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THILBO. por Eli97

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Notas del capitulo:

Hola lectores. 

Lo sé, ha pasado demasiado tiempo desde la ultima vez que actualicé y les ofrezco una enorme disculpa por eso. No daré excusas, solo espero que no se hayan olvidado de mi. 

Porfin logre quitar un poco de la maleza de mi cabeza y conseguí continuar con la historia. Creo que este será el capitulo más largo que he escrito hasta ahora, así que espero lo disfruten. 

 

CAPITULO 22

CORONAS, PASIONES Y PERGAMINOS

 

 

Thorin se quedó petrificado, con la mirada perdida en el lugar en donde Bilbo había estado parado hacía unos instantes. Sus palabras siguieron rebotando dentro de su cabeza como el eco en una cueva, << ¡No hay nada que puedas hacer al respecto! >> ¿Era así como Bilbo veía a Thorin, como alguien que siempre trataba de detenerlo? <<Yo solo quiero protegerlo>>  Pensó el rey enano, echando los hombros hacia abajo, rendido. Fili, que aún lo sostenía, lo soltó dubitativo.

Thorin recordó todos aquellos momentos en los que estuvo dispuesto a dar su vida por Bilbo, en los que puso su cuerpo en el medio para proteger el de Bilbo. Y por ese breve instante, ese segundo, a Thorin no le importó que todos estuvieran viéndolo, no le importó desmoronarse en el medio de la sala y dejar que observaran cuando las primeras lagrimas brotaron de sus ojos y escurrieron por sus mejillas. No le importó porque ya ninguno de esos esfuerzos por preservar la vida del mediano, serviría para algo. Había aceptado enfrentar a Artoc solo, había aceptado morir, ¿De qué le servía el amor entonces? ¿Para qué le era necesario amar, si siempre terminaba perdiéndolos a todos?

Se dejó caer sobre las rodillas, tapó su rostro con sus manos y sollozó. Como un bebé, como no lloraba desde la muerte de Jesterin. Todos los presentes, los enanos, Danief, Gandalf y Radagast, incluso Elrond y Cirdan, se miraron unos a otros, sorprendidos, sin poder creer lo que estaban presenciando. Lady Galadriel se limitó a observarlo, sin ninguna clase de expresión facial. 

Danief dio un paso al frente, se puso de cuclillas frente a él y colocó una mano suave sobre su hombro tembloroso.

—Thorin…— Logró susurrar.

El enano alzó la mirada empapada y enrojecida hacia el cargador, y sin poder contenerse, lo abrazó. Rodeó sus hombros con sus fuertes brazos y descargó su tristeza sobre su pecho. Danief lo abrazó también.

—No puede pasarme esto de nuevo. No puede. — Logró decir entre sollozos.

—¿De nuevo? — Preguntó Danief, pero no obtuvo respuesta.

Thorin se separó del hobbit y sin atreverse a mirarlo solo se limitó a negar con la cabeza. Se enjugó las lágrimas con el antebrazo, se puso de pie sin decir nada, caminó hacia las escaleras y se marchó.

La sala quedó en silenció, Danief se puso de pie también y miró hacia donde se había alejado Thorin, confundido.

—¿Cómo que de nuevo? — Miró a los enanos en busca de respuestas, pero todos se quedaron en silencio. Excepto Fili.

—Una larga historia — Suspiró Fili.

Danief no dijo nada. Tal como habían hecho Bilbo y Thorin, caminó hacia las escaleras y se marchó.  Todos volvieron a quedar en silencio, tal vez a la espera de que alguien más tomara la iniciativa de irse, pero como esto no sucedió, y el silencio comenzó a tornarse incomodo, Elrond carraspeó para obtener la atención de todos.

—Bilbo Bolsón fue elegido para portar la joya y enfrentar a la bestia.

—Fue elegido para morir — Declaró Fili con tono molesto.

Lord Elrond lo miró sin parpadear, con el rostro sereno.

—Él ha tomado su decisión de manera consiente, nadie lo ha obligado — Dijo Cindar.

—Si no era él, ¿Quién se hubiera ofrecido voluntariamente? — Cuestionó Elrond. Los enanos se miraron.

—Thorin habría estado dispuesto a tomar su lugar si se lo hubieran permitido — Dijo Kili — Él es mucho más fuerte, puede resistir más que cualquiera de nosotros.

—Enfrentar a Artoc no requiere de fuerza física, Kili — Intervino Gandalf, que no había hablado hasta ese momento— Requiere de una gran estabilidad y control mental… lamentablemente, como ya lo ha demostrado, Thorin no posee esa cualidad.

—Enviaron a Bilbo a un suicidio — Trató de excusar Bofur.

—No me refiero a eso — Dijo Gandalf

—El mediano está dispuesto a sacrificar su vida con tal de asegurar la de los demás, incluida la del rey Thorin — Declaró por fin Lady Galadriel en tono sereno — No negaremos que su vida corre un gran peligro y que las posibilidades de que salga vivo son muy pocas, pero con la protección de la joya, es posible.

Bofur estuvo a punto de contestar cuando de repente, desde el valle a la sala de juntas, llegó el sonido suave de un cuerno elfico. Todos se volvieron intrigados, los enanos corrieron a asomarse por el balcón de la sala temiendo que se tratara de algún llamado de guerra. Lady Galadriel, tranquilamente, se volvió para observar, la corriente de aire le acarició e hizo su blanca cabellera alzarse en el aire como una cortina delicada. Allá, a lo lejos, sobre el serpenteante rio Bruinen, se acercaba rápidamente una barca blanca, alargada y afilada, que alzaba en sus velas, banderas blancas que ondeaban en el aire como proclamando paz. Los ojos de Lady Galadriel brillaron y sus labios se curvearon en una sonrisa discreta.

—No teman — Tranquilizó la elfa a los enanos— Es el aprendiz de Celebrimdor, el elfo que forjará la joya de trinitas.

—¿La Joya de trinitas? — Se mofó Kili.

—¿Ha llegado tan rápido? — Inquirió Bofur.

Lord Elrond, que también estaba mirando la barca que se acercaba velozmente, dirigió su mirada a los dos enanos.

—Joya de Trinitas es el nombre con que hemos decidido bautizar a la unión de nuestros tres anillos, y sí, el discípulo de Celebrimdor es un elfo comprometido, a donde se le solicité, él llega, no importa que tan lejos se encuentre.

—No la han forjado, pero ya le pusieron nombre— Kili se cruzó de brazos — Sí que tienen ganas de hacer esa arma.

—¿Arma? — Cirdan pareció ofendido — ¡Ja! — Rió volviéndose hacia el enano — Al decidir forjar la joya quienes se arriesgan somos nosotros, mi querido señor enano, y mucho más importante que nosotros, a nuestro pueblo. No se le ha pedido nada al reino de los enanos. Tal vez la Joya de trinitas pueda ser un arma, pero solo podría usarse contra nosotros.

