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Fabrica de sonrisas. por MemeDrogasLocas

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Notas del fanfic:

Salió de mi corazón, inspirado en todas esas personas que con arduo trabajo regalan sonrisas. 

Notas del capitulo:

Espero lo disfruten y... llegue a sus corazones. 

Él era un chico de catorce años, que desgracia… ¿verdad? Prácticamente su vida entera había pasado siempre entre operaciones, exámenes, medicamentos, diagnósticos… y todo para alargar su vida. El chico era tranquilo, pasible y amable. Siempre estaba recostado en su cama, mirando a la ventana, con una dulce sonrisa. ¿Sabría él algo que los demás ignoraran tan despectivamente? No, simplemente, era feliz al ser capaz de ver un atardecer más, era tan valioso el poder abrir los ojos una vez más, a pesar del dolor o molestias. “el niño es un guerrero” decían los médicos, los adultos y todos cuanto le conocían. Sin embargo, él solo se veía a sí mismo como un humano dichosamente desdichado. Amaba la vida y aun así esta se mostraba corta para él.


El chico amaba la vida, pero no encontraba tantas razones para soportar el dolor. Sabía que si moría sus padres aun tendrían a sus hermanos. ¿Amigos? Los perdió hace tiempo debido a que jamás pudo mantener contacto con ellos y lentamente fueron olvidándole. Y mucho menos una pareja. ¿Cómo enamorarse, si su vida entera se resumía a cuatro paredes? Triste, para un chico tan joven, eso era triste. ¡Ah! Pero había algo que le gustaba, era lo mejor del mundo: Libros.


El joven adoraba los libros, en los libros encontraba todos esos lugares y aventuras que por sí solo no podía ir a buscar. Viajaba a Paris, nadaba en los océanos y conocía a las criaturas más increíbles con tan solo la vuelta de algunas páginas. Eran mundos, galaxias, sueños, aventuras… los libros eran su todo, su único  y dulce escape para su pesimista realidad. ¿Odiaba su vida? No, sería tonto odiar la vida, siendo esta tan corta, cada segundo era tan preciado. El niño, a su poca edad comprendió, que la gente que sabe que algo llegará su fin pronto tiende a disfrutarlo y valorarlo más que esas personas poseedoras de todo.


“Sí tan solo pudieran vender tiempo en tabletas”, solía decir con una suave risa.


Sin embargo, parecía que la vida se enseñaba en hacerle infeliz. Un tiempo después tuvo que ser operado y a cambio de un tiempo más de vida su visión se vio afectada, ya no podía leer ni poquito como antes. El niño, por primera vez en su vida, lloró pensando que, su vida no era la más justa.


“No te preocupes tesoro” dijo su madre, acariciando su cabello “encontraremos la solución”.


El hospital, que de todo parece tener, encontró un voluntario que haría servicio en aquel lugar. Tenía dieciocho, ya mayor de edad buscaba cumplir con su servicio social del colegio.


“Solo tienes que leerle libros, es lo único que la pobre criatura quiere” le dijo una enfermera.


Cuando el joven entró a la habitación se encontró con un niño precioso. Tenía los ojos vendados, ya eran sensibles a la luz incluso y no podía ver. Cuando el chiquillo escuchó pasos sonrió ampliamente. ¿Cómo podía sonreír así? Era la sonrisa más bonita que el mayor había visto en su vida. Sintió una punzada en su pecho y ganas de huir, la empatía golpeó al mayor cual puñetazo deslamado.


—¿Tú vas a leerme un libro? —Preguntó el pequeño—. ¿Puedo saber tu nombre?


 —Mi nombre es Emanuel —dijo este, sonriendo, aun sabiendo que él no podía verle.


—¿En serio? —el menor comenzó a reír—. ¡Mi nombre es Manuel!


Y ahí, en ese blanco cuarto, con macetas y regalos en la mesita de noche, una amistad nació.  Emanuel leía los libros que Manuel pedía. A veces pedía cuentos para niños muy simples y tranquilos. Otras veces pedía obras teatrales, que, con muchos esfuerzos el pobre Emanuel lograba relatar, cada vez perfeccionando más su narrativa en favor de entretener al chiquito y hacerle sonreír. Y a veces pedía poemas, prosa, o libros muy complicados. Pedía artículos de revista y todo aquello que tuviera a su alcance o en sus manos.  Eso fue solo en unos meses, el menor siempre estaba hambriento por nuevas historias. Un día, Emanuel observó que Manuel no tenía nada en las manos.


