Caminar recto por las calles grises; doblar al llegar a la esquina donde se situaba su cafetería predilecta; continuar derecho tres calles más y volver a girar; acelerar el paso porque iba para entonces retrasado a su empleo nocturno, tanto que los letreros fluorescentes de las tiendas se difuminaban ante su paso y sólo los percibía como manchas borrosas. Eran acciones tan simple como repetitivas, eventos que resumían sus noches, tardes y días.
Para muchos solía ser de ese modo, por lo que KyungSoo evitaba quejarse. Requería del dinero para los gastos de su universidad y debía trabajar un poco más si quería ofrecer a sus gatos la vida que merecían.
En la esquina donde debía cruzar la avenida, se sumergió en una aglomeración de cabezas ruidosas e inquietas esperando lo mismo que él; la luz roja del semáforo. Estuvo ahí parado por cinco minutos o más, hasta que el aparato emitió un fugaz parpadeo y los colores se invirtieron. Avanzó un único paso cuando los hombros de al menos cuatro personas distintas le propinaron un empujón, producto de sus prisas. Se tambaleó ingrávido y sostuvo bien su maletín. Dejándose arrastrar por una ola de transeúntes dirigiéndose al mismo lugar, volvió a caminar.
A mitad de las franjas blancas pintadas en el asfalto, flexionó por mera casualidad la cabeza. Quería asegurarse de tener tiempo suficiente para alzanzar a pisar la acera del frente, sin embargo, entre todas las cabezas, cabelleras y expresiones de gente desconocida marchando, efectuó contacto visual con alguien en específico.
Se detuvo por lo que parecieron minutos enteros, aunque en realidad fueron escasos segundos los que gastó mirando con fijeza al par de ojos color chocolate intenso que le devolvían el gesto. El hombre era sin dudarlo más alto que él por muchos centímetros; su cabellera del un largo adecuado coronaba con alboroto su rostro de líneas definidas y algunos mechones caían espesos por su frente.
Atisbó un reflejo de sorpresa en su expresión, y se preguntó si aquel desconocido, al igual que él, sentía las emociones disparándose a su estómago en forma de torbellino y su corazón latiendo el triple de rápido de lo habitual. Tuvo el impulso de apocarse y disimular que no era él a quien estaba observando, pero la apetencia de seguir mirando precedía a su vergüenza.
El sentimiento no le resultaba ajeno, lo conocía bastante bien; no era la primera vez que sentía esa clase de atracción por alguien a quien no había visto, y con quien posiblemente no volvería a cruzarse.
Al final fue guiado por la multitud hasta la esquina contraria, los ambulantes de disiparon hacia distintas direcciones y el sujeto se perdió de su vista, entre la ola de espaldas.
Ya en el trabajo, el exceso de papeles sobre su escritorio se encargó de ocupar su mente y mantener sus pensamientos lejos de la escena acontecida minutos antes. Además estaba consciente de que situaciones como esa sucedían a todo el mundo; no era la primera vez que su corazón bombeaba por alguien desconocido, y tampoco sería la última.
Sin embargo, la mañana siguiente regresó a casa para descansar un poco antes de entrar a la universidad, entonces soñó con el rostro vehemente de la anterior noche.
Durante días caminó lento y siempre poniendo atención a las caras que lo circundaban, buscando algún manifiesto del destino, pero por lamentable que fuese, no ocurrió jamás.