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La Ciudad de los Muertos por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

Holaaa :3 

Ok. Primero que nada debo pedir perdón. Dije que actualizaría antes pero no lo hice, no pude hacerlo :C Entré a la universidad la semana pasada y estoy LLENA de trabajos. Pensé que el año pasado era estresante, pero esto es horrible. Diseño es terrible, chic@s. Nunca estudien eso :CCC (A menos que sean inmunes al estrés) 

Pero como quería compensarles por tardar tanto, hice un capítulo XL y con LEMON! (Al fin) 

Bueno, como siempre, ojo con la ortografía que no lo he revisado. 

Espero que les guste. 

Intentaré actualizar lo más pronto posible y mantener eso de hacerlo ''una vez por semana'' 

Ahora mismo me voy xd debo entregar un informe mañana. 

Un abrazo a todos! 

Capítulo 30: ‘‘Más que palabras’’

La luz levemente cálida y débil de un animado sol me despertó, cosa rara para estar atravesando el invierno. El calor en mi rostro de una fogata extinguiéndose me obligó a abrir los ojos. El graznido de unas gaviotas y el sonido de las olas chocando contra la orilla me hicieron recordar que estábamos en la playa. Palpé con mi mano derecha mi pecho que ardía y lo rocé con los dedos, contorneando el relieve de un tatuaje.

Ah, entonces sí había hecho una locura como esa.

Estornudé. El recuerdo de la noche anterior se hacía confuso en mi memoria. Llegamos a la playa, jugamos como dos idiotas, nos congelamos y luego Ethan tatuó un lobo en mi pecho. Dejé escapar una sonrisa.

Había sido la noche más divertida que había tenido en toda mi desabrida vida.

Con pereza me senté sobre la arena y me restregué los ojos. La playa estaba completamente desierta, parecía que ningún humano la pisaba hace mucho tiempo y seguramente era así. Un pequeño carrito de comida y frutas estaba a medio enterrar en la mitad de la bahía, abandonado y destrozado. Una sensación abrumadora de soledad podía sentirse en el aire. Volví mi vista hacia el mar calmado con apenas algunas olas formándose por el viento. Escuché un chapoteo de agua y miré hacia un lado.

Ethan salía desde el agua y la imagen de Aquaman ascendiendo desde las profundidades del mar hacia la superficie llegó inmediatamente a mi cabeza, algo así estaba viendo en ese momento; primero, tan sólo podía verle desde la cintura hacia arriba, el resto de su anatomía la cubría el agua. Corrí la vista levemente cuando comenzó a avanzar hacia la orilla y vi cómo su figura iba apareciendo frente a mí. Tan sólo llevaba ropa interior, su cuerpo estaba completamente empapado y las gotas caían desde los cabellos húmedos y completamente negros. Sonrió al verme y levantó una mano.

   —¿Tienes hambre? —preguntó en un grito, mientras sujetaba con fuerza y sacudía un pez que al parecer había capturado. Solté una risita.

   —¿Cómo lo has cogido? —pregunté, divertido. Él llegó a mi lado y suspiró, cansado.

   —No sabes cuánto tiempo me costó atrapar uno... —El pobre pez parecía aun estar retorciéndose. Di un respingo cuando Ethan lo golpeó contra la arena para terminar de matarlo—. Y bueno, ¿tienes hambre? —preguntó otra vez. Asentí.

Rebuscó en el bolsillo de su chaqueta que yo había estado usando de almohada y cogió una cajetilla de cigarrillos mentolados y un encendedor. Se llevó uno a la boca y lo encendió. Luego cogió un poco de hierba seca que estaba junto a la fogata y la puso sobre ella, para revivir el fuego. Sólo entonces preguntó.

   —¿Te molesta?

Negué con la cabeza, asumiendo que me preguntaba si era el humo del cigarrillo lo que me molestaba. Odiaba que fumara, pero no se lo dije. Creo que ya estaba cansado de decírselo.

   —Son tus pulmones... —dije distraídamente—. Allá tú si quieres pudrirlos —No pude evitarlo. Él dio una profunda calada a su cigarrillo.

   —Perfecto.

Se dejó el cigarro en la boca y tomó el pez para atravesarlo con un palo que enterró en la arena, permitiendo que pudiese cocinarse a una distancia aceptable.

Ethan se acercó a mí, rompiendo toda la incómoda tensión que había hasta ese momento en el aire y que me había mantenido nervioso, cortando la distancia entre nosotros. El corazón casi se me escapa por la garganta cuando puso una mano sobre mi pecho y levantó descuidadamente mi camiseta.

