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Inevitable por AvengerWalker

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—Te amo.

El pelilima sintió que su corazón, aquel pequeño órgano que se encargaba de mantener activo su cuerpo, subía hasta la altura de la tráquea para alojarse allí con comodidad e impedirle respirar.

Ese pensamiento le asaltaba todos los días, cada momento que pensaba en él... es decir, siempre. Su cabeza no le daba siquiera un nimio respiro. ¿Por qué todo tenía que girar en torno a su persona? A aquel caballero que, ahora mismo, estaba frente a él, a unos cuántos metros de distancia debatiéndose con otro compañero de armas. Parecía ajeno al muchacho, concentrado en el entrenamiento que, para él, no era más que una diversión.

No había nada más complicado en el planeta que enamorarse de Manigoldo, el caballero de Cáncer. Shion lo sabía mejor que nadie; ni siquiera las mujeres que podían darse el lujo de recibir su atención durante cinco minutos tenían idea alguna de lo que significaba estar irremediablemente enamorado de ese tipo.

Estaba escrito que sería así. Era obvio. Su instinto se lo había advertido, le había ordenado alejarse de aquel hombre de azuladas hebras, desordenadas y despreocupadas, y piel bronceada por la energía solar. Algo en su cabeza había hecho “clic” la primera vez que sus ojos se encontraron, unos iluminados e inocentes amatista en contra de la rebeldía propia de las irises contrarias, azuladas. Shion no era más que el aprendiz de Hakurei. En reiteradas ocasiones le había visto de lejos, desde su callado y tranquilo lugar. Mientras que el ariano era aquietado, apacible y parecía estar siempre en su propio mundo, el canceriano tenía una carismática personalidad que hacía todos se fijaran en él. Era inevitable.

La presentación formal igual lo fue. Ni siquiera pudo prepararse psicológicamente para lo que ocurriría pues, de un día para el otro, Hakurei se apareció por Jamir con el joven. Y Shion no supo cómo reaccionar. La imagen y personalidad de Manigoldo se clavaron en su retina con tanta fuerza que terminó por interiorizarle, por hacerle parte de su piel. Su maestro, Hakurei, tenía un hermano gemelo llamado Sage, algo que él ya sabía. Por eso era inevitable que se conociera con Manigoldo: el canceriano era el aprendiz de Sage y él, de Hakurei. Aprendices de hermanos gemelos. Conocerse era algo inexorable.

Enamorarse de él también lo era.

Se sentía como si hubiera estado corriendo sobre la palma de buda, como Son Goku. Corriendo sin cesar, tratando de escapar de su destino, mas al hacerlo terminó por dar con aquello que quería evitar: caer a sus pies. Enamorarse.

De Manigoldo, que era lo peor. Enamorarse era ya lo suficientemente malo como para que, encima, fuera el canceriano el líder de sus pensamientos. Era un desvergonzado, un desfachatado y un imbécil por pensar que podía estar en su mente día y noche, cual tirano. Desorganizaba sus pensamientos y cuando se manifestaba en el mundo físico, frente a él, hacía que su corazón tambaleara y reaccionara alegre, como un chiquillo cuando sus padres le dan con el gusto.

Ahora ya era todo un caballero de Aries, hecho y derecho. Al principio pensó que el haber obtenido tal estatus dentro del Santuario ocuparía más su mente: armaduras que arreglar, misiones que cumplir... Pero las cosas empeoraron. También era sinónimo de estar en el templo de Aries, el primero, a todo momento. Shion siempre había estado orgulloso de su signo zodiacal, pero en la actualidad se lamentaba de haber nacido bajo la protección de tan imponente y enérgica constelación. ¿Por qué tenía que ser Aries? ¿Por qué no podía ser... Capricornio? Era más racional, menos entregado a sus sentimientos, pensaba bien las cosas, evitaba los problemas... Y sobre todo, estaba más lejano al cuarto templo. ¿Por qué Cáncer tenía que estar tan cercano a Aries? Como si no bastara estar en su mente a todo momento, encima le tenía que tener a unos cuántos metros en la realidad.

