Prólogo
Quisiera ser un ave y volar muy lejos de aquí, si tan solo fuera eso, sería más fácil, estar cerca de ti. Quisiera ser un pez, y nadar por las profundidades del mar sin tener que hacer nada más, tal vez una planta, un insecto, lo que sea. Hay muchos “quisiera” pero el simple deseo de quererlo no resolverá ni cambiará nada. Pero este sentimiento, la codicia, es parte del ser humano.
Por ejemplo, en ese momento deseé desesperadamente ser un humano ¡Lo quería! Solo para estar junto a ti. Pero solo soy un alma, un espíritu sin rumbo, que solo puede verte de lejos, que nunca vas a ver, que nunca te podrá tocar, que no te podrá hablar…simplemente un “nada” con conciencia. Que sufre en silencio reprimido.
Mi querido Masamune
La primera vez que te vi, fue por pura casualidad ¡Bendita y maldita jugarreta del destino! Estabas llorando por la muerte de Mirai. Tu novia, que murió de sida. Aún ahora te duele su partida y te lastima recordarla. Pensabas y te matabas pensando sobre el cómo se contagió. Tú nunca estuviste infectado. ¿Te estaba engañando? Fue lo que pensaste. Las lágrimas caían de tus ojos almendrados y tu cabello castaño oscuro se despeinaba con la brisa del viento.
Ese día estaba allí, viéndote, lejos de ti. Mi corazón palpitaba a un ritmo exagerado. La primera vez que lo sentía caliente, sobresaltado y nervioso.
¡Mira qué efecto tuviste desde la primera vez que te conocí! Me encantaste…
Fui dando pequeños pasos con mis pies descalzos dirigiéndome hacia ti. Intenté hablarte, pero no me escuchaste.
-Hola- mi voz se entrecortó.
Nada. Ni siquiera me miraste. Volví a hacerlo. De nuevo el mismo resultado.
Seguí y seguí, ya mis lágrimas caían a cataratas de mis ojos. No importaba si gritara, tú te mantenías inmutable. Era inútil…
Y luego me percaté.
Masamune no era el único que no me escuchaba, nadie más lo hacía.
-¡Señor!- le dije a un hombre de bata blanca que caminaba por un pasillo del otro lado del patio. Siguió de largo. Hice lo mismo con una mujer, un anciano, y tres hombres más. Ni siquiera me prestaron atención e hicieron como si fuera el mismo aire.
Volví con Masamune, sentado en una fuente, que estaba con una niña a su lado, la cual miraba a una mujer llorar.
-Hola -. Dije sin esperar respuesta.
-Hola -.
Mi sorpresa fue grande cuando la niña me miró fijamente a los ojos. Y me alegré.
-¿Puedes verme?-. Asintió y se puso el dedo índice en los labios en señal de silencio. Y desapareció en una esfera de luz blanca. Era imposible, estaba desconcertado ¿Qué pasaba?
Recordé…
Antes de conocerte, recuerdo haber estado en una sala de operaciones. Me estaba asfixiando. El oxígeno se agotaba y se iba de mi cuerpo. El asma por fin me había consumado.
A mi alrededor escuchaba voces desesperadas, creo que eran de mis padres, aunque en ese momento no lograba recordar quienes eran o al mínimo, sus rostros. Pero eran desgarradores, melancólicos, y arrollantes gritos diciendo mi nombre.
No me acordaba cuál.
-Señora, no puede entrar-.
Escuché un fuerte golpe en algún lugar del cuarto. Al parecer mi mamá se quería colar en la sala y un medico la detuvo. Lloraba…gemía del dolor por mí.
-¡Mi hijo! ¡No! ¡Cariño!-.
Se me oprimió el corazón.
El ruido de la maquina al lado mío era espantosa, podía saber por medio del pitido, a veces elevado o bajo, cuanto me quedaba de vida. Y como ya no ascendía mucho, supuse que no había mucha esperanza de vivir.
Uno de los doctores principales que me atendía, parecía confuso, lo supe por como realizaba el procedimiento en mi tráquea expuesta. Podía percibir el frío metal en mis tejidos, cortándome; se me complicaba pensar que era para salvarme y no para lo contrario.
Cada vez el detestable sonido de la maquina iba disminuyendo su intensidad, haciendo que un <<pi>> más insistente tornara con más duración.
Respiraba por unos tubos adquiriendo aire artificial que me daban además de oxígeno, drogas para evitar el dolor. Yo las llamo, sustancias químicas que hacen que nuestros sentidos se duerman evitando que la muerte llegue más lento y no sea tan ruda…
Lo último que recuerdo era mi última bocanada de la anestesia. Sin embargo, no sentía nada además de un leve dolorcito en el pecho, junto con una tranquilidad y paz. ¿Así era la oscuridad? Porque no veía nada. Creo que estaba dormida…porque me pesaba un poco el cuerpo.
Abrí los ojos, los cerré y los volví a abrir. De la nada me encontraba en el jardín del hospital; ya estaba libre de los sueros y tubos conectados a máquina. ¡Libertad!
Per ¿Cómo?
Y lo ví…sentado a un lado de la fuente central del hospital.
Entonces me dí cuenta, ya no era yo, ya no sentía dolor y me resultaba fácil respirar, el por qué nadie me veía ni escuchaba, del por qué en ese momento veía a extrañas personas desaparecer y fundirse con el aire…
Yo estaba muerto…