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Kiss an Angel por VeinMrsTop

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Notas del fanfic:

La historia es una adaptación del libro kiss an angel de la autora Susan Elizabeth Phillips. 

Es mi libro favorito así que me planteé mucho el hecho de atreverme a adaptarlo al GTOP

Espero le den una oportunidad y tenga buena aceptación al igual que mis otros fics, ya que esta es una temática diferente a la que suelo publicar uvu <3

 

Notas del capitulo:

Aquí el primer capítulo de la historia <3

Espero les agrade, no tengo más que decir x'D

Lo escribí con mucho amor, porque las historias de la otp merecen ser escritar con mucho amor <3

 Kwon Ji Yong había olvidado el nombre de su novio.

—Yo, Ji Yong, te tomo a ti... —Se mordisqueó el labio inferior. Su padre los había presentado unos días antes, aquella terrible mañana cuando los tres habían ido a por la licencia matrimonial.

Después él se había esfumado y no lo había vuelto a ver hasta hacía sólo unos minutos, en un dúplex cerca de Central Park, donde su padre tenía cerca una propiedad. Cuando había bajado a la sala donde ese mediodía estaba celebrándose aquella apresurada boda.

Ji Yong casi podía sentir la enérgica desaprobación de su padre, que se encontraba a su espalda, pero eso no era nada nuevo para él. Lo había decepcionado incluso antes de nacer y no importaba cuánto lo hubiera intentado, nunca había conseguido que cambiara de opinión sobre su hijo.

Se arriesgó a mirar de reojo al novio que el dinero de su padre había comprado.

Un semental.

Un auténtico semental de estatura imponente, constitución delgada pero fibrosa y extraños ojos color negro como el ébano, profundos. A la madre de Ji Yong le habría encantado.

Kwon Ji Sun había muerto el año anterior, en el incendio de un yate cuando dormía en brazos de una estrella de rock de veinticuatro años. Ji Yong ya podía pensar en su madre sin sentir dolor y sonrió para sus adentros al darse cuenta de que el hombre que estaba junto a ella hubiera sido demasiado mayor para Ji Sun. Debía rondar los veintinueve años y su madre solía fijar el límite en veinticinco.

Tenía el pelo tan oscuro que parecía negro y unos rasgos cincelados que harían que su cara pareciera demasiado bella si no fuera por la mandíbula firme y el ceño amenazador. Los hombres que poseían ese brutal atractivo habían atraído a Ji Sun, pero Ji Yong los prefería más maduros y conservadores. No por primera vez desde que la ceremonia había comenzado, deseó que su padre hubiera escogido a alguien menos intimidante.

Intentó tranquilizarse recordándose que no iba a tener que pasar más que unas pocas horas con su nuevo marido. Todo acabaría en cuanto tuviera oportunidad de exponerle el plan que se le había ocurrido. Por desgracia, el plan conllevaba romper unos votos matrimoniales que él consideraba sagrados y, dado que no solía tomarse sus promesas a la ligera —en especial los votos matrimoniales, —sospechaba que eran los remordimientos de conciencia la causa de su bloqueo mental.

Empezó de nuevo, esperando que el nombre le viniera a la mente.

—Yo, Ji Yong, te tomo ti... —La voz de Ji se apagó.

El novio en cuestión no le dirigió ni una simple mirada y, por supuesto, tampoco intentó ayudarlo. Permaneció con la vista al frente, y las inflexibles líneas de aquel duro perfil le provocaron a Ji Yong un cosquilleo en la piel. Él acababa de formular sus votos, así que tenía que haber pronunciado el dichoso nombre, pero la falta de inflexión en su voz no había traspasado la parálisis mental de Ji Yong y no se había enterado.

—Seung Hyun —masculló su padre detrás de él, y Ji Yong pudo deducir por el tono de su voz que apretaba los dientes otra vez. Para haber sido uno de los mejores diplomáticos de Asia, no se podía decir que tuviera demasiada paciencia con él.

Ji Yong se clavó las uñas en las palmas de las manos, diciéndose que no tenía otra alternativa.

—Yo, Ji Yong... —tragó saliva, —te tomo a ti, Seung Hyun... —volvió a tragar saliva, —como mi horrible esposo.

Hasta que no escuchó la exclamación de Suzy, su madrastra, no se dio cuenta de lo que había dicho. El semental volvió la cabeza y la miró. Arqueaba una ceja oscura con leve curiosidad, como si no estuviera seguro de haber oído correctamente. «Mi horrible esposo.» El peculiar sentido del humor de Ji Yong tomó el control y sintió que le temblaban los labios. Él alzó las cejas, y esos ojos profundos la miraron sin una pizca de diversión. Resultaba evidente que el semental no compartía sus problemas para contener una risa inoportuna.

