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Special treatment por AvengerWalker

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Notas del capitulo:

Para Karin San, que me contagió el amor por esta parejita<3 (y que andaba queriendo un ManiShion)

Era la tercera vez.

Era la tercera vez que un neumático de su vehículo estaba en llanta.

Shion era todo un novato cuando se trataba de mecánica: apenas sí tenía idea de cómo funcionaba un auto. Y digamos que manejar tampoco era lo suyo, porque sabía lo mínimo y dispensable como para aprobar el examen y obtener el permiso. Era más por necesidad que otra cosa: desde que su padre había enfermado, imposibilitándole manejar, había tenido que arreglárselas por sí mismo. Sufría de vértigos constantes y, pese a que tomaba su medicación, necesitaba desplazarse por la ciudad. Hacía tiempo le había enseñado a manejar al rubio alimonado, pero este no mostró interés por sacar el permiso. Hasta hacía un mes.

En exactamente un mes había arruinado tres neumáticos. 

La primera vez que se dirigió al taller más cercano, se encontró con un inmaduro, arrogante y desesperante peliazul, de piel un tanto morena y amplia sonrisa sarcástica en el rostro, que por cierto se le echó a reír en la cara cuando revisó el auto por completo. Los neumáticos estaban inflados, sí, pero el aire no estaba nivelado: había tenido suerte de no ocasionar un accidente o algo similar. El encargado lo había hecho. Todo perfecto. En esa ocasión, abandonó el lugar lo más rápido posible, pero la vista del italiano sobre sí no se apartó sino hasta que desapareció por completo, allá a lo lejos con su auto.

Pero ese día no había sido Manigoldo quien se había encargado del coche de Shion, no. Se trataba de Kardia. Todo un bruto, aparentemente. Porque al día siguiente, el pelilila se dirigió al mercado a hacer las compras del mes. Y cuando retornó a su auto, notó algo extraño: la rueda -la misma que Kardia había inflado, etcétera, etcétera-... estaba en llanta. ¡En llanta! El día anterior le había hecho una especie de mantenimiento, ¡y ya estaba en llanta!

De más está explicar la complicada reacción de Shion: empezó a las quejas, gruñiendo que no regresaría nuevametne allí, que esto, que lo otro. Terminó llamando a la grúa y soportando el desagradable calor del mediodía. Para variar, la grúa llegó aproximadamente en una hora y media. Casi deshidratado, Shion agradeció con una sonrisa mientras aguardaba a que cambiasen la rueda. Pero por supuesto que por dentro estaba que insultaba a los dioses griegos, nórdicos, egipcios, etcétera.

Y aunque había dicho que no regresaría a ese taller, apenas el auto estuvo en funcionamiento se encontró estacionando en el mismo lugar que ayer: donde estaba ese estúpido y seductor -cosa que no admitiría- peliazul. Manigoldo le recibió con una risotada, pero para él los autos no eran un chiste. Tuvo que ser él quien se asegurase que ambos neumáticos tuviesen el mismo porcentaje de aire y, mientras lo hacía, Shion se encargó de observar. El italiano tenía puesta una camiseta sin mangas; por lógica, pensó que era una especie de darle combate al calor. Los músculos del peliazul quedaban perfectamente a la vista; cada movimiento realizado, mezclado con el sudor del día de trabajo, hacía que la prenda se amoldase en un exquisito estilo a su piel, siguiendo la ruta de su pecho, abdomen... y revelaba cierto trabajo físico. 

Se sintió como en una especie de novela. ¿En qué taller te atendían hombres con cuerpos trabajados, atractivos -tampoco lo admitiría- y sugerentes? Cualquier mujer querría saberlo. Mientras Shion devoraba la piel del contrario, estudiando el cómo el sol proyectaba distintos matices respecto de las luces y las sombras, Manigoldo llamaba la atención a Kardia y lo sermoneaba, diciendo cosas respecto de “válvula” y otras cosas que el pálido ariano no entendía. Se distrajo cuando el canceriano desapareció repentinamente de su vista y, cuando se dio cuenta, notó que se había organizado una pequeña discusión entre Manigoldo y Kardia. Esto incluía gritos, insultos por doquier, algunos empujones. ¿Cómo no notar que aquellos mismos músculos que había estado observando antes ahora estaban tensos? Tensos y más delineados que nunca. 

