Samuel.
Odio los despertadores. Tanto que es inexplicable. De verdad. ¿Quién los inventó?. ¿El demonio?. No sé si es peor que me despierte la gata con sus bonitas-aunque-afiladas-patas o este objeto del infierno.
Pero todo eso se desvaneció cuando pensé en Guillermo... y cuando vi la hora que marcó mi reloj. Si, definitivamente, lo segundo ayudo a olvidarme de todo porque si no me daba prisa, llegaría no tarde, sino lo siguiente.
-Mara, deja eso.- Mi voz practicamente sonó por todo el barrio, pero si algo me molestaba de aquella bola de pelo, era su manía de mordisquear y arañar mis zapatos.- Para.- Volví a gritar, mientras arrebataba el zapato.-Algún día me quedaré calvo por el estres, chaval.
Me di toda la prisa posible para no llegar tarde a la escuela, y es que tenía ganas de llegar e interrogar a Guillermo, y reprocharle esa manía suya de desaparecer, y por ende, de preocuparme.
-Hay tanto misterio a su alrededor. Tanto caos y desolación. En cambio, él se suele mostrar calmado, apaciguado... como si su mayor miedo fuera destacar o que se fijasen en él...- Suspiré, mirando mi reloj por segunda, no, tercera vez en menos de cinco minutos. Estaba exasperado y nervioso. Pero sobre todo preocupado. Y esto incrementó cuando llegué a clase, me senté en mi sitio y esperé. Y seguí esperando. Y llegó la hora, pero Guillermo no había asistido.
"¿Por qué?"- Me pregunté, sintiéndome bastante patético al extrañar su tacto.-"Se supone que somos amigos, y los amigos confían los unos en los otros. ¿Acaso no sabe que yo estaré para él pase lo que pase?"- Quise correr, escapar del instituto y colarme en su casa, y gritarle, gritarle que yo lo cuidaría, que no debía tener miedo porque yo estaba allí, pero no podía.
(...)
La media hora de descanso en mitad del periodo de clases jamás se me había hecho tan larga y tediosa. Odiaba estar solo... Bueno no, me gustaba estar solo, metido en mi mundo donde nadie te hace daño, pero... me faltaba Guillermo. Si por alguien podía dejar de estar en mi propio planeta creado por mi, ese era él, y yo lo hacía encantado.
Miré al lado derecho, donde se suponía que debía estar, pero solo el aire ocupaba su lugar, rápido y frío.
"¿Por qué lo necesito tanto?"- Quizá en circunstancias normales, me volvería a dar miedo el acercarme a alguien, el salir dañado... Pero con el menor era tan distinto. Se siente tan bien cuando estoy a su lado, que esa presión que existía desde lo de aquello se aleja, dejándome ser el que era.
El timbre sonó, y aparte de que yo ni tan siquiera había podido tocar el almuerzo, entré, con mi alma por los suelos, con un enorme mal presentimiento y preocupado.... muy preocupado.
"Iré a su casa. Se acabó"- Y lo haría. Aunque no tuviese idea de qué decir, ni qué hacer ni qué pasaría. Pero la vida está llena de incógnitas, y si no luchas por resolverlas y contestarlas, ¿nada seria interesante, no?.