Tragándose la histeria que crecía en su interior, Ji Yong miró rápidamente hacia delante sin disculparse. Al menos una parte de aquellos votos había sido honesta porque él, sin duda, sería un esposo horrible para él. Finalmente, el bloqueo mental desapareció y el apellido del novio irrumpió en su mente. Choi. Choi Seung Hyun. Era otro de los coreanos con los que su padre estaba obsesionado.

Como antiguo embajador en la Republica de Corea, el padre de Ji Yong, Ban Sang Chul, tenía infinidad de conocidos en la comunidad coreana, tanto allí, en Estados Unidos, como en el extranjero. La pasión de su padre por la ancestral tierra que lo había visto nacer se reflejaba incluso en la decoración de la habitación donde se encontraban en ese momento, en las paredes azules —tan comunes en la arquitectura residencial de su país, —la chimenea de ladrillos amarillos y la multicolor alfombra. A la izquierda, sobre un secreter de nogal, había un par de floreros que tenían la rosa de Siria y algunas figuras de cristal y porcelana de las Colecciones Imperiales de datan de la dinastía Joseon. El mueble era una mezcla de art déco y estilo Victoriano que, de una extraña manera, armonizaba con la estancia.

La gran mano del novio tomó la de Ji Yong, mucho más pequeña, y él sintió la fuerza que poseía cuando le puso la sencilla alianza de oro en el dedo. —Con este anillo, yo te desposo —dijo él con voz severa e inflexible.

Ji Yong contempló el sencillo aro con momentánea confusión. Por lo que podía recordar, acababa de entrar en lo que Ji Sun denominaba la fantasía burguesa del amor: el matrimonio. Y lo había hecho de una manera que nunca hubiera imaginado posible.

—... por el poder que me otorga la República de Corea, os declaro marido y mujer.

Ji Yong se tensó mientras esperaba que el juez, invitara al novio a besarlo.

Cuando no lo hizo, supo que había sido una sugerencia de Ban para ahorrarle la vergüenza de verse forzado a besar esa hosca y recia boca. No entendía cómo su padre había pensado en ese detalle, que sin duda se les había pasado por alto a todos los demás. Aunque no lo admitiría por nada del mundo, Ji Yong desearía haberse parecido más a él en ese aspecto, pero si no era capaz de encargarse él solo de los acontecimientos más importantes de su vida, ¿cómo iba a ocuparse de unos simples detalles? 

Sin embargo, detestaba sentir lástima de sí mismo, de modo que apartó a un lado ese pensamiento mientras su padre se acercaba a él para besarle fríamente la mejilla como colofón de la ceremonia. Esperaba alguna palabra de afecto, pero tampoco se sorprendió al no recibirla. Incluso consiguió no sentirse dolido cuando él se apartó.

Su padre señaló al misterioso novio, que se había acercado a las ventanas que daban a Central Park.

Los había casado el juez Kim Hyun Min. Los otros testigos de la ceremonia eran el chófer, que había desaparecido discretamente para atender sus deberes, y la esposa de su padre, Suzy, que destacaba entre los demás con aquel cabello rubio ceniza y aquella característica voz ronca.

—Felicidades, cariño. Forman una bonita pareja Seung Hyun y tú. ¿No te parece, Sang Chul?—Sin esperar respuesta, Suzy abrazó a Ji Yong, envolviéndolos a los dos en una nube de perfume almizcleño.

Suzy simulaba sentir un cariño sincero por el hijo ilegítimo de su marido, y aunque Ji Yong era consciente de los verdaderos sentimientos de su madrastra, reconocía el mérito de Suzy guardando las apariencias. No debía de ser fácil para ella enfrentarse a la prueba viviente del único acto irresponsable que Sang Chul había cometido en su vida, incluso aunque hubiera sido veintiséis años antes.

—No sé por qué has insistido en ponerte esa ropa, querido. Sería perfecto para una fiesta, pero no para una boda. —La mirada crítica de Suzy evaluó con severidad la cara chaqueta dorada de Chanel de Ji Yong, sus pantalones beige entallados y unos zapatos dorados.

—Es casi blanco.

—El dorado no es blanco, querido. Y es demasiado informal.

—La chaqueta es muy discreta —señaló Ji Yong, alisando las solapas de la prenda de raso dorado que le caía hasta la parte superior del muslo.