Y por supuesto, como la habilidad de Manigoldo era joderle la vida, entonces el canceriano hacía lo que se le antojaba. Iba y venía por todos lados, sin pedir permiso. Pasaba por el templo de Shion y el pelilima le hacía frente, regañándole de su actitud rebelde, de que hiciera y deshiciera las cosas a su antojo. Pero secretamente amaba ese detalle de su persona: que Manigoldo se pasara por la raja la educación y saliera y entrara de Aries sin siquiera saludar.


~ * ~


Ese mismo día, Shion había decidido que tenía demasiado con el italiano. Pensó en declinar la invitación al entrenamiento pero Dohko, el caballero de Libra y su mejor amigo, no lo aceptó. Venció ese frío e invisible cristal que Shion elevaba ante cada persona y, tomándole del brazo, le guió hasta el lugar exacto en que se celebraba cada pelea.

Era inevitable que se encontrase con Manigoldo.

El italiano le dedicó una mirada corta, suficiente. El tipo de vistazo que echas a un recién llegado y ya. Ni siquiera se preocupó por saludar, nada. Shion tuvo que contentarse con el barrido azulado que los irises de Manigoldo le dejaron. Tomó asiento, procurando mantener su presencia lo más lejano posible del italiano, y agradeció por primera vez los intentos de Aldebarán de Tauro de sacarle conversación. Se esforzó y consiguió encontrar algún tema en común para distraerse mientras observaba los golpazos ir y venir. Debió recordarse el hecho de sonreír y asentir cuando Aldebarán decía algo y él no le oía... de vez en cuando se deleitaba de la arrogante voz de Manigoldo, que se dejaba oír a unos pocos metros de él.

Pero fue inevitable, también, que el caballero de Cáncer quisiera protagonizar una pelea. El primero en sumarse fue Kardia, claro. Nada más interesante que observar a los dos santos dorados más egocéntricos, altivos, arrogantes y soberbios intercambiar unas cuantas patadas.

Para displacer del ariano de ojos amatistas, su ubicación resultó estratégica. Se había sentado allí con la esperanza de poder ocupar su mirada sin encontrarse con el italiano, que antaño había estado sentado a uno de sus costados. Pero ahora que Manigoldo estaba peleando, acaparaba toda su atención. Fue inevitable que el caballero escogido para darle la espalda fuera justamente Kardia de Escorpio y no el canceriano.

Fue por ello que, desde el instante en que el entrenamiento entre los dos hombres se dio por comenzado, su cuerpo se tensó. Nervios, temor, cansancio e indignación. Quería que Manigoldo resultara campeón sin ningún rasguño, pero con Kardia como oponente resultaba difícil: el bicho parecía una especie de sadomasoquista en potencia y se carcajeaba cada vez que conseguía hacerle morder el polvo al cangrejo.

Mientras que los santos de plata y oro se concentraban en la pelea, vitoreando incluso a alguno de los dos, Shion sentía que el corazón se le estrujaba más y más. No perdía detalle de cómo la luz del sol influenciaba y proyectaba sombras y luces sobre la piel del italiano; tampoco el movimiento de sus cabellos a la hora de saltar, echarse hacia atrás o cuando esquivaba algún ataque del caballero de Escorpio. O la manera en que sus irises se encendían de la emoción y sus colmillos se asomaban con una desvergonzada sonrisa de gusto.

Fue inevitable que, desde donde estaba parado, Manigoldo se fijara en él. Shion nunca creyó que algo así pudiera ser posible, mas sucedió. Ya fuese porque los planetas se alinearan en ese instante, o porque algún dios tuviese la gana, el canceriano desvió su mirada hacia el guardián del primer templo, que observaba siempre en silencio, taciturno en todo momento, sin dar a conocer a nadie sus más íntimos pensamientos.


—Te amo — pensó Shion mientras miraba, deleitándose y a la vez hundiéndose en una nube de humillación al notar que Manigoldo le estaba mirando. ¿Había sido muy obvio? ¿Estaba haciendo algo que incomodara al italiano? Quiso, por primera vez, utilizar su capacidad de teletransportación para ubicarse bajo la tierra, en algún recóndito lugar.


Pero sería cobardía, y él no era un cobarde. Era, simple y llanamente, un imbécil, enamorado de otro imbécil.

El contacto visual no tardó en ser destruído por completo gracias a la intervención de Kardia, quien se sintió ofendido al notar que dejaba de ser el centro de atención de Manigoldo por unos segundos. ¡Era su rival! Joder, no podía no tomárselo en serio. Vale que era un entrenamiento, pero...