—¿Y el cuento para hoy? —inquirió preocupado.


—Mamá lo ha olvidado, con las prisas y eso —suspiró Manuel, trató de mantener una sonrisa pero sus pobres labios cedieron ante la tristeza.


Emanuel se quedó pensativo. Una enfermera entró a la habitación y preguntó sobre lo que ocurría. Le explicaron la situación y la dama, amablemente pensando en el mayor le ofreció que por esa ocasión lo dejaran así y que seguramente al día siguiente podía leerle algo. Sin embargo el mayor no quiso.


—Tengo una idea, ¡te contaré una historia nueva!


—¿Nueva? ¿De donde la sacaras?


—¿Cómo haces tú para ir de un lugar a otro sin moverte? Con la imaginación. Estoy seguro de que aún me queda un poco de imaginación, te la daré a ti , pero guarda el secreto ¿ok?


La sonrisa de Manuel fue tan grande, tierna y sincera, que, Emanuel tuvo que contener sus ganas de llorar, sentía tanta pena hacia esa criatura. No podía ver el mundo por sus ojos, lo único que le quedaba era algo de imaginación y se la ofrecería de ser necesario, le daría todo cuanto pudiera para hacerle feliz, ¿Qué más podría hacer sino? Cuanta impotencia sentía.


Manuel se maravilló con cada historia que Emanuel creaba. Todas las historias era nuevas, únicas, diferentes, todas especiales y maravillosas. A veces le sacaba lágrimas al menor, otras veces risas y a veces le daba sustos que terminaban también en risas de alegría pura, esa era la inocencia que todos los niños… no, esa era la inocencia que todas las personas deberían guardar en sus corazones. Esa simpleza, ese amor a la vida, ese aprecio hacia las personas… ¿Por qué la gente olvidaba todo eso al crecer? Todos deberían sonreír con esa dulzura pese a las dificultades, o por lo menos eso pensó Emanuel.


Un día, Manuel y Emanuel, luego de un cuento sobre astronautas y peces espaciales que jugaban un partido de futbol por la copa de gomitas, comenzaron a platicar.


—Dime, ¿no te sientes solo?... por lo que escuché tus papás no pueden estar siempre aquí.


—Tengo hermanos, los quiero mucho y ellos merecen que mamá los cuide, ¡yo ya tengo a todo un hospital a mi cuidado! Y sé que papá debe trabajar, es lo justo.


“Lo justo…” sonaba tan amargo.


—¿Cómo le haces para sonreír siempre? —se animó Emanuel a preguntar—. Hay personas que con tan poco son tristes y… tu, siempre que estoy aquí, te veo sonreír.


Manuel sonrió nuevamente, tomó la meno de Emanuel y le pidió que se acercara.


—Te diré un secreto, es un secreto muy especial —le susurró al odio—. Cada vez que me cuentas historias, mi máquina de sonrisas tiene energía, de ahí salen todas mis sonrisas, necesito imaginar, siempre estar imaginando para que la maquina nunca se detenga.


—Vaya, entonces, seguiré contándote historias, lo prometo.


Fue una promesa sellada por meñiques y un abrazo.


Y Emanuel cumplió su promesa, aun después de haber acabado su servicio social, siguió asistiendo, cada día sin falta. Tuvo que renunciar a muchas cosas, las tareas, sus calificaciones, la relación con su novia y las salidas con los amigos, todo fue quedando en segundo plano.  Y si alguna vez el mayor decidía que no iría a ver a Manuel, recordaba su pequeño secreto, recordaba los de su máquina de sonrisas, su corazón se estrujaba y entonces iba una vez más sin falta. Y así, pasó todo un año. Las operaciones eran cada vez más serías y dolorosas, el pequeño tenía que pasar largas horas sedado y sin embargo, los doctores le decían que su habilidades auditiva estaba bien. Emanuel, aun si Manuel dormía, contaba toda historia que a la mente se le viniera.


Un día, los doctores hablaron con Emanuel.


