segundo lugar, salió corriendo, subió las escaleras hasta el segundo piso y se encerró en la primera habitación que encontró, resulto ser el baño.

 

Misaki cerró de un fuerte golpe la puerta del baño y se deslizó por ella, después ocultó su lastimado rostro entre sus piernas, comenzando a llorar, pero intentaba con todas sus fuerzas, no gritar, pues no quería aparentar ser débil. Sabía que se había excedido, pero no pensaba que su padre fuera a golpearle con tanta brutalidad. Sus lagrimas demostraban su dolor pero también su impotencia. Había sido forzado a ir con ese hombre, al que para nada consideraba su padre. Odiaba su maldita desgracia. Quería y prefería vivir en el orfanato, pues allí todos eran iguales. Pero en ese lujoso apartamento se encontraba solo y fuera de lugar.

 

Mientras, Akihiko tampoco estaba de buen humor, la bofetada de su hijo no le había dolido tanto físicamente como psicológicamente. Pues no se imaginaba en ningún momento, tanto odio, tanto rencor y tanto rechazo por parte de su hijo. Su propia sangre se burlaba de sus gustos, su cocina, lo trataba de inútil, lo humillaba. Pero...¿acaso no era él así? Incluso podría decirse que él mismo hacía esos mismos actos con otras personas. Por lo tanto...No era tan distinto a su hijo.

 

El adulto subió las escaleras y tocó la puerta del baño con sus nudillos:

 

-  Tu habitación es la que está al lado de la mía, cuando quieras salir, sal – sin más, se dirigió a continuar con la novela que tenía pendiente

 

Misaki no respondió, pues se había quedado dormido detrás de la puerta con la cabeza aún apoyada en sus rodillas.

Ese mismo día por la tarde, cerca de las 18:25 el menor despertó, recordaba claramente la bofetada de su padre, pero ya no le dolía la mejilla, se sobó la parte donde había sido golpeada horas antes. Su pecho ardía, pues tampoco se esperaba esa reacción tan violenta por parte de su propio padre. Aunque en parte, entendía que se lo tenía bien merecido. Pues no había dejado de humillarlo en todo el rato. Se puso en pie y salió del baño, camino por el pasillo del segundo piso hasta que abrió la puerta de la habitación de su padre, lo vio recostado en la cama, durmiendo. Lentamente y con pequeños pasos, se fue acercando, hasta llegar a la cama. Se subió en ella y gateó hasta el cuerpo dormido de su padre.

Una idea le cruzó por la cabeza, acercó sus labios al oído de su padre y sopló delicadamente en su interior.

Contó mentalmente los segundos: 1...2...3..4..y...El adulto despertó sobresaltado, respirando agitadamente, un escalofrío le recorrió todo el cuerpo. Miró a ambos lados, encontrando a su hijo con una sonrisa en sus labios. Se sobó la oreja y lo miró con autentico odio, ese niño lo había despertado solo para fastidiarle. Pero no quería comenzar una nueva pelea con su hijo. Decidió restarle importancia al asunto.

Misaki se bajó de la cama y se dirigió hasta la puerta de la habitación.

 

-  Yo...l-lo siento, creo que fui un tanto maleducado – se disculpo sin girarse el menor y viendo fijo al suelo

 

Akihiko, aunque no estaba conmovido con la disculpa del menor, si la aceptó. Mentalmente pensó que sería un duro trabajo convivir con su hijo.

 

-  Disculpas aceptadas, por cierto...durante el mes anterior, estuve amueblando tu habitación, es la que esta al lado de la mía – le dijo Akihiko apartando de si las sabanas de la cama y poniéndose en pie

 

- Gracias, ahora voy a verla – le respondió Misaki saliendo de la habitación

 

El menor entró en su nueva habitación, estaba elegantemente amueblada, la cama parecía cómoda, tenía un escritorio, era espaciosa, y una ventana mediana. Le gustó, en verdad le gustó mucho. Con pequeños pasos se acercó a su nueva cama y se dejó caer encima. Tal y como lo imaginó, era bastante cómoda. Sin entender la razón, sus ojos comenzaron a humedecerse, ese lugar era “agradable”. Pero no era su verdadero hogar. En su interior, extrañaba su anterior hogar, aquella casita tradicional japonesa. Su verdadera familia eran sus padres y su hermano. Se preguntó cuanto tardaría en adaptarse a su nueva situación. Se giró y oculto su rostro en su almohada, acallando su llanto.

Notas finales:

Cada capítulo será actualizado puntualmente cada jueves a las 20:00.

 

Gracias por leer.


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