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Sleeping Beauty por Angeline Victoria Schmid

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Notas del capitulo:

Estoy muy contenta con la recepción que ha tenido este fic, es la primera vez que recibo 7 reviews en un prólogo, y eso que no era muy largo.

El fic se sucede en el medievo, igual que la película de Disney, que no os sorprenda ver cosas muy retrógradas.

Eso sí, tengo que reconocer que este capítulo me ha costado horrores escribirlo, y realmente no sé porqué.

Las hadas, que habían observado como la pira incendiaria quemaba todas las ruecas del reino, no estaban tranquilas. No conociendo los poderes de Moria. No sabiendo que el hecho de dejar el reino sin poder tejer no era la solución. Moria encontraría la manera, y no estaban dispuestas a permitírselo.


- Seguidme, no es bueno que hablemos aquí. – Dijo Monet, y encogió lo suficiente como para esconderse en un armario cerrado con llave, entrando por la cerradura.


- ¿En qué estás pensando? – Le preguntó Sugar.


- Las tres sabemos que esto no será suficiente. – Respondió con pesar.


- Tenemos que alejarlo de Moria como sea. – Dijo enseguida Baby 5 -. El reino nos necesita para salvar al bebé.


- Es cierto… - Confirmó Sugar.


- ¡Oh, ya sé! – Exclamó Monet con expresión feliz a la par que sorprendida, como si hubiera tenido la mejor de las ideas posibles –. Lo convertiremos en un rosal, así seguro que no podrá encontrarlo.


- ¡Es una gran idea! – Contestó Baby 5.


- Por supuesto, ¡un rosal no puede pincharse un dedo! ¡No tiene! – Respondió Monet explicando lo evidente.


- Claro, genial idea. – Dijo Sugar, pero su voz no decía lo mismo -. Hasta que Moria provoque una nevada.


- Sí, sí, por supuesto… - Respondió Monet contenta, hasta que se dio cuenta de su error.


- Oh… - Fue lo único que pudo decir Baby 5 -. Moria no sabe nada sobre el amor, la bondad ni la caridad, ni de la satisfacción de ayudar a otros y hacerles un bien, deberíamos aprovecharnos de ello.


- ¡Es cierto! A los reyes no les va a gustar, pero es la única solución… Law debería ser criado por tres campesinas en medio del bosque, como si fuera un plebeyo. Como un niño huérfano. – Explicó Monet.


- ¿Y quién lo cuidará? – Preguntó Sugar con expresión aburrida.


- Daos la vuelta. – Ordenó Monet, y con un movimiento de varita, las convirtió en campesinas.


- Oh, ¿y cómo lo haremos? – Preguntó Sugar -. Bueno, menos mal que tenemos nuestras varitas…


- ¡No! ¡Nada de varitas! – Replicó Monet -. Si los humanos pueden hacerlo, nosotras también. Dádmelas, las guardaré.


- Oh, ¿le daremos el biberón y lo vestiremos? ¿Le leeremos para que se duerma en su cunita? – Baby 5 se estaba emocionando, contenta de sentirse necesitada -. Pero, ¿quién le enseñará a usar la espada?


- Bueno, ya veremos qué hacemos con eso. Un príncipe tiene un ejército, y un plebeyo raramente sabe usar una espada… - Comentó Monet distraídamente mientras hacía desaparecer las alas que tenían en la espalda, convirtiéndose así en tres simples mujeres mortales.


Y así, el rey y la reina vieron con profunda pena como su más preciado tesoro desaparecía en las tinieblas de la noche.


***


No era un bebé muy alegre, pero aun así de vez en cuando se reía. Era curioso, cosas que se suponía que deberían hacerlo llorar, a él le hacían reír.


Las hadas temían la hora de cambiarle el trapo que hacía de pañal, pues siempre que se lo cambiaban les meaba las manos, lo cual al crío le parecía muy gracioso y divertido. ¿Acaso se aguantaba para mear llegado el momento?


También estaba el problema de la leche. No tenían vacas y, obviamente, tampoco tenían leche materna, de modo que tenían que alimentarlo con leche de cabra. Leche que el niño escupía cada vez que probaba. Al final, pero, conseguían que tomara al menos un poco, cuando estaba especialmente hambriento, y en cuanto pudieron, cambiaron la leche por las papillas. Les fue algo mejor con las papillas.


No resultó ser un niño muy hablador, así que tardó un poco en aprender todas las palabras. Conocía los nombres de todo aquello que lo rodeaba, pero había muchas palabras que nunca había utilizado y que, la primera vez que se le mencionaron, lo dejaron sin saber qué decir.


- ¿Qué es nodachi? – Preguntó el día en que oyó a Monet diciendo que tarde o temprano debería aprender a usar una.


- Es una espada bastante larga. – Respondió la peliazul llevándose un par de uvas a la boca.