—Una cosa no tiene nada que ver con la otra. ¿No podías haber seguido la tradición y ponerte algo blanco? ¿O haber escogido al menos algo de seda?

Ya que ése no iba a ser un matrimonio de verdad, Ji Yong pensaba que, de haber tenido en cuenta la tradición, se estaría recordando a sí mismo que estaba vulnerando algo que debería haber sido sagrado. Incluso se había quitado la gardenia que Suzy le había prendido en la chaqueta, aunque ésta se la había vuelto a colocar en el mismo lugar poco antes de la ceremonia.

Sabía que Suzy tampoco aprobaba los zapatos dorados. Eran terriblemente incómodos, pero al menos era imposible confundirlos con unos zapatos tradicionales de raso.

—El novio no parece feliz —susurró Suzy. —No me sorprende. ¿Por qué no tratas de evitar decir alguna otra tontería por ahora? Y te lo digo en serio, haz algo con respecto a esa molesta costumbre que tienes de decir lo que piensas.

Ji Yong apenas pudo reprimir un suspiro. Suzy nunca decía lo que pensaba en tanto que Ji Yong casi siempre lo hacía, y tal alarde de sinceridad molestaba a su madrastra. Pero Ji no era capaz de actuar con hipocresía. Tal vez fuera porque eso era lo único que sus padres tenían en común. Dirigió una mirada furtiva a su nuevo marido y se preguntó cuánto le habría pagado su padre para que se casara con él. La parte más irreverente de Ji Yong se moría por saber cómo se había efectuado la transacción. ¿Dinero en efectivo? ¿Un cheque? «Perdón, Choi Seung Hyun, ¿acepta American Express?» Mientras observaba al novio declinar una mimosa de la bandeja que le había tendido Min Soon, intentó imaginar lo que él estaría pensando.

«¿Cuánto tiempo más debo esperar antes de poder sacar al mocoso de aquí?» Seung Hyun echó un vistazo a su reloj. Otros cinco minutos más, decidió. Observó cómo el sirviente que pasaba con la bandeja de bebidas se paraba a adularlo. «Disfrútalo, señor. Pasará mucho tiempo antes de que puedas volver a hacerlo.»

Mientras Ban le mostraba al juez un samovar antiguo, Seung Hyun contempló las piernas de su nuevo esposo, expuestas ante todo el mundo gracias a eso que él llamaba pantalón. Eran delgadas y bien proporcionadas, lo cual le hizo preguntarse si el resto de ese cuerpo, oculto a medias por la chaqueta, sería igual de tentador. Pero ni siquiera el cuerpo de una sirena lo compensaría de tener que casarse a la fuerza.

Recordó la última conversación que mantuvo con el padre de Ji Yong.

—Es maleducado, atrevido e irresponsable —había dicho Ban Sang Chul. —Su madre fue una mala influencia para él. No creo que Ji Yong sepa hacer algo útil. Por supuesto, no es todo culpa suya. Ji Yong estuvo pegada a las faldas de su madre hasta que murió. Es un milagro que no estuviera a bordo del barco la noche que se incendió. Tienes que tener mano dura con mi hijo, Seung, o te volverá loco.

Lo poco que Seung Hyun había visto de Kwon Ji Yong hasta ahora no le había hecho dudar de las palabras de su padre.

La madre, Kwon Ji Sun, había sido una modelo coreana famosa hacía treinta años. Como los polos opuestos se atraen, Ji Sun y Ban Shang Chul habían tenido una aventura amorosa cuando él comenzaba a destacar como experto en política exterior; Ji Yong era el resultado.

Ban le había asegurado a Seung Hyun que le había propuesto matrimonio a Ji Sun cuando ésta se quedó embarazada inesperadamente, pero ella se había negado a sentar cabeza. No obstante, Sang Chul había insistido en que siempre había cumplido con su deber de padre hacia su hija ilegítima. Sin embargo, todo indicaba lo contrario.

Cuando la carrera de Ji Sun había comenzado a desvanecerse, se había convertido en asidua de fiestas y saraos. Y donde quiera que Ji Sun fuera, Ji Yong la acompañaba. Al menos Ji Sun había tenido una profesión, pensó Seung Hyun, pero Ji Yong no parecía haber hecho nada útil en la vida. Mientras miraba a su nueva esposa con más atención, observó algún parecido con Ji Sun. Tenían el mismo color de pelo, oscuro como el ébano, y sólo las personas que no salían de casa podían tener esa tez tan pálida. Sus ojos eran de color miel inusual, casi como dos caramelos. Pero Ji Yong era más menudo —también parecía más frágil— y no tenía los rasgos tan marcados. Por lo que recordaba de viejas fotos, el perfil de Ji Sun, había sido casi masculino, mientras que el de su hijo era mucho más suave, especialmente en la pequeña nariz respingona y en aquella boca absurdamente dulce.

