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Kiss an Angel por VeinMrsTop

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Notas del capitulo:

¡Hola!

Sé que me tarde mucho en sacarles el segundo capítulo y eso no tiene perdón de Yisús uvu...

Entré en crisis ecxistencial debido a este fic x'D digo, es el libro que más amo en el mundo y estaba así de que quería borrarlo y abandonar la idea de adaptarlo :c

Pero me puse a escuchar Not in that way de Sam Smith -lo ama.- y pues... me inspiró para seguir escribiendo *n* <3 si escuchan la canción, la letra... entenderán porque la relaciono mucho con este fic~

A leer! que lo acabo de terminar, esta fresquesito y esponjocito(?)

 

Ji Yong se paseaba por el rincón más apañado de la sección de fumadores de la puerta de embarque de Korean Air, dando unas caladas un profundas y rápidas al cigarrillo, tanto que empezó a marearse. El avión, según había descubierto, se dirigía a Seul, una de sus ciudades favoritas, algo que tomó como una buena señal en una larga cadena de acontecimientos que se iban volviendo cada vez más desastrosos. 

Primero, el estirado y poderoso señor Choi se negó a aceptar el plan. Luego le había saboteado el equipaje. Cuando el chófer descargó una sola maleta del maletero en lugar del juego completo que él había preparado, Ji Yong pensó que era una equivocación, pero Seung Hyun lo sacó rápidamente de su error.

—Viajaremos con poco equipaje, le ordené al ama de llaves que lo rehiciera por ti durante la ceremonia.

—¡No tenía derecho a hacer eso!

—Vamos a facturar. —Él cogió su propio y ligero equipaje, y Ji se quedó mirando con asombro cómo echaba a andar sin dejarle otra opción que seguirlo. Él apenas podía cargar con la maleta; sus tobillos se tropezaban mientras se arrastraba tras él.

Sintiéndose desgraciado y cohibido, se había dirigido a la entrada, donde todo aquel que pasaba notaba los pequeños agujeros en su pantalón y la gardenia mustia.

Cuando Seung desapareció en los aseos, Ji se había apresurado a comprar una nueva cajetilla, pero descubrió que sólo tenía un billete de diez dólares en el bolso. Se dio cuenta con inquietud de que ése era todo el dinero que poseía. Sus cuentas corrientes estaban bloqueadas y las tarjetas de crédito canceladas. Por lo tanto, volvió a guardar el billete en la cartera y le pidió un pitillo a un atractivo ejecutivo.

En cuanto lo apagó, Seung Hyun salió de los aseos y al ver cómo iba vestido sintió un vuelco en el estómago. El oscuro traje sastre había sido reemplazado por una camisa vaquera, desgastada por infinidad de lavados, y unos vaqueros tan descoloridos que parecían casi blancos. Los bajos deshilachados del pantalón caían sobre unas botas camperas de piel llenas de rozaduras. Llevaba la camisa remangada, mostrando unos fuertes y bronceados antebrazos y un reloj de oro con una correa de piel. Ji Yong se mordisqueó el labio inferior. Al pensar en todo lo que su padre podía haberle hecho, nunca se le había ocurrido que lo casaría con aquél hombre.

Seung Hyun se acercó a Ji Yong cargando la maleta con facilidad por el asa. Los ceñidos pantalones revelaban unas piernas musculosas y unas caderas estrechas. A Ji Sun le hubiera encantado.

—Vamos, acaban de hacer la última llamada.

—Señor Choi, por favor, no creo que quiera hacer esto… si me prestara sólo la tercera parte del dinero que legítimamente me pertenece, podríamos poner fin a esta situación.

—Le hice una promesa a tu padre y nunca falto a mi palabra. Quizá sea un poco anticuado, pero es una cuestión de honor.

—¡Honor! ¡Se ha vendido! ¡Dejó que mi padre le comprara! ¿Qué clase de honor es ése?

—Sang Chul y yo hicimos un trato y no voy a romperlo. Por supuesto, si insistes en marcharte, no te detendré.

—¡Sabe que no puedo hacerlo! No tengo dinero.

—Entonces, vámonos. —Él sacó las tarjetas de embarque del bolsillo de la camisa y se puso en marcha.

Ji no tenía dinero ni tarjetas de crédito, y su padre le había ordenado que no se pusiera en contacto con él. Con el estómago revuelto, se percató de que no tenía otra alternativa que seguirlo, y cogió la maleta. Delante de él, Seung había alcanzado la última hilera de sillas, donde un adolescente estaba sentado fumando. Cuando su nuevo marido pasó junto al chico, el cigarrillo de éste comenzó a arder.