   —¿Q-Qué estás haciendo? —tartamudeé, nervioso. Sus dedos acariciaron mi torso y una ráfaga de calor invadió todo mi cuerpo. Me miró y sus ojos parecieron burlarse de mí.

   —Estoy revisando esto... —dijo, palpando el tatuaje—. Muchos se infectan, sólo quería comprobar que el tuyo estuviese bien —me dirigió una sonrisa—. Estás... perfecto —Sus ojos me recorrieron de arriba abajo—. Cicatrizas muy bien —apartó la mano y dejó caer mi camiseta.

Guardé silencio unos minutos, intentando calmar mi respiración. Él le dio la vuelta al pescado.

   —Huele bien... —logré decir. Ethan quitó el cigarrillo de su boca al que le quedaba poco menos de la mitad y lo apagó contra la arena.

   —Ya casi está listo —dijo, mirando directamente al fuego. Sus ojos resaltaban con intensidad ante las llamas abrasadoras. Me quedé algo pasmado mirando ese par de esferas infinitamente negras, vacías, impenetrables y sentí ganas de ver más allá de ellas. Sólo entonces me di cuenta de que era poco lo que conocía de Ethan. Sabía que tenía veinticinco años y que era casi una década mayor que yo. Sabía que tenía un gemelo, sabía que era un fumador compulsivo y que le gustaba mucho escuchar música pesada. Sabía que tenía una enfermedad que le obligaba a tener que alimentarse bien y beber mucha agua. Sabía que era mitad canadiense, mitad francés y que antes del desastre estudiaba licenciatura en artes. Quizás estas dos últimas cosas eran las únicas que él me había confesado, de todas las demás me había enterado por casualidad.

Pero todo eso no me decía nada.

¿Qué hacía antes de que el virus se esparciera? ¿Cómo era su vida? ¿Cómo eran sus padres?

   —Dime, Eth... —Sus ojos se dirigieron hacia mí, sorprendidos. Hace mucho que no le llamaba así—. Ethan —reparé. Él me hizo un gesto con la cabeza, indicando que podía seguir hablando—. ¿Cómo era tu vida antes del virus?

Sus ojos volvieron al fuego otra vez, pensativos.

   —Normal, supongo —dijo. No parecía querer hablar mucho del tema.

   —¿Cómo eran tus padres? —insistí. La expresión en su rostro cambió ligeramente, mostrándose más tensa. Suspiró con pesadez.

   —Mi padre era militar, pero lo dejó cuando yo era pequeño y entró a trabajar como agente de seguridad para las farmacéuticas Ment.

   —¿La internacional Ment? —pregunté.

   —Sí..., de donde se escapó el virus —agregó. Esa noticia me sorprendió. Mis padres trabajaban para aquella farmacéutica, aunque de manera independiente. Sólo realizaban investigaciones y se las vendían. ¿Habían estado allí cuando el virus se fugó? ¿Habían logrado escapar? ¿Cuánto tiempo habían durado vivos? ¿Estarían vivos... aún?

   —Y... —dudé unos segundos, meditando si debía realizar esa pregunta o no.

   —Él murió —se adelantó a mis pensamientos—. Ese día me llamó por teléfono, contando que le habían infectado... —Su voz se escuchó ronca—. Al menos alcanzamos a despedirnos.

   —Lo siento mucho...

   —Gracias.

Hubo un silencio incómodo. Sólo había hablado de su padre, pero yo no me atrevía a preguntar por su madre. Seguramente ella también había muerto, ¿no?

   —¿Cómo era tu vida antes del virus? —devolvió la pregunta. Ahora el encuestado era yo.

Hice una pausa, pensando.

   —Supongo que tan normal como la tuya... —comencé—. Mis padres trabajaban mucho y casi no se les veía por la casa, siempre estuvimos al cuidado de la servidumbre.

   —¿Estuvimos? —interrumpió.

   —Ethan y yo... —intenté contener el nudo en mi garganta. A pesar del tiempo y de todo lo que vivíamos día a día, seguía extrañándole. Ethan abrió la boca pero no le deje hablar—. A nosotros no nos llegó una llamada de despedida, supongo... —sonreí, burlándome de mí mismo.

   —Lo lamento... —dijo.

   —Gracias. 

Debía admitir que la idea de hablar sobre nuestras vidas no fue la mejor.

   —Ya está listo —dijo, con un aparente entusiasmo demasiado fingido para mí y alejó el pescado del fuego. Lo sopló un par de veces y lo tendió hacia mí—. ¿Quieres?