A ninguno de los enanos se le ocurrió que decir. Lady Galadriel puso una mano blanca sobre el hombro de Cindar y miró también a los enanos.

—No deben preocuparse por Bilbo Bolsón — Sonrió amigablemente — Nuestros anillos lo protegerán en todo momento, y nosotros también — Elrond y Cindar asintieron — Lo que va a necesitar, indiscutiblemente, es el apoyo de sus amigos, al igual que su compañía.

Fili, Kili y Bofur se miraron unos a otros y asintieron.

—Ahora si nos disculpan — Prosiguió Elrond — Debemos ir a recibir a nuestro invitado.

Galadriel dirigió a ellos una ultima sonrisa antes de marcharse, le siguió Cindar que simplemente inclinó la cabeza, y Elrond que solo se limitó a seguir a los otros dos. Apenas vieron la cabeza de Lord Elrond desaparecer, los enanos se asomaron con toda libertad por el balcón.

—¡Ya ha llegado! — Exclamó Bofur sorprendido. Abajo, la balsa blanca estaba terminando de hacer amarras en el pequeño muelle del castillo.

—Quiero uno de esos — Bromeó Kili, Bofur y Fili rieron.

—Es una balsa de elfos — La voz de Radagast se alzó. Todos lo miraron sorprendidos, por unos instantes se habían olvidado de su presencia, pues el mago se había quedado todo el rato sentado en una de las bancas de la mesa sin decir nada, con la mirada perdida en algún punto del horizonte mientras que las aves le revoloteaban en la cabeza — Si no mal recuerdo — Siguió Radagast — fue el mismo Cindar quien diseñó las balsas blancas, rápidas y silenciosas. Perfectas para la ocasión.

—¿Cuál ocasión? — Dijo Fili.

—Esta ocasión — Respondió Gandalf.

Radagast asintió.

—Es la primera vez, ustedes no imaginan en cuanto tiempo, que el discípulo de Celebrimdor reaparece. Ha estado escondido, nadie sabe en donde, desde que su maestro fue asesinado. Se dice que es él quien forja todas las joyas encargadas de los elfos, más él nunca sale.

—Hay quienes incluso dicen que en realidad no existe — Gandalf recorrió con la mirada a los tres enanos— Dicen que el discípulo de Celebrimdor es una leyenda, inventada para darle esperanza al pueblo de los elfos, de que todo ese conocimiento de los Mírdain no se perdió.

—Por mucho tiempo creí en esos rumores — Confesó Radagast.

—No eres el único, mi querido amigo — Gandalf miró hacia la balsa, de la que una alta y gruesa figura, cubierta en una capa blanca, iba saliendo— Pero ahora confirmo las leyendas.

—Ahí está — Anunció Fili. Kili y Bofur se asomaron ansiosos y abrieron las bocas en una o.

Aunque no podía verse el rostro del herrero, uno podía darse cuenta de la clase de vida que había llevado, sus hombros y brazos eran toscos y con el movimiento de su andar se marcaban algunos músculos a través de la fina tela de la que estaba hecha la capa. Gandalf lo observó y trató de imaginarse lo difícil que debía de ser mantenerse oculto todo el tiempo, vivir con miedo, acosado por los recuerdos de sus antepasados.

El herrero caminó hacia el portal que daba entrada al castillo, en donde ya estaban esperándolo, rectos y altos, Galadriel, Elrond y Cindar. Cuando llegó a ellos, los cuatro se inclinaron al mismo tiempo en señal de respeto. Galadriel fue la primera en dar un paso al frente, tomar las manos enguantadas entre las de ella y dirigirle unas palabras, que a la distancia de donde estaban los enanos, no podían escucharse. Cindar se acercó también, tomó sus manos enguantadas y el aprendiz se inclinó para besarlas, el último fue Elrond, que puso una mano en el hombro del elfo y lo invitó a entrar a su castillo con un gesto de la mano.

—Interesante — Dijo Gandalf, alejándose del balcón.

—¿Por qué el elfo no puede mostrar su rostro? — Inquirió Kili. Gandalf se encogió de hombros.

—Esa clase de cosas solo las pueden saber los elfos.

—¿Van a crear la joya esa tan rápido?

Gandalf suspiró.

—Está a punto de anochecer — El mago miró hacia el horizonte y luego a los enanos — Radagast y yo estamos muy cansados, no hemos cerrado los ojos desde que llegamos.  Si nos permiten, nos vamos a retirar.

Radagast se puso de pie con ayuda de su bastón, y junto a Gandalf, ambos salieron también de la sala de juntas.

<<¿A qué se refería Thorin con que no quería que pasara de nuevo? ¿Qué había pasado antes?>> En estas interrogantes pensaba Danief, cuando, al llegar a un claro, vio a Thorin bajo la sombra de un laurel, con la luz del sol detrás, acurrucado contra el tronco del árbol, abrazándose las rodillas y con la mirada perdida en algún punto del suelo. Parecía un niño pequeño, con el cabello azabache y la barba desarreglada, parecía también un loco. El hobbit caminó hacia él y al llegar, Thorin no pareció percatarse de su presencia. Se sentó frente a él entrelazando las piernas y lo miró.

—¿En qué piensas, Thorin? — Preguntó, habría querido cuestionarlo sobre ese << No puede pasarme de nuevo>>, pero sería demasiado directo. Thorin, con la barbilla sobre sus manos cruzadas, alzó la mirada y se encogió de hombros sin cambiar de posición.

—Todo lo que he hecho para mantener a Bilbo con vida, se fue al caño — Contestó cerrando los ojos.

—¿Por qué lo dices? — Danief se acomodó un mechón de cabello que tenía en la frente.

—¿No te das cuenta, Danief? —Thorin alzó el rostro — Lo han enviado a un suicidio, lo enviaron a morir.

—Nadie lo ha enviado, Thorin. Bilbo tomó la decisión solo

—Eso es lo que más me duele — Thorin suspiró y bajó los hombros antes de continuar — Es como si me hubiera rechazado. Como si hubiera rechazado mi protección, ¿Entiendes?, no le importó lo que yo fuera a sentir al elegir enfrentarse a Artoc, lo vi en su mirada, lo sentí — Thorin titubeó — Si no lo amara y no lo conociera, me atrevería a decir que hasta disfrutó verme desmoronarme.

Thorin fijó su mirada en la puesta de sol, y en las sombras que le arrancaba al valle.

—Ay Thorin — Dijo Danief, el rey lo miró — Estas cegado por el sentimiento, entiendo que estés dolido, pero eso no te deja ver lo obvio.

—¿Y qué es lo obvio? — Cuestionó Thorin, como ofendido.

—¿En serio crees que Bilbo tomaría una decisión tan importante, solo para ver cómo te derrumbabas por eso? — Thorin no contestó — Si Bilbo tomó esta decisión, fue por una razón… Lo hizo para protegernos… para protegerte, Thorin. Debió ser difícil haber pensado en lo mucho que te iba a doler a ti, pero Bilbo está dispuesto a entregar su vida para preservar la tuya, tal como tu estas dispuesto a hacer lo mismo por la de él. Es lo que han estado haciendo desde que ambos supieron lo que sentían el uno por el otro, ¿o me equivoco?