Estuvo tan absorto -tenía ese problema, quedarse mirando por horas lo que le atraía- que sólo pudo reaccionar cuando tuvo al más alto frente a él, dedicándole una sonrisa tan seductora que habría sido capaz de reventar otro neumático con tal de quedarse un poco más.


—Gra... gracias —musitó el lemuriano. No en verdad por consecuencia de la timidez, sino porque no terminaba de entender el por qué el italiano llamaba tanto su atención. Por favor.

—Por nada —y todo hubiera sido genial si allí acababa la interacción, pero no. El maldito canceriano tenía que acercarse a su oído y añadir:— Cuando quieras. De ahora en más, me encargaré personalmente de tu coche.


Durante el camino de regreso hacia su hogar, se llenó la cabeza de excusas: “no, ¡fue porque ese tipo hizo mal el trabajo!”, “debe haberle gustado el auto...”, “quizá pensó que soy muy idiota como para cuidarlo”.


La segunda vez que otro neumático del coche decidió seguir la moda y “enllantarse”, sintió vergüenza de su mala suerte y optó por ir a otro taller. ¿Y si el tipo de cabello azul se reía de él? Sí, era un inútil con todas las cuestiones que tenían que ver con automóviles y esas cosas, pero no quería que se burlasen de él. Al igual que unas semanas atrás, tuvo que comunicarse con la grúa. Y volvieron a cambiarle la rueda... y fue a otro taller para asegurarse. ¿Qué había sido en ese caso? 

Pero había que confesar que la última ocasión fue la peor de todas. Había acompañado a su padre a hacer trámites, lo que significaba dejar el auto estacionado en un lugar específico. Para ahorrar dinero, decidió no dejarlo en un estacionamiento. Desde luego que sería más seguro. Ese mismo día, obtuvo un aprendizaje que no abandonaría jamás: mejor prevenir que lamentar.

Durante el lapso de tiempo que Shion y su padre se ocupaban de sus asuntos, algún malnacido escogió el coche de los lemurianos como víctima. Destrozó una ventana, seguro pretendiendo poder llevarse algo del interior. No obstante, no había nada de valor en el interior: ni siquiera un mísero estéreo. Por la mente del ladrón debe haber pasado una irrefrenable sed de venganza, porque al no obtener nada a cambio, le dejó un bonito recordatorio a Shion. ¿Y qué podría ser? Exacto: rajarle un neumático. Así, tuvo que contactarse en nueva cuenta con la grúa. Obviamente ya no tenía ningún repuesto, por lo que se aseguraron de dejarle en su taller de confianza. Que todos sabemos cuál es.


~ * ~



—¿Cómo es que terminó así? —inquirió un muy sorprendido Manigoldo.

—Estaba molesto y me desquité —cuando notó la expresión de censura del peliazul, se apresuró a aclarar—. No es cierto. ¿La ventana rota no te dice nada?

—Como se trata de ti, nunca se sabe. Probablemente tropezaste, rompiste el vidrio y... —guardó silencio ante el ceño fruncido del pelilima y puso manos a la obra.


Llovía en el exterior. Ya había atardecido y la mayoría de los transeúntes había preferido resguardar sus autos del granizo que caía. Esa era posiblemente la razón por la cual Manigoldo le había invitado a introducir el auto dentro del taller.

La iluminación, pese a que se trataba de un lugar de trabajo, era escasa: había alguna que otra luz por aquí y por allá, pero a Manigoldo no parecía molestarle. Parecía saber dónde iba cada cosa, dónde tocar y donde no... como si fuera el cuerpo de una mujer. Pero, ¿¡qué demonios hacía pensando en esas cosas?! 


