Estoy entumecido, me estiro y abro los ojos con pereza. No espero encontrar nada, simplemente porque estoy muerto. Ya no recuerdo cuánto tiempo llevo así, despertando para no encontrar nada, para reafirmar que sigo solo, pero esta vez es distinto, hay alguien ahí, un chico de piel caoba, cabello y ojos oscuros. Es hermoso, tiene puesto unas bermudas y una simple camiseta blanca, pero aquí todo es de ese color, incluso el cielo y el césped excepto él.
Me mira desorientado, acabas de llegar y no sabes qué hacer ante mi presencia. En cambio, yo estoy tan asombrado, tan feliz, que te asustas cuando me ves llorando y te abrazo. “Gracias” te susurro mientras espero que no te vayas como tantas personas lo han hecho, no quiero que vuelvas a ese mundo colorido. Es egoísta, lo sé, pero cuando veo tu sonrisa sé que es imposible, así que vuelvo a resignarme y deseo que estemos juntos durante mucho tiempo antes de que te vayas, aunque aquí el tiempo no fluye, está detenido, todo sigue sin alterarse, incluso yo.
Hasta que un día, mientras colocaba una flor blanca en tu oscuro cabello mi mano comienza a desaparecer. Sonreí sorprendido, nunca pensé que volvería a ese mundo colorido que abandoné cuando morí hace muchísimo tiempo ya. Te miro y veo que estás llorando, intentas aferrarte a mi cuerpo que cada vez es más intangible. Te beso en la frente y con una sonrisa te pido que no te preocupes por mí, y, por una vez soy yo el que se marcha. Conteniendo tus deseos de impedir que me rencarne, sonríes y me dices con tu dulce voz: “Te esperaré, seguiré aquí”. Cierro los ojos y vuelvo a nacer en la Tierra. Todo ha cambiado, han pasado siglos desde que estuve aquí, pero eso no importa, porque lo único que deseo fervientemente es volver contigo, junto a tu lado, junto a tu colorido porque aunque haya vuelto a este mundo de colores, el único que brilla eres tú.
Otra vez vuelvo a enfrentarme a la muerte, pero esta vez no le tengo miedo porque sé que existe algo más allá. Vuelvo a aparecer en la misma colina y bajo el mismo cielo blanco. Allí estás, como me prometiste, sigues llevando la flor que te puse ese día, sigue intacta desde aquel día, sigues recostado en el mismo sitio observando el mismo cielo incoloro. Me miras y te sorprendes al verme de nuevo, me acerco a ti y recojo una vez más una flor para ti, ves mis ojos oscuros y aunque regresé con una forma distinta a la anterior, sabes que soy yo.
De repente mi cuerpo se transforma y vuelvo a tener el aspecto con el que me conociste. Ignoras la nueva flor que te tiendo, pero sin maldad, estás tan emocionado que te abalanzas sobre mí y rodamos juntos colina abajo sobre la hierba blanca. Tu cuerpo queda debajo del mío, sonrío y te digo: “He vuelto, gracias por esperarme”. Sonríes y me dices que valió la pena estar solo todo ese tiempo solo para poder vivir este momento conmigo.
Sonrío y te sustituyo la flor por la que tenía en mi mano en señal de un nuevo comienzo para nosotros. Te aparto unos mechones de tu oscuro cabello de tus ojos, despeinándote ligeramente y vuelvo a sonreír dulcemente. Sé que no hace falta que lo diga en alto, que ya eres consciente de ello y que con solo mirarme puedes sentirlo y eres feliz por ello, pero aún así lo digo: “Te quiero, Jong In”. Tras pronunciar tu dulce y exquisito nombre, tan brillante como tú mismo, me inclinó encima de ti y poso mis gruesos labios sobre los tuyos en una ligera caricia, tan suave como el viento que parece mover la copa de los árboles y flores del blanco lugar. Mis manos buscan las tuyas y entrelazo los dedos con los tuyos con la promesa no verbal de no volver a irme. Y si eso ocurriese, vendrías conmigo porque desde el primer día que nuestros ojos se encontraron uní mi destino al tuyo en esta no vida y en todas mis reencarnaciones, eternamente, continuamente y sin descanso. Siempre seremos tú y yo. Siempre seremos Jong In y KyungSoo sin importar qué. Haya color o no, sea todo blanco o colorido, no importa porque tú serás el único en color para mí, el único que brille.