Unas 15 horas después Jiyong se encontraba bajo un sol resplandeciente en el aparcamiento del aeropuerto internacional de Corea, observando la camioneta negra de Seung Hyun; tenía el capó cubierto por una gruesa capa de polvo y la matrícula de Seul casi ilegible por el barro seco que la ocultaba.

—Déjala ahí detrás. —Seung Hyun lanzó su propia maleta sobre la camioneta, pero no se ofreció a hacer lo mismo con la de Ji, igual que no se había ofrecido a llevársela en el aeropuerto.

Ji Yong rechinó los dientes. Si pensaba que iba a pedirle ayuda, podía esperar sentado. Le dolieron los brazos cuando intentó lanzar la voluminosa maleta a la parte trasera. Pudo sentir los ojos de Seung sobre él y, aunque sospechaba que al final agradecería todo lo que el ama de llaves había metido en ella, en ese momento habría dado cualquier cosa por que aquel diseño de Louis Vuitton fuera más pequeño. Cogió el asa con una mano y sujetó la parte inferior de la maleta con la otra. Con gran esfuerzo, tiró de ella.

—¿Necesitas ayuda? —preguntó el con falsa inocencia.

—No..., gra... cias. —Las palabras parecían gruñidos más que otra cosa.

—¿Estás seguro?

Ji Yong, que por fin consiguió alzarla para empujarla con el hombro hacia dentro, no tenía suficiente aliento para contestar. Sólo unos centímetros más. Se tambaleó, un poco más... Con un grito de consternación, la maleta y él cayeron hacia atrás. Gritó al impactar contra el pavimento, luego chilló de pura rabia. Con la mirada clavada en el cielo se percató de que la maleta había amortiguado la caída y evitado que se lastimara. También se dio cuenta de que había caído de manera desgarbada, con el ajustado pantalón ciñéndole los muslos, las rodillas pegadas y los pies extendidos.

Unas oscuras y gastadas botas camperas entraron en su ángulo de visión. Deslizó la mirada por los muslos que se perfilaban bajo los vaqueros y por el ancho pecho y, al llegar a aquellos ojos color ébano que brillaban con diversión, Ji Yong recuperó su dignidad. Juntando los tobillos, se apoyó en los codos. —Esto es justo lo que pretendía.

La risa del hombre fue ronca y oxidada, como si no se hubiera reído en mucho tiempo.—Si tú lo dices.

—Así es. —Con toda la dignidad que pudo reunir, se impulsó sobre los codos hasta quedar sentado. —A esto es a lo que nos ha llevado su comportamiento infantil. Espero que lo sienta.

—Tú lo que necesitas es un vigilante, cara de ángel, no un marido.

—¡Deje de llamarme así!

—Agradéceme que te llame así. —Cogió el asa de la maleta y la lanzó con facilidad sobre la parte trasera de la camioneta como si no pesara más que el orgullo de Ji Yong. Luego tiró de él hasta ponerlo en pie. Abrió la puerta de la camioneta y lo empujó al sofocante interior.

Ji Yong esperó para hablar hasta que hubieron dejado el aeropuerto atrás. Viajaban por una carretera de doble sentido que se dirigía tierra adentro en lugar de Seul, como él había esperado.

Matorrales y maleza bordeaban ambos lados de la carretera y el aire caliente que entraba por las ventanillas abiertas de la camioneta le agitaba los cabellos contra las mejillas. Adoptando un tono suave, Ji rompió el silencio.

—¿Podría encender el aire acondicionado? Se me enreda el pelo.

—Lleva años sin funcionar.

Tal vez estuviera ya entumecido, porque aquella respuesta no le sorprendió. Los kilómetros pasaron volando y los signos de civilización escaseaban cada vez más. De nuevo le preguntó lo que se había negado a contestar cuando bajaron del avión.

—¿Podría decirme adonde nos dirigimos?

—Es mejor que lo veas por ti mismo.

—Eso no suena muy esperanzador…

—Por decirlo de una manera suave, donde vamos no hay salón de cóctel.

Vaqueros, botas, matrícula de Seul. ¡Tal vez fuera ranchero! Él sabía que había multitud de ganaderos ricos en Corea. Quizás estuvieran dirigiéndose hacia el sur.

«Por favor, Dios, que sea ranchero. Que sea igual que un episodio repetido de Dallas. Que haya una hermosa casa, ropas de diseño, y Sue Ellen y J. R. haraganeando alrededor de la piscina.»