Según Ban, Ji Sun tenía un carácter fuerte, pero era corta de entendederas, otra cualidad que el pequeño cabeza hueca con el que se había casado parecía haber heredado. No era exactamente el típico chico bonito y tonto —era demasiado culto para eso, —pero a él no le costaba imaginársela como el caro juguete sexual de un hombre rico. 

Seung Hyun siempre había elegido con cuidado a sus compañeros de cama, y aunque le atraía ese pequeño cuerpo, prefería otro tipo de mujer u hombre, que fuera algo más que un buen par de piernas.

Le gustaban las personas que fueran inteligentes, ambiciosas e independientes y que no se guardaran nada para sí mismas. Podía respetar a una persona que lo mandara a la mierda, pero no tenía paciencia con lloriqueos y pataletas. El mero hecho de pensar en eso hacía que le rechinasen los dientes.

Al menos tenerlo bajo control no sería un problema. Miró a su esposo y curvó una de las comisuras de la boca en una sonrisita sardónica. «La vida tiene maneras de poner a los pequeños chicos ricos y mimados en el lugar que les corresponde. Y, nene, eso es lo que te acaba de pasar.»

Al otro lado de la habitación, Ji Yong se detuvo delante de un espejo antiguo para mirarse. Lo hacía por costumbre, no por vanidad. Para Ji Sun, la apariencia lo era todo. Consideraba que llevar el rímel corrido era peor que un holocausto nuclear. El nuevo corte de pelo de Ji Yong, a la altura de la barbilla y un poco más largo por detrás, era ligero, juvenil y delicado. A él le había encantado desde el principio, pero le había gustado aún más esa mañana, cuando Suzy había protestado sobre lo inadecuado que era ese estilo para una boda.

Ji Yong vio acercarse a su novio por el reflejo del espejo. Compuso una sonrisa educada y se dijo a sí mismo que todo saldría bien. Tenía que ser así.

—Coge tus cosas, cara de ángel. Nos vamos.

A él no le gustó ni un ápice aquel tono de voz, pero había desarrollado un talento especial para tratar con personas difíciles y lo pasó por alto.

—Lidia está haciendo un soufflé Grand Marnier para el convite de bodas, pero no está listo aún, así que tendremos que esperar.

—Me temo que no. Tenemos que coger un avión. Tu equipaje ya está en el coche.

Necesitaba más tiempo. No estaba preparado para estar a solas con él.

—¿No podemos coger un vuelo más tarde, Seung Hyun? Odio decepcionar a Lidia. Es una joya y hace unos desayunos maravillosos.

Aunque la boca del hombre se había curvado en una sonrisa, los ojos parecieron taladrarlo. Eran de un inusual color oscuro como ébano que le recordaba a algo vagamente estremecedor. Aunque no podía recordar lo que era, ciertamente la inquietaba.

—Mi nombre es Seung, y tienes un minuto para llevar ese dulce culito tuyo hasta la puerta.

A Ji Yong le dio un vuelco el corazón, pero antes de que pudiera reaccionar, él le dio la espalda y se dirigió a los otros tres ocupantes de la habitación con voz tranquila pero autoritaria.

—Espero que nos disculpéis, pero tenemos que coger un avión.

Suzy dio un paso adelante y le dirigió a Ji Yong una maliciosa sonrisa. —Vaya, vaya. Alguien está impaciente por celebrar la noche de bodas. Nuestra Ji Yong es un bocadito apetecible, ¿verdad?

De repente, a Ji Yong se le fueron las ganas de tomar el soufflé de Lidia. —Me cambiaré de ropa —dijo.

—No tienes tiempo. Estás bien así.

—Pero...

La firme mano de Seung se posó en su espalda y lo empujó resueltamente hacia el vestíbulo. —Supongo que éste es tu bolso. —Ante el asentimiento de Ji Yong cogió el bolsito de Chanel de la mesita dorada y se lo tendió. Justo entonces, el padre y la madrastra de Ji Yong se acercaron para despedirse.

Si bien  Ji Yong no pensaba llegar más allá del aeropuerto, quiso escapar del contacto de Seung que lo conducía hacia la puerta. Se volvió hacia su padre y se odió a sí mismo por el leve tono de pánico en la voz.

