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Obsesión por AvengerWalker

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Notas del capitulo:

Dedicado a Karin San, que le gusta la pareja y que me dio la idea para el fic<3

Dolor. Dolor como manos que trepaban por su cuerpo y se detenían en la zona de sus pulmones, presionando y sacándole el aire. Como manos que avanzaban un poco más arriba y se cernían en torno a su cuello, apretando con fuerza... deseosas de agotar la fuente de oxígeno y arrojarle a los oscuros confines del Inframundo.

 

Siempre tenía la misma sensación cuando observaba al caballero de Cáncer, Death Mask. El resentimiento se acumulaba en un pequeño sector de su corazón, dedicado a la diosa Athena. ¿Por qué había revivido a estos santos y no a sus compañeros? ¿Por qué a ellos sí y no a los demás? ¿Por qué, antaño, no les había dado la oportunidad de vivir de nuevo? Pensó en Kardia cuyo corazón, aunque fallaba, había brillado más que cientas de existencias juntas. Pensó en Manigoldo y su personalidad tan... desvergonzada, liberal, extrovertida e incluso desagradable.

 

Esas manos le envolvían el corazón y presionaban, dificultando el bombeo al resto del cuerpo. Era doloroso observar a ese altivo hombre paseándose por el Santuario, portando una expresión y rasgos similares a los de su camarada de siglos anteriores. Las diferencias estaban presentes, pero no podía dejar de lado tantos aspectos en común. Su manera tan segura de andar, con la barbilla en alto y sus colmillos asomándose a cada sonrisa; llevaba el cabello desarreglado, apuntando a cientas de zonas distintas. Un tipo desordenado de pies a cabeza, tanto mental como físicamente.

 

La atracción que sentía hacia él era inevitable, como una energía superior al cosmos. Presionaba su lemuriana anatomía cada momento que el canceriano desfilaba cerca de él, ya fuera para encaminarse a algún templo o simplemente para entrenar. Otra parte de su corazón moldeaba una especie de odio infinito hacia aquel ser, entremezclado con el amor de los recuerdos y la atracción física que le despertaba. Tanto parecido... invocaba tantos sentimientos olvidados entre polvo y sangre, tan intensos... ¿Cuántos años le había llevado superarlo todo? Enterrarlo...

 

Cuando Death Mask había llegado al Santuario, no había sido más que un niñato pequeño. Igual cuando había conseguido la armadura. Luego, su asesinato a manos del caballero de Géminis, Saga, le hizo perder consciencia de todo. Se sumergió en un sueño del que despertó gracias a la mano de Hades. Incluso se atrevió a engañar al dios y aprovechar para servir, una última vez, a Athena.

 

Por eso detestaba el haber sido revivido por ella. Odiaba con todas sus fuerzas esa segunda oportunidad que le había permitido tener una imagen clara y concisa del caballero de Cáncer, Death Mask. Nunca se había fijado en él detenidamente hasta entonces...

 

...Y le traía el dolor, amor, resentimientos y odio de viejas épocas y de la actual. Todo se condensaba en su viejo y delicado corazón.

 

El canceriano, por supuesto, parecía no darse cuenta de las miradas que el patriarca le dedicaba detrás de aquel yelmo. Pero Shion siempre había sido un tanto inocente... porque claro que se daba cuenta. Siempre que se presentaba en el templo del mismo, por una u otra razón, sentía una energía electrizante que le envolvía. Sabía interpretar las almas de las personas, leer y sentir algunos de sus secretos... y aunque Shion permanecía ante él como un muro lejano e infranqueable, sí lograba captar pequeños retazos, pistas... huellas. Aunque el patriarca se ocultara detrás de aquel objeto que cubría su rostro, él lo sabía todo; sabía que, caminara por donde caminase, la mirada del pelilima le perseguía de manera obsesiva. Hacía largo tiempo atrás había caído en la cuenta de que su presencia afectaba a aquel ariano, pero nunca comprendió por qué, y las ansias de saberlo estaban arrastrándole a él mismo.

 

Como una obsesión.