- Oh, necesita una explicación mejor que esa. – Dijo Baby 5 cuando vio la mirada perdida del moreno -. Una espada es lo que los hombres llevan en el cinto para luchar. Es como un cuchillo largo que sirve para defenderse. Cuando seas un poco más mayor intentaremos conseguirte una.


No hizo ninguna otra pregunta, su imaginación satisfecha al imaginar un cuchillo largo que podría utilizar para defender su hogar de los bandidos y ladrones que seguro que no sólo habitaban las historias que sus tías le contaban. Ya tenía 5 años, ¿Cuándo sería lo bastante mayor para que le dieran una? Y más importante aún, ¿con quién practicaría? Que él supiera, no había ningún niño ni ningún otro hombre que viviera cerca y, si las espadas las portaban los hombres, ¿cómo iban a enseñarle sus tías a usarla?


- Me gustaría conocer a otros niños. – Dijo repentinamente un día.


- ¿Por qué? – Preguntó Monet, el nerviosismo asaltando su voz -. ¿No estás bien con nosotras?


- Sí… - A pesar de estar seguro de sus palabras, no sabía muy bien como decir lo que quería -. Pero no he visto nunca a ningún otro niño. Sólo os conozco a vosotras.


- Lo siento mucho, Law. – Respondió la morena corriendo a darle un abrazo, su voz rompiéndose mientras hablaba, mirando a Monet de soslayo, esperando que le diera permiso para ver a los hijos de otros campesinos cercanos.


- Está bien. – Aceptó la peliverde con un suspiro, rindiéndose -. El hombre que nos vende la ternera tiene un hijo sólo un año menor que tú. Puede que esté interesado en que practiquéis juntos con la espada… Coge una rama larga. Y que te acompañen Sugar o Baby 5.


- ¡Yo lo acompañaré! – Exclamó Baby 5, contenta de ser necesaria, cortando a la peliazul, que había abierto la boca para hablar.


Y así fue como los dos salieron de la casa y fueron lo más lejos que el menor había estado nunca. Estaba cerca, pero no lo suficiente como para que ir a pie fuera cansado. Aun así, tuvieron que caminar, ellos no tenían un caballo o una mula que pudiera llevarlos. Una vez hubieron llegado, el hombre no les puso pegas: los chicos entrenarían juntos usando ramas en lugar de espadas, pero, siendo él el propietario de un burro, sería su hijo el que se desplazaría hasta la casa en la que el falso plebeyo vivía con sus falsas tías creyéndose huérfano.


***


A Eustass Kid hacía mucho tiempo que le recordaban que debía casarse con una mujer atractiva que le diera hijos fuertes y sanos, y un heredero lo más pronto posible. Tenía ya 16 años y su padre no dejaba de buscarle nobles que estuvieran a su altura y que cumplieran con los requisitos, pero él siempre encontraba el modo de rechazarlas.


Era consciente de que en la corte se empezaba a cuchichear, no sólo por sus constantes rechazos a las candidatas que el Rey le proponía, sino porque era extraño que, a su edad, aún no hubiera intentado llevarse a ninguna plebeya a la cama. Era muy atractivo, de modo que ninguna le habría puesto pegas, con cuatro palabras amables habrían creído que las amaba y lo hubieran seguido hasta sus aposentos sin rechistar.


Y allí estaba ahora, con una chica que había sacado de las cocinas por recomendación de su amigo Killer, intentando perder la virginidad. Por lo que le había dicho, la chica tenía experiencia y sabría qué hacer para que le gustara, más teniendo en cuenta que tenía más iniciativa de lo habitual, lo cual había supuesto que sería del agrado de Kid.


La chica intentó torturarlo quitándose el vestido con lentitud, pero él ni siquiera le estaba prestando atención. No era que estuviera preocupado por algo, simplemente había dejado que su mente vagara por el castillo, lejos de la habitación y de la chica. La miró un momento cuando oyó el sonido sordo del vestido cayendo al suelo. Era cierto que tenía lo que los hombres solían considerar un buen cuerpo: era delgada y tenía curvas; pero a él no le interesaba en absoluto. Le dio un pequeño empujoncito y él, al notar que la butaca chocaba contra sus rodillas, se sentó. Entonces ella se arrodilló y fue gateando hacia él. Supuso que se estaba moviendo sensualmente, pero lo cierto era que no sabía muy bien lo que se suponía que debía parecerle sensual. Cuando llegó a su altura, se llevó la sorpresa: fue a desabrocharle el pantalón, pero cuando lo hizo, vio que el miembro del pelirrojo seguía totalmente fláccido.


- Márchate. – Le espetó, los labios unidos en una fina línea y la vergüenza escrita en la cara.