—Tal vez tú podrías convencer a Seung de que nos quedemos un poco más, papá. Apenas hemos tenido tiempo de hablar.

—Obedécele, Ji Yong. Y recuerda que ésta es tu última oportunidad. Si me fallas ahora, me lavo las manos. Espero que hagas algo bien por una vez en tu vida.

Hasta ahora, siempre había soportado las humillaciones de su padre en público, pero ser humillado delante de su nuevo marido era demasiado vergonzoso y Ji Yong apenas consiguió enderezar los hombros. Levantando la barbilla, dio un paso delante de Seung y salió por la puerta. Se negó a sostener la mirada de su esposo mientras esperaban en silencio el ascensor que los llevaría al vestíbulo. Segundos después, entraron. Las puertas se cerraron sólo para abrirse en la planta siguiente y dar paso a una mujer mayor con un pequinés color café claro.

De inmediato, Ji Yong se encogió contra el caro panelado de teca del ascensor, pero el perro la divisó. Enderezó las orejas, emitió un ladrido furioso y saltó. Ji Yong chilló mientras el perro se abalanzaba sobre sus piernas y le estropeaba el pantalón.

—¡Quieto!

El perro continuó arañándole. Ji Yong gritó y se agarró al pasamanos de latón del ascensor. Seung Hyun la miró con curiosidad y luego apartó al animal de un empujón con la punta del zapato.

—¡Mira que eres travieso, Mitzi! —La mujer tomó a su mascota en brazos y le dirigió a Ji Yong una mirada de reproche. —No entiendo lo que le pasa. Mitzi quiere a todo el mundo.

Ji Yong había comenzado a sudar. Continuó aferrada al pasamano de latón como si le fuera la vida en ello mientras miraba cómo aquella pequeña bestia cruel ladraba hasta que el ascensor se detuvo en el vestíbulo.

—Parecía que se conocían —dijo Seung cuando salieron.

—Nunca... nunca he visto a ese perro en mi vida.

—No lo creo. Ese perro te odia.

—No es eso... —él tragó saliva, —es que me pasa una cosa extraña con los animales.

—¿Una cosa extraña con los animales? Dime que eso no quiere decir que les tienes miedo.

Ji Yong asintió con la cabeza e intentó respirar con normalidad.

—Genial —masculló él atravesando el vestíbulo. —Simplemente genial.

La mañana de finales de abril era húmeda y fría. No había papeles pegados en la limusina que los esperaba junto a la acera, ni latas, ni letreros de RECIÉN CASADOS, ninguna de esas cosas maravillosas reservadas a las personas que se aman.

Ji Yong se dijo a sí mismo que tenía que dejar de ser tan sentimental. Ji Sun se había metido con ella durante años por ser exasperadamente anticuada, pero todo lo que Ji Yong había querido era una vida convencional. No era tan extraño, supuso, para alguien que había sido educado con tan poco convencionalismo.

Se subió a la limusina y vio que el cristal opaco que separaba al conductor de los pasajeros estaba cerrado. Al menos tendría la intimidad que necesitaba para contarle a Choi cuál era su plan antes de llegar al aeropuerto.

«Hiciste unos votos, Ji Yong. Unos votos sagrados.» Ahuyentó a la inequívoca voz de su conciencia diciéndose que no tenía otra opción. Seung se sentó junto a él y el espacioso interior pareció volverse pequeño repentinamente. Si él no fuera tan físicamente abrumador, Ji Yong no estaría tan nervioso. Aunque no era tan musculoso como un culturista, Seung tenía el cuerpo fibroso y fornido de alguien en muy buenas condiciones físicas. Tenía los hombros anchos y las caderas estrechas. Las manos que descansaban sobre los pantalones eran firmes y bronceadas, con los dedos largos y delgados.

Ji Yong sintió un ligero estremecimiento que le inquietó. Apenas se habían apartado del bordillo cuando él comenzó a tirar de la corbata. Se la quitó bruscamente y la metió en el bolsillo del abrigo; después se desabrochó el botón del cuello de la camisa con un movimiento rápido de muñeca. Ji Yong se puso rígido, esperando que no siguiera.

En una de sus fantasías eróticas favoritas, él y un hombre sin rostro hacían el amor apasionadamente en el asiento trasero de una limusina blanca que recorría Manhattan mientras Michael Bolton cantaba de fondo Cuando un hombre ama a una mujer, pero había una gran diferencia entre la fantasía y la realidad.