 

Shion no podía dejar de mirar a Death Mask e invocar una y otra vez a Manigoldo. En cada movimiento del canceriano actual, veía a su viejo compañero, a su antiguo amor. Renunciaba a dejar de mirarle, a dejar de estudiarle desde lejos... de ver cómo respondía a las preguntas del resto, a sus dudas; no perdía detalle a cómo discutía, cómo entrenaba, lo que hacía en su tiempo libre... Parecía un jodido obsesionado.

 

Sólo cuando surgían misiones y el italiano debía cumplir con ellas, sentía que podía respirar, porque era como si aquello que tanto le afectaba hubiese desaparecido, dejándole en paz... en una paz que duraba mucho menos de lo que parecía, pues el canceriano volvía más enérgico de lo que había partido. Y además, encima, se postraba ante él y hacía alarde de cómo había salido todo. ¡Como si le interesara saber!

 

Secretamente, sí que le interesaba.

 

Así, se acostumbró a que cada misión debía caer en Death Mask. Sus ausencias le permitían olvidarse de sus incomodidades, de las manos apretujando su pobre pecho hasta hacerle sangrar, de esos oscuros pensamientos que se disparaban por todo su cuerpo, tornando negra a su sangre, trazando espinas en su piel. Eran tan doloroso...

 

Pero si pensaba que aquel caballero mafioso no se daría cuenta de nada, estaba equivocado. El italiano ya se había más que dado cuenta de que Shion no hacía más que apartarle y enviarle lejos del Santuario. Cada vez que surgía una misión, por más estúpida que fuera -matar insectos, salvar damiselas-, le enviaba a él. El resto de los caballeros no comprendía por qué era así, aunque las hipótesis no tardaron en florecer por sus cabezas: no se había comportado bien cuando había sido un caballero dorado, fue con todo gusto a matar a Mu cuando el patriarca falso se lo ordenó, es un sádico, etcétera. Pero Death Mask sabía que no se trataba de nada de eso... Shion tenía un problema personal con él y pronto averiguaría de qué iba.

 

La última misión que el ariano de ojos amatistas le había encargado era una pasada. Se trataba de ir a Japón, una misión más de seguridad que otra cosa; tenía que solucionar algunos temas con Saori y los caballeros de bronce... burocracia humana, nada más simple que eso.

 

Algo para lo que Death Mask no estaba hecho. Camus era el caballero más apto para ese tipo de cosas, por lo que se despertó la sorpresa general cuando el canceriano fue escogido para viajar. ¿Death Mask... en una misión de ese tipo? Aioria tuvo que morderse el rabo para no reírse y Kanon un poco más de lo mismo. Para el italiano, no fue tan malo como había esperado... pero ya estaba más que cansado de la situación, de ser víctima de las órdenes del patriarca. Sentía que le habían devuelto una cucharada de su propia medicina, pues Shion no hacía más que abusar de su estatus para poder enviar al italiano lejos una y otra vez. ¿Acaso él no había hecho algo parecido en su momento? Aprovecharse de ser un dorado... Chasqueó los labios. Él no era así, no era filósofo ni le daba muchas vueltas a las cosas y no quería empezar ahora.

 

En cuanto retornase al santuario, solucionaría las cosas.

 

 

***

 


Ya habían pasado cuatro días desde que Death Mask había viajado a Japón. Según los cálculos de Shion, ya debía de estar en camino hacia el Santuario, y eso no hacía más que retorcerle el estómago de los nervios. Era como si el canceriano y él se comunicasen en silencio; a duras penas compartían una que otra mirada, pero había un lenguaje impalpable allí. Sabía que cuando el italiano retornase, pediría explicaciones y él tendría que dárselas: no se quedaría contento hasta obtener lo que quería.

 

Se quitó el yelmo de la cabeza y dejó libres sus cabellos del color del limón, que cayeron como cascada sobre sus hombros.

 

—Vamos, Shion... No te pongas así, no creo que se lo tome tan mal... Ya sabes como es él, hace un berrinche y se le pasa —iba diciendo Dohko, que al ser el mejor amigo del patriarca estaba más o menos enterado de algunas cosas. —Aunque sigo sin saber por qué estás dándole tantas misiones.