La chica se vistió rápidamente y huyó, probablemente directa a las cocinas. Al pelirrojo no le importaba donde fuera, tampoco le molestaba especialmente tener la seguridad de que, fuera a donde fuera, la joven empezaría a hablar de lo ocurrido. Los rumores le daban absolutamente igual, de todos modos, sabía que era la comidilla del reino por ese asunto desde hacía mucho. Lo que sí le irritaba era pensar en lo pesado que se pondría su padre. No era como si fuera a escucharlo, evidentemente, pero esa voz le molestaba, y sabía que lo perseguiría durante días, quizá semanas, buscando una explicación. ¿Le bastaría con que le dijera que la chica era menos de lo que esperaba? ¿Se habría dado cuenta de que lo que en realidad le gustaba eran los hombres? Una vez se lo había insinuado, y la conversación no había terminado muy bien:


- Papá, ¿qué pasaría si en la corte a alguien le gustaran los hombres? – Preguntó. Le había costado mucho formular esa pregunta, pero al final la hizo.


- ¿A qué viene esa pregunta? No pasaría nada, a las mujeres deben gustarle los hombres, es normal. – Respondió el Rey.


- No, no… - Contestó el pelirrojo, arrastrando las palabras por el peso de la que sabía que era su responsabilidad y su deber -. Me refiero a si a un hombre le gustara otro hombre…


- Shurorororo. – Las risas de su padre resonaron por la estancia -. Eso es imposible, hijo, sólo a un degenerado podría gustarle otro hombre… Los hombres con las mujeres y las mujeres con los hombres, es así como funciona.


- Ya veo… - Respondió el joven príncipe, no muy convencido.


- Shurorororo, no te preocupes. – Le dijo el mayor en tono tranquilizador -. No vas a gustarle a ningún hombre.


Resultaba evidente que su padre no había entendido nada, creyendo que lo que preocupaba al príncipe era gustarle a otro hombre, no que fuera él mismo al que le gustaran los hombres en lugar de las mujeres.


***


No creía que fuera cuestión de fuerza, ni tampoco de que el otro chico fuera un año menor que él. La diferencia entre un chico de 13 años y otro de 14 no podía ser tan grande, ¿o sí? Después de todo, habían empezado a entrenar a la vez. Ninguno de los dos había utilizado nunca una espada improvisada en forma de rama. Aunque el moreno había querido blandir el cuchillo alguna vez, no le cabía en la cabeza que el otro nunca lo hubiera intentado, así que llegó a la conclusión de que él era mejor.


Como siempre que habían estado entrenando, una vez que el otro chico se hubo marchado, se dispuso a darse un baño en el río. Suspiró. Sabía que el agua estaría fría, siempre lo estaba. No importaba la estación del año, el agua del río salía de la roca, lejos del calor del sol, y se movía, de modo que no tenía tiempo a calentarse antes de llegar al lugar dónde Law sabía que era mejor bañarse.


El día era agradable, de modo que al menos no empezaría a temblar antes de meterse en el agua. Se desnudó sin prisas, por muy sudado que estuviera, no le apetecía meterse en el agua prácticamente helada y, cuando hubo terminado, tocó la superficie del río con la punta del pie. Ese breve contacto le mandó un escalofrío por todo el cuerpo: helada, tal y como esperaba. Cerró los ojos un momento y, sin molestarse en abrirlos de nuevo, metió un pie en el agua, apoyándolo con cuidado dónde sabía que encontraría una piedra plana. Aun así debía ser cuidadoso, pues nunca podía estar completamente seguro de que la corriente no habría arrastrado las diferentes piedras y rocas que él solía utilizar como puntos de apoyo. Un nuevo escalofrío le recorrió la espina por completo, pero a pesar de la tentación de salir del agua, metió el otro pie en el río.


Sólo entonces se decidió a dejar la rama junto a la orilla, lo suficientemente cerca como para recuperarla si, por una vez, le era necesaria. Dio un par de pasos hacia dentro, vigilando bien dónde ponía los pies, parando repentinamente cuando sintió un pececito rozándole la pierna, no quería pisarlo.


Suspiró pensando en lo inevitable, ahora tendría que sentarse sobre las rocas del fondo y el frío lo inundaría por completo. Inspiró hondo unas cuantas veces, apretó los dientes y se dejó caer rápidamente hacia el fondo, el agua llegándole hasta medio pecho y provocándole ligeros temblores. Sacó los brazos y se miró ambos antebrazos durante unos segundos, ya tenía la piel de gallina.


Lo peor ya había pasado y, sin esperar a que su cuerpo se acostumbrara a la temperatura del agua, metió la cabeza. La sacó enseguida, frotándose los ojos para sacar el agua que había conseguido entrar. La distracción y los ojos cerrados no evitó, pero, que oyera un crujido detrás suyo, y rápidamente su brazo derecho fue hacia atrás para recuperar su rama.


No tenía miedo, se sentía preparado para luchar, pero tampoco había esperado que la necesidad de defenderse fuera algo real.


Se quedó quieto, la cabeza apenas girada hacia el lugar del que provenía el ruido, en silencio, expectante. ¿Qué había sido? ¿Un bandido? ¿Un ladrón? ¿Un animal?


Abrió mucho los ojos, lo último que esperaba ver era…

Notas finales:

¿Os ha gustado? ¿Si? ¿No? Dejadme algún review, por favor.


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