—Queremos agradecerte, chico —dijo el doctor, que parecía tener más edad—. Desde que comenzaste a venir el pequeño ha mostrado mayor entusiasmo, está dando una gran pelea y… hace unos días, cuando estábamos por operar y antes de colocarle la anestesia, él dijo: “No estoy asustado, sé que… despertaré una vez más para escuchar otro cuento, mi máquina de sonrisas…sigue en pie”


Ese día, Emanuel lloró toda la noche.  Sabía que él no era nada de ese niño, sabía que él no podía hacer anda, y aun así se sentía tan miserable e impotente…


“Yo le daría todo mi tiempo, le daría todo, hasta el último segundo…”, no obstante, los trasplantes de tiempo aun no existían.


Tiempo después, Manuel hizo una pregunta.


—Oye, Emanuel… ¿Qué es el amor?


—¿A qué te refieres?


—Hm… como decirlo. Sé que mamá y toda la familia me quiere, sé que mis padres me aman, pero… hace tiempo cuando aún podía leer me tocó leer una historia de amor y al final no pude entender ¿Cómo diferencias el amor? Por lo que entiendo hay muchos tipos de amor.


—Supongo…que, cuando quieras que una persona esté siempre a tu lado y que solo le deseas lo mejor sabrás que es amor.


—Ya veo… el amor es muy bonito ¿verdad? Quisiera sentirlo así de intenso.


—Tienes catorce años apenas, no tengas prisa.


—Pronto cumpliré quince, estoy emocionado.


Pasó el tiempo y Manuel cumplió quince años. Todos estuvieron ahí con él, celebrando su cumpleaños con todo esmero y felicidad en el hospital, incluso Emanuel estuvo ahí, los padres del niño juraban que le debían a él tanto que sería imposible pagárselo alguna vez.


Otra tarde, un mes después, Manuel dijo.


—Sabes, los otros niños están celosos de mí —presumió con orgullo, inflando su pecho.


—¿Así? ¿Por qué? —preguntó Emanuel, sonriendo al ver esa carita tan curiosa.


—Porque yo soy el único que tiene un cuentero —espetó con maravilla, mientras hacía gestos con las manos.


—¿Un cuentero? —Emanuel cerró el libro que tenía en manos.


—Sí, tú eres mi cuentero—aseguró.


Manuel le contó a Emanuel una historia por primera vez de un cuentero que cada día llevaba imaginación a la fábrica de sonrisas de un chico que vivía solo. La historia era tan bonita y hermosa que Emanuel comenzó a llorar en silencio, veía claramente cada detalle de la vida real reflejado con los sentimientos del menor. Cada lagrima quemaba sus mejillas, y peor cuando un pensamiento llegó a su mente “él morirá pronto” esas tres simples palabras golpearon su corazón y lograron que su pobre mente se quebrara en mil pedazos. Morir, una palabra que no se suele disfrutar y peor cuando está relacionada a un niño.


—No llores —pidió Manuel—. No es una historia triste.


—No, pero… la tuya lo es… perdóname —dijo entre sollozos, arrodillándose en el sueño, llorando en el regazo del menor.


—Oye, ¿por qué me pides perdón? —preguntó con calma el chiquito mientras acariciaba la cabeza de Emanuel.


—Porque no puedo hacer nada por ti, no puedo darte más tiempo o salud, no puedo evitar el dolor… no puedo hacer nada, nada… —lloraba e intentaba ahogar su voz. Manuel esperó con paciencia y cuando Emanuel se detuvo se topó con un tierna sonrisa. Manuel, tentando con sus manos, besó la frente de Emanuel y le dijo.


—Has hecho más por mí que nadie en el mundo, ¿te digo que es? Me devolviste algo que creí perdido, un engranaje especial y además me enseñaste algo.


Los dos se abrazaron cuanto tiempo pudieron hasta que la hora de visitas acabó. Emanuel comprendió que ya era demasiado tarde para ir atrás, se había encariñado de él, y ahora era lo que más tenía miedo de perder… era lo único que atesoraba en esa vida.


“Sé que alguna vez viví sin él, y aun así… ahora me pregunto ¿Cómo lo hacía? Siento que ya lo olvidé”.


Cuando todo parecía que iba a mejorar, empeoró.