 

 

Y mejor que no supiera. No podía decirle que, de elegir entre la presencia de Death Mask o la de Hades allí, escogería la segunda mil veces. Death Mask le afectaba, sí que le afectaba. Hacía que se le descontrolaran los latidos y ese estado se contagiaba a todo su cuerpo ante cada bombeo. Su mente también parecía sufrir de un fallo cuando el italiano andaba cerca.

 

Estuvo a punto de responder algo armado y mecánico cuando las puertas se abrieron de improviso. Tanto Dohko como el ariano voltearon sorprendidos; ¿quién osaba a ingresar de esa manera, sin siquiera enviar un aviso antes, sin tocar... sin nada? El pelilima no tuvo que pensarlo dos veces, era obvio quién era el caballero más maleducado, insolente y desvergonzado de todos.

 

 

—Death Mask —saludó Dohko, contrariado. No sabía si alegrarse de verle -porque que estuviera allí significaba que terminó su misión, si preocuparse de que hubiera escuchado algo u ofenderse por el hecho de ingresar ahí como si nada.

 

—Dohko —respondió, a su vez, el caballero de Cáncer. Sin embargo, su mirada lejos estaba de fijarse en el chino: devoraba con sus destelleantes orbes al hombre que estaba a cargo del lugar. —Necesito hablar a solas con el patriarca.

 

 

El caballero de Libra volteó a ver a su amigo. No había guardias allí, así que de irse Dohko cualquier cosa que pasase quedaría allí, entre el patriarca y el indignado italiano. Shion asintió y, sólo entonces, el chino se movió de su lugar para retirarse. Death Mask no parpadeó ni respiró hasta que el contrario se retiró.

 

 

—¿Qué maneras son estas de entrar, caballero de Cáncer? —escupió entonces, dejando que toda su indignación saliera a flote; le había dado la excusa perfecta para enojarse con él.

 

—Las mías. ¡Mis maneras de entrar! Y si no te gustan, tendrás que aguantártelas —Shion permaneció quieto en su asiento, sorprendido a más no poder. Tampoco pudo reaccionar cuando Death Mask tiró por la borda todas las normas de etiqueta y educación y, venciendo la distancia que había entre ambos, se inclinó frente a él, acorralándole en su propio asiento. —Quiero respuestas.

 

 

Shion no respondió. Estaba apretando su anatomía contra el respaldo del asiento para evitar cualquier posible contacto con el contrario. Tanta cercanía... le hacía mal. Era como tener frente a él a una caja de Pandora danzando, mostrándole justo lo que quería... ¿Lo que quería? Él no quería a Death Mask, lo detestaba.

 

El italiano vio en el silencio del patriarca un espacio para expresarse.

 

 

—¿Se puede saber qué puto problema tienes conmigo, patriarca? —Sus manos se aferraron a los apoyabrazos evitando que Shion echara a correr. Siempre podía teletransportarse, claro... Pero estaba seguro de que Death Mask le perseguiría hasta el mismísimo infierno. —Dándome tantas misiones estúpidas, enviándome de aquí para allá como un perro... No parece un castigo —Se inclinó un poco más y el ariano pudo sentir el cálido aliento del menor acariciando su oreja— ¿Qué será, entonces? Parece que se trae algo conmigo...

 

—Estás viendo misterios donde no los hay, Death Mask. Simplemente asigno las misiones que van contigo, sólo e...

 

—¿Sólo eso? ¿En serio? ¿Que van conmigo? Lamento decirle que mandarme a la China con la mocosa no es algo que vaya conmigo —Si aguardó a que el italiano se apartara, estaba equivocado de nuevo, pues el moreno parecía disfrutar de la cercanía —¿Será que tengo que sacarle la verdad a la fuerza?

 

 

Las mejillas del peliverde atinaron a encenderse con fuerza. ¿Qué decía aquel hombre? Y más importante: ¿cómo se dignaba a hablarle de esa manera a él, al patriarca? Mordisqueó su labio inferior con fuerza, no sabiendo cómo reaccionar en esos instantes. No había, además, manera en que pudiese sincerarse con él...

