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En la orilla por Zeltinzin

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 -¿Me entendiste? – mis manos, marmóreas por el gis, se agitaban en el aire dibujando los números, las igualdades y los conceptos. Llevábamos dos horas en este pequeño salón, él preguntando y yo explicando o tratando de explicar.

-Mmm… Si te digo que no, ¿te enojas?

-No puedo creer que entiendas cosas complicadas, pero el álgebra se te dificulte tanto – en un gesto de derrota me dejé caer sobre la silla detrás del escritorio, cruzando mis brazos – Creo que soy pésimo maestro.

-Soy de lento aprendizaje, entiéndeme – acerco sus manos a las mías y con suma delicadeza comenzó a limpiar el gis – Eres de porcelana.

Nuestra relación se mantenía pendiendo de un hilo. Por un lado seguía con el dilema del engaño a Diana, cosa que tendría que arreglar a la brevedad, y por el otro cada día, de poco en poco, me empezaba a enamorar de Rodrigo. Nadie puede vivir con esta dualidad, tenía que tomar una decisión lo antes posible.

-Rodrigo – lo miré directo a los ojos, solo se escuchaban las pisadas de uno que otro estudiante llegando a su clase. El salón estaba vacío. Mi cerebro no se decidía si soltar palabras de amor o continuar la clase.

-Continua con el tema – intervino Rodrigo al ver mi indecisión.

-¿En qué iba? ¡Ah claro! Sobre los conjuntos infinitos, un conjunto es infinito si y solo si…-la clase continuó, si a eso le podíamos llamar clase.

Cuando Rodrigo pudo entender el tema o al menos eso creí, decidimos dar la sesion por terminada. Salimos del salón en medio de la noche, la facultad lentamente se iba vaciando. Caminamos, todavía discutiendo sobre el tema, hacia el estacionamiento.

-¿Y cómo formo esa función biyectiva?

-Es fácil, solo modificas la función tangente para que…-me quedé de piedra al ver quién se estaba recargando en la puerta de mi camioneta: Diana.

Rodrigo y yo nos quedamos parados mirándonos y mirándola, por mi cabeza pasaron un montón de escenas incomodas que podría sufrir en mi vida, pero ninguna como esta. A pesar que Rodrigo y Diana se conocen, la nueva forma de ver a mi amigo añade una pesada carga a este encuentro quizá fortuito, quizá obligado.

-Hola, Rodrigo. Hace mucho que no te veía – nos acercamos, temerosos, cautelosos.

-Hola – Rodrigo parecía ¿molesto? ¿Triste? – Pensé que hoy tenías prácticas de laboratorio hasta tarde, Diana.

-Sí, de hecho ya termine, ya es muy tarde. Decidí pasar a su facultad a comer algo y cuando vi el carro de Leonardo me quede aquí a esperarlos – la sonrisa de Diana no menguaba.

-Es mejor que nos vayamos, no me gusta manejar de noche – mi interrupción en la conversación fue de lo más patética, en otras circunstancias hubiera besado a Diana y abrazarla fuertemente pero ahora mi fuero interno me decía que esas acciones eran reprobables.

-Nos vemos, muchachos – dijo Rodrigo

-Leonardo te puede dejar en el metro, ven con nosotros – contestó Diana.

-Gracias, pero no me dirijo al metro – el ambiente se había enrarecido de golpe y solo Rodrigo y yo lo notábamos.

-¿A dónde vas?

-Me quede de ver con alguien, alguien especial.

-¿Quién? – esta vez hable yo, al borde del enojo.

-Alguien que no conoces – el borde se deshizo.

-¿Ya tienes novio? – pregunto Diana. Para nadie era un secreto que Rodrigo es gay.

-No es precisamente un novio, tengo el presentimiento de que ese imbécil está jugando conmigo – las últimas palabras las pronunció mirándome a los ojos. Su mirada reflejaba lo que su mente no podía decir.

No tuvimos oportunidad de decir mucho más sobre el tema. Rodrigo rápidamente se despidió de nosotros con un suave movimiento de mano, mientras se adentraba de nuevo en la facultad. ¿Por qué dijo todo eso? ¿Ya tiene novio o todo fue una indirecta? ¿Por qué me molesto tanto todo esto?

-Parecía triste –dijo Diana.

El camino de vuelta estuvo plagado de preguntas trilladas. Diana vivía a unas cuantas cuadras de mí, siempre que podía y que ella también la dejaba en su casa. El viaje solía ser placentero y divertido. Una de las razones por las que somos novios es el compartido sentido del humor que tenemos a veces de mal gusto y vulgar. Para nuestra desgracia nos encontramos con un embotellamiento y mi mente, exánime, no podía hallar un buen tema de conversación.

-Las Dalias son preciosas, aunque últimamente me gustan las Valerianas. Esta canción también es bella, bella a su manera.

-Tenemos que hablar.

El embotellamiento se vislumbraba eterno.

______

Desde el palco David miraba a su mamá. Helena iba de un lado al otro del escenario dando y recibiendo instrucciones, el director de orquesta frecuentemente detenía a los músicos para enfrascarse con ella en una acalorada discusión sobre en qué momento debía empezar o terminar la música. Los violinistas apretaban entre sus manos las partituras en señal de hartazgo, uno de ellos no paraba de mirar el reloj. La arpista coqueteaba con el pianista, mientras los robustos hombres de los violonchelos contaban historias sobre sus hijos, sus vacaciones y lo cara que esta la gasolina.

La temporada de ópera en el teatro era de las más grandes jamás planeadas. El repertorio que Helena, soprano experta, se propuso interpretar, rebasaba a todos los anteriores tanto en dificultad como en extensión.

David siempre acompañaba a su madre a los ensayos, más por gusto que por obligación. Le encantaba ver a todas esas personas dirigidas por una sola, crear las más maravillosas melodías. A pesar de su juventud disfrutaba la música clásica como muy pocas cosas en la vida. La increíble voz de su madre lo hipnotizaba.

Ese día el ensayo fue diferente no solo porque ya casi eran las diez de la noche y no terminaba, también la presencia de Leonardo, sentado a su lado mirando el espectáculo como los hambrientos miran pan, hacía de la noche algo especial.

-Creo que nuca van a terminar – el aburrimiento consumía lentamente a David.

-Ojala que no terminen, me gusta muchísimo como canta tu mamá.

Casta Diva comenzó a sonar por todo el teatro.

-Es precioso – en Leonardo no había recaudo por el asombro.

David, cada vez más cerca de la efervescente adolescencia al igual que Leonardo, sentía que dentro de su corazón crecía un sentimiento que lo invadía, tal vez amor, tal vez necesidad. No estaba seguro, lo único que le importaba en ese momento y desde hace mucho tiempo es que Leonardo nunca se alejara, que siempre estuviera ahí para agarrar su mano y transportarlo a un lugar donde la solo existencia de ambos es suficiente para curarlo todo.

Sin pensarlo y queriendo que durase para siempre David beso a Leonardo. En el escenario, Helena miro directamente al palco, solo para confirmar lo que ya sabía desde que su hijo nació.


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