—¿Es usted ranchero?

—¿Parezco ranchero?

—Lo que parece es un psiquiatra, responde a una pregunta con otra.

—¿Los psiquiatras hacen eso? Nunca he ido a uno.

—Por supuesto que no. Es evidente lo bien que le funciona la cabeza.

Ji había intentado que el comentario sonara sarcástico, pero el sarcasmo nunca se le había dado bien y pareció que lo estaba adulando, miró por la ventanilla el hipnótico paisaje de la carretera. Totalmente ensimismado, vio una casa desvencijada con un árbol en el patio delantero lleno de comederos de pájaros hechos de calabaza. El aire caliente los movía. Cerró los ojos y se imaginó fumando o lo intentó. Hasta ese día, no se había dado cuenta de lo mucho que dependía de la nicotina. En cuanto se adaptara a la nueva situación, tendría que dejar de fumar. En cuanto llegara a su nueva vida, tendría que replantearse muchas cosas. Por ejemplo, nunca fumaría en la casa del rancho. Si le apetecía un cigarrillo, saldría a fumárselo a la terraza, en el balancín al lado de la piscina.

Mientras seguía soñando, se encontró rezando otra vez: «Por favor, Dios, que haya terraza. Que haya piscina...»

Un poco más tarde, lo despertó el traqueteo de la camioneta. Se incorporó bruscamente, abrió los ojos y soltó un grito ahogado de asombro.

—¿Pasa algo?

—Dígame que eso no es lo que creo que es. —El dedo del joven temblaba cuando señaló hacia el objeto que se movía al otro lado del polvoriento parabrisas.

—Es difícil confundir a un elefante con otra cosa.

Era un elefante. Un elefante de verdad, vivito y coleando. La bestia recogió un fardo de heno con la trompa y lo lanzó hacia atrás. Mirando la deslumbrante luz del atardecer, Ji Yong rezó para estar todavía durmiendo y que aquello sólo fuera una pesadilla.

—Dígame que estamos aquí porque quiere llevarme al circo.

—No exactamente.

—¿Va a ir usted solo?

—No.

Ji tenía la boca tan seca que le resultaba difícil articular las palabras. —Sé que no le gusto, señor Choi, pero, por favor, dígame que no trabaja aquí.

—Soy el gerente.

—Gerente de un circo —repitió Ji débilmente.

—Exacto.

Atontado, Ji se dejó caer contra el asiento. A pesar de su optimismo, era incapaz de encontrar una luz al final del túnel.

En el recinto abrasado por el sol había una carpa de circo roja y azul junto con varias carpas más pequeñas y una gran cantidad de caravanas. La carpa más grande, salpicada por estrellas doradas, tenía un gran rótulo de color rojo intenso donde se podía leer: CIRCO DE LOS HERMANOS KANG,

PROPIETARIO: KANG MIN JUN. Además de unos cuantos elefantes atados, Ji Yong vio una llama, un camello, varias jaulas enormes con animales y toda clase de gente de mal vivir, entre la que incluyó a algunos hombres bastante sucios. A la mayoría de ellos parecían faltarle los dientes delanteros.

El padre de Ji Yong siempre había sido un esnob. Le encantaba todo ese rollo de los linajes antiguos y los títulos de nobleza. Se jactaba de descender de las más grandes familias progresistas de Corea. El hecho de que hubiera casado a su único hijo con un hombre que trabajaba en un circo decía mucho de lo que sentía por él.

—No es exactamente el Du Soleil.

—Eso ya lo veo —repuso él débilmente.

—Los Hermanos Kang es uno de los circos que se conocen como circos de barro.

—¿Por qué dice eso?

—Pronto lo averiguarás —la respuesta sonó ligeramente diabólica.

Su marido aparcó la camioneta al lado de las demás, apagó el motor y salió. Para cuando él bajó, él ya había sacado las maletas de la parte trasera y había echado a andar cargando con ellas. Los caros zapatos de Ji se hundieron en el terreno arenoso y se tambaleó mientras seguía a Seung Hyun. Todos dejaron lo que estaban haciendo y clavaron los ojos en Ji. La rodilla le asomaba por el ancho agujero de sus pantalones, la chamuscada chaqueta de Chanel se le caía de un hombro y los zapatos se hundían en algo demasiado blando. Afligido, Ji bajó la mirada para asegurarse de que había pisado justo lo que se temía.

—¡Señor Choi!