 

 

—A la fuerza, entonces.

 

 

Sintió que el canceriano le tomaba por los brazos y le obligaba a ponerse de pie... ¡le obligaba! ¡¿Cómo se atrevía!? ¡Maldito descarado! Desde un comienzo impuso su propia fuerza, pero mientras que hacía tiempo había dejado de entrenar, el canceriano no hacía otra cosa que pelearse con los demás. El moreno no necesitó otra distracción que esa para alzar el peso del ariano y echárselo al hombro, sosteniéndole siempre con ambas manos. Las patadas de Shion no se hicieron esperar, conjunto con los puñetazos que descargó en su espalda. Death Mask tuvo que admitir que el patriarca aún conservaba gran parte de sus fuerzas; por suerte, no iría muy lejos.


Se dirigió hacia los aposentos privados del patriarca y lo arrojó sin cuidado alguno sobre el lecho, desacomodando la túnica que el ariano vestía. Eso le regaló una imagen interesante y atractiva: la imagen fugaz de las piernas de Shion, sin ningún inútil trozo de tela que las cubriese, le incitaban a tocarlas, morderlas y marcarlas... Nada se vería mejor en esa pálida piel que un buen moretón.

 

El patriarca, por otro lado, no pasó por alto aquella expresión, pero no se movió de su lugar. Sostuvo con calmada y callada rebeldía la mirada del italiano, quien por dentro estaba más que regodeándose de la situación. Por supuesto, Shion atinó a reaccionar cuando Death Mask se subió sobre la cama, deshaciéndose de la cómoda camisa que había portado durante el viaje.

 

 

—Algo que he notado todo este tiempo es que no haces más que mirarme... Así que, ¿por qué no me miras bien de cerca ahora, Shion?

 

 

El aludido gruñó. Estuvo a punto de utilizar sus habilidades telequinéticas para deshacerse del italiano... cuando este comenzó a desnudarse. Contempló sus marcados hombros, los músculos de sus brazos bien definidos, su musculatura equilibrada y agradable, incitante; sus dedos dejaron caer con total torpeza la camisa en algún lugar desconocido, mientras que la mirada amatista de Shion se encendía en deseo indisimulable. No podía dejar de estudiar aquella tez morena, el fruto de los entrenamientos. Recordó, entonces, que era una especie de pelea y que caer no era una opción. Elevó la mirada hasta las orbes de Death Mask, quien sonreía desvergonzado. Había presenciado el deseo, la necesidad de Shion... su debilidad.

 

 

—Parece que está gustándote lo que ves.

 

 

Y le tomó de los pies para acercarle más a sí, como un cazador que se cierne sobre su víctima para darle el golpe de gracia. Shion gruñó, pero antes de poder utilizar sus manos el italiano se encargó de afirmarlas contra el lecho. Sabía que había otra manera, que podía quitárselo de encima por otros medios: telequinesis, teletransportarlo lejos... ¡teletransportarse él mismo!

 

No lo hizo. No. Su cuerpo lo necesitaba; su alma ansiaba y rogaba por ese tacto ardiente de sus dedos en su piel, lo anhelaba como nunca antes había deseado algo. Quería que Death Mask se deshiciera de las falanges que le aprisionaban el corazón, que renovara sus sentimientos, que limpiara las heridas que habían quedado y las sanara.

 

Las manos del italiano recorrieron sus piernas, subiendo poco a poco la túnica patriarcal. Estaba tomándose toda la libertad del mundo, esa libertad que él odiaba... y se la otorgaba de buena gana, parecía que incluso estaba ofreciéndose con los brazos abiertos.

 

 

—También parece que te guste esto —Shion tembló cuando la voz de Death Mask resonó en su oreja y aunque quiso responder, las mordidas que este pronto empezó a repartir en la zona le imposibilitaron el habla.

