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En la orilla por Zeltinzin

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David y Leonardo jugaban a las escondidas junto a otros niños de la cuadra. El lugar de juegos era una amplia calle cerrada donde lo único que transitaba eran los nervios por encontrar el mejor escondite. Las vacaciones de verano habían llegado para liberarlos de cualquier responsabilidad. David ya no se preocupaba por los pájaros que surcaban el cielo, ni se preocupaba por contar cuantas veces Leonardo parpadeaba, en cambio, se preguntaba si las dalias y las valerianas se sentían solas.

-Ven, David. Aquí arriba nadie nos encontrara. — dijo Leonardo

Subieron a lo alto de un árbol, de esos que adornan las calles y agrietan el pavimento. La copa era lo suficientemente frondosa para ocultarlos. Y así fue, nadie los encontró; ni la vergüenza, ni la confusión, ni el miedo.

-Nos besamos y a veces nos tomamos de la mano, ¿somos novios? – dijo David

-No – respondió Leonardo

-¿Por qué no?

-Los novios solo son para hombres y mujeres, no para hombres y hombres, lo dice mi abuelo.

-¿Entonces qué somos?

-Algo mucho mejor

-¡Un dos tres por David y Leonardo que están arriba del árbol! – gritó uno de los niños.

______

-Rodrigo Aranda, Leonardo Maytonera… - Me acerque hasta el escritorio junto con Rodrigo para recoger nuestros exámenes. Como siempre alcance el estándar de calificación para los tontos y los flojos: el ocho. Toda la semana estudiando desembocó en esta sonrisa y en esta satisfacción confusa. Sin embargo, a mí me sabía a gloria. Y como siempre Rodrigo obtuvo el diez perfecto. La envidia me carcome cuando me dice que solo estudió un día o tal vez medio  ¿Cómo diablos lo logra?

-Otro diez a la cuenta, mi refrigerador reboza de estos exámenes – lo decía solo para molestarme.

-Sabes que te odio, ¿no?

-Eres incapaz de odiara nadie y sobre todo a mí – respondió con una sonrisa de oreja a oreja, rodeándome con su brazo.

Desde aquella “bromita” suya cada vez que le miro directamente a los ojos o estoy muy cerca de él siento un ligero calor en todo el cuerpo, las manos me sudan y los pensamientos se atropellan en mi mente. Se perfectamente lo que ese conjunto de sensaciones significa, pero estoy convencido que si las niego en algún momento dejare de sentirlas, ya lo he hecho antes. Además no creo que a Diana le agrade la idea de compartirme, al menos no con Rodrigo.

-¿Vas a entrar a cálculo? – preguntó Rodrigo. No me quitaba el brazo de encima, los rincones más oscuros de mi cuerpo comenzaron a inquietarse de tanto contacto.

-No quisiera, hoy da clase el ayudante y no aprendo nada – respondí quitándome su brazo de encima.

-Vamos a sentarnos en la fuente, la mañana está perfecta como para fumar un cigarro y echarnos un café hirviendo.

Lo seguí sin pronunciar palabra, cuando no entrabamos a una clase los dos nos sentábamos a hablar por horas riendo y recordando anécdotas que mantenían vivos los primeros días en la universidad. La desventaja de no entrar a una clase era, además de perderte tema nuevo, que por algún motivo el universo conspiraba contra mí y mis deseos de aprender haciendo que perdiera el resto del día en conversación con mi amigo o cómplice.

-Necesito que me ayudes con mi tarea de álgebra, hace millones de años no entro y soy muy flojo para ponerme a estudiar – dijo Rodrigo acomodándose junto a mi e invitándome un cigarro.

Los dos estudiamos la licenciatura en matemáticas, no teníamos nada mejor que hacer así que nuestras vidas se van en los números, vamos en cuarto semestre de ocho.

-No sé yo, no soy muy bueno en álgebra. Quede de verme con Diana esta tarde, además tu sabes mucho, mucho más que yo – La primera calada de cigarro me tranquilizó.

- Anda, mientras estudiamos te prometo que nos divertiremos – me agarró la pierna y su mano iba subiendo cada vez más hacia lugares íntimos. Muy violentamente lo aparte, el humo del cigarro se atoró en mi garganta haciéndome toser. El solo rio, no estoy seguro si rio de mi reacción o de los nervios.

- Rodrigo has estado muy…muy… - cada vez me ponía más tenso y esas sensaciones se hacían presentes.

-Veo que estas un poquito nervioso. Toma de mi café – me acerco un vaso de unicel – El frio pone en crisis a cualquiera - en una maniobra muy hábil me abotono la camisa, yo solo lo miraba y sentía el café caliente entrado a mi boca.

De alguna forma quería que siguiera tocándome. Un rayo de inteligencia o estupides invadió mi mente.

-Nos vemos mañana a las dos de la tarde en el edificio A, para comenzar tus clases de álgebra – dije levantándome y tomando mi mochila – Tengo que entrar a cálculo – una mano me detuvo, mi corazón dio un vuelco.

-Como quieras, pero antes de irte dame mi mochila – había agarrado la suya.

-Oh…si claro, toma, que distraído soy – sin decir más salí disparado al baño, algo en mis pantalones apretaba.

______

El metro estaba “hasta su madre” como decimos en mi pueblo. No quería llegar tarde a mi primer día de universidad, todo el camino de la taquilla al andén corrí como verdadero Usain Bolt, en el camino tire a dos pobres señoras, una monjita y a un vendedor ambulante, un nuevo record, casi siempre atropello a dos o una personas.

Después de muchas estaciones me baje, literalmente, en universidad, la estación universidad. Todavía faltaba un buen tramo para la facultad, ya me había resignado a llegar tarde.

La primera clase es geometría, nada mejor para iniciar los estudios que parábolas, hipérbolas y elipses. Cuando entre la clase llevaba quince minutos de iniciar, el profesor no dijo nada, comprendí que a este nivel ya cada quien es libre de llegar a clase, poner atención o hacer tarea o no.

Me senté en el único asiente vacío del salón, junto a un muchacho de cabellos negros y piel morena. ¿Cómo se llamara? No es nada feo.

Notas finales:

¡Gracias por leer! No olvides dejar tus comentarios, dudas y/o sugerencias.


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