   —Gracias —Lo recibí y le di unos soplidos más antes de llevármelo a la boca. Abrí los ojos y sentí mis mejillas arder por un rubor inevitable que cubrió mi rostro—. Está delicioso —dije fascinado y le di otra mordida—. N—No sabía que podías cocinar... —balbuceé, con la boca llena.

   —¿Acaso creías que era alguna clase de inútil o algo así?

   —No me obligues a responder eso... —reí, tendiéndole el pescado a él. Lo recibió con gusto y le dio una fuerte y para nada elegante mordida.

   —Creo que la cocina se me da muy bien... —alardeó—. Al menos el pescado.

   —Qué humilde —reí.

Sin tomar muy en cuenta mis burlas, abrió la boca para darle otro mordisco, pero el pescado se detuvo en el aire y los ojos de Ethan se posaron detrás de mí, sorprendidos. Se puso repentinamente de pie y en un movimiento rápido se puso los pantalones.

   —¡Levántate! —ordenó, mientras con dificultad luchaba por hacer entrar uno de sus pies en sus zapatillas ya atadas.

   —¿Qué pasa? —pregunté, comenzando a sentir el primer picor del miedo. Me giré y los vi, un grupo de unos quince zombies se acercaba a nosotros por la izquierda. Me puse de pie y me moví hacia el otro lado, chocando contra la espalda de Ethan.

   —Por ahí no —dijo, tomándome del brazo. Por nuestra derecha venía otro grupo, de cinco o seis, que comenzaron a correr hacia nosotros. Era momento de irse. Ethan me jaló con fuerza y echamos a correr hacia arriba, fuera de la playa.

¿Qué los había atraído? ¿El humo de la fogata? ¿Los gritos del jugueteo de anoche? No, eso no podía ser. El mar era más ruidoso.

Los rugidos se oían tras nosotros mientras corríamos. Mi rodilla no tardó en comenzar a doler y entonces recordé que sólo ayer me la había dislocado. Intenté ahogar el dolor y soportarlo lo mejor que pude.

   —¿¡Sabes al menos hacia dónde vamos!? —pregunté entre gritos, intentando desviar mi atención, concentrarme en otra cosa para olvidarme del dolor.

—Una vez vine aquí a vacacionar, cuando era pequeño —se tomó una pausa y jadeó, cansado—. Si no me equivoco, hay una iglesia cerca.

   —¿¡Una iglesia cerca de una playa!? —exclamé, conteniendo un gemido de dolor.

   —¿Y qué pensabas? ¿Qué acaso los surfistas no pueden creer en Dios? —tiró de mí más fuerte para ayudarme a subir unas escaleras de piedra, de esas típicas que conectan las playas con la calle principal. Miré por sobre mi hombro hacia atrás y vi toda esa masa de gente muerta corriendo hacia nosotros. Se me revolvió el estómago y el pescado amenazó con volver ante una arcada producida por el nerviosismo. Estaban muy cerca.

Tropecé con algo y caí de bruces al suelo.

   —¡Aiden! —Ethan se apresuró en levantarme, pero tres de ellos ya nos habían alcanzado y se abalanzaron sobre mí. Él empujó a dos para detenerlos y de pronto comenzó una pelea entre los tres—. ¡Sigue avanzando! —gritó, forcejeando con uno de ellos, esquivando ágilmente a los otros dos—. ¡Dobla por aquella calle a la izquierda! —ordenó—. ¡Yo me libraré de ellos!

   —P-Pero Eth... —intenté balbucear.

   —¡Corre, maldita sea! —gritó más fuerte, clavándome su mirada oscura mientras sujetaba de los brazos a uno de ellos para evitar que éste le mordiera. Asentí, iba a correr, pero no lo haría sin ayudarle. Comencé a gritar y a agitar los brazos, captando la atención del resto de zombies que se encontraban atrás. Oí que Ethan me insultó y me gritó si acaso estaba loco, pero lo ignoré olímpicamente y cuando el resto del grupo me visualizó, comencé a correr como alma que lleva el diablo, siguiendo las instrucciones de Ethan. Él había quedado con tan sólo cinco de ellos, así la pelea se le haría más fácil.

Había logrado tomar la distancia suficiente como para mantenerme lejos por al menos un minuto. Si lograba encontrar la famosa iglesia estaría a salvo. Llegué al final de la vacía e inhóspita calle y doblé a la izquierda como él me lo había ordenado. Solté un grito de horror y casi sin darme cuenta le di un puñetazo a un zombie que había aparecido frente a mí justo cuando doblé por la esquina. No me quedé a ver si había caído al suelo o no y seguí corriendo, sintiendo mi rodilla arder y mi corazón escapándose por la garganta. Más de quince bestias corrían tras de mí y el pánico que me obligaba a mover las piernas más rápidamente me roía los nervios en oleadas de adrenalina y horror.