Thorin asintió, reflexionando, no se había puesto a pensar en las cosas desde esa perspectiva, y para ser honestos, era más lógico.

—Tienes que dejar de ver a Bilbo como a una criatura indefensa — Prosiguió Danief — Porque no lo es, lo has estado sobreprotegiendo como un lobo a sus crías, cuando en realidad lo que necesita, es que le dejes saber que puede defenderse solo, como ya lo ha demostrado otras veces.

Thorin pensó en todas aquellas veces en que vio a Bilbo blandir una espada, o que lo vio enfrentarse cuerpo a cuerpo o lanzando rocas contra sus enemigos. Calló en la cuenta de que era capaz de defenderse sin él.

—Es solo que me da miedo que salga lastimado — Dijo Thorin con la mirada hacia el suelo.

—Sí, pero ese temor te hace hacer y decir cosas que lo pueden lastimar. Como hoy.

A Thorin ya se le había olvidado, cerró los ojos y enterró los dedos en el cabello.

—Es verdad — Dijo — Soy un maldito idiota. No debí hablarle así, no debí.

—Tienes razón, eres un idiota — Rió Danief. Thorin rió también.

—¿Crees que me perdone?

—Para saberlo tienes que pedirle disculpas primero.

Thorin asintió, se puso de pie al igual que Danief, ambos se miraron y se sonrieron.

—Gracias Danief, por hacerme entender.

Allá en el horizonte, Bilbo contempló y se despidió del ultimo asomo del sol. En el cielo, algunas estrellas comenzaban a parpadear, como danzando en un ritual ancestral de bienvenida al ojo plateado que pronto tomaría el control del firmamento. Sentado en el alfeizar de la ventana, con los pies colgando hacia el precipicio, Bilbo pensó en que aquel era el mejor escenario en el que se podía morir. Cerró los ojos y dejó a la brisa del sol acariciarle el rostro. Nunca había sentido un aire tan fresco.

Miró hacia abajo, una pequeña cascada salía de algún rio subterráneo y caía sobre el rio Bruinen para unírsele. Se llevó la mano al bolsillo y acarició en el interior, el suave anillo de oro <<Si me aventara desde aquí, con el anillo puesto ¿Qué pasaría?>>  Se preguntó, inclinándose un poco hacia adelante, para ver mejor las rocas afiladas del fondo. Esas que de seguro lo despedazarían y le desgarrarían el cuerpo si callera sobre ellas.

No importaba, aventarse o quedarse ahí, de todas formas, iba a morir. Se inclinó un poco más y sintió la altura en el estómago, el viento sopló fuerte y le silbaron los oídos. No importaba, morir ahora, o después. Escuchó que alguien tocaba a la puerta detrás suyo. Se detuvo, miró por sobre el hombro. Tocaron de nuevo, y sin pedir permiso, la puerta se abrió.

—¡Bilbo! — Gritó Thorin al ver al mediano, sentado sobre la ventana, inclinado hacia el precipicio., como si fuera a saltar. Corrió hacia él, lo sostuvo de la espalda y las piernas y en su intento por meterlo a la habitación cayeron sentados en el suelo.

—¡Thorin! — Logró gritar Bilbo. Ambos quedaron uno enfrente del otro.

—¿Qué estabas haciendo? — Le reclamó el enano tomando a Bilbo por los hombros. Bilbo se separó de él, como ofendido.

—No estaba haciendo nada, suéltame.

—Pudiste caer, Bilbo, pudiste haber muerto — A Thorin no le importó que Bilbo no lo quisiera cerca, se abalanzó sobre él y lo atrajo hacia su pecho para rodearlo entre sus brazos — No sé qué haría si algo malo te pasa.

—Thorin— Susurró Bilbo, con el cuerpo tenso.

—Perdóname, Bilbo — Las lágrimas comenzaron a brotar de los ojos del rey — Perdóname por ser un idiota, no debí gritarte, no debí haberte dicho lo que te dije. Soy un estúpido, por favor perdóname.

Con todas sus fuerzas, Bilbo quiso seguir enojado con él, con todas sus fuerzas habría querido arrancarse los brazos de Thorin, dejarlo ahí, llorando, y marcharse. Pero no pudo, esa masa blanda y susceptible que le fungía de corazón, no le permitió odiarlo, ni detestarlo. Le hizo cerrarlos ojos, aflojar el cuerpo, enterrar el rostro en el pecho cálido de ese hombre desmoronado, y rodear su cuerpo tembloroso con sus brazos menudos. El blando corazón solo le permitió amarlo.

—No quiero que te alejes de mi — Seguía hablando Thorin — No quiero que me odies, por favor Bilbo.

El mediano se separó un poco de Thorin lo suficiente como para poder ver su rostro, puso las manos en los pomulos del enano y enjugó sus lágrimas. Tenía las mejillas enrojecidas, como un pequeño niño que ha llorado por su mascota perdida. Contempló su rostro simétrico, enmarcado por su tupida barba negra, sus labios, gruesos y rozados, sus cejas, pobladas y gruesas. Sus ojos, sus hermosos ojos.

—No — Le susurró. El calor de su aliento se disipó en el aire y se combinó con la respiración entrecortada de Thorin — No te odio, enanito — Thorin soltó una risita — Te amo.

Lo ojos de Thorin se llenaron de ternura, sus mejillas se sonrojaron aún más y una sonrisa se curveó en sus labios. Soltó un pequeño gemido, como si hubiera estado esperando a oír esa simple palabra por un milenio entero.

El espacio que había entre sus rostros se estrechó, Bilbo miró sus labios y humedeció los suyos. De pronto sus miradas se mezclaron, hipnotizados uno del otro, el calor de sus alientos danzaron juntos mientras iban acercándose más y más. Bilbo sentía como el corazón le golpeteaba el pecho y cómo sus manos, aun en el rostro de Thorin, comenzaban a sudar.

Thorin no pudo más, atrajo con los brazos a Bilbo, y por fin, sus labios, se unieron. Thorin abrió la boca, y Bilbo se dejó guiar por él. El sabor, el olor, el tacto, el movimiento de su cuerpo. Todo era perfecto. Rodeó el cuello del enano con los brazos y fue como si quisiera adentrarse al interior de su ser. La humedad de su boca, sus labios y su boca abriendo y cerrándose, era excitante. Thorin no necesitó decirle a Bilbo que también lo amaba, lo estaban diciendo todo, sin usar palabras. Así, entre la negrura, aquel beso, el primero, se volvió un sexto sentido.

—…Si le sacas el jugo a uno de esos frutos, y luego eso lo hierbes en agua junto a raíz de canela, se obtiene un antídoto para el olor de boca — Le explicaba Radagast a Gandalf mientras ambos istari caminaban por un pasillo amplio, en busca de sus habitaciones.