A su lado, Dohko hablaba. No sabía ni en qué momento se había situado allí, pero el chino se expresaba con tanta emoción que Shion se sintió pasmado. Aún era presa de las sensaciones que el italiano había dejado en sí, razón por la cual no pudo entender el habla del joven de libra. Era como si hablase en un idioma distinto.

Fue inevitable que apartara la mirada hacia Manigoldo. Y fue inevitable notar que el peliazul le estaba devolviendo el gesto. Sintió que se le disparaba el pecho, que su corazón empezaba a rasguñar la zona del pecho, las costillas. Que se peleaba con los pulmones y los pateaba, haciéndole hiperventilar. Manigoldo le estaba mirando... pero con una expresión que no supo descifrar. Como si estuviese absorto en sus pensamientos, indignado, divertido y, al mismo tiempo, un poco preocupado. Incluso le pareció ver algo de duda en sus duras facciones.

Los minutos fueron pasando y con ello, los caballeros de oro finalizaron su entrenamiento una vez más en aquella semana. Cada guardián se puso de pie, algunos más adoloridos que otros, y se encaminaron para cumplir con su deber del día a día. Sólo uno se quedó atrás: el caballero de Aries. Dohko insistió en que Shion se adelantase con él, pero el lemuriano se negó. Quería pensar, quería darle vuelta a su estado actual, a... a todo ese vómito sentimental que le desestabilizaba la mente y las emociones. Al final, su amigo de libra aceptó y se retiró, dejando solo a su compañero.

Shion suspiró. ¿Cuántas veces había exhalado aire de esa manera en toda su vida? O mejor aún: ¿cuántos de esos suspiros iban dedicados a Manigoldo? Estúpido italiano, era su culpa por... por ser así. Tomó asiento en una de las rocas del coliseo y apoyó los brazos en sus rodillas, casi jadeante. ¿Por qué tenía que estar tan... tan enamorado? Sí, conocía al italiano desde hacía un tiempo, pero habían hablado tan pocas veces que sus sentimientos parecían una ofensa. ¿Por qué estaba tan enamorado? ¿Por qué le amaba así? Sintió que se desbordaba, que se hundía en ese caos que bullía en lo más profundo de su corazón. Se llevó las manos al rostro para evitar llorar, para reprimirlo todo...

Y fue inevitable que Manigoldo de Cáncer se apareciera por allí para interrumpir su tiempo a solas. Por otro lado, Shion siempre estaba a solas. Era algo a lo que pocas personas, a excepción del italiano, prestaban atención. El ariano, por supuesto, no se inmutó en principio de la llegada del caballero. Manigoldo había puesto empeño en ocultar su cosmo para permitirse observar unos momentos al ariano, a sus desordenados y rizados cabellos de un color similar al de limón. Y ahora que pensaba en limones, podía sentir un ligero aroma a cítrico provenir del lemuriano. ¿Era el aroma de su piel o es que tenía una obsesión con el fruto? No había manera de saberlo.


—Oye — Y no tuvo tacto a la hora de dirigirse a Shion, quien levantó el rostro con obvio nerviosismo. Tenía las mejillas incendiadas en un rojo más escarlata que la uña de Kardia. El color amenazaba con distribuírse por su cuello y orejas.


—¿Sí? — El tono de voz de Shion fue tan falso que no pudo evitar sonreír. Alguien como Shion podía estar muriéndose de amor por dentro y comportarse como un amargado por fuera. Vaya capacidad.


Manigoldo amplió el gesto, bajo la expresión confundida de Shion. ¿Qué tramaba?


—Deberías aprender a controlar tu telepatía, se sale de control y actúa cuando miras muy fijamente a alguien.


El ojiamatista guardó silencio, sin comprender. ¿Su telepatía? Dudaba haberla utilizado ese día. Aguardó a que el italiano respondiera a su obvia duda, pero al parecer el cangrejo tenía otros planes, puesto que le dio la espalda de inmediato y, siendo acompañado por el movimiento de la capa de su armadura, se apartó unos cuántos pasos. Se detuvo de improviso y volteó a dedicarle una última mirada:


— Por cierto... yo también te amo.


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