Casi grito de la felicidad al ver una techumbre gótica irguiéndose frente a mí, con aquella gran cruz sobre una de sus puntas, como si quisiese alcanzar el cielo. Las paredes blancas y las ventanas de marcos oscuros contrastaban con todo el lugar y le daba un aura misteriosa e inmutable. Era sublime, perfecta, como el hogar al que deseaba retornar.

La entrada estaba desocupada, deseé que también lo estuviese su interior. Corrí con lo poco que me quedaba de fuerzas y llegué hasta la iglesia.

   —¡Mierda! ¿Qué pasa? —me sobresalté cuando noté que la puerta no cedía—. ¿Cerrada? ¿¡En serio!? —Ellos comenzaron a acercarse cada vez más y estaban casi encima de mí. Di unos pasos hacia atrás y corrí nuevamente hacia la entrada de madera, cargando todo mi peso en mi hombro. Logré separarla un poco y volví a empujar. Había una viga de madera trancándola desde el interior, viga que rompí con el segundo empujón—. ¡Fuera! ¡Fuera! —grité con desesperación cuando noté que ellos también pretendían entrar. Intenté cerrar la puerta con fuerza y uno de ellos se interpuso. Sin pensarlo si quiera, tomé un trozo de madera roto y se lo clavé directo en el cuello. No sé si eso lo mató, pero le obligó a tambalear y entonces pude cerrar la puerta.

Me senté de espaldas a la puerta, haciendo presión mientras esperaba que ellos dejaran de empujar. Jadeando, aturdido y nervioso. Sin Ethan. ¿Dónde estaba él? ¿Por qué aún no llegaba?

Miré a mí alrededor. Todo estaba en penumbras y apenas sí podían distinguirse algunas formas gracias a la poca luz que se colaba por los vitrales con motivos religiosos. Miré a la izquierda, a mi lado había otra viga de madera. Accioné el casi inútil pestillo y coloqué la viga en su lugar. Con suerte, ellos se irían antes de romperla. Hacía mucho frío ahí. Me abracé a mis piernas y observé nuevamente los vitrales, intentando calmarme. Pero logré todo lo contrario.

¿Suena extraño si digo que jamás había pisado una iglesia? Pues, era verdad. Mis padres no eran precisamente religiosos, ellos cumplían con el típico prototipo de gente de ciencias. Nada es real a menos que sea comprobable y los dioses no entraban en la categoría de comprobables. Ellos no querían que recibiera una educación religiosa, así que se encargaron de contratar sólo a gente atea. Sólo Ethan se salvó de esa educación, gracias a la escuela.

Si vi alguna iglesia alguna vez, si escuché alguna vez algo relacionado con la biblia, lo hice en la tv, en el diario local o de la boca de mi hermano. En aquellas imágenes y relatos se mostraban templos luminosos y hermosos, limpios y radiantes. Pero lo que tenía en frente no era precisamente eso.

La poca luz les daba a las angelicales figuras un aura siniestra y algo aterradora. Un ángel estaba justo encima de mí, con las manos juntas y las alas completamente abiertas; la oscuridad las teñía de un color parecido al negro, haciéndole parecer más bien un demonio. Los rayos del débil sol pegaban mucho más fuerte delante de todas las butacas, encima del altar. Allí, en la pared se alzaba la tan conocida figura del Cristo crucificado, mirando con ojos perdidos, como sumidos en una profunda oscuridad, tristeza, desolación y decepción. Con la corona de espinas sobre la cabeza de cabellos desordenados y sudorosos, goteando sangre por el rostro, sobre los ojos y la boca. Su cuerpo cansado parecía estar a punto de caer y sólo era sujeto por los clavos en sus manos y pies que parecían desgarrarle la piel. Le sangraban las rodillas, tenía sangre en todo el cuerpo. En mi nerviosismo creí que me miraba directamente a los ojos y pronunciaba la famosa frase: «Padre... ¿Por qué me has abandonado?»

Me estremecí.

Yo no era creyente, para nada. Pero aquella imagen intimidaba.

Un fuerte golpe en la puerta me hizo dar un salto. Me quedé en silencio, esperando atento. Volvió a sonar. Luego otra vez, y otra.

   —¡Aiden! ¡Ábreme la maldita puerta!