La limusina se incorporó al tráfico. Respiró hondo, intentando tranquilizarse, y olió el intenso perfume a gardenia en su pelo. Vio que Seung había dejado de quitarse la ropa, pero cuando él estiró las piernas y comenzó a estudiarlo, Ji Yong se removió en el asiento con nerviosismo. No

importaba lo mucho que lo intentara, nunca sería tan bello como su madre, y cuando la gente lo miraba demasiado tiempo, se sentía como un patito feo.

Las marcas de las mordidas en su pantalón blanco, tras el encuentro con el pequinés, no contribuían a reforzar su confianza en sí mismo. Abrió el bolso para buscar el cigarrillo que tanto necesitaba. Era un vicio horrible, lo sabía de sobra y no estaba orgulloso de haber sucumbido a él. Aunque Ji Sun siempre había fumado, Ji Yong no solía fumar más que un cigarrillo de vez en cuando con una copa de vino. Pero en aquellos primeros meses después de la muerte de su madre se había dado cuenta de que los cigarrillos lo relajaban y se había convertido en un verdadero adicto a ellos. Después de una larga calada, decidió que estaba lo suficientemente calmada como para exponerle el plan al señor Choi.

—Apágalo, cara de ángel.

Ji Yong le dirigió una mirada de disculpa. —Sé que es un vicio terrible y le prometo que no le echaré el humo, pero ahora mismo lo necesito.

Él alargó la mano detrás de ella para bajar la ventanilla. Sin previo aviso, el cigarrillo comenzó a arder. Ji Yong gritó y lo soltó. Las chispas volaron por todas partes. Él sacó un pañuelo del bolsillo del traje y de alguna manera logró apagar todas las ascuas.

Respirando agitadamente, Ji se miró el regazo y vio la marca diminuta de una quemadura en su caro pantalón. —¿Qué ha pasado? —preguntó sin aliento.

—Creo que estaba defectuoso.

—¿Un cigarrillo defectuoso? Nunca he visto nada así.

—Será mejor que tires la cajetilla por si todos los demás están igual.

—Sí. Por supuesto.

Ji se la entregó con rapidez y él se metió el paquete en el bolsillo de los pantalones. Aunque Ji Yong todavía se estremecía del susto, él parecía perfectamente relajado. Reclinándose en el asiento de la esquina, él cruzó los brazos sobre el pecho y cerró los ojos.

Tenían que hablar, tenía que exponerle el plan para poner fin a ese bochornoso matrimonio, pero él no parecía estar de humor para conversar y Ji Yong temía meter la pata si no iba con cuidado. El último año había sido un desastre total y Ji Yong se había acostumbrado a animarse con pequeñas cosas a fin de no dejarse llevar totalmente por la desesperación.

Se recordó a sí mismo que aunque su educación podía haber sido poco ortodoxa, desde luego sí había sido completa. Y a pesar de lo que su padre pensaba, había heredado el cerebro de Ban Sang Chul y no el de Ji Sun. También poseía un gran sentido del humor y era optimista por naturaleza, cualidad que ni siquiera el último año había podido destruir por completo.

Hablaba cuatro idiomas, era capaz de identificar al diseñador de casi cualquier modelo de alta costura y era todo un experto en calmar a mujeres histéricas. Por desgracia, no poseía ni el más mínimo sentido común. ¿Por qué no había hecho caso del abogado parisino de Ji Sun, cuando le dejó claro que no le quedaría ni un centavo una vez que pagara las deudas que ésta había dejado? Ahora sospechaba que había sido el sentimiento de culpa lo que le había impulsado a asistir a todas aquellas fiestas durante los desastrosos meses que siguieron al funeral. Llevaba muchos años queriendo liberarse del chantaje emocional al que su madre lo había sometido en su interminable búsqueda del placer.

Pero no había querido que Ji Sun muriera. Eso no. Se le llenaron los ojos de lágrimas. Había querido muchísimo a su madre y, a pesar de su egoísmo, de sus interminables exigencias y de su constante necesidad de reafirmarse en la belleza, Ji Yong sabía que Ji Sun la había querido. Se había sentido culpable ante la inesperada libertad que el dinero y la muerte de ella le habían proporcionado. Se había gastado toda la fortuna, no sólo en sí mismo sino en cualquiera de los viejos amigos de Ji Sun que estuviera en apuros. Cuando las amenazas de los acreedores habían subido de tono, había extendido cheques para mantenerlos callados, sin saber ni importarle si tenía dinero para cubrirlos.

