—¿Dónde estás? —susurró un chiquillo de cabello rubio. Sus labios temblaban a mitad de la noche pues faltaba una persona esencial para su existencia—. ¿Dónde estás? —repitió. Nuevamente no obtuvo respuesta alguna.
Era más que obvio: la soledad jamás iba a responder.
—Si cierro mis ojos, el dolor me romperá —continuó hablando, pues Mizuki sabía que había alguien escuchándole. El chico intentó movilizar su cuerpo, una extremidad a la vez, pero se sentía nadando en una espesa y oscura brea. Hasta sus pulmones se sentían intoxicados por la sustancia—. Sabes bien que esto me asusta… —sus cuerdas vocales fallaban. Sí, ese chico de rasgos femeninos estaba por llorar—. No necesito este tipo de sufrimiento, no necesito este tipo de amor. Mas no quiero perderlo —fue lo último que pudo decir antes de romper en llanto.
Llanto que se reflejó en su cuerpo. Ahora su respiración era inconstante, tanto que logró despertar al chico castaño que dormía plácidamente a su lado. Tsurugi, el mayor de los dos, salió del sopor nocturno para envolver al rubio con sus brazos. Otra noche más de pesadillas. Otra noche más en la que solo podía calmar el contrario con palabras amables, con caricias sutiles. Otra noche más en la que su alma se estremecía. Que difícil era luchar contra los demonios que perseguían a Mizuki.
—Estoy aquí, estoy aquí. No dejaré de estar a tu lado —la letanía que siempre soltaba.
La letanía que no sabía si podía cumplir.
Era cierto que Tsurugi quería a Mizuki, solo que últimamente era difícil estar con él. La convivencia, las comidas, el trabajo, los días, las noches… Todo con Mizuki era complicado, y día a día Tsurugi se debatía entre hacer lo que quería y hacer lo que Mizuki necesitaba. El mayor continuó abrazando a Mizuki, esperando a que durmiera de nuevo. Su mano jugueteaba alrededor de la espalda ajena, dando suaves toques que a su percepción, resultaban relajantes.
—¿Tsurugi? —llamó el rubio.
—¿Sí?
—Sé bien que te quieres ir —la frase salió fluida sin siquiera un ápice de tristeza— ¿Sabes? Creo que puedes hacerlo.
La naturalidad con que se expresó hizo estragos en Tsurugi. Como si hubiese leído el pensamiento.
La mente del castaño comenzó a trabajar aceleradamente, imaginando sus días sin el contrario. Era tan confuso.
—Necesitas más que eso para deshacerte de mí. No creas que te será sencillo.
Tsurugi había puesto las cadenas de Mizuki alrededor de su cuello. De nuevo.
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—¿Tsurugi? —llamó el menor cuando los haces de luz solar se comenzaron a colar por la ventana— ¿Dónde estás? —preguntó a la nada. Se removió un poco en la cama y consiguió un pedazo de papel con la caligrafía del castaño.
“Me fui”.
—Fue realmente sencillo —susurró Mizuki antes de volver a hundirse bajo las sábanas.
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Comentario extra: juro que yo sería feliz si A-Y dejase publicar drabbles de menos de 500 palabras... Pero no... Debo dejar un comentario o palabras al azar para poder publicar ewe