Corrí hacia la puerta y quité la viga. Era Ethan. Con el corazón en la mano y temblando comencé a quitar el pestillo que se trabó. Una sonrisa afloraba de mis labios nerviosamente sin que yo me diera cuenta. Se había salvado, había logrado escapar.

Le di un tirón al pestillo. Retrocedí algunos pasos y Ethan empujó la puerta y la cerró tras de sí.

Con la luz que alcanzó a filtrarse por la puerta abierta, logré ver su rostro cansado. Los cabellos oscuros se le pegaban a la cara y jadeaba con fuerza, como si hubiese dado la carrera de su vida.

Nos miramos en silencio unos segundos. Había muy poca luz ahí, pero la llegada del mediodía aumentó la visibilidad dentro de la iglesia. En la penumbra, logré ver sus ojos negros.

Una ráfaga de emoción me llenó el cuerpo.

Me abalancé sobre él en un abrazo. Emitió un jadeo cuando choqué contra su pecho.

Otro silencio.

   —Me alegro que hayas logrado llegar —logré decir, luego de un rato. Sus brazos me envolvieron la espalda con fuerza.

   —Me alegro de que tú también lo hicieras —dijo con voz ronca, muy cerca de mi oído. Me estremecí e intenté apartarme, pero Ethan me tomó del brazo y me volvió a abrazar—. Aiden —Mi respiración se aceleró y no sé por qué. Llevó una mano a mi rostro y deslizó su pulgar sobre mi labio inferior, clavando su mirada oscura en la mía. Me sentí desnudo, era como si sus ojos pudiesen ver a través de mí.

   —Ethan... —balbuceé con torpeza, víctima de un escalofrío. Con su dedo entreabrió levemente mis labios y algo parecido al nerviosismo se alojó en mi estómago. No era del todo desagradable.

Su rostro estaba ahora muy cerca del mío. El aliento a cigarrillos mentolados me golpeó justo en la boca, pero me gustó. En secreto me encantaba ese aroma a menta. Dirigió su otra mano a mi cabello y la deslizó con suavidad para acariciarlo. Cómo amaba que hiciera eso. Sin darme cuenta, mis manos corrieron solas a su espalda, para intentar atraerlo hacia mí. Mi corazón estaba a punto de explotar, la sangre hervía dentro de mis venas y mi respiración se aceleraba. Me sentí enfermo.

Y mi cura, era él.

Dio un paso más y me besó en la boca, nuestras respiraciones chocaron y se ahogaron entre sí cuando lo hizo, lo había estado esperando. El dulzor inconfundible de sus labios me llenó por completo. Eran suaves pero tomaban a los míos con brusquedad y desesperación, como si él también hubiese esperando demasiado tiempo. Me tomó por la cintura y me levantó repentinamente, obligando a mi espalda a chocar contra la puerta de la iglesia. Envolví sus caderas con mis piernas, para evitar caer y ese contacto me hizo estremecer de una manera diferente a las demás.

Se apartó tan sólo unos milímetros para tomar aire y luego volvió a besarme apasionadamente. Las piernas me temblaron, así que intenté aferrarme con ellas aún más fuerte. Su beso era húmedo y el contacto con su lengua no se hizo esperar. Me quitaba el aliento, me embriagaba y me envolvía en un éxtasis difícil de explicar. Tanteé por su dorso hasta subir por su cuello y enredé mis dedos en sus cabellos.

Creí que iba a desmayarme. Todo mi cuerpo ardía. Me sentía mareado.

Su boca se apartó de la mía para moverse a un lado. Me mordió suavemente las mejillas, luego el lóbulo de mi oreja. Un jadeo extraño escapó de mi boca. Fue algo incontrolable.

Su respuesta fue un ronroneo ronco, justo sobre mi oído, poniéndome los pelos de punta.

Sin apartarse de mí, volvió a tomarme por la cintura para levantarme, pero esta vez me dejó caer suavemente contra el piso, atrapando mis muñecas con una mano y apresando mis caderas entre sus piernas. Recordé entonces nuestro primer contacto físico, cuando nos conocimos. Fue justamente así.

Algo comenzó a brotar desesperadamente de mí. No sabía aun lo que era. ¿Amor? No, no. Imposible, debía ser otra cosa. El amor no es así, las relaciones no son así. Al menos no las que conocía. Pero fuera lo que fuese, me volvería loco si no lo dejaba salir.