—Bien. Tu muchacho ya está, aunque yo que tú esperaría, no conviene que salgas con esta lluvia. Terminarás regresando el menos de cinco minutos y no quiero dejarte sin dinero —Manigoldo dibujó una extensa y enorme sonrisa de burla. 


Shion se sonrojó. Nunca llegó a comprender -y dudaba hacerlo- por qué demonios se le encendían los pómulos de carmín en los momentos de vergüenza -casi todos, dada su timidez-. Si esperó que Manigoldo se limpiara las manos o hiciera cualquier cosa esperable de un mecánico, entonces se equivocó, porque el italiano no sólo no dejó de mirarle, sino que puso más empeño en hacerlo: sintió su mirada desnudarle el alma, apartando cada centímetro de piel para poder asomarse y echar un vistazo a su verdadero ser. Tuvo la sensación de sentirse calculado de arriba a abajo. A esas alturas, Manigoldo ya podría dibujarle con los ojos cerrados.

Apartó la mirada. No soportaba esa vista, esas... orbes tan seductoras clavándose en él. ¿Qué le veía?

Por otro lado, el italiano deleitaba cada uno de sus sentidos. El tacto se le encendía tan sólo con presenciar los rizados cabellos color lima del más bajo; y la pálida piel del contrario le incitaba a morder y dejar marcas. Ni hablar de sus labios. Debió de haber interiorizado con mucha fuerza aquellos pensamientos, porque sin que su consciencia diera la orden a su cerebro, terminó por acercarse al joven frente a él. Shion no se apartó en ningún momento y Manigoldo no desaprovechó la oportunidad: aunque sus dedos estaban sucios -a nadie le importaba-, le tomó de la cintura y se aseguró de que ambos cuerpos mezclasen sus temperaturas: la cálida del canceriano y la ligeramente fría del ariano, que había estado más tiempo en la lluvia.

Sus dedos no se contentaron con mantenerse quietos: recorrió su cintura, en roces que poco a poco levantaban la camiseta del lemuriano. Y en algún momento, Manigoldo se inclinó hasta apoderarse de los labios que le llamaban, que le tentaban e invitaban a hacer y deshacer a voluntad. Fue como una explosión: sus bocas aplastándose la una con la otra de manera apasionada, el chasquido de las cosquillas aparecer en sus abdomenes, el calor aumentando de improviso. Manigoldo recorrió la boca del contrario con total libertad y no dudó en invadir su interior; ambas lenguas chocaron, juguetearon y comenzaron a conocerse. No tomó mucho hasta que se sincronizaron y lograron un perfecto ritmo. Manigoldo mordisqueaba y succionaba de vez en cuando el labio inferior de Shion, con una fuerza que resultaba dolorosa y placentera. El ariano, por otro lado, se dejó llevar por toda la vitalidad y fogosidad dignos de su signo solar y atacó sin pausas el labio inferior.

Se besaron como si la sensación fuese nueva, como si nunca hubiesen compartido un beso con nadie más. Era un contacto único, distinto a todos los que habían tenido. ¿Tenía que ver con que eran desconocidos? Entonces, ¿por qué sus cuerpos encajaban tan perfectamente? ¿Tenía que ver con que Shion estaba acorralado contra el coche recién arreglado? Lo dudaba bastante. Eso sólo le daba un toque aún mucho más excitante. 

Habiendo puesto Manigoldo al lemuriano contra el coche, tuvo más oportunidad de hacer lo que quisiera sin arriesgarse a que el carnero se escabullera. Las hábiles y torpes -pero masculinas- manos del canceriano levantaron la camiseta del menor hasta quitársela por completo. Una arrogante sonrisa le apareció por el rostro ante la vista: el contrario tenía buen cuerpo, músculos firmes, no tan desarrollados como los propios, pero era bastante atractivo. ¿Por qué ocultaba todo eso con prendas tan sosas y aburridas? Se inclinó sobre Shion, buscando continuar... pero el lemuriano le detuvo. ¿Estaba arrepintiéndose? No. Sintió manos en su pecho, recorriendo el mismo hasta llegar a su abdomen. Presionó allí hasta conseguir agarrar el borde de la musculosa y, de varios tirones, atinó a despojarle de ella. Tal como había visto anteriormente, el mecánico era poseedor de un físico que mataba. Además, el bronceado de su piel le daba un toque. 

