Sumi y Misaki caminaron por el centro de la capital. Los dos se habían divertido en cierta medida, puesto que Misaki había estado ignorando a su amigo. Pero eso a Sumi no le importaba y si le importaba, al menos sabía disimularlo bastante bien.
Un hombre con aspecto raro y gafas de sol, oscuras, les detuvo el paso.
- ¡Escuchar niños...¿queréis ver algo divertido?! - preguntó el desconocido a los dos menores
- Debemos regresar al colegio – le informó Sumi protegiendo a Misaki – No tenemos tiempo
- Pero es un lugar muy agradable y divertido – repitió el adulto – además, tu amiguito no a dicho que no...
- Tenemos prisa...nuestras clases de la tarde comenzaran pronto – se excuso amablemente Misaki con la cabeza gacha
- Que tiernos, bueno, es igual, si quieren seguirme son libres de hacerlo – dijo el hombre encogiéndose de hombros
Ambos niños se miraron por unos segundos: ¿Que debían hacer? ¿Ignorar al hombre de aspecto raro y marcharse o seguirle y saber que era ese lugar tan divertido? ¿Que vencería? ¿La prudencia o la curiosidad infantil de los muchachos?
Los segundos pasaban y se transformaban en minutos, haciendo impacientar al adulto. Pero los pequeños ya estaban decididos.
- De acuerdo...aceptamos – dijo Sumi al fin, sacando una socarrona sonrisa al adulto
Los tres caminaron un buen rato, fue tanto tiempo que volvían a estar cansados. Hasta que llegaron a una oscura calle, la cual ninguno de los dos muchachos conocía. El hombre les invitó a entrar en un local bastante extraño, por fuera lucía como un simple restaurante, pero por dentro era muy distinto. Había música muy alta, luces "LED" de varios colores.
El par de muchachos caminaron hasta un gran salón y lo que vieron casi les provoca un ataque de corazón. Un grupo de mujeres bailaban en un podium, una especie de plataforma. En medio tenía unas barras largas, donde ellas se subían y hacían autenticas acrobacias. Para mas inri, iban con poca ropa. Los chicos estaban desconcertados, pues eso era un club de chicas ilegal.
En Japón no podían existir ese tipo de lugar, era un prostíbulo en toda regla.
- No podemos estar aquí, somos menores de edad – susurró muy bajito Misaki a su amigo – Necesitamos irnos, ¡Debemos irnos! - casi grito asustado el pobre muchacho castaño
- ¡¿Que has dicho?! ¡No te oigo! - gritó en respuesta Sumi – La música está muy alta
Misaki se resignó, el hombre les invitó a tomar algo y aunque ellos no podían tomar alcohol, decidieron tomar un Martini. Después de tomar una copa les siguió otra y otra. Fueron tantas que incluso los menores perdieron la cuenta. Las mujeres “jugaron” con ellos, eran juegos inocentes, solo leves toqueteos y pequeños besos, en la mejilla y labios. Al transcurrir los minutos y transformarse en horas, las chicas comenzaron a cansarse, les aburría jugar con niños así que decidieron cobrarles la factura la cual los menores por supuesto no pudieron pagar en su totalidad.
Después de pagar la manipulada cuenta, los echaron del local, ebrios, desorientados y perdidos.
Caminaron sin saber muy bien hacia donde, apoyándose en el cuerpo del otro, tropezando de vez en cuando pero sin llegar a caer al suelo, soltando pequeñas carcajadas sin razón aparente.
Un policía que patrullaba esa calle los avistó, los detuvo y los llevó a comisaria, allí estuvo el agente intentando indagar como esos niños habían llegado a ese estado de embriaguez. Pero los menores solo atinaron a quedarse dormidos en esas incómodas sillas de la comisaria. Por lo que no pudo saber su dirección y mucho menos sus nombres. Por suerte ese policía era también un padre de familia y por ende sabía donde buscar información. Tomó la cartera de uno de los muchachos, allí había el carnet de la biblioteca a nombre de: Misaki Takahashi. Escribió el nombre de ese muchacho en la computadora pero no había resultados y aunque le extrañó, intentó con el otro niño.
Keiichi Sumi, buscó información y lo encontró. Era el hijo del respetado y premiado escritor Ryouichi Sumi, eso aún lo extraño mas, pues entendía menos aún la razón de que un padre tan famoso permitiera que su hijo cometiera semejante ridiculez al emborracharse.
Llamó al número de teléfono que aparecía en la computadora. Una voz masculina atendió la llamada, parecía un hombre de unos cincuenta y tantos años.
- Hola, lo llama Arata Sakamura de la comisaria de Roppongi, para informarle que tenemos en nuestra oficina a su hijo, Keiichi Sumi y otro muchacho, iban los dos juntos...Debe pasar a recogerlo
- ¿A ocurrido algo malo con mi hijo? - preguntó el preocupado y asustado padre - ¿acaso a hecho un disparate?
- Por favor, acuda en nuestra comisaria y lo hablamos con mas tranquilidad – le informó el policia
Ahí termino la llamada, Ryouichi se puso en marcha y fue a buscar a su pequeño hijo, sin saber muy bien que había ocurrido ni como había llegado Keiichi hasta Roppongi, pues su casa y también su colegio estaban en direcciones opuestas. Pero no había problema, con toda seguridad lo sabría cuando llegara a la comisaria.