—A-Ahh... —ahogué un gemido cuando sentí su lengua rozando mi cuello. ¿Yo había hecho eso? Volvió a hacerlo y un escalofrío que amenazó con hacerme perder todo el control sobre mí mismo corrió por mis piernas y mi espalda. Me mordió con un poco de rudeza cerca del hombro y lejos de molestarme hizo que otro suspiro escapara inevitablemente de mi boca.

   —No hagas eso... —ordenó con un tono lascivo en la voz mientras soltaba mis muñecas y sus manos se escabullían por debajo de mi camiseta. Su piel ardía ¿O era la mía? Su contacto parecía quemarme. Sus dedos comenzaron a deslizarse por todo mi pecho, teniendo especial cuidado en el tatuaje que allí cicatrizaba. Temblorosamente mis manos resbalaron por su pecho desnudo. No tenía que ser un genio para saber lo que estaba pasando. No entendía muy bien el por qué, no sabía muy bien cómo y aunque escapara de toda lógica, lo deseaba. Lo deseaba desesperadamente—. O vas a volverme loco.

¿Deseo? ¿Acaso sabía lo que era eso? Estaba a punto de comprobarlo.

Volví a dejar escapar un gemido, pero esta vez lo hice a propósito, para provocarle. Sus dedos temblaron ligeramente y fue como si una corriente de energía los atravesara para invadirme la piel.

No me di cuenta cuando había quedado sin camiseta yo también. Se apartó y se sentó sobre sus talones.

Hubo una pausa.

   —¿No tienes miedo? —preguntó, aparentemente nervioso. Sólo entonces entendí lo mucho que yo le preocupaba. Tuve ganas de decirle que en ningún momento había pensado en Scorpion, quería decirle que el borrar su marca de mi pecho había sido para mí algo liberador, quería gritarle que aunque no entendía muy bien lo que estaba ocurriendo entre nosotros, un oscuro y profundo anhelo me hacía desearle con todo mi ser.

Sabía que él no me haría daño.

   —No tengo miedo —fue todo lo que atiné a decir.

    —Bien... —sonrió. Una sonrisa amable, como pocas—. No quiero que lo tengas —susurró en mi oído y me estrechó contra su cuerpo. Sentí mi corazón palpitando junto al suyo, en un ritmo irregular y agitado. Se separó de mí y me ayudó a recostarme nuevamente, haciéndome sentir nervioso; sabía lo que vendría, pero no sabía cómo iba a terminar. Me dio un suave beso en los labios, luego descendió hasta mi mandíbula y también la besó, bajó aún más y su boca rozó con mi cuello, con mis hombros, con mi pecho, con mi estómago y un poco más abajo.

   —E-Espera un momento, Ethan —gemí. Sus dientes estaban justo sobre el botón de mi pantalón. Me miró, divertido.

    —¿En serio quieres que espere? Esto de aquí no se ve como si quisieses que me detuviera... —dijo y sonrió triunfante, como si tuviese esa frase preparada de antes. Miré mis pantalones y noté cómo mi erección amenazaba con quitar de todas formas el botón. Mis mejillas ardieron a más no poder. Sólo esperaba que él no pudiese notar lo enrojecidas que estaban en la penumbra.

Volví a estirarme sobre el suelo frío, rindiéndome. Estaba asustado, estaba nervioso.

   —No voy a hacerte daño... —dijo.

   —Eso ya lo sé.

   —No si tú quieres... —agregó y mi cuerpo se estremeció. Abrí la boca para protestar, pero él ya había soltado el botón de mi pantalón y una de sus manos se había deslizado por debajo de mi ropa interior mientras la otra apartaba las prendas con cierta desesperación, dejándome completamente desnudo. Solté una especie de grito cuando su mano rodeó mi entrepierna y la tomó para...

   —¡Espera, Ethan!

   —Demasiado tarde... —Su voz se apagó cuando se lo llevó a la boca. Sentí un temblor dentro de todo mi cuerpo, mis piernas se tensaron y mi respiración se cortó repentinamente. Su lengua comenzó a deslizarse por mi polla al mismo tiempo que yo empezaba a soltar jadeos y gemidos que me eran imposibles de controlar. Me cubrí la boca con la mano para intentar callarme, pero no funcionó.

   —A-Ah, joder —suspiré. Aquella era la sensación más placentera que había tenido en toda mi vida. Sus manos y su boca eran demasiado expertas y sentí algo de envidia por eso. Aumentó su ritmo y su lengua tocó un punto en el cual no había reparado su existencia. Me retorcí en un escalofrío que me recorrió de pies a cabeza y que hizo a todo mi cuerpo temblar, un temblor que quizás tan sólo yo sentía. Mi respiración se aceleró a su máximo y mis jadeos aumentaron sin control alguno. Era una agonía, una deliciosa agonía que él parecía disfrutar—. D-Detente... —le obligué a apartar la boca. No podía soportarlo más. Él me miró con ojos extrañados.