Conforme iba pasando el tiempo, las caricias se entorpecían y volvían más errantes, desesperadas aunque con un ritmo caótico. Manigoldo se dedicó a pasear mordidas, lamidas, besos y succiones por todo su pálido cuello, dejando marcas no sólo allí, sino por sus hombros y pecho en cuanto se desvió. Cada territorio cubierto por los labios del italiano ardían... hasta arrancarle gemidos. Manigoldo se detuvo de improviso cuando oyó la voz de Shion tornarse más delicada y tímida, como si el sólo hecho de jadear le avergonzara. Por supuesto, fue un gatillo para el italiano. Quería oír más y no se detendría hasta conseguirlo. Eso le llevó a tocar más al sur, hasta encontrar los pantalones... y su entrepierna. Apretó allí, por sobre la ropa, obteniendo lo que quería: Shion se estremeció contra el coche, apoyando los dedos contra el mismo para poder sostenerse. Pero el italiano no era conformista: una vez obtenía lo que quería, iba a por otra cosa. Bajó la cremallera del contrario y se deshizo de sus pantalones, dejándolos aproximadamente unos centímetros por debajo de sus muslos. Era lo que necesitaba. Oh, por cierto... sus boxers volaron también. 

Teniendo, finalmente, a Shion semidesnudo frente a él, se apartó para observarle. Las mordidas y succiones repartidas en su cuello y hombros eran obvias: ya se habían producido violáceos moretones de intenso color. 


—¡Deja de mirarme y haz algo! —protestó el ariano, demostrando aquel intenso carácter que mantenía oculto en alguna parte de sí. —Tócame, demonios.

—Vaya, parece que hay alguien impaciente aquí —rió Manigoldo; pero aunque se caracterizaba por su rebeldía, obedeció.


Tomó el miembro del pelilima y lo presionó con cuidado, iniciando un exquisito e intenso bombeo. Por supuesto, Shion casi se deshizo en sus brazos ante las sensaciones, invitando a nuevos gemidos de distinto volumen y tono a que se presentasen. Mientras los mimos proseguían, Manigoldo se acercó hasta su oreja y suspiró, repartiendo una que otra mordida.


—Eres realmente excitante... no puedo esperar a... —no necesitó terminar la oración: una breve caricia en la entrada del ariano dejó muy en claro a qué se refería.


Sin dejar de friccionar sus dedos contra la piel de su falo, llevó tres de sus dígitos hasta la boca del menor. Encantado, Shion lamió y mordisqueó las falanges, bajo la atenta y lasciva mirada de Manigoldo. ¿Cómo contenerse con alguien así?

Aprovechó el placer que el menor experimentaba para poder iniciar la lubricación: acarició la piel de la zona con el dedo medio, el primero en abrirse paso a su interior. La incómoda sensación se dispersó por todo el cuerpo de Shion, mas se trataba de algo soportable. Además, las atenciones del más alto sobre su entrepierna borraban cualquier desgracia. Hasta que introdujo el segundo dedo y se removió. No se hicieron esperar los movimientos circulares en su interior. Al fin empezaba a sentir ese dolor, nunca experimentado pero sí conocido gracias a las cientas de obras homoeróticas que vagaban por la red. Aquello era, sin lugar a dudas, mucho mejor que leerlo. Lo estaba sintiendo en todo su cuerpo, en cada mínimo rincón de su anatomía. Sin notarlo, hundió los dedos en los hombros de Manigoldo, quien ya había descubierto su erección. En un atrevimiento, Shion tomó el miembro del contrario y lo frotó con los dedos, robando un gruñido de los labios del moreno. Bombeó con lentitud e incluso se atrevió a rozar ambas erecciones.


—Estás provocándome... —susurró con torpeza Manigoldo, aún respirando en el oído ajeno.


—Mh, deberías hacer algo con eso... 