 

 

La boca del canceriano repartió besos y mordidas por la zona aledaña, jugando con su piel, con sus sentimientos y con cada espasmo que le acuchillaba el estómago. Mordió algunas porciones de tez de su garganta hasta que tiñó la superficie de color morado.

 

 

—Entonces... ¿vas a decirme? —mordió con intensidad su cuello, robándole un gruñido de dolor -y placer- al ariano que se retorcía bajo su cuerpo.

 

 

Se separó con la intención de retornar a aquel juego de miradas rebeldes, mas Shion le recibió con una amplia sonrisa. Sus brazos envolvieron los hombros del canceriano y le atrajeron a sí en una orden implícita pero clara: “bésame”. Y así lo hizo él. Se encargó de apoderarse de su boca como si quisiera deshacerle a besos, como si quisiera apartar la piel, músculos, huesos y encontrar su alma bajo tanto abrigo innecesario. Mordió sus labios, sus lenguas hicieron un pacto y se robaron mutuamente el oxígeno, despreocupados de lo que pudiera suceder a su alrededor. Pero sus dígitos no podían quedarse tiesos y en su lugar: Shion recorrió los azulinos y rebeldes cabellos del menor y el canceriano se encargó de deshacerse de esa túnica molesta. Claro que para él, deshacerse de algo significaba romperlo y esa no fue la excepción.

 

Apartó los retazos y jirones que habían quedado sobre la cama y prosiguió con la dominación, obligando al patriarca a seguirle el ritmo. Sus dedos aprovecharon la desnudez casi completa del ariano para acariciar su pecho, la plana piel de su abdomen y sus piernas. Había recuperado el cuerpo que había tenido a los veinte años, un pequeño gesto de parte de Athena y algo que Death Mask disfrutaba en ese instante. Era tentador; la abierta invitación a hundirse una y otra vez... y vaya que lo haría.

 

Primero, presionó la zona íntima del de ojos amatistas, quien se removió alarmado y buscó incorporarse; Death Mask, por supuesto, no se lo permitió. Introdujo la mano por debajo de las telas y buscó acariciar su falo, comenzando por el glande hasta repartir la dulzura de las sensaciones más abajo. Ningún retazo de piel quedó sin recorrer, sin tocar y pronto la habilidad de sus dedos le llevaron a la cima.

 

Shion le dejó hacer y deshacer siluetas en su cuerpo, mas no estaba dispuesto a que el contrario se llevase todo el crédito. Ansioso, hizo acopio de todas sus fuerzas para ser él quien terminara dejando abajo de su cuerpo al canceriano. Este, curioso de lo que podría llegar a hacer, se lo permitió. El patriarca se deshizo, de buenas a primeras, de los pantalones del italiano, prenda ahora innecesaria y molesta; sucedió lo mismo con su ropa interior, aunque no fue tan paciente como Death Mask. Y desde luego, sus caricias tampoco fueron tan errantes, sino que fue directo a lo que quería conseguir; se inclinó y atrapó el falo de su compañero entre sus labios, robándole un exquisito gruñido de placer. Sí, había estado en lo correcto todo ese tiempo: le había observado de cerca como una persona sedienta y desesperada... y se había salido con la suya, porque le tenía consigo ahora... porque se dejaba quemar por todo lo que sentía en lugar de reprimirlo y guardarlo en un cajón.

 

Los jadeos y gemidos fueron haciéndose más insistentes a medida que los labios del ojiamatista continuaban trabajando: lamían, succionaban y repartían caricias errantes que torturaban al peliazul. Su lengua trabajaba como una experta, aunque sabía bien que los años de Shion no significaban experiencia en ese campo; el ariano siempre había preferido una vida casi de monje, se había ocupado más por la seguridad del lugar y su fidelidad a Athena que por explorar los placeres carnales. Estaba más que dispuesto a enseñarle... pero no ahora, no ya.

 

—¿No vas a decirme entonces, Shion? —preguntó Death Mask, trayendo el tema a colación. Apartó al ariano de su cuerpo y le tomó del mentón para atraerle a su rostro y recuperar aquellos labios tan tentadores, ahora hinchados por la insistencia suya de morder.