En un arrebato de valentía, me abalancé sobre él e invertí la posición. Era injusto, sabía que él tenía más experiencia que yo en esto y eso me hacía sentir débil. Quería demostrarle lo contrario. Soltó una risita y se dejó apresar, entonces, sin cuidado alguno, comencé a acariciarlo sobre su pantalón y eso le obligó a callar las burlas. Noté que él estaba tan duro como yo y de alguna forma me sentí feliz.

Me detuve.

   —¿Qué estamos haciendo? —pregunté al verme sobre él y me sentí asustado de mí mismo. Sonrió y me tomó el rostro.

   —No lo sé... —susurró—. Pero no quiero que nos detengamos —iba a pronunciar las palabras «Yo tampoco» pero sus manos me atrajeron hacia él para besarme. Ese beso fue distinto, con más dulzura, más suave, más intenso. Sus labios temblaron y los míos también. Mi mundo se retorció en un segundo y todo lo demás desapareció. Sus manos rodearon mi espalda y la acariciaron con cuidado. Sentí que me moría en ese preciso instante.

Mis manos se movieron hacia sus pantalones y con dificultad los desabroché y se los quité. Quería verlo igual que yo, quería sentirnos a la misma altura, bajo las mismas condiciones. Mis dedos inexpertos contornearon torpemente sus piernas, acariciándolas. Me sobresalté.

   —¿¡Qué es eso!? —pregunté. Una venda estaba atada a su muslo izquierdo, y otra en la pierna derecha, un poco más arriba de la rodilla.

   —Cuidado, duele —apartó mi mano con un poco de brusquedad—. Son heridas, me las hice mientras escapábamos de Alexa, antes de llegar a la playa.

Ni siquiera me había dado cuenta.

   —Deja que las revise —pedí.

   —Estoy bien.

   —Deja...

   —¡Aiden! —Su voz se escuchó un poco molesta. Tomó mi rostro otra vez entre sus manos y entonces no dije nada más. Sonrió, satisfecho al verme callado. Se sentó, a pesar de que yo estaba sobre él y mordisqueó mi hombro. Mi temperatura aumentó por lo menos tres grados e inmediatamente me olvidé de sus heridas. Su polla se rozó ligeramente con la mía, llenándome de una sensación húmeda que hizo que todos mis sentidos se aletargaran y que mis piernas tambalearan a pesar de estar bien sujetas en el suelo—. A—Aiden... —repitió en un ronroneo. Oírle decir mi nombre tan lascivamente me dejó al borde de la locura. Su respiración estaba tan agitada como la mía. De su pecho envidiablemente perfecto y de sus piernas firmes resbalaban gotas de sudor. Estábamos tan cerca.

Cerré los ojos cuando vi cómo volvía a levantarme por tercera vez, esta vez para sentarme sobre él.

Ahogué un grito cuando sentí la primera punzada dolorosa dentro de mí. Me contraje.

Se detuvo.

   —L-Lo siento... —dijo, pero su voz se oía demasiado caliente como para estar realmente arrepentido—. No tenemos nada para...

   —No me importa —interrumpí, forzando un poco más el movimiento. El líquido trasparente y viscoso que se desprendía de su miembro haría ese trabajo. No podía detenerme—. S-Sigue... —balbuceé, con la voz temblándome de los nervios y dolor. Estaba asustado, pero moría de deseo.

Sonrió, como enternecido y me besó en la frente. El calor en mi rostro subió hasta mis orejas. Volvió a tomarme y a levantarme, pero tuvo más cuidado y aplicando más control logró que su segunda punzada no fuese tan dolorosa como la anterior, ni la tercera, ni la cuarta, hasta que sentí cómo se deslizaba completamente en mi interior. Mi estómago ardió cuando le sentí, mi cuerpo tembló y se estremeció. Se quedó allí cuando estuvo completamente dentro, esperando. Respiré hondo varias veces e intenté relajarme. El sólo tenerle ahí dolía como mil infiernos, pero algo me incitaba a moverme. Le hice caso a mi instinto y con la fuerza de mis piernas comencé el vaivén. Me levanté con torpeza y volví a bajar, sintiendo cómo él llenaba cada espacio en mi interior.