Cansado, en su cama, y casi pálido, Manuel pidió a Emanuel su mano, la sujetó y le dijo:


—Emanuel… te quiero, a esa conclusión llegué, gracias por darme fuerzas. No sé si mañana escucharé otro cuento tuyo, algo aquí… —dijo señalando su pecho—. Me dice que ya casi es la hora.


—No, por favor… no… ¡No quiero que te vayas!


—No me iré, siempre estaré vivo, en cada historia que me contaste… siempre fui el protagonista, eso me hizo feliz, viví más aventuras que nadie en el mundo —dijo con una sonrisa algo apagada.


—Manuel…


—Quiero… que si algo me pasa, cuentes mi historia, y quiero que, mientras vivas, sigas contando cuentos, ¡pero yo seguiré siendo el protagonista! ¿Ok? —apretó la mano del mayor, sus dedos temblaban, estaba aterrado—. Eres mi cuentero, pero… tienes algo que devuelve la felicidad… y como lo hiciste conmigo dale sonrisas a todos.


—No me dejes… —rogó—. No quiero…


—Yo tampoco, pero así debían ser las cosas… al menos, pudimos conocernos, mi querido cuentero. Cuando cuentes mi historia, por favor dale un final feliz. ¿Me lo prometes?


—Sí, te lo prometo, te lo prometo con todo mí ser… —Emanuel ya lloraba, su mano temblaba al igual que la del pequeño. Pero, recobrando la compostura le dijo: —No tengas miedo ¿de acuerdo? Quiero, que si lo que debe pasar pasa… sepas que, te recordaré siempre y que a donde iras seguro es un lugar donde podrás verlo todo.


Emanuel besó la frente de Manuel y con el dolor en su corazón tuvo que irse.


—¡Emanuel! ¿Qué le ocurre? No cumple con las tareas y se salta todas las clases de la tarde y…


El maestro regañaba como de costumbre a Emanuel cuando el celular del joven sonó.


—¿Diga?


—Hablamos del hospital… es Manuel… ya no le queda tiempo e insiste en que quiere verte.


Emanuel, soltó el teléfono y salió corriendo. No importa cuán doloroso resultaba, no se detuvo ni una sola vez. Y llegando al hospital corrió hasta la habitación del niño, toda su familia estaba a su alrededor. La mayoría ya estaba llorando, Emanuel escuchó la máquina que marcaba el ritmo cardiaco de Manuel… estaba tan débil.


—¿Em…Emanuel…? —preguntó débil.


Emanuel se colocó a su lado y tomó su mano.


—Aquí estoy.


—Emanuel, no me queda mucho… Hubo una cosa… que no te dije ayer.


—Dime lo que quieras —respondió Emanuel, llorando.


—Me siento feliz de haberte conocido, aunque yo nunca haya visto el mundo, tú me ayudaste a verlo… y me enseñaste que es el amor. Eres lo que más me duele perder… no lo entiendo bien, pero sé que… te extrañaré más que a nadie. Te amo, mi cuentero.


—Yo también te amo —respondió en llanto.


Lo abrazó, ambos chicos lloraban y los demás guardaban silencio observando la triste escena.


Y ahí, frente a todos, Emanuel contó el final de la historia.


El cuentero, que amaba mucho al fabricante de sonrisas. Recibió la posesión más preciada de todo el mundo, el corazón del fabricante y una hermosa historia, esta era una historia que pertenecía únicamente al cuentero. Los dos, con imaginación, tomaron sus manos y soñaron un lugar mejor. Estarían juntos sin importar que, porque ambos se llevaban al otro en su corazón.


—Es un bonito final, siempre estaremos juntos.


—Sí, siempre… Manuel, gracias…


—Te dejo la llave de la fábrica —dijo, ya con poco aliento—. Nunca dejes que esta se detenga.


—Lo prometo.


—Adiós… Emanuel…


Manuel, agotado y cediendo sus últimas fuerzas, recibió un beso de Emanuel en sus ya fríos labios, exhaló suavemente y… murió.


Emanuel, como prometió, siguió viviendo, contando historias… y, jamás dejó que la fábrica de sonrisas se detuviera, la alimentó con imaginación, dedicando cada cuento a la memoria del ser que más amó.


Y esa, fue la historia del creador, de la fábrica de sonrisas, a quien su cuentero regaló el corazón. 

Notas finales:

Nos leemos 


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