 

—Nunca... —gruñó el aludido por sobre su boca, correspondiendo pese a tanta rebeldía al beso que le regalaba.

 

—Sé cómo hacerte hablar.

 

 

Y sintió que le echaban de espaldas al lecho una vez más. De nuevo, las manos de Death Mask exploraron sus piernas de forma ascendente, subiendo hasta sus muslos, de los cuales se aferró para separarle las piernas. Se inclinó sobre la anatomía del ariano y dirigió su miembro hacia la entrada del mismo, torturándole con tanta expectación. Inició una exquisita fricción contra la zona que dividía sus glúteos, una especie de preludio a lo que sucedería... pero lo alargaba cada vez más. La temperatura de Shion no hacía más que ascender, y el sentir la dureza del canceriano contra él una y otra vez, en disimuladas embestidas...

 

 

—Métete de una vez, mierda —ordenó molesto, más que consciente de que el moreno no hacía más que burlarse.

 

—Como usted ordene, “patriarca”.

 

 

Creía que era la primera vez en tanto tiempo que Death Mask le tomaba la palabra y obedecía a lo que decía sin chistar. Este acomodó correctamente su falo contra la entrada de Shion para comenzar a empujar con lentitud, siempre teniendo cuidado de no hacer movimientos bruscos que podrían lastimarle. El glande fue el primero en hacer acto de presencia en su interior, incomodando y robando gruñidos al mayor. Pronto, todo su miembro se hizo espacio entre aquellas cálidas y estrechas paredes. La presión era tentadora, como una puerta abierta a moverse sin controles, sin barreras, a disfrutar la sensación de asfixia... pero quería ser considerado.

 

 

—¿Vas a decirme, mh? —gruñó contra su oreja, donde repartió incansables besos.

 

—Cállate...

 

 

Inundó al patriarca de besos, tanto en sus mejillas como en su frente y labios. Shion, por otro lado, estaba tratando de acostumbrarse a la intromisión. No era un novato en el arte de tener relaciones sexuales, pero hacía un largo tiempo que no obedecía a los sanos instintos. En parte porque había tenido que cumplir con los mandatos de Athena, además de que había permanecido muerto durante varios años, también. Una corta embestida de parte de Death Mask le robó un tímido gemido; dolía, sí, como los mil demonios, pero había una especie de regocijo de placer en aquel dolor que no supo cómo describir.

 

Death Mask parecía un experto no sólo leyendo las almas, sino el cuerpo de las personas. Sabía cómo moverse y con qué lentitud para atacar con espasmos al ariano, así que comenzó primero lento y tímido, experimentando. Los sonidos que iban abandonando los rojizos labios de su compañero fueron guiándole hasta que supo en dónde tenía que golpear con exactitud.

 

Cada cuerpo era un mundo y le gustaba tener la oportunidad de aprender sobre ese en específico.

 

Se movió en el interior de Shion, entrando y saliendo con paciencia y limitaciones; no podía dejarse llevar, pero poco a poco empezaba a levantar los muros y trabas. Necesitaba permitirse sentir y quería que el pelilima lo hiciera también; que disfrutase sin tapujos, sin esconderse detrás de su estatus.

 

Al cabo de unos segundos, los gemidos del ariano se encargaron de tirar abajo todo su autocontrol. Sus caderas comenzaron a golpear con insistencia su interior, saliendo y resbalando por la zona hasta dar en su próstata; sus dedos se aferraron y hundieron a sus caderas, dejando apasionadas marcas sobre la pálida piel del hombre al que poseía.

 

Dominó su cuerpo con permiso, se inclinó a conocer cada uno de sus rincones y a tocar sus puntos delicados, los más sensibles, los que podían llevarle a la gloria. Tiró abajo sin importarle nada todo los murales y arrastró consigo al ariano en la búsqueda del placer, en el arte de experimentar... Se encontró embistiendo con gran presteza aquel cálido y húmedo sitio, a despertar la lascivia en Shion, a permitir que hundiera los dedos en sus omóplatos y le marcase a su antojo.

 

Total, para averiguar lo que quería tenía todos los días del año.


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