    —A-Ah... —gimió en mi oído, y su voz me excitó lo suficiente como para volver a repetir el ejercicio. Empezaba a acostumbrarme y, sin darme cuenta, a los pocos minutos yo también me encontraba gimiendo y jadeando de placer. Me tomó por las caderas y él marcó el ritmo, elevándome sobre él y volviéndome a bajar. No podía creer lo que estaba haciendo, no podía creer las sensaciones que él causaba en mí. Scorpion había hecho exactamente lo mismo y sólo había sentido miedo, asco y dolor. Pero Ethan me tomaba con suavidad, me dejaba caer sobre él en la medida justa. Mi cuerpo palpitaba con cada embestida que daba en mi interior.

Aumenté el volumen de mi voz sin querer y él también lo hizo. Era excitante oírle gemir sobre mi oído. ¿Alguna vez había sentido algo como esto? Jamás, y estaba seguro de que no podría sentirlo con nadie más.

En un momento pareció desesperarse. Me tiró hacia atrás y cambió la posición, recostándome sobre el suelo, tomando mis piernas, levantándolas y poniéndolas sobre sus hombros. Así podía absorberme por completo, así podía tomar posesión completa de mí. No podía escapar de él. Comenzó a penetrarme otra vez, con absoluto control, él llevaba el ritmo y una nueva oleada de placer invadió todo mi ser. Su cuerpo se movía al unísono con el mío, como si desde siempre hubiésemos sido uno solo y sus músculos se sacudían majestuosamente, al son de sus gemidos. Me aferré a sus brazos en un intento de abrazo, quería abrazarle, quería sentirle aún más cerca, más profundamente. Acortó la distancia entre nosotros y pude rodear su espalda con mis manos. Sus ojos profundos y negros estaban clavados sobre mí, no dejaban de mirarme, no los apartó en ningún momento. Entonces pude verlo, algo más allá del vacío de sus ojos oscuros, algo difícil de explicar, difícil de definir pero que, sin embargo, me llenó de un sosiego que me paralizó por completo.

Era la primera vez, que podía ver detrás de ese manto negro.

Todo cobró sentido para mí en ese instante. Las peleas, los desastres, el caos que había afuera. Todo se reducía a ese momento. Todo valía la pena.

Soltó una de sus manos y sin detenerse tomó mi rostro y lo acarició. Algo subió desde la punta de mis pies hasta mi estómago. Mis gritos aumentaron, ahogándome en el propio aire caliente que escapaba de mi boca. Nuestros jadeos llenaron todo el lugar. Su mano comenzó a temblar, al igual que todo mi cuerpo. Sus embestidas se hicieron más fuertes, más bruscas, más rápidas y un remolino de sensaciones tuvo lugar dentro de mí. Arqueé la espalda cuando él tomó mi polla para masturbarme y dejé salir a rienda suelta todo el placer que estaba sintiendo. Era placer y algo más, porque cuando acercó sus labios a los míos en un beso, todo ese torbellino, todo ese excitante caos interior explotó dentro de mí y un delicioso escalofrío hizo a mi cuerpo temblar nuevamente. Un último grito escapó de mi boca y sin poder soportarlo más, me corrí junto a él, uniéndonos a ambos en el éxtasis. Sentí algo húmedo en mi interior y supe de lo que se trataba, miré nuestros vientres manchados por mí y me avergoncé de haber acabado así. Pero me sentí tranquilo, habíamos formado una conexión inquebrantable.

Me abrazó con fuerza. Sentía como si mi cuerpo volara y lo agradecí, más tarde sentiría el dolor. Me dejé guiar por él y me apoyé sobre su pecho, ambos nos recostamos sobre el suelo. Podía oír su corazón arrítmico y cómo ese latido comenzaba a calmarse lentamente. No hubo necesidad de palabras, sobraban.

Un cansancio repentino me invadió de pronto. Era su culpa, había comenzado a acariciar mi cabello.

   —No tienes idea de cuánto me gusta que hagas eso... —balbuceé, luchando por no quedarme dormido.

   —No tienes idea de cuánto me gustas tú —confesó. Se suponía que lo sabía. Él también me gustaba, pero quizás era demasiado orgulloso para confesarlo. Aunque quizás no tenía por qué hacerlo.

Cerré los ojos, sintiéndome presa del cansancio. El sueño se hizo insoportable. Sonreí y me dormí teniendo sólo una frase en la cabeza.

A veces, las acciones dicen más que las palabras.

Notas finales:

:33 Espero que les haya gustado! 

Como siempre. Críticas, consultas,comentarios o preguntas pueden dejarlo todo en un lindo -o no tan lindo review- 

Gracias por esperar. 

Un beso! 


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