Sang Chul descubrió el derroche de Ji Yong el mismo día que emitieron una orden de arresto contra él. Fue entonces cuando se dio cuenta de la realidad y del alcance de lo que había hecho. Tuvo que rogarle a su padre que le prestara dinero para mantener alejados a los acreedores, prometiendo devolvérselo en cuanto pudiera.

Su padre había recurrido al chantaje. Era hora de que madurara, le había dicho, y si no quería ir a la cárcel debería poner fin a todas esas extravagancias y seguir sus órdenes sin rechistar. En un tono brusco e inflexible, él había dictado sus términos. Se casaría con el hombre que él escogiera para él, tan pronto como pudiera arreglarlo. Y no sólo eso, tendría que permanecer casado durante seis meses, ejerciendo de esposo obediente durante ese tiempo. Sólo al final de esos seis meses podría divorciarse y beneficiarse de un fondo fiduciario que él establecería para Ji Yong, un fondo fiduciario que él controlaría. Si era frugal, podría vivir con relativa comodidad el resto de su vida.

—¡No puedes hablar en serio! —exclamó Ji Yong cuando finalmente había recobrado el habla. —Ya no existen los matrimonios de conveniencia.

—Nunca he hablado más en serio. Si no aceptas casarte, irás a la cárcel. Y si no permaneces casada durante seis meses, nunca volverás a ver un penique más de mi bolsillo.

Tres días más tarde, le había presentado al futuro novio sin mencionar qué estudios poseía ni a qué se dedicaba, y sólo le había hecho una advertencia:

—Él te enseñará algo sobre la vida. Por ahora, es todo lo que necesitas saber.

Cruzaron el Triborough Bridge y se dio cuenta de que muy pronto llegarían a La Guardia, por lo cual no podía esperar más para sacar a colación el tema sobre el que tenían que hablar. Por costumbre, Ji Yong sacó un espejo dorado del bolso para cerciorarse de que todo estaba como tenía que estar. Ya más seguro, lo cerró con un golpe seco.

—Disculpe, señor Choi.

Él no respondió. Ji Yong se aclaró la garganta.

—¿Señor Choi? ¿Seung? Creo que tenemos que hablar.

Él abrió los párpados que ocultaban aquellos ojos color oscuro como el ébano. —¿De qué?

A pesar de los nervios, Ji sonrió. —Somos unos completos desconocidos que acaban de contraer matrimonio. Creo que eso nos da tema más que suficiente para hablar.

—Si quieres escoger los nombres de nuestros hijos, cara de ángel, creo que paso.

Así que tenía sentido del humor después de todo, aunque fuera algo cínico.

—Quiero decir que deberíamos hablar de cómo vamos a pasar los próximos seis meses antes de poder solicitar el divorcio.

—Creo que será mejor que vayamos paso a paso, día a día —hizo una pausa. —Noche a noche.

A Ji Yong se le puso la piel de gallina y se dijo a sí mismo que no fuera estúpido. Él había hecho un comentario perfectamente inocente y sólo había imaginado la connotación sexual en aquel tono bajo y ronco. Forzó una brillante sonrisa.

—Tengo un plan, un plan muy simple en realidad.

—¿Sí?

—Si me da la mitad de lo que le pagó mi padre por casarse conmigo, y creo que estará de acuerdo conmigo en que es lo más justo, podremos irnos cada cual por su lado y acabar con este lío.

Una expresión divertida asomó en esos rasgos de acero. —¿De qué lío hablas?

Ji Yong debería haber sabido, por la experiencia adquirida gracias a los amantes de su madre, que un hombre así de guapo no rebosaría materia gris.

—El lío de encontrarnos casados con un desconocido.

—Pues creo que llegaremos a conocernos bastante bien. —De nuevo esa voz ronca. —Y eso de ir cada uno por su lado no era lo que Ban tenía en mente. Tal y como lo recuerdo, se supone que tenemos que vivir juntos como lo hacen marido y mujer.

—Eso pretende mi padre. Es un poco tirano en lo que se refiere a las vidas de otras personas. Lo mejor de mi plan consiste en que él nunca sabrá que nos hemos separado. Mientras no vivamos en su casa de Manhattan, donde puede vernos, no tendrá ni idea de dónde estamos.

—Definitivamente no viviremos en su casa de Manhattan.

Él parecía no estar tan dispuesto a cooperar como había esperado, pero Ji Yong era lo suficientemente optimista como para creer que sólo necesitaba un poco más de persuasión.

—Sé que mi plan funcionará.

—A ver si nos entendemos. ¿Quieres que te dé la mitad de lo que Sang Chul me dio por casarme contigo?

—Ya que lo menciona, ¿cuánto fue?