El chillido del joven tenía un deje de histeria, pero él pareció no oírlo y siguió caminando hacia la hilera de caravanas. Ji restregó la suela del zapato por la arena, llenándoselo de polvo durante el proceso. Con una exclamación ahogada, se echó a andar de nuevo.

Seung Hyun se acercó a dos vehículos que estaban aparcados uno al lado del otro. El más cercano era una moderna caravana plateada con una antena parabólica. Al lado había otra caravana abollada y oxidada que parecía haber sido verde en otra vida.

«Por favor, que sea la caravana de la parabólica en vez de la otra. Por favor...»

Él se paró ante la fea caravana verde, abrió la puerta y desapareció en el interior. Ji Yong gimió, luego se dio cuenta de que estaba tan entumecido emocionalmente que ni siquiera era capaz de sorprenderse. Seunghyun reapareció en la puerta un momento después y observó cómo se acercaba tambaleándose hacia él. Cuando al fin llegó al combado peldaño de metal, él le ofreció una sonrisa cínica.

—Hogar, dulce hogar, cara de ángel. ¿Quieres que te coja en brazos para cruzar el umbral?

A pesar del sarcástico comentario, Ji eligió ese momento en particular para recordar que nunca le habían cogido en brazos para cruzar un umbral y que a pesar de las circunstancias, éste era el día de su boda. Quizá poner un toque sentimental los ayudaría a los dos a sacar algo positivo de esa terrible experiencia.

—Sí, gracias.

—¿Estás de coña?

—¿Quiere o no quiere hacerlo?

—No quiero.

Ji intentó disimular la decepción. —Vale.

—Es una puta caravana.

—Ya lo veo.

—Ni siquiera creo que las caravanas tengan umbrales.

—Si hay una puerta, hay un umbral. Incluso un iglú tiene umbral.

Por el rabillo del ojo, Ji vio que comenzaba a formarse una multitud a su alrededor. Seung Hyun también se dio cuenta.

—Vamos, entra.

—Es usted quien se ha ofrecido.

—Estaba siendo sarcástico.

—Ya me he fijado que lo hace mucho, y por si nadie se lo ha dicho nunca, es una costumbre molesta.

—Entra, Ji Yong.

De alguna manera se había trazado una línea y lo que había comenzado como un impulso se había convertido en un duelo de voluntades. Ji Yong permaneció en el escalón, con las rodillas temblorosas, pero intentando mantenerse firme.

—Le agradecería que por lo menos tuviera la decencia de cumplir esa tradición.

—Por el amor de Dios. —Él bajó de un salto, lo levantó en brazos y lo llevó al interior, cerrando la puerta de una patada. Al momento lo dejó bruscamente en pie.

Antes de poder decidir si había ganado o perdido esa batalla en particular, Ji Yong fue consciente de lo que le rodeaba y se olvidó de todo lo demás.

—¡Ay, Dios!

—Herirás mis sentimientos si me dices que no te gusta.

—Es horrible.

El interior era incluso peor que el exterior. Estrecho y desordenado, olía a moho, a viejo y a comida rancia. Delante de él había una cocina en miniatura, el mostrador de fórmica color azul desvaído estaba astillado. Los platos sucios estaban amontonados en el diminuto fregadero y había una cacerola con una gruesa costra sobre el fogón, justo encima de la puerta del horno, que estaba sujeta por un trozo de cordel. La raída alfombra había sido dorada en otro tiempo, pero ahora tenía tantas manchas que su color sólo podía describirse recurriendo a alguna función corporal. A la derecha de la cocina, la descolorida tapicería a cuadros del pequeño sofá apenas era visible debajo de la pila de libros, periódicos y ropa masculina. Vio una nevera descascarillada, armarios con el laminado astillado y una cama revuelta.

Ji Yong miró rápidamente a su alrededor. —¿Dónde están el resto de las camas?

Él lo miró sin expresión, luego pasó junto a las maletas que había dejado en medio del suelo. —Esto es una caravana, cara de ángel, no una suite en el caesars palace, es todo lo que hay.

—Pero... —Ji Yong cerró la boca. Tenía la garganta seca y un vacío en el estómago.

La cama ocupaba la mayor parte del fondo de la caravana y estaba separada del resto por un alambre que sostenía una descolorida cortina color café que en ese momento estaba recogida contra la pared. Sobre las sábanas había algunas ropas enredadas, una toalla y algo que parecía ser un pesado cinturón negro.

—El colchón está limpio y es cómodo —dijo él.