Y sí que lo haría. Apartó la mano de Shion de un fugaz movimiento y, extrayendo los dígitos del interior del menor, se preparó para lo que continuaba... su parte favorita. Apegó su miembro a la zona íntima del contrario y, con total delicadeza, comenzó a empujar. Una electrificante sensación les envolvió a ambos: por un lado, el adolorido e inexperimentado Shion, que hundía sus uñas en la descubierta y firme espalda del más alto para dibujar claras e irregulares marcas. Por el otro, Manigoldo que, a medida que iba adentrándose aún más profundo en el interior del ajeno, se deshacía en más y más placer. Sin perder tiempo, remarcó los moretones que hacía minutos atrás había realizado en el menor; sus caderas, impacientes, iniciaron pequeños movimientos, lentos, tratando así de lograr que Shion se acostumbrase a la intromisión. Y lo hizo. Las embestidas fueron aumentando poco a poco de intensidad: si había iniciado con calculada precisión, ahora se deshacía en impulso y pura pasión. Con el pasar de los segundos, las penetraciones se hicieron más rápidas, más firmes, y los dedos de Manigoldo en sus caderas, sosteniéndole, empezaron a ascender su seguridad. Los gemidos de Shion no se hicieron esperar: fue escandaloso y dio rienda suelta a las sensaciones. Si se había impuesto límites en un comienzo, los derribó. Quería dejarse llevar, disfrutar del poderío que tenía el italiano sobre sí. De los exquisitos golpes en su interior, que cada vez que rozaban su próstata le conducían a Campos Elíseos.


—¿Te gusta, mh?... Dime... ¿Estás disfrutando? —Maldito arrogante. Lo tenía ahí mismo, gimiendo y deshaciéndose en sus brazos y encima preguntaba. 


No pudo elaborar una respuesta apropiada. Cada vez que lo intentaba, algún gemido se le atravesaba en el medio. No podía controlarse, estaba tan, tan perdido. Estaba realmente inmerso en las estocadas del italiano, en sus manos en su cuerpo... en el calor. Los espasmos en su cuerpo fueron intensificándose cada vez más, una señal conocida: significaba que estaba cerca del orgasmo. Como si Manigoldo hubiese sabido lo que se acercaba con tan sólo leer su cuerpo, retomó el recorrido de sus dedos en el miembro de Shion hasta el final. Acarició su glande, presionó su piel y masajeó, invitando al lemuriano a hundirse en un placer sin precedentes.

Y Manigoldo iba por el mismo camino. Tan fascinado estaba con el interior del ariano, con aquella calidez y estrechez que atrapaba a su entrepierna, que terminó viniéndose allí mismo, sin poder apartarse, mas sí liberando un tenso y audible gruñido. 

Necesitaron tiempo para tranquilizarse y que sus cuerpos volvieran al ritmo de siempre. El pecho de Shion aún estaba desbocado y, sus mejillas, incendiadas en un adorable rojo escarlata. Exquisito a los ojos del más alto.


—¿Cómo es tu nombre? —quiso saber Shion, curioso. El peliazul sonrió y dejó escapar una carcajada. 

—Usualmente, es algo que averiguas antes de acostarte con alguien. 


El ariano frunció el ceño. Sin contenerse, dejó caer un suave puño en el hombro del moreno, quien siguió divirtiéndose y burlándose del más bajo. 

Las risas y bromas prosiguieron durante toda la tarde, junto con una seguidilla de besos robados. Se tomaron la libertad -y capricho- de comportarse como una pareja, como si se conocieran de toda la vida. Incluso, al ver que la lluvia, horas después, no amainaba, se atrevieron a un segundo round.

Esa tarde, la pasión de Manigoldo marcó a Shion tanto por dentro como por fuera. Su cuerpo se convirtió en una viva muestra de lo sucedido. No mucho después de aquello, inició una nueva etapa en su vida. Pero nunca admitiría que, luego de tan fogoso encuentro, no hizo más que seguir buscando excusas para ir al taller. Incluso si eso significaba tener que deshacerse de un neumático.


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