—No fue ni mucho menos suficiente —masculló él.

Ji Yong nunca había tenido que discutir las condiciones y no le gustaba tener que hacerlo ahora, pero al parecer no tenía alternativa.

—Si lo piensa un poco, verá que es lo justo. Después de todo, si no fuera por mí, no tendría nada.

—¿Quieres decir que planeas darme la mitad del fondo fiduciario que tu padre ha prometido establecer para ti?

—Oh, no, no pienso hacer eso.

Él soltó una breve carcajada. —Me lo imaginaba.

—No lo entiende. Le pagaré la deuda tan pronto como tenga acceso a mi dinero. Sólo le estoy pidiendo un préstamo.

—Y yo me niego.

Ji Yong comprendió que le había vuelto a pasar lo de siempre. Tenía la mala costumbre de asumir lo que otras personas harían o lo que haría él en su lugar. Por ejemplo, si fuera Seung, se prestaría a darle la mitad del dinero simplemente por deshacerse de él. Necesitaba fumar. Aquello no pintaba bien.

—¿Puede devolverme los cigarrillos? Estoy seguro de que no todos estaban defectuosos.

Él sacó el arrugado paquete del bolsillo de los pantalones y se lo entregó. Ji Yong encendió uno con rapidez, cerró los ojos y se llenó los pulmones de humo. Se escuchó un estallido y cuando abrió los ojos de golpe, el cigarrillo estaba en llamas. Con un grito ahogado, lo dejó caer. De nuevo, Seung apagó la colilla y las ascuas con el pañuelo.

—Deberías denunciarlos —dijo él con suavidad. Ji Yong se llevó la mano a la garganta, demasiado aturdido para hablar.

Él se acercó y le tocó el pecho. Ji sintió el roce de ese dedo en la parte interior de su pecho y se estremeció, lo mismo que la piel sensible debajo del raso.

Alzó la mirada de golpe a esos insondables ojos negros. —Un poco de ceniza —dijo él. Ji Yong puso la mano donde él le había tocado y sintió el martilleo del corazón bajo los dedos. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que una mano que no fuera la suya lo había tocado allí? Dos años, recordó, cuando se había hecho la última revisión médica.

Ella vio que habían llegado al aeropuerto y se armó de valor.

—Señor Choi, tiene que entender que no podemos vivir juntos como marido y mujer. Somos unos completos desconocidos. Toda esta idea es ridícula y tendré que insistir en que coopere más conmigo.

—¿Insistir? —dijo él suavemente. —No creo que tengas derecho a insistir sobre nada.

Ji Yong tensó la espalda. —No voy a permitir que me intimide, señor Choi.

Él suspiró y sacudió la cabeza, mirándolo con una expresión de pesar que Ji  dudaba que fuera sincera.

—Esperaba no tener que hacer esto, cara de ángel, pero debería haber imaginado que no ibas a ser fácil. Será mejor que te explique las reglas básicas ahora mismo, así sabrás a qué atenerte. Para bien o para mal, vamos a permanecer casados durante seis meses a partir de hoy. Puedes irte cuando quieras, pero tendrás que hacerlo solo. Y por si todavía no te has dado cuenta, éste no va a ser uno de esos matrimonios modernos de los que se habla en las revistas. Éste va a ser un matrimonio tradicional. —Repentinamente, su voz se volvió más tierna y suave. —Lo que quiero decir, cara de ángel, es que yo mando y tú harás lo que diga. Si no lo haces, sufrirás algunas consecuencias bastante desagradables. La buena noticia es que, pasado el tiempo estipulado, podrás hacer lo que quieras. Sinceramente, me importará un bledo.

El pánico se apoderó de Ji Yong, que luchó por no perder los nervios.

—No me gusta que me amenacen. Será mejor que hable claro y me diga cuáles son esas consecuencias que penden sobre mi cabeza.

Él se reclinó en el asiento y torció la boca en una mueca tan dura que Ji Yong sintió un escalofrío en la espalda.

—Verás, cara de ángel, no pienso decirte nada. Tú mismo lo descubrirás todo esta noche.

 

Notas finales:

Si ven alguna falta de ortografía, perdonenme x'D el día de hoy he estado pegada a la lap y bueno, mi dislexia y miopía no me ayudan(?)

¿Que les pareció la historia?

Diganlo en un review <3

Y dejen un review porque es la tercera vez que intento subir el fic y AY no me deja la condenada x'D

Si hay una cantidad suficiente de reviews, actualizo pronto, el segundo capítulo ya va a la mitad c: <3

Os adoro <3


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