—Estaré más cómodo en el sofá.

—Como quieras.

Ji oyó una serie de tintineos metálicos y vio que Seung Hyun se estaba vaciando los bolsillos en la desordenada encimera de la cocina, algunas monedas, las llaves de la camioneta y la cartera.

—Vivía en otra caravana hasta hace una semana, pero era muy pequeña para dos personas, así que me mudé a ésta. Es una pena que no haya tenido tiempo para llamar al decorador. —Él sacudió la cabeza. —Los donnickers están allí, es el único sitio que me dio tiempo a limpiar, puedes meter tus cosas en el armario que tienes detrás. La función empieza en una hora; no te acerques a los elefantes.

«¿Donnicker? ¿La función?»

—En realidad, no creo que pueda vivir aquí —dijo Ji. —Está asqueroso.

—Tienes razón… supongo que necesita el toque femenino, encontrarás productos de limpieza debajo del fregadero.

Él pasó por su lado en dirección a la puerta, entonces se detuvo. Estupefacto, Ji Yong vio cómo se acercaba de nuevo a la encimera, cogía la cartera y volvía a meterla en el bolsillo.

Se sintió profundamente ofendido.

—No pensaba robarle...

—Por supuesto que no, pero es mejor no tentar a la suerte. —Seung Hyun le rozó el brazo con el pecho cuando volvió a pasar junto a él hacia la puerta. —Hoy tenemos función a las cinco y a las ocho. Actúo en las dos.

—¡Deténgase ahora mismo! ¡No puedo quedarme en este horrible lugar y no voy a limpiar toda esta porquería!

Él miró con aire distraído la punta de su bota, luego levantó la vista. Ji Yong se quedó mirando aquellos oscuros ojos y sintió un escalofrío de temor, seguido de otra extraña sensación que no quiso examinar más a fondo.

Él levantó lentamente la mano, y Ji dio un respingo cuando la cerró con suavidad alrededor de su garganta. Sintió la ligera aspereza del pulgar cuando le rozó el hueco bajo la oreja con algo que parecía una caricia.

—Escúchame con atención, cara de ángel —dijo él con suavidad. —Podemos hacer esto por las buenas o por las malas. De un modo u otro voy a ganar. Tú decides cómo quieres que sea.

Se miraron fijamente a los ojos en un instante que pareció eterno, Seung Hyun le exigió sin palabras que se sometiera a él. Los ojos del hombre dejaron un rastro de fuego sobre Ji, consumiéndole la ropa, la piel, hasta que se sintió desnudo y despojado, con todas sus debilidades expuestas. Quería huir y esconderse, pero la fuerza de aquella mirada masculina lo dejó inmovilizado.

Seung Hyun le deslizó la mano por la garganta, luego le quitó la chaqueta por los brazos, haciendo que cayera al suelo con un susurro. Cogió la solapa de la camisa que traía debajo del saco, la tela era tan trasparente que sus tetillas se hubieran transparentado de no ser por el saco, el corazón comenzó a latirle con fuerza. Con la punta del dedo, Seung Hyun deslizó hasta el primer botón y abrirlo, deslizando su dedo hasta el rosado pezón de Ji Yong. Luego, inclinó la cabeza y tomó con los dientes la suave piel que había expuesto.

Ji Yong se quedó sin respiración cuando notó el pellizco. Debería haber sido doloroso, pero sus sentidos percibieron el pequeño mordisco con placer. Sintió la insolente mano de Seung Hyun en el pelo y luego él se apartó, aunque ya había dejado su marca en ella como si fuera un animal salvaje.

Fue entonces cuando Ji Yong supo a qué le recordaban esos ojos oscuros y profundos. A un animal de presa.

La puerta de la caravana se meció sobre sus goznes. Seung Hyun salió y lo miró, dejando caer la gardenia que le había robado del saco antes de tirarlo.

Estalló en llamas.

Notas finales:

¡Estoy cumpliendo con mis horarios mentales sobre mis actualizaciones! xD -qué descarp(?).-

¿Que les pareció el capítulo ¬u¬? skñldjfkj ese Seung Hyun es todo un loquillo incendiando cosas y manoseando así al Ji *A*(?)

Bueno, este fic lo pretendo actualizar los viernes o sábados *n* <3

Dejen sus lindos reviews que son mi paga por escribir a pesar de tener sueño x'D

lamento las faltas ortograficas del primer capítulo, espero no vuelvan a suceder :3

 

Sayo~ <333333333333

-Se teletransporta como el rey demonio(?).-


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