—Estoy seguro que te es de mucha utilidad — Bromeó Gandalf.

Radagast estuvo a punto de contestar con otra broma, cuando frente a ellos, sin hacer alguna clase de ruido, apareció un elfo de servicio. Ambos magos se sobresaltaron ante tal sorpresiva presencia.

—Buenas noches, mis señores magos. Disculpen la molestia.

—¿Qué sucede? —Quiso saber Gandalf.

—Mi señor Elrond, me ha enviado en su busca — Explicó el elfo — Solicita su presencia de inmediato en los sótanos del castillo, donde están reunidos con el invitado que ha llegado esta tarde.

—¿Nos solicita a nosotros? — Preguntó Radagast intrigado.

—Así es, mi señor — Asintió el elfo. Ambos magos se miraron, extrañados — Lord Elrond me ha pedido que los guie al sótano, puesto que es difícil de encontrar.

Un poco dubitativo, Gandalf contestó.

—Pues si es voluntad de Lord Elrond, no nos queda otra opción.

El elfo se inclinó ante ellos, dio media vuelta y comenzó a caminar.

—Síganme por favor.

El elfo se puso en marcha, y Gandalf y Radagast hicieron lo mismo. Bajaron por unas escaleras de caracol que salían hacia una explanada de árboles y flores. Cruzaron hacia el otro lado y caminaron por un pequeño pasillo. Mientras caminaban, el elfo pardo se acercó al oído de Gandalf.

—¿Por qué Elrond necesitaría de nosotros? — Susurró. Gandalf se encogió de hombros.

—Solo sé que es probable que no vayamos a descansar todavía.

Radagast suspiró desilusionado. El pasillo por el que caminaban, salía hacia un cuarto con diferentes caminos, se dirigieron a la puerta de la derecha que bajaba por una escalera de piedra caliza. Sus pasos comenzaron a hacer eco en las paredes, hasta llegar a una puerta de madera.

El elfo de servicio sacó del bolsillo de su túnica una llave larga y afilada. La introdujo en el cerrojo de la puerta y la giró hacia la derecha, produciendo un sonido mecánico.

—¿El señor Elrond le ha dicho, porqué es tan importante nuestra presencia? — Se atrevió a preguntar Gandalf. El elfo negó con la cabeza haciendo bailar su coleta.

—Solo se me ha dado la orden de traerlos — Dijo mientras sacaba la llave de la puerta y la empujaba hacia adentro, produciendo un rechinido. Se volvió hacia los magos y con una mano los invitó a pasar — No puedo acompañarlos más allá. Solo deben seguir el pasillo y llegarán a donde se encuentran los señores elfos.

Gandalf y Radagast caminaron hacia la entrada y se asomaron con desconfianza. La luz apenas y se filtraba por pequeños orificios hechos en la parte superior de las paredes por todo lo largo del corredor. El olor a polvo acumulado les inundó la nariz a penas y se acercaron, provocando que Radagast lanzara un gran estornudo, que viajó como un eco y regresó. Cuando miraron al elfo de servicio, este se encogió de hombros.

—Es la única entrada.

—Bien — Dijo Gandalf antes de dar un paso hacia adelante y adentrarse al pasillo. Radagast lo imitó. Una vez los dos estuvieron dentro, el elfo cerró la puerta y la aseguró con la llave. Radagast miró hacia la puerta, protegiéndose la nariz del intenso olor a polvo.

Gandalf, alzó su bastón y sopló la piedra que tenía en el mango. Esta se iluminó como una luciérnaga y entonces estuvo seguro de caminar.

—Vamos, Radagast, estamos en uno de los lugares más seguros de la tierra, no debemos temer nada.

Si algo había en ese pasillo que valiera la pena iluminar, ninguno de los dos vio nada. El corredor seguía recto como por unos doscientos metros, luego giraba hacia la izquierda otros cien metros y bajaba por unas escaleras que parecieron más que profundas, serpenteantes. Cuando terminaron de bajarlas, frente a ellos se extendía otro pasillo amplio y con el techo demasiado alto. Al fondo, había otra puerta doblemente grande y dividida en dos. Estaba pintada de color blanco y tenía grabados preciosos relieves de flores y paisajes. Gandalf la tomó de la manija y esta cedió con un ligero quejido. Una corriente de aire pareció filtrarse y una luz azulada se dibujó como una línea sobre el suelo.

Al otro lado de la puerta, se encontraba una caverna con forma circular, el techo estaba cubierto por cientos de estalactitas que extendían sus brazos hacia el suelo como tratando de alcanzarlo. El suelo era plano y brillante, y en el centro, un pilar blanco como la leche emanaba una intensa luz celeste que inundaba todo. Alrededor de este, cuatro altas figuras parecían rezar, proyectando sus sombras detrás como largas figuras negras. Gandalf reconoció a Lady Galadriel, Lord Elrond y Cindar, los tres tenían los ojos cerrados y las manos entrelazadas en el estómago, pero la cuarta figura, aunque supo quién era, no habría podido reconocerlo. Estaba de espaldas a él, se había quitado la capucha de la capa y dejaba ver solamente su larga cabellera gris amarrada en una coleta de caballo y sus pálidas orejas afiladas, su cuerpo grueso y tosco en comparación con el resto de los elfos.

Gandalf carraspeó. Galadriel, Cindar y Elrond abrieron los ojos y los miraron.

—Mithrandir, Radagast, gracias por venir — Dijo Lady Galadriel, sonriendo. La luz azul que le coloreaba el rostro le daba un aspecto extraño, siniestro.

—¿Nos han solicitado?, un elfo nos ha dicho que… — No terminó de decir. Cuando Elrond lo interrumpió.

—Así es, Mithrandir. Necesitamos a dos personas que testifiquen la creación de la joya — Explicó el señor elfo — Y ¿quiénes mejor para eso que los istari del Concilio Blanco? Si Saruman se hubiera quedado, también el habría sido invitado.

Gandalf y Radagast asintieron.

—Será un honor para nosotros testificar, además de la creación de la joya, la presencia del último Mírdain — Dijo Radagast, pero Gandalf lo reprendió con un codazo.

El aprendiz, sabiendo a quien se refería, giró ligeramente la cabeza hacia ellos, revelando un perfil increíblemente recto.

—No creo que este a tal nivel como para que pueda considerarme un Mírdain — Fue lo que contestó el discípulo de Celebrimdor. Su voz, era gruesa y grave, como si en lugar de cuerdas vocales, hablara a través de cuernos de guerra, pero al mismo tiempo, era amigable —  Mucho de su conocimiento se perdió — Dijo con melancolía — Pero, si algo es cierto, es que quien debes sentirse honrado, soy yo.

Dijo esto al mismo tiempo que se giraba de frente hacia ellos, revelando su rostro. De piel pálida y cejas apenas distinguibles, el discípulo de Celebrimdor era de cara rectangular, con una nariz recta y alargada, sus ojos eran de color purpura y sus labios de un rosa pálido. Era como una escultura de mármol, bello como cualquiera de los elfos.

—Estar en presencia de dos istari me hace sentir importante — Continuó diciendo — Gandalf el Gris, y Radagast el Pardo. De ustedes solo he escuchado leyendas, y no creí tener jamás el privilegio de conocerlos en persona.

Ambos magos se inclinaron en señal de agradecimiento y el herrero les correspondió con un gesto igual. Los istari estaban tan sorprendidos por la belleza del herrero, que prácticamente apenas y escucharon lo que había dicho. Gandalf, debía admitir, que el elfo, era incluso más hermoso que la misma Galadriel.

—Muchas gracias — Logró decir Gandalf.

—Llámenme Adenien — Pidió el herrero con una sonrisa — Por favor, acérquense a la luz — Dijo, con un gesto de la mano. Se volvió de nuevo hacia el pilar y los magos obedecieron.

Contrario a lo que Gandalf había creído, el interior del pilar estaba vacío, en lugar de agua, en el fondo se encontraban tres pequeños rombos de diamante, uno de color blanco, otro azul, y el ultimo rojo, puestos uno a un lado del otro. La luz celeste emanaba de ellos como si se tratara de una estrella, era intensa y constante.

—Esos son…

—Los fragmentos de los anillos — Respondió Cindar antes de que Radagast terminara la pregunta.

—Fueron extraídos de los anillos de tal forma, que una vez hayan cumplido su función, puedan ser adheridos nuevamente a donde pertenecen, sin dificultad — Explicó Adenien — La corona tendrá los diamantes incrustados, uno en la parte frontal, y los otros dos en los costados, para distribuir mejor el peso y el efecto de sus capacidades.

—¿Corona? — Inquirió sorprendido Gandalf mirando a Adenien — ¿No será un anillo?

El elfo herrero negó con la cabeza.

—Un anillo es fácil de transportar y es difícil que se caiga, pero necesitamos que los poderes de la joya tengan efecto en la mente del portador — Comenzó a decir Adenien — Si la joya de trinitas es un anillo, las capacidades tendrán más efecto en su cuerpo. Si queremos que la joya afecte la mente, entonces debe de colocarse en la cabeza. La única opción es una diadema, corona o tiara, que pueda ajustarse al tamaño de la cabeza del portador.

—Entiendo — Contestó Gandalf, tratando de imaginarse cuál sería el resultado final.

La caverna permaneció en silencio unos segundos. Ninguno de los elfos dijo nada, permaneció callado y con los ojos cerrados serenamente. De no ser porque Adenien habló por fin, Gandalf y Radagast se habrían quedado dormidos.

—Bien — Alzó la voz el herrero.

—Es momento — Dijo Galadriel. Cindar y Elrond asintieron, mientras que Adenien comenzó a quitarse la capa, una vez la dejó en el suelo, prosiguió a desabrocharse la camisa de tela fina y blanca para dejar al desnudo su torso, perfectamente bien formado, como tallado por un escultor maestro.

—Comencemos — Adenien se frotó las manos y miró los tres fragmentos de los anillos — La joya de trinitas ¿Ehh? Lindo nombre

Estaban hincados, enano y hobbit en el suelo, besándose, y Bilbo comenzó a sentir que necesitaba más. Ya no le bastaba con los besos. Entre ratos, se separaban, y se miraban mutuamente. Thorin respiraba agitado, se mordía los labios y su pecho se henchía con cada respiración, miraba a Bilbo con los ojos entrecerrados. Podía sentir el calor de su aliento, y de su cuerpo.

 Bilbo, acariciaba su rostro, y lo atraía de nuevo, pero quería más. Dejó su mano bajar hacia el pecho del enano, y comenzó a acariciar sus pezones por sobre la camisa. Thorin resopló de placer, con sus brazos abrazados a ella, atrajo a Bilbo por la cadera y presionó su cuerpo entero contra el suyo. Bilbo lo sintió entonces, algo alargado y duro en la entrepierna del enano.

Se separaron y Bilbo miró al enano, entre sorprendido y excitado.

—Thorin — Logró mascullar.

—Lo siento — Contestó él resoplando— N-no puedo evitarlo, tu…

Bilbo puso un dedo sobre sus labios para que callara, lo besó de nuevo y bajó otra vez su mano, pero esta vez no se detuvo en los pezones, siguió de largo hacia su ombligo, su pelvis. La gloria. Apretó su entrepierna suavemente y comenzó a acariciarla de arriba a abajo, estaba caliente y palpitaba. Thorin profirió un suspiro de placer, sin dejar de besarlo. Todo aquello hizo que Bilbo también se excitara.

—Bilbo— Gimió Thorin cuando se separaron, mientras que Bilbo seguía frotando su miembro cada vez más rápido y ansioso. El mediano regresó la mano con la que estimulaba hacia el rostro del enano y le dio un pequeño beso.

Thorin se mordió el labio, sostuvo la mano de Bilbo y la volvió a dirigir hacia abajo. Acercó su boca al oído del mediano y le susurró, suplicante.

—No te detengas.

Bilbo obedeció, pero no se iba a conformar. Metió ambas manos dentro de los calzoncillos de Thorin y rodeó con una palma su pene desnudo, duro, caliente y palpitante, mientras que con la otra comenzó a juguetear con sus testículos. Thorin sin esperárselo, no aguantó, gruñó de placer y con sus manos gruesas, estrujó cada nalga de Bilbo con ansiedad y adentró sus dedos hacia el interior.

Bilbo gimió, sintió una multitud de emociones y sensaciones extrañas cuando los dedos de su enano comenzaron a juguetear en el medio de sus glúteos. Se mordió el labio y no pudo evitar separarse. Thorin lo miró.

—Disculpa, ¿fue muy apresurado? Yo…

Bilbo no dijo nada, lo calló con un beso a media palabra, tomó las manos del enano y las redirigió hacia sus glúteos. Thorin entendió, y siguió acariciándolo. Bilbo por su lado, se excitaba cada vez más y frotaba el miembro de Thorin con más intensidad y deseo, mientras que los dos suspiraban y gemían.

Algo húmedo comenzó a sentir Bilbo en las manos y hacían que la piel del miembro del enano se deslizara con más suavidad. Necesitaba verlo de frente, saber cómo era aquella maravilla. Se separaron, Bilbo sacó las manos, tomó el pantalón de Thorin de cada costado y lo bajó hasta sus rodillas. Su pene rebotó como un resorte, revelándose por fin.

—Bilbo — Thorin se sonrojó, trató de cubrirse con ambas manos, pero Bilbo lo detuvo. Su miembro era ligeramente más oscuro que la piel de su cuerpo, pero brillaba por el líquido preseminal que había secretado, tenía un largo normal, pero era bastante grueso. Alrededor se le marcaban algunas venas, como raíces a un árbol, y el glande que se asomaba tímido debajo del prepucio, era de un rosado colorado. Sus testículos colgaban libres, con algunos vellos negros creciendo sobre ellos, eran de un tamaño similar a un par de huevos.

Los ojos de Bilbo brillaban maravillados. Comenzó a desabrochar la camisa blanca de Thorin, botón por botón hasta que despojó al enano de ella, y éste, quedó completamente desnudo.  Su pecho estaba agitado y ligeramente sudado. Forrado por una capa de vello negro, tenía el pecho bien marcado y lo adornaban algunas cicatrices. Sus brazos, ligeramente bronceados, eran gruesos y tenían bien definidos los músculos, como si los hubieran dibujado. Desde su pecho, recorriendo su abdomen hasta el vello púbico, un camino de vello oscuro guiaba el sendero hasta su pene. Bilbo pensó que ese camino era completamente necesario, porque, en todo aquel hermoso cuerpo, era muy fácil perderse.

—Eres hermoso Thorin — Fue lo que dijo Bilbo, mientras pasaba la mano por su mejilla.

—Yo también quiero verte — Pidió Thorin. Bilbo se sonrojó, pero no podía negarse, aunque se muriera de vergüenza, tenía que hacerlo. Asintió y comenzó a desabrocharse la camisa — Espera — Le detuvo Thorin— Ponte de pie.

—No soy perfecto, como tú, Thorin — Dijo Bilbo — Tengo demasiados defectos.

—A mi no me importa, Bilbo, si tu cuerpo no es perfecto — Le respondió el rey bajo la montaña — Así, con defectos, es el cuerpo que yo amo.

Bilbo sonrió, se puso de pie y Thorin también, así, desnudo como había quedado y con el miembro aún erecto, se sentó a la orilla de la cama, colocó los codos hacia atrás y contempló a Bilbo, desvistiéndose para él.

El mediano, con la cara completamente enrojecida, comenzó por desabrocharse la camisa, botón por botón y pena por pena. Cuando terminó, se despojó de ella, quedando desnudo de la cadera hacia arriba. Ni siquiera él mismo se había dado cuenta lo mucho que había adelgazado. Su cuerpo era claro, no estaba marcado ni tampoco tenía músculos, sus pezones eran rosados y tenía una ligera barriguita.

—Date la vuelta — Pidió Thorin. Bilbo obedeció. La parte trasera de sus hombros, estaban cubiertos de pecas, mientras que la línea de la columna vertebral formaba también un camino hasta sus glúteos.

Bilbo se puso de frente de nuevo y comenzó a desabrocharse el pantalón. Thorin lo miró excitado, con el miembro erecto, e inclinó un poco más la espalda hacia atrás.

Bilbo se bajó primero los pantalones, y los dejó a un lado, quedando únicamente en calzoncillos. Thorin produjo una clase de siseo y comenzó a masturbarse mientras veía a Bilbo.

—Que hermoso eres Bilbo — Dijo, subiendo y bajando la piel de su miembro, desvistiendo y cubriendo su glande. Aquello a Bilbo le excitó increíblemente — Ven.

Extendió su mano invitando a Bilbo, y este obedeció. Thorin lo abrazó primero, inhalando el olor de su piel, después comenzó a besarlo en el pecho, el abdomen, el pubis. Pero Bilbo no lo dejó terminar. Atrajo su rostro hasta el de él y lo besó. Volvió a sentir el sabor salado de su boca, el picar de su barba, y lo disfrutó.

Se acostaron en la cama sin separar los labios, Bilbo quedó arriba y Thorin debajo. Tomó al hobbit de las caderas y sus nalgas quedaron sobre el miembro del enano. Era la cosa más deliciosa que Bilbo había sentido jamás, porque Thorin había comenzado a frotarse contra sus glúteos. Ambos gemían mientras se saboreaban, resoplaban y sudaban juntos. Como un solo organismo.

Así permanecieron largo rato, a veces mirándose, excitados, mientras se frotaban, otras solo uniendo sus labios. Hasta que Thorin no aguantó más, decidió tomar el control, se puso encima de Bilbo, le quitó los calzones que el mediano no se había querido quitar y admiró su miembro, blanco, un poco pequeño, y coronado con una fina capa de vello pelirrojo. Bilbo volvió a enrojecerse, pero Thorin le besó las mejillas y le susurró

—Eres perfecto.   

Se colocó las piernas de Bilbo en cada hombro, acomodó su pene a la altura de las nalgas del mediano, lo miró a los ojos y se enamoró aún más, al ver su rostro de inexperiencia.

—Podemos parar si no te sientes listo.

Bilbo acarició su mejilla, negó con la cabeza, atrajo los labios de Thorin a los suyos y le rogó entre besos.

—Hazlo.

 

Después de que Thorin fue a disculparse con Bilbo, Danief decidió que era momento de darse una ducha. El escozor de la herida prácticamente había desparecido y recordó que el medico elfo le había dicho, que cuando dejara de sentir dolor se diera un baño con agua tibia. Caminó hacia los pasillos y al primer elfo de servicio que se encontró, le preguntó en dónde estaban las duchas, y en dónde podía conseguir ropa nueva. El elfo, amablemente, lo guio hacia los baños y le llevó ropa limpia para cuando terminara de lavarse. Pero Danief apenas y pudo decir gracias, cuando entró al salón del baño, quedó totalmente asombrado.

Consistía en una habitación amplia, con salidas de aire en las partes superiores de las altísimas paredes forradas de mármol color melocotón. Había tres grandes piscinas cuadradas, cada una con una pequeña cascada de agua cristalina que salían de unos canales de mármol tallado. En las orillas, había estanterías llenas con frascos de aceites aromatizantes y jabones, a los que Danief tenía acceso libre, mientras que, del techo, sobresalía una estructura extraña con forma de candelabro, pero que lanzaba vapor a través de cientos de agujerillos que simulaban bocas de peces.

Aquello era algo que en la Comarca jamás se vería, y que ni siquiera en sus más locos sueños, el cargador habría soñado con tener. Lo mejor de todo, era que el baño lo tenía para él solito. Fue por eso, que no tuvo problema en despojarse de toda la ropa, elegir cuantos aceites y jabones quiso, y lanzarse a la piscina de un salto.

—Despiértenme, porque creo que estoy soñando — Se dijo Danief a sí mismo, con el cabello empapado y una enorme sonrisa dibujada de lado a lado.

Tal vez fue por coincidencia, o por un acomodo mañoso de los sucesos, que Fili, iba caminando por ahí en busca de exactamente lo mismo, cuando escuchó el eco de un tarareo que provenía de detrás de las gruesas cortinas azules que mantenían la privacidad del salón de baño. No habría sido su intención espiar, pero trató de hacer el menos ruido posible, porque él sabía a quién le pertenecía esa voz.

 Antes de asomarse, se detuvo y lo pensó mejor, pero la curiosidad gobernó sus acciones. Tomó delicadamente la cortina e hizo una rendija lo suficientemente grande para permitirse una buena vista, y lo que encontró, fue a un Danief desnudo. Sus pupilas se hicieron chiquitas y algo en él se despertó, algo que no habría sabido explicar.

El hobbit estaba de espaldas, así que podía ver con toda claridad sus nalgas, claras y brillosas, y su espalda, tersa y con una larga cicatriz dibujada desde su hombro hasta la cadera. Se tallaba el cabello pelirrojo con ambas manos, generando espuma que iba recorriendo su cuerpo hasta llegar a sus glúteos, sus piernas, y finalmente, al agua de la piscina. Cuando Danief se puso de perfil para meter la cabeza en la cascada de agua, su miembro fue perfectamente visible. Fili tragó una, dos veces, y empezó a sentir un cosquilleo en la entrepierna. Se mordió los labios y siguió mirando. <<Para Fili, detente >>  Pero su deseo no lo dejó.

Danief comenzó a tallar su cuerpo con un jabón, lo recorrió por su pecho haciendo círculos y generando un poco de espuma, que rápidamente era barrida por el agua que caía sobre él. Bajó el jabón hacia su abdomen e hizo lo mismo. Se puso de espaldas de nuevo y entonces se agachó para frotarse las piernas. Inevitablemente, sus glúteos se abrieron, rebelando más de lo que Fili habría esperado. Ese tesoro circular rosado.

Aquello fue definitivo, los calzoncillos del enano comenzaron a apretar, sintió la respiración acelerada y no pudo evitar llevarse la mano a la entrepierna, que crecía. Metió los dedos por dentro de la ropa interior y comenzó a acariciarse el miembro, ya caliente. El glande estaba mojado, y al frotárselo sintió un gran placer que le recorrió el cuerpo como un escalofrío. Se humedeció los labios y volvió a tragar, se imaginó, que era él quien acariciaba el cuerpo de Danief con el jabón, que se ponía detrás de él y comenzaba a frotarse contra sus glúteos, que lo tomaba de las caderas y lo poseía.

No pudo dejar de mirar a Danief, que seguía agachado, con el trasero al aire y la piel resplandeciente, y tampoco pudo dejar de imaginarse a él mismo, introduciendo su miembro en él, sintiendo su estrechez alrededor. Un calor recorrió su cuerpo, su estómago se calentó y lo sintió venir. No pudo evitar soltar un gruñido de placer mientras que descargaba por primera vez en ya bastante tiempo.

Danief se puso de pie, miró rápidamente hacia la cortina azul y vio como esta se movía.

—¿Quién es? — Preguntó Danief. Pero no obtuvo respuesta. Fili, al otro lado de la cortina, con la mano aún en los pantalones, y con la otra tapándose la boca, no supo que hacer ni que pensar. Se limpió los dedos lo mejor que pudo con la cortina, se abrochó el pantalón y salió corriendo hacia las habitaciones.

Al llegar se acostó en la cama y miró el techo, sorprendido. Jamás le había pasado algo parecido, nunca, en su vida, había sentido atracción de ningún tipo por otro hombre. Pero Danief era diferente, no era como los enanos. Cerró los ojos y la imagen de su cuerpo desnudo y bronceado se dilucidó nítidamente en sus recuerdos.

<<Basta, Fili >> Se reprendió a si mismo <<No te puede gustar Danief, tú no eres así>>

 

Con aquella trémula luz de veladora, era apenas posible distinguir las letras imprecisas que la pluma iba rasgando en el pergamino. Las gotas se acumulaban en la punta y causaban estragos horrendos sobre el papel, la caligrafía era descuidada y apresurada y la redacción tenía demasiadas inconsistencias. Pero esto a Dis ya no le importaba. Ella, que siempre había tenido un especial cuidado con las letras, consideró su situación. Aquel era el último pergamino, la pluma era vieja y estaba desgastada, y la tinta era escasa. No podía preocuparse en esos momentos por cosas superficiales. Cerró los ojos y recordó, los bramidos bestiales de dolor y agonía, la mirada de loco de Dáin, su mano aferrándole toscamente el brazo, el olor a carne quemada que llegaba del otro lado de la puerta.

—Si no obedeces me aseguraré personalmente de que tus gritos sean el doble de fuertes.

Fue lo que le dijo, un día antes de escapar. Sacudió la cabeza y la imagen de sus ojos enrojecidos se difuminó entre la luz trémula de la vela.  Su rostro adquiría una forma de calavera, por el juego de sombras que le proporcionaba la pequeña llama y que temblaba conforme a su respiración.

Escribió la última palabra con un movimiento definitivo y esperó. Sopló levemente para que la tinta se secara y no se apagara la llama y se dejó caer en el respaldo de la silla.

Miró atenta la mesilla destartalada. Fuera de ahí no se alcanzaba a iluminar nada más, todo era negro y silencioso, como un manto. Todo era demasiado irreal, como un sueño. Dis temió que realmente lo fuera, que no estuviera ahí, a salvo en aquella cámara, que solo fuera una alucinación fugaz producida por su mente segundos antes de morir y su cuerpo yaciera junto a los demás, bañado en oro, con la carne por dentro chamuscada adornando los barandales de los pasillos de Erebor.

Lanzó un suspiro al aire y la llama tembló haciendo danzar las sombras, alejó esa idea de su cabeza. Tomó el pergamino y leyó, releyó y volvió a leer hasta que se convenció a si misma, de que el mensaje sonaba tan urgente como realmente era. Cogió el platito de cerámica sobre el cual estaba colocada la veladora, se puso de pie y comenzó a caminar. A su paso, la luz naranja fue revelando escombros en el piso, cofres de madera llenos de telarañas, telas y cortinas amontonadas cubiertos por gruesas películas de polvo ennegrecido.

Era extraño, a Dis le parecía lógico que hubiera lugares en Erebor que estuvieran escondidos entre las entrañas de la montaña, pero nunca se imaginó que un salón tan grande y tan amplio como aquel, hubiera podido permanecer oculto tanto tiempo. Dis se detuvo. La luz iluminó una pared lisa y un montón de cortinas, sobre las que estaba recostado Balin, dormitando intranquilamente. Del lado de su cabeza había una jaula grande, en la que estaba encerrado un cuervo que también dormía, con el pico oculto debajo del ala.

—Ejem — Carraspeó Dis. El cuervo se estremeció, sacó la cara y miró con su par de ojos negros a la enana— Ejem —Repitió alzando el volumen. El eco de su propia voz le contestó. Balin despertó sobresaltado haciendo que el cuervo agitara las alas alarmado. Entrecerró los ojos hacia Dis.

—Oh Dis — Logró decir el anciano con voz temblorosa.

—¿Cómo es que un espacio tan grande como este, se construye sin que nadie sepa, sin que nadie se entere, sin que tenga algún propósito?

Balin se talló los ojos, procesando la pregunta. Miró a Dis y la contempló, sostenía en una mano un pergamino y en la otra una veladora. Ella lo miraba con ojos risueños, a pesar de la situación. Por un momento, las luces y las sombras transformaron su rostro en el de su madre, aquella enana tan audaz que fue Mildrin: el cabello, la barba, los rasgos, eran exactamente iguales.

– Sí que lo tuvo — Dijo Balin — Balris Veit era un obrero sencillo y poco conocido, un hombre callado y poco social. Lo conocí en las minas cuando fuimos jóvenes, digamos que fui su mejor amigo. Un día tuvo una visión. Llegó a mi casa agitado, me dijo que había tenido un sueño de desgracia y de fuego. Mucho fuego. No lo comprendí hasta que sucedió, pero ahora sé, que tuvo una visión de dragones.

–Smaug –Comprendió Dis. Balin asintió, acomodándose entre las sabanas.

–Cuando intentó advertir al rey, tu padre, no se le permitió verlo, siendo un hombre que no pertenecía a ninguna familia noble, no tenía el privilegio de cruzar palabras con el gran señor de la montaña. Así que intentó por todos los medios posibles difundir el aviso de la desolación, pero nadie lo tomó en cuenta, Nadie.

Dis se sentó junto al anciano, interesada en su narración.

—Descubrimos esta parte de la montaña una ocasión en que nos enviaron a explorar para encontrar nuevos yacimientos de diamante, u oro. Pero toda esta zona era estéril. En ella, Balris vio el lugar perfecto para construir un refugio lo suficientemente grande como para albergar un poco más de la población total del palacio.

—¿Y cómo pudieron construirlo sin ayuda? Es enorme —Preguntó Dis, sorprendida.

—Reunimos a un grupo de obreros más o menos grande. Eran principalmente amigos míos que confiaban en mí. Tardamos… — Balin llevó los ojos hacia arriba, calculando — …Como diez años en terminarlo todo.

—¿Y qué pasó?

Balin se encogió de hombros, como desilusionado.

—El día que llegó Smaug, el fuego consumió todo tan rápido, que de los que no huyeron, no quedó nadie a quien salvar. El único que sobrevivió, de los que sabían de la existencia del refugio, fui yo, y ni siquiera lo usé. Balris y toda su familia — Balin miró al suelo — su esposa embarazada Ladia, sus dos pequeños niños, Ulrich y Ornia…— Suspiró con tristeza — Los cinco murieron calcinados.

—¿Por qué no intentaste decirnos? — Dis acarició la mano empolvada del viejo.

—No tenía caso. Smaug había tomado Erebor — Estrechó con sus palmas la mano de Dis. Aquella luz resaltaba sus arrugas y lo hacía parecer más anciano de lo que era — Moriríamos antes de llegar a aquí. No habrían quedado sobrevivientes de haberle dicho a tu padre o a Thorin que este lugar existía. Ambos son necios, no iban a renunciar a su legado así de fácil.

—Habrían arriesgado la vida de muchos con tal de recuperar el reino en ese momento.

Concluyó Dis. Balin asintió.

—Así es, Dis — Respondió el viejo enano. La vela estaba entre los dos, temblando, iluminándolos lúgubremente.

El silencio reinó por unos instantes. No era como un silencio nocturno, en el que se logra escuchar un pequeño zumbido, una vibración. Pero aquel silencio, era absoluto, fuera de sus respiraciones, sus voces, del movimiento de sus cuerpos y el crepitar de la veladora, todo era estático, como si solo hubiera negro. Dis pensó que así era como debía de sentirse la inexistencia.

 — ¿Has terminado la carta? — Preguntó Balin por fin.

Dis asintió, feliz de escuchar un sonido. Extendió el pergamino hasta Balin. Este lo tomó con las manos temblorosas y lo extendió para leerlo.

—Bien, convincente — Dijo cuando terminó.

—¿Cómo se supone que la enviaremos? — Inquirió Dis — Dáin cubrió todos los costados de la montaña con arqueros para dispararle a cualquier ave mensajera que vean por los aires.

Balin sonrió y atrajo hacia él la jaula donde estaba el cuervo. Este se agitó con el movimiento de la jaula y lanzó un graznido de incomodidad que le arrancó ecos a las paredes. Múltiples graznidos le contestaron y el ave pareció confundida.

—Weindis está entrenada para esconderse — Dis se mostró perpleja.

—Jamás había escuchado algo así.

—Es porque es un secreto. En cada reino hay uno, pero el rey nunca debe enterarse, podría tomarlo como traición. Técnicamente no debería de contartelo a ti, pero considerando las circunstancias…

Dis soltó una risita divertida.

—Tenemos el ave, ¿y después?

—La cámara de Balris tiene una entrada y dos salidas — Explicó el enano — No podemos usar la entrada tan fácil como lo hicimos para escapar de Dáin, en el pasillo donde está la puerta oculta ya debe haber guardias, no podemos arriesgarnos, y además ese lado no tiene salida al exterior. El acceso está hecho, para entrar desde dentro del palacio.  

—     ¿Qué hay de las dos salidas?

—Una es subterránea, tiene salida hacia el lado sur.

—El lago — Razonó Dis — El lago también es vigilado, nos verán.

Balin asintió.

—     Está descartado. La segunda salida, es arriesgada, pero tenemos más oportunidad, y resulta que es la única opción que nos queda.

—¿Hacia dónde dirige?

—El bosque.

Dis se puso un dedo en la barbilla y entrecerró los ojos, analizando las opciones. Balin sonrió, era la misma posición que tomaba Thain II cuando tenía que diseñar una estrategia de ataque.

—Weindis tendrá más oportunidad de esconderse entre las copas de los árboles — Analizó Dis — El problema seremos nosotros. El bosque también es vigilado, si nos exponemos mucho seremos vistos.

Balin cerró los ojos, cansado. Por alguna razón se sintió fatigado, como si le hiciera falta el aire, Dis lo observó y guardó silencio.

—¿Qué es lo que está pasando, Balin? — Preguntó Dis luego de un rato. El anciano abrió los ojos y la observó — ¿Por qué el tesoro corrompe así a los reyes? ¿Es alguna clase de maldición?

Balin negó con la cabeza.

—No, querida, no — Tocó con sus dedos la mano de la enana — A Dáin no lo corrompió la locura del dragón. Eso es definitivo.

—¿Entonces qué fue lo que le pasó? ¿Qué otra cosa podría haber sido?

—Algo oscuro, maligno. Lo sentí en sus ojos cuando lo vi, esa locura por el oro, tal como la desarrolló Dáin, fue diferente.

—Solo sé que, si Thorin no se entera de esto, si no viene a enfrentarlo, Erebor tendrá una nueva calamidad.

—Me temo, Dis, que la calamidad ya llegó.

Dis suspiró profundamente y dirigió su mirada hacia el fuego. Había permanecido encendido demasiado tiempo, si seguían gastándolo así, se quedarían sin luz antes de tiempo. Se llevó el dedo pulgar y el dedo índice a la lengua para humedecerlos, para luego aplastar con ellos el mechero de la veladora. La oscuridad dijo hola con un siseo, y entonces, fue como si ya no existiera nada.

 

Notas finales:

Por favor, diganme que opinan acerca de este capitulo en los reviews